Solo olvidar
Regina creía que en el pasado había cometido un gran mal a las personas de su alrededor para tener que pagar un precio como aquel. No sabía cuándo exactamente se le había ocurrido la idea, pero comenzó a pensar en eso con más fuerza cuando la fisioterapeuta inició el tratamiento. Una mujer alta, rubia y bien dispuesta como Emma, pero no tan interesante como la enfermera, observó ella. Era una sobrina de Cora, la que el ama de llaves siempre mencionaba, y quizás la única profesional en la ciudad que la atendería tan rápido a domicilio.
Comenzaron con una hora de sesión, Ingrid tenía una complicada misión, dependiendo únicamente de la buena voluntad de Regina para recuperar los movimientos. Lo que le impedía andar era algo psicológico, y precisamente eso es lo que le extrañó a la terapeuta. Regina sentía cada parte de las piernas, tenía mucha sensibilidad, pero había desaprendido a andar. El golpe que le había causado la lesión en la médula se había deshinchado hacía días. Pero Ingrid no quiso hacer preguntas íntimas e incómodas que le impidieran trabajar. Extendió y contrajo los músculos de Regina, hizo los ejercicios necesarios, pidiéndole ayuda a Emma para cambiar a la mujer de posición en la camilla. Parece que Regina no hacía esfuerzo, pero se sentía exhausta, como si realmente hubiera trabajado la musculatura de sus piernas intensamente. Ingrid le dijo que iba a sentir dolores por las micro lesiones, le estimuló mucho la zona. En cuanto terminó, la terapeuta se quitó los guantes y observó cómo Emma la volvía a poner en la silla de ruedas.
‒ Terminamos por hoy, Mills. Si quiere, podemos concertar a la misma hora y día la próxima semana‒ dijo Ingrid
‒ Sí, pretendo continuar con el tratamiento. Así quedamos. Puede hablar de su salario con Cora. Ella lo resuelve todo por mí. Gracias.
‒ Soy yo la que le agradece la confianza‒ extendió la mano y Regina se la apretó ‒ Gracias a ti también, Emma
‒ Solo me quedé tranquila porque te conozco, Ingrid. No sabía que eras la sobrina de la Cora que trabaja aquí‒ dijo Emma, ayudando a Regina con la ropa de abrigo.
‒ Sobrina nieta, mi madre se quedó embarazada muy joven, pero sí, se me puede considerar su sobrina. Bien, nos vemos la semana que viene, Regina. Quiero encontrarla mejor.
‒ Espero mejorar bastante de aquí a la semana que viene. Gracias de nuevo.
Ella recogió sus cosas y Leopold la ayudó con la camilla. Afuera, Cora la acompañó.
Emma dio la vuelta y se agachó para colocar mejor el abrigo a Regina.
‒ ¿De dónde la conoces?‒ cuestionó Mills
‒ Trabajó unos meses en el Amber City Hospital, hizo prácticas allí. No nos relacionamos mucho, pero sabía que iba a hacer un buen trabajo. ¿Le gustó?
‒ Sí, es buena.
La enfermera sonrió y volvió a ponerse de pie para empujar la silla de ruedas con Regina. Se estaba haciendo tarde, así que le dio otro de aquellos baños vigorizadores, aunque cada vez que tocaba respetuosamente su cuerpo, Mills sentía como si necesitara aquellos toques de otra manera. Cuando ellas intercambiaban miradas, por más profesionales que fueran, Regina sentía un mar de sensaciones indescriptibles. Se permitía sentirlas y tenía ideas algo absurdas, pero hermosas. No le parecía extraño si un día soñara con Emma en lugar de con Daniel, porque era eso lo que la enfermera representaba, el papel de alguien importante en su vida. Regina reconocía el hábito de mirar a Emma con admiración, además de asociar los baños con algo sexual en su interior.
