Disclaimer: Historia que sabemos, nada de lo que puedan reconocer es mío.

Advertencia: Esta es un fic que menciona temas delicados, como guerra, abuso, desnudos, alcohol...


Al caer las armas

MissKaro


Parte II


Elsa amaba como a nadie a su pequeño bebé, aun cuando su existencia había sido sorpresiva y llevarlo en su vientre y parirlo había sido un martirio, a causa del estado de inanición y desamparo que había tenido hasta enterarse de su venida.

Ningún término o frase eran suficientes para definir el afecto que le tenía a su hijo, ni la gran unión que sentía por su hermana o sus padres era equiparable o le ayudaba a hacerlo; era simple, el lenguaje no contaba con la manera correcta para expresarse como madre. Incluso era abismalmente distinto a la sensación de la primera vez que se había movido en su seno o al momento en que se lo colocaran en brazos tras nacer, o cada pequeño instante que lo tenía.

Todos los días era amor por su criatura.

Era increíble que casi muriera con ella y que hubiera temido predominara el rechazo hacia su padre, borrado en algún momento del camino.

Resultaba tan extraño. Johannes estaba ahí por contribución del hombre que no soportaba y que casi le había arrebatado lo que más amaba hacía años, pero eso se había ido de su cabeza, a diferencia de varias mujeres arruinadas por la guerra con las que Elsa se había cruzado, víctimas de miserables que las sometían cruelmente en un breve paso de sus territorios.

Aquellas jóvenes obligadas a parir no tenían la misma clase de sentimiento que ella, y se preguntaba por qué era diferente, a veces creyendo que era su papel en esa borrosa intimidad, otras no.

Siempre sería un misterio. Ahora bien, lo cierto era que agradecía la llegada de Johannes a su vida, como la contribución del padre para ello. No iba a recriminarlo, aceptaría el mismo destino si el final era tener a su niño, sabiendo que cualquier cambio lo eliminaría del plano terrenal.

Razón de ello era haberlo nombrado igual que el hombre con quien compartía carne, independientemente de si este formara parte del cuadro o estuviese de acuerdo. Era su manera de mostrar que no renegaba de lo sucedido y que estaba en paz con esa situación en el libro de su vida.

La llegada de su bebé la había salvado.

No obstante, esperaba que Hans decidiera abrazar a su hijo del mismo modo, especialmente con el ánimo que le había dado notarlo diferente. De los pocos minutos compartidos, parecía ser menos intolerable que en el pasado, suponiendo esperanzas para Johannes, la máxima de sus prioridades.

Podrían volverse amigos y criar de la forma más conveniente (civilizada) a su hijo.

Y le dolería que lo rechazara, aunque si se iba ahora, ella encontraría la solución para darle un mundo maravilloso a su bebé, sin que echase en falta la otra persona que le engendrara. Hacer lo contrario sería otorgarle demasiada importancia y energías a alguien que no lo merecería, más de las que ya había gastado en dudas.

—¿Cuánto tiempo tiene? —finalmente habló Hans, sacándola de sus reflexiones personales.

Le pareció conmovedor que su tono sonara afectado, en el punto favorable. Parecía esconder admiración, ternura e interés, no desdén, apagando la mayor fuente de nervios de ese encuentro.

Sus ojos lagrimearon, demostrando lo emotiva que seguía después del parto, y que era normal según la matrona y el doctor.

—Cinco semanas, se adelantó un poco —aclaró con la voz entrecortada, recordando los minutos en que ambos habían estado por morir, más que nada él, al tardar en respirar y llorar.

—Por eso es tan pequeño —manifestó Hans con un matiz afectado. —¿Se encuentra mejor?

—Sí, se alimenta bien.

—Pensar… que no lo habría conocido.

La mano de Hans se movió dubitativamente hacia él, parándose en seco al último momento.

—Elsa… tengo las manos teñidas de sangre —murmuró bañado de inseguridad, sonando con una fragilidad muy alejada del Hans que había conocido.

Lo comprendía. La guerra cambiaba a todos… de forma buena o mala.

—Estoy sucio y él es puro —aseguró trémulo, empuñando sus manos hasta ponerlas blancas, sin escapársele lo poco cuidadas que lucían en sus palmas.

—Yo también maté —expresó en tono roto, caminando hasta posarse a su costado. Ella no había querido hacerlo, había sido inevitable al defenderse en una asquerosa afronta humana.

—Fue diferente, tú no quisiste estar ahí, no tenías un objetivo como el mío…

—¿Al final importa? No somos como los que sanaban con sus manos. —Tentativamente posó dos dedos en su brazo, no familiarizada con él y sabiendo lo sensible al tacto humano que se ponían algunos de los ex combatientes. Él se giró para mirarla. —Cuando le sentí moverse en mi interior tuve el mismo temor que tú… contaminarlo… pero… pero también descubrí que era el motivo para esforzarme por tener mis manos limpias, mi mente sin rencores, una vida en calma, y… y que todo era un aprendizaje para que sus días sean buenos y no le enseñe a cometer mis faltas. Yo ensombrecí mi vida por él, así espero evitarle un destino similar. Tenía que llegar así a él.

No se había dado cuenta que las lágrimas escurrían de sus ojos, hasta que lo vio soltar una propia, con la visión borrosa.

—Elsa… ¿Por qué?

Ella frunció el ceño, sin entender lo que quería saber.

—Pasaste años encerrada, traté de matarte, dañé a tu hermana, te obligaron a… tú no debiste. Vivir todo eso… Y estás consolándome. ¿Por qué? No ha sido justo para ti.

Pestañeó sorprendida de esa aseveración.

—Otros la han pasado peor. Me entristecen algunas cosas de mi vida, pero hoy tengo una fuente inagotable de alegría.

Él negó con cara de incredulidad.

—Venía dispuesto a pedir perdón, quería hablar contigo y darte la libertad. Estoy arrepentido y no soy una persona digna a tu lado… Fui un joven estúpido al dejarme llevar por la ambición. Pude cortejarte o valorar a tu hermana; en cambio, sembré más semillas de veneno en mi cuerpo… Hoy, lo único que vale la pena de mí, me lo has dado tú…

Hans le tomó desprevenida al arrodillarse a sus pies.

