CAPITULO 4
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A la hora volvían a tomar el rumbo, y ya para la noche un hombre gritó tierra, escuchándose el alboroto incluso en el camarote. A los minutos Ariadna salió, con el primer vestido que se había puesto pero sin el chaleco, ya que sabía lo mucho que le molestaba al capitán que saliese sin ropa a pesar de aún no comprender qué había de malo si ya los marineros le habían visto. Se asomó por la baranda, notando la isla Kiribati a lo lejos y luego miró al mar. Alzó la vista hacia el timón, notando al capitán allí. Subió las escaleras hasta llegar a él.
—¿Irán a tierra? ¿Qué tanto les falta?
Dimitrevich no apartó la mirada del horizonte para responder.
—En unas horas llegaremos a la costa, nos acercaremos lo suficiente para ir en bote a la playa. Es probable que no haya luz cuando terminemos.
—Actúas extraño—reclamó ella, pero se volteó—. Como sea, les esperaré en la isla con el brebaje. —Bajó las escaleras para ir a la borda.
—¡Espera! Agarra el timón. —le dijo a Chris que no estaba muy lejos—. ¿Cómo que irás por el brebaje?
Ella se detuvo.
—Estás navegando justo sobre la fuente. —La sirena señaló el suelo—. Aquí abajo hay una fosa, la fuente esta allí. Ni el más buen mortal nadador podrá llegar allí antes de que la presión del agua le quite el oxigeno. Jamás dije que estaba en una isla.
Tomándola del brazo, Dimitrevich la llevó a la proa. Cuando estuvieron solos y fijándose de que sus hombres estaban lo suficiente ocupados para no prestarles atención, le habló.
—Déjame aclarar esto. El elixir está en las profundidades de estas aguas ¿y piensas bajar para traérnoslo?
—A menos que quieras perder a tus hombres uno a uno. —Se alzó de hombros—. Hicimos un trato: te provengo del elixir si me ayudas a encontrar a alguien. Las sirenas jamás rompemos un trato a pesar de todo. —Cruzó los brazos—. Y teniendo en cuenta lo que hicieron por mí con las algas, es lo menos que puedo hacer para agradecerles a pesar de que ustedes fueron los culpables por atraparme.
—¿No vas a huir? —preguntó aún escéptico, alzando una ceja.
—No lo haré. —Negó—. Prometo regresar a ti…, a entregarte el elixir —aclaró. Dio la vuelta para dirigirse y subirse a la borda.
Una vez más la detuvo, esta vez atrapándola de la cintura, pegándola a su cuerpo.
—Quédate conmigo. —le dijo, inclinándose sobre su rostro—. Una vez con el elixir, podremos estar juntos.
La mente de Ariadna quedó en blanco por ese momento, mirándolo incapaz de poder hacer algo o decir nada. ¿Qué, le pedía estar con él? ¿Un mortal? ¿A ella? No podía ser…
—Yo…no puedo. He jurado amor a la persona que busco. —Le hizo soltarla—. Lo siento.
—Ariadna... —Iba a atraparla otra vez pero Chris le interrumpió.
—Señor. —El pelinegro se asomó donde ellos estaban escondidos. Miró a la pareja con el ceño fruncido—. Hay un arrecife más adelante, esto es todo lo que podemos acercarnos a la costa.
—Bien. Prepara los botes. —Vio a la sirena quitarse el vestido sin poder apartar la mirada del cuerpo de la mujer.
—Vladimir, deja de babear por el pez y ven conmigo. —Christopher haló al capitán para llevarlo a la cubierta.
Alejándose, se escuchó al oji-azul gruñir: «No me llames Vladimir».
Ariadna se detuvo poco antes de lanzarse al agua, estática como una piedra. Se volteó hacia el lugar donde marchó ambos hombres, el blanco de la sorpresa tiñendo sus uñas. «No puede ser, no puede ser…» Ese hombre…, el capitán… ¿era su niño perdido?
