Capítulo 13

—¡Norma! ¡Norma, baja! —la más pequeña de las Elizondo gritó luego de entrar corriendo por la puerta principal de la casa de los Reyes. Con los ojos buscó su bolso, mientras esperaba con impaciencia a que Norma respondiera.

—Ay, Jimena. ¿Por qué el escándalo? —Norma bajaba las escaleras sin comprender porqué tanto grito. Apenas habían llegado hace unas horas, y como siempre pasaba, nunca podían estar tranquilos.

—Trae a Juan David, y vamos. Sarita tuvo un accidente en las pesebreras.

—¿¡Qué!? ¿Qué fue lo que paso?

—No lo sé. Me llamó el abuelo, y nadie supo decirle bien lo que ocurrió. Olegario va hacia el hospital con Sarita en estos momentos. ¿Vienes o no? —La susodicha asintió con rapidez y subió a buscar al niño. En eso entró Juan al recibidor con el ceño fruncido.

—¿A dónde van así de alteradas?

—Al pueblo. Sarita tuvo un accidente a caballo y al parecer fue grave.

—Mujer, mejor dame las llaves. Yo conduzco.

Los tres adultos y Juan David partieron en el auto de Norma a la ciudad, donde se encontraron con Olegario y otros peones de la hacienda Elizondo en la sala de espera del hospital. Los trabajadores se pusieron de pie al ver a las hermanas.

—Señorita Norma, señorita Jimena, que bueno que estén aquí —habló Olegario—. Llegamos quince minutos antes que ustedes.

—¿Pero qué ocurrió? Sarita jamás ha tenido problemas con los caballos, ¿Se cayó? —Olegario negó con la cabeza.

—Discutía con don Fernando…

—Ese idiota. Por supuesto que está involucrado.

—Jimena, déjalo terminar, por favor. —La morena cedió mientras maldecía a Escandón entre dientes.

—… don Fernando venía de cabalgar a la yegua joven, sabiendo que la señorita Sara lo prohibió porque aún no está en edad. En verdad cualquier persona con criterio sabría que aún no era tiempo, pero ya conoce a don Fernando. La señorita Sara lo vio llegar y empezaron a pelear, la yegua se puso nerviosa y de una coz empujó a la señorita Sara. Debió pegarse en la cabeza porque cuando llegó al suelo estaba inconsciente. Vinimos de inmediato.

Cuando pasó media hora más y aún no sabían nada nuevo de Sarita, Norma mandó de vuelta a los empleados a la hacienda, prometiendo llamar apenas supiera algo. Por más que insistía en pedir información, la enfermera le respondía cada vez que sólo quedaba esperar. Oscar llegó al rato, y un par de horas después, finalmente aparecía un médico a hablar con ellos.

—Sara está bien, aunque las noticias no son muy buenas. Recibió un golpe en la cabeza que la dejó inconsciente y tuvimos que hacerle una resonancia magnética para comprobar que no tuviera hemorragia cerebral. Por suerte al golpearse hubo herida, por lo que la presión intracraneal no causó problemas. Despertó brevemente, por lo que pudimos diagnosticar una conmoción cerebral, que en su caso significa que no recuerda el evento. Ahora se encuentra durmiendo nuevamente, gracias a los calmantes. Lo que me lleva al accidente principal. Por suerte, el caballo no golpeó muy arriba, evitando el corazón. Eso pudo haber sido fatal. Aún así tiene tres costillas rotas, las cuales ya reacomodamos. La mala noticia, es que el bebé no tuvo oportunidad. Una de las patas golpeó el vientre directam-

—Espere, espere —interrumpió Jimena—. ¿Bebé?— El doctor miró al grupo y vio en todos los rostros la misma confusión. En todos menos uno.

—Sara estaba embarazada. Según sus niveles hormonales habrá tenido entre 8 y 10 semanas.

Luego de eso solo Juan siguió prestando atención y entendió la mitad. Norma se enfureció consigo misma por no haber insistido, por no haberse quedado aun sospechando que Sara estaba embarazada. No podía evitar pensar en que si se hubiese quedado, podría haber evitado de alguna forma esta tragedia. Miró a Jimena y ésta la miró de vuelta con pena. Acababan de perder a un sobrino cuya existencia era desconocida para ambas, y este hecho les dolió en el corazón. Sarita sería una excelente mamá, de eso no había dudas. Pero la pena también trajo curiosidad. ¿Desde cuando Sarita frecuentaba hombres, y mucho menos, se entregaba a ellos? Los pensamientos de Oscar vagaban por el mismo lugar, admitía que estaba completamente sorprendido.

—Como última cosa, me gustaría sugerir terapia psicológica. La pérdida de un bebé nunca es fácil. —El doctor se despidió de todos con un gesto de cabeza, y finalmente se retiró.

—No sé qué pensar —Norma habló primero—. Ni siquiera sabría a quien llamar. Digo, no es como que le hayamos sabido de algún novio.

—¡Es que pasa todo el día entre caballos y peones! Con suerte le quedaba tiempo para ella misma —comentó Jimena.

