CAPITULO 3

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Ariadna durmió toda la mañana y parte de la tarde, despertando y de inmediato metiéndose en la bañera, demandando la compañía de Yuki quien al menos agradecía internamente librarse de sus obligaciones para atenderla a ella. Al anochecer, ella se unió al resto de piratas que había armado una pequeña hoguera y comían pescado asado y bebían ron. En algún momento, se pusieron a contar leyendas.

—Y díganos, miladi Ariadna —Ella les había contado su nombre a la tripulación—, imagino que debió de haber visto varias cosas en los profundos mares.

Ella disfrutaba de un sándwich de lechuga con tomate a la que echó sal y agua, asintiendo. Había cambiado su vestido por uno de aspecto más formal, con un fondo de faroleados blanco y una capa en color verde por encima abierto que permitía ver el fondo, con un lazo en la cintura y mangas cortas, en un estilo tipo princesa. El cabello lo tenía suelto.

—He visto muchas cosas a lo largo de los siglos, e incluso aquel barco, el Holandés Errante, le he visto en varias ocasiones. Muy impresionante.

Varios piratas jadearon, Gibbs se persignó.

—Alto, alto. —Atrapó un hombre que no tenía cabello y una cicatriz en la cara bastante fea—. ¿Siglos? ¡Mírate! No puedes tener más de 20.

—Seguro lo está inventando —exclamó otro escéptico, que de paso tenía un par de tragos encima así que arrastraba las palabras—. Nadie ha visto al Holandés Errante en años.

—Primero, sí. Dije siglos. Tengo 3 siglos de edad. Y segundo, no miento, he visto el Holandés Errante. Es un gran barco antiguo con las velas raídas y viejas, aspecto abandonado y navegando sin nadie a bordo. Siempre que le veo hay nubarrones y una espesa neblina a su alrededor.

—Haciendo a un lado lo del barco, ¿cómo es que tienes...tres siglos de edad? —preguntó Yuki, interesado—. ¿Has bebido alguna pócima?

—Oh, no. Es esto. —Indicó su collar—. Si permanezco lejos de él, me hago espuma, literalmente. Esto es lo que me mantiene viva.

—O sea... —Comenzó Francis con su tono tan desagradable, codicioso—. Que si te lo quito, ¿me hago inmortal?

—No. Esto solo funciona en criaturas del mar como yo. Si te lo pusieras, caerías maldito porque se lo habrías arrebatado a una sirena.

Eso pareció quitar todas las ganas de querer robar la joya a los hombres. Siendo sinceros, no valía la pena quedar maldito por solo un rubí y además tan pequeño.

—No deberías decir tus debilidades como si nada —regañó Christopher, que llegaba en ese momento con una pinta—. ¿Quién está arriba? —preguntó a los hombres, y todos se miraron las caras. Frunciendo el ceño, Chris ordenó—: Quiero a alguien arriba vigilando, no me importa quién.

—Debilidad no lo es porque nadie querrá quitármelo a no ser que quede maldito —replicó la sirena—. Cara de alga —masculló bajito.

—Que vaya Yuki.

—¿Por qué yo? —No pudo evitar fruncir el ceño a las palabras de Francis.

—Hook irá. Ya le toca —dijo antes Gibbs para evitar una discusión. El hombre, enano, se apresuró a cumplir la orden.

—¿Qué otro barco conoció, primor? —preguntó Francis.

—El Octavio.

Hubo un silencio hasta que finalmente los piratas rompieron en risas.

—Ese no existe —rió uno que se zampó luego una botella de ron.

—Es un mito.

La sirena se echó hacia adelante.

—¿De verdad creen que es un mito? —preguntó con seriedad, entrecerrando los ojos.

—Por supuesto —dijo el hombre de la cicatriz—. Ningún marino es capaz de sobrevivir el paso del norte, sólo los suicidas se atreven a ir por esas aguas tan inhóspitas.