—Lo lamento, Elsa. —En su rostro, dominado por sus ojos verdes, observó un sentimiento que robaba falsedad a sus acciones. —Siento todo lo malo que te he hecho desde que te conocí… hacia ti he cometido terribles actos y ninguno te has merecido, tú o cualquiera. Con la guerra, descubrí que eliminar a dos personas y mancharte las manos por motivos ruines era un error; soy un cobarde por tomar caminos deshonestos para perseguir mis metas, solamente pensando en mí… Necesitaré más de una vida para dejar de estar en deuda contigo. Y con otros. Para ser mejor y ganarme el seguir aquí… el tener a alguien a quien llegar…

» Quiero creer tanto, tanto, en tus palabras, Elsa, que yo tuve una vida sucia para no perturbar la de Johannes, mas él no merece mi pasado. Todas mis acciones pasadas se amontonan sobre mí. ¿Cómo podré explicarle que traté de matar a su madre? Descubrirá el coraje por culpa de mi perfidia, ¿y si las palabras inadecuadas lo vuelcan a ti, justificándome? Lo más correcto que podría hacer es alejarme y dejarlo contigo, exiliarme para que le digas que… que su padre murió y pueda negarse la identidad de este, que lo protejas de todo lo que significo. El mundo se olvide de mí y no le hable de un hombre indigno que lo engendró.

Hasta entonces estremecida por su manifiesto, se puso en guardia al escuchar lo que competía el futuro de su ser más preciado. Podía otorgarle su perdón por sus obras, que aún no había sido mencionado, puesto que eran hacia ella y no le costarían sucesos que había dejado atrás, pero pondría todo su corazón en lo tocante a su hijo.

—¿Es la decisión que tomarás? —cuestionó sin impregnar su voz de demasiada dureza. Se había preparado para ello, aunque su cambio de actitud le había dado una mínima esperanza de que era rescatable al futuro de Johannes.

No se engañó. Admitió una parte de sí veía la razón en lo que decía, pero ella no mentiría sobre las cosas y criaría a su pequeño para ser comprensivo, amoroso y seguro al ir por el mundo, que sabía no era muy bueno.

Él rio con desgana, apenas haciendo ruido.

—He dicho que podría ser lo más correcto. Sé cómo se siente que tus padres no te quieran y tu familia te desprecie. Nunca le haré pasar por eso. Y conozco mi naturaleza, me preguntaré todos los días qué predomina de mí en él, cómo sería de padre, qué no tienen las demás personas y que solo yo puedo enseñar, lo que no me gustaría que fuera y que al irme no podría evitar. Me molestará que no sepa quién soy. Por eso me esforzaré en mejorar, porque quien he sido hasta este día no es alguien bueno y no quiero que prevalezca mi egoísmo en su vida, sino que me importe él con su propia individualidad. Aprender a amarlo… porque ya siento algo fuerte por él, pero no sé lo que es el amor, nunca lo he tenido.

Elsa no le dijo que parte de ello era la intención que estaba sincerándole en aquel instante, donde ella ponía uno de los cimientos para confiar en él, una persona cuya falta de amor le había orillado a la destrucción de su alma.

—No seré como mis padres o el sujeto que has conocido, te pido ayuda para no caer… Y… y siento no poder cumplir con uno de los objetivos que traía. Quería librarte de mi presencia.

Se encogió de hombros, sintiéndose más calmada que en mucho tiempo.

—Llevo meses pensando en que podríamos cultivar una amistad por Johannes. Él es mi prioridad ahora, Hans, la única condición que tengo entre tú y yo es su bien. Si… si la guerra ha hecho mella en ti y has decidido ser un hombre mejor, me alegro por ti, sinceramente, pero también agradezco que lo hiciera, por nuestro hijo. Quiero que se vea en él lo que dices… elijo estar dispuesta a creer en ti; no defraudes esa confianza, Hans, porque si intencionalmente es lo contrario y lo perjudica, conocerás a la peor Elsa que pueda existir, que tu pasado le temería.

Hans suspiró de alivio al juramento de ella, sin arrepentirse que las emociones del día lo hubieran hecho desentrañar su persona ante alguien más; había servido para comprobar que era una mujer sin comparación, piadosa y respetuosa de su ser, como la indicada para tener el lugar de madre de su hijo, si alguna vez hubiese pensado en descendencia.

Y era una segunda persona por la que ser más fiel a su compromiso de mejorar. No podía decepcionarla, como a Johannes; se trataría de una vergüenza peor a su historial… sobre todo porque era una segunda oportunidad, la cual milagrosamente obtenía, como una puerta abierta hacia un hogar.

Si hacía las cosas del modo adecuado, se ganaría quien le prodigara afecto y un sitio al que pertenecer, de la misma manera que intentaría serlo para Johannes… y para Elsa. Ella ahora era imborrable en su vida y en cada paso que diera también la contaría.

Sería un camino difícil, la batalla más ardua de todas.

Como todo, tenía un comienzo, y era el que iba a tomar en ese instante.

—Gracias —emitió ronco, preparándose para ponerse en pie y encarar de nuevo a su hijo.

Elsa asintió amablemente.

—Vamos, levántate, se van a dormir tus piernas.

Él rio entre dientes, no por lo dicho, sino de lo gracioso que era coincidir en sus próximas acciones. Con cuidado, elevó una de sus rodillas y procedió con la otra, sintiendo un poco de tensión en el pecho al erguirse.

Cogió aire y su mirada acudió de nuevo a su hijo, todavía sin creer que la situación hubiera obrado de esa manera. Dormía apacible, sin haberse perturbado por la emoción derrumbando a su padre a escasa distancia suya, ni el completo cambio de relación que se había establecido entre sus progenitores.

Johannes, repitió, resultándole asombroso que se llamara así.

Se inclinó, recordándose que sus manos se harían dignas de sujetarlo, y con esmero lo sostuvo entre el moisés, en un primer momento sintiendo que un peso de roca lo retenía. Tembló por dentro, consumiéndose por una sensación innombrable, mientras de a poco alzaba a su hijo de su sitio de descanso.

Lógicamente le reconoció liviano, pero su conciencia lo abrumó con una carga de responsabilidad que le dio pavor, no por las consecuencias amenazadas de Elsa, sino lo que sabía podía ocurrir si erraba otra vez.

Acunó a Johannes contra su corazón, asumiendo con fuerza la posesividad que le produjo su contacto estrecho. Su bebé se acomodó, como si reconociera que el toque pertenecía a alguien con un lazo fuerte hacia él.

—Sabes hacerlo —apreció Elsa suavemente.

