3
Dignidad.
Orgullo.
Esas dos simples palabras habían estado rondando en la cabeza de Rin. Desde que ayer tuvo esa charla tan peculiar con su marido, fue como si se le hubiera grabado con fuego. Y no podía sentirse más conflictuada con ello.
Para la joven esposa era difícil entender lo que realmente deseaba Sesshōmaru de ella. Una personalidad tan autoritaria como él, le pedía todo lo contrario a lo que se suponía debía ser la mujer ideal.
Un largo y pesado suspiro escapó de los labios de Rin. Un acto que no pasó desapercibido para su compañero de cabellera albina.
—¿Voy demasiado rápido, mi señora? —interrogó Hakudōshi.
—¡Eh! —exclamó ella sorprendida ante la pregunta.
—¿Acaso su mente está enfocada en otra situación ajena a sus clases?
—Yo…yo… —La castaña no pudo evitar el bajar su cabeza y tapar su sonrojado rostro con la mano—. Lo siento.
Hakudōshi observó a la mujer que estaba sentada a su lado, totalmente avergonzada que hasta las orejas tenía coloradas. Algo que le causó una sensación de gracia y ternura al mismo tiempo.
—No hay nada que disculpar —trató de ser amable con sus palabras, aunque fuera algo que no se le daba del todo bien—. Si se siente indispuesta, podemos posponer sus clases para mañana.
—¡No! —negó ella al segundo. Algo que sorprendió a Hakudōshi—. No ha pasado nada, así que podemos continuar. Le prometo que no volveré a distraerme.
Rin no permitiría que sus divagaciones entorpecieran sus actividades. Se había propuesto a aprender y cumplir con su papel en su nuevo hogar. Y si Sesshōmaru había designado darle un valor más grande a su rol como esposa lo aceptaría. Estaba dispuesta a demostrar que tal tarea no sería ningún problema para ella.
—Me agrada su entusiasmo —le sonrió orgulloso el albino.
—¿Eso es un cumplido? —indagó curiosa.
—Lo es, mi señora. —Hakudōshi no pudo evitar el reír ante la actitud de Rin—. Jamás se había visto tanta energía y carisma en este lugar. Bueno, al menos, desde que yo llegué aquí.
—Pero qué cosas dice… —Rin desvió su vista y rio con torpeza.
—Puede que suene exagerado con solo haber pasado tres días desde su llegada. Pero ha sido suficiente para que este inmenso espacio se sienta diferente —fue sincero—. Hay una especie de aura cálida a su alrededor.
—¿En serio lo cree? —Viró su atención de nuevo en el hombre a su costado.
—Sin duda —sonrió con una coquetería innata—. Y mi hermana es un ejemplo de ello.
—¿Acaso le dijo algo? —La curiosidad había gobernado por completo a Rin.
—Bueno, mi hermana no es muy expresiva —fue asertivo con sus palabras—. Pero mencionó que usted era una señora muy buena y que estaba contenta de estar a su cargo.
Rin no pudo evitar que su sonrisa se ampliara de oreja a oreja al escuchar las palabras de Hakudōshi. Ya que lo que más anhelaba era que su presencia en el recinto fuera agradable para los habitantes de esas tierras. Y que fuera Kanna la primera en mostrarse tranquila al respecto la hacía sentirse bien consigo misma.
—Me alegra saber que al menos le caigo bien a Kanna.
—No sólo a Kanna. —No tardó en corregir a la castaña—. Kaede también ha dicho que es alguien humilde y agradable. Y Ayame quedó maravillada con usted, y parece ser que también le cayó muy bien al pequeño Kai.
—¡Oh! —expresó con alegría.
Los ojos marrones brillaron con gran entusiasmo al ver que estaba generando una buena impresión en la mansión.
Rin siempre había sido alguien solitario y la única amiga que tenía era Victoria, y fue porque la joven sirvienta vivió con ella. Sin embargo, no podía culpar a nadie más que a sí misma.
Desde que su mamá murió se había centrado en cumplir con el papel que ella había dejado. Se encargó del hogar y ayudó a su papá en el trabajo. Incluso había desistido en presentarse en sociedad. Todo para evitar posibles compromisos matrimoniales. Y había ayudado a que eso no ocurriera al mantener el luto en sus vestimentas y la nula atención a su aspecto físico. Tanto así, que jamás había usado maquillaje hasta el día en que se casó con Sesshōmaru.
«Irónico», pensó Rin.
Era bastante gracioso que había hecho hasta lo imposible para evitar tal acontecimiento, para velar por su progenitor. Y había sido por este que terminó unida en matrimonio con un desconocido.
—Realmente quiero ser alguien en quien puedan confiar. —Decidió ser sincera con el hombre de los ojos violetas—. La verdad es que sigo siendo ignorante en muchas cosas, y no soy muy sociable. Pero confío en que, si me tienen paciencia, podré ser una buena amiga para todos ustedes.