—Oigan, nosotros tenemos a una mujer a bordo —habló uno de los más ancianos, que fumaba una pipa muy vieja—. Si el capitán y Christopher se llegan a enamorar de ella, terminaremos como el Lady Lovibond.

—¡Primero muerto! —exclamó Chris desde la cubierta superior, escuchando la charla del grupo—. Segundo, es un pez, no una mujer.

—Y tú un cara de alga —dijo despectivamente la sirena a Chris—. Prefiero ser espuma a tener de enamorado un pedazo de hierba parlante como tú.

Algunos se rieron, otros les hicieron burlas a ambos.

—Bueno, bueno, me imagino que habrás visto tesoros, ¿verdad? —La pregunta de Francis interesó al resto, mirando expectantes a la sirena.

—Varios. —Señaló los aretes que traía—. Estos los saqué de un navío que se hundió hace un siglo. He visto muchos hundimientos y tesoros cayendo en las profundidades del mar.

—¿De dónde sacó eso de "cara de alga"? —Se preguntó el oji-verde extrañado.

—Capitán —gritó un chico de la misma edad que Yuki, muy delgado y también muy alto—. ¿Por qué no podemos ir por uno de esos tesoros?

—Primero encontremos la fuente, después podremos encontrar esos tesoros —respondió Dimitrevich, y todos los demás se contentaron con esa declaración, el brillo de codicia brillando en todos los ojos.

—Buena suerte con eso —dijo Ariadna, terminando su emparedado.

—Suerte que nos darás tu, primor, nos guiaras a los tesoros —habló Francis, dando un largo trago a su botella.

—No lo creo. Podré decirles, pero ustedes se encargarán de nadar a las profundidades a buscarlos y sacarlos. Cuando les lleve a la fuente, me ayudaran a encontrar a la persona que busco y me dejaran. —Ella miró a Dimitrevich—. Ese era el trato.

—Mira tú, chiquilla... —empezó la amenaza un hombre tatuado que hasta ahora no había hablado, el sonrojo en sus mejillas indicaba cuán borracho estaba.

—¡Porter! —gritó Dimitrevich, y el tatuado volteó—. Déjala. Ve al almacén. —le ordenó. A regañadientes, el hombre hizo caso—. Suficiente por hoy. A los que le toque vigía, quédense, los demás a dormir. Ariadna... —llamó en un tono más suave a la sirena—. Ven conmigo.

Ella bebió el resto del agua, dejándoselo a Yuki, despidiéndose de él a lo que el chico devolvió. Luego, se puso en pie y siguió al capitán, despidiéndose de quienes habían sido amables con ella, incluido Francis. Siguiendo al hombre llegaron nuevamente al camarote; se sentó en la cama, dando un par de saltos hasta recostar la espalda en la cabecera.

—Si me dejaran ir en cuanto les haga llegar a la fuente, ¿no? —preguntó con recelo.

—Sólo me interesa la fuente. —Le aseguró. Fue a un estante, trayendo un mapa el cual desplegó en la cama—. Quisiera pedirte un favor.

—Bien. —Ella se sintió más tranquila—. ¿Qué favor es ese?

—Quiero que detalles en este mapa todas las tierras que falten, rutas marítimas, pasos... Todo lo que sepas. —Como la otra vez le acercó pluma y tinta.

Ariadna solo le miró una vez antes de ojear el mapa. Se demoró casi tres minutos en analizarlo, cogiendo la pluma y tinta y procediendo a señalar archipiélagos, y demás, incluso por el océano ártico y Mar Caribe. Había señalado más de 10 nuevas zonas que antes no estaban en el mapa. Teniendo la pluma alzada, miró una parte del mapa pero bajó la pluma y la dejó a un lado.

—Terminé...

Ojeando igualmente el mapa, Dimitrevich sonrió, sus ojos brillando por la nueva información.

—¿Tienen nombre estos lugares, o son rutas vírgenes?

Agradecida de que al menos no señalase una zona en blanco, suspiró.

—Algunos tienen nombres, pero los demás desconozco si tiene o no.

