Disclaimer: la mayoría de los personajes mencionados son propiedad de Stephenie Meyer.
Capítulo 17
― ¿Puedo dormir aquí?
Edward no tuvo tiempo de reaccionar, abrió solo un ojo estando más dormido que despierto. Vio a su hija subir a la cama llevando con ella una cobija de princesas y su oso Richard, se acomodó en medio de los dos.
― Azul, es medianoche ―gruñó, pasando una mano por la cara―. ¿Qué haces despierta?
― No podía dormir, solo pienso y pienso.
― ¿En qué piensas corazoncito? ―su mujer preguntó entre bostezos, pasando un brazo por el menudo cuerpo de Azul.
― Pienso en qué harás sin mí ahora que vaya a la escuela ―su hija reveló―. Me preocupa dejarlos solos.
― Azul, solo serán 5 horas que estarás en clases ―le recordó él.
― No importa, pienso que pueden necesitarme y no estaré ahí, por eso he decidido que tengan algo de mí.
― Tengo una foto tuya en mi oficina ―Bella dijo seguido de un largo bostezo.
― Eso no es suficiente mami, a ti te dejaré mi cobija, es calentita y suave. Tenla, es tuya.
Los ojos de Edward se cerraron, no podía permitir que el sueño se le fuera nuevamente. Estaba entregándose a la inconsciencia cuando escuchó a su hija.
― El oso Richard es para ti, papi. Te traerá suerte y podrás tener muchas ventas.
Sonrió al sentir la suavidad del oso en su rostro, lo atrajo a su costado mientras alargaba un brazo, rodeando con él a sus chicas. Le gustaba tenerlas cerquita y sentir su calor.
― Estoy seguro que el oso será un gran vendedor ―reconoció―. Ahora duerme.
Dejó un beso en los cabellos de su hija y sus ojos se cerraron al instante. Se disponía nuevamente a dormir cuando de nuevo esa vocecita.
― Papi, ¿estás dormido?
Diminutos dedos recorrían su mandíbula, rascando su barba.
― Sí.
― Entonces, ¿por qué me respondes?
Exhaló lentamente. Él sería paciente y Azul no lo sacaría de sus casillas.
― Duerme ya princesa ―insistió―. Mañana debemos levantarnos temprano.
― Solo quiero saber una última cosa, ¿me quieres?
― Te amo ―susurró entre dormido.
Probablemente pasaron unos minutos. De nuevo esos pequeños dedos recorriendo parte de su cara y mandíbula, se arrastraban de un lado a otro.
― Papi… ¿ya te dormiste? Tus ojos están cerrados ―escuchó que Azul decía mientras le abría un ojo, pudo ver que la cara de su niña estaba a centímetros de él―. Ves, que no estás dormido.
Edward exhaló suavemente y restregó las palmas en su cara. Apoyándose en un codo se inclinó hacia su niña que estaba sentada en el medio de la cama.
― Sabes que eres el único ser de todo este jodido planeta que me hace contar hasta un millón para no perder la paciencia.
― Nadie cuenta hasta un millón ―debatió Azul―, al menos yo no lo haría.
― Es solo una expresión.
― Ah, eso quiere decir qué estás enojado.
Edward rascó parte de la nuca y cabeza, suspiró hondamente acomodándose de costado.
― Sí te sigues desvelando vas a envejecer de forma prematura, cuando tengas diez años parecerás de veinte. Entonces lamentarás esta noche, dirás: ¿por qué no me dormí aquella vez?
Azul estrechó los ojos hasta volverlos dos rendijas.
― Te conozco, papi. Sé que quieres verme dormida ―hablaba sin dejar de manotear―, comprendeme, no tengo sueño, me siento preocupada.
Abrió los ojos muy grandes y decidió sentarse, apoyando la espalda en el respaldo de la cama. Desvió la mirada más allá de su pequeña hija y comprobó que Bella se había quedado profundamente dormida.