—Aunque no quería, desde pequeño me hicieron coger en brazos a parientes de corta edad. —Y hasta ahora servía para su ventaja.

Contó las respiraciones de su hijo; delineó su nariz, temiendo que sería larga como la suya, y llevó su dedo al pequeño puño de bebé, inmediatamente abierto para atraparle.

Johannes abrió sus ojos, que eran de color gris, advirtiéndole que estaba despierto.

—Soy tu papá —expresó con la voz entrecortada, encontrando un nudo en su garganta al señalar ese parentesco.

Sintió la presencia de Elsa a su derecha.

—Un gusto conocerte. Johannes, como yo.

Una mano invisible arropó su corazón al observar una sonrisa en el rostro de su hijo. No obstante, esta vino acompañada de un jadeo de Elsa.

—Es la primera vez que sonríe.

Quiso pensar que le regalaba algo, de los momentos que ya se había perdido en esas semanas, o en el tiempo que estaba en el seno de su madre.

Elsa acarició la cabeza de su pequeño, musitando cosas igual de tiernas que su mano moviéndose. Johannes se giró al sonido de su voz, alargando sus labios para mostrar sus encías rosadas. Él estuvo momentáneamente extrañado, por la poca costumbre de presenciar un amor materno sin contenciones por el decoro.

—Mi cielo, qué bello te ríes —murmuró su esposa.

Hans se acercó a su rostro, sonriendo al sentir el aroma único de su hijo, antes de besar su frente.

Lo siguió observando, junto a Elsa, sin cansarse, hasta que la nariz de Johannes se arrugó y empezó a llorar.

—Tiene hambre —indicó ella, pidiendo por él con sus brazos.

Se lo entregó, no con el reclamo de la posesión, como habría esperado. Tal vez la naturaleza del cuerpo era sabia, consciente de que entregarlo a su madre, para alimentarlo, no era peligroso a sus propios deseos.

—¿Quién le da de comer? —preguntó, empezando a despertarse la curiosidad sobre su pequeña criatura, ahora que ya lo había apreciado visualmente durante tiempo indefinido.

—Lo hago yo misma. —Elsa le sorprendió con su respuesta. —Para ser sincera… me sentí feliz de producir leche a pesar del curso de mi embarazo y el sitio donde recibí la bala, así que no quise desaprovecharlo. —Ella acarició la cabeza de su hijo con amor mientras la veía moverse a un sillón junto a la chimenea, notablemente señalando su prioridad al momento, sobre seguir hablando. Ese cariño materno le era tan nuevo de observar y lo maravilló. —En las primeras semanas necesité ayuda de una mujer del pueblo, porque él requería mucha leche para fortalecerse, pero ahora le va bien solo conmigo. Y, hasta donde sé, mi madre también nos alimentó a Anna y a mí, así que no hay comentarios extrañados ante mi proceder, o el de mi hermana.

Incluso sin que la fenecida reina sentara un precedente, no sería la primera cosa con la cual las hermanas rompieran el molde de la aristocracia, en la cual raras veces la progenie era nutrido por quien le diera a luz. En realidad, era diferente el hecho de que Elsa compartiera sus aposentos con el bebé, pues generalmente los recluían en otra ala del hogar con las amas de cría, hasta alcanzados los años que andaban y no necesitaban cambio de pañales, pasadas las presentaciones de los primeros días.

La mortalidad de infantes era grande, y muchos de esos hijos eran obligación, por lo que quizá no buscaban acercarse a un ser que no sobreviviría el comienzo.

Se le paró la respiración, sintiendo un terror extendiéndose en sus miembros como calambres, presentado a esa posibilidad de fallecimiento. No tenía ni un día conociendo a Johannes y no quería perderlo, aunque ya estaba familiarizado con ese apagar eterno, frecuentado en el campo de batalla.

Y no porque estuviera cansado de la muerte, sino que Johannes era suyo, su hijo, un alma indefensa y tan nueva en la tierra.

Pero arrebatárselo sería la lección perfecta de El Creador.

¿Lo haría a costa de Elsa?

—Tampoco cuestionan que paso mucho de mi tiempo con él, de lo que Gerda me releva cuando lo pido.

Martillado en su sitio por sus pensamientos, escuchó a Elsa terminar, al tiempo que la veía colocar una manta sobre su pecho, ocultando a Johannes.

—Debería irme —comentó, sin querer hacerlo.

—Puedes quedarte —indicó Elsa, apartando la mirada de donde escondía a su hijo. —Ya… —La vio sonrojarse y apartar los ojos. —Has visto… aunque… eh… siempre acostumbro a cubrirme, aun a solas.

Él asintió débilmente.

—¿Qué pasa?

Parpadeó asombrado de su pregunta.

—Luces asustado. ¿Es tan insólito y crees que no le hace bien?

A una parte suya le desanimó que su preocupación no fuese interés hacia él, mas era comprensible.

Lentamente caminó hacia ella, dudoso de exteriorizar su temor. Se decidió al recordar el difícil tiempo que había tenido desde el nacimiento de su hijo, que le daría experiencia en el tema.

Se dejó caer en el otro asiento, mirando hacia la mesa entre ellos para no enfocar su atención en la manta blanca en ella, si bien era consciente de lo que sucedía; cerca, se alcanzaba a oír la succión del bebé.

Alzó la vista para cruzarse con la de Elsa.

—¿Cómo haces para…? No muchos bebés alcanzan la edad…

Una sombra fugaz empañó sus ojos antes de hacerla suspirar.

—Aunque lo espío durante toda la noche… y el día. Su existencia entera me da esperanza; se esforzó por estar entre nosotros, es luz en tiempos oscuros. Johannes es un luchador, tengo fe en él.

Con todas sus fuerzas, deseó se demostrara.


Aquella noche y muchas de las que siguieron, Hans permaneció en una vigilia que no era nueva, pegado a la puerta de Elsa para escuchar el menor ruido, alerta para lo que se necesitara, aun si era ignorante sobre lo que podía hacer. Simplemente no se quería sentir de manos cruzadas en un escenario cáustico.

…además, todavía no se confiaba para hacer otra cosa que dormitar.

Abandonado el campo de batalla no conseguía acostumbrarse a la relajación del sueño, ni siquiera tras meses lejos. Seguía con la sensación de que no debía descuidarse y Johannes le daba la excusa perfecta para ponerlo en práctica. Por no mencionar que temía caer en un descanso tan profundo que las grotescas imágenes de sus siestas se tornaran en largas pesadillas.

