PIRATE JOURNEY

-Aceptación-

Un sonido le molestó.

Un sonido repetitivo y agobiante.

Tantas cosas le desagradaban, y le desagradaban aún más cuando ocasionaban que despertase.

Se removió, sintiendo su cuerpo pesado, cansado, pero mucho mejor de lo que recordaba del último momento en el que estuvo consciente. Se quedó quieta un momento, acostumbrándose a su alrededor, sintiendo las pieles sofocándola, el abrigo en su cuerpo con un peso agobiante, y la sensación de su cuerpo sudoroso bajo su ropa.

El solo pensarlo le molestó y se vio obligada a moverse, sobre todo cuando el sonido volvió a oírse, y al fin entendió que era.

Ronquidos.

Se levantó de donde estaba, su cuerpo apenas siendo capaz de salir de las frazadas sobre ella, y ahí, en su lugar, se dio cuenta de donde estaba. Era el cuarto del capitán, era su cama. Miró hacia abajo, hacia el peso que la mantenía atrapada en la cama, y notó las pieles, notó la tela cubriéndola, y no solo eso, si no que la chaqueta de la mujer también estaba ahí, ayudando a mantenerla caliente.

Sabía que esa era la mejor solución para una fiebre, pero ahora se sentía sudada y asquerosa, y en ese lugar no podría darse un baño de espuma, con suerte llovería o se tiraría al mar por un baño salado con huevos de calamar.

El ronquido se repitió, fuerte, y se forzó a mirar alrededor, buscando quien estaba haciendo esos desagradables sonidos.

La mujer estaba ahí, sentada sobre la silla frente a su escritorio, su mesa de trabajo, las botas apoyadas sobre la madera. Esta estaba de brazos cruzados, el sombrero habiéndose caído sobre su rostro, tapándoselo casi por completo, y notó también como estaba equilibrando su cuerpo en dos de las patas de la silla, y no entendía cómo es que no se caía.

Empezó a sentir un golpe de culpa al verla así, durmiendo sobre una incómoda silla, mientras ella, una desconocida, un juguete, una prisionera, estaba durmiendo cómodamente en su cama. Esta no tenía por qué darle aquel beneficio, pero lo hizo a pesar de todo.

Le inculcaron que los piratas eran personas malvadas, que ocasionaban caos a donde sea que fuesen, que robaban y mataban sin compasión, y vio rasgos similares en la mujer, pero, también vio rasgos muy humanos, amables, buenos.

Y no había pasado mucho tiempo, pero en ese corto tiempo, logró ver facetas que creyó que no encontraría en piratas, en delincuentes marinos.

Ni siquiera en su propia familia.

Trepó fuera de la cama, sintiéndose incómoda en su ropa, pero al menos, al salir de esa prisión en la que despertó, ya empezaba a sentir menos agobio.

Caminó despacio donde la mujer, sin saber qué hacer, que decir, como despertarla, como agradecerle.

No debía olvidar sus modales, y aunque nunca hubiese tenido que hacer algo semejante, más bien, las personas bajo ella debían hacerlo, agradecerle, debía acostumbrarse a aceptar que no era la mujer de antes, si no que ahora era una nueva persona, y si no quería volver a aquel infierno, debía aprender a adaptarse.

Pedía humanidad de los piratas, y ella se sentía incluso menos humana que ellos.

Y eso debía cambiar.

"Disculpa."

Pero solo recibió un ronquido en respuesta.

Esta parecía haber quedado sorda con la sola intensidad de sus propios ronquidos, y le parecía algo lógico que ocurriese.

Respiró profundo, se paró recta, y se preparó.

"¡Capitán!"

La mujer dio un salto, sus botas levantándose de la mesa, la silla temblando, su cuerpo removiéndose exaltado, y la vio a un segundo de caerse estrepitosamente. Y de nuevo, tal y como el día anterior, se vio por inercia acercándose para sujetarla, para ayudarla, pero no fue necesario. La mujer recuperó el equilibrio, quedando con los pies sobre el suelo, y su cuerpo bien sentado en la silla, y le parecía algo digno de un milagro.

El sombrero fue lo único que no tuvo la misma suerte, este cayendo sobre la mesa, y de nuevo agradecía que no hubiese vela encendida ahí encima.

