Capítulo 12
Norma llevaba días notando a su hermana mayor algo rara. Y no, no lo decía por su apariencia triste y cansada, aunque eso también la preocupaba. Algo debió ocurrirle para que cambiara su actitud, porque pasó de ser una mujer energética y risueña a algo más parecido a un zombie trabajólico. Pero Sarita era un libro cerrado cuando quería, y por más que Jimena o ella misma trataran de preguntarle qué le había pasado, nada la hacía hablar.
Pero a pesar de aquello, lo que tenía a Norma preocupada eran otras cosas con respecto a su hermana. Al principio creyó que Sarita se había enfermado, pues a veces sonaba gangosa, como si se hubiese agarrado un resfriado; y no solo tenía aspecto cansado, sino que la había pillado más de una vez durmiendo siesta en los rincones más rebuscados de la hacienda. Olegario también había notado eso, de echo él había sido el que le avisó preocupado de ese nuevo comportamiento. Por Jimena sabía que se acostaba tarde y se levantaba temprano, y primero había asociado su cansancio a pocas horas de sueño, pero llevaba semanas desapareciendo unas horas durante las tardes para ir a dormir o simplemente descansar del trabajo. Aún así no le comentó nada con temor de hacerla enojar.
Ese era otro problema. Parecía enojarse por todo de un momento a otro, por muy mínimo que el problema fuera. Sara decía que eran las jaquecas las que la ponían de mal humor, pero también era raro en ella que sufriera de tantos dolores de cabeza.
Así fue como Norma empezó a fijarse más en Sarita, qué hacía y dejaba de hacer. Sí, la espiaba, pero solamente porque se preocupaba por ella, y si tenía que llegar a eso, pues lo haría sin problema.
Notó casi de inmediato que a veces sólo se sentaba a la mesa y jugaba con su comida, apenas ingiriendo un par de bocados, y otras tantas veces simplemente se saltaba las comidas. Al principio lo atribuyó a Fernando, pues él solía sentarse a la mesa con ellas y últimamente Sarita solo se peleaba con ese inútil. No podía culparla, a ella tampoco le gustaba verle la cara a su ex-esposo aunque fuera por menos de una hora, y esa idea había tomado fuerza cuando empezó a pillarla en la cocina buscando algo rápido de comer.
—¿Norma, estás despierta? —Jimena la sacó de sus pensamientos tocando despacio la puerta. La castaña se apresuró en ir a sacar el seguro y dejar entrar a su hermana menor. La morena venía con el pijama puesto, aparentemente lista para irse a dormir.
—¿Qué pasó?
—¿Puedo dormir contigo?
—Sí, claro. ¿Te peleaste con Sarita? —Norma volvió a cerrar la puerta mientras Jimena se sentaba en el borde de la cama.
—No. Creo que se agarró un virus o algo, porque vomitó la cena y nadie más en casa se ha sentido mal como para decir que fue la comida la que le cayó mal. Fue idea de Sara que no durmiera con ella para no contagiarme.
—Tampoco pudo haber sido la cena, si apenas comió algo.
—Ay, no sé. Sarita anda súper rara últimamente. ¿Será que tiene algo grave? A lo mejor debería ir al hospital.
Ahora tenía más que claro que a Sara le pasaba algo porque no era la única que había notado algo raro. Costara lo que le costara iba a tener de convencerla de ir a ver un médico. Aun así tuviera que llevarla arrastrando, y pataleando, y haciendo escándalo.
Pero con Sarita todo tenía que ser difícil. Apenas se lo comentó al día siguiente, su hermana mayor dijo no tener tiempo, que tenía mucho trabajo ahora que a Fernando le ha dado por despedir gente, que si se desaparecía un día seguramente volvería para encontrar la hacienda hecha un desastre, y que tuviera lo que tuviera tendría que desaparecer tarde o temprano. En conclusión, lo único que logró con eso, fue alejar aún más a Sarita porque ahora sí que no la veía nunca. Su hermana se volvió una experta en evitarla, y no solo a ella, sino a Jimena y al abuelo también que eran los otros que se preocupaban por ella. Últimamente, la única persona que sabía de Sara era Juan David.
