Historia que participa en #festín_del_horror de la página de Facebook Inuyasha fanfics.

El tema: Hogar Abandonado.


Gritos entre las vigas.

La brisa nocturna le erizó la piel, pero no se movió de su posición. Sentada sobre sus rodillas, con la espalda erguida y las manos juntas, rezaba en silencio por el alma de sus familiares y amigos, que murieron durante el ataque de Naraku.

Ya hacía seis meses que había prometido sobre su tumba que vengaría su muerte y salvaría a su hermano Kohaku, sin embargo, aquí se encontraba, rezándoles por un poco más de tiempo y disculpándose por su ineptitud.

Sentía que el grupo no avanzaba como debiera, aunque tampoco los culpaba. Eran muchas las situaciones extravagantes que los rodeaban y, que, por ende, los retrasaban en su búsqueda de fragmentos. Sango sabía, además, que tampoco podía forzarles a dar más de ellos mismos, porque ninguno se había comprometido en cumplir aquella venganza, que, a su gusto, tardaba en llegar.

Las gotas de lluvia empezaron a mojar su cuerpo, obligándole a abrir los ojos. Descolocada, perdida en sus pensamientos, se fijó en que estaba sola delante de la tumba improvisada de sus padres. Después de llegar a la destruida aldea de los exterminadores, Kirara y Miroku habían partido para ocuparse de unos asuntos del monje. Aunque quedaron encontrarse en la aldea antes del anochecer, parecía que la oscuridad había vencido a la rapidez de su gata demonio.

—El monje estará haciendo de las suyas —se quejó medio enfadada.

Bufó frustrada y se levantó, notando con más intensidad las gruesas gotas de lluvia que calaban en su piel.

Se puso el sombrero y se colgó el arma a su espalda. Oteó la aldea para buscar un sitio donde refugiarse, aunque sabía a la perfección que el único lugar era la antigua cabaña que pertenecía a sus padres. Resignada, se encaminó hacia allí con paso ligero, intentando evitar la lluvia. Reprimió los sentimientos entrecortados al ver la construcción, aun en pie, a duras penas, llena de telarañas, polvo y escombros.

A punto de derrumbarse, la cabaña era la perfecta metáfora de su incompetencia como exterminadora. Aunque se mantenía viva, no había conseguido más que caerse en pedazos.

Inspiró hondo y entró sin pensarlo más. Apartó los escombros con su arma y aseguró la puerta con una tabla del suelo que se había soltado. Calada hasta los huesos, buscó algo de madera seca para poder encender un fuego, encontrando una pequeña mesa de té.

La rompió sacando tablones escarpados y con paciencia, preparó una modesta hoguera donde se suponía estaba el fuego a tierra. Cuando lo encendió, acercó las manos a las llamas para calentarse del frío. Cerró los ojos, abrazada por una sensación de calidez.

Pom, pom, pom.

Se tensó al escuchar aquellos tres golpes dados a la puerta improvisada. Alzó la cabeza, alerta, concentrando toda su atención a los sonidos que escuchaba a su alrededor, temiendo que un demonio la hubiera seguido. Sin embargo, solo oía la lluvia caer con fuerza y algún que otro trueno resonar a la lejanía.

Suspiró enfadada, ya no era una niña para asustarse de aquellas cosas.

Pom, pom, pom, pom.

De nuevo, los golpes a la puerta la estremecieron. Se levantó, espada en mano, resuelta a saber la verdad detrás de aquel ruido tenebroso. Había vivido demasiadas cosas como para que aquello la espantara.

Aun así, mientras más se acercaba a la puerta, más entrecortada se volvía su respiración. Posó las manos sobre la madera, aproximando la oreja. Ella no tenía poderes como sus compañeros, pero se había acostumbrado a sentir, percibir cuando alguien estaba cerca de ella. Una manera de sobrevivir en batalla que adquirió con los años.

Cerró los ojos y se concentró, redibujando en su mente el paisaje de fuera tal y como lo había visto. Aun así, no percibió más que el viento soplando bravío y las gotas de lluvia repicando en la madera. Se enderezó, decidida, y colocó ambas manos en los lados de la tabla. Aunque se helara de frío, prefería saber qué era y si debía preocuparse.

Clain, clain, clain.

Un nuevo ruido la sobresaltó, lanzando un pequeño grito inconsciente. A su espalda, se escuchaba, con total claridad, como un martillo golpeaba un trozo de hierro. Se giró, preparada para encararse con quien fuera, percatándose de que no había nadie allí. Se guio por el sonido, llegando a la antigua habitación de su padre, donde tenía su yunque particular y herramientas propias de un herrero. Apartó la cortina con la espada y entró, afilando la mirada.

Allí no había nadie.

Investigó por aquella estancia, buscando por cada rincón, el motivo racional de aquel ruido, sin conseguirlo. Antes de poder quejarse en voz alta, los golpes cesaron, escuchándose solo el sonido de la lluvia al caer y el azote del viento contras la madera podrida.

Un rayo iluminó la estancia, dándole un aire aterrador.