Recordaba aquel huracán hace 28 años, aquel huracán que acabó con un navío. Vio a la deriva un pequeño de casi 8 años. Su ley dictaba que no debían dejar que un humano les viese, pero si ella le dejaba su suerte, se lo comerían las aves o vagaría por los mares hasta morir, pasarían días sin que lograse hallar tierra. Por lo que rompió la ley y se acercó al pequeño. Tenía los labios resecos; se encargó de darle agua usando su collar para eliminar la sal del agua que ahuecaba en su mano aunque no podía hacer mucho por la comida. Nadó llevándose la balsa –que era más bien un pedazo del barco– en la que estaba el niño y fue con él a tierra firme, dejándolo en la costa. Durante todo el viaje solo le había visto despertar una vez, notando sus ojos azules, y se había asustado después al verle inconsciente si no hubiese escuchado los latidos de su corazón. Paraba varias veces para hacerle beber, para darle pequeños trozos crudos de algún pescado que sacrificaba por el camino. Finalmente habían llegado a tierra. Poco antes de marcharse, su niño parecía intentar recobrar consciencia, pero lo único que ella pudo averiguar antes de marcharse fue su nombre… Vladimir.
Las sirenas tenían sentimientos vertiginosos e ingenuos y el amor no quedaba excluido de ellos. Si bien había navegado por una semana con aquel niño, cuidando de él y protegiéndole, se había enamorado y jurado amor…
—¿Acaso eras tú…todo este tiempo? —preguntó al aire, la brisa marina tocando cada parte de su cuerpo. Recordando el porqué estaba allí desnuda, se volteó, subiendo a la borda y finalmente saltando al mar. Tenía un elixir de vida que encontrar.
Dada la orden, los hombres prepararon los botes con los que se acercaron a la playa. Ya que sólo tenían que esperar a que la sirena regresara, los hombres aprovecharon de pescar un rato y buscar frutas por los alrededores, si estaban en tierra, mejor aprovechar la oportunidad. Dimitrevich, mientras, se puso a explorar el lugar. Uno de los hombres se alejó del grupo, caminando casi en el mismo camino que el del capitán, pero desviándose después. Vio que a casi al otro lado de la isla, un barco de velas rojas reconocido para él estaba allí y sonrió, mirando a su alrededor y siguió su camino.
En el fondo de la fosa, Ariadna se ayudaba de su collar para iluminarse el camino. La temperatura había subido, pero el mismo rubí le mantenía en calor. Finalmente encontró aquel cofre de hace dos siglos, nadando y abriéndolo. Había collares y monedas de oro, y entre ellas, una botella redonda de cuello delgado con un corcho, un líquido que se veía morado pero era debido a la luz de su collar, siendo de un tono azul. Durante todo el rato que tardó en bajar, no dejaba de pensar en el descubrimiento. Su niño. ¿Había estado con su niño perdido todo el tiempo? Bueno, no podía seguir llamándole niño, estaba lejos de serlo… Mientras nadaba de vuelta a la superficie, se detuvo. ¡Santo Neptuno, le había rechazado! Si ese Vladimir era su Vladimir, significaba que le había mandado a nadar… No, tenía que averiguarlo. Tenía que preguntarle si era él o no… Aumentó los movimientos de su aleta, nadando todo lo rápido que podía hacia la isla.
Cuando llegó a la orilla, quedó de piedra. Una lucha encarnizada se mostraba a sus ojos, la tripulación empuñando sus espadas contra otros que jamás había visto. ¿Qué estaba pasando?
En la playa era una lucha hasta morir. La tripulación de El Venganza, aunque hábil, no se daba abasto con la cantidad de enemigos; gritos de guerra y muerte rompían la tranquilidad de la noche, la pólvora de las pistolas daban un destello al ser disparadas. Christopher, al igual que el capitán Dragón Azul, tenía su propia reputación labrada y con razón, conocido como la Mano Ejecutora del Dragón, nadie podía contra ese hombre: su sed de matanza era incomparable y aquel que le desafiara era seguro que perdería la vida. Ahí estaba el oji-verde en una batalla d aún así tenía las de ganar.
Mientras, en un risco, los capitanes se batían a duelo, el Dragón Azul contra el Caballero Demonio.
—¡Señor Gibbs! —llamó Ariadna al hombre que luchaba junto a Francis con otros dos—. ¿Qué es esto?
El nombrado apenas giró a verla, noqueando al pirata con quien luchaba, mientras Francis aún seguía con el otro.
—¡Kimera, piratas del Kimera! —exclamó de vuelta—. Tienes que irte de aquí, vuelve al barco. ¡Oh! —Se interpuso entre la sirena y otro pirata que la había visto e iba hacía ella, defendiéndola—. ¡Ahora!