Tal y como estaba creciendo la confianza entre ellas, a pesar de los pocos días que llevaba trabajando en su casa, en breve sabría más de su vida que de sí misma. Mientras iba recordando un pasado infeliz, Regina miraba a Emma con curiosidad, quería entender todos sus encantos. ¿Para que todo aquel esfuerzo? ¿Para qué tanta energía? ¿Acaso era tan infeliz como para no pensar en nada más que en el empleo que tenía?
Cuando Emma terminó de colocar su ropa, percibió que Regina tenía una expresión dubitativa en su rostro. Y no la cambió hasta que Swan se sentó en la cama para colocarle los zapatos.
‒ ¿Por qué me está mirando así?‒se extrañó Emma
‒ Quiere decirme lo que hay de equivocado en usted‒ replicó Regina
‒ ¡Ah, no! ¿Usted también con esas?‒ Emma puso los ojos en blanco
‒ Sabe lo que quiero decir, ¿no? No entiendo, parece un robot, no se cansa.
‒ Ahí está, acaba de descubrir mi secreto. Soy un robot de alta gama. Nunca voy a cansarme de servir a mis jefes. Y convengamos, usted paga bien para una robot como yo‒ Swan usaba sus manos mientras hablaba, algo que le da un encanto.
‒ Buen humor, joven, bonita, con una vida entera por delante, dedica la mayoría de su tiempo a las personas. Creo que eso debería valorarse.
‒ Tiene razón, la gente debería valorarlo. Nosotras, las enfermeras, estamos la mayoría de las veces de los nervios por tanto trabajo. Podríamos ganar algo más en esta profesión.
‒ Entiendo que para cubrir gastos se desdoblan, como haces aquí cuidando de mí, pero no es eso de lo que estoy hablando. Creo que debería mirar por usted. ¿Es muy modesta para creer que es buena en lo que hace o estoy equivocada y soy la excepción entre sus pacientes?
‒ Es una excepción hasta cierto punto‒ Emma decidió mirarla a los ojos ‒ Ya le dije que quisiera estar en su lugar, ¿no?
‒ Se preocupó mientras estuve en coma‒ Regina cruzó los brazos, se quedaron mirando durante un momento ‒ ¿Qué sucedió? Porque una relación fracasada no puede haberla dejado tan cerrada a su propia vida.
Emma no sabía si le gustaba o no el rumbo de aquella repentina conversación. Se puso seria, vaciló en hablar y hasta desvió la mirada. Hacía mucho tiempo que esas mismas preguntas que Regina le hacía la gente quería hacérselas. No entendía ese interés en alguien tan sosa como ella. Pero era consciente que aquella curiosidad se debía a aquella carga pesada que colocaba sobre su trabajo. Era como si siempre se exigiera mucho de sí misma. Como si estuviera en una competición consigo misma siempre que se ponía el uniforme blanco.
‒ Quizás ni yo misma lo sepa, Regina‒ Volvieron a mirarme y Emma dio muestra de cansancio, no por el día, sino cansada de ella misma ‒ Siempre creí que mi historia con Belle iba a durar mucho tiempo. Quería casarme con ella, formar una familia y al final, lo que ocurrió fue todo lo contrario. Mientras estudiaba para ser enfermera, a mis espaldas, mi mejor amiga estaba coqueteando con mi novia. Le conté muchas cosas íntimas a Zelena, no pocas. Recuerdo contarle cómo había sido mi primera vez con Belle y ella lo creyó interesante. Fue discreta hasta cierto punto, pero en el fondo se estaba beneficiando de lo que yo decía solo para conquistarla sin que yo me enterara. Fui idiota. Una perfecta idiota.
‒ ¿Aún la ama?‒ preguntó Mills, suavemente
‒ ¿A quién?