—Escríbelos. —Se sentó al lado de ella para poder mirar sobre su hombro.

Ella comenzó por océanos. En el Pacífico señaló unos pocos, como Kiribati -justo donde dijo estaba la fuente-, Cook, Niue y Samoa; en el Atlántico escribió Boubet, Asunción y Trinidad; en el Índico, Mauritius, Socotra; en el Ártico, Svalbard, Islandia y Wrangel.

—No conozco más... —Acabó, dejando la pluma.

—No señalaste el triángulo —dijo el hombre, fijándose detenidamente en el mapa.

Ariadna quedó en piedra, mirando igual el mapa. Le costó procesar sus palabras, preguntándose cómo es que sabía...

—¿Có-cómo dijo...?

—El Triángulo —repitió en el mismo tono, sin alterarse—. También tienes que señalarlo.

—No..., no sé de qué triángulo está hablando. —Ella se levantó—. No hay triángulos en el mar. Y como eso es todo, iré a sumergirme en la tina. Descanse. —Se volteó para ir a meterse en el baño.

Dimitrevich la siguió.

—¿Por qué no quieres que sepa del triángulo? —insistió en el tema—. ¿Qué hay ahí?

—No hay ningún triángulo —repitió ella, vertiendo agua salada en la bañera, cuidando de no mojarse.

—Dejemos el juego de la ignorancia. Se vuelve tedioso. —Se recostó de la puerta, viendo como la sirena se iba despojando de la ropa—. Ambos sabemos sobre el triángulo, también que no quieres decirme dónde es. La verdadera pregunta es: ¿Por qué?

Ella se detuvo en plena faena de bajarse el vestido, antes de suspirar largamente. Acabó su tarea, dejando la prenda a un lado y caminando a la bañera. Se sentó en el borde, dejándose caer dentro y justo cuando se acomodó, la cola apareció, así como top que cubrió sus senos. Se hundió un momento antes de salir y apartar el agua de su rostro. Se le veía cansada.

—No hay tesoro ni fuente o nada, sino...algo...malo... —Finalmente dijo—. Algo muy malo. —Angustia y miedo cruzó su rostro, así como las uñas se volvieron azules.

El pirata comenzaba a comprender las emociones de la criatura, más que todo porque éstas se manifestaban en sus uñas, sólo debía ser detallista.

—¿Qué hay ahí? —Volvió a repetir. Ciertamente, a él no le interesaba si había tesoro o no en ese lugar, pero las ansias de saber, era ese deseo irrefrenable de saberlo todo. Por eso ansiaba la fuente, si tenía juventud eterna tendría todo el tiempo del mundo para develar todos los misterios del mismo. Al "Dragón Azul", más que el oro, se obsesionaba por el conocimiento.

—Yo...no lo sé... —No parecía mentir.

Entonces se hundió un poco hasta que su mentón tocó el agua y el collar quedaba bajo ella. El rubí brilló y como si de un reflector se tratase, en el agua se dibujó el mapa del capitán. Con cuidado, ella sacó un brazo apenas ejerciendo ondas que desdibujaron el mapa e indicó una zona en blanco en el océano atlántico. Señaló una isla que apareció allí, luego otra y un continente, y deslizó su dedo de un punto a otro, en el mapa dibujándose una línea con el mismo color del rubí. Esas líneas fueron formando un triángulo.

