Disclaimer: Sthephenie Meyer is the owner of Twilight and its characters, and this wonderful story was written by the talented fanficsR4nerds. Thank you so much, Ariel, for allowing me to translate this story into Spanish XOXO!
Descargo de responsabilidad: Sthephenie Meyer es la dueña de Crepúsculo y sus personajes, y esta maravillosa historia fue escrita por la talentosa fanficsR4nerds. Muchas gracias, Ariel, por permitirme traducir al español esta historia XOXO!
Gracias a mi querida Larosadelasrosas por sacar tiempo de donde no tiene para ayudarme a que esta traducción sea coherente y a Sullyfunes01 por ser mi prelectora. Todos los errores son míos.
Capítulo 9: Bella
Jueves, 27 de septiembre
Malibú, California
7 semanas
Edward no estaba en la cama cuando me desperté. Eché un vistazo a la enorme habitación, pero no había rastro de él. Suspirando, me incorporé y me froté la cara. Últimamente había llorado tanto que tenía los ojos siempre irritados e hinchados.
Me froté los ojos, pero me quedé inmóvil cuando me di cuenta de que oía una débil música. Curiosa, aparté las sábanas y salí sigilosamente de la cama. Salí de la habitación de Edward e inmediatamente la música se hizo más fuerte.
Avancé por el pasillo y me detuve frente a la puerta de cristal que daba al gimnasio de su casa. Estaba sentado en una máquina, levantando pesas y brillando de sudor. Me lamí los labios al verlo, y podría haber entrado a interrumpir su sesión, de no haber sido por el enorme hombre que lo observaba críticamente. No podía ver bien a Alec desde mi ángulo, pero era alto, con un pecho ancho y tatuajes en el brazo izquierdo. Queriendo dejarlos con su entrenamiento, me arrastré hasta su habitación para buscar mi teléfono. Subí las escaleras en busca de una taza de té y, tras prepararme una, me dirigí al patio situado junto a la cocina.
Me acomodé en una de las tumbonas y saqué el teléfono para llamar a mi padre.
—Hola, niña—, dijo papá al primer timbrazo. —¿Cómo estás?
Solté un largo suspiro. —Estoy bien. Creo— Hice una pausa. —Tomé una decisión—. Papá se quedó en silencio, esperando a que continuara. Dejé escapar un suspiro apretado. —No voy a interrumpirlo—. Papá sonaba como si se estuviera ahogando. —¿Papá?
—Estoy bien Bells, es sólo que...— tomó aire estremeciéndose. —¿Estás segura de esto?
—Sí. He estado hablando con Edward y no conozco todos los detalles, pero bueno, voy a hacerlo.
Papá se quedó callado un minuto. —¿Ese es su nombre? ¿Edward?
Cerré los ojos e hice una mueca. —Sí, ¿no lo había mencionado antes?—. Papá gruñó un no y yo me mordí el labio.
—¿A qué se dedica ese Edward?
Miré hacia el océano. —Está... en la industria del entretenimiento.
Si papá estuviera frente a mí, me echaría una mirada por ser tan cautelosa. —¿Del tipo de Hollywood? ¿Qué hace específicamente?
Me aparté el pelo de la cara, apoyando los codos en las rodillas. —Es actor.
Papá se quedó callado. —Bella—, dijo lentamente. —Edward ya no es un nombre tan común—. Me quedé callada. —¿Estás hablando de Edward Cullen?
Me sorprendió ligeramente que papá hubiera oído hablar de Edward. —¿Cómo sabes de Edward?
Papá volvió a hacer un sonido ahogado. —Bells, ha salido en casi todas las grandes superproducciones de los últimos cuatro años—. Fruncí el ceño. No sabía que a papá le gustaran tanto las películas. —Está en esas películas de acción que me gustan, ¿sabes, Dax Storm?— Ahora sabía qué películas eran esas porque Alice y yo habíamos visto algunas. No tenía ni idea de que a papá le hubieran gustado.
—Oh, no me había dado cuenta de que eras fan.
—Espera, Bells, espera. ¿Estás diciendo que estás saliendo con Edward Cullen?
—Algo así.
Papá hizo un ruido. —Pero fue él quien te dejó embarazada.
Me estremecí. —Sí—. Papá se quedó callado tanto tiempo que pensé que había colgado. —¿Papá?
