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—No lo harías.

—Por diez mil yenes lo haré, pero no los tienen.

El pequeño infante rebuscó en sus bolsillos los billetes arrugados y contó además de las monedas hasta conseguir la suma deseada—. Diez mil yenes. Serán tuyos si logras salir en veinte minutos con la pelota.

Sota sonrió con confianza, veinte minutos bastaban y sobraban para ir por la pelota que hace algunos minutos salió disparada hacia una vieja casa del vecindario. Un lugar oscuro que aterrorizaría a cualquier niño de su edad; a cualquiera menos a él.

—Ya vengo —exclamó comenzando a escalar la verja de metal cubierta por óxido. Como un escalador de árboles especializado no le costó nada llegar a la cima del enrejado, desafortunadamente su ropa se atoró en uno de los metales sobresalientes haciéndolo perder el equilibrio.

¡Zaz! Cayó contra el suelo escuchando algunas exclamaciones de fondo y posteriormente la risa de sus amigos. Un poco avergonzado se apresuró a ponerse en pie, ignorando el dolor de cabeza tras el impacto. Se sacudió las prendas antes de verificar que la linterna de su bolsillo no se hubiera descompuesto.

—Oye Sota ¿estás bien? —cuestionó un niño pegado a la verja.

—Si, solo ha sido un pequeño golpe. Me ha pasado muchas veces, no hay de qué preocuparse.

—¿Ey, estás bien? —insistió otro amigo.

—Que si —reiteró mirando el reloj de burbujas alrededor de su muñeca—. Son las siete veintitrés. Tengo hasta las siete cuarenta y tres para sacar la pelota. Los veré en un rato —dicho esto, el jovencito salió corriendo hacia la vivienda.

—¡Sota! ¿¡Estarás bien!?

Sin emitir otra palabra, solo alzó el pulgar justo antes de abrir la puerta delantera. Debido al tiempo que había sido abandonada, no le costó mucho esfuerzo empujar la hoja. Sujetó la linterna de su llavero iluminando su camino, no era difícil adivinar donde estaría la pelota, pues las edificaciones del fraccionamiento eran idénticas, era como entrar a su propia casa.

El lugar estaba hecho un desastre, la nula manutención había provocado severas filtraciones de agua en los muros donde incluso crecía musgo y algunos helechos. Los muebles también estaban viejos, carcomidos por polillas y ratones. Sin embargo no era algo extremadamente tenebroso, podía tolerarlo.

Estaba camino a la planta alta cuando repentinamente un «toc, toc» provino de la ventana superior, la que daba justo al final de las escaleras. El sonido era muy similar a la forma en la que su madre tocaba la puerta para despertarlo en las mañanas.

Se quedó paralizado por unos instantes pensando el la similitud del sonido y si saberlo, su espalda comenzaba a rezumar sudor frío. Era extraño, hasta hacia unos segundos se encontraba cómodo consigo mismo, pero ahora sus alertas se habían disparado y sentía el corazón latir con mayor fuerza.

Aspiró hondo intentando no sucumbir a los nervios y volvió a echar los pasos hacia arriba. Estando ahí, notó la rama golpeteando la ventana gracias al viento que de desató afuera. Pfff, debía esperárselo. Nuevamente los nervios se controlaron dentro de él después de saber la razón de los golpes.

Arriba, la situación era un poco más precaria, las tablas de la duela se habían levantado en astillas probablemente por las filtraciones de agua, provocando un rechinar conforme se avanzara sobre ellas. Sota contó el número de puertas del pasillo haciendo un recuento de las habitaciones de su propia casa.

La pelota debió haber entrado a la penúltima habitación, la que estaría en la misma posición que la de su hermana. Avanzó rápidamente abriendo la puerta, donde a diferencia de la alcoba de Kagome, todo se encontraba cubierto por plásticos que se mecían gracias a la ventisca entrando por el cristal roto.

¡Eureka! Aquel agujero indicaba que no se equivocó. Ya solo restaba encontrar su juguete y salir de ahí. Miró el reloj de su muñeca para comprobar su tiempo, sin embargo, este seguía marcando las siete veintitrés. Se alarmó comenzando a golpear la pantalla digital con la uña.

¿Podría ser que se descompuso durante su caída? Su hermana mayor iba a matarlo por descomponer el regalo de cumpleaños que le dio.

Bueno, podría pensar en su excusa más tarde. Ya que no tenía idea del tiempo que llevaba, decidió darse prisa. Con cautela empezó a merodear en busca de la esfera, iluminando los sitios más obvios. Desafortunadamente no fue efectivo, con seguridad el artefacto rodó debajo de algún mueble.

Se agachó iluminando los rincones hasta que su objeto de búsqueda le saludó por debajo de un viejo escritorio. Sonriente estiró el brazo alcanzando el mismo, lleno de satisfacción.

Sota…

La sonrisa se tensó sobre su rostro al percibir ese sonido, intentando ser lógico llegó a la conclusión de que eran los plásticos los que producían tal efecto. Estaba solo, nadie le iba a hablar por su nombre.

Sota…

El segundo susurro fue más nítido y convirtió su carne en un espectáculo de piel de gallina. El escalofrío que recorrió todo su cuerpo fue también detonante del sudor frío apareciendo en sus sienes. Ya tenía la pelota, era momento de salir de ahí.

Cuando estaba listo para abandonar el lugar, su linterna hizo corto circuito dejándola con una luz tan tenue que era inútil—. Rayos —palmeó con fuerza la caja sin obtener un resultado mejor. Tal vez se le agotaron las baterías, dedujo tratando de mantener su temor a raya. Ya no era el mismo Sota que tenía miedo de todo, ahora con doce años era mucho más valiente.