‒ A su ex
‒ No. Para mí ella representa una mala época de mi vida. ¿Sabe de esas series con muchas temporadas? Pues eso, Belle es una de esas temporadas en que la trama no va más allá y la serie es casi cancelada‒ Emma suspiró, se pasó la mano por los cabellos recogidos, intentando ver el lado bueno de la situación ‒ Cuando me licencié, ella estaba allí, feliz por mi conquista, solo que cuando ella acabó sus estudios, ni siquiera me invitó para verla lanzar el título hacía lo alto. Lo vi bien por un lado, sin embargo, también lo vi como una enorme falta de consideración, cuando pasé por todos los problemas que ella tuvo que enfrentar mientras cursaba medicina.
‒ ¿Al final qué siente por ella?
‒ No sé‒ Emma tragó en seco ‒ Es como si ella nunca hubiera existido cuando hablo de ella, como si hubiera soñado todo lo que le estoy contando ahora‒ Emma pensó si realmente no nutría ningún sentimiento por Isabelle. Había algo que tenía que considerar, una cosa que la dejaba muy triste si le prestaba atención, por eso solía evitarlo ‒ Creo que siento algo, siento rabia. Sí, siento rabia hacia Belle y hacia Zelena, pero siento rabia hacia mí por no saber dónde meter toda esta rabia.
‒ ¿Ha pensado que quizás no tiene que colocarla en ningún sitio? Solo necesita olvidarla.
Emma se quedó sin palabras hasta que concordó con Regina.
‒ ¿Cómo voy a hacer eso?‒ preguntó, poco confiada de que Regina tuviera la respuesta.
‒ Ya lo hace sin que se dé cuenta.
Tiene sentido. La respuesta siempre estuvo a su alcance, ya estaba llevando a cabo ese plan de olvido sin darse cuenta. Estaba segura de que no era el tiempo libre el que hacía que recordara a aquellas dos traidoras, era aquel agujero inmenso en su pecho. Tenía que contarle a Regina cómo echaba de menos tener a alguien, la necesidad de amar, sin necesariamente ser amada. En la profesión que había elegido cuidar a las personas era dar un pedazo de sí sin pedir nada a cambio. Así que a eso se dedicaba el tiempo entero. Emma daba para no recibir. Cuando lo necesitó, no lo tuvo y sufrió por ello.
‒ ¿Intenta devolverme lo que hice al llevarla a ver a los niños con cáncer?
‒ Probablemente no, porque no creo que un consejo ingenuo como este pueda recompensarte. Le debo algo mucho mayor, Emma, algo que aún tengo que descubrir qué es.
La enfermera finalmente sonrió, definitivamente se sentía cómoda.
‒ Vamos por acabar descubriéndolo juntas‒ Emma percibe en Regina un desprendimiento durante los últimos días. Quizás se estaba acordando de algo que fue importante para ella ‒ ¿Puedo preguntar una cosa?
‒ Claro
‒ ¿Ha recordado algo de su pasado? La vengo encontrando más calmada, más receptible, aunque nunca se ha negado a conversar conmigo.
Regina sonrió ligeramente, se pasó la mano por la nuca, debajo de los cabellos y suspiró. Cree que algunas cosas que hace siempre han estado con ella, pero tiene gracia cuando percibe que cada vez es más frecuente.
‒ Desde que fuimos al hospital no me siento con el derecho de ser impaciente conmigo misma. Siento que debía pasar por una reforma general aquí dentro ‒ señaló su propio pecho ‒ Tengo la impresión de que fui una mala persona y que de alguna forma ser así me gustaba. Ya no creo que sea interesante tratar a las personas con indiferencia o pensar que soy mejor porque tengo dinero, ya no se me pasa por la cabeza que pueda pensar que eso esté bien. En la tienda, aquel día, percibí las miradas de los trabajadores. Todo el mundo me miraba con tanto pavor que me pregunté si aquellas personas realmente conocían a la Regina del pasado. Ya no me siento aquella mujer, no quiero acordarme de ella, no me hace falta ser de aquella manera.
‒ Cora me contó que siempre tuvo actitudes soberbias. Infelizmente para algunas personas, la primera impresión es la que queda. Yo odio cuando dicen eso, porque nadie sabe lo que hizo para llegar a donde llegó.