Hakudōshi no pudo evitar asombrarse al verla abrirse completamente ante alguien que apenas y conocía. Pero al mismo tiempo era algo novedoso e interesante de contemplar que Sesshōmaru se había emparejado con una mujer muy opuesta a él.
—No hay duda de que lo logrará. —El administrador reafirmó la convicción de la mujer—. Y sin duda nosotros estaremos orgullosos de tener a una dama tan especial como nuestra señora.
—¡Gracias, Hakudōshi! —La vergüenza seguía en Rin, pero esa vez no lo ocultó—. Daré mi mejor esfuerzo para que ustedes y… —hizo una pequeña pausa no muy segura de como decirlo. Pero prosiguió—… y mi esposo estén orgullosos de mí.
—A nosotros nos ganará muy rápido —aseguró él—. Sesshōmaru hay que ponerlo en un saco aparte…
—Ah… —Rin no supo cómo responder a eso.
—No se asuste —aclaró—. No digo que sea imposible. Pero al ser su marido y siendo él tan peculiar, digamos que tendrá que tomar otros caminos para llegar a Sesshōmaru.
Rin prefirió quedarse callada al ver como había girado dicha conversación. No es que no quisiera llevar una relación apacible y respetuosa con su esposo. Pero lo que no tenía claro era si deseaba llegar a algo más que un simplemente trato cordial.
Asimismo, sabía que tenía que pasar cosas entre ellos, aunque fuera solo por cumplir. Después de todo, Sesshōmaru de seguro querría descendencia. Eso era lo que todo hombre buscaba al final de cuentas, dejar a alguien para que prolongue su huella en este mundo.
—Pero no hablemos del señor amargura por el momento. —Hakudōshi pudo interpretar perfectamente su silencio—. Qué tal si dejamos las cosas aquí. Hemos avanzado bastante para mi sorpresa —fue sincero con sus palabras—. Sí las cosas marchan así, no habrá duda que me quitará el trabajo —bromeó con ella.
—Muchas gracias por sus palabras, Hakudōshi.
—Sólo digo lo que observo, mi señora.
El toque a la puerta interrumpió la conversación, pero parecía que eso no había sorprendido a Hakudōshi.
—Es Kanna —dijo sin titubear.
—¿Cómo lo sabe? —No pudo evitar su curiosidad innata.
—Cosas de hermanos —sonrió.
—Oh… —Ella no supo muy bien a lo que se refería, pero decidió darle el paso a la albina—. Adelante.
Kanna entró al despacho así reafirmando las palabras del albino, que no había errado al decir que se trataba de su hermana menor.
—Disculpe la interrupción, señora. Pero el señor está por llegar.
—¡Ah, ¿sí?! —No supo cómo responder a esa información.
—Supongo que Kanna ayer no le dijo nada —intervino Hakudōshi—. Lo que sucede es que se recibe a los hombres de esta casa con un vaso de agua y una toalla. Es una agradable bienvenida después de un arduo día de trabajo.
—¡Ah! —exclamó la castaña al entender a lo que se refería—. ¿Y quién lo ha estado haciendo hasta la fecha?
—Kagura —respondió Kanna—, y algunas veces yo.
—Parece que mi esposo le tiene mucha confianza a la señorita Kagura.
Los hermanos se voltearon a ver al notar que Rin se había fijado en ciertas cosas que tal vez podrían malinterpretarse.
—Bueno… —tosió con cierta incomodidad el administrador—. Al ser la ama de llaves se le designó ciertas tareas cercanas a Sesshōmaru. Pero es solo un trabajo a cumplir, no hay nada por lo cual deba preocuparse, mi señora.
—Lamento si la he incomodado con esa información. —Kanna agachó la cabeza en forma de disculpa.
—¡No, no, no! —Rin movió sus manos rápidamente—. Tranquilos, no estoy enojada, solo era curiosidad. Aparte, no me gustaría desplazar de manera violenta a la señorita Kagura de sus tareas.
—No tiene por qué preocuparse —aseguró el albino—. Mi hermana conoce cuál es su papel en este lugar.
—Estoy segura que el señor le dejó claro a mi hermana lo que ocurriría ahora que usted está aquí —agregó Kanna—. Así que no tiene por qué preocuparse por ella, señora.
Rin no estaba muy segura de que así fuera, porque por algún motivo sentía que la mujer de los ojos rojizos no estaba contenta con su presencia. No sabía muy bien por qué, pero el problema estaba allí. Y lo que menos quería era que la mujer la tomara contra ella por «invadir» su espacio.
—Hmm…
—Es mejor que acompañe a Kanna y reciba a Sesshōmaru —la animó Hakudōshi—. Sin duda será una grata sorpresa para su esposo.
Rin no creía que algo tan tonto pudiera asombrar a Sesshōmaru. Pero tenía claro que era parte de su labor y tenía que cumplir.
«No quiero a una mártir, Rin».
«No quiero tu sacrificio. No me interesa».
Ella rememoró la escena que había vivido ayer en ese mismo lugar. Y sintió como su piel se erizo de sólo recordar la cercanía del cuerpo masculino y la profunda voz que se derramó sobre su oreja.