Reconocía que aunque no fueran horas, debía escuchar y tranquilizar a su niña. Era parte fundamental para hacerla una mujer segura de sí misma.
― ¿Qué pasa? Nunca antes te habías puesto tan inquieta, no tiendes a ponerte nerviosa por asistir a clases ―le sostuvo las pequeñas manos que seguían retorciéndose entre sí.
Los hombros de Azul se escogieron.
― Es diferente, papi. Entrar al jardín de infantes significa que estoy creciendo y no quiero, no quiero ser grande y volverme una adulta. Yo quiero seguir siendo niña.
Esbozó una media sonrisa y la atrajo a su regazo. La abrazó, frotando la pequeña espalda, dándole el consuelo necesario y luego tomó su mentón.
Podía distinguir sus facciones infantiles a la luz de la luna que se filtraba entre las cortinas. Con los largos dedos removió mechones de cabellos cobrizos.
Los expresivos ojos de Azul lo miraban con atención.
― Crecer es irremediable ―le dijo con un suspiro―. No podemos hacer nada contra el tiempo, sin embargo eso no significa que ya serás una adulta al entrar al jardín de niños, Azul.
― Pero estaré a nada de ser grande y eso me asusta.
Le sonrió compresivo. Era tan irreal querer reconfortar a su niña; él hace tiempo creyó que una conversación así vendría quizá diez años después y no antes. No obstante, comprendía que al ser padre de Azul, podría decirse que estas conversaciones eran normales.
― Hagamos algo, ¿si?
― ¿Qué? ―Azul levantó los hombros.
― Entrarás al jardín de niños y vivirás lo que tengas que vivir, no pienses en nada, enfócate en aprender y disfrutar de esta nueva etapa junto a tus compañeros.
Azul sonrió emocionada. La vio juntar las palmas y dar un suave aplauso.
― ¿Crees que sea fácil, papi?
Edward alargó su mano y volvió a peinar el cabello rebelde de la niña.
― Azul, tú logras que todo sea sencillo y fácil. Haces que cada día sea mágico con tu presencia.
No pudo resistirse cuando los cortos brazos de Azul rodearon su cuello con mucha fuerza. También la abrazó.
Todo mejoraba con un abrazo. Sabía que era lo que por ahora su hija necesitaba y él estaría ahí para ella cada que necesitara un poco de confianza o simplemente tener paz.
La arrulló, meciéndose lentamente de un lado a otro hasta que en un momento sintió los brazos laxos de Azul, ella se había dormido nuevamente.
La recostó en la cama y cubrió el pequeño cuerpo con las mantas.
La observó fijamente y sonrió.
Era el ser más peligroso que conocía, pero también su vida entera.
.
Entrar a una nueva escuela cuando las clases han empezado podría considerarse un evento traumático, porque te convertirás en el de nuevo ingreso y el centro de atención.
Algunos alumnos se cohíben y evitan hablar, unos escondiéndose en la parte trasera de las aulas, otros tantos en la última mesa de la cafetería. Con Azul era absolutamente lo contrario, nada de eso estaba sucediendo y Edward llegó a imaginarlo.
Ella estaba siendo rodeada por sus compañeros, todos la escuchaban con atención mientras les contaba sus últimos días en la otra escuela.
Evitó rodar los ojos cuando escuchó que preguntaban por sus tatuajes. Los niños eran demasiado directos y le decían a su hija que él lucía peligroso.
Si ellos supieran.
― Él es mi papi ―Azul presumió― es el amor de mi vida.
Suavemente inclinó la cabeza y negó. Sabía que se estaba sonrojando, podía sentir sus mejillas calientes.
― Sabía que te sonrojarías ―Bella se burló―. Lo haces cada que Azul te presume.
― Ella me doblega, Bella, logra que mis jodidas piernas se vuelvan débiles y me sienta abochornado del cómo se expresa.
― ¿Sabes? Estoy de acuerdo con Azul…
― ¿En qué?
