Sentado en su despacho en Hogwarts, Harry mira sin ver el mensaje que tiene delante. Lleva horas ahí, repitiendo sin cesar las palabras: "Hoy son los exámenes finales. No puedes seguir huyendo".
Eso ha hecho durante los últimos diez años: escapar. Después de su adolescencia enfrentando el peligro, esta situación se antoja absurda, pero ¿de qué otra manera asumes que tu puñetera pareja destinada es el niño al que has criado como a un hijo?
Lo supo sin duda cuando, ante la llamada de Andrómeda, acudió a la pequeña casa para acompañarlos el día que se presentó como omega. Nada más cruzar la puerta de la casa, el aroma le golpeó de tal manera que pensó que moriría allí dentro, la sangre de su cuerpo rápidamente concentrada en un solo punto. Tuvo que tirar de toda su fuerza de voluntad para dar media vuelta y salir. Necesitó respirar hondo en el jardín para poderle explicar a Andrómeda que debía alejarse de su ahijado, porque solo tenía trece años y el alfa que llevaba dentro quería hacer cosas que…
Huyó. Y mintió, a sí mismo y a Edward. Prometió ceder cuando fuera mayor de edad, pero no pudo, porque seguía siendo un niño para él. El día que presentó su último examen en Hogwarts, se coló en sus habitaciones y lo encontró desnudo metido en su cama. Si en algún momento de la tortura de los últimos años había estado a punto de ceder habia sido en ese, el olor dulce de su pareja saturando la estancia.
Puso un tercer plazo y con esa promesa consiguió que Edward se vistiera y saliera de allí. Aún así, vio mucho más de su delgado cuerpo de lo que era seguro para su paz mental y tardó tres días en reunir la voluntad para pedirles a los elfos que quemaran esas sábanas, después de horas de revolcarse en ellas gimiendo de dolor por la erección que no quería tocar.
El plazo ha expirado, a esas horas Ted ya será un auror, porque no duda de que habrá bordado sus exámenes finales, y Harry sabe que no va a dejarlo pasar. Ya no es un niño, es un hombre alto, más que él, tan guapo que le marea cada vez que lo mira de lejos en las reuniones familiares. Está tan orgulloso de él… siente muy adentro el anhelo por tocarlo, algo que va mucho más allá del deseo loco que despiertan sus feromonas. Sabe cual es la palabra que lo define y, aunque parece que se queda pequeña, no quiere ni pensarla porque la primera vez que sea real quiere que sea para que él la escuche y compense un poco el dolor de tantos años de separación.
Lo huele antes de verlo. No ha sido así salvo en el incidente de su cama, los dos han llevado todo ese tiempo inhibidores alrededor del otro, si no habría sido imposible convivir en la escuela. Pero esta vez puede olerlo mientras se acerca por el pasillo, incluso a través de la puerta cerrada. Se levanta y cuando quiere darse cuenta ha tirado del pomo y le está esperando bajo el marco.
Ted sonríe al verlo, una sonrisa grande y cálida que le llena la cara y hace que le brillen los ojos. Aprieta el paso al ver a Harry arrancarse despacio el parche del cuello. Sus aromas chocan en el estrecho pasillo y se convierten en algo sólido, algo que se puede paladear y es dulce como caramelo y picante como pimienta.
— Harry… —murmura Ted, parado apenas a dos pasos, la contención aprendida a pesar de todo durante los últimos años.
Harry abre los brazos y el chico, su chico, se refugia en ellos, la nariz apretada contra ese punto en el que el olor se concentra, inhalando el olor de su alfa como si lo necesitara para vivir.
— Ya soy auror —le dice sin separarse, temiendo en el fondo que su compañero vaya a sacar otra prórroga.
— Y yo soy tuyo, Edward —le contesta con voz ronca, y no solo por el deseo, sino por todo lo que quiere salir de su garganta, los sentimientos reprimidos durante años agolpándose en su pecho.
Ted no responde, no hace falta, porque eso es todo lo que necesita escuchar antes de atravesar la puerta y cerrar tras él, bloqueándola con al menos tres hechizos, porque van a necesitar intimidad y tiempo para celebrar que por fin son el uno del otro.