Su cuerpo y razón no aguantarían por mucho, querrían un cambio; ya entonces se las arreglaría.

Por otro lado, la calma de Arendelle, como la de Johannes, estaban haciendo mella en él, permitiéndole comer con menor apresuramiento y recelo del envenenamiento. A diferencia de la última vez allí; el día de su boda había cometido un error al apenas ingerir bocados de lo que veía a otros consumir, optando por abrir botellas de alcohol, libres del toque ajeno y engaños a su famélico estómago, que de alguna manera pedía comida en el asco que sentía diariamente.

Respecto a los demás habitantes del castillo, no podía decir mucho. Prácticamente su rutina diaria consistía en encerrarse en el dormitorio de Elsa, con su hijo y ella (cuando esta no tenía que vigilar a su sobrino), solo interrumpida por sus asuntos privados y las comidas, con algunas visitas del tímido Agnarr y Olaf. Anna no estaba allí, habiéndose ido antes de su llegada, para reuniones de paz en el extranjero, como sabía por explicación de Elsa, al indagar brevemente por ella para pedirle perdón. En tanto a Kristoff, rara vez lo había visto; de acuerdo con Olaf, este no había conocido a su bebé, por detalles personales con la guerra, principalmente que era como un desconocido para su propio hijo, con el cual trataba de ir estableciendo una relación, y que ya no tenía a su reno, un motivo de peso para unirse a la guerra (entendía había sido uno de los dañados años atrás).

En lo referido a Elsa, hasta el momento, sus conversaciones eran en torno a Johannes, pero sabía que tarde o temprano se tendrían que aventurar a otros temas, como conocerse y congeniar con otra razón que no se tratara de su hijo. No estaban obligados a amigarse, sino que haría mejor su convivencia interesarse por la vida del otro.

O él se decía eso, porque de pronto sentía inquietud hacia lo tocante a la mujer que permanecería como su esposa. En el fondo se mantenía el deseo de contarla en su hogar, un asunto que lo había "derrumbado" el día de su llegada.

En pocas palabras, su enfoque máximo era su hijo, sin importar que el dormir dominara sus actividades.

Podía comenzar de esa forma, más tarde intentaría montar a caballo o mezclarse en la muchedumbre. Ahora estaba muy bien con sus costumbres, sospechando que era otro de los cambios que había tenido; las frivolidades y el querer destacar, buscar oportunidades para ganar beneficios de terceros, parecían un capítulo dejado atrás. El hastío había ganado.

¿Qué más llenaría sus días, aparte de Johannes? Lo desconocía.

Pero algo llegó a sumarse a su tiempo sin que se diera cuenta cuándo. Primero su esposa se volvió un rompecabezas, un objeto de observación, y armar una lista de lo que representaba ella, en palabras y actos, comenzó a ser un pasatiempo que incluso llegó a calmarlo en momentos de inquietudes.

Y no porque conversara de sí misma, sino que empezó a clasificar sus maneras al hablar, el contenido de sus palabras y la forma de expresarlas, familiarizándose con su diálogo a tal modo de que podría replicarlo en el libreto de una obra teatral, y darle una idea de qué podría decir ante alguna situación, previniendo el futuro, toda vez que le frustraba equivocarse.

Ella fue su mayor enfoque, aunque de a poco lo complementó con las contadas personas a su alrededor, invitado por la curiosidad de hacer lo mismo con otros, obligándole a mezclarse unos minutos más con los demás.

El discurso y él siempre habían guardado una estrecha relación y le satisfizo levemente no haber perdido eso, por mucho que le disgustara conservar partes de ese quien detestaba. Era un distractor bastante efectivo de lo agobiante que llegaba a su cabeza y las frases eran la forma con la que trataba de ser una mejor persona para su hijo y esposa, eran el medio para acercarse a su propósito de ser digno y merecer la oportunidad llegada a sus manos.

Pensaba, cuando Johannes fuese capaz de recordar al hombre que llamaría padre, sería alguien respetable.

Y ese momento estaría pronto frente a sí, porque su hijo crecía rápido. Tanto, que sus horas del sueño en el día disminuían, mientras que los estragos de las pocas horas que Hans "descansaba" comenzaban a notarse.

Le molestaba, porque podía interactuar más con Johannes, pero empezaba a cabecear y temía caer de bruces con su hijo en brazos… o peor aún, que el deseo de su cuerpo de dormir lo hubiera vencido y despertara creyendo seguir en la guerra o que todo lo que vivía ahí en Arendelle estuviese siendo un sueño.

¿Y si en realidad lo era?, pensó Hans recostado en la cama de sus aposentos, con los ojos abiertos y conscientes de los pinchazos naciendo en sus miembros. La vida apacible que estaba teniendo en Arendelle era demasiado idílica como para existir más que en su mente; nunca, ni de niño, había estado en un entorno sin tanta amenaza rodeándole —sin contar las de su cabeza, por supuesto—. ¿O lo había tenido y no lo recordaba?

¿Lo habría atrapado el enemigo y en su tortura estaba imaginándose esa nueva experiencia de "hogar"? ¿Seguiría postrado en su lecho herido, creyendo cosas que no eran por el delirio de la fiebre? ¿Estaría muriéndose y sus últimos momentos eran el cruel castigo de mostrarle lo que pudo haber tenido?

¿O se encontraría en la celda familiar, pensando en un futuro distinto al que tenía, si hubiera tomado una decisión distinta al encaminarse a Arendelle?

Bufó amargamente, tachando esa posibilidad. El despreciable sujeto que quería eliminar no reflexionaría de ese modo, solo maquinaría su venganza hacia quienes no tenían culpa, inventando excusas tontas a su proceder.

—Así es, por ello has salvado a Elsa, para ganarte el respeto que perdiste al intentar matarla a ella y a su hermana, aunque no te lo mereces por mandar a un hombre a envenenar a su pueblo, queriendo cobrar el pasado —aseguró con maldad, escuchando el sonido de las balas, espadas y gritos a lo lejos—. Y porque planeas obtener su confianza para vengarte cuando menos se lo espere. Ese eres tú, Hans, no lo niegues. No trates de engañarte como lo haces con los otros, Hans. Lo sabes, Hans. ¿O no, Hans?

Un estallido cerca lo hizo brincar, accionándolo para coger su arma en el bolsillo. A su derecha vio cómo la cabeza de un hombre se partía y buscó un sitio para protegerse, sin dejar de hablar consigo mismo.

