After Death

Capítulo 6

SuperPolicía

Aviso: escenas de tortura adelante.

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Un par de horas después, pero que siente como sólo un parpadeo, los sentidos de la ex S.T.A.R.S. despiertan lentamente, haciéndola sentir desorientada por un momento. No sabe cuánto tiempo ha pasado, ni si realmente se quedó dormida o sólo dormitó, pero por el silencio dentro del hospital, y de la calle, Jill asume que es pasada la medianoche. Se encuentra pensando en lo que la despertó, cuando escucha que alguien entra sigilosamente en su habitación. Jill no abre los ojos por un momento, y obliga a su respiración a permanecer profunda y acompasada, a imitar la respiración del sueño profundo, pero abre todos sus sentidos, especialmente el oído, mientras escucha el roce de la ropa de la persona que ha entrado, el crujir de los zapatos que se acercan a ella, y se da cuenta que es un hombre. No el enfermero con el que Leon coqueteara, pues los pasos del intruso son más bien pesados, bastante calculados para su gusto.

Su corazón empieza a latir acelerado.

La agente entreabre un poco los ojos, sólo un poco, para hacerlos como rendijas y poder ver a su atacante, agradeciendo que las ventanas que dan a la calle sean más bien amplias y permitan la entrada de abundante luz lunar. Pero lo único que logra ver es un traje negro en frente de ella, ya que de inmediato su vista se torna completamente blanca, cuando una almohada cubre completamente su rostro, y una sensación de pánico la envuelve completamente.

¡Están tratando de asfixiarla!

Aprovechando que la presión de los brazos del hombre la han echado hacia atrás, hundiéndola en la camilla, Jill usa todas sus fuerzas para levantar rápidamente su pierna derecha y propinarle un tremendo rodillazo en el tórax del hombre, casi atinándole a su axila. Ese ataque inesperado es suficiente para desbalancear a su asaltante y, usando el talón de la palma de su mano, golpea velozmente hacia adelante, atinándole a la nariz del hombre sobre ella, obligándolo a soltar completamente la presión sobre la almohada. Tan pronto este trastabilla hacia atrás, Jill tira una nueva patada, que atina directo a las costillas de su atacante, mientras se libera de la prisión de la almohada a la vez que libera su brazo herido del cabestrillo. Sin embargo, puede sentir un súbito e intenso dolor, por lo que, en vez de golpearlo con esa mano, utiliza el puño derecho para golpear en la cara de su enemigo, tirándolo hacia el suelo y haciéndolo que caiga de rodillas, en su trayecto derribando el ramo de rosas amarillas que tanto le habían gustado, el silencio de la noche incrementando el sonido de la maceta que se rompe contra el piso, creando un estrepitoso eco, una tremenda cacofonía que envuelve toda la sala de hospitalización. A pesar de no mover su mirada ni un momento, el escándalo detrás de ella la hace encogerse un poco.

Tanto ruido seguramente no será bueno, pues alertará al resto de los asaltantes en caso de que haya más de uno.

Sin embargo, no puede detenerse a pensar en ello ya que su atacante no está derrotado, y este se endereza rápidamente, lanzándole el segundo puñetazo directo hacia la cara; pero la agente es experta también en combate cuerpo a cuerpo, por lo que logra girar la cara un poco, lo suficiente como para que el golpe se convierta en un rasguño sobre su mejilla, y aprovecha su propia inercia para girar sobre su eje, en esta ocasión el codo izquierdo clavándose con estrepitosa fuerza sobre las costillas del hombre, el mismo lugar que ya tiene un moretón por el rodillazo, por lo que el sorpresivo golpe la arranca a su enemigo un involuntario grito de dolor, y este vuelve a caer de rodillas cuando una patada alta de Jill le golpea con precisión en el oído.

-¡Agh! ¡Maldición! ¡Me las vas a pagar, perra!

