Tenía una vaga idea de como funcionaban los regaños. Los veía constantemente pasar frente a mí cuando Villa Hare aún estaba en pie, con sus madres estrictas e hijos bulliciosos que no tenían la suficiente consciencia sobre sus acciones para hacer caer las carretas con frutas mientras corrían jugando a las escondidas, o eran demasiado hiperactivos para poner atención a la maestra.
Emma era diferente hasta en eso, regañándome con palabras suaves y actos completamente fuera de lugar que me descolocaban y me dejaban pensando hasta el día de hoy. Nada parecido a las palabras fuertes, dedo índice apuntando a mi cara, ni golpes en la espalda con la sandalia. Pero en realidad, esa era mamá, extraña y única como ninguna otra. Y en su defensa, mi comportamiento tampoco fue el más normal de todos, escabulléndome a espaldas de los adultos para oír sus conversaciones e ignorando a los niños llorones que gritaban para que me uniera a ellos en lo que sea que se estuviera gestando en sus mentes del tamaño de una mora.
El caso era, si bien nunca pasé por ese tipo de reprimendas furiosas, cómicamente violentas, conocía al menos el funcionamiento de una.
Entonces, cuando Blueno nos llevó a Jabra y a mí a la base marina, metafóricamente arrastrándonos de las orejas, - y digo metafóricamente porque el hombre a penas movía los brazos mientras caminaba, rígido como una barra de acero flotando sobre la tierra, – esperaba lo típico: palabras golpeadas, miradas de desaprobación, ceños fruncidos, vaivenes de brazos. No… esto.
"Ah… Eso fue una gran desastre allá atrás."
Estábamos en una oficina de algún oficial superior, bien podría ser el del capitán a cargo, o un comodoro incluso. Estaba limpia pero repleta de papeles, informes por revisar ordenados en columnas tambaleantes alrededor de la habitación. A penas se podía andar en un sendero trazado desde la puerta hasta el escritorio; desde ahí, si quisiera alcanzar otro lugar dentro de las cuatro paredes, me vería forzada a esquivar las torres de papeles a punto de encontrar su final en el suelo.
De verdad, Kalifa tendría un día de campo aquí. Sinceramente esperaba que no la enviaran a conocer al dueño de esta oficina o terminaría crucificado y golpeado con esas elegantes patadas suyas. Había una razón por la que todo Enies Lobby funcionaba como un reloj bien engrasado y a tiempo, y rápidamente descubrí que no era precisamente por el buen manejo de Spandam.
"No tenías que haber seguido a Jabra. Él tiene su propia misión y tú deberías haber seguido la tuya."
Miré a Jabra a mi lado, ambos frente a Blueno. El lobo haciéndome pucheros por arrastrarlo conmigo cuando podía haber desaparecido del radar en cualquier momento para correr libre y salvaje hacia el resto de los revolucionarios en camino; detalles que habíamos obtenido de la amable Asahi. Era sorprende que a pesar de eso se hubiera quedado cuando lo enganché de su tang con un puchero propio, pero necesitaba que alguien cargara mis juguetes, o lo que quedaba de ellos al menos. Era su problema si todavía no despegaba y en cambio se mantuvo a mi lado en el mismo frente recibiendo la mirada en blanco de un Blueno apesadumbrado. Su pesado haki ondeando con pesimismo y resignación.
Me encogí de hombros hacia Jabra, ignorando su resoplido de molestia. ¿No tenía una misión que hacer? ¿Revolucionarios que cazar, barcos que destruir? ¿Algún informe de misión que presentar a Spandam?
Rodé mis ojos detrás de la máscara sabiendo que ninguno de los dos podría ver detrás de ella, y me dirigí a Blueno haciendo una perfecta imitación de una estatua. Me permití sentirme sorprendida antes, cuando el haki del hombre era todo confusión, escepticismo y desesperanza, ahora sin embargo, estaba un poco ofendida cuando esas ondas estaban dirigidas a mí más de lo que estaban para Jabra. A penas estaba conociendo al hombre y ya me estaba etiquetando como un problema del que tener cuidado. Lo cual, debería estar feliz, orgullosa incluso, pero había algo en el tono que me desagradaba. Eso, y el bullicio del mundo fuera de estas cuatro paredes.
"Ene-san, hasta mañana al amanecer, cuando zarpemos del Red Port hacia Punk Hazard, deberás mantenerte conmigo en todo momento o descansar en una de las habitaciones de la base." Declaró con esa voz muerta y desagradable.
Un estremecimiento subió por mi espalda y el disgusto se intensificó.
El hombre estaba tocando nervios de los que no estaba segura poder manejar. Sentí mi ceja temblar de la irritación. El haki de uno de los marines detrás de la puerta intentando escuchar, si la curiosidad y el poco espacio entre él y la puerta eran una indicación, no ayudaba a mantener mi estado de ánimo alegre.
Jabra pareció notarlo, soltando un silbido mientras mis emociones comenzaban a fluctuar. Tuve que obligarme a realizar los mismos ejercicios de siempre: Respiré hondo buscando calmar mi corazón, ralentizando los latidos y asegurándome que la sangre no se me subiera a la cabeza.
Blueno no era mi superior, sí un senpai, alguien con más experiencias que yo, pero no de quien debería recibir órdenes. De hecho, en la carta de misión, en ningún lugar estaba escrito que debía comportarme según lo que el otro estipulara; lo que quiere decir, que Blueno no tiene derecho a hacer demandas absurdas y sin sentido sobre mí. En esta misión solo sería un guía, ni más ni menos, un igual que me ayudaría a llegar a Punk Hazard, ya que la isla no tenía un campo magnético que el log pose pudiera localizar.