La sirena se arrastró de vuelta al mar, topándose entonces con Yuki.
—Yuki, ayúdame a… —Se detuvo al ver la pistola del castaño apuntándola.
—Quieta.
Le tomó unos minutos a la sirena comprender la situación.
—Le traicionaste.
—Que inteligente. —Con unas señas, dos hombres la sujetaron por los brazos y la cola sin que los de El Venganza pudiesen evitarlo—. Vamos.
—¡Suéltenme! ¡Aléjense de mí! ¡El mar se los tragará enteros! —vociferaba la sirena, retorciéndose. La punta de una espada se posicionó bajo su cuello, acallándola.
—Miren nada más, una sirena. —Una mujer morena, de ojos amarillos y cabello negro ondulado, estaba delante de la sirena, sus ojos rasgados mirándola burlona mientras sonreía, una sonrisa felina—. Conozco a un par de traficantes que pagarán muy bien por ti. —La mujer, como los hombres, usaba pantalones pero estos se ceñían a sus piernas exquisitamente, un corsé morado con volados blancos apretujaba sus pechos, haciéndolos ver redondos y turgentes, completaba su atuendo con unas botas de tacón hasta la pantorrilla. La morena se fijó en la botellita que tenía la sirena—. ¿Qué es esto? —Quiso arrancarle la botella pero la castaña se resistió, entonces clavó con más ahínco la espada, logrando que lo soltara.
—Ah, ¡no! —Se removió más. Agradeciendo su cola húmeda y resbaladiza, logró zafarla del otro hombre, y tomando impulso, usó su cola para darle un empujón a la otra mujer.
Yuki ahogó un grito al ver que la pirata perdió el equilibrio. Se apresuró hacia ella, pero en vez de sostenerla, liberó la botella de su mano, no quería que se rompiera. A pesar de que le arrebató el frasco, la mujer logró agarrarse de uno de los hombres que la acompañaba; él terminó cayendo al agua y ella se salvaba del chapuzón. Luego, le arrebató la botella, guardándola en su escote, mirando a Yuki amenazadora.
—Ustedes dos. Sujétenla bien, nos la llevaremos. —Le dijo a los hombres para que cumplieran su orden—. Yuki, vamos por el Dragón Azul, ya no lo necesitamos. —Sonrió malévolamente, llevándose al castaño consigo.
—¡No! ¡Suéltenme! —La sirena volvió a retorcerse, sus gritos aumentando más allá de lo usual en un humano—. ¡Auxilio! ¡Aléjense de mí, caras de algas! —Y gritó más.
Yuki se cubrió las orejas. Los gritos eran insoportables, incluso notó que algunos hombres cayeron arrodillados cubriéndose las orejas. Tomando un trozo de su camisa, la rompió y la usó de mordaza, acallándola. Volvió con la pirata luego.
—Que chillona.
—Así son las sirenas. —Al parecer, Angie no sufría ningún tipo de dolor, quizás por ser mujer el efecto sonoro de la sirena no la afectaba—. Camina. —Le ordenó al grumete, avanzando al risco.
Sin que nadie pudiera evitarlo, y matando a todo el que se le atravesara, Christopher degolló a los hombres que cargaban a Ariadna. Los cuerpos cercenados cayeron al agua, soltando duramente a la sirena que salpicó con un gran splash.
—¿Me llamabas, pez? —Sonrió socarrón el pelinegro.
Ella gimió dolorosamente, pero se quitó la mordaza de su boca.
—Christopher, tienen la fuente. —Señaló a Angie—. La mujer la tiene en sus… —Hizo un gesto a los senos—. ¡Date prisa!
Entendiendo el mensaje, tomó las pistolas de los hombres que degolló, cargándoselas en los bolsillos y agarró otra espada.
—Escóndete en los arrecifes. —Le dijo antes de correr en la dirección que la sirena le señaló.
En el risco, los capitanes continuaban su contienda a muerte, ambos estaban sudados, jadeaban y tenían varios golpes y cortes que se habían hecho. Dimitrevich jadeaba con más fuerza, Klaus era un gran adversario y utilizaba su juventud a su favor, claro que el Dragón Azul no se dejaba pero aún así era difícil cuando tu cuerpo comenzaba a mostrar el cansancio de una larga batalla.