Notó a la mujer removiéndose, soltando un largo bostezo. Se veía tan normal así, despeinada y con su ropa desarreglada, bueno, no normal, si no más pirata, no tan capitán, era difícil de describir.

Los ojos la miraron, plateados, perezosos, observándola minuciosamente. Los notaba rojizos por la falta de sueño, o tal vez por la cantidad de alcohol que bebió, pero no se veía enferma ni nada, debía estar demasiado acostumbrada a beber para no padecer algún síntoma desagradable. Su madre tenía una habilidad semejante.

Esta rápidamente se alertó, mirándola, parándose de golpe, ciertamente emocionada de verla viva, pero rápidamente la vio poner una mueca de dolor, mientras que se sujetaba la cabeza, claramente sufriendo. Sin cuidado alguno puso tanto la mano de carne como el garfio sobre su cráneo, y temió que el metal lograse atravesar su cabeza, no quería ver un espectáculo así.

No, ciertamente si sufría síntomas desagradables por beber, y esperaba que solo fuese dolor de cabeza, y nada más, que, si la veía vomitar, de seguro vomitaría también.

Esta le dio una mirada, sus ojos resignados.

"Necesito un trago."

¿Qué?

No sabía cómo esa mujer lideraba esa embarcación con lo estúpida que era. Además, su voz aun sonaba arrastrada, al parecer ni siquiera estaba lo suficientemente sobria para considerarla una persona decente.

"Por supuesto que no necesita un trago, eso solo va a empeorar el dolor."

La mujer la miró, ahí, parada frente a ella, y se vio intimidada con la postura de esta, pero rápidamente su expresión cambió de la dolorida a la divertida. La mano de carne en el cabello rojizo se movió, yendo hacia ella, hacia su cabello, y se vio dando un salto, pero no pudo decirle nada.

Debía recordar su lugar.

Si quería vivir, debía evitar desafiar su destino, por mucho que le diesen ganas de cortarle la otra mano a esa mujer.

"Al parecer ya estás mejor, pequeño kraken, creí por un momento que tendría que tirar tu cuerpo por la borda, de nuevo."

Ja, ja.

Si, le cortaría la mano que le quedaba y le taparía la boca con esta.

Frunció los labios, sin ocultar su molestia, y la mujer solo soltó una risa, divertida, mientras le quitaba la mano de encima, y si, la noche anterior estuvo vulnerable, por eso le causó agrado el tacto de la mujer, pero ahora solo le causaba rechazo.

Esta se movió, caminando por el lugar, y la miró de reojo, notando como caminaba gracioso, como un cangrejo, y sabía que era a causa de dormir en esa incomoda silla, y se movía incluso más erráticamente que lo usual ante los movimientos del barco. De acuerdo, le parecía una mujer desagradable, sí, pero debía admitir que agradecía que esta fuese así de buena con ella, buena a su extraña y borracha forma.

La capitana buscó su chaqueta tirada en la cama, y se la puso encima, mientras se estiraba, soltando otro bostezo para nada agraciado, luego se fue hasta un baúl que tenía al lado de la cama, buscando algo que no encontró, porque la escuchó soltar un quejido gutural, pero no se rindió en su búsqueda, yendo hacia otro mueble, abriendo uno de los cajones, para hacer otro sonido similar.

Finalmente, esta se quedó de hombros caídos, hasta que otra idea llegó a su cabeza, y ahí silbó.

Fuerte.

Muy fuerte.

Un pitido quedó resonando en su oído, y quiso cortarle la mano una vez más.

Esta la miró, los plateados observándola, divertidos de nuevo, emocionados incluso, mientras le hacía una seña para acercarse, y agradeció que esta la llamase ahora y no hace unos segundos o ese silbido de seguro la iba a dejar sorda para siempre ante la cercanía.

Y ya estaba ciega de un ojo, quedarse sorda ya sería un mal chiste.

Le hizo caso a la capitana, acercándose, parándose a su lado, y la mujer, de una patada, abrió las puertas de su camarote, saliendo directamente a cubierta, enérgica, y por el movimiento que hizo, perdiendo la estabilidad con la patada, le dio la razón en su teoría de que aún no estaba sobria en lo absoluto.

Quizás nunca la vería sobria, no le tenía la mínima pizca de fe.