Sonreí más tenuemente pero no menos afilada, las esquinas de mi boca rizándose en curvas burlonas y mi lengua asomándose entre los dientes inconscientemente, como saboreando el guante que este nuevo personaje estaba tratando de lanzarme.
¿Mantenerme bajo control? ¿Él, un simple hombrecillo tratando de gobernar sobre mí, ordenándome?
Ja. Que broma.
"¿Oh~? ¿Y por qué debería?" hablé con voz menos efusiva, menos de lo que estaban acostumbrados a escuchar de Reinbofokkusu, más como Yua.
Blueno no era alguien que pudiera ordenarme. En papel y en título, ambos poseíamos el mismo rango. Esto no era como con Spandam, quien por todos los medios oficiales era rangos más alto que yo a pesar de lo débil que realmente era. Tampoco era como Kalifa cuando intentó enseñarme sobre las reglas de Enies Lobby tratando de hacer que las siguiera y no causara caos. Mucho menos como Jabra demandando que lo llame senpai para burlarse y queriendo sacarme de mis casillas la primera vez que nos vimos. Este era Blueno restringiendo abiertamente mis decisiones, mi poder y mi libertad obtenida después de un largo viaje al infierno debo el nombre de 'campo de entrenamiento'. Este era Blueno queriendo quitarme directamente mi voluntad.
El frenético sentimiento de urgencia golpeaba mi cerebro, la rectitud del deber y a la vez la resignación de un trabajo que no querían realizar pero que sin embargo les tuvo que tocar. Había molestia, asombro, aprehensión, interés, miedo y curiosidad. El ruido blanco de tantas presencias comenzaba a sentirse insoportable otra vez, repuntando en un pick que no había sentido antes. Pensé que Enies Lobby era malo, pero estar aquí, con los nervios de punta, tratando de envolver la personalidad que había dejado salir sin escrúpulos antes, resultó ser contraproducente para mi estado mental de por sí volátil.
Respiraciones profundas, cantaba como un mantra. Respiraciones controladas, latidos controlados, mente controlada.
"La destrucción del astillero llamó demasiado la atención. Es mejor mantenerse al margen y pasar desapercibidos por ahora." Respondió Blueno, con calma. Pero su haki no mentía, y una nota de inquietud leve se asomaba y desaparecía intermitentemente, dudando de cómo sentirse en la nueva atmósfera. Si el hombre tuviera menos control sobre sus expresiones, un ceño fruncido se hubiera abierto paso en su rostro por la inseguridad de sus propias emociones.
Blueno era mucho más sensible de lo que dejaba ver.
"Así que, debería esconderme detrás de ti, quedarme callada y tranquila, suave y sin llamar la atención." Blueno abre la boca, pero continuo antes de que algo más saliera de él. "Quedarme bajo tus ojos, para que puedas vigilarme, controlarme, mientras tratas de ponerme una correa al cuello."
Una risa baja, demasiado baja para ser escuchada adecuadamente vibró en mi oído izquierdo. Dudaba que Blueno lo hubiera escuchado realmente, pero quizás el leve movimiento de los hombros de Jabra lo delataron cuando el más grande le lanzó una mirada. El hombre lobo estaba satisfecho, feliz por lo que estaba presenciando, como si hubiera estado esperando este momento durante un tiempo.
"¿Eso es lo que quieres, Blueno-san~?" El hombre me devuelve la mirada rápidamente, mi tono suave pero melodioso. Su haki se sacudió, y yo ni siquiera había soltado el mío ni un milímetro en todo lo que llevábamos de esta pequeña conversación para justificar la repentina reacción de alarma.
Eso no dejaba que fuera satisfactorio dentro de lo gracioso de todo el asunto.
Sensible en más de un sentido, al parecer.
Este gran hombre enorme se estaba sintiendo intimidado por una niña sin nada en especial. Cayendo bajo el peso de mi mirada y mis palabras. La rigidez natural perdida por otra de músculos tensos preparados para recibir un golpe, o darlo él mismo. Ojos agudizados esperando lo inevitable.
Tan solo que, lo inevitable en realidad era perfectamente lo contrario. No tenía pensado golpearlo ni nada cercano a una agresión física. Blueno seguía siendo un miembro del CP9, camarada. No me hacía problemas con cualquier otro, pero tanto Blueno como Jabra y los demás, eran casos especiales. Incluso si realmente quería partirles la cabeza en dos o cortarles la lengua por hablar de más, no podía olvidar que estos eran los compañeros que elegí para subir los escalones de poder cuando decidí seguir a Ryu y entrenar en esa condenada isla. No los desecharía tan fácilmente.
El haki de Blueno se consolidó, armándose de valor. "Mi misión es guiarte hasta Punk Hazard-"
"Hasta Punk Hazard, lo sé." Interrumpí, dando un paso al frente. La energía anticipatoria de Jabra empujándome, dándome alientos que no necesitada.
Así, más cerca de Blueno, me veía diminuta. Una hormiga frente a una montaña. Y aun así, el que parecía hundirse en sí mismo, no era precisamente la hormiga. "Entonces dime, Blueno-san, cuándo se te permitió darme órdenes."
Y por primera vez, permití que mi haki escapara frente a un camarada.