«Tu dignidad».
«Tu orgullo».
Las palabras de Sesshōmaru sólo habían servido para confundir aún más a la inocente y desorientada esposa.
«¿Qué diablos quería de ella?», se preguntaba una y otra vez.
Rin se levantó de su asiento, ya no quería pensar demasiado en ese dilema. Haría las cosas a su manera, y si resultaba que algo molestaba a su marido no lo volvería a hacer. Sólo tenía que ser ella misma, como siempre lo había sido a lo largo de su vida.
«Ahora mismo lo recibiría, porque le daba la gana hacerlo y ya», pensó Rin con firmeza.
No sabía si a él le molestaría, le agradaría o le daría igual. Y con lo poco que lo conocía, lo más seguro era que se trataría de la tercera opción.
—¡Muchas gracias por las clases de hoy, Hakudōshi! —le expresó con infinita gratitud.
—El placer es mío, mi señora. —Una sonrisa se dibujó en el albino. Y ella sólo se limitó a responderle de igual manera.
—Vamos, Kanna.
—Sí, señora. —Kanna siguió los pasos de su señora.
Salieron del despacho y marcharon hacia la cocina en donde cogerían el vaso de agua y la toalla.
Al ingresar al lugar de trabajo de Kaede, se encontró con una escena que ya había visto ayer.
—Buenas tardes —saludó a las tres mujeres que estaban presentes.
—¡Buenas tardes, señora! —saludaron al unísono Kaede y Ayame.
—Buenas tardes —respondió Kagura forzadamente.
—¿Desea que preparemos el comedor? —cuestionó Kaede.
—Sí, señora Kaede —le pidió amablemente.
—¿Hoy sí va recibir a su esposo? —indagó curiosa la esposa del capataz—. Como ayer Kagura siguió realizando esa tarea…
—Sí —respondió sin basilar—. A partir de hoy seré yo quien reciba al señor.
La puerta fue azotada repentinamente y las tres mujeres no tuvieron que mirar para saber que se había tratado Kagura.
Rin se quedó observando el camino por donde la pelinegra se había marchado. No era una tonta, estaba segura que la relación entre Sesshōmaru y Kagura no era la de un empleador y empleada. La pelinegra era demasiado obvia incluso para una desconocida como ella.
—Sígame, señora. —Fue Ayame quien rompió con el incómodo momento—. Ya deben de estar por llegar.
—Claro —asintió con una sonrisa.
—Venga, Kanna —habló Kaede—. Ve poniendo las cosas en el comedor —la albina asintió ante las palabras de la cocinera.
Ayame se acercó a Rin y le entregó una pequeña toalla blanca y un vaso de agua fresca.
—Sin duda el señor estará contento de verla en el pórtico esperándolo —comentó la pelirroja muy segura de sus palabras.
Rin no tuvo más que asentir con su cabeza, no volvería a darle importancia a ese tema.
—¿Lista, señora? —preguntó una risueña Ayame.
—Sí.
Así las dos mujeres comenzaron a dar paso hacia la entrada de la mansión. Durante el trayecto la mujer de ojos verdes siguió con la conversación.
—¿Y cómo se siente en su nueva casa? —interrogó curiosa—. De seguro esto no es nada comparado a la gran ciudad.
—Bueno —no sabía cómo explicarlo—, Londres no es precisamente un lugar bonito. —Quiso ser sincera.
—Ah, ¿sí? —Ayame se mostró confusa.
—Es muy bonito en las partes centrales, pero hay mucha gente y se disfruta poco. —Ambas se detuvieron al llegar a fuera del recinto—. Aparte es muy cerrado en ciertas zonas y los olores son intensos y desagradables.
Rin pudo ver como la ilusión de la mujer cabellos de fuego se estaba esfumando por sus palabras.
—No me haga tanto caso, no soy la mejor persona para apreciar lugares —rio apenada—. He vivido diecinueve años en Londres, y supongo que la costumbre hace que opaque lo grandioso de la ciudad.
—La verdad es que esperaba que desmintiera a Kōga —suspiró resignada—. A él no le agradan las grandes ciudades. En especial Londres —comentó desanimada—. Dice que la arquitectura es bonita, pero su gente es horrible y que el aire es denso. Por eso odia cuando le toca acompañar al señor a la ciudad.
—Así que nunca ha ido a Londres —afirmó ella con solo escuchar las palabras de la pelirroja.
—No —sonrió amargamente—. Por desgracia, todas las veces que Kōga ha ido es por trabajo. Literalmente es obligado —rio—. Su esposo no acepta un no por respuesta de sus trabajadores.
En ese momento el galope de los caballos se hizo presente y ambas mujeres vieron hacia el frente. Y ahí estaban sus respectivos maridos. Pero no venían solos, más trabajadores habían llegado con ellos.
—¡Buen trabajo! —dijo con voz alta el capataz—. ¡Vayan a descansar!