No pasó mucho para que uno de los piratas corriese hacia su capitana, una botella en su mano, llena, y el ánimo de la mujer creció, viéndose feliz, y sin dudarlo abrió la botella y le dio un sorbo. Notó como el pirata que le dio la botella, lucía también feliz al darle en el gusto a la mujer, y en realidad esta debía ser muy buena en lo que hacía para tener a todos mimándola.

Ahí recién la mujer se dio vuelta, mirándola, y se acercó. Dio un salto, notando que lo que se acercaba a su cuerpo, en particular, era el garfio, ya que la otra mano estaba firme en la botella. Por supuesto que preferiría apuñalar a una persona antes que soltar la botella, y de nuevo, no sabía qué clase de líder era esa mujer, pero no podía creer que fuese lo suficientemente buena.

A pesar de su miedo, el garfio no la lastimó, pero si lo sintió en su espalda, o al menos el metal que unía la pieza con la carne, y ahí, esta la empujó, haciéndola dar un paso al frente.

"Compañeros, su esfuerzo no fue en vano, la chica ha vivido."

La capitana habló, fuerte, su voz resonando por todo el barco, y ahí notó las caras levantándose desde todos los rincones del puente, la tripulación acercándose. Y le sorprendió como todos lucían aliviados. No había muecas de desagrado, ni de molestia, todos se veían o tranquilos o aliviados, y de hecho, vio al hombre que le dio a beber el extraño remedio, de noche le pareció intimidante con la gran cicatriz que pasaba por todo su rostro, pero ahora, que lo veía de día, y con una sonrisa en su rostro, le pareció un sujeto normal, agradable incluso.

No podía jugar a las personas por como lucían, porque ella misma lucía aterradora, sus muecas siendo la principal queja de muchos de los hombres con los que tuvo citas arregladas, y ahora, con su rostro marcado, no tenía duda que debía verse aún peor.

Se vio chocando miradas con el hombre, y no supo que decir, que gesto hacer, así que simplemente asintió con el rostro, y este contestó de manera similar. Dudaba poder comunicarse del todo, ya que ya había escuchado a varios y la mayoría tenía acentos extranjeros o acentos demasiado gruesos y no podía descubrir lo que le querían decir.

Los ojos plateados la observaron, y solo se dio cuenta porque esta le dio un empujón leve con el brazo, llamando su atención, ya que, desde ahí, no podía verla, estando ahora en lo que sería su punto ciego por el resto de su vida. Cuando giró el rostro, se topó con una sonrisa en el rostro de la mujer, una sonrisa más genuina que esas muecas burlescas.

"Creo que ya te aceptaron como parte de la tripulación."

¿Qué?

¿Era así?

Eso era ridículo, ¿Cómo la iban a aceptar tan pronto?

Iba a decir algo, iba a preguntarle, una parte de ella queriendo quitarse de la cabeza la idea de que los piratas eran mucho más acogedores que su propia familia, pero no pudo decir nada, ya que escuchó unas pisadas rápidas por el puente, y desde la puerta del otro lado del barco, salió el hombre grande de la noche anterior, el cocinero.

Este se veía animado también, mientras que traía consigo dos platos de comida, y cuando llegó a su lado, se los pasó. Era claro que era para ellas, pero claramente el capitán tenía su única mano ocupada con su botella así que no iba a priorizar la comida antes que el ron.

Le agradeció al cocinero, asintiéndole, sin saber que más decir.

"Gracias, justo nos estábamos muriendo de hambre."

Pudo saber lo que la capitana dijo, pero lo que el cocinero le respondió no pudo captarlo del todo, algo de que se les había pasado la hora o algo así, y de inmediato la mujer giró el rostro, buscando el sol, y notó en esa una expresión sorprendida.

No era extraño, la mujer debió quedarse hasta tarde para cuidarla.

"Hora de trabajar."

Esta se estiró de nuevo, su botella ahora en lo alto, y cuando la bajó volvió a tomar un sorbo mientras dio unas zancadas para subir al puente de mando, y se vio siguiéndola por inercia, haciendo equilibrio con los platos y con los movimientos del barco, que eran leves, pero peligrosos si subía las escaleras.

"¡El desayuno!"

Pero a la mujer le importó bien poco sus palabras o los platos en sus manos.

Ya ni siquiera quería agradecerle.

Llegó arriba, y ahora veía a la mujer moverse por el timón, mientras miraba alrededor, observando la posición del sol, completamente acostumbrada a su labor.