Soltó un largo suspiro. —He aprendido a esperar lo inesperado de ti, Bells, pero tengo que decir que esto lo supera todo.
Resoplé. —Y me lo dices a mí.
—¿Es un buen hombre?
Miré más allá del patio de la cocina donde tenía una ligera vista de la terraza del gimnasio de abajo. Él y Alec habían salido para hacer una especie de sentadilla. —Sí, papá. Lo es.
Papá tarareó. —Voy a tener que conocerlo, por supuesto.
Sonreí. —Si quieres su autógrafo, dilo.
Papá balbuceó y yo me reí. —No necesito adular a ese chico. Es él quien tiene que demostrar su valía—, se quejó papá. Sonreí.
—Lo sé, papá. Créeme, lo hace.
Papá suspiró. —Cuanto más hablamos, niña, más creo que debería ir para allá.
Fruncí el ceño. —Tanya está aquí—, dije, sabiendo que ayudaría a calmar parte de su preocupación.
—Buena chica—, murmuró. Una vez había llevado a Tanya a Forks y les había encantado a papá y a Sue. Ambos la adoraban, no sólo porque cuidaba muy bien de mí, sino porque era realmente una persona increíble.
—Hablaré con Edward sobre la posibilidad de ir nosotros—, dije al cabo de un minuto. —O, dependiendo de su agenda, quizá ustedes puedan venir para Acción de Gracias o algo así.
No podía creer que estuviera planeando con tanta antelación algo tan doméstico como Acción de Gracias. ¿En qué se había convertido mi vida?
—Bells, ¿acabas de invitarme a tu casa para Acción de Gracias?—, preguntó papá, tan escéptico como yo. Me eché a reír.
—Son las hormonas del embarazo.
Papá rio entre dientes. —¿Estás bien?
Me acurruqué en la tumbona, mis ojos se posaron de nuevo en Edward. —Sí, papá. Todavía estoy asustada, y no tengo ni idea de lo que estoy haciendo, pero sí, estoy bien.
—Bien.— Ambos nos quedamos en silencio un momento antes de que papá suspirara. —Probablemente debería volver al trabajo.
—Por supuesto—, dije sacudiendo la cabeza.
—Mantenme informado, Bells. Hazme saber qué pasa con mi nieto, ¿quieres?
La palabra nieto casi me revuelve el estómago. —Mhmm—, dije, con la boca seca.
—Te amo, Bells.
—Yo también te amo, papá.
Colgamos y me recosté en la tumbona. Este Pip estaba afectando cada vez a más gente a mi alrededor. Racionalmente, sabía que así funcionaba cuando aparecía un nuevo humano, pero no había pensado en cómo esto se relacionaría con mi padre.
Me froté la cabeza, intentando aclarar mis pensamientos.
Al cabo de unos minutos, empecé a tener hambre, así que volví a la cocina y me llevé el té que no había tocado. Saqué un plato y metí un poco de pan en la tostadora.
Se oyeron pasos fuertes en las escaleras y levanté la vista cuando Edward y Alec aparecieron en la cocina.
—Hola, cariño—, dijo Edward, dándome un beso rápido de camino a la nevera. Estaba sudado, así que intentó mantenerse lo más lejos posible de mí mientras sacaba dos botellas de agua. —Bella, este es mi entrenador, Alec. Alec, esta es Bella.
Levanté la vista hacia Alec, contenta de que la isla estuviera entre nosotros para ocultar el hecho de que no llevaba pantalones.
—Encantada de conocerte—. Le dije, saludándole con la mano. Edward le lanzó un agua y él la atrapó con facilidad.
—Lo mismo digo. He oído que buscas un entrenador—. Su voz era un barítono pesado, que parecía sacudir el cristal del mostrador que había entre nosotros. Asentí.
—Sí, no sé cuánto te ha contado Edward—, miré a Edward y él asintió. —Pero estoy un poco limitada en lo referente a cuánto podré esforzarme por ahora. Quería encontrar un entrenador que trabajara conmigo durante el embarazo.
Alec asintió. —Conozco a una entrenadora especializada en embarazos. Te dejaré su número por si quieres llamarla.
Sonreí. —Gracias—. No me molesté en mencionar que cualquier cosa que me recomendara se saldría de mi presupuesto. —¿Tienes hambre?— pregunté, señalando las tostadas. Alec miró bruscamente a Edward.