Pasaron los días sin novedad. El humor de Sara pareció mejorar como también su salud, efectivamente lo que haya sido que le había dado se le pasó por arte de magia. Ahora la veían más seguido, e incluso volvió a aparecerse en su habitación para pasar tiempo con Juan David sin importar quien estuviera en la habitación con él. Fue en una de esas tardes en las cuales Sarita cuidaba de su sobrino que Norma unió todos los puntos del gran misterio.
La mayor de las dos jugaba con su ahijado en brazos, dando pequeños saltitos para hacerlo reír, cuando Norma entró a la habitación y se los quedó mirando un momento. Sonrió al verlos juntos. Claramente ahí había una conexión inigualable, Juan David era un niño tranquilo y se daba con casi todos, pero con Sarita siempre era especial. Miró a su hermana detenidamente, notando algo que no supo describir, pero supo casi de inmediato que Sara se veía distinta, no sabía de qué forma, pero algo había ahí.
—¿Te hiciste algo hoy?
—Nada en especial.
—¿Te cortaste el pelo o algo? Te ves distinta. —Sarita rió algo escéptica.
—Nada, en serio.
Norma entornó los ojos y la miró de arriba hacia abajo. Cuando llegó a su torso notó que el busto de Sarita ahora se hacía notar, lo cual era extraño porque nunca fue de mucho volumen en esa zona. De echo, si se fijaba bien, parecía que el brasier ni siquiera era de la talla correcta. Ese fue el momento en el que se le iluminó la ampolleta.
Dolor de cabeza, nauseas, cansancio, irritabilidad… antojos. Norma se acercó hasta su hermana y sin previo aviso le subió la blusa, dejando su estómago al descubierto.
—¿Has tenido problemas de colon?
—¿Me estás diciendo que engordé? —Sarita trató de mirarse pero Norma le bajó bruscamente la blusa a su lugar original.
—¿Sí o no?
—¿Norma, qué pasa contigo?
—Sara… —la menor de ellas no sabía como preguntar lo que tenía en mente. Ya veía venir el huracán que seguramente Sarita soltaría al escucharla, pero tenía que saber con certeza. Suspiró con pesadez mientras se rascaba la frente buscando las palabras adecuadas—. ¿Es posible… que tú… estés embarazada?
—¿Qué?
—Eso. Si estás embarazada. ¡Ahora todo tiene sentido!
—Norma, no. Puede que haya engordado porque me he desordenado algo con las comidas, pero nada más.
—¿Y las náuseas?
—¡Virus estomacal!
—¿Y tus siestas?
—Ay, Norma. Te he dicho que tengo mucho trabajo en la hacienda, y poca gente para que me ayude. Y ya no preguntes más. Hay cero posibilidades de que esté embarazada, te lo prometo.
—¿Cero?
—Cero.
—Okay, te creo. Si tú lo dices, entonces te creo.
—Y ya vete donde los Reyes que se te está haciendo tarde. Jimena lleva esperándote un buen rato.
Sarita vio por la ventana como el carro de Norma se alejaba de la hacienda, y recién cuando ya no podía divisarlo más, entró en pánico. Sí, había notado que su salud andaba algo extraña pero jamás se le cruzó por la cabeza un embarazo. Pero Norma tenía razón, todo tenía sentido.
«No puede ser. No puede ser. No puede ser. No puede ser. ¿Por qué se repite la historia? Una vez le bastó a Norma, y aparentemente una vez me bastó a mi también. No. Puede. Ser».
—¿Señorita Sara? —la castaña saltó del susto al escuchar a Dominga.
—¿Sí?
—Olegario la busca. —Sarita puso los ojos en blanco, sabiendo que Fernando algo había hecho de nuevo.
Escondió en lo más recóndito de su cerebro el tema de su posible embarazo y se concentró en lo que seguramente sería una nueva pelea. Un día se cansaría de todo y se iría lejos. A veces la vida la superaba.