—Ríndete de una vez. ¡Está claro quién es el vencedor! —El pelilargo dio una estocada que Dimitrevich logró esquivar por muy poco—. ¡Una vez que te mate, nada me impedirá apoderarme de la Juventud Eterna!
—¿Cómo te enteraste de eso? —El oji-azul se apoyo en una roca, intentando recuperar el aliento. Un corte en su ceja derramaba sangre por la mitad de su cara, el salitre de las olas le hacía escocer la herida.
—¿Aún no te has dado cuenta? Hay un traidor entre tus hombres —confesó el trenzado con una sonrisa muy ufana.
—Debes prestar más atención a quienes están en tus filas…, capitán —terminó Yuki, acercándose con Angie.
—Angie, preciosa, por tu mirada imagino que tiene algo para mí. —Klaus miró a la morena que se acercaba con su exótico contonear de caderas al Caballero Demonio, sacando coqueta el elixir de su escote.
—Se lo quitamos a la sirena —anunció orgullosa—. La muy tonta se deja atrapar muy fácilmente.
—¿Qué le hicieron a Ariadna? —gritó Dimitrevich.
—¿Te interesa? —Klaus tomó el elixir que se le ofrecía, sus ojos verde pardo brillando—. Al fin...la Juventud Eterna.
—La venderemos a los comerciantes —respondió Angie al ver que su capitán estaba muy entretenido—. Recibiremos buen dinero por ella.
—¡No lo hagan!
—Creo que alguien ha caído preso de su embrujo. —Se burló Yuki, acercándose a Klaus—. Vida eterna y ricos gracias a un pez, quien lo diría.
—¡No es un pez! —gritó el oji-azul. En el barco aguantó bastante bien no decir eso pero ahora, con los nervios destrozados, cansado y al punto de la inconsciencia, ya no importaba.
—¿Entonces qué es? —Se burló Angie, sacando su pistola, apuntando a Dimitrevich.
—Es...
—Es un pez, un bonito y exótico pez que nos hará ricos y no hay nada que puedas hacer para detenerlo...
—¡Angie! —gritó Klaus, pero ya era demasiado tarde: una espada atravesaba el pecho de la morena justo entre los senos. Escupiendo sangre, la morena cayó muerta cuando la espada en su espalda dejó de sostenerla.
—Siempre tengo que salvarte el trasero. —El oji-verde, que estaba cubierto de sangre, golpeó a Dimitrevich en el brazo—. La sirena está a salvo, le dije que huyera al arrecife.
Klaus estaba en arrodillado en el suelo con el cuerpo de Angie entre sus brazos. Su Amiga, su segunda al mando..., muerta..., todo por culpa de ellos.
—¡La mataste! —gritó con rabia, apuntando la pistola de la chica a Christopher—. ¡Te enviaré directo al infierno! —Disparó, la bala yendo directo a Christopher cuando alguien le empujó, protegiéndole, un peso cayó sobre Chris sacándole el aire. Cuando se dio cuenta, Dimitrevich estaba encima de él, sangrando.
—Vlad...Vladimir... Respóndeme... ¿Vlad? —Intentaba hacer que el hombre reaccionara pero este no respondía.
—El Dragón Azul ha muerto —sentenció Yuki, mirando el cuerpo del hombre. Sacudió el hombro de Klaus, llamando su atención—. Amor, tenemos que…
—¡NO! —Ariadna, con piernas y trayendo ropa de pirata –un pantalón que le quedaba un poco grande y una camisa manchada de sangre. Probablemente se lo arrebató a algún pirata muerto–, corrió hasta arrodillarse junto a Christopher, atrayendo el cuerpo del pirata a su regazo. Sus manos temblaban y lágrimas se arremolinaban en sus ojos—. Por favor… —Sus manos se vieron manchadas de sangre, lo que la asustó más y eso se notó en sus uñas.
—¿Cómo escapaste? —cuestionó Yuki.
—¡Cállate! —gritó ella, mirándolo ceñuda. Entonces, ella se quitó su collar, poniéndoselo al hombre en el pecho, cogió su mano y le hizo cubrirlo, ella colocando la suya sobre la de él, los dedos de ambos en contacto con el rubí y comenzó a recitar—. Rubí como mi corazón, dame tu brillo fiel. —Poco a poco el rubí se iluminó—. El tiempo has de regresar, vuelve todo a lo que es. Quita todo dolor y el destino cruel —Por un momento su voz se rompió, pero logró mantenerse—, regresa lo que perdí, volviendo a lo que fue..., a lo que fue —terminó, lentamente la luz atenuándose. Bajó la mirada al hombre, acariciando su rostro—. Vamos, Dragón, si te conviertes en un cara de alga no te lo perdonaré.
