Capítulo 5
—Norma, me gustaría hablar contigo un momento.
—¿Pasó algo, Sarita? — la menor de las dos venía saliendo de su cuarto cuando Sarita la vio y la detuvo.
—No, nada. Solo… solo quería hablarte sobre Juan.
—Ay, Sara. ¿Te pondrás pesada de nuevo?
—¡No, no! —Sarita se acercó moviendo las manos de un lado a otro en énfasis—. De echo, todo lo contrario.
—¿Cómo así? —Eso llamó la atención de Norma, y miró a su hermana con mucha curiosidad.
—¿Entramos a tu cuarto? —Norma volvió a abrir la puerta de su habitación e hizo pasar a su hermana. Luego de cerrar la puerta, volteó a ver a Sarita quien jugueteaba con sus dedos inquietamente—. Solo quería decirte que me equivoqué.
—¿Sobre qué? —Norma se cruzó de brazos mientras esperaba a que Sarita hablara. A esta última le estaba costando trabajo ordenar sus ideas, y expresar lo que sentía que debía expresar.
—En el último tiempo he puesto atención, me he detenido a observar, y Juan… Juan es un buen tipo. Algo tosco y bruto, pero buen hombre.
—No te voy a mentir, me sorprende que tú de todas las personas me digas eso.
—Me imagino. A lo que quería llegar con esto, es que a lo mejor estaría bien darle otra oportunidad, no solo para que forme parte de la vida de su hijo sino de la tuya también. Te ama, ama a Juan David, y eso es lo fundamental en una familia, ¿No crees?
—Pues sí.
—Y no es que necesites mi aprobación, pero quería comentártelo de todas formas. —Sara entonces se acercó y tomó las manos de Norma—. Sé que me comporté muy mal con ustedes, y bueno, con Jimena y Oscar igual. Pero ya entré en razón, y si puedes ser feliz con Juan, ¿Por qué no tomar la oportunidad? —Norma se soltó del agarre de la otra castaña para envolverla en un abrazo.
—Gracias, en serio. Significa mucho para mi que me digas esto, más aun ahora. —Sarita la miró con la pregunta en sus ojos—. He pensado mucho sobre esto mismo, y creo que le diré que sí a esa cita que me había propuesto.
—Sí, di que sí. Si necesitas que alguien te cubra con mamá, aquí estoy.
—¿Harías eso por mi?
—¡Claro que sí! Hasta iría a esa hacienda por ti a comunicarle tu decisión a Juan. Aprovecho y llevo a Juan David si quieres.
—¿¡Hablas en serio!?
—Por ti y Jimena haría cualquier cosa. —Norma la volvió a abrazar, esta vez con efusividad.
Así fue como al día siguiente Sarita conducía hasta la hacienda de los Reyes con Juan David como único acompañante. Llegó sin previo aviso, sorprendiendo a todos en el lugar. Oscar salió a recibirla con Quintina detrás, ambos acercándose con cautela.
—Ya sé que debí avisar antes, pero les traigo una sorpresita — dijo Sara bajándose del todoterreno. Rápidamente rodeó el vehículo y abrió la puerta de atrás para sacar a Juan David de su silla. Cuando Oscar vio al pequeño, su cara se iluminó.
—Quintina, vaya y dígale a Juan que tiene una visita. —La mujer salió contenta a cumplir con la misión que le dieron. Por su parte Sarita se acercó hasta Oscar, con su sobrino aferrado a su cuello—. ¿Cómo fue que terminó usted trayendo al niño?
—Me ofrecí, de echo. —Oscar ni intentó esconder su asombro.
—¿La mujer que juró nunca más pisar esta casa se ofreció a venir por voluntad propia?
—No abuse de esa buena voluntad. ¿Acaso le molesta que venga yo? —El ojiverde levantó las manos en señal de rendición, y le indicó a la mujer que entrara a la propiedad. Alcanzaron a avanzar unos metros cuando fueron interceptados.
—¿¡Dónde está mi hijo!? —gritó Juan al ver a su hijo, y Sarita se lo entregó apenas el hombre estiró los brazos para recibirlo. La castaña no pudo evitar sonreír al ver la escena—. ¿Y Norma? ¿No se atrevió a venir o qué?
—No solo traje a Juan David, sino también buenas noticias.
—Hable, mujer. —Sarita sonrió antes de hacerlo.
—Norma manda a decir que acepta su propuesta. Y antes que pregunte, no quería que mamá supiera o sospechara algo, por lo que era menos problema si salía yo con el niño, y no ella.
—¿Me está tomando el pelo? —Juan volvió a sonreír, esta vez con una intensidad que podría competir con el sol mismo.
—Claro que no. Sería mucho trabajo venir solo para mentirle, Juan.
—¿Oyeron eso? ¡Norma dijo que sí!
—Uno creería que Norma aceptó casarse con él en vez de solo ir a una cita. —Sarita se sobresaltó al escuchar esas palabras susurradas a su oído. Se giró rápidamente y sin querer se encontró frente a frente con Franco, su rostro apenas a unos centímetros de su propia cara.
—¿No le enseñaron sobre el espacio personal? —El ojiazul se alejó sin despegar sus ojos de ella, sonriendo levemente. —Lamentablemente no puedo quedarme por mucho, —comunicó Sara al grupo—, pero prometo traerlo más seguido. —Acto seguido, se dio la vuelta para dirigirse a la puerta principal.
—¿A dónde va? —preguntó Franco.