‒ Pero en mi caso la primera impresión caló. Creo que di muchos ejemplos de que nunca cambiaría. Nada justifica que tratara a la mujer que casi es como una madre para mí como si fuera una empleada cualquiera. Cora me conoce desde hace más de 25 años, le debo mucho y jamás se lo he reconocido. Se quedó muy sorprendida cuando le pedí que me llamara por mi nombre.
‒ Entonces acabamos de encontrar un motivo por el cual debe agradecer estar viva. Tiene la oportunidad de cambiar su reputación con sus empleados.
‒ Espero que la gente entienda y no lo achaquen solo al accidente.
‒ Eso va a ser un poco difícil, pues el accidente es el comienzo. No se preocupe en evitar que sientan pena de usted, céntrese en mostrar que ahora es alguien mucho mejor.
A Regina le gustó lo que había escuchado y asintió, confiada. Quiere apretar las manos de Emma, quiere estrechar aún más el vínculo entre las dos, pero tiene miedo de ser malinterpretada. Un sencillo gesto como una sonrisa y un asentimiento con la cabeza ya demostraría tanto como si la tocara. No podía negar que se sentía bien en la presencia de Swan, era más fuerte que ella. Su corazón entraba en fiesta sabiendo que tendría a alguien a su lado, una persona en quien confiaba plenamente, sin reservas. No quiere tener la razón sobre lo que estaba suponiendo, porque la pregunta que se hacía era constante. ¿Por qué le gustaba tanto la enfermera? Había algo más grande entre ellas. Había una profunda intimidad, una confianza tal que creía cada día. Era una cosa más que Regina tendría que descubrir con el pasar de los días, así como su memoria. La diferencia era que descubrir las razones de un sentimiento era mucho más interesante que redescubrir un pasado condenado.
Era domingo y Emma acordó su día libre con la señora Mills. Llegó a casa a las diez de la noche del sábado y tras un baño, puso a lavar la ropa blanca, y se acostó con el alma limpia. Dentro de poco haría una semana que estaba trabajando para Regina, dedicando las 24 horas del día únicamente a aquel empleo de cuidadora. Era duro, aunque solo lo notó en el momento de hundir el cuerpo en el colchón. Emma no podía quejarse, porque haber comenzado a trabajar para la señora Mills había sido lo mejor que le había sucedido en años. Tampoco sabía las razones por las que le gustaba ser enfermera privada de una mujer como aquella, aunque el dinero que recibía por esos días fuera fantástico. Emma sentía empatía por Regina, más que por cualquier otra persona. Comenzó aquel día en que entró en el cuarto 340 para comprobar si estaba todo bien con la paciente en coma. Fue mirar el rostro pálido de Regina Mills y sus caminos se cruzaron. Emma presintió las dudas que ella tendría al despertar, envidió que hubiera perdido la memoria, que tuviera la oportunidad de cambiar las impresiones que había sobre ella, pero, ¿y si supiera quién era? ¿Acaso tendrían tan buena relación como la que estaban construyendo? Recordó la conversación que habían mantenido, y tras pedirle perdón a Dios, Emma agradeció que Regina no tuviera más recuerdos de la persona que fue. También espera que si, un día, los recuerdos volvían, que por nada del mundo Regina decidiera volver a ser la mujer vana de otrora.
Se despertó a las dos de la tarde, tenía que reponer mucha energía, y si no fuera por el ruido del gato de los Carter arañando la ventana para entrar, habría dormido dos horas más y comido un Lamen de langostinos. Emma se sentó en la cama, se frotó los ojos y se estiró hasta que todos los huesos de su cuerpo sonaron. Entonces, se levantó para abrir la ventana, pero el gato ya había desaparecido. Emma miró afuera con el ceño fruncido, volvió adentro y se dio cuenta de que el gato no había pasado aún por allí. Escuchó el ruido de nuevo, una cosa extraña, un roedor royendo madera.