― También eres el amor de mi vida ―Bella lo rodeó efusivamente por la cintura. Él le besó la frente y la abrazó más fuerte a su costado.
― Soy su jodido esclavo.
― Será mejor que nos vayamos esclavo ―Bella rio―. Azul estará bien con su nuevo grupo.
La vio una última vez. Su pequeña gruñona seguía sentada y siendo rodeada por sus nuevos compañeros, sus miradas coincidieron y él agitó la mano, despidiéndose.
No lo diría. El vacío que sentía en su pecho era la incertidumbre de dejarla nuevamente sola, de saber que se enfrentaría a nuevo retos y aunque confiaba en la capacidad de su hija. Los nervios que sentía lo querían rebasar.
Suspiró largamente antes de echarle otro vistazo.
Azul con sus dos coletas en alto, con su vestido de lunares de colores y sandalias color blanco, ordenadamente sentada en esa silla pequeña y con los brazos apoyados en la mesa de trabajo. Veía a la maestra con mucha atención.
Su corazón se encogió.
Ella pronto iba a crecer, no había nada para detener el tiempo y eso en el fondo dolía. Él tampoco quería que creciera, quería que se mantuviera tan pequeña y gruñona como era.
Caminó de la mano con su mujer mientras veía por las ventanas del salón.
Discretamente limpió una lágrima que salía de su ojo derecho. No lloraría porque no era ningún debilucho y tampoco porque no dejaría que su esposa ganara la apuesta que habían hecho.
Se aferró a la cintura de Bella; entre risas y bromas siguieron caminando fuera de la institución educativa hacia el estacionamiento donde cada uno traía su propio vehículo, ambos debían asistir a sus respectivos trabajos.
― Me debes ―Bella extendiendo la palma― sabía que llorarías y ahora me debes.
― ¡Qué demonios! Tengo sentimientos, es normal que sienta nostalgia, mi niña está creciendo.
Su mujer le acarició la mejilla. Por supuesto que sintió un poco de alivio, pero no quitó la mueca de enfado.
― Hace más de dos años nos deshicimos de los pañales y pudimos dormir toda la noche. Pero esto es diferente, Bella ―añadió―. Nuestra nena está empezando su educación académica y estoy lleno de nervios.
― Todo estará bien, amor. Azul es muy inteligente y sabrá salir airosa de cada evento.
― Lo sé, solo… ―sacudió la cabeza.
― Debemos irnos ―Bella le recordó―. Estamos unos minutos atrasados.
Él asintió. Y aún con el puchero en los labios le abrió la puerta para que ella subiera.
Bella le besó los labios antes de acomodarse en el asiento del conductor.
― Respecto a los pañales ―murmuró, viendo sus ojos― tal vez muy pronto nos toque desvelarnos de nuevo.
Edward se apoyó en la ventanilla y la miró. Quería una explicación; solo que al ver la sonrisa pícara, entendió.
― Prometo no defraudarte ―le dijo―. Ese bebé debe estar horneándose para esta Navidad.
― En el cumpleaños número cuatro de Azul. Sería un bonito regalo.
― Entonces no perdamos tiempo ―le dio un guiño― hagamos ese bebé cuanto antes. Así para diciembre estará listo y creciendo en tu vientre.
Bella sonrió. Tenía una mirada iluminada.
Aquí iban de nuevo… sabía que la estaba convenciendo de ir a su casa a terminar esa tarea.
No tenía duda que la vida era jodidamente especial.
Fin.
No quería despedirme de esta sencilla historia, me costó mucho decirle adiós. Gracias a cada uno por haberme apoyado. Les aseguro que Azul es feliz porque su hermoso regalo llegó tiempo después.
Aquí nos despedimos de Bubbles, ahora tienen oportunidad de volver a leer cuando ustedes quieran.
*NO HAY EPÍLOGO*
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Gracias totales por leer 💜