En el momento no pasó nada, pero segundos después Dimitrevich empezó a removerse incomodo y toser hasta que escupió la bala. Palpándose el pecho donde le había atravesado, notó que la piel estaba lisa y sin cicatriz.
Asombrado, miró a su alrededor, encontrando a Ariadna y Christopher que no cabía en su asombro.
—No debiste venir —regañó sin fuerzas el pirata de ojos azules—. Era peligroso. —Alzó una mano hasta acariciar la mejilla de la sirena.
La atmósfera del momento se perdió cuando escucharon a Klaus gritar.
—Dame la piedra —dijo a la sirena—. Revive a Angie. —Estaba desesperado. Con pasos firmes se acercó al trío, su mirada enloquecida—. ¡Devuélveme a mi amiga! —le exigió a la sirena pero al ver que ésta no hacía ni decía nada, prefirió tomar acción.
Arrebatándole el rubí a la sirena, se acercó hasta Angie, imitando los movimientos de Ariadna y las palabras que recitó para revivir a la morena. Estando en manos de alguien distinto y sintiéndose arrancado, el rubí se tornó negro y brilló hasta apagarse y dicha negrura traspasar a la mano de quien lo sostenía, en ese caso, Klaus.
—¡Qué has hecho! —Yuki retrocedió, espantado—. ¡No debiste de haberlo hecho! ¡Te ha maldecido! ¡Idiota! —Se dio la vuelta, corriendo lejos.
Preocupada por el collar, y presintiendo mal la falta de éste, Ariadna apartó a Vladimir de su regazo, recostándolo en el suelo y levantándose. Se apresuró a acercarse al otro pirata, recuperando rápidamente la joya, volviéndosela a poner.
Pero ya era demasiado tarde para Klaus: el negro en sus manos se fue extendiendo por todo su cuerpo. Sus manos comenzaron a podrirse, todo lo que cubría el negro se desintegraba, la carne cayéndose a pedazos putrefactos hasta dejar descubierto el hueso. Klaus intentó gritar pero sus cuerdas vocales, al igual que el resto de sus órganos, se volvían blancas e inservibles hasta que al final solo quedó una masa negra y deforme.
—Aterrador. —Logró murmurar Christopher, impactado por la muerte del Caballero Demonio.
En todo ese rato, Ariadna no había estado mirando, observando el suelo. Finalmente se acercó, buscando con la mirada la botella hasta encontrarla junto a la masa. Como si nada se acercó y cogió la botella, volviendo junto al Dragón Azul.
Le tendió la botella.
—El Elixir de la Vida.
Dimitrevich lo tomó entre sus manos, no sabiendo exactamente qué decirle a Ariadna.
—Gracias... Cumpliste tu promesa —Se guardó la botella en un bolsillo de su chaqueta—, ahora yo cumpliré la mía.
—Volvamos al barco —interrumpió Chris.
Los tres bajaron del peñasco, encontrándose con la playa llena de hombres caídos y algunos que ya estaban tan cansados por la batalla que solo se quedaron tirados en la arena.
Dimitrevich entonces dio un paso al frente.
—Klaus Wolfhart a muerto, los que quieran unirse a mí en El Venganza son bienvenidos.
Varios hombres se levantaron; los que ya eran parte de la tripulación de El Venganza siguieron a su capitán, y otros cuantos del Kimera igualmente le siguieron, entre todos zarparon en los botes para volver al barco.
En el camarote, la sirena llenaba la tina de la bañera mientras escuchaba alboroto sobre ella, todos los hombres estando en cubierta. Aquel día había sido…agotador. Había sentido un algo al entrar en el océano después de casi 5 días, había sentido un algo cuando usó por primera vez los poderes sanadores del rubí, había sentido un algo cuando por primera vez se lo arrebataron y su maldición se llevó a cabo…, había sentido un algo al ver a Vladimir herido… Dejó la cubeta a un lado. Se despojó de la ropa pirata, acercándose a la tina y viendo su reflejo.