Se le erizó el bello de la nuca. Las pocas llamas de la entrada no eran suficientes como para alumbrar aquella habitación, dejándola en una oscuridad tenebrosa. Se masajeó el puente de la nariz, cerrando los ojos e intentando calmarse. No era la primera vez que se encontraba en una situación parecida, no podía dejarse llevar por las emociones.

Sin embargo, tembló cuando escuchó algo rasgar la madera.

Se apoyó en el yunque, respirando entrecortadamente. Podía sentir con claridad como unas uñas rasgaban con más rapidez las paredes de la cabaña, por ambos lados. El ruido intensó le taladró el cerebro. Se agarró su cabeza con ambas manos, obligándose a mantener el control.

Entonces, vinieron los gritos.

Chillidos de terror, de sufrimiento y de angustia. Sango reconoció algunas de las voces, como la de sus amigos, conocidos o incluso familiares. Cada bramido perforaba sus tímpanos, quedándose inmóvil. Su propia desesperación la venció, soltando la katana de su mano y agachándose al lado del yunque, encogiéndose todo lo que su cuerpo le permitía.

Pronto empezó a ver a su alrededor la masacre que habían vivido en la aldea y como cada uno de ellos protegían aquellos fragmentos de los ataques de Naraku. Nunca estuvo presente, pero poder verlo con tanta claridad le desgarró la poca serenidad que había adquirido con los meses.

Entonces, todos y cada uno de los aldeanos dejaron de chillar y se giraron hacia ella. Podía reconocer a su madre entre ellos, observándola de forma intensa, sin ningún tipo de expresión en el rostro. Se fijó sobre todo en los ojos, de un color turbio, donde no se identificaban las pupilas del iris, la boca, entreabierta, y la cara, demacrada y llena de heridas.

La espeluznante mirada de cada uno de ellos la paralizó de miedo. Podía imaginar sus pensamientos, aunque no se les reflejara en el rostro. Sabía que la estaban juzgando. Dejándose llevar por la ira, no había vuelto a la aldea cuando Naraku engañó a su hermano, perdiendo la oportunidad de luchar con sus camaradas y morir con ellos, por defender la aldea.

Los ojos de los aldeanos brillaron con una luz tétrica, deslumbrándola por un momento. Vio la imagen de su madre, con el brazo derecho sesgado y llena de heridas y cortes, avanzar hacia ella, siguiendo una danza macabra al son de una música siniestra. Cuando llegó a su lado, Sango cerró los ojos, superada por el miedo y la culpa.

—¡Lo siento! Por favor… —repetía, como si fuera un mantra, entre lágrimas—. Por favor mamá, lo siento…

— No vuelvas. —La voz de su madre sonó helada, provocándole un escalofrío por toda la espalda—. No vuelvas si es para morir.

Un nuevo rayo iluminó la estancia. Sango chilló aterrada y abrió los ojos por inercia, al escuchar el trueno que sonó a la lejanía. Delante de ella no había nada más que la estancia desordenada, sombría y triste.

Temblando como una hoja, se levantó, ayudándose por el yunque, y recogió la katana que había tirado. Caminó apoyándose en ella, para llegar hasta el fuego del que solo quedaban las brasas. Se sentó, aun entre lágrimas y con el corazón desbocado, e inspiró para controlar su miedo.

—¡Sango! —bramó alguien desde fuerza, provocándole un nuevo susto—. ¿Estás bien?

No pudo contestar. Por mucho que lo intentara, su garganta no emitía nada más que unos leves gemidos. Tampoco hizo falta. La puerta, que había improvisado, cayó al suelo, dejando entrar al monje mojado de pies a cabeza y preparado para atacar a quien fuera. Kirara entró detrás y se lanzó hacia su dueña, protegiéndola de cualquier peligro.

Aunque había procurado mantener la distancia, sobre todo con Miroku, se lanzó a sus brazos, temblando y llorando sin consuelo. Su compañero atinó a abrazarla, sin preguntar nada más, acariciando su espalda de manera muy leve, para tranquilizarla.

Se mantuvieron así, calentados por las pocas llamas que se habían avivado gracias a las patas de Kirara. Sin embargo, en cuanto paró la lluvia, salieron de allí, buscando alojarse en un poblado vecino.

Sango no habló de ello, pero siempre que podía, viajaba al antiguo pueblo de los exterminadores acompañada de Miroku, llegaba de día y nunca más se quedó a dormir en su antiguo hogar.


¡Hola a de nuevo!

Vuelvo a dar la lata otra vez en una temática que va completamente en dirección contraria a lo que suelo escribir. Siempre he pensado que crear historias de terror y que calen es uno de los peores hándicaps del escritor (como hacer reír) pero, así como el año pasado, vamos a intentarlo a ver que sale.

Siempre que el tiempo lo permita, publicaré todos los martes de octubre. Si puedo hacer alguno más de mientras, pues mejor xD.

En fin, espero que os haya gustado y que los disfrutéis.

Yo me voy a leer los que han colgado hasta ahora. ¡Pasad por la página de Inuyasha Fanfics y no os perdáis ninguno!

¡Nos vemos el martes!