A pesar de que el cuarto se encuentra a oscuras, la luz de la luna que entra por la amplia ventana produce un reflejo metálico dentro del saco abierto de su atacante, un reflejo que Jill reconoce inmediatamente. Sin darle tiempo a recuperarse, Jill se mueve rápidamente para sacar de su funda la preciosa pistola Beretta que el hombre trae colgando del arnés de sus hombros, escondida debajo de su saco, y rápidamente le apunta con ella, cerniéndose determinada sobre su enemigo.

-¡Levanta las manos! ¡Ahora!

El hombre la mira con desdén, pero nota en la mirada de ella que se encuentra más que decidida, por lo que no quiere arriesgarse y lentamente obedece. Estando en esa posición, Jill finalmente logra ver a su atacante con detenimiento: alto, corpulento, de tez de color y el ya conocido traje negro; manteniendo las palmas al frente el hombre la mira con profundo desprecio a través de su nariz rota.

-¿Quién eres? ¿Y por qué estás haciendo esto? ¿Quién te lo ha ordenado? ¡Contéstame!

El hombre le sonríe burlonamente.

-Sólo necesitas saber que soy un regalo que te manda un viejo amigo tuyo, agente Valentine.

-¿Qué dices? ¿Cómo sabes mi nombre?

Ante sus preguntas la sonrisa del hombre sólo se amplía más, dándole una apariencia terrorífica que produce escalofríos en la espalda de la mujer.

Desconcertada, sin comprender sus palabras, Jill trata de enderezarse completamente hasta recarga todo su peso sobre su pierna izquierda, y trastabilla, presa de un súbito dolor que le recuerda, al voltear a ver hacia abajo y encontrarse el muslo vendado, la herida que le hiciera la última bala durante la batalla en su departamento, y que había olvidado por completo ante el dolor del hombro.

-¡Agh! ¡Maldición!

Ante el súbito descuido, el hombre trata de hacer un movimiento rápido con una de las manos y tomarla por sorpresa, sin embargo, Jill se endereza velozmente y da un salto hacia atrás, apenas evadiendo los puños que tratan de alcanzarla, mientras apunta de nuevo amenazadoramente a la frente del individuo.

-¡Atrás! ¡Dije que no te movieras!

-¡Alto! – Escuchando todo el bullicio que estaban haciendo, no le sorprende a la mujer que sin retraso llegue el enfermero de turno, e inmediatamente detrás de él, un hombre igualmente con traje negro y tez de color, que, al verla apuntando amenazadoramente a su compañero, ha sacado su propia pistola, apuntándole a su vez a ella. Jill dirige el cañón de su arma a él también, intercambiando su mira entre uno y otro enemigo, pues es más que evidente que el segundo está esperando su oportunidad, sobradamente listo para saltar sobre ella y desarmarla.

-¡No se mueva ninguno de los tres! ¡O les aseguro que dispararé!

El hombre arrodillado le sonríe con maldad, mientras lentamente se incorpora, las manos aún arriba.

-Deberías de soltar esa arma, lindura, puedes lastimarte.

Jill da lentos pasos hacia atrás, mientras el hombre con el arma los da hacia ella.

-Él tiene razón, mujer. Mejor deja tu arma y ríndete. No hay manera que salgas de esta.

Jill lo sabe, ¡oh, diablos! ¡Claro que lo sabe! Pero no piensa entregar su alma hasta el último momento.

Desafortunadamente, ese momento ha llegado.

Sin previo aviso, la ex S.T.A.R.S. empieza a percibir un sudor frío recorriéndole la espalda, mientras sus manos tiemblan, al principio es como un temblor fino que se hace más evidente con cada segundo que pasa, a la vez que los bordes de su vista se empiezan a oscurecer por una nube negra que avanza amenazadoramente hacia el frente, tratando de cegarla. Asustada al sentir que sus alrededores empiezan a darle vueltas, Jill se da cuenta de que está a punto de caer desmayada.

'No… ¡no no no no no! ¡No ahora!'