—Afuera. Así pueden estar tranquilos con Juan David.
—No es necesario, puede quedarse. Venga. —Franco la tomó del brazo y la guió hasta uno de los sillones—. ¿Por qué no nos cuenta cómo terminó usted trayen…? —No alcanzó a terminar la pregunta ya que Oscar negaba con la cabeza con ímpetu—. ¿No… no qué? —Sarita rodó los ojos.
—Si es necesario que lo sepa, me ofrecí. Lo hice por Juan David, porque considero que es importante que se relacione con toda su familia, y eso incluye no solo a Juan, sino también a ustedes dos. ¿Contento con la respuesta? Ahora si me disculpan, de verdad prefiero esperar afuera. —Sarita, que no había alcanzado a sentarse, esquivó a Franco y salió a paso rápido del lugar. Oscar se acercó hasta Franco y le pegó un manotazo en la nuca.
—Tú y tu bocota. Tenías que ponerla de mal humor, ¿Cierto?
—Iré a hablar con ella.
—Ni lo pienses — dijo Juan sin dejar de mirar a su hijo—. No vaya a ser que metas más la pata y se arrepienta de haber venido. —Pero Franco hizo caso omiso, y salió en busca de la mujer—. ¡Franco!
El menor de los Reyes ignoró el llamado de Juan y siguió rápidamente a Sarita para no perderla de vista. «¿Por qué camina tan rápido la condenada?».
—¡Sara, espere! —La mujer siguió caminando a la misma velocidad a la que iba, pero reconoció la presencia de Franco respondiéndole.
—Vaya a estar con su sobrino, que en una hora me lo tengo que llevar.
—¿Por qué tiene que endomoniarse así? —Al escuchar aquello Sara se giró de golpe, provocando que Franco colisionara con ella. Aun así poco se inmutó.
—¿Cuál es el problema que yo trajera a Juan David? Ya dije que Norma no vino para ahorrarnos una discusión, y Jimena se molestó con Oscar otra vez. ¿Quién más iba a traerlo? ¿El abuelo? ¿Fernando? ¿¡Mi mamá!? ¡Si tanto le molesta que venga, puede ir a buscar al niño usted mismo! —El pecho de Sara se movía agitado luego de expulsar todas esas palabras en casi un solo aliento. Franco la miraba estupefacto, y la castaña lo miraba de vuelta esperando algún tipo de respuesta—. Yo sé que en el pasado mostré gran rechazo hacia su familia, pero me di cuenta cuánto se aman sus hermanos con mis hermanas y estoy tratando de remediar todo el odio que incité. Creí… bueno, ¿Qué importa lo que creí? El asunto es que tendrá que acostumbrarse a verme más seguido porque como usted mismo dijo, ahora somos vecinos, cuñados, y padrinos. Y si no le gusta, tendrá que ir a hablar con Jimena para que perdone a Oscar y así sea ella quien venga y no yo. —El rubio tomó una de las manos de la castaña, mientras ésta miraba sus acciones extrañada.
—Gracias, Sara. Por traer a mi sobrino, por empezar a confiar en nosotros, por querer que nuestros hermanos se amen de una vez por todas, y por contarme todo esto. Tú sabes que puedes venir cuando quieras, y si no estabas segura, pues ahora te lo digo: Siempre eres bienvenida, si vienes con tus hermanas, con Juan David o sola. —Sara se lo quedó mirando un momento, aún decidiendo si el agradecimiento de Franco era sincero.
—Gracias —Susurró finalmente.
—Ahora, ¿Por qué no entramos? —Franco la incitó a caminar de vuelta guiándola con una mano en su espalda baja—. Usted sabe que a veces nuestro sobrino se pone inquieto y solo quiere los brazos de su tía favorita. —Sarita lo miró de reojo, en su rostro un atisbo de una sonrisa.
—Que Jimena nunca le escuche decir eso. —El ojiazul solo rió.
Un par de horas después, Sarita acomodaba a un durmiente Juan David en su silla de transporte, listos para devolverse a la hacienda Elizondo. Cuando todo estuvo bien asegurado, se giró hacia los hermanos Reyes quienes habían salido a despedirla.
—El viernes vendré con Norma para que puedan salir. Ni se le ocurra aparecerse por nuestra casa, por muy impaciente que esté. Y sí, Oscar. Trataré de convencer a Jimena para que venga también, pero con ella no prometo nada porque juro que a veces es más cabecidura que yo.
—Uff, y eso ya es decir algo. —Susurró Franco con toda la intención de ser escuchado. Sara lo miró con cara de pocos amigos, a la vez que Oscar le daba un codazo para que se callara.
Finalmente la castaña se despidió del trío, y se marchó en su todoterreno mientras los hermanos miraban como el carro se alejaba.
—Sarita puede ser muy simpática cuando quiere, ¿No? —comentó Oscar.
—Sorprendentemente, sí —respondió el mayor de todos—. Ustedes dos deben aprender a cerrar la boca porque tienen un don para molestarla. Sobre todo tú, Franco. No vaya a ser que nos arruines la oportunidad que se nos está dando con sus hermanas. ¿Qué fue ese comentario del final?
—Ay, Juan. Yo también quiero que resulte todo bien.— «Y no sabes cuánto».
Los dos mayores volvieron a la casa, mientras Franco quedó ahí parado aún mirando en la dirección por la cual se fue Sarita. «En serio no sabes cuanto quiero que funcione».