«"Ahora yo cumpliré la mía"»
—¿Será él…? —Se volteó para sentarse en el borde de la tina cuando quedó estática.
—Ya hemos zarpado pero no tenemos rumbo, necesito que me digas dónde crees que puedes encontrar a la persona que buscas. —Dimitrevich, ahora sólo vestía una camisa ligera, ya no tenía la bala en el pecho pero aún sentía dolor—. No te hicieron daño ¿o sí?
Ariadna se llevó una mano al cuello, donde le habían clavado la punta de la espada cuando le quitaron el elixir pero negó. Cruzando un brazo, apoyó el codo del otro en él.
—Hace 28 años salvé a un niño de un naufragio... Estábamos en mar abierto y me mantuve con él en alta mar, manteniéndolo con vida hasta llegar a tierra... Cuando llegamos, y le dejé en la orilla, lo único que pude averiguar...es que se llamaba Vladimir. —Ella le miraba fijo, atenta a sus expresiones mientras hablaba.
—¿Vladimir...? —tentó el hombre—. Hay muchos hombres con ese nombre en el norte. Supongo que es un buen lugar para empezar. —Distraídamente tomó una cadena que colgaba de su cuello, de esta colgaba el elixir como un dije.
Ni reconocimiento, ni sorpresa, ni ninguna otra expresión que revelase fuese él. «No, no es él.»
—Por algo se empieza. —Ocultó su decepción, dándose la vuelta y sentándose en el borde de la bañera. Al hundirse, la cola apareció.
El hombre iba a irse pero...con un suspiró se sentó al borde de la tina.
—Pareces decepcionada. Creí que te alegraría el estar rumbo a tu persona especial.
—Creí por un momento que mi niño perdido se había convertido en pirata y yo había caído en su red de pescar. —Jugueteaba con el rubí, su dedo rozando la roca—. Pensé que tras 28 años le había hallado al fin pero no es así. Solo fue una pista falsa.
—¿Cómo estas tan segura? —Llevó su mano a la barbilla de la castaña, poniendo sus dedos bajo su mentón y alzando su rostro para que lo mirara.
—Porque no lo has afirmado. Siquiera el naufragio.
—¿Yo, piensas que soy yo? —Pareció sorprenderse por esa insinuación.
—Bueno, sí. —Se irguió un poco en la tina—. Deben tener la misma edad, tienen el mismo color de cabello, y los ojos azules y escuché al Cara de alga llamarte Vladimir. —El agua salpicó cuando ella dejó caer las manos—. Pero no has dicho que eres él y también dices que hay muchos hombres con ese nombre en el norte... Para cuando le encuentre seguro será un anciano que confundirá los nombres de sus hijos y que esté a las puertas de la muerte... —Se hundió en la tina, con los ojos cerrados. Se le vio suspirar bajo el agua, burbujas de aire saliendo de su boca.
Viendo lo desdichada que se veía la sirena, acarició su cabello mojado por encima del agua de la tina.
—Mi nombre completo es Vladimir Dimitrevich Volsk —suspiró, al parecer poco complacido por su nombre—. De pequeño me encontraron en una playa, tan delgado que apenas tenía fuerza para mantenerme en pie. No recuerdo cómo llegué ahí, perdí la memoria.
Ella abrió los párpados, poco a poco saliendo del agua sin despegar mirada del pirata.
—¿Eras tú...? —Y no le dejó contestar cuando salpicó agua hacia él—. ¡Eres una cara de alga! ¡¿Eras tú todo el rato?!
Quitándose el exceso de agua de la cara, Vladimir se paró de la tina.
—¡Ya te dije que no lo recuerdo! No sé si soy el hombre que buscas.
La sirena señaló la puerta.
—Lárgate, déjame sola. ¡Vete!
Dimitrevich iba a replicarle pero lo que hizo fue bufar y salir del baño, despotricando contra las sirenas. Ella, al estar sola, volvió a hundirse en la bañera. Bajo el agua, se cubrió el rostro mientras que sus uñas se teñían de azul.
«Jamás le voy a encontrar...»
Al día siguiente, muy al amanecer, salió a cubierta. Notó a Christopher al mando del timón y se dirigió allí.
—¿A dónde se dirigen?
—Al norte —respondió confundido—. Creí que tú habías escogido el rumbo.