El primero en notar su precaria situación es el hombre arrodillado, y, aprovechando que Jill le retira la mirada apenas una fracción de segundo, tratando de enfocar la vista, el hombre de negro se mueve a pasmosa velocidad, soltando un contundente golpe sobre la mano de la mujer con una fuerza tal, que le lastima la muñeca, obligándola a dejar caer la pistola, al tiempo que un segundo puñetazo alcanza su pecho, en contracara de la herida, cuyo impacto reverbera en esta última, abriendo las suturas que estaban sanando y haciéndola gritar del lacerante dolor que la cimbra hasta la médula.

-¡Aaarrrgghhh!

La fuerza del golpe la empuja hacia atrás, haciéndola que choque contra la pared y el vidrio de la ventana, su codo rompiendo el cristal al golpearlo. Jill casi cae de rodillas, sin embargo, se obliga a sí misma a estabilizarse, a pesar de que sus piernas tiemblan, negándose a sostenerla, mientras su mano libre se agarra desesperadamente del alféizar, casi queriendo clavar las uñas en la pared, sin importarle que unos finos cristales se clavan en su piel; bañada en pedazos de cristal, la ex S.T.A.R.S. siente que está a punto de vomitar, a causa del dolor exquisito sobre su hombro herido, mientras siente un tibio líquido recorriéndole la espalda desnuda. Su enemigo aprovecha de inmediato esta inesperada indefensión, parándose completamente erguido frente a ella, intimidante y burlón.

-¿Pensaste acaso que podrías derrotarme? Ahora veo que mis compañeros no te enseñaron modales. – A través de la bruma que se ha instalado en sus ojos, Jill le lanza una mirada llena de odio, que sólo provoca en su enemigo que su sonrisa se amplíe.

-Eres muy valiente… al atacar a una mujer herida…

El hombre ríe burlonamente ante sus palabras, mientras se truena los dedos con la otra mano en anticipación.

-Pensé que me estaba enfrentando a la mundialmente famosa agente Jill Valentine, no a una simple mujer herida. Ya veo que lo tuyo sólo son historias de niños. Por lo que veo no eres ni la sombra de lo que fuiste en África. – Jill abre los ojos como platos ante sus palabras, pero, sin darle tiempo a reaccionar, el alto hombre le propina una patada sobre la pierna herida que la hace gritar, doblándola sobre sí misma, pero aún sin lograr derribarla, hasta que un tremendo puñetazo finalmente la manda al suelo, y Jill apenas puede escuchar la exclamación de susto del atribulado enfermero.

-Creo… creo que deberían dejar de jugar y apurarse…

-¡Deja de hacer eso! – Le reclama su compañero, ignorando a propósito la débil solicitud del camillero. – Venimos a hacer algo muy específico, ¡así que procede!

Pero su compañero no se amedrenta, y, ahora sonriéndole al hombre armado, aprovecha que ya la tiene en el piso.

-¿Por qué? El jefe dijo que la elimináramos, más no que no podíamos entretenernos con ella. – Volteando a ver el menudo cuerpo tirado sobre el suelo, el mulato se relame los labios. – Además, también tiene algunas cuentas pendientes conmigo. - Apenas termina de hablar, y aprovechando que la agente se encuentra en cuatro, de rodillas y palmas y dándole la espalda mientras temblorosamente trata de incorporarse, su enemigo le tira un fuerte pisotón sobre el hombro herido, haciéndola caer con todo su peso sobre el frío suelo, golpeándose la mejilla contra las blancas losetas, algunos pedazos de vidrio rasguñando su delicada piel, mientras lanza un segundo grito de intenso dolor, el tormento provocando que su vista se vuelva todo en blanco y respire agitadamente. – Resulta que apenas me estoy dando cuenta lo divertido que esto es. – Mientras el alto hombre se regodea, la mujer se queda tirada sobre el suelo, respirando agitadamente, sin que pueda recuperar el control de su cuerpo después de la tortura que la ha cimbrado toda.

-¡Ya basta! – El hombre armado, sin dejar de apuntarle a la mujer herida, le insiste a su compañero. – ¡Deja de hacer eso! ¡Nosotros no torturamos gente!