—Sin carbohidratos. Muchas proteínas—ordenó. Edward suspiró y asintió.
—Lo sé, lo sé.
Alec asintió, satisfecho. —Bien. Sigues en buena forma a pesar de haberte tomado unos días de descanso. Sigue así—dijo Alec. Edward asintió, dando un sorbo a su agua. —Bella, ha sido un placer conocerte. Le mandaré un mensaje a Edward con los datos de la entrenadora—. Alec nos saludó y salió, subiendo las escaleras.
Cuando oí cerrarse la puerta, me volví hacia Edward. Estaba reluciente, abultado y absolutamente apetitoso. Se volvió hacia mí, momentáneamente sorprendido por mi expresión. —Estoy asqueroso—, advirtió, señalando el sudor.
—Seamos asquerosos los dos—. dije, acercándome a él. Dejó el agua y me miró fijamente.
—¿En serio? ¿Ahora mismo?
—Ahora mismo solamente tengo tres estados de ánimo: nauseabunda, hambrienta y cachonda, el último de los cuales ahora está siempre jodidamente presente—. Dije acercándome a él. Mis manos recorrieron su pecho sudoroso y prácticamente ronroneé. Edward me atrajo hacia él y me besó profundamente.
La tostadora sonó, sobresaltándome lo suficiente como para interrumpir nuestro beso. Gemí mientras el hambre pesaba más que mi deseo por él. Edward se rio. —Cómete el desayuno, nena. Tengo que ducharme—, hizo una pausa y me miró, haciendo una mueca. —Puede que tú también necesites ducharte ahora—, dijo, secándome un poco de su sudor. Suspiré.
—Podríamos ducharnos juntos—, dije esperanzada. Edward sonrió satisfecho.
—Cómete la tostada. Ya negociaremos las duchas más tarde.
Sonreí y me di la vuelta, sacando las tostadas del horno tostador. Me acomodé en la isla de la cocina con mi té y mi tostada, y Edward se sentó a mi lado, con el agua casi acabada.
—Llamé a mi padre—, dije entre bocado y bocado. Edward levantó una ceja para que continuara. —Está sorprendido de que lo vaya a continuar, pero sigue apoyándome como siempre. Le prometí que lo tendría en cuenta para los días festivos—. No tenía muchas ganas de hablar de planes a largo plazo en este momento, así que lo pasé por alto rápidamente antes de que Edward pudiera mencionarlos. —Al parecer, también es fan tuyo. O lo era hasta que me dejaste embarazada.
Miré a Edward y sus ojos estaban muy abiertos y nerviosos. Solté una risita. —¿Cuánto me odia ahora?—, preguntó ansioso.
—Cálmate. Papá se sorprendió mucho más al enterarse de que me quedaba embarazada que al enterarse de que un famoso me había dejado embarazada.
Edward sonrió satisfecho. —Tu padre parece una buena persona.
Asentí. —Lo es—. Comimos en silencio un momento antes de que recordara qué día era. —¿A qué hora vuelas mañana a Londres?— pregunté. Edward hizo una mueca.
—Por la tarde. Tengo un par de cosas que hacer por la mañana y luego vuelo toda la noche— suspiró. —¿Alguna posibilidad de que te interese ir a Londres?—, bromeó. Sonreí a medias. En circunstancias normales, iría con él, sólo por la aventura. Pero últimamente habíamos pasado mucho tiempo juntos y todo parecía ir demasiado deprisa.
—Tengo que seguir trabajando en este libro, y probablemente debería, no sé, tomarme un tiempo para intentar ordenar algunas ideas—, le expliqué. Edward asintió, ligeramente ansioso.
Acarició su botella de agua con el pulgar, como si pensara qué preguntar a continuación. Finalmente, suspiró y volvió a mirarme. —¿Cuánto tiempo va a estar Tanya en la ciudad?
Suspiré. —Se marcha mañana por la mañana. Aunque nos hemos visto todos los días que ha estado aquí, no me parece suficiente. La echaré de menos cuando se vaya.
—¿Vendrá a cenar esta noche?
Sonreí. —Sí, no puede esperar. Le dije que trajera también a su hermano, porque aún no lo conozco. Seremos siete, ¿está bien?
Edward asintió. —Se lo haré saber a Carmen. Ella se está encargando de la comida.
Miré hacia la cocina, curiosa. Aún no conocía a Carmen, aunque por lo que Edward decía, ella más o menos dirigía toda su casa.