Cuando salió del cuarto, estaba decidida a descubrir de dónde venía el ruido que comenzaba a hacerse más constante. Anduvo por el pasillo del apartamento, palpó las paredes y percibió que el ruido no venía de detrás de estas, venía de más lejos. ¿Y si había alguien allí dentro?, pensó. Estaba jodida. Ante eso, agarró una figurita de la Torre Eiffel, lo suficientemente pesada como para abrirle un corte en la cabeza a un ladrón. El ruido se hizo más intenso, cambió a algo parecido a páginas siendo pasadas. Emma caminó despacio, por el filo de la pared, llegando hasta la abertura entre el pasillo y la sala. Aguantó la respiración y contó hasta 3. 1…2…3…
‒ ¡Deténgase! ¡Tengo un arma!‒ salió de detrás y atacó, pero sabe bien quién está allí en medio de sus libros de enfermería y cirugía ‒ ¡Belle! ¿Pero qué mierda es esta?
La doctora soltó el libro que agarraba en sus manos y puso las manos en lo alto. Sonrió débilmente y siente el estómago en la boca debido al susto. No había dudas de que era Belle. Cabello pelirrojo teñido. Amarilla, casi blanca desvaída. Ojos azules. Labios finos, pero largos. Emma siente ganas de tirarse al cuello y apretarlo hasta que se ponga azul, al menos es un color más bonito que ese color apagado que tiene ella. Swan pone los ojos en blanco, no puede creerlo. Belle le había dado un susto. Belle, su "querida" ex.
‒ Emma, soy yo, Belle‒ sus ojos están tan abiertos que podrían saltar y comenzar a andar en cualquier momento ‒ Ha estado mal venir sin avisar, es que aún tengo la llave del apartamento. He venido a buscar uno de los libros que me dejé antes de irme.
‒ Por el amor de Dios, no vuelvas a hacer algo así…
‒ Sabía que si avisaba no me ibas a dejar entrar.
‒ ¿Y era necesario invadir mi apartamento? Vaya, sinceramente, eres única cuando se trata de hacer cosas sin pensar‒ Emma dejó la figurita en su sitio y se sentó en el sofá de la sala, rascándose la cabeza y pasándose la mano por los cabellos y el rostro.
‒ Disculpa, es que necesito de verdad ese libro.
Había un verdadero follón en medio de la sala, un montón de libros esparcidos por el suelo. Tenía ganas de coger cada uno de ellos y tirárselos a la cara.
‒ ¿Ya lo encontraste?‒ Swan comenzó a recogerlos y dejarlos en el sofá.
‒ Aún no, quiero encontrarlo rápido, pero no está en ese estante.
Emma se levantó, abrió un cajón debajo del mueble en que Belle había buscado y sacó el libro de allí dentro.
‒ ¿Por casualidad es este?‒ lo levantó y se lo dio. Era un libro pesado: Medicinas alternativas: Cómo utilizarlas
‒ ¡Ah, lo guardaste! Sabía que estaba por aquí. Gracias, Emma‒ se miran y Swan se aparta antes de sentir náuseas ‒ Vaya, ¿aún sientes tanta rabia hacia mí?
‒ Es que no me gusta verte por aquí, así que si puedes vete lo más deprisa que puedas de mi apartamento y devuélveme la llave extra.
‒ En realidad también vine a hacer eso. Te iba a dejar una nota en la mesita de la entrada, pero despertaste y me viste. No sabía que estabas en casa.
‒ El domingo es mi día libre, siempre fue así.
‒ Pero estás de vacaciones, trabajando como cuidadora, pensé que estarías en la casa de tu clienta.
A Emma le extrañó que supiera esa información. La rubia se giró, metió las manos en los bolsillos de la chaqueta del pijama y movió la cabeza, queriendo entender.
‒ ¿Cómo te has enterado de que estoy trabajando como cuidadora?