Rin vio por el rabillo del ojo a la mujer que estaba a su lado y se percató de la radiante sonrisa que se le dibujó y de esos ojos verdes que brillaron al ver a Kōga. No había duda que Ayame estaba más que enamorada de su esposo.
Su atención volvió hacia adelante al notar que los ojos de oro estaban aferrados a ella.
—¡Bienvenidos! —corearon ambas mujeres.
—Ayame. —El pelinegro nombró con suavidad el nombre de su esposa, mientras cogía la toalla que le ofrecía—. Señora, es un placer verla —se dirigió ahora hacia ella.
—Lo mismo digo, señor Peige…
En ese instante Sesshōmaru la tomó del brazo y la hizo avanzar a la par.
—¡Tranquilo que no se te va a desgastar porque la veamos! —gritó divertido el capataz.
Rin sólo se limitó en seguir a Sesshōmaru, quién había tomado la toalla de sus manos.
—¿Cómo le fue?
—Bien.
—Me alegro.
La castaña no pudo evitar el ver como el peli-plata se secaba el sudor de su cuello con total parsimonia y, con ello, se dio cuenta de que los largos cabellos platinados estaban sujetos en una cola completa. Demostrando que su cónyuge se veía bien de cualquier manera.
—La comida ya está lista —le avisó—. Así que pedí que tuvieran todo listo en el comedor.
Sesshōmaru no respondió sólo le entregó la toalla, para enseguida agarrar el vaso con agua y bebió un par de tragos para quitarse la evidente sed que tenía.
Rin sólo pudo observar hipnóticamente como la pronunciada manzana de Adán se movía cada vez que el agua pasaba por la garganta de Sesshōmaru.
Su marido se percató de su atenta mirada y la vio de soslayo, algo que la asustó al verse descubierta. Rin dirigió su atención en el camino que tenían de frente. Sin embargo, dudaba que eso sirviera de algo, ya que sus mejillas se habían teñido de carmín. Lo sabía porque las sintió arder por la vergüenza.
Sesshōmaru no dijo nada al respecto, simplemente siguieron caminando hasta al comedor en donde ya los esperaba Kanna. Y sin más el peli-plata cogió la toalla de sus manos para entregársela junto con el vaso a la joven sirvienta.
Ambos entraron al comedor encontrándose con Hakudōshi. Algo que había descubierto ayer, era que el albino comía junto a Sesshōmaru bastante seguido. Parecía ser que hasta en esos momentos tenían que hablar de trabajo.
Sesshōmaru sacó la silla y le ofreció el asiento con caballerosidad, acción a la cual Rin respondió al instante. Al terminar su tarea su esposo tomó lugar a su costado, exactamente en la cabecera de la mesa.
Las puertas que daban hacia la cocina se abrieron y, con ello Kaede y Kanna ingresaron para empezar a servir los alimentos. Mientras los tres guardaban completo silencio, algo que la incomodaba bastante.
Rin no estaba acostumbrada a ser servida de esa manera, ya que el plato en donde ella comía siempre había sido servido por ella misma.
Al terminar su labor ambas mujeres se retiraron y los dejaron solos para que ingirieran sus alimentos. Y algo que había notado era que ahí no oraban antes de comer.
—¡Provecho! —dijo un alegre Hakudōshi que rápidamente probó la comida de su plato.
—Provecho —dedicó a ambos hombres.
Se formó un largo silencio entre los presentes, sólo siendo el cantar de los cubiertos lo que daban señal de vida en el comedor. Algo que la hacía sentir rara, quería sacar tema de conversación, pero no sabía si eso molestaría a Sesshōmaru.
Pero como si de una llamada de auxilio se hubiera tratado, Hakudōshi fue el primero en iniciar una conversación.
—Supongo que Kirinmaru ya te envió a los sementales que le pediste —bebió un poco de vino y continuó—. Me gustaría verlos, tal vez me anime a comprarle uno.
—Hmm… —esa había sido la escueta contestación de Sesshōmaru.
Sin embargo, Rin se negaba a que la charla muriera de esa manera tan penosa.
—¿Le gustan los caballos? —le preguntó a Hakudōshi.
—Claro. Son seres bellos y majestuosos —respondió el albino contento—. Aparte, son una compañía agradable cuando uno se pierde por el prado.
—Me lo imagino.
—¿A usted le agradan? —cuestionó el administrador.
—Son animales preciosos, pero les tengo un poco de miedo.
Tanto los ojos ámbares como los violetas posaron su atención en Rin.
—¿Ha tenido una mala experiencia? —siguió interrogando el albino.
—En carne propia, no —respondió rápidamente—. Pero en la ciudad se dan bastantes los accidentes, y he visto como las personas terminan al ser arrollados por los caballos.
—Lamentó que haya tenido que ver tan desagradables escenas —fue sincero el joven administrador.
Desagradables queda corto para Rin, que había visto literalmente la muerte de pequeños niños que vivían en las calles. Lo peor de todo era la indiferencia de las personas a tales sucesos.
