Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Venganza para Victimas" de Holly Jackson, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.
Capítulo 35
Tudor Lane. Una de las calles de Little Kilton que Bella no podía sacarse de dentro, formaba parte de en quien se había convertido, cartografiada en su interior en el lugar de una arteria. Otra vez allí, como si fuera inevitable y ese trayecto también estuviera dentro de su adn.
Bella miró hacia arriba. La casa de los Newton apareció al frente a la derecha. Ahí había empezado todo. Era el origen del resto de los comienzos. Cinco adolescentes, una noche de varios años atrás. Billy Cullen, Daphne Greengrass y Mike Newton estaban entre ellos. Una coartada que Billy siempre había tenido y que sus amigos le arrebataron por culpa de Elliot Greengrass. Y allí era donde Bella iba a ponerle fin a todo.
Miró hacia atrás, a los tres, sentados en el coche de Jamie, aparcado un poco más allá. El de Bella estaba escondido detrás. Vio a Rose asentir en la oscuridad del asiento del pasajero, y eso le dio el coraje para continuar.
Bella agarró las asas de su mochila y cruzó la calle. Se paró frente a la verja que vallaba el jardín delantero y echó un vistazo entre las ramas de un árbol. El coche de Mike era el único que había en el camino de entrada, como ella ya había previsto. Sus padres estaban en su segunda residencia, en Italia, por el «estrés emocional» que Bella les había causado. Y —si ella estaba en lo cierto— Mike debería de haber vuelto de correr sobre las ocho, si es que había salido. Resultó que todos esos meses de encontrarse con él no habían sido en vano.
Mike estaba dentro solo, y no tenía ni idea de que ella iba a por él. Pero Bella ya se lo había dicho. Se lo había advertido hacía muchos meses:
«VIOLADOR TE ATRAPARE».
Bella centró la mirada en la puerta principal, observando las cámaras de seguridad que había en las paredes de cada lado. Eran pequeñas y apuntaban en diagonal para enfocar el camino del jardín que llegaba hasta la puerta. Igual no eran cámaras de verdad, puede que solo fueran para disuadir, pero Bella tenía que dar por hecho que funcionaban. Y no pasaba nada, porque tenían un punto ciego muy evidente: pegado a la pared. Ahí sería donde ella desaparecería.
Bella dio unas palmadas sobre el bolsillo para comprobar que la cinta americana estuviese allí, junto con el teléfono, la bolsa de polvo verde y un par de guantes de látex. Apoyó las manos en el borde de la verja, a la altura de la cintura, y pasó las piernas por encima. Aterrizó sin hacer ruido en el césped del otro lado, convirtiéndose en una sombra más entre las ramas de los árboles. Se mantuvo en el perímetro derecho del jardín y, pegada a un seto verde, se dirigió hacia la casa. Llegó a una esquina y a una de las ventanas que había roto hacía unos meses.
La estancia estaba oscura, era una especie de despacho y, a través de la puerta abierta, vio el pasillo con las luces encendidas.
Pegada al muro de la casa, Bella se deslizó por detrás de las cámaras. Las miró y se colocó prácticamente debajo. Metió la mano en el bolsillo, sacó la cinta americana, encontró el extremo, tiró y arrancó un trozo. Bella se estiró por completo y se puso de puntillas con los brazos temblando, con la cinta preparada entre los dedos. La colocó por encima de la lente y apretó los bordes, cubriéndola por completo. Pegó otro trozo para asegurarse de que estaba bien tapada.
Una menos, quedaba otra. Pero no podía llegar andando hasta ella porque la grabaría de lleno. Se fue de la misma forma que llegó, deslizándose por la casa y por el seto verde, y saltó la valla justo detrás de un árbol. Caminó por la acera con la cabeza gacha y la capucha puesta.
Había una apertura en la verja entre dos arbustos. Bella pasó por encima y se acercó sigilosamente al otro lado de la casa. Se deslizó por la pared hasta la puerta. Arrancó otro trozo de cinta, se puso de puntillas y cubrió la cámara.
Respiró. Vale, ya estaban deshabilitadas y no habían grabado a quien lo había hecho. Porque había sido Mike, no ella. Él había tapado las cámaras.
Bella volvió a la esquina exterior de la casa y avanzó, caminando con cuidado hasta una ventana con luz cerca de la parte de atrás. Se agachó y miró al interior.
La sala estaba iluminada por unas bombillas amarillas integradas en el techo. Pero había otra luz, una azul que parpadeaba y colisionaba con la amarilla. Bella encontró de dónde venía: del enorme televisor colgado de la pared de atrás. Y allí delante, el pelo rubio despeinado, visible por encima del brazo del sofá. Mike Newton. Con un mando a distancia en la mano, pulsaba un botón una y otra vez, como una pistola disparando a la pantalla.
Tenía los pies sobre la mesa baja de madera de roble, junto a la irritante botella de agua azul que se llevaba a todas partes.
Mike se movió y Bella se tiró al césped, con la cabeza por debajo de la ventana. Respiró hondo dos veces y se apoyó contra los ladrillos, aplastando la mochila. Esa era la parte que más preocupaba a Edward.
Cualquier pequeño detalle podía mandar a la mierda el plan, y creía que él tendría que estar allí para ayudarla.
Pero Mike estaba en casa, y su botella de agua azul también. Si Bella conseguía entrar, eso era lo único que necesitaba. Él ni siquiera se enteraría.
Bella no tenía demasiado tiempo para averiguar cómo entrar. Minutos, como mucho. Le había pedido a Rose que la ayudara a ganar el máximo de tiempo posible, pero incluso considerar que disponía de dos minutos era ser muy optimista. Jamie se había ofrecido voluntario en un principio para distraerlo, opinaba que podría entretener a Mike en la puerta el tiempo suficiente. Habían ido a clase juntos, así que encontraría algún tema de conversación, pero Rose negó con la cabeza, mirándolos a los dos, y dio un paso adelante.
—¿Quieres alejarlo de aquí para siempre? —le había preguntado.
—Entre treinta años y toda la vida —respondió Bella.
—Entonces esta es mi última oportunidad para decirle adiós. Yo me encargaré de distraerlo —había dicho ella, determinada y con los dientes apretados.
Bella tenía esa misma mirada mientras metía la mano en el bolsillo y agarraba los guantes de látex. Los sacó y se los puso, estirando dentro los dedos hasta el final. Lo siguiente era el teléfono de prepago, con un nuevo número guardado. El del otro móvil desechable que le acababa de dar a Jamie y Harry.
«Lista», escribió, despacio. Le costaba mover los dedos con los guantes.
Solo pasaron unos segundos cuando escuchó la puerta de un coche cerrarse a lo lejos.
Rose iba de camino.
En cualquier momento sonaría el timbre. Y todo —el plan, la vida de Bella— dependía de los próximos noventa segundos.
El estridente sonido del timbre se convirtió en un grito cuando llegó a los oídos de Bella.
Ya.