-P-po-por favor, caballeros… - El enfermero voltea su mirada asustada de hito en hito a vigilar el pasillo, por donde seguro su compañero pronto se aparecerá. – E-esto no estaba en el acuerdo…

Sin embargo, el mulato sobre ella sólo amplía su sonrisa, como si las súplicas de sus socios sólo incrementaran su placer, mientras patea con la punta del pie las costillas de su víctima, tratando de obligarla a voltearse boca arriba.

-Está bien… no tardaré mucho, lo prometo, y después podremos regresar a ser niños buenos como a ti te gusta. – Como para zanjar la discusión, el hombre escupe al suelo, hacia Jill, y la vista de la indefensa mujer a sus pies, en evidente sufrimiento, lo deja extasiado: Jill se encuentra tirada sobre el piso y jadeando de dolor, recargada en su costado derecho, su mejilla sangrando, la mano derecha apretando con fuerza el hombro ensangrentado que ha empapado del preciado líquido gran parte de su brazo, parte de su espalda y seno izquierdo, este último casi sobresaliendo por arriba del cuello de la delgada bata hospitalaria ya manchada de carmesí; sus preciosos ojos azules se encuentran crispados y los dientes rechinando entre sí como prueba más que fehaciente de que la mujer lucha por recuperar el control de sus sentidos, lucha por poder menguar este tormento.

Después de un par de segundos de admirar su obra de arte, el hombre coloca una pierna a cada lado de ella, su sonrisa de placer ampliándose aún más.

-Esto te enseñará a no meterte con nuestros hermanos de África. - El corpulento atacante se abalanza sobre ella, sus manos formando un par de garras que alcanzan el delicado cuello, mientras se deja caer de rodillas y a horcajadas sobre ella, y Jill sólo alcanza a abrir los ojos como platos, el tamaño del colosal mastodonte inmovilizándola contra el piso le provoca un tremendo terror a la ex S.T.A.R.S. y cierra de nuevo los ojos, enfocando toda su energía en abrir las tenazas que buscan ahogarla.

De un único movimiento, rápido e impulsivo, ambas manos jalan con fuerza los pulgares del enemigo que ya tenían atrapado su cuello, logrando liberar por segundos su garganta atrapada, y, auxiliada por el arduo entrenamiento que tiene, sus manos reaccionan por pura memoria muscular, tirando golpes directos hacia la cara del hombre, quien atina a retroceder un poco, buscando evitar el vendaval de puñetazos que se ciernen sobre él.

Jill busca enderezarse mientras sigue tirando golpes, cuando un fuerte derechazo, directo hacia su mandíbula, la lanza de regreso al suelo, haciendo que su cabeza rebote sobre las blancas losetas, y partiendo a un par de estas de la fuerza del impacto, las cuales se manchan de su sangre casi de inmediato.

-No te será tan fácil librarte de mí. – El hombre, con la nariz y el labio ensangrentados, pero ya dominándola, vuelve a inclinarse sobre ella, atrapando una vez más la blanca piel de su tierno cuello.

Mareada por el golpe, sintiendo una bruma cubriendo sus pensamientos, Jill apenas alcanza a sentir la presión de los dedos asesinos sobre su garganta, cuando, en el momento en que escucha dos disparos apagados, siente que el pesado cuerpo del hombre cae sobre el suyo, completamente lánguido, lastimando su herida, aplastándola y robándole la respiración. Tratando de moverse lo más que puede por debajo del peso que la aprisiona, la agente abre los ojos y se da cuenta que la frente del hombre se encuentra bañada en sangre, destrozada por un proyectil. En lo que lucha por liberarse del peso muerto, escucha un tercer disparo que provoca un grito de dolor poco masculino del que asume es el enfermero.

-¡Jill!

Ayudada por un par de manos, Jill logra liberarse del cuerpo sobre ella. Cuando voltea hacia arriba, sus ojos azul cielo caen sobre unos de un tono más oscuro que el suyo, enmarcados por el fleco rubio de su nuevo amigo. En cuanto su mente procesa la identidad de su salvador, la mujer no puede evitarlo y se abraza a su cuello con fuerza, este correspondiéndole el abrazo.