Era cuestión de tiempo, y honestamente, pensé que tendría que usarlo mucho antes que ahora, temiendo que estos compañeros mayores y experimentados, ya encerrados en su pequeño círculo trataran de excluirme del grupo. No pensé que tuviera que usarlo por una estúpida sobreprotección nacida de la nada, en un hombre que me había visto descartar la vida de una muchacha como si lanzara el corazón de una manzana a la basura, con los dedos ensangrentados y abrazada por el fuego.
¿Qué tan tonto y sensible podía ser un hombre así?
Con razón fue el primer idiota en perder contra Luffy. Y con tanta facilidad además.
La reacción fue inmediata. El sobresalto de Blueno fue seguido por gotas de sudor, sus labios firmemente en una curva caída se tensaron en una línea recta, las venas en sus sienes se abultaron por la presión que estaba ejerciendo en los músculos de su rostro, intentando y fallando miserablemente en mantenerse estoico.
Hombre tonto. Pensando que podía mantenerse firme con la fuerza de mi haki apuntando directamente a él.
No temblaba como lo habían hecho Rei y Asahi recibiendo este mismo nivel de intensidad, pero la tez morena había palidecido notoriamente. Su cuerpo alcanzando nuevas alturas de rigidez. Podía pasar un huracán y Blueno se mantendría aquí, en la misma posición, sin la ayuda de nada ni nadie. Ni siquiera su cabello podría despeinarse.
"No soy tu subordinada, Blueno." Continué derramando cada gota de intensión para que cada sílaba quedara grabada en su cerebro, para que no tuviera que repetirme. "No te atrevas a tratarme como a uno de ellos."
Sus párpados abiertos adecuadamente después de mantenerse siempre en esa caída somnolienta que le daban una sensación de apatía, dejaban ver los finos vasos sanguíneos de sus ojos esparcidos por su esclerótica, y llamando mi atención por lo bonito que hacían ver la expresión nerviosa del hombre. Él no podía ver mis ojos, pero yo sí los de él, y solo eso bastaba para que no pudiera despegar su mirada de la mía, oculta detrás de mi máscara. Se vio obligado por la intensión de mi haki a bajar la cabeza, y una sensación de regocijo burbujeó en mi pecho al verlo.
Jabra, a mi espalda, podía o no estar proyectándose en mí. Su haki era todo ondas salvajes, animadas, pidiendo furiosas más de lo que estaban viendo. Los empujes de aliento se habían convertido en abrazos de deleite y expectativas.
¿Y quién era yo para negarle esas expectativas a ondas tan efusivas?
Esta vez, teniendo más cuidado en la dirección y sentido, asegurándome que nada, o al menos lo mínimo, escapara más allá de Blueno; aumenté el peso, la densidad, dejándolo salir con la espesura y toxicidad del alquitrán.
El jadeo ahogado de Blueno justo antes de que cayera de rodillas fue aun mejor de lo que pude pensar que sería. ¿Tenía un fetiche con las personas de rodillas? Así parecía. ¿Me importaba? No realmente. Por lo que me reí tranquilamente mientras veía al gran hombre caer frente a mí, incluso si en esta posición seguía siendo más baja que él. La risa de Jabra haciendo eco de la mía.
Sí. No lo golpearía. No provocaría una pelea a lo bruto entre Blueno y yo. No trataría de causarle daño por mi enojo con el hombre y creciente molestia por el maso de información que estaba golpeando mi cerebro.
¿Una advertencia, sin embargo?
Estaba en todo mi derecho y dentro de los límites.
"Espero, sinceramente, que esto no se repita." Nuestros ojos todavía se mantenían fijos en el otro, así que, si bien Blueno no asintió adecuadamente como prefería, sus ojos fueron suficientes para mostrarme su aquiescencia.
Asentí para mí y recogí de vuelta mi haki. La atmósfera aligerándose considerablemente.
Incluso Jabra, que se había mantenido en silencio con su haki ondeando en vítores, relajó los hombros que había tensado inconscientemente. No estaba segura de si era por los remanentes perdidos de mi haki o por la situación en general, pero el hombre tenía los ojos brillantes, llorosos de alegría infinita.
"Qué-" Blueno jadeó, y se interrumpió a sí mismo con una respiración profunda, sus manos sosteniendo su cuerpo tembloroso.
"¿Qué fue eso~?" pregunté volviendo a mi Reinbofokkusu habitual, cabeza ladeada y sonrisa fácil.
Eso pareció inquietar aún más a Blueno, qué con renovado vigor se puso de pie, con dificultad y ayudándose del escritorio, pero de pie al fin y al cabo, que era más de lo que podía decir de las múltiples víctimas en las que utilicé la fuerza de mi presencia.
Él asintió.
"Eso fue una pequeña muestra de lo que puedo hacer. ¡Genial, verdad!" Aplaudí saltando sobre mis talones. "¡Me esforcé mucho en aprenderlo, así que espero que te haya gustado!"
"Oh, yo creo que le gustó mucho." Jabra dibujó una sonrisa en su boca, mirando directamente a Blueno mientras hablaba. "10 de 10, Ene-chan." Aprobó con fanfarria.
"¡Genial! ¡Repitámoslo otra vez pronto!" Reí.
"Por favor, no. Eso fue suficiente para mí." Habló Blueno, admirablemente sin titubear en sus palabras.
Su recuperación fue bastante rápida a primera vista. Si no pudiera percibir su haki aún inquieto y descolocado hubiera pensado que no fui lo suficientemente dura con él. No obstante, era como tenía que ser un agente del CP9. Incluso si su propia alma se estaba desmoronando frente a sus ojos, teníamos que mantenernos firmes y continuar hasta ganar. Y Blueno parecía tener una cara de póker más que excelente si ignorábamos el color desvanecido de su tez, y las gotas de sudor todavía ahí.
