Capítulo 14

—¡Sara! —Franco llamó la atención de la mujer antes que pudiera escaparse del picadero—. Sara, tenemos que hablar. —La agarró del brazo sin mucha fuerza para no hacerle más daño a sus costillas.

Sarita había tenido el accidente hace tres semanas, y había salido del hospital hace tan solo una por una perforación de pulmón leve. Pero al rubio no le sorprendía nada encontrarla trabajando tan pronto.

—¿¡Se puede saber qué hace usted aquí!? Si mi mamá lo pilla, lo echa a escopetazos.

—Sarita, por favor.

—Es "Señorita Sara", para usted.

—Sara, creo que ya cruzamos esa línea, ¿No cree?

—No sé de que habla. —La mujer se cruzó de brazos escondiendo una mueca de dolor, y desvió la mirada con orgullo.

—¿Quiere que se lo recuerde? ¿Se lo cuento o se lo actúo? —Esto hizo reaccionar a Sara, quién soltó su postura rígida de un salto.

—¿Usted cree que puede venir y faltarme el respeto a mi propia hacienda por un error que cometimos? —la última parte la dijo entre dientes, mirando hacia todos lados cerciorándose de que nadie prestara atención a la conversación.

—Claro que no. Y ya déjese de pelear conmigo. Sólo quiero hablar con usted.

—¿Y de qué tendríamos que hablar usted y yo? —Franco entonces se acercó a su oído, y bajito le respondió.

—Del bebé que perdió. —Sara quedó petrificada. «¿Cómo se enteró?» Lo miró a los ojos buscando recriminación, pero sólo encontró sinceridad y algo que no atrevió a clasificar—. Por favor, hable conmigo.

Entonces Sarita salió de su estupefacción, y el fuego le volvió a la mirada. Rápidamente le agarró la muñeca a Franco y prácticamente lo arrastró lejos de los peones, llevándolo a un pequeño almacén de herramientas.

—No sé qué se cree, Franco Reyes. ¿Venir aquí a exigir hablar de temas que no le incumben? No se lo voy a permitir, ¿Me oye?

—¿¡Que no me incumben!? ¿¡Acaso no era tan mío como suyo!? —Franco avanzó hasta Sara, su rostro a meros centímetros del de ella.

—No sé quién le metió esas ideas en la cabeza —respondió Sara mirando hacia el costado.

—Sarita, ¿Acaso no es obvio? —El ojiazul buscó la mirada de la castaña, pero Sara no se lo permitía.

—Claro que no es obvio. Ni que usted fuera el único hombre sobre la tierra. Perfectamente podría ser de otro.

—¿Lo es? —desafía él.

—Era— respondió ella en un susurro bajando la mirada—. Ya no hay bebé por el cual discutir. —Franco entonces identificó el error. Habían hablado como si Sara aún estuviera embarazada.

—Sarita... —La susodicha aún no lo miraba. Pasaron unos segundos en silencio, cuando de repente se escuchó un sollozo. Las lágrimas se agruparon en los ojos de Sara, y aunque deseaba con todas sus fuerzas no derrumbarse frente a quien consideraba su enemigo, todo lo que había guardado en su interior se abrió paso en ese momento. Las lagrimas se deslizaron por sus mejillas hasta caer al suelo, sollozo tras sollozo a Sara se le dificultaba más respirar, no solo por la falta de aire, sino también por el dolor que llorar le agregaba a sus costillas que aún sanaban. Cuando creyó que la pena que sentía no podía ser más grande, los fuertes brazos de Franco la envolvieron en un abrazo.

Se mantuvieron así unos minutos, Franco sobando la espalda de Sara, mientras ella se tapaba el rostro con las manos y se apoyaba en el pecho del ojiazul. Franco quiso decirle algo, cualquier cosa que pudiera reconfortarla, pero estaba mudo. El nudo en la garganta no le permitía emitir sonido alguno. Siendo sincero, él también estaba sufriendo, y todavía Sara ni le respondía si ese bebé había sido suyo o no.