-¡Leon!

Abrazando el tembloroso cuerpo de la agente contra su pecho, Leon siente de nuevo, después de mucho tiempo, una abrasadora desesperación que no había sentido desde su huida con Claire de Raccoon City. Después de varios segundos que parecen eternos, Leon finalmente logra articular palabra.

-¿Estás bien, Jill?

La ex S.T.A.R.S. todavía se permite un par de segundos más abrazada a él, se concede a ella misma ese momento de debilidad, para después finalmente romper el abrazo, con una enorme sonrisa de agotamiento, y a la vez de tranquilidad, dibujada en su rostro.

-Sí… estoy… estoy bien. Te debo la vida de nuevo.

Él le sonríe de vuelta.

-Parece que esta deuda se nos está haciendo una costumbre entre los dos.

Ella asiente, aún con la sonrisa, pero una delicada ceja levantándose.

-Me preocupa el tamaño de la deuda que estoy adquiriendo contigo. No tengo cómo pagarla.

Leon hace un enorme esfuerzo por no contestar lo que se muere de ganas por sugerir, dándose cuenta de lo inapropiado que puede resultar, y prefiere irse por terrenos más seguros.

-Bueno, puedes empezar pagándomela ahora, apurándote a levantarte pues tenemos que irnos de prisa. Pude ver a través de la ventana que tenían una camioneta abajo, y había al menos tres hombres más. Seguramente deben de estar por subir a checar a sus compañeros.

Jill asiente, su mirada volviéndose dura y determinada.

-Vámonos de aquí, entonces.

Pasándole un brazo alrededor de la breve cintura mientras ella le rodea el cuello, Leon le ayuda a levantarse, pero nota la dificultad en sus movimientos y el gesto de intenso dolor de la agente. Ahora que la adrenalina inicial ha disminuido y se permite observarla más de cerca, el rubio finalmente nota la sangre que brota desde su cabeza, de una herida en su mejilla y del labio partido, así como la que empapa gran parte de su tronco izquierdo, haciéndosele un nudo en la garganta al ver la frívola y manchada bata que apenas cubre sus senos y muy pocas partes de su espléndido cuerpo, maldiciendo en su mente al abusivo que le hizo esto, a la vez que se siente preocupado porque está seguro que la herida de bala se ha abierto, sangrando profusamente, si es que la enorme mancha carmesí que cubre una extensa parte de su lado izquierdo es alguna indicación de ello.

Leon se arrepiente de haber matado tan rápido al maldito que ha torturado de manera tan cruel a esta hermosa mujer entre sus brazos, pero se obliga a sacudir la cabeza: no tienen tiempo aún para esos pensamientos, pues la compañera que prometió proteger todavía no está fuera de peligro.

Es urgente que salgan de ahí, si es que quiere que ella sobreviva.

-¿Puedes caminar?

Jill aprieta los ojos con fuerza, mientras pega su brazo izquierdo contra su pecho, para evitarle el movimiento, y prueba pequeños pasos con la pierna. Respirando profundo, se recompone del dolor. Y del mareo.

-Sí, no te preocupes, ese maldito me lastimó, pero nada que no pueda tolerar.

-Tendremos que buscarte algo de ropa. No puedes salir así.

Jill abre mucho los ojos ante el cambio de tono, y se voltea a ver a sí misma, notando finalmente la sangre que cubre su seno, así como su bata hospitalaria, precariamente colgando sobre sus hombros y dejando al descubierto sus bien torneadas piernas, haciéndose consciente de que la bata está abierta por la espalda, aunque sabe que, al menos, tiene puesta la pantaleta. Pero, si es cierto lo que Leon dice, no tienen realmente tiempo para buscar ropa más adecuada.

Afortunadamente para ella, no puede ver los enormes coágulos que se ciñen a su espalda y cara posterior de su brazo lesionado.

A pesar de la situación, Jill levanta una delicada ceja y observa a su compañero retadoramente a través de sus larga pestañas.