—Porque no mejor me cuenta, ¿quién es Kirinmaru? —Trató de desviar el tema por un lado más agradable—. Debe ser algún socio suyo, ¿o me equivoco, mi señor? —dijo mirando directamente a Sesshōmaru.
—Lo es. —esa había sido su respuesta, tan inflexible como él.
—Oh…
—Vaya, la dejas igual —se quejó el albino, que se ganó la intensa mirada dorada—. Kirinmaru Foster es un duque el cual colinda con las tierras de los Devington —le informó—. Es un buen amigo de la condesa, y se dedica a la crianza de sementales pura sangre.
—Así que el conde Foster, es el que proporciona los caballos a este lugar.
—Al menos los de pedigrí —aclaró Hakudōshi—. Los que se utilizan para el trabajo pesado son caballos de baja ralea.
—¿Hay diferencias? —preguntó ella al no entender a lo que se refería.
—Los sementales son utilizados para competencias deportivas. —Sesshōmaru fue quien decidió responderle—. Ya sea para carreras o equitación. También por el simple hecho de presumir porque son costosos —hizo una pequeña pausa antes de continuar—, pero al mismo tiempo son animales muy frágiles —le hizo saber con toda la seriedad que lo caracterizaba—. Un caballo regular es más fuerte, compacto y resistente.
—Entiendo —sonrió complacida—. Gracias por explicarme.
Sesshōmaru no respondió a su agradecimiento, simplemente mantuvo su atención en ella.
—Debería darse la oportunidad de acercarse a ellos, son animales fascinantes —intervino Hakudōshi—. Incluso podrías enseñarle a montar —vio directamente a Sesshōmaru—. Así disfrutaría de los campos y el manantial.
—¿Te gustaría? —le preguntó Sesshōmaru expresamente a Rin.
—Ah… —dudó un poco en qué respuesta dar—. Tal vez en un futuro, por el momento me quiero concentrar en otras cosas.
A pesar de ya había dado una respuesta a dicha cuestión, los ojos ambarinos seguían sobre su persona. Tenía una mirada tan pesada y fría que era maliciosamente atractiva.
—¡Por cierto! —exclamó entusiasmado el administrador—. Mi señora, por qué no le comenta lo que hablamos hoy en el despacho.
—¡¿Eh?! —Rin pestañeó un par de veces sin entender a lo que se refería Hakudōshi—. ¿Sobre nuestra primera clase?
—No. Ese tema es aburrido —aseguró—. Sobre los libros.
—¿En qué momento te volviste en el vocero de mi esposa? —Sesshōmaru no dudó en recriminarle al hombre albino.
—¡Ay, por dios! —Una cínica sonrisa se dibujó en el rostro de Hakudōshi—. ¿Acaso estás celoso?
Rin se quedó muda al ver como los fríos ojos de oro se clavaron a la burlona mirada violeta. Eran dos bestias retándose abiertamente. Como si un canino y una serpiente se hubieran encontrado y ambos estaban a la defensiva esperando el momento para atacar.
—Hmm…Hmm… —llamó la atención de los hombres—. Lo que hablé con el señor Hakudōshi, fue sobre si usted me permitiría leer su colección de libros.
—Todo lo que hay en esta mansión es tuyo —dijo su marido con toda esa imperiosidad que lo caracterizaba—. No necesitas mi permiso, simplemente hazlo.
—Gracias… —agradeció en un susurro y con el rostro bajo.
Rin no pudo evitar sentirse feliz por la respuesta dada por Sesshōmaru. No se lo esperó, pero aun así fue agradable de oír para ella. Era como si su cargo fuera igual al que él ostentaba en esas tierras. Obviamente con sus ciertas limitaciones.
Sesshōmaru no apartó la vista de Rin, y por ese pequeño detalle ella no se animaba a levantar la suya. Porque tenía vergüenza de que se diera cuenta de que su cara se puso tan roja como un jitomate por sus parcas palabras. Y lo peor de todo, es que podía sentir esos ojos violetas observándolos con diversión.
—Mejor terminemos de comer —sugirió ella aun con la mirada agachada.
• ────── ✾ ────── •
Rin y Kanna se encontraban en el despacho limpiando las grandes estanterías que estaban repletas de libros. A algunos se les notaba el pasar de los años al verse ya viejos y desgastados. También estaban los que estaban casi nuevos con tapas duras y revestidas de cuero que parecían más enciclopedias que libros de novelas.
Mientras limpiaba pudo leer las portadas y se encontró con todas las novelizaciones hasta la fecha de Julio Verne. Algo que la emocionó demasiado, porque Rin sólo había podido leer el primero. Viajes extraordinarios. Cinco semanas en globo. Y ahora tenía la posibilidad de leerlos sin problema alguno. Pero algo que le causó bastante curiosidad fue que había dos versiones de cada uno de los libros, unos escritos en inglés y otros en francés.
En ese instante recordó que Kanna y sus hermanos eran franceses, aunque ellos no poseían ese acento tan característico. Así que se animó a interrogar un poco a la joven sirvienta.