—Los piratas jamás quieren ir al norte. —Negó ella—. Me he dado cuenta de que la búsqueda de esa persona jamás dará nada. —Sacó la mano que tenía tras la espalda, donde había una hoja enrollada—. Es un mapa. Allí están señalados todos los tesoros que conozco... —Se lo dio—. Creo que es hora de que me vaya. —Miró al horizonte antes de volver al pirata—. Gracias por salvarme allá en la isla..., no eres tan cara de alga como imaginé.
—¿Por qué te vas? ¿No hemos hecho nuestra parte del trato? —El oji-verde dejó el timón a otro hombre para acercarse a Ariadna.
—He decidido...absolverlos de ello. —Hizo un leve gesto, restándole importancia—. Con haberme salvado de esos piratas ayer es suficiente. Jamás podré encontrar a mi niño perdido, es inútil tener esperanzas de eso y ya les he causado molestias. Es mejor que sigan su propio rumbo y yo el mío. Es mi decisión.
—Una decisión bastante estúpida —opinó el pirata, recostándose de la baranda—. Sólo estás probando mi teoría de que los peces no son listos.
—Y ustedes los mortales son extraños. Solo quiero volver a mi hogar. Ya ustedes tienen lo que desean. No tengo nada más que hacer aquí. —Se volteó, bajando las escalerillas para ir a la borda.
—Abajo tienes a un hombre que te ama. Se lanzó al mar para buscarte algas, te buscó agua salada para que tuvieras a la mano y, aunque pudimos haberte metido en una jaula, de hecho hizo todo lo posible para que estuvieras cómoda en el barco. Aún así, decides irte por una ilusión que puede o no logres cumplir.
Ariadna se quedó inmóvil, durante largo rato, hasta voltearse.
—¿Por qué? ¿Por qué lo haces? Podrías no haber dicho nada y dejarme ir, pero buscas que me quede cuando sé que ni tu terminas de agradarme ni yo te agrado a ti.
—Porque mi lealtad está con Vladimir. Mi deber es protegerlo y velar por él. —Se enderezó, mirando a la sirena desde lo alto de la cubierta superior—. Vi cómo te mira y te cuida, si para verlo feliz tengo que aguantarte a ti, entonces haré lo que pueda para que te quedes.
—No eres de los que se amotinan con su capitán. —Ariadna bajó la mirada, tocando el barandal del barco. Se mantuvo allí, observando la madera hasta que se volteó y caminó al interior del barco. Anduvo por los pasillos, hasta que halló la puerta del camarote y entró. Encontró al capitán acostado en la cama con la botellita del elixir en la mano. Se aproximó a él—. Sé de una manera para solucionar este asunto y es esta. —Sentándose a su lado, tomó su rostro entre sus manos y le acercó hasta unir sus labios.
Sorprendido, el pelinegro se dejó besar, pero conforme pasaban los segundos comenzó a responder, moviendo sus labios contra los carnosos de la sirena, el momento volviéndose caliente. No sabía si era su cuerpo, la habitación, sus labios o sólo idea suya, pero sentía sus labios calentarse conforme profundizaban el beso. Ariadna también sentía el calor y eso la hizo aferrarse más al otro cuerpo. Los dedos de las manos entorno al rostro acariciaron las mejillas, subiendo hasta enredarse en la cabellera negra. Sin embargo, tuvo que separar sus labios, uniendo sus frentes.
—Eres tú —dijo jadeante, los ojos castaños acumulándose de lágrimas—. Eres mi niño perdido..., sí eres él... —Le abrazó.
—¿Cómo lo sabes? —Abrazó a la sirena, pegándola a su cuerpo, acariciando su cabello.
Ella se separó lo suficiente para volver a acercar sus rostros, los labios casi rozándose. El pulgar de su mano delineó el labio inferior del capitán, murmurando bajo.
—Tus labios... Cuando una sirena jura amor a alguien, el ardor de esa pasión se transmite en sus labios, literalmente... —Se le escapó una pequeña sonrisa—, al menos hasta que se consuma la unión. Si no es la persona elegida, solo hay gélidas sensaciones.
—Deberemos confirmarlo entonces. —Atrapó los labios de Ariadna y su cuerpo bajo el suyo para pasar una noche apasionada con el amor incondicional de una sirena.
FIN
ESPERAMOS QUE LES HAYA GUSTADO.