‒ En el hospital. Las chicas de la tercera planta siempre lo saben todo. Te vieron con una paciente, dedujeron que la estás cuidando.
Una vez más puso los ojos en blanco. Se había olvidado completamente de las recepcionistas de la tercera planta. Si no estaban chismorreando por teléfono, lo hacían sobre los enfermeros y médicos del hospital. Era muy propio de ellas estar fastidiando en horas inapropiadas.
‒ Así que fuiste al hospital para saber si no había moros en la costa por el apartamento para no tener que encontrarme. ¡Qué bien, Belle! Te iba a devolver el libro, iba a decirle a Ariel que se lo entregara a tu novia para que te lo diera, pero ya que has decidido venir a buscarlo…
‒ Estaba intentando evitar incomodidades entre nosotras. Aún es difícil para ti, lo sé, así que discúlpame si ha sido una idea tonta. ¿Cómo podía pedirte el libro si me bloqueaste en el móvil y en Facebook? Si te voy a buscar al hospital, te las arreglarías para huir. Si te hubiera traicionado con Zel, ¿cómo sería? ¿Te cambiarías de ciudad, cambiarías de estado o de país solo para no tener noticias mías?
‒ Isabelle, ya tienes tu libro, puedes marcharte, por favor‒ Emma giró el rostro
‒ Me marcho, sí, solo dime una cosa. ¿Algún día serás capaz de no sentir rabia por el hecho de que Zelena y yo estemos juntas?
Emma se detuvo en mitad del camino, estaba caminando hacia la puerta para abrirla y despedir a Belle. Volvió a meterse las manos en los bolsillos, se apoyó en el brazo del sofá y respondió lo obvio, evidentemente cansada.
‒ No lo sé. En estos días me preguntaron qué sentía por ti y dije que aún tenía rabia, solo que no sé dónde voy a colocarla. Trabajo mucho, no tengo tiempo para ir a clases de boxeo o ir a aquel club de tiro para darle diez disparos a tu rostro , así que no hay plazo.
‒ No hicimos nada malo. No te engañamos, fue mejor poner las cartas sobre la mesa. Nos enamoramos y quisimos estar juntas. No quiere decir que lo que viví contigo fuera malo, todo lo contrario, fueron años maravillosos a tu lado, en este apartamento, pero a medida que conocía mejor a Zelena vi que dentro de mí cambiaban cosas. Vas a encontrar a alguien que te ame de verdad, Emma. Estoy segura. Espero que para compensar la sensación de doble pérdida que tienes, esa persona se convierta en tu mejor amiga antes de ser tu mujer ‒ Belle se acercó a Emma, se detuvo a su lado y le dio un beso en la mejilla, lo suficientemente rápido para que la rubia no pudiera evitarlo.
Una bocina se escuchó en la calle, se escuchó bien por el apartamento y Emma reconoció el sonido. No se limpió la mejilla con la manga del pijama, no reaccionó, pero vio que Belle dejaba la llave extra del apartamento sobre la mesita de la entrada.
‒ Ve, tu novia te está esperando abajo‒ dijo viendo cómo su ex cerraba la puerta.
Dos minutos después, tiempo suficiente para que Belle ya hubiera bajado las escaleras, Emma caminó hacia la ventana. Ciertamente Zelena estaba en el coche, al otro lado de la calle, esperándola. Isabelle entró en el coche y las dos se marcharon más allá de donde la vista de Emma podía alcanzar. Emma cree que su forma de lidiar con el dolor no tiene cura rápida, porque si la tuviese, ya se habría olvidado de Isabelle. Podía estar viciada en el odio, porque no existía nada que le abriese los brazos mejor que aquello. Debería haberle dicho a Regina que se sentía acogida por el rencor. Sabía que estaba equivocada y que caería en un ciclo vicioso si no trataba sus problemas con más respeto. Olvidar, como Regina sugería, era un desafío. Aceptar que merecía olvidar, era una armadura para enfrentar el desafío.