-¿Te incomoda acaso verme las piernas?

Leon resopla, tratando de mostrarse divertido para no hacerla tan consciente de sus problemáticas circunstancias, mientras desvergonzadamente le echa un ojo a sus perfectos muslos.

-Si por mí fuera, no hay necesidad. Nunca había visto un par de piernas más bellas que esas.

Jill le da un golpe en el hombro, aunque sin mucha intención, y él ríe un poco para después ambos tornarse serios.

-¿Crees que puedas manejar una pistola?

-¿Los peces respiran agua?

Leon resopla de nuevo ante la broma, aunque le señala la palma ensangrentada.

-No me parece que estés en circunstancias de poder sujetar un arma con la fuerza que se necesita.

Sin decir nada, Jill se arranca con los dientes el pequeñísimo pedazo de vidrio que tenía incrustado en la palma, que a pesar del minúsculo tamaño, la seguía haciendo sangrar, para de nuevo mirar retadoramente a su compañero.

-Asunto resuelto, ¿ya puedo tener el arma?

Leon le sonríe de lado, y le entrega una de las armas de sus enemigos.

-Ahora veo por qué en algunos lugares te llaman Super Policía. – A pesar de sus palabras, le echa una mirada significativa a su hombro. - ¿Segura que puedes?

Jill le regresa la sonrisa del lado y evalúa la pistola ya en sus manos.

-Sobreviviré. - De inmediato la experimentada agente de la B.S.A.A. corrobora los cartuchos que tiene en el cargador y se arrodilla para esculcar el traje del hombre, encontrando un segundo cargador abastecido.

-Este nos será de utilidad.

El rubio asiente y le sujeta del antebrazo para ayudarla a reincorporarse, pues nota cómo su compañera trastabilla un poco al primer intento. Sin más preámbulos, Leon toma la vanguardia para escapar. Mientras pasa, Jill apenas le dirige una mirada a los dos hombres de negro tirados en el piso, ambos con sendas balas en la cabeza, y al enfermero hecho nudillo en la esquina, llorando, mientras se agarra el abdomen ensangrentado. La agente les envía su más fría mirada.

El pasillo aún está en silencio, pues habiendo sólo dos enfermeros, Jill sabe que el segundo muy probablemente estaba ocupado con otro paciente, habiendo dejado el desastre para que su compañero se responsabilice, sin imaginarse qué tipo de desastre se encontraría. Afortunadamente, la pistola de Leon usa un silenciador, pero la pistola de ella no la tiene, y no quiso gastar más tiempo en buscarla, por lo que espera no tener que usarla, pues los delataría de inmediato. Escondidos detrás de la recepción de enfermería, Jill busca donde podrían estar guardando sus ropas, pero en ese momento Leon logra ver un par de siluetas avanzando en la oscuridad, pistolas al ristre, por lo que le hace señas a Jill para que se olvide de la búsqueda y avancen rápido hacia el otro lado.

El pudor de la agente tendrá que esperar.

Una vez que llegan a la escalera de emergencia, procurando no hacer ruido, tratan de salir a través de esta. Para su mala fortuna, la puerta no cede tras los esfuerzos del rubio.

-Tenemos que abrirla con fuerza, - le dice Jill, vigilante de las siluetas que se aproximan, - de otra manera no lo lograremos.

-Hacer eso nos delatará.

-No queda de otra.

Inspirando profundo, Leon asiente y esta vez empuja con fuerza, el escándalo de la puerta abriéndose retumba intensamente sobre las paredes del pasillo, cuya quietud y silencio provocan que el sonido se escuche como una explosión. De inmediato los hombres que se encontraban buscándolos se guían por el sonido y alcanzan el pasillo, apuntando sus armas amenazadoramente hacia ellos en cuanto los tienen en la mira, sin preocuparse del escándalo que hacen al detonarlas. Las balas pasan rozando los cuerpos de ambos, y lo dos agentes se ponen en movimiento de inmediato.

-¡Rápido Jill!