—Vamos, Hans, contesta. ¡Hazlo!

Jadeó con fuerza, al tiempo que escuchaba de nuevo su nombre, ahora pronunciado por una voz distinta a la suya.

—Elsa —dijo de golpe, percatándose que conocía ese tono. —Es mentira, yo no envié a nadie a dañar a Arendelle, no quiero vengarme —manifestó al tiempo que abría los ojos y la veía parada junto a su cama. —Lo que has escuchado no es verdad.

Hans la sujetó de las manos frenético, incorporándose del colchón. Elsa, conmocionada todavía por los temblores que lo había visto tener en sueños, no pudo detenerlo para calmarlo, como había estado tratando de hacer durante varios minutos.

Él le abrazó, jurando repetidamente que sus palabras eran falsas y ya no le haría daño, con el cuerpo trémulo y sudado del horror que había estado pasándole, el cual ella podía comprender.

También había tenido pesadillas por culpa de la guerra.

Compuso sonidos de consuelo, arrullándolo como habían hecho con ella otras veces, sabiendo que hasta no tranquilizar a su raudo corazón, ninguna de sus palabras entraría a él. Le sorprendía, empero, que el incidente de él no hubiera desembocado uno suyo; tal vez la existencia de Johannes seguía ganando en mantenerla con paz. No cantaría victoria, estaba segura que viviría el resto de sus días con ese horroroso capítulo de juventud, mas creía que permanecía en lo tormentoso del comienzo.

Se tensó al escuchar el llanto de su bebé, lo que le había despertado en primer lugar. Su cuerpo se había habituado a levantarse en las horas que él tendía a comer, si bien ya no era constante, pero al cambiarle su pañal y notarlo completamente dormido, lo había dejado, justo cuando los quejidos de su esposo habían sido notorios.

Frunció el ceño, dubitativa, antes de apartarse de Hans y cogerle la mano. Sabía la importancia de no dejarle solo ahora; era peligroso para sí mismo y los demás.

—Vamos. —Él la siguió en silencio, y ella habría estado más atenta a su rostro si no tuviera a su pequeño como objetivo.

Se aseguró que Hans se sentara en la cama y acudió a su bebé, quien se durmió después de una escasa toma de leche, sin inmutarse por la tensión que parecía provenir de su otro progenitor, cuyas respiraciones fuertes iban espaciándose poco a poco.

Ella se limitó a sentarse a su derecha, callada. Con las semanas desde su llegada, apenas estaban comenzando a conocerse, no confiaban en el otro, ni podía decirse que eran amigos, pero tampoco iba a dejarlo abandonado después de una pesadilla.

Asimismo, no creía que fuera mal recibido; estaba demostrando la intención dicha, de centrarse en lo mejor para su hijo, y hasta ahora se había comportado decentemente, al punto que ya se encontraba más relajada en su presencia.

Gracias a esa reducción de su tensión podrían haberse aminorado sus amargas consecuencias de la guerra. No era como los desagradables tiempos de guerra, martirizada por los desagradables invitados que debían tener, ni teniendo que obligarse a justificar sus silencios para que no la creyeran loca, o diariamente invadida por cosas perversas.

Él no la presionaba y eso era lo que más requería en esos momentos, teniendo en cuenta que estaba recuperándose de un embarazo difícil, al que precediera una pérdida de sí misma y un combate.

Posiblemente sin saberlo, le ofrecía lo que le hacía mejor, y agradecía su presencia tanto como necesitaba la de Johannes.

—¿Hablé en voz alta mientras dormía? —preguntó Hans rompiendo la quietud.

Lo miró de reojo; él no separaba la vista del moisés.

—No lo hiciste.

Elsa titubeó.

—Cuando te desperté… hiciste alusión a dañar a Arendelle…

Hans se frotó el rostro, asintiendo.

—No tengo la menor idea por qué. Soñé… me responsabilizaba por el atentado contra tu pueblo. Te juro por Johannes que no lo supe hasta que sucedió.

Su intuición, más allá de que se respaldara en su hijo, le llevó a decir:

—Te creo.

Él suspiró de alivio.

—Ni quiero vengarme… la guerra me enseñó mucho sobre el poder y al ver las estúpidas acciones que suceden por ella, me di cuenta de lo que yo hice.

—Lo sé.

No lo admitía porque estuviese vulnerable, sino ya segura de la decisión que había tomado en su arribo. Había elegido creer en él, pero finalmente era un hecho.

(Y algo cambió a partir de entonces.)


Evidentemente, el Hans que había querido ser rey no le daría importancia a sus hijos, como la que le confería en la actualidad a su Johannes, pero valía la pena comparar lo que habría sido su vida de continuar como antes.

Haber obtenido la corona… una responsabilidad así de alta implicaba sacrificios inmerecidos. En el presente se sentía conforme con su estatus, tras el regreso de Anna, sabiendo que en una vida diferente le habría correspondido una obligación como la de ella, que tenía meses lejos de casa, de Agnarr, y no podía evitarlo. Siendo rey, habría tenido que perderse mucho tiempo de su hijo; si bien, reiteraba, no ignoraba que el Hans de otrora apenas y pensaría en un vástago suyo, del modo que lo habían hecho sus padres… y muy distinto a lo que sugería Anna, rebosante de amor por el pequeño.

Y este, el chico, habría de acostumbrarse, pues él mismo tendría muchas cosas que considerar cuando supliera a su madre —esperaba que no viviera una guerra—, aunque Hans sentía cierta pena por él, dado que su progenitora tenía asuntos ineludibles y su padre difícilmente lo miraba, abstraído del mundo como consecuencia de su participación en el frente.

Las vueltas que daba la vida, reflexionaba, aun escéptico de que le estuviera sonriendo después de sus actos. Era más afortunado al poder acompañar a su hijo y tener una relación con su esposa presente, solo lidiando con las demenciales memorias de lo vivido en conflagración.

O eso quería pensar, principalmente de cara a la ceremonia homenajeando a los caídos por el combate, tanto dentro como fuera de las tierras de Arendelle. Un memorial que Anna había organizado para realizar tan pronto tuviese arribo a su reino.

Sus pensamientos eran parte de la vergüenza de encontrarse en el fúnebre evento, de pie junto a Elsa y cargando a Johannes, mientras se preparaba a nombrar a aquellos que ya no estaban allí y serían extrañados, recordados por las obras hechas. Se sentía como un farsante, una burla, cuando en verdad lamentaba el perecimiento de muchos por culpa del poder.

