Capítulo 4
Cuando Norma le preguntó a Sarita si aceptaba ser la madrina de su hijo, a la castaña jamás se le cruzó por la cabeza preguntar quien sería el padrino. Aceptó gustosa dicho cargo. No es como si lo hubiera rechazado de haber sabido que Franco sería el padrino, pero al menos hubiese sabido de antemano lo que se encontraría en la iglesia.
Cuando los padrinos fueron llamados al altar, Sarita no pudo esconder su sorpresa. Aunque después de pensarlo por un par de segundos, no debió haberle sorprendido como lo hizo. ¿Oscar como padrino? La verdad no se lo imaginaba. Por su parte, Franco parecía saber muy bien con quien compartiría el título, pues lo único que hizo cuando Sara lo miró fue sonreírle de medio lado.
Y qué decir durante la ceremonia, Franco no le quitó los ojos de encima. Para las miradas ajenas, pudo parecer que el rubio en verdad miraba a su sobrino, pero Sarita sabía la verdad, pues cada vez que ella lo miraba se encontraba con esos ojos que le robaban el sueño, y que no hacían más que ponerla inquieta. No le sorprendería si le volviera a decir cosas como que quería besarla. La verdad es que la última vez que lo había visto se moría por hacer eso mismo, Franco no se equivocó en leerle la mirada, pero no podía permitirse sucumbir a esos deseos. Incluso si ahora mismo se veía guapísimo y su sonrisa le quitaba el aliento. «Contrólate, Sara».
A Franco le estaba costando gran trabajo mantenerse alejado de la castaña. Su cuerpo se inclinaba por sí solo en la dirección de ella, y cuando vio que se iba junto a Gabriela, tuvo que contener las ganas de seguirla cual cachorro. Esa mujer se estaba convirtiendo rápidamente en su centro de gravedad, y en la protagonista de sus pensamientos.
Y así fue como lo halló, pensando en ella, cuando llegó con Don Martín a la fiesta. La sonrisa que se le escapó tenía la potencia suficiente para iluminar toda la región. Sara estaba preciosa, con ese conjunto de cuero y botas a juego. Incluso su ceño fruncido le apetecía.
—¿Y ustedes que hacen ahí? ¿No piensan bajar? Será un placer tenerlos en la casa— dijo como saludo el rubio luego de acercarse hasta el vehículo de Sara, sus ojos puestos en la castaña.
—No está ni tibio si piensa que vamos a darle ese placer… Señor. Solo vinimos por mis hermanas y mi sobrino, así que haga el favor de llamarlas.
Y ese era el plan, pero el abuelo nunca podría rechazar una buena jarana.
—Tenemos música, comida y mucho trago. Lo único que no puedo ofrecerle son mujeres, aunque de vez en cuando cae una que otra. —Esa última frase fue la que le quedó rondando a Sara. «El muy insolente tenía que salir con algo así, ¿No? Ni que llegara a esta hacienda por voluntad propia.»
Pero eventualmente Sarita se unió a la fiesta. De poca gana, es verdad, e interactuando poco o nada con el resto de la gente, pero lo importante para Franco fue que decidiera quedarse por un rato más. No solo porque así podría apreciar ese traje que tan bien le quedaba puesto, sino también porque se le abría otra oportunidad para hablar con ella.
Y dicha oportunidad llegó cuando Sara pidió usar el baño.
Franco la esperó al principio del pasillo, sabiendo que esa era la única vía de escape y que probablemente lo hiciera parecer como un psicópata. Pero no le importaba nada. Tenía que hablar con ella a solas a como de lugar.
—Fíjese cómo es la vida. Algo nos une de nuevo, y esta vez no como vecinos o como cuñados, sino como padrinos de nuestro sobrino. ¿Cómo la ve?
—¿Por qué no me deja en paz, Franco? No entiende que lo detesto y que no quiero que me dirija la palabra.
—¿De verdad me detesta? Porque el otro día no parecía hacerlo.
—Ay, ¿Otra vez va a salir con lo del beso? Le recuerdo que usted fue el que me besó a mi, y-
—Y usted respondió, Sara. Respondió con ganas y eso no puede negarlo.
—¿Y qué si lo hice? —Sarita desvió la mirada y se cruzó de brazos—. Eso no significa que pueda volver a reírse de mi, o a faltarme el respeto.
—Sara, —El rubio se acercó lo más que pudo sin tocarla—. Créame que no lo hice con esa intensión.