—No voy a mentir, ratonsita, me quedé peinado de la sorpresa. Sarita se las tenía bien escondidas.

Norma decidió quedarse esa noche con Sara en el hospital, mientras que Juan, su hijo, Jimena y Oscar, se devolvieron a la hacienda de los Reyes. Cuando Jimena llamó a don Martín, omitió lo del bebé pues si Sara decidió no contarle a nadie en su momento, ahora no sacaba nada divulgando esa información. Ya Sara despertará y le contará a quién le plazca.

—¿Por qué esas caras? —preguntó Franco al llegar a la hacienda—. ¿Pasó algo?

—Es Sarita.

—¿Qué hay con la terca de Sara?

—Ay canijo, ya párale. Esto es grave —lo reprochó Juan. Apenas Franco escuchó esto, su sonrisa leve fue reemplazada por un ceño fruncido y ojos preocupados—. Un caballo la pateó y terminó en el hospital con tres costillas rotas. —Los ojos de Franco se abrieron de par en par.

—¿Pero está bien? ¿No... No le pasó nada más grave?

—Un golpe en la cabeza que la dejó inconsciente un buen rato.

—Y eso no es todo —agregó Oscar—. A que no adivinas qué se tenía escondido Sarita Elizondo. —Jimena lo miró con cara de pocos amigos, reprochándole su poco tacto. Oscar levantó las manos en señal de rendición. Franco los miró con poca paciencia esperando que alguien lo pusiera al día.

—¿Me harán preguntar? —dijo cuando pasaron unos momentos y aún nadie le decía nada.

—Sarita... —empezó Jimena— …Sarita estaba embarazada. Perdió el bebé con el accidente.

Franco no supo que pensar. «¿Será posible que... que ese bebé...?» Ni se atrevió a terminar ese pensamiento.

Embarazada.

Sara.

Sara Elizondo embarazada.

—No termino de comprender cómo no nos dimos cuenta de algo. Yo creía que Sara solo tenía tiempo para caballos y finanzas de la hacienda —comentó Jimena.

—Y para este cabeza dura —comentó Oscar, dándole unas palmaditas en la espalda a Franco.

—¿¡Qué!? —el susodicho reaccionó con pánico. «¿Acaso Oscar sabe algo?»

—Pues claro. Sarita si no está en su hacienda, está peleando contigo. Todos pensamos que eso era todo lo que ella hacía, pero ya ves que también tiene sus secretitos.

Con ese comentario, las ideas de Franco tomaron más fuerza. «Ese bebé era mío». Sus hermanos y cuñada siguieron hablando de Sarita, pero Franco lo único que tenía en mente era ese día de la fiesta de Leandro, lo valiente que había sido en ir a rescatarlo de sus secuestradores, cómo había sido ella la que lo besó luego de traerlo a casa, y cómo las cosas escalaron hasta terminar ambos desnudos en aquel corral en las caballerizas. Recordó sus encantadores ojos, cómo lo miraron fijamente mientras se entregaban el uno al otro, hasta que el placer le pudo más. Esos ojos aún lo perseguían en sueños y despierto. La imagen de Sara, desafiándolo con la mirada incluso en ese momento, se quedaría por siempre en su memoria.

—¿Y... y cuánto tenía? —interrumpió Franco aún sin volver a la realidad por completo.

—Dicen que entre 8 y 10 semanas —respondió Jimena—. Norma me contó que justamente hoy le preguntó si era posible que estuviera embarazada, pero Sarita lo negó todo. ¡Y yo aquí pensando que aún era virgen!

—¿Virgen?

—Franco, no me digas que eso te sorprendería. Sarita siempre ha sido muy arisca y reservada. Para qué decir que también es pudorosa. Siempre se sonroja cuando Norma y yo hablamos de sexo. —De repente a Jimena se le ocurrió algo—. ¿Qué tal si... si no fue a voluntad?

—¿Qué dices, mujer? —preguntó Juan.

—¿Y si la forzaron?

—¡No! —esta vez Franco fue el que habló—. ¿¡Por qué dices esas cosas!?

—Nunca he visto que la miren sin respeto, es cierto. Pero tampoco se puede saber qué pasa realmente por la cabeza de un hombre. Y luego del cambio que tuvo, Sarita hace girar cabezas. Ese trasero se lo tenía bien guardado.

—Amor, Sarita es una mujer que sabe defenderse, y definitivamente no se va a quedar callada si eso llegara a pasar. Lo mejor es dejar el tema y cuando despierte, ya le preguntarás. No sacas nada imaginando cosas que probablemente no son. Mira cómo dejaste a Franco, pálido como un papel.

Y no era para menos. Al ojiazul se le revolvía el estómago de solo pensarlo. Es verdad que ahora Sara acaparaba miradas, él mismo ha escuchado a sus empleados hablar de ella mientras creen que no son escuchados. Entre el cuerpazo que se gasta, y ese carácter indomable, Sarita es sinónimo de mujeraza. No lo sabrá él.