—Kanna…
—¿Sí, se…Rin? —se corrigió la albina torpemente. Se notaba que le costaba el llamarla por su nombre a pesar de estar a solas.
—Me has dicho que eres francesa, ¿no es así?
—Sí.
—Pero tu acento no está. —Rin se dio cuenta como la chica detuvo su actividad y se quedó quieta viendo fijamente el librero—. Tú y tus hermanos hablan el inglés como si fueran nativos de aquí.
—Hemos vivido aquí desde hace once años —le recordó la criada—. Aparte, decidimos borrar todo vestigio de nuestra procedencia.
Kanna apretó con fuerza la tela rosada de su vestido. A pesar de que su agarre era fuerte sus manos temblaban.
—Ese país no nos dio nada. —Su voz sonó aún más sombría—. No es parte de nosotros desde hace once años.
Rin sabía que había tocado una fibra más que delicada para la albina, y suponía que era igual para los otros dos hermanos. Algo grave debió pasarles, para que Kanna reaccionara así. Y ahora se sentía culpable, por su curiosidad imprudente.
—Kanna…
—¿Gusta algo de beber? —la interrumpió la criada. Que ahora la veía con esos profundos ojos oscuros con total pasividad—. Hoy ha sido un día caluroso, no me gustaría que se deshidratara.
—Está bien, Kanna… —no pudo negarse.
—No tardo.
La albina se retiró del despacho con su agraciado andar, dejándola sola con esa desagradable sensación en la boca del estómago. Rin sabía que tenía que ser más cuidadosa con las preguntas que hacía.
—Será mejor que me centre en lo que hago —se reprendió mientras cogía el banco que utilizaba para alcanzar las partes altas.
Rin se dirigió hacia el único librero que estaba al costado del escritorio de Sesshōmaru. Aparte que era la estantería con menos libros, pero eran los más llamativos. Sus forros eran más atractivos, tenían decorados dorados y podría jugar que uno tenía incrustado piedras preciosas. Quizás eran falsas, pero no quitaba lo inusual que era ver eso en un libro, al menos para ella.
Acomodó el banco y se subió, y aun así le era difícil el llegar a ellos, así que tenía que pararse de puntillas y estirar más su brazo.
«Odio ser tan pequeña», se quejó sobre sí misma.
Rin cogió el libro más delgado, pero lo más raro es que no tenía nombre, estaba completamente liso. Y eso era suficiente para tentarla a ver el contenido en aquellas hojas de papel. Pero cuando estaba a punto de ojearlo alguien abrió la puerta de la nada.
Se tambaleó del susto y se agarró de la estantería instintivamente para evitar caerse, pero ante tal acción el libro que tenía en sus manos cayó al piso de golpe.
—¡Señor Sesshōmaru, he vuelto! —pronunció con alegría una voz chillona.
Se trataba de Jaken, uno de los subordinados de Sesshōmaru. Y al ver que no estaba a quien él buscaba, toda su felicidad se había escapado de las facciones poco agraciadas del pequeño hombre.
—Pero si eres tú, niña —dijo desilusionado.
—Hola, señor Jaken. —Ella fue mucho más amable con sus palabras—. No lo veía desde que llegamos. ¿Cómo ha estado?
—Eso no te importa —escupió molesto, mientras caminaba torpemente al sostener bastantes papeles entre sus manos.
Rin sólo vio cómo el hombrecillo llegó al escritorio donde depositó los documentos, para enseguida suspirar cansado y sacar de su bolsillo un pañuelo con el que empezó a limpiarse el sudor. Ella sólo se dedicó en posar sus pies en piso firme y en recoger el libro que se le había caído.
—¿Dónde está el señor? —preguntó Jaken con notable molestia.
—En los establos con Hakudōshi —le informó.
—¿Hakudōshi? —Jaken frunció el ceño—. ¿Por qué tuteas a ese mocoso? Que no se te olvide que ahora eres la esposa del gran señor Sesshōmaru Devington. Eso de estar tuteando a otros hombres es poco refinado y…
—¿Me está regañando? —preguntó incrédula ante la situación vivida.
—¡Obviamente, niña tonta! —El hombrecillo la enfrentó—. Como mano derecha del señor Sesshōmaru. Yo el gran Jaken, debe corregirla si eso puede perjudicar la impoluta imagen de mi señor.
Rin se quedó bastante perpleja al no saber si enfadarse o reírse por la graciosa, pero arrogante actitud de Jaken. Era bastante cómico que el hombrecillo se creyera con el poder de corregirla, cuando ni a Sesshōmaru le había importado el que le hablara por su nombre al administrador.
—Creo que debería preguntarle a mi esposo al respecto. —Rin apretó el libro entre sus manos y pecho. Mientras su mirada se perdía en un punto del techo—. Me parece muy raro que sea yo quien deba obedecerlo a usted y no al revés.
—¡¿Estás dudando de mí?! —Jaken se mostró más que ofendido.
—Sí —respondió ella con una dulce sonrisa.