Volví a aplaudir atrayendo su atención a mí. "¡Sin embargo, todavía hay trabajo que hacer!"
Jabra me lanzó una mirada perpleja con una de sus cejas alzadas. "¿Qué es ahora?"
"Jabra-san, tenemos que cubrir el desastre que hicimos." Le medio susurré, claramente más un acto que cualquier intención real de mantener la conversación entre nosotros.
"¡¿Ah?! ¡No hay que cubrir nada, fue parte de la misión y ya está! Que otros lo arreglen ahora." arrugó su nariz, brazos cruzados y lanzándome toda su furiosa mirada de insatisfacción.
"¡Por supuesto que hay que cubrirlo, tonto Jabra!" Ignoré su balbuceo por el apodo. "Esos idiotas no podrían arreglar esto ni aunque fuera el patio de sus casas el que se estuviera incendiando."
"Entonces dime, pequeña Ene-chan, ¿qué planeas hacer ahora?"
Oh.
El atrevimiento del idiota.
"Voy a crecer a futuro." Mascullé en voz baja y frunciendo los labios de insatisfacción.
Jabra pareció encenderse aún más. "¡Ja! El día que alcances la parte superior de la nevera sin saltar, será el día en que dejarás de ser una enana."
Jadeé ofendida. "¡No salto! ¡Me estiro! ¡Hay una diferencia en ello! ¡Y ya soy lo suficientemente alta para alcanzar el congelador!"
"Sí. Con la punta de tus dedos." Contraatacó el muy bastardo.
"¡Tú-¡" Balbuceé, cruelmente refutada. "Tú-…"
"¿Yo qué?" sonrió con superioridad.
Respiré hondo, humedecí mis labios. "Al menos yo no tengo que rogarle a Gatherine-san para que me dé más de mis tartas de manzana." Solté con indiferencia, notando como al instante Jabra se petrificaba con los ojos abiertos. "Lo que no puedo decir de ti, diez veces rechazado-san."
"¡Gah!" Jabra se ahogó, mis palabras haciendo el trabajo.
Descubrir, recordar, que Jabra estaba enamorado de esta camarera fue entretenido. Enterarme que ya había sido rechazado nueve veces antes, y una más en mi presencia, fue aun más divertido.
Pero era cierto que teníamos un trabajo que hacer: Dar órdenes, para empezar.
"¡Ne~ Tú, el de la puerta!" llamo sin obtener respuesta además de la confusión. Jabra todavía intentando recuperarse, Blueno en ceremonioso silencio. Suelto un suspiro audible. "¡El que ha estado escuchando detrás de la puerta todo este tiempo, entra ahora mismo o te lanzo por la venta!"
El chillido que se oyó a través de la puerta fue seguido por el chirrido de las bisagras y una cabeza con gorra blanca asomándose por la puerta. "S-¿sí?"
"¡Entra!" ordeno con impaciencia, mi pie golpeando repetidamente el piso de concreto.
"S-¡Sí!" El marine entró, un novato a penas mayor de lo que era yo, con la mirada insegura y boca tambaleante, demasiado tímido para realizar correctamente el saludo apropiado de un marine.
"Ve por tu oficial al mando. Capitán… Aoto, ¿no?" dije, husmeando las firmas en varios de los informes alrededor. Si mis ojos pudieron o no desviarse al contenido de los papeles, no era necesario alguien lo supiera. Esto era todo descuido del oficial despreocupado.
"¡Avanza!"
"¡Hey, trae las cadenas! ¡Rápido! Este esclavo va a intentar escapar de nuevo."
El Manglar 1 estaba resultando tener una pequeña fuga de esclavos que intentaron aprovechar el escándalo de la zona de construcción. Disco mismo estaba de pie sobre una tarima en la parte trasera de la casa de subastas para mantener el orden. Afortunadamente para él, las explosiones y el humo no fueron suficientes para ocultar la torpeza de los esclavos y estaban siendo rápidamente capturados y puestos en sus celdas.
Sin embargo, había uno al que no había visto en un tiempo, inolvidable por su maldita terquedad e inconveniente rechazo a la autoridad. La primera vez que lo había visto a penas se mantuvo el recuerdo en su mente, acostumbrado a tratar con esclavos recién convertidos que rechazaban su nuevo destino. A algunos solo les bastaba con ver funcionar los collares que rodeaban sus cuellos una vez antes de volverse sumisos en todo su esplendor tembloroso y renuente, a otros les costaba más, luchando sin importarles morir con tal de alcanzar la libertad.
Número 3945 era del último tipo.
Tan solo que, habían pasado más de quince años y la lucha que daba nunca amainaba.
La primera vez que lo devolvieron, Disco no lo recordaba. Pero debido a su buen juicio en mantener los perfiles de esclavos en orden, hacer que uno de sus subordinados encontrara el de número 3945 no fue una tarea difícil.
Había leído su nombre: Taiga. Oriundo de una pequeña isla, pobre y sin nada en especial del Grand Line. Vendido por sus propios nakamas a los traficantes de esclavos, quienes lo revendieron a un alto precio en la casa de subastas. El informe decía que tomó tres meses sin comida ni agua para que número 3945 perdiera la mayoría de su fuerza y lograra estar presentable para ser vendido a unos nobles de un reino pequeño. Nobles que, cinco años después, lo volvían a revender en la casa.