—No tienes esa isla tampoco, pero sí está que es Puerto Rico y esta otra es Miami, en la zona americana. Esa isla, según escuché, le llaman Islas Bermudas... Pero ese triángulo... —El color azul de las uñas no se había marchado—. Cuando cumplía mi segundo siglo de vida, llegué a esa zona... Estaba llegando a sus límites, por Puerto Rico. Noté a un barco dirigiéndose allí, al triángulo, quizás hacia las islas o a la tierra americana, no sé, pero en la superficie... Había nubarrones, y niebla... Creí que se trataba del holandés así que me sumergí y...lo vi... Negro..., esa parte del mar es un foso oscuro y frío, y aunque intente iluminarlo con mi collar, no llegaba a nada. Jamás había visto algo como eso... Subí y vi al barco de antes internarse en la niebla... Simplemente desapareció —dijo, volteando a mirarle—. Nadé alrededor del triángulo por horas, días, y todo el tiempo notaba que algo me miraba bajo el mar y nunca supe qué..., pero el barco jamás apareció... Un día nadando allí noté que mis escamas perdían color, tan solo llevaba una semana... Decidí irme y mi cola volvió a la normalidad, pero no regresé allí jamás, hasta hace 40 años. —Suspiró—. Vi un nuevo navío aparecer de entre la niebla..., no era el mismo de hace un siglo. Las velas estaban muy dañadas, pero el resto del barco intacto, y teniendo en cuenta el estilo en cómo estaba construido, era reciente... Pero no había nadie..., no vi a nadie. Ni un tripulante, capitán, sonido ni nada..., y el barco siguió navegando hasta que se hundió a casi 1500 metros después de las islas Bermudas. Y todo el rato que estaba allí...siempre me sentía observada y la misma negrura seguía allí en el triángulo, la misma niebla y mismos nubarrones... Ese barco se hundió, y jamás supe qué le sucedió al otro, ni a sus tripulantes.

—Kraken. —Fue la respuesta del marino al escuchar la historia—. Es una leyenda entre los marineros. Una bestia enorme que vive en las profundidades del océano, capaz de hundir un barco y comerse a toda la tripulación. —Se acercó hasta la tina para detallar el mapa—. ¿Por qué no querías decirme esto?

—No quería que lo supieran. No sabrán de eso y jamás irían ahí... —murmuró.

—Es un poco ilógico el saber esto y querer ir si quiero vivir para siempre ¿no crees? —Tomó el rubí entre sus dedos, detallándolo.

Ella le miró, confundida. El mapa desapareció, la luz del rubí desvaneciéndose al ser tocado.

—Tú quieres la fuente. Si vas al triángulo, podrías morir junto a tu tripulación. La fuente te otorga vida eterna, pero sigues siendo débil ante la muerte involuntaria. No te hace inmune ante el asesinato.

—Precisamente. No necesito ir a un lugar así. —le dio la razón.

—Entonces no necesitabas el porqué saber de él. —Le arrebató el rubí, volviendo a dejarlo entre sus pechos.

—Quiero saberlo todo. Su razón de ser y su naturaleza. —En palabras sencillas, el hombre tenía sed de conocimiento.

—Suerte con eso. —Y se hundió nuevamente en el agua, la mayor parte de la cola sobresaliendo de la tina, mientras ella mantenía los ojos cerrados. Definitivamente el hombre no sabía lo que pedía. El océano puede ser cruel tanto como hermoso.

—Buenas noches, Ariadna. —le dijo el capitán, dejando a la sirena en la tina. Imitando los modales de la sirena, el hombre se quitó la camisa mientras salía del baño, para cuando llegó a la cama sólo tenía puesto el pantalón, las botas quedaron en el piso.

Y así fueron pasando los días en alta mar. De vez en cuando la sirena accedía a desayunar con el capitán pero por las noches cenaba con la tripulación, contando anécdotas sobre las travesías del mar, cuentos de terror, chistes que les hacían reír hasta que el ron se les salía por la nariz, y en una noche, un par de danzas al estilo Tortuga, muy diferentes a los que Ariadna llegó a ver en barcos más elegantes que los hombres identificaron como los de los aristócratas. Nadie notaba las botellas con notas que el barco dejaba atrás de tanto en tanto, navegando por las aguas hasta ser encontrado por un barco que les seguía a varias millas detrás.

Pero un día, uno antes de llegar a la zona donde Ariadna dijo estaba la fuente, la aleta de la sirena comenzaba a mostrar manchas verdes y ella no se mostraba con energías de salir de la tina. Yuki, que había ido a buscarla para que desayunase con el capitán como lo había estado haciendo esos cuatro días, salió para informárselo al hombre.