—¿Necesita ayuda?— No es que yo fuera de mucha ayuda. No servía para nada cocinando.
Edward negó con la cabeza. —Le encanta hacerlo. Le encanta el catering. Siempre me está pidiendo que venga más gente.
Sonreí con satisfacción. —¿Qué, eres un ermitaño?
Edward se rio. —A veces. Es más fácil así.
Asentí. —¿Tienes trabajo hoy?
—Tengo que ir a la oficina de Jane por unas horas. Puedes quedarte aquí y trabajar en mi oficina o algo así—, dijo señalando las escaleras. Asentí con la cabeza.
—Gracias, lo haré.
Terminamos nuestras tostadas y nos aseamos antes de bajar a vestirnos. Me puse una blusa y una falda, sin zapatos. Edward se vistió con unos vaqueros y una camiseta. Cogí mi portátil y subimos a la tercera planta. Edward me enseñó su despacho, una habitación esquinera con vistas despejadas del océano a lo largo de dos paredes. En las otras paredes tenía estanterías empotradas, artísticamente decoradas con libros y adornos de aspecto caro.
Preparé mi portátil mientras Edward se dirigía a la oficina de Jane, suspirando ante la vista que tenía ante mí. Siempre había conseguido encontrar momentos extraordinarios en la vida, pero cada momento con Edward era de alguna manera superior. Más que la suma de mi vida hasta el momento. Era tan aterrador como maravilloso.
Sumergiéndome en el centelleante océano y el perfecto cielo azul que lo cubría, abrí el borrador de mi libro y me puse a trabajar.
~Home~
Trabajé hasta que empecé a tener hambre de nuevo. Terminé el párrafo en el que había estado trabajando, guardé el borrador y cerré el portátil, estirándome. Me levanté y me estiré frente a la ventana antes de salir del despacho y bajar a la cocina. No creía que Edward hubiera vuelto aún, así que cuando oí música suave en la cocina, fruncí el ceño.
Entré con cautela y me encontré con una mujer de pelo castaño junto a los fogones. Levantó la vista cuando entré, asustada. Aparentaba unos cincuenta años y tenía unos grandes ojos marrones que se abrieron de par en par en señal de sorpresa antes de ablandarse. —Hola, tú debes de ser Bella—, dijo dejando la espátula. Dio la vuelta a la isla y me tendió la mano. La acepté, confundida. —Soy Carmen, el ama de llaves de Edward.
—¡Albóndigas!— dije reconociéndola. Carmen sonrió.
—Sí, las preparé yo. Edward mencionó que es uno de tus platillos favoritos.
—Lo es—, hice una pausa, insegura de cuánto sabía ella. Sonrió.
—Cuando estaba embarazada, no pude comer otra cosa que arroz normal durante casi nueve meses. Fue horrible. Ni siquiera salado. Sólo normal—. Suspiró. Me pasé una mano por el estómago, cohibida.
—Espero que no sea mi caso— gemí. Carmen sonrió.
—Siéntate, debes tener hambre. Deja que te prepare algo de comer.
Negué con la cabeza. —Puedo hacerlo—, protesté.
—Por favor, será un placer. Edward me ha dicho que tú tampoco cocinas mucho y, si te parece bien, prefiero ahorrarle a mi cocina cualquier intento desastroso—, sonrió y yo sonreí, acomodándome en la barra del desayuno.
—Bien, sí, de acuerdo.
Carmen se volvió hacia los fogones, bajando el fuego. —Lo que sea que estés haciendo huele bien—, dije olfateando el aire. Se volvió hacia mí y sonrió.
—Sólo estoy preparando un par de cosas para la cena de esta noche—. Me miró. —Supongo que debo agradecértelo.
No sonó sarcástico, así que sonreí. —Siento haberte dado todo este trabajo...
Sacudió la cabeza, cortándome.
—Por favor, llevo años esperando que Edward organice este tipo de cenas. Siempre es tan cauto a la hora de dejar que la gente entre en su vida, que se ha quedado bastante solo— Carmen frunció el ceño. —Me preocupaba tanto que eligiera estar solo el resto de su vida—. Me miró, saliendo de sus cavilaciones. —Basta de hablar de él, háblame de ti.
Me removí en el asiento. —Ah, bueno, soy escritora de viajes—, dije despacio. Carmen asintió.