De los que se habían alistado, ¿con cuántos se habría cruzado en el campo de batalla, sin oportunidad de detenerse a conocer a todo su bando? ¿A alguno le habría protegido la espalda inadvertida y pasajeramente, o viceversa?

Se adueñó de él impotencia.

Parpadeó inspirando y en ese momento Elsa se acuclilló para hablar al oído de su sobrino, ubicado a su derecha, sosteniendo la mano de Olaf. No alcanzó a escuchar sus palabras, pero al incorporarse ella lo miró a él, toda vez que frotaba la espalda de Johannes.

—Tenlo en cuenta también, por favor —le pidió trémulamente, manteniendo la aflicción en sus ojos, que había estado ahí desde temprano, o quizás al comienzo de la semana, a partir del regreso de su hermana.

Asintió, antes de pensarlo, extendiendo su mano para sujetar su codo y darle un pequeño apretón.

Ella le agradeció en silencio y se dio la vuelta para subir al estrado, donde tomó posición a la izquierda de su hermana, flanqueando a la reina con Kristoff, el cual permanecía con la mirada perdida en el horizonte. Detrás de ellos, una placa de piedra, repleta de nombres, presidía un jardín de esculturas en honor a los perdidos, con copias de los objetos más significativos para los que habían muerto.

En fechas recientes serviría para el recuerdo de sus seres queridos y en el futuro generaría preguntas en los próximos residentes del reino, y así no se olvidarían.

Como el egoísta que era, se cuestionó si alguien lo habría conocido bien para saber qué colocar ahí… si incluso le hubiesen considerado en Arendelle.

…Lo triste, ni él mismo sabía qué objeto lo representaría.

Anna comenzó a hablar, teniendo un discurso breve y educado sobre la pérdida comenzada desde la intromisión a sus tierras. Acabó pronto al señalar que no era la indicada para hablar ese día —porque Elsa únicamente había estado al borde de la muerte—, cediendo la palabra al General Jürgensen, quien había subido a esa categoría al morir su antecesor. El platinado se dedicó a mencionar a los que habían caminado en el reino y no habían partido a las lides con él, a los que había conversado y saludado al ser miembro de la guardia, como a con los que sí le tocara luchar codo a codo; hablando de los valores humanos, la añoranza y el aprendizaje que dejaba lo sucedido.

A continuación, el obispo versó del descanso eterno, se realizó un cántico en nórdico y uno a uno se leyó el nombre de las víctimas, momento en que el llanto ya no era silencioso.

Viendo la confusión e incertidumbre de Agnarr, pese al arropamiento de Olaf —y sabiendo que tranquilizaría a Elsa—, Hans se colocó detrás de él y puso una mano en su hombro, de lejos notando la gratitud de sus parientes cercanas.

Finalmente, Elsa y Kristoff develaron la placa y todos guardaron silencio.

Esa quietud perduró a lo largo del día, aunque el cielo otoñal era claro, el viento fuerte y los animales circularan. Fue un día de bajos ánimos, que Hans terminó en el balcón del dormitorio de Elsa, contemplando el manto estrellado.

Así lo encontró la rubia. Ella volvía de los aposentos de su hermana, después de que esta le hubiese pedido unos minutos para platicar.

La había dejado más tranquila; había estado llorando por su situación, que infringía a Elsa dolor, especialmente por no saber cómo arreglarlo. Anna la había acompañado en su padecer, a pesar de que ella no había expresado en voz alta muchos de sus sentimientos, y sentía que debía devolverle ese apoyo y fallaba por su falta de soluciones.

A veces creía que la verdadera guerra iniciaba al acabarse la pelea. Esta era como una máscara que precedía a algo peor, esperaba no con muchas facetas.

¿Nunca se terminaría lo malo?

Por Johannes, quien dormía plácidamente —aun ajeno al mundo real—, añoraba que sí. Por él, se esforzaba en ser optimista, cambiando su constante visión negativa del futuro, cultivada por su infancia y reforzada por la guerra.

—¿Qué sucede?

La pregunta de Hans fue suave y sincera, con una actitud que había perdurado en los más de cuatro meses que tenía ahí. La acomodaba a él, convenciéndola de haber tomado el camino correcto y demostrando que el esfuerzo podía rendir sus frutos.

Hasta comenzaba a pensar en que su esposo se convertiría en su amigo, cuando alguno de los dos tomara la iniciativa de ir más allá de lo superficial. Conversaban, sí, pero quedaba un trecho para la confianza que formaba parte de la camaradería.

Quizás él no sabría el modo. Tal vez no entendía que las necesidades de ella habían cambiado, no debía haber tenido en quién apoyarse, o no se sentiría con el derecho a hacerlo, consciente de su pasado. Descartaba el que no quisiera, porque le había visto mirar a otros con una necesidad no manifestada.

No era desapercibido para ella que en todos esos meses nadie le hubiese escrito. Era su penitencia, y la respetaría si no hubiera un hombre cambiado ahí. Era una de las más afectadas por él para juzgarlo y condenarlo, pero había dejado de ser necesario.

Por su parte, ella no sabía cómo empezar ese vínculo. No temía abrirse a sí misma o exponerse, ya no, porque había ofrecido a su valor más preciado, que era Johannes, y comprendía que el lazo entre ellos era distinto, mas tenía la certeza que Hans no la dañaría, por su repercusión hacia su hijo. Su titubeo era a la forma en que él lo tomaría, si habría un problema por la culpa e inseguridad que cargaba.

Suspiró.

—Anna está preocupada por su familia. —Sin exponer los detalles confiados a ella, prosiguió—: Debe lidiar con estar de nuevo con un esposo que lleva años sin ver, que fue a la guerra y no es el mismo, y darle a conocer a un hijo que para ella misma también es un poco extraño… le robaron tiempo con Agnarr. Puede sentirse excluida y egoísta, porque ella no estuvo activamente en el campo y que lo suyo no importa.

Hans permaneció callado.

—Gracias, porque sé que le has pedido perdón por el pasado… creo que eso le quita una carga, en lo que a mí compete.

—No me lo agradezcas, tenía que hacerlo. Me alegro que sirva para algo más. Espero… no tengo ni idea de qué aconsejar, espero… lo suyo se resuelva.