Con optimismo renovado, continuó sus intenciones de salir. Quien sabe cuanto tiempo había pasado. Tanteando sobre la pared y confiando en la distribución del edificio comenzó su viaje de regreso. Abrió la puerta delante suyo solo para encontrarse con el baño de la alcoba.

Tch. Se equivocó de dirección.

Dio media vuelta solo para soltar un quejido sintiendo algo que le sostenía por la muñeca. El alma le abandonó el cuerpo mientras se impulsaba hacia atrás. Lo que no esperó fue poder zafarse del agarre con tanta facilidad, provocándole una nueva caída que llenó de estruendo la habitación gracias a todo lo que tiró en el proceso.

Sin embargo no le interesó todo aquello, solo quería liberarse de lo que sostenía su mano. Rápidamente llevó la otra y arrancó…

—¿Papel tapiz?

Bufó. Era increíble.

Un poco molesto consigo mismo se levantó harto de su propia imaginación. Confirmó que la pelota seguía en el bolsillo de su chaqueta y nuevamente se encaminó afuera. Lo estaba manejando bien después del traspié. Esta ocasión no se equivocó de puerta e incluso comenzaba a verse la luz de la luna a través de las ventas. Con seguridad se apoyó en la pared empezando a descender las escaleras.

Sota…

De acuerdo, podía admitir que se encontraba ya muy nervioso. No había cerca ningún plástico que produjera aquel ruido de forma tan fuerte. Aumentó la velocidad de sus zancadas al tiempo que la sensación de ser observado se clavaba en su espalda. Al llegar abajo sentía como si algo le oprimiera el pecho dolorosamente, no como una presión constante, sino como un empuje hecho en intervalos contra su caja torácica. Sacudió la cabeza tratando de convencerse de que todo era una alucinación.

Corrió lo que restaba de la estancia hasta la puerta de entrada y salió sin mirar atrás, se limpió la frente perlada de sudor observando hacia arriba mientras levantaba el brazo como señal de victoria. Sin embargo cualquier sentimiento de satisfacción se perdió al encontrarse la misma alcoba donde halló su pelota.

Esto…

Más sudor comenzó a rezumar su piel, empatando su camiseta por la espalda.

No podía ser cierto. Acababa se correr escaleras abajo.

Sota…

Sus cabellos se crisparon. Ahora la luz de la luna se vertía por las ventanas y formaba sombras que parecían rasguñar por alcanzarlo. Se paralizó observando aquella rama en forma de mano bailando cada vez más cerca de su propia sombra. Como si la mano de un esqueleto quisiera tocarlo. Nuevamente echó la carrera hacia la salida, incapaz de soportarlo.

Por desgracia, incluso si llegaba abajo y cruzaba el umbral de la entrada. Era llevando hasta el mismo lugar. La desesperación lo hizo presa, las lágrimas le recorrían el rostro e incluso intentó escapar por la ventana de la cocina, pero esta nunca abrió. Hacerlo desde alguna abertura superior era demasiado peligroso.

Sota…

No, no había nada más peligroso que las sombras intentando alcanzar sus pies o el susurro de su nombre, nada más peligroso que el chirriar de la duela o la rama repiqueteando contra el cristal. Corrió hasta la ventana terminando de botar lo vidrios rotos e intentó alcanzar el árbol cercando al edificio. La adrenalina le recorría intensamente, sus latidos bombeaban sangre sin parar.

Estaba hecho un manojo de nervios al grado de fallar en sujetarse volviendo todo negro a su alrededor. Terminó cayendo lo equivalente a dos plantas, era imposible no quedar inconsciente.

La luz cayendo sobre su rostro le impidió dormir por más tiempo, su cuerpo se sentía extrañamente bien y sus recuerdos no estaban claros. Parpadeó al tiempo que se levantaba mirando alrededor. Era la estancia de aquella vivienda viéndose con claridad debido al día reinando afuera, un día de resplandor inusual.

Era extraño, ahora no daba miedo, solo una ligera sensación de vacío y calma. Sota pensó que tal vez había soñado todo aquello. No entendía cómo se quedó dormido ahí pero era preferible creer aquello a darle vueltas. Se puso en pie decidido a ir a casa.

Recogió la pelota de béisbol liberando un suspiro. El regaño que le darían por desaparecer toda la noche.

-

—Hora, siete veintitrés.

—Continúen con el traslado del cuerpo al depósito. Terminaré los papeleos con la familia.

El médico abandonó la habitación acompañando a tres personas afuera. Posteriormente las enfermeras retiraron todos los indumentos médicos y cubrieron con una sábana el cuerpo recién desconectado. Una de ellas era nueva aquí, lo que la hizo preguntar al ver la escena— ¿Qué le ocurrió?

—Estuvo en coma por diez años. Cuando tenía doce se adentró en una vieja casa y se golpeó la cabeza nada más cruzar la verja. Los amigos que lo acompañaban lo abandonaron cuando no lo vieron moverse. Cuando uno decidió confesar fue tarde, los médicos no pudieron hacer nada por él pero la familia se negaba a dejarlo ir. Pero su condición se ha convertido en distancia y es imposible para nosotros brindarle más tratamiento.

—Pobre chico.

—Fue lamentable. Su hermana venía a hablar con él y lo llamaba pero nunca tuvo efecto. Después de todo quedó como un vegetal, aunque algunas veces pude verlo moverse, como si huyera de algo.


Prompt 2: Sueños infinitos.