—¿Escribes artículos?
Asentí. —Sí, para varias revistas, aunque trabajé sobre todo con Voyager. Tiene su sede en Seattle—. Hice una pausa cuando Carmen asintió en señal de reconocimiento. —Pero ahora estoy trabajando en un libro.
Carmen sonrió. —Suena estupendo. Siempre he querido viajar más—, suspiró.
—¿Qué te ha frenado?
Se encogió de hombros. —Tuve a mi hija cuando tenía diecinueve años, y entonces no tenía dinero para viajar, y si lo hubiera tenido, no habría sabido hacerlo con ella. Me dije que viajaría cuando fuera mayor, pero nunca llegué a hacerlo. Ahora no sabría por dónde empezar.
Fruncí el ceño mientras pensaba en sus palabras. Abrió la nevera y sacó un pequeño recipiente plano. —¿Comes pollo?
Arrugué la nariz. —Normalmente, pero...
Carmen sonrió, negando con la cabeza. —No digas más. Volvió a meter el recipiente en la nevera y sacó una cebolla. Puso agua a hervir mientras picaba la cebolla.
—¿Cuánto hace que conoces a Edward?— le pregunté.
—Conocí a Edward cuando él tenía diecinueve años—, dijo sonriendo ante la tabla de cortar. —Era un joven despistado. Acababa de mudarse de casa de sus padres y se dio cuenta de que necesitaba ayuda para mantener su hogar. Casi nunca estaba en casa, ese año filmaba mucho, y me contrató para que me ocupara de todo mientras él no estaba. Llevo con él desde entonces.
Sonreí al pensar en un Edward joven y despistado.
—¿Qué tipo de cosas filmaba en ese entonces?— pregunté. Carmen se rio.
—Era una de esas telenovelas para adolescentes. Así fue como empezó. Todas las chicas se enamoraban de él en ese programa.
Me quedé boquiabierta. Cómo no lo había sabido. —¿Qué? Tengo que verlo. ¿Cómo se llamaba?
Carmen metió las cebollas en el agua y cruzó la cocina para coger un tarro de la despensa.
—Twilight—, dijo, volviendo a salir. —Creo que duró seis años, aunque Edward la dejó al cumplir los veinte—. Me miró. —¿De verdad no conoces su carrera?
Negué con la cabeza. —He estado viajando por el mundo desde que me fui de casa hace seis años, y el tipo de viaje que he estado haciendo no ha sido del tipo con habitaciones de hotel y con televisión por cable.
Carmen me miró, intrigada. —Eso suena fascinante. ¿Quizá podría hablar contigo para planear un viaje? Últimamente quiero ir a algún sitio, pero no sé por dónde empezar.
Asentí. —Por supuesto, me encantaría ayudarte a planear algo. Es sin duda una habilidad que he desarrollado bien.
Carmen me sonrió. —Me encantaría, gracias, Bella.
Le sonreí. —Entonces, cuéntame más sobre Edward. ¿Cómo es cuando no hay nadie?
Carmen se rio. —Solitario—, dijo encogiéndose de hombros. Arqueé una ceja, curiosa. —Creo que no se da cuenta de lo mucho que le gusta estar rodeado de gente. No con multitudes, sino con sus amigos y su familia. Lo hacen feliz—. Carmen se encogió de hombros. —Edward no tenía ni idea cuando lo conocí, pero siempre ha sido increíblemente amable y generoso—. Hizo una pausa, dejando escapar un suspiro mientras cortaba zanahorias con cuidado. —Ayudó a mi Irina a estudiar medicina. Sin su ayuda, mi niña habría empezado su vida con muchas deudas. Ahora puede trabajar para ayudar a su comunidad. No tiene que preocuparse de ganar mucho dinero para pagar sus préstamos—. Carmen se llevó la mano a la comisura de los ojos, secándose las lágrimas. Sonreí suavemente. Ella me miró y me sonrió suavemente. —Sé que no soy objetiva, pero no creo que haya un hombre mejor que pudieras haber elegido. Va a ser un buen padre.
Me removí, un poco ansiosa ante la mención de Pip. —Ojalá lo conociera mejor—, suspiré. Carmen sonrió.
—No conozco todos sus asuntos—, dijo con cuidado. —Pero sé que ustedes dos han empezado un poco al revés con todo esto. Dale tiempo. Los dos lo conseguirán.