—Pero que niña tan mal educada —chilló molesto—. Bien se lo dije al señor Sesshōmaru que no se casara contigo…
—Señor Jaken, mejor vaya a darle la queja a mi marido. —Rin dejó el libro sobre el escritorio; se acercó al hombre y lo cogió de los hombros orillándolo a caminar—. Quizás y hoy tenga suerte de que al menos le preste atención.
—Pero si serás…
Rin no le permitió continuar ya que lo había sacado del despacho y le había cerrado la puerta en la cara.
Sonrió satisfecha al ver que Jaken no era precisamente alguien a tomar en serio. No es que quisiera faltar al respeto al hombre de avanzada edad, pero tentaba un poco a tomarle el pelo.
«Si Sesshōmaru no le daba importancia. ¿Por qué ella tendría que hacerlo?», se autoconvenció.
Rin avanzó de nuevo hacia el escritorio y acomodó los documentos para no se viera tan desprolijo. Al terminar tomó el libro y su curiosidad volvió en un santiamén. Y sin perder un segundo lo abrió en una página incierta.
El libro volvió a caer de las manos de Rin, por el impacto que tuvo al ver aquella página.
«¡¿Qué diablos acabo de ver?!», gritó internamente.
—Eso era…era…
La castaña se puso en cuclillas y recogió por segunda vez el libro. Y sin moverse de su actual pose volvió abrir el libro, pero esta vez desde el principio. Y su título era escueto, sin ningún tipo de parafernalia.
El arte erótico a través del mundo.₁
Se brincó la descripción y fue directamente hacia lo interesante. El libro consistía solamente de ilustraciones. No se detuvo a ver con detenimiento, pero se percató de que había diferentes estilos de dibujo dependiendo la cultura a la que pertenecían.
A Rin no le asustaba el cuerpo humano, conocía de anatomía gracias a los libros de su padre. Sabía el nombre correcto de cada una de las partes que conformaban al hombre y a la mujer con sus respectivas diferencias. Lo que la inquietaba es que esas imágenes no eran de esa índole.
Se detuvo en una de ellas y se animó en verla con más detalle. A pesar de que la vergüenza se la estaba comiendo.
Una joven mujer estaba de rodillas sobre la cama, sostenía su camisón al nivel del cuello y dejando a la vista su seno derecho, ya que el otro estaba siendo acariciado por la mano de un hombre el cual estaba debajo de ella. El tipo tenía su rostro en la entrepierna de la chica.
—¿Él está lamiéndole la vagina? —pronunció apenada.
La otra mano estaba apoyada en la nalga de la chica. En cuanto a la parte inferior del hombre estaba totalmente desnuda, siendo notoria la erección del miembro masculino.
—Ella parece disfrutarlo —murmuró al ver que había una suave sonrisa en el rostro de la mujer.
Después de la impresión inicial y dejando sus prejuicios a un lado. Rin reconoció que el arte era exquisito y pulcro. Incluso podría asegurar que no había morbo en aquel trazado en lápiz. Solo a dos personas disfrutando de su sexualidad. Y en la parte inferior a la derecha tenía el nombre del autor.
—Mihály Zichy₂ —pronunció no muy segura de hacerlo de manera correcta.
El sonido de la puerta abriéndose hizo que el corazón de Rin volviera a dar un vuelco. Tres sustos eran demasiados en tan poco tiempo, no sabía si un cuarto la terminaría matando.
Se irguió abruptamente y abrazó el libro contra su pecho haciendo crujir a las ballenas de su corsé. También pudo sentir como su ritmo cardiaco seguía alterado. Miró a la criada de ojos oscuros entrar sin problema alguno con una bandeja que tenía una jarra de limonada y dos vasos.
—Disculpe la tardanza —se disculpó la chica que no se había percatado del estado de su señora—. Tuve que ayudar a Kaede en acomodar algunas cosas algo pesadas en la cocina.
—No te disculpes. —Trató que de que su voz sonara normal—. Hiciste bien en ayudarla.
—Supongo que eso lo trajo el señor Jaken —dijo la albina mientras servía los vasos con el refrescante líquido—. Lo escuché chillar desde antes de que entrara a la casa.
—Sí, es un hombre algo escandaloso. —Dejó el libro a un lado y se acercó a la chica.
—Aquí tiene, señora… —Kanna arrugó el entrecejo al darse cuenta que no le había llamado por su nombre—. Rin, aquí está su agua.
—Gracias, Kanna. —Aceptó la bebida con una gentil sonrisa.
Kanna sólo asintió a su agradecimiento y enseguida bebió de la limonada, ya que parecía que era la albina la que realmente estaba sedienta.
Rin sólo pudo dar un vistazo de soslayo al libro que estaba a su costado.
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La noche transcurrió con tranquilidad, había cenado en compañía de Sesshōmaru y Jaken. Y esa era la segunda noche en que Hakudōshi no se hacía presente. Rin estuvo tentada en preguntarle al peli-plata sobre el administrador. Pero había optado por quedarse callada, porque no quiso que su curiosidad se malinterpretara.