Leon jala a su compañera de la mano para obligarla a pasar primero tras la puerta, disparando hacia los otros hombres y obligándoles a esconderse tras los muros, obteniendo para ellos preciosos minutos.

Para su buena suerte, apenas están en un tercer piso, por lo que, brincando al final de cada uno de los barandales, llegan casi de inmediato hacia el primer piso, apenas unos segundos antes de que sus perseguidores se asomen sobre el barandal y les vacíen el cargador sobre ellos desde el piso donde se encontraban. Sin embargo, tan pronto llegan, Jill se deja caer de rodillas, el dolor de sus heridas incrementado después de los saltos que tuvieron dar. León de inmediato está a su lado.

-Háblame, Jill. ¿Qué necesitas?

Jill tiene los ojos crispados, su bello rostro una máscara de dolor, pero al escuchar a sus perseguidores bajando las escaleras a toda velocidad, la agente aprieta los dientes con fuerza y se obliga a levantarse.

-Estoy… estoy bien… debemos correr. - Sin detenerse, y corriendo lo más rápido que la pierna herida de Jill les permite, ella y Leon encuentran el pasillo que los dirige a la salida de emergencia del edificio, afortunadamente para ellos vacío de gente dada la hora tan avanzada, para toparse con un tercer enemigo que les cierra el paso, disparando contra ellos sin miramientos.

-¡Cuidado!

Leon empuja a Jill hacia un lado mientras él se avienta al otro, logrando esquivar las balas, ambos parapetándose detrás de las columnas de la pared, las balas rozando las esquinas y arrancando pedazos de concreto que rasguñan la piel expuesta de los brazos y piernas de la agente de la B.S.A.A. Jill apoya la espalda sobre la pared y se desliza hacia abajo, cuidando de no exponerse a las balas que pasan silbando frente a ella, hasta estar sentada sobre el piso, para después girar rápidamente y salir a descubierto, al tiempo que apunta su arma hacia su enemigo, tomándolo por sorpresa al quedar completamente acostada boca abajo, la acción sorpresiva permitiéndole disparar certeramente contra el hombre erguido, quien recibe dos balas con magnífico tino: una en el pecho y la segunda en el centro de la frente, matándolo instantáneamente.

-Wow… - Leon silva admirando la habilidad de su compañera, quien gira un poco la cabeza al escucharlo y le guiña en respuesta, aún sin incorporarse, sin querer confesar que el súbito esfuerzo le ha provocado un intenso vértigo, por lo que, tratando de disimular, sólo bromea mientras le dirige al rubio una sonrisa de lado.

-Si te juntas más conmigo, puedo enseñarte ese truco.

-Considéralo un hecho. – El hombre voltea a verla y obtiene como premio una maravillosa vista de la espalda desnuda y el perfecto trasero de la agente, ya que la bata se había abierto por completo ante la posición de la joven. A pesar de la sangre y tierra que la cubren, los moretones de los golpes y las cortadas de los cristales rotos, Leon Kennedy no puede evitar sentirse bendecido por poder admirar tan deliciosas curvas. Sabiendo que invade su privacidad, el agente de la D.S.O. carraspea y desvía la mirada, al mismo tiempo quitándose la chamarra para ofrecérsela en cuanto ella se incorpora, sin embargo, Jill lo rechaza.

-No gracias, después de esta actividad, realmente no tengo frío.

-No es galantería, agente Valentine. – Leon la ve fijamente a los ojos, tratando de que no sea tan obvio el rubor que ha teñido sus mejillas. – Ver a una chica enseñando las piernas mientras está montada en una moto no tiene nada de extraordinario, pero sí lo es, si también enseña la espalda ensangrentada y lo hace enfundada en una bata hospitalaria.

Dicho esto, el hombre ofrece de nuevo la chamarra. Jill se le queda viendo unos instantes, pero admite que él tiene razón y toma la prenda. Tan pronto se la pone, el calor que la envuelve y el olor de su varonil loción invaden sus sentidos. Sin poder evitarlo, Jill cierra los ojos por un momento, dejándose llevar por tan placentera sensación, para después sacudir la cabeza.