Lo trajeron amordazado, herido y desnutrido, encadenado por los guardias que Disco presuntamente identificó como los del noble que lo habían comprado. El sirviente a un costado se burlaba mientras cantaba las órdenes de sus maestros: De vuelta a ser un esclavo porque no dejarían que muriera tan fácilmente, y que esperaban que fuera un Tenryubito quienes lo compraran para que aprendiera de una buena vez lo insignificante que era su vida.
Disco lo recibió, lo engordó un poco más e hizo que enfrentara una acción disciplinaria para los esclavos más rebeldes. Eran castigos que quebrantaban a los mejores hombres, pero número 3945 nunca agachaba la cabeza a menos que fuera brutalmente obligado o dejado lo bastante débil para resistir su propio peso. Y si se volvía a recuperar, la ferocidad con la que atacaba a los guardias de la subasta y al propio Disco, era igual al de un animal rabioso.
Sin importarle mucho el hombre, más enojado por los problemas que estaba causando que por la viva voluntad del esclavo a conseguir su libertad, Disco lo drogó y lo subastó haciendo promoción de su cuerpo a las mujeres nobles con gustos excéntricos y libido desvergonzado. Lo vendió por una buena cantidad, asegurándose de darle instrucciones escritas y detalladas al asistente de la mujer para que mantuviera a número 3945 drogado la mayor parte del tiempo sin tener que sacar un cuerpo muerto del lecho de la dama.
Al año lo traen de nuevo, de regreso y con una orden de castigo a Disco por vender esclavos defectuosos y agresivos. Disco tuvo que pagar mucho dinero y mover todas sus influencias dentro de la base marina para que lo protegieran el tiempo que demoraba en encontrar una solución, para mantener la cabeza pegada a su cuerpo y no separada por la espada del guardia que lo miraba con furia, proyectando el sentimiento de la mujer que estuvo a punto de morir por las manos del esclavo.
Una vez resuelto del problema, miró al esclavo, la cucaracha que por alguna razón se negaba a morir. Esclavos mucho más prominentes acabaron con una bala en la cabeza, el cuerpo partido en dos o sin cabeza por errores mínimos y, sin embargo, número 3945 seguía con vida, los mismos ojos brutales mirándolo con abierto desafío a pesar del cuerpo delgado y maltratado.
Disco podía haberlo matado ahí mismo, pero su sed de venganza por toda la situación que lo hizo pasar era más fuerte. Sin demoras lo vendió al mejor postor, recibió su dinero, nada en comparación de lo que había perdido, pero satisfecho al saber que el esclavo tendría que volver a servir de rodillas a los pies de los nobles a los que odiaba, y siguió su lindo camino dentro de la casa de subastas.
Creyó que al fin se había deshecho del bastardo, olvidándolo al fondo de su mente junto con los papeles de perfil más grueso que todos los demás al fondo de un polvoriento estante en la casa de subastas. Todo iba bien, perfecto para Disco. A la casa le estaba yendo bien y por tanto Doflamingo, a pesar de sus demandas extravagantes, estaba complacido.
Y dos años después, casi tres, número 3945 regresaba a ocupar su número dentro de las celdas de la subasta.
Más allá de las rasgaduras y suciedades en la tela, el cabello apelmazado, uñas mugrientas y cicatrices nuevas, número 3945 llegó bien vestido, con traje negro, camisa y chaleco elegante, el cabello largo y barba recortada. Disco evaluó que la sangre, las magulladuras, las cicatrices recién curadas, eran recientes. Y al tener una breve charla con el asistente de esta ocasión, Disco descubrió que número 3945 se había comportado por primera vez en todos estos años como un verdadero esclavo: tranquilo, silencioso, asintiendo a las demandas de sus maestros.
La risa que soltó frente al esclavo tras las rejas era a su vez irónica y extasiada. Los papeles que se acumulaban en su perfil revoloteaban en las manos de Disco con abierta burla. El dejo de vergüenza en los ojos del otro empañando la ferocidad que años antes le provocaba un estremecimiento.
Disco pensó que era suficiente. El hombre se había roto una vez, y un hombre roto dejaba de ser un hombre desde ese mismo momento. Ya no sería tan difícil hacerle entender su posición como esclavo. Una vez caído, no podría volver a levantarse con la misma confianza.
Era hora de que un verdadero noble acabara con su trabajo. Un Tenryubito tendría que bastar para que número 3945 al fin comprenda el destino de un esclavo y se apegue a ello.
Hizo los preparativos. 3945 ya estaba mejor cuidado de lo que recordaba haberlo visto alguna vez, la lucha seguía ahí pero no con la misma intensidad de antes, todavía tambaleándose del shock por su comportamiento estelar en la mansión del último noble. Disco no se quejó, esta vez tenía una idea. Pasó un tiempo hasta que pudo lograr lo que quería, entre cartas y cartas, invitando una y otra vez a uno de los Tenryubitos que siempre se mostraba interesado por una nueva pieza en su torneo de juguetes. Y una vez llegado el día, Disco estaba radiante de expectativas.
En una habitación cerrada, con guardias en las cuatro paredes y dos más en la puerta, en un escenario pequeño pero mejor decorado e iluminado que el más grande utilizado en la subasta, Disco, con la cabeza gacha y alabanzas tan dulces como la miel desbordándose de su lengua, hizo que sus mejores esclavos desfilaran. Todos ellos tenían algo en común. Fuertes, grandes, la medida justa de luchadores sin temer que pudieran atacar al Dragón Celestial.