—Sí, por todos —replicó, sin impregnarlo de una certeza que no tenía.

A falta de más palabras por el momento, lo imitó en su observación de los astros, encontrando placidez en ello, requerida en un día complicado como ese.

—¿Sabes qué observamos? —continuó él, en el tono amable que empezaba a asociarle.

¿Habría intuido que necesitaba el cambio de tema? No rio, se imaginaba que él tampoco tenía ese humor.

¿Antes habría admitido su ignorancia?

—Eres Almirante, ¿por qué me preguntas? —repuso frunciendo el ceño. —¿O entendí mal?

—Creo que sí, ahora supongo que no estabas mirando.

—Disculpa, tenía la mente en otra cosa. Respondiendo a tu pregunta, sé muy poco, por el mes, ¿Casiopea?

Hans puso una mirada lejana y agitó su cabeza.

—¿Te gustaría identificar con mayor facilidad? —cuestionó dubitativo.

A su contestación de acuerdo le siguió una charla bastante instructiva sobre su inteligencia y fue una pena reconocer los años perdidos de esta en los objetivos equivocados.


Hacer de la Navidad un evento animado, en beneficio de los más pequeños de Arendelle, había sido un sacrificio para una comunidad doliente. Las expresiones cariacontecidas en la reunión con el público no habían podido disimularse, si bien comenzaban a atisbarse señales de esperanza en sus almas, mientras animaban a los retoños a poner ilusión en una fecha que, en sus tierras, representaba a la familia.

(No olvidarían, pero la vida continuaba, el reloj no se detenía excepto para el muerto.)

Para Hans, minimizar el día habría resultado sencillo, puesto que en las Islas del Sur ese tiempo era otra manera de presumir estatus, recurriendo a la ostentación de sus vidas actuales y logros en esa concentración de parientes; era el momento perfecto de mostrar su opulencia para atraer la envidia de los otros. Sin embargo, invitado e impulsado por Elsa, pensando en Johannes —y Agnarr—, había tomado en cuenta aquella celebración… incluso si ella misma no estaba para algarabía, dadas las circunstancias de su hermana.

Aun con la poca capacidad del bebé de entender el mundo a su alrededor, a su esposa le había parecido importante que él tuviera un atisbo de lo que era la Navidad, donde estar juntos era lo único que valía la pena. Debía sentir a su familia con él, que era amado, y que esta se regocijaba por tenerlo seis meses entre ellos.

Visto de esa manera, no existía motivo para abstenerse. Hans amaba a su hijo; una mañana se había despertado sabiendo que era eso, e iba a pasar su existencia demostrándoselo, como no había ocurrido con él. En consecuencia, se había sentado con Johannes a desenvolver obsequios inocuos, cuyo fin era que los llevara a su boca y dejasen de molestarle sus nuevos dientes.

No era tan malo, pensaba mientras Elsa se hacía con su hijo y giraba en la habitación, cantándole un villancico, coreado por Agnarr, Olaf y Anna, quien trataba de disimular que no miraba a la puerta, por la cual su marido se había escurrido minutos antes, después de que el mayor de los niños recibiera de él un juguete de madera tallado.

De haber tenido un ambiente remotamente similar en su infancia, Hans habría esperado con ansias la Navidad.

—Johannes agradecerá tener la interpretación de un ángel —halagó al término de la rubia.

Agnarr gritó a favor y Elsa hizo una ceremoniosa reverencia, que ocasionó una risita en Johannes ante el balanceo sometido, como aplausos de su sobrino y muñeco de nieve.

Acabada otra melodía, Anna anunció que iría por unas galletas preparadas para todos, las cuales fue a buscar en compañía del que nunca cesaba de ayudar, Olaf. Por su parte, Elsa se sentó junto a él y del mismo modo que Hans, se dedicó a observar a Johans chupando un muñeco de tela, subrepticiamente supervisando a Agnarr, bastante concentrado en su caballo de madera —para pena del que lo oyera, diciéndole al objeto que era un regalo de su padre y que serían buenos amigos, a fin de hacer sentir orgulloso a su progenitor y que algún día jugara con él.

—¿Quieres que lo cargue? —se aventuró a ofrecer a Elsa, pensando que querría acercarse al otro niño.

Ella negó con ojos entristecidos, acariciando el cabello de su hijo.

—No importa cuantas veces lo haga, lo hagamos. No es lo mismo. Es pasajero, no es lo que quiere ni necesita —susurró en un tono muy bajo, cuidando a los oídos del menor. —No… no borrará la realidad. Creo que… le hace más daño. No lo sé, si estoy bien en pensar así.

—No sé si decirte que es lo mejor, y ya he estado en su lugar —replicó, sosteniendo el pie de su hijo para tocarlo y recordar que no estaba repitiendo esos errores.

En cuanto a sus palabras; Elsa estaba en una posición parecida a algunos sirvientes, quienes se acercaban a él, pero Hans lo había percibido como lástima y había huido a aquellos actos; y aunque les ahuyentara, a veces deseaba que se acercasen a él y se arrepentía de alejarles o de siquiera desearlo. Pero sus recuerdos solo llegaban a cierta edad superior, no la de Agnarr.

Suspiraron a la par.

—Probablemente esto sea lo último que quieras escuchar un día como hoy —habló Elsa, indicando con su mirada el árbol decorado.

Recordó no haberle dicho explícitamente que la fecha no era lo suyo, cuando le había expresado antes su falta de ánimo por el día, que ella debía haber aludido a los acontecimientos de últimos años.

—La Navidad para mí nunca ha sido un día familiar o alegre, hasta ahora, no ha tenido nada de especial. Umm… Más bien… no debe ser agradable para ti arruinar la felicidad de tu Navidad.

—Han sido pocas las felices que he tenido, para ser verdad —confesó Elsa, perdiendo su mirada en la nada, dejándole atisbar que no era tan predecible como creía al comienzo de su estancia. —No recuerdo mucho de las que precedieron a cuando me aislé con ochos años, y después de mi coronación fue poco el tiempo de paz. Y temo que en el futuro sean contadas…

—Haremos lo posible para que no lo sean —juró, satisfecho que compartiera sus aflicciones con él, que empezara a tenerle confianza. Era una conducta esperanzadora, para un no merecedor de esta.

Interrumpiendo su viaje al pasado, Elsa giró su rostro hacia Hans y asintió, de acuerdo con la seguridad de él sobre las vivencias que darían para Johannes, a la vez que presentía la inclusión de ella, hasta él, en aquel panorama.