—¿Entonces por qué?
—Porque en ese momento me pareció hermosa, fiera. Y solo… quise hacerlo. —Sarita descruzó los brazos, adoptando una postura más abierta. Franco la confundía como nadie, y no podía evitar desconfiar de él. Pero no contaba con que el ojiazul estaba dispuesto a recibir otro golpe a cambio de sus besos, y apenas notó la vacilación en Sarita, la tomó del cuello y unió sus bocas.
Una parte de Sara no entendía cómo podía negarse a tal deleite. Los besos de Franco eran de otro nivel, uno superior a cualquier otra cosa que haya vivido. La hacían desear más, ponían su cuerpo en llamas, y su mente se le nublaba. Pero otra parte de ella, una muy minúscula en ese momento, le decía que aquello no estaba bien, que saldría herida de esta situación y que debía detenerse cuanto antes.
Cuando Franco la agarró de la cintura para atraerla más hacia su cuerpo, la voz de la razón pareció apagarse. Se rindió por completo a las caricias, a esos labios suaves y apasionados. Correspondió con la misma intensidad que él le estaba entregando. Acomodó sus manos en los hombros del rubio y dejó que su lengua explorara a gusto a la vez que Franco la acorralaba contra la pared. Se besaron un buen rato. En un momento, el ojiazul acomodó una pierna entre las de ella, y cuando las cadera de Sarita reaccionaron por instinto ante el roce, la castaña volvió a la realidad.
—Franco… —Susurró eróticamente sin ser consciente de su tono. El susodicho al escucharla acomodó su pierna una vez más, volviendo a rozar la intimidad de Sara. El sonido minúsculo que escapó de esos labios que lo enloquecían fue suficiente para terminar de traer a la vida otra parte de Franco. Cuando Sara lo sintió, sus cejas se elevaron de la sorpresa y sus mejillas se sonrojaron de inmediato.
—Lo siento, lo siento. No quise-
—Tranquilo. No pasa nada. —Se volvieron a mirar a los ojos, Franco esperando a que Sara dictara los pasos a seguir dándole espacio—. Voy.. Voy a… Volveré a la fiesta. —La castaña movió su cuerpo para continuar con su camino, pero el rubio la paró en seco.
—Espera, tienes… —Volvió a invadir su espacio, esta vez para limpiar el contorno de los labios de Sara con su pulgar en un intento de arreglar su maquillaje—. Ahora sí.
—Tú también… —Sarita se indicó los labios con el índice. Franco se limpió bruscamente la boca, no logrando nada—. Mejor busca un espejo. Y… esconde eso. —Su índice esta vez apuntó hacia los jeans del rubio, sus mejillas tornándose más rojas que antes.
Sarita entonces siguió con su plan de volver con el resto de la gente, no sin antes mirar hacia atrás. Se encontró con la mirada de Franco, quien iba camino al baño, también mirando sobre su hombro. El ojiazul le sonrió, y aunque las comisuras de los labios de Sara hicieron el ademán de también subir, no alcanzaron a formar una sonrisa.
La castaña se topó con un espejo justo antes de salir, y aprovechó para retocar su labial y ordenarse el pelo. Franco la dejó toda despeinada y revuelta, pero en el fondo no se arrepentía de nada. Si bien lo ocurrido no confirmaba la sinceridad de Franco, sí le indicaba que en realidad no la encontraba ni fea o insípida, como muchas veces le gritó.
Cuando se fue acercando a la mesa donde su familia se encontraba, vio como Juan jugaba con Juan David. Detuvo la marcha y se quedó observando. Sinceramente siempre había creído que ese hombre era un bruto, y lo sigue pensando. Pero verlo así, tan vulnerable por su hijo, le hizo darse cuenta que Juan en verdad no era mal hombre. ¿Podía tomar decisiones cuestionables? Pues claro, como todo el mundo. «¿No acabo de hacer yo algo cuestionable?» Tomó una copa de espumante que acababa de aceptar y se la bebió de un par de sorbos. Luego de eso retomó el tema en cuestión, y volvió a observar a Juan. Debía reconocer que cuando el mayor de los reyes miraba a Norma, los ojos se le iluminaban como estrellas, rebosantes de amor. Y qué decir cuando miraba a Juan David.
Ese día Sarita concluyó que Juan se merecía una segunda oportunidad, y por eso es que dejaría de entrometerse en su relación con Norma. Ambos merecían ser felices con ese hermoso hijo que habían creado.