Todos ellos eran nuevos a excepción de uno: 3945. Y Disco pudo maravillarse en el hecho de que, aunque dicho esclavo había atenuado su actitud rebelde considerablemente, de pie, al lado de todos estos hombres convertidos en esclavos a penas unos días antes, podría confundirse perfectamente con una adquisición nueva y fresca en la casa de subastas, no uno ya usado durante años. Alto, grande, y mirada desafiante. Seguía destacándose por sobre sus otros pares.
El Tenryubito lo compró de inmediato.
Disco sonrió durante años recordando ese momento.
Cada uno de los Tenryubitos era cruel a su manera, pero al que había invitado era especial. Mientras los otros utilizaban a sus esclavos como adornos, mascotas, sirvientes y transporte, este los cuidaba de una manera diferente, este tenía su propio coliseo en su castillo en Marie Geoise. No le temía ni se sentía disgustado por la rudeza de sus esclavos, más bien lo buscaba, siempre y cuando no se dirigiera a él.
Tomó a sus nuevos esclavos y enseguida ordenó los azotes a los que se atrevían a mirarlo, 3945 fue uno de ellos. Luego se levantó y marchó de vuelta a su hogar en lo alto sin otra mirada, dejando que sus guardias se ocuparan de transportar sus mercancías.
Los llevarían al coliseo, los harían pelear a muerte.
¿Eso no era lo que quería número 3945 con sus evidentes muestras de rebeldía? Pues eso es lo que obtendría. Podría pelear a sus anchas, matar a sus contrapartes corriendo hacia la ilusión de libertad. Podría dejar salir toda esa agresividad que fue obligado a mantener reprimida. Mientras hiciera feliz al Tenryubito, 3945 podría seguir con vida el tiempo hasta que otro más fuerte lo aplastara en la arena.
O al menos, eso es lo que esperaba Disco; que 3945 hubiera desaparecido para siempre de este mundo, muerto entre cuerpos sudorosos y rotos por órdenes del Tenryubito, acabado en su propia violencia, sus restos comidos por los peces o por el fuego. Disco no era quisquilloso en eso. Mientras el esclavo hubiera desaparecido al otro lado del infierno, él estaría felizmente agradecido. Después de haberse esforzado tanto por ese esclavo, de haber sufrido los reveses que provocó, era lo mínimo que podía haber recibido como compensación.
Entonces, alguien, por favor, dígale ¡¿por qué ese hijo de puta había regresado a sus manos cuando ya pasaron siete años?!
Lo peor, sin embargo…
"Ne~ ¿Quién es ese?" Una voz infantil, chirriante a pesar del volumen susurrante, lo hizo estremecer.
A su lado, medio oculta por una caja de embarque, la niña con máscara de zorro y cabellos azules preguntaba con la diversión evidente en su peligrosa sonrisa.
Disco tragó, sabiendo perfectamente de quien se trataba. No por nada ocupaba un lugar privilegiado en el inframundo y trabajaba bajo el mando del mismísimo Donquixote Doflamingo. Sus subordinados también habían informado de su avistamiento en la zona sin ley, justo antes de que explotaran los barcos en los astilleros, las herramientas de construcción cayendo ruidosamente entre llamas y más estallidos.
Reinbofokkusu estaba aquí. Haciéndole una pregunta a Disco.
Para ser honesto, era poca la información que se había obtenido de la nueva incorporación al servicio secreto del gobierno, el CP9, pero los escasos rumores describían sus habilidades a un nivel cercano al de Rob Lucci. No solo decían que era la versión femenina e infantil del temido Satsuriku Heiki, sino que también había estado viajando y cumpliendo misiones con él en el North Blue. Las noticias de una masacre nocturna en el Reino Granate fueron pasadas de boca en boca en el inframundo. Susurros de Rob Lucci aceptando una discípula, una pequeña niña con máscara de zorro y cabellos en constante cambio de colores.
Parecía ser que esta vez era el azul.
Cabellos azules.
Reinbofokkusu estaba ahí, de pie con el mentón apoyado sobre la caja. De frente, solo se verían el rostro medio oculto por la máscara, un puchero aburrido y uno que otro mechón azul bailando con el viento. Desde donde Disco estaba parado, se veía incluso menos intimidante: parada de puntitas y dedos juguetones haciendo subir y bajar un yoyo aquamarina, de vez en cuando girándolo sobre su cabeza en espiral descendente y ascendente.
Disco no sería capaz de replicar eso.
"Oye~ ¿no vas a responder?" se quejó, malcriada.
Disco salió de su estupor. "Ah, Sí." Resignado siguió la mirada de la agente extraña.
Vio a las decenas de sus subordinados llevando a los esclavos a sus respectivas jaulas, algunos con lista en mano haciendo el conteo y asegurándose de que todos estuvieran en sus lugares. Buscó con los ojos entrecerrados el objetivo de interés de la niña impaciente. Las jaulas con algún que otro gyojin, piratas, damiselas, bailarines, humanos sin importancias; cualquiera que pudiera haber llamado su atención, pero no vio nada más llamativo en ese montón de esclavos más que sus caras largas y llantos, gritos y empujes contra las cadenas.
Uno en especial haciendo más alboroto que los otros.
Cuando sus ojos se detuvieron en la jaula de número 3945, tratando de pasar desapercibido volvió su mirada a Reinbofokkusu preguntándose si no se estaba equivocando al respecto, si realmente era ese esclavo del que estaba interesada, pero el asentimiento descarado que le dio, sorprendiéndolo como si le estuviera leyendo la mente fue suficiente respuesta.
Disco humedeció sus labios.