'¡Enfócate, Jill! Este no es el momento.'

Sin detenerse a hablar más, los dos salen corriendo por la puerta abierta, brincando sobre el cuerpo de su atacante y corren hacia la moto del agente de la D.S.O., mientras escuchan los pasos carrereados de sus perseguidores que casi les han dado alcance. Mientras Leon enciende la moto, Jill les dispara a ambos, obligándolos de nuevo a esconderse tras la puerta metálica, hasta que Leon arranca y logran perderse en la noche, no sin antes pasar a la altura de la camioneta que los hombres traían, disparándoles a las llantas y evitando así, que sean perseguidos.

Una vez que alcanzan la avenida principal, Leon exhala, sintiéndose más relajado.

-¡Uff! Creo que lo hemos logrado.

-Sí, eso parece… - Después de voltear para revisar que no han sido seguidos, Jill permite que su curiosidad se exprese. – ¿Cómo hiciste para llegar tan pronto a ayudarme? ¿Regresaste al hospital? ¿O cómo te dejaron entrar? Conozco ese lugar, estoy segura que la seguridad estaba muy alta.

Él se encoje de hombros.

-Si he de confesarme, realmente nunca me fui. Hice como que pasaba a despedirme de un paciente y logré meterme a escondidas a un cuarto vacío. Lo único malo fue que era mucho más lejos de ti de lo que me hubiera gustado, por lo que no me pude dar cuenta cuando te estaban atacando hasta que escuché que se rompió la maceta en tu cuarto.

La agente suspira, apesadumbrada.

-De verdad lo siento, eran unas flores hermosas.

-Y sí que lo eran. Pero su sacrificio rindió frutos: me permitió saber que había llegado el momento.

Jill sonríe ante sus palabras.

-Fue algo productivo entonces.

-¡Y vaya que lo fue!

-Bueno… ¿y qué haremos ahora? ¿A dónde me llevarás? Pues no creo que puedas llevarme a mi casa.

-Conozco un buen motel…

La mujer le da una fuerte palmada en el hombro, y el agente ríe, aunque se queja.

-¡Ouch! Y yo creí que era Chris el que no tenía sentido del humor.

-Muy chistoso.

-Eso me han dicho. Pero cambiando de tema, y dadas las circunstancias, creo que después de todo tendrás que aceptar mi invitación a quedarte en mi departamento. – Antes de que la agente pueda contestar, Leon voltea a verla por encima de su hombro. - Puedes estar tranquila conmigo, Jill, prometo que soy un caballero. De todos modos, he visto tus habilidades, y de verdad que ese último tiro me disuadió completamente de intentar algo raro contigo.

Jill ríe un poco, mientras acomoda la mejilla sobre la espalda de él, finalmente permitiendo que el agotamiento se apodere de ella.

-Estoy segura de que lo eres. Si te soy sincera, estoy empezando a darme cuenta que eres muy hábil protegiendo damiselas en desgracia, no podría sentirme más a salvo con otra persona que no seas tú. Aparte de Chris, claro.

Leon resopla.

-Alcancé a ver cómo habías dejado la cara del hombre que te estaba asfixiando. Agente Valentine, tú distas mucho de lo que podría llamarse una damisela en desgracia.

Jill cierra los ojos mientras se relaja contra la espalda de él, aún sin perder la sonrisa.

-Cállate y déjame ser, al menos por un momento.

Él sonríe también, mientras acelera la moto, dirigiendo su camino de regreso a casa.

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A/N: Bien, esto es en compensación del capítulo aburrido pasado. Me encantan las escenas de acción porque se siente como estar en el videojuego! A pesar de que aún no he metido zombies. Prometo que será en algún momento, pero no pronto. Una de las cosas que me encantó de The Last of Us, es que, si bien existen zombies, el desarrollo de los conflictos de los personajes era la principal trama, algo que, a lo mejor, aún le falta desarrollar a RE. Así que, paciencia! Los zombies llegarán!

Por otro lado, alguien empieza a sentir la tensión sexual en estos dos?