"El hombre que te dio el remedio casero, solía ser un curandero cuando vivía en tierra firme."

Le sorprendió la información, y que la mujer comenzara a hablarle de la nada, sin aviso alguno, sin mirarla siquiera, y se vio buscando al hombre aquel por el puente, y lo notó moviendo un barril con otro de los piratas.

"¿Cómo es que un curandero terminó viviendo en un barco pirata?"

Preguntó, lógicamente, pero le sorprendió, y le causó enojo, el ver como la mujer giraba el rostro para mirarla y darle una sonrisa burlesca.

"¿Interesada por tus futuros compañeros?"

No creía que fuese interés, pero si era curiosidad. Sabía historias de delincuentes que dejaban las ciudades y se subían a barcos, así que mucho más no sabía. Creía que todos tenían pasados oscuros y fechorías en sus haberes.

Se vio negando, intentando no mostrar en su rostro lo mucho que le molestaba esa mujer.

"Simple curiosidad, es sabido que los que tienen tu bandera no son nada más que criminales, y que me hables de un curandero, suena a mentira."

La mujer no dijo nada, pero notó como su expresión cambió, como dejó la sonrisa absurda y simplemente miró hacia el frente, su garfio firme en el timón, modificando el rumbo con el suficiente cuidado para que el barco no diese un giro brusco y se menease más de lo que ya lo hacía.

Quizás no debió decir eso, sabiendo ahora que la mujer estaba ahí no porque fuese un criminal, sino porque fue una niña vendida a los piratas, y por eso se había convertido en uno. Aunque, ahora era claro que esta si se había convertido en un criminal al final, pero si se crio con piratas, no tenía duda que iba a terminar siendo uno.

"Intentó proteger a su mujer en un asalto, pero no lo logró, y quedó con la marca para siempre en su rostro."

Se quedó callada.

Se quedó inerte.

La voz de la mujer sonó normal, sobria, pero sabía que no era el caso, solo era otra cara de la capitana saliendo a la luz.

Se vio buscando de nuevo al hombre, encontrándolo ahora con una moledora en la mano, al parecer triturando algún tipo de hierba, mientras hablaba con otros dos piratas. Era un curandero, conocía las hierbas, sabía cómo tratar enfermedades, heridas, y por lo mismo la había ayudado, y ahora no tenía duda que él también debió ser parte de su rescate, tratando lo que quedó de su ojo.

"Éramos personas normales, con vidas normales, pero tienes razón, somos criminales, hemos hecho cosas horribles para el beneficio de la comunidad que tenemos, para sobrevivir en alta mar cuando en tierra firme nos abandonaron, pero no significa que seamos monstruos."

Volteó a mirar a la mujer, y esta miraba al frente, sonriendo, mirando a su tripulación, a su equipo, a sus compañeros de vida, mirando el horizonte, hacia el destino que al parecer había trazado con el timón, las velas moviéndose, dándole poder al barco, y notó de inmediato como la velocidad aumentó, obligándose a ponerse firme para no caer.

No era quien para juzgarlos, y de nuevo se volvía a regañar a sí misma.

Sus propios padres eran personas reconocidas y alabadas en la alta sociedad, pero no eran más que asesinos, egoístas asesinos. Usando sus medios para conseguir más, para llenarse los bolsillos a costa de todos los demás, incluso siendo capaces de asesinar a sus propios hijos.

Sus padres eran los verdaderos monstruos.

Dudaba que pudiese encontrar a alguien tan vil como lo eran ellos.

No, sus padres sin duda era lo peor que se encontraría en ese vasto mundo.

"Bueno, pronto llegaremos a un sitio para buscar provisiones, que el ron se está acabando, así que ahí podremos darte un buen par de botas para que no andes así."

Se vio saliendo de sus pensamientos, bajando la mirada, topándose con sus pies descalzos, y por un momento olvido que esa era su nueva realidad.

Le agradaba la idea de tener botas.

No soportaría caminar por el barco en tacones, se caería todo el día.

"¿Crees que pueda darme un baño de espuma en ese lugar al que vamos?"

La mujer la miró, sonriéndole, animada.

"Mejor que eso."

Y la mujer la guio hasta la habitación, y al parecer ya podrían comer.

Se estaba muriendo de hambre.

Y ahora de impaciencia para darse un largo baño.

Quizás vivir así no era tan malo.