Esta podría ser una oportunidad única, la manera perfecta en la que podría quitarse al esclavo de encima, esta vez para siempre.
El bastardo había vuelto mucho más fuerte, con músculos magros y cicatrices horribles en su cuerpo. Solo esta mañana, luego de que cierto guardaespaldas del gobierno lo lanzara como un bulto en las puertas traseras y dejara a un Disco atónito por las vistas, había escapado exitosamente de las cadenas y destruido el botón que daría la señal al collar en su cuello. Luego de eso había corrido, con la pierna medio rota por quizás sabe qué cosas había pasado, la espalda descubierta con la firma del Tenryubito a la vista y lengua afuera de inanición.
Y sin embargo, Disco no pudo dejarlo escapar, su orgullo puesto a prueba. Había demasiado rencor sobre 3945 para que dejarlo libre fuera una opción. Conociéndolo, el bastardo volvería con la fuerza recuperada solo para vengarse de Disco. Para empezar, nunca tuvo que volver, tenía que haber muerto allá arriba. ¡El Tenryubito tenía que haberlo matado en el momento en que se volvió inútil!
¡¿Qué hacía todavía vivo?! ¡¿Qué clase de fortuna divina tenía para siempre regresar cuando era obvio que estaría mejor muerto?!
Pero no iba seguir pensando en eso. Se le había presentado una oportunidad, no podía permitirse desperdiciarla así como si nada.
"¿Es ese de ahí?" Señaló con el dedo tembloroso, más por la expectativa que por la presencia de una figura importante y peligrosa en forma de niña.
"Mh." Asintió ella. "No apuntes." Y Disco bajó el brazo de inmediato.
La euforia, luego de su confirmación, estaba burbujeando en su estómago y subiéndosele a la cabeza. Se sentía vibrar de pie. No había forma en el mundo, en el inframundo ni el océano, de que 3945 sobreviviera al torbellino de una niña, máscara de zorro y cabellos azules, del poder en su espalda y la fuerza en sus dedos.
Con alegría se paró derecho, alisó su abrigo en un rápido movimiento y ajustó su sombrero y lentes. Abrió los brazos con una amplia sonrisa apuntando en la dirección de los esclavos. "¡Ese, mi joven dama, es EL HOM-"
"Baja la voz, mi agradable caballero~" cantó Reinbofokkusu, no sin un toque de advertencia. Su cabeza señalando a los esclavos y subordinados mirándolo con confusión, la niña oculta completamente por la altura sola de la caja de embarque en la que estaba colgando anteriormente.
Tosió detrás de su puño. "Lo lamento." Se disculpó haciéndole un gesto de despedida a los guardias de la casa de subastas, y continuó: "¡Ese es el hombre más fuerte que alguna vez hubiera conocido en mi larga trayectoria en este trabajo!" Dijo en voz baja pero tratando de transmitir todo el entusiasmo que tenía.
"¿Oh?"
"¡Déjelo semanas sin comer ni beber, y su fuerza aún superaría la de las bestias del mar! ¡Alto, robusto, mirada implacable! Un solo vistazo de este hombre hará correr a las manadas que resulten demasiada molestia para la joven dama. ¡Con el fin de que la joven dama no pierda su tiempo con basuras pequeñas, este hombre se encargará!"
"Eh." Respondió ella, nada más.
Disco se estaba sintiendo inquieto, creyendo que la atención de Reinbofokkusu se estaba desvaneciendo. Si no quería un subordinado, entonces ¿qué era lo que le había llamado la atención de ese ruidoso y desafiante esclavo?
Lo volvió a intentar: "Sus múltiples usos son variados y dinámicos. ¡Una mula de carga, una estatua de músculos esculturales, un guardaespaldas, un peleador natural, un juguete-!"
"¿Un juguete?" se animó Reinbofokkusu, su yoyo deteniendo su sube y baja por un instante. "¿Un juguete que sabe pelear?"
A Disco no tenía que haberle parecido tan lindo el gesto de inclinar la cabeza hacia arriba como un cachorrito, mucho menos tomando en cuenta que dicha niña era la discípula del gran Rob Lucci. Era una joven asesina y crecería para ser temida al igual que su maestro. Pero por unos breves segundos, el entusiasmo brillante casi lo hizo arrullar, olvidando completamente las implicaciones de la identidad de la niña.
Las carcajadas desmedidas de Jabra retumbaban en la oficina como trombones, el aire mismo temblando junto con el vidrio de las ventanas. Blueno se sacudiría o haría un comentario por los sólidos ruidos, pero estaba demasiado pasmado después de que Ene había salido, dejando en claro su posición en el equipo.
Jabra lo había sentido, no algo tangible ni visible, pero había sentido el cambio en el aire alrededor de Ene, algo más que simple energía o presencia; era lo que le había atraído de la niña en primer lugar. Un sentido de peligro, un pequeño depredador listo para saltarte al cuello si bajabas la guardia.
Normalmente, Jabra se habría sentido retado, amenazado incluso, como lo había hecho con Lucci después de que consumieran sus respectivas frutas del diablo, ambos luchando por su posición en el selecto grupo; por mucho que Lucci no lo admitiera. Era esta cosa instintiva, un olor o un sabor, un escalofrío que te recorría la espalda cuando veías a otro depredador preparado para lanzarse a por ti en cuanto te sintieras lo suficiente cómodo.
Así era Ene cuando la conoció, actuando toda linda, pequeña y burlona. Un zorro diminuto que sonreía con caninos afilados y tiernos, balanceando su cola detrás de su espalda incentivándote a jugar, a acercarte a ella y acariciar su cabeza chiquita. Pero ahí era donde el interés de Jabra se había despertado por primera vez, fuera de los rumores y las alabanzas cantadas por esos débiles y chismosos marines y agentes.