—Capitán, tenemos un problema. Algo raro le pasa a la sirena.

El hombre inmediatamente salió del comedor, yendo a paso veloz al baño donde encontró a la chica desmadejada en la tina.

Tratando de no mostrar la preocupación que sentía, se arrodilló a su lado.

—¿Qué te ocurre?

—Algas... —Ella se hundió más, como si no tuviese fuerzas de mantenerse erguida en la tina—. Tengo varios días sin comer...algas. Mucha comida humana... Está bien, puedo aguantar un día.

Sin decir nada, el hombre salió del lugar, no se detuvo hasta llegar a cubierta.

—¡Detengan el barco! —gritó para ser escuchado, todos lo miraron sin entender—. ¿Qué? ¿Están sordos? ¡Dije que detuvieran el barco! —En seguida la tripulación comenzó a moverse de un lado al otro para cumplir la orden, el navío dando un tumbo por el repentino freno.

—¡Hey, hey! ¿Qué estás haciendo? —saltó Christopher por el abrupto detenimiento.

Ignorándolo, Dimitrevich continuó gritando órdenes.

—¡Los que sepan nadar los quiero en el agua, busquen algas, todas las que puedan!

—¿Estás loco? —le gritó el oji-verde al capitán—. ¡¿Por eso nos detuvimos?! Tardarán horas en recolectar las algas.

—Ella las necesita. —Fue su corta e insatisfactoria respuesta.

—¡Nos está retrasando! ¡Tenemos la ruta, tírala al mar! —El rostro de Christopher comenzó a colocarse rojo por la furia. La tripulación miró la discusión sin atreverse a moverse o dar su opinión.

—¡Cállate! ¡Obedece a tu capitán! —Miró a los demás hombres—. ¡Les di un orden! ¡Empiecen a cumplirla! —Todos se empezaron a mover para cumplir rápidamente, el capitán incluso también se puso en la tarea de buscar algas pues no todos los hombres sabían nadar. Mientras, Chris bufaba molesto, esa sirena les iba a costar la vida.

En el camarote, Ariadna vio como otra mancha verde aparecía en su aleta, a casi comienzo de su cola. Parecía como esas frutas que se pudrían, aunque ella no se pudría, sufría falta de vitaminas especiales. Aquel día que cayó en las redes de los piratas de El Venganza tenía dos días sin comer algas, nadaba para dirigirse al Mar Caribe, donde estaban unas algas rojas exquisitas, y fue cuando distraída cayó en la red y no se dio cuenta hasta que la aprisionaron con las sardinas. Estando en el barco pasó más días sin las algas, y aunque aquello que ellos llaman lechuga era bueno, no tenía la consistencia ni vitaminas de un alga verde. Con 6 días su cola se pondría verde, a 10 días le costaría nadar y sabía que a los 15 días no podría moverse y por ende podría morir, no lo sabía.

Tocó sus escamas, se ponían muy sensibles al tacto y a veces dolía... Entonces la puerta del baño se abrió y vio entrar al capitán, empapado, con una fuente de algas.

—¿De dónde...? ¿Nadaste al fondo por ellas?

—Flotaban en la superficie —mintió Dimitrevich para restarle importancia, alcanzándole la fuente a la sirena—. Debiste decir algo antes.

—No creí que tardaríamos... —Fue su respuesta. Cuando tuvo las algas a su alcance, cogió una y notó algo—. Están arrancadas desde la raíz... Estas no pudieron flotar desde la superficie. —Ella alzó la vista para verle.

—No sé de qué hablas. —Dejando la fuente al lado de la tina sobre un banquito, el capitán salió del baño dejándola sola.

—¡Gracias! —gritó, sonriendo después. Miró las algas, y de inmediato se dio un festín con ellas.

Después de eso, el marino no volvió a acercarse a ella, siempre tenía una excusa; si no era que estudiaba el mapa, era que estaba dirigiendo el timón. En todo ese tiempo le estuvieron llegando algas a la sirena, tantas hasta sentirse llena del todo.