Permanecieron callados después de esto. Al cabo de un rato, notó que Anna no regresaba, haciéndole suponer que habría ido a reclamar a Kristoff, porque las galletas ya debían estar listas.

Sabía que sería en vano, porque él no se esforzaba en poner de su parte, cuando menos por su hijo, como lo hacían Hans y ella. Era difícil el salir del campo de batalla, pero tenía de dónde sujetarse y luchar contra los pesares que dejaba la guerra. Por supuesto, su experiencia podría haber sido más traumática que la suya, pues ignoraba al completo lo vivido por él, hermético del tema desde su arribo a Arendelle… lo que entendía.

Abandonó de golpe sus pensamientos al oír un estruendo en la puerta. Se sobresaltó un poco, a diferencia de Johannes, que no se inmutó en sueños, y Hans, quien brincó como si fuera a huir, con cara de pánico.

—¡Lo siento! Mi caballito voló —se disculpó Agnarr.

—¿Te has lastimado? —preguntó espiando fugazmente sobre su hombro, apenas apartando la vista de Hans.

Su sobrino negó en voz alta, afirmando que estaba bien.

—Ten cuidado —pidió con suavidad, mientras se acercaba lentamente a su esposo. Él no se había levantado, mas entendió lo que había sucedido.

Era la misma reacción que ella había tenido tras su regreso a casa.

Hans pareció salir de su terror e hizo descender una mano alzada a modo de protección, empuñándola. Ella depositó la suya encima y él se la quedó observando en silencio.

Anna regresó en aquel momento, impidiendo que tocara el asunto. Lo dejó ser durante la tarde, dado que no tuvieron tiempo a solas, y pensaba en acercarse cuando terminara de preparar a Johannes para la noche, pero él se le adelantó al presentársele en la oscuridad de su dormitorio.

—No tienes que irte, también puedo prepararlo sola —le indicó con calma, al ver su amago de ponerse en pie y abandonar su actual posición, que consistía en estar sentado al suelo con la espalda en su cama, mirando la cuna de su hijo.

Él inspiró y expulsó el aire notoriamente.

Ella hizo la rutina nocturna de Johannes bajo la atenta mirada de Hans, quien seguía repitiéndose su convicción de prepararse mejor para el futuro y no tener una acción absurda como la de esa tarde, saltando cual venado de caza por el pequeño accidente de un niño, olvidando que estaba lejos del campo de batalla. Antes tenía progresos y le había sucedido aquella debilidad ese día, muy cerca de su hijo, al que se suponía debía proteger en un instante así.

¿Sería un inútil en un momento de calamidad? ¿Eso era lo que mantenía a Kristoff alejado de Agnarr? ¿Debería hacer lo mismo, aunque le desgarrara el pensarlo? ¿Cómo podía cambiar para bien de su hijo? ¿Era el modo en que finalmente pagaba por su historial?

Aquello y más cosas pensaba cuando Elsa acabó con el bebé y se sentó justo a su lado, en la alfombra, anonadándolo.

—Te… te entiendo —murmuró ella en tono confidente, mirándolo de reojo. —No lo recordarás, aunque yo no quise mostrarlo a otros, ni te habrías fijado en mí, pero estuve en una situación de alerta… de… vulnerabilidad, hasta… ahogo, cuando salí de la guerra… Seguía de ese modo al casarnos. Me inundaba de emociones turbias y alicaídas, escuchaba ruidos que me agitaban el corazón y me orillaban a reacciones violentas… me atormentaba con pesadillas, no podía ni concentrarme o hacer cosas productivas… estaba impotente con todo.

Se familiarizó con descripciones de ella, encontrando tranquilidad al saber que no era un caso aislado y que había posibilidad de conseguir el avance que Elsa había hecho, sobre todo porque lo que le decía sonaba más fuerte que lo suyo.

—La existencia de Johannes me sirvió de mucho… pero… hablar ayuda. Anna… ella me escuchó en cosas que sí compartí, pese a estar agobiada con sus propios problemas. Tú puedes hablar conmigo… si quieres. O escucharme, si te hace bien. Y no solo eso, seamos amigos, estemos ahí para el otro, no solo como padres de Johannes.

Algo quemó en medio de su garganta y ojos.

—Gracias —tragó—, no lo merezco.

Elsa pasó su brazo alrededor de su hombro y en su pecho, sorprendiéndole con un abrazo. Lo había hecho una noche que tuviese una pesadilla, sin estar él muy consciente. Le agradó el efecto que tuvo en su ser, queriendo guardarlo en el fondo de su mente como un regalo.

Él había descubierto una mañana que amaba a su hijo, sin darse cuenta, y le daba muestras de cariño que le nacían de ese vínculo único, pero era muy distinto a lo que se proporcionaba una amistad o de una persona no conectada con él por sangre.

Finalmente se apartó y le colocó la mano en la mejilla, llamando su atención.

—El afecto verdadero es algo nuevo para mí, ni para un amigo —confesó a modo de agradecimiento, como disculpándose por la falta de respuesta.

—Nunca es demasiado tarde para conocerlo.

Asintió bajando su mano, señalando el exterior, decidiendo comenzar de a poco.

—Las estrellas me recuerdan la guerra, lo único bueno de ella —dijo, explicando el por qué algunas veces lo hallaba observando el cielo—. Eran compañeras de las noches al aire libre, verlas me daba sosiego, porque no había humo o polvo que encontraba en la batalla, eran el signo que había sobrevivido otro día. Y aunque allá la calma me ponía los nervios de punta, las noches muy estrelladas eran tan luminosas que no se ocupaban para emboscadas, eran signos buenos.

—Me habría gustado pensarlo así en su momento.

No hablaron más y pasaron un rato en compañía del otro, hasta retirarse a acostarse.

Fue la primera vez que Hans sintió el calor de hogar.


NA:

Bastante más largo que el pasado y abarca más de la experiencia de él, lo cual realmente está más fresco en el presente, que Elsa.

Besos, Karo.


Guest: Hi! It's been a while. Funny thing (common?), I have the ideas, but not the time to write. I'd love being here often :S. Anyway, I'm happy to have you here and read your comment, I'm glad you like the enviroment, though I won't be really focused on the political stuff (thanks, Anna, for being the queen XD). Now you know the stage of last's chapter surprise, even if time passed in the current one. Thank you for sharing your thoughts, like always :D.