Lo que pasaba con Ene es que, sí, era linda, pequeña y una niña literal. Pero no era un cachorro. No. No era un cachorro de zorro como a los otros les gustaba pensar, como Kalifa había soltado mientras se quejaba en silencio porque la mocosa se había escapado de nuevo de sus sermones. Como Blueno había cometido el error de pensar ahora mismo. Ene era un zorro en todo sentido, depredador, mentiroso, estafador y travieso.
Y era un zorro salvaje.
Un zorro de los que te arañaban hasta sacarte un ojo si los tocabas sin consentimiento, de los que gruñían cuando tratabas de cogerlos desprevenidos, de los que te mostraban los dientes no para intimidar, sino para morderte y arrancarte una extremidad si tratabas de ponerle una correa. Y luego se irían entre risas de bocas ensangrentadas y ojos burlones de arrogancia.
Exactamente lo que Ene había hecho con Blueno. Le había gruñido, le había mostrado los dientes y luego estuvo a punto de morderlo. Jabra estaba seguro de que lo hubiera hecho si Blueno no representara un lugar dentro de la manada extraña en la que los ocho miembros se encontraban. De lo contrario, Jabra hubiera tenido que lanzarse a salvar al idiota y tratar de calmar los instintos del pequeño zorro como el mayor de la manada. Aunque también dudaba que pudiera hacer un buen trabajo en eso. Por demás, estaba aplaudiendo que el zorrito azul tuviera la suficiente consciencia para controlarse a sí misma.
"¿No es ella impresionante?" Había soltado entre risas.
"…Jabra." Blueno pudo o no haber gruñido una vez que salió del estupor. Increíble.
"Dime," Comenzó Jabra mientras sofocaba sus risas lentamente, y secaba las lágrimas que caían por el rabillo de sus ojos. "¿qué esperabas que sucediera?" preguntó burlón.
Blueno entrecerró los ojos en su dirección, y ya no eran de desaprobación como a esos idiotas les gustaba lanzar a Jabra, creyéndose por encima de él por la única razón de esconderse detrás de máscaras de indiferencias y actitudes secas. Y aún así, no eran capaces de darse cuenta de que la máscara blanca sobre sus ojos no era la única capa que Ene-chan llevaba encima. ¿Y qué decía de ellos que Jabra había sido el único en haberlo visto desde el primer día?
(Lucci también pudo haberlo notado, pero no iba a meter a ese bastardo en este momento tan satisfactorio después de todo.)
"¿Qué te siguiera como un patito? ¿Qué te llamara: 'Oh, Blueno-san. Por supuesto. Vigílame y enciérrame tanto como quieras para que te sientas más tranquilo.' 'Oh, Blueno-san. No te preocupes. Actuaré como tu mascota perfecta todo lo que quieras.'" Imitó con voz de niña, haciendo gestos y revoloteando sus pestañas.
Blueno se mantuvo en silencio, pero la indiferencia hace mucho tiempo que había salido por la ventana metafórica. Sus cejas se habían vuelto más prominentes debido a la fuerza con la que las fruncía, y sus manos en puños temblaban.
Jabra veía todo este cambio con regocijo. Bañándose en el deleite del enorme error de su compañero.
Había esperado tanto este momento y estaba tan absolutamente agradecido de tener la suerte de presenciarlo. Ver como una de las máscaras del pequeño zorro se hacía añicos frente a este montón de idiotas, o en este caso, al único idiota presente, después de haber confundido la renuencia a la seriedad de Ene-chan con la necesidad de mantenerla bajo control.
Ella iba a hacer lo que quisiera de un modo u otro. Ya sea desobedeciendo flagrantemente reglas en las narices de los superiores, golpeando a quien se revelara contra ella, o manipulando todo a su paso hasta que la opción que ella quisiera se hubiera abierto y tomado.
"Ah, Blueno. Tanto tú como los otros idiotas se equivocaron con Ene-chan." Suspiró Jabra, más calmado y volviendo a encaminar la conversación importante. "Es una mocosa. Pero harías bien en recordar que el pequeño zorro forma parte del CP9 por una razón," sonrió con dientes afilados. "y no es precisamente por ser una niña linda a la que todos quieren cuidar."
"…Pude haberme equivocado-"
"¿Pudiste?" rio Jabra. "No, amigo. Te equivocaste de aquí hasta el final del Nuevo Mundo."
"Y supongo que tú siempre lo supiste." La mirada acusadora que Blueno le envió no hizo nada para deshacer la sonrisa de Jabra. "Que Ene-san es mucho más de lo que deja ver."
"Qué puedo decirte." el encogimiento de hombros provocó una onda de molestia en el más alto. "Entre depredadores nos entendemos." Declaró con orgullo, hinchando el pecho y acicalando sus bigotes. "Dejamos que las ovejas jueguen y se sientan en paz antes de lanzarnos a ellas cuando tenemos hambre. La carne tierna siempre es mucho más deliciosa que una tensa y nerviosa."
"Ella no es un lobo, Jabra."
"No." Asiente sin sentirse ofendido por la actitud detrás de las palabras. "Pero es un zorro."
Y que zorro más entretenido que era.
N/A:
Ejem Ejem
En realidad no tengo mucho que decir ahora xd
Espero que hayan disfrutado del capítulo, y que siempre estoy atenta a sus comentarios.
;)