Ahora se encontraba en la soledad de su habitación después de haberse tomado un relajante baño, para disponerse a «dormir». Aunque la realidad era totalmente diferente.
El pequeño buró al costado de su cama no sólo tenía encima a la lámpara que aun iluminaba la recámara, allí también reposaba un libro. Siendo más exactos, se trataba del libro de ilustraciones eróticas.
La mujer de los ojos marrones aún se preguntaba el por qué se lo había llevado. De entre todas las maravillosas narrativas de viajes insólitos y mundos de fantasía, terminó eligiendo el más indecoroso.
«¿Intriga o morbo? ¿Quizás ambas?», se preguntaba Rin.
La realidad para la joven mujer fue que esto era algo nuevo para ella. Ya que nunca se imaginó que existieran libros dedicados especialmente al sexo. Y, sobre todo, que lo haya encontrado especialmente en biblioteca personal de Sesshōmaru.
«¿Por qué tendría algo así en su hogar?»
Esa era la pregunta que le rondó por su cabeza durante todo lo que restó de día. Incluso durante la cena lo vio un par de veces de reojo, tratando de entender al hombre con el cual viviría hasta que la muerte los separase. Pero al final la respuesta no era tan difícil.
«Es hombre».
Las veces que charló con las prostitutas que su padre atendía en su consultorio. Le comentaron que el hombre era demasiado primitivo y básico. El sexo era tan importante como el poder y la muerte. Y que se llevaban perfectamente. Que eran como unas trillizas que siempre estaban tomadas de la mano.
Rin aun no podía entender muy bien la conexión entre esos tres puntos. Pero suponía que, su falta de conocimiento era lo que le impedía ver lo que esas esas mujeres conocían a la perfección.
Así que si podría relacionar a Sesshōmaru con algo era el poder. Lo trasmitía de una manera que la hacía sofocarse en ocasiones. Era por ese motivo que no entendía si debía ser ella misma o ser una mujer abnegada y fiel a las palabras de su marido.
En cuanto al sexo y la muerte no tenía muy claro qué pensar al respecto. Era una obviedad que su esposo era un hombre atractivo y que mujeres tuvo por montones.
«Rico y guapo. Era el espécimen que toda señorita deseaba tener como marido», pensó.
Sobre la muerte era algo que ni siquiera contemplaba. Si Sesshōmaru tenía un contacto con esa parte tan delicada, no quería conocerla de ninguna manera.
Rin negó con su cabeza ante las cosas que se comenzaron a acumular en su cabeza. Demasiada imaginación para alguien tan ignorante como ella.
«O quizás no».
Agarró el libro entre sus manos y decidió dar un paso hacia adelante. Independientemente de cuál fuera el motivo, por el cual deseaba saciar su curiosidad. Sesshōmaru le había dicho que todo lo que estaba en esa inmensa mansión también era suyo. Por lo tanto, ella podía ver y tomar lo que se le diera la gana sin darle explicación a nadie, ni siquiera a su conciencia.
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Sesshōmaru estaba sentado en su cómoda silla, con la mirada en un punto incierto del librero frente a él; mientras tanto Jaken hablaba sin parar sobre algo que no estaba a discusión.
—Sigo creyendo que fue un error el darle este trabajo a ese mocoso. —Jaken mostraba preocupación y descontento a partes iguales—. Es un chico muy imprudente y con un comportamiento errático, señor Sesshōmaru.
—No he pedido tu opinión, Jaken.
—Pero… —El pequeño hombre calló al ver como el peli-plata lo miró por el rabillo del ojo. Eso había sido suficiente para no proseguir con su molesto monólogo.
—En lo que debes concentrarte es sobre el veneno. Quiero cerciorarme de que se trata de Naraku.
—Sí, señor Sesshōmaru —suspiró resignado—. ¿Algo más de lo que deba encargarme?
El peli-plata ignoró la pregunta de Jaken al percatarse que algo había cambiado en su despacho.
«Ese libro…»
—Lárgate —le ordenó.
—Que pase bonita noche, mi señor —se despidió un desanimado Jaken.
Luego de que Jaken lo dejara solo, se levantó y cogió el libro que había incomodado a sus calculadores ojos dorados. Aunque no había la necesidad de abrirlo para saber que el libro no pertenecía a ese sitio, lo hizo de todas formas, solo para complacerse a sí mismo.
Rin le había mencionado su interés por la lectura, pero el libro que faltaba carecía prácticamente de letras.
En ese preciso instante una maliciosa sonrisa se dibujó en los labios de Sesshōmaru.
Continuará…
...
Notas:
1.- El arte erótico a través del mundo es un libro inventado.
2.- Mihály Zichy (1827 - 1906), pintor y artista gráfico húngaro.
...
¡Hola a todos!
Quiero agradecer como siempre a cada uno de ustedes que leen, siguen y comentan esta historia. Espero que este tercer capítulo también sea de su total agrado. No leemos el próximo viernes.
Atte: La autora y la beta.