Suspiré y asentí. —¿Qué tipo de trabajo hace Irina?— pregunté, queriendo reconducir la conversación. Carmen se iluminó con la pregunta. Me habló del trabajo que Irina realizaba en comunidades de bajos ingresos de todo Los Ángeles, ofreciendo ayuda médica no sólo a través de clínicas, sino también como voluntaria en institutos de alto riesgo, dirigiendo programas de educación sexual segura. Parecía increíble. Sólo era cuatro años mayor que yo, pero parecía que su impacto en el mundo que la rodeaba ya era considerable. Me moría de ganas de conocerla algún día.
Carmen me puso delante un tazón de lentejas, y el olor era tan increíble que casi babeo dentro del cuenco. —Carmen, esto huele tan bien—, gemí. Ella sonrió y me dio una cuchara. Probé un bocado y, aunque estaba demasiado caliente, no me importó. Por fin, comida que podía tragar.
Otra cucharada y Carmen se rio. —Me alegro de que te guste—, dijo contenta.
—¿Bromeas? Es lo mejor que he comido nunca—. Casi se me saltan las lágrimas.
Arriba, oí abrirse una puerta. Unos minutos más tarde, había pasos en las escaleras.
—¿Bella?— Edward llamó.
—Aquí—, me ahogué con un bocado de lentejas. Edward apareció en la puerta, sonriéndole a Carmen.
—Hola, Carmen.
—Hola, mijo.
—Carmen me ha hecho la comida más increíble—, gemí, encorvada sobre mi tazón. Edward sonrió, acercándose y frotándome la espalda. Me plantó un beso en la sien y, literalmente, no pude apartarme del cuenco el tiempo suficiente para inclinarme hacia él.
—¿Tienes hambre?— le preguntó Carmen. Él asintió y ella le sirvió un plato. Se sentó en el mostrador junto a mí y le dio las gracias a Carmen cuando le puso el tazón delante.
—¿Qué tal la reunión?— le pregunté.
Edward suspiró. —Tediosa—. Me miró y sonrió con recelo. —¿Y tú? ¿Has podido trabajar?
Asentí con la cabeza. —Sí, yo también creo que es algo bueno. Al menos he alcanzado mi objetivo de palabras.
Edward asintió.
—Ya está todo listo para esta noche—, dijo Carmen suavemente. Ambos la miramos. —Todo lo que necesitas hacer es calentar todo y estará listo.
—Gracias, Carmen—. Edward dijo cariñosamente.
—Por supuesto, mijo. Voy a ocuparme de algunas cosas antes de irme.
Fruncí el ceño. —¿No nos acompañas a cenar?
Carmen sonrió cálidamente. —Eres muy amable, pero he quedado con mi hija para cenar esta noche. Pero pásenlo bien. Edward, si no te veo mañana, vuela con cuidado y avísame cuándo regresas—. Dijo dando una vuelta y dándole una palmadita en el hombro. Él asintió. Carmen me miró y sonrió. —Ha sido un placer conocerte Bella. Espero volver a verte pronto.
Le sonreí. —Yo a ti también, Carmen. Gracias por todo.
Me apretó el hombro mientras salía de la cocina. Volví a mi tazón, mirando a Edward.
—Es increíble— gemí. Edward asintió con la cabeza. —¿A qué hora vienen todos esta noche?— pregunté. Edward miró su reloj.
—Les dije a todos a las cinco, así que faltan unas horas todavía—. Me miró y asentí. Terminamos nuestras lentejas, limpiando nuestros cuencos antes de aventurarnos al comedor. Carmen se había superado a sí misma, preparando la mesa con los cubiertos y pequeñas luces centelleantes en lo alto que aportaban un ambiente suave. Sacudí la cabeza, asombrada.
—Esto es mil veces más elegante y con más clase de lo que había planeado—, le dije a Edward. Él sonrió satisfecho.
—Carmen se ha superado a sí misma, otra vez.
—Es un ángel—, dije entre bostezos.
Edward me miró.
—¿Por qué no te echas una siesta antes de esta noche? De todas formas, tengo que hacer una llamada—, dijo cuando empecé a protestar. Suspiré.
—Sí, probablemente sea una buena idea—, suspiré. Edward sonrió y me besó la frente.
—Te despertaré si duermes demasiado.
Asentí, ya arrastrando los pies escaleras abajo.