—Sí lo era —Sara dijo como si le leyera la mente. Había hablado tan bajito, que si él no hubiese estado pegado a ella, no escucha—. El bebé. Era tuyo.

A Franco se le llenaron los ojos de lágrimas. Su instinto había estado en lo correcto, y ahora que lo sabía con certeza, sus emociones lo abrumaron.

—Lo siento. Lo siento tanto. No fui capaz de protegerlo por ti.

—Sara, no. No te culpes así. Fue un accidente.

—¡Uno que pude evitar! —De la rabia Sarita se soltó del abrazo, y empezó a pasearse por el reducido espacio aún con lágrimas en las mejillas—. Si no hubiese peleado con Fernando, si hubiese prestado más atención...

—Sarita.

—... Acusé a ese infeliz de no saber nada de caballos...

—Sarita.

—... ¡Y yo misma olvidé la primera lección!

—¡SARA! —Franco finalmente gritó en su desesperación de sacar a la castaña de su trance—. Detente ya. No fue tu culpa. Pudo ocurrirle a cualquiera.

—¡Pero me ocurrió a mi, y maté a nuestro hijo!

Sarita lo miró a los ojos y Franco le respondió con la misma intensidad en su mirada. Nadie supo qué decir. Franco dio un paso hacia Sara, luego otro y otro, hasta finalmente encontrarse nuevamente en un abrazo. La morena apoyó su cabeza en el pecho del rubio, y Franco hizo lo suyo apoyando su mejilla en la cabeza de la mujer.

—De verdad lo lamento.

—Lo sé. También yo. Pero no te culpo, y tú tampoco deberías culparte. Eres la persona más protectora que conozco, tu pasión por la justicia es incomparable, y tu fortaleza me sorprende cada vez.

—Gracias —respondió Sarita luego de unos segundos.

—¿Escuché bien? ¿Sarita Elizondo dándome las gracias a mi, Franco Reyes? Debe ser la primera vez —dijo el rubio con una media sonrisa. Sarita le pegó un manotazo en el hombro sin mucho afán.

—No se ponga pesado. —Franco rió esta vez, y cuando la risa terminó dando paso a una sonrisa, volvió a mirar a Sarita a los ojos. Tenía tanto que decirle, que confesarle. Ya no podía mantener sus emociones guardadas, la quería y la deseaba, y necesitaba poder decírselo. Ya no soportaba más peleas, aunque le encantara verla endemoniada como ella sola, quería recibir sus sonrisas y miradas tiernas.

—¿Cómo siguen sus costillas? —le preguntó aún sin soltarla.

—Sanando, espero. La verdad aún duelen.

—¿Y es normal eso?

¿¡SARA!?

—Esa es mamá. —La susodicha se soltó rápidamente del abrazo y miró con pánico a Franco—. Debe irse. No quiero que tenga problemas.

—Aún se preocupa por mi, ¿No?

—No sea bobo. Cuando yo salga de aquí, espere uno rato y luego salga.

—Como ordene, señorita Elizondo —le dijo Franco divertido, sabiendo la respuesta a su pregunta. Sara lo miró sin saber muy bien como despedirse, y se reprochó mentalmente por complicarse por cosas como esas. Se acomodó la blusa, miró los ojos azules de Franco una vez más, y él decidió por ella. Se acercó sin titubear y le besó la frente—. Hasta luego, Sarita. No haga mucho esfuerzo para que eso sane bien.

Sara se ruborizó, y una vez más acomodó su blusa en un gesto nervioso. No supo qué responder. Finalmente de dio media vuelta y salió del almacén. Franco escuchó cómo Sarita hablaba con Gabriela mientras se la llevaba de ahí, dándole oportunidad al menor de los Reyes para que saliera sin ser visto.

Al menos no ser visto por doña Gabriela, porque apenas puso un pie fuera del almacén Olegario lo miró de pies a cabeza.

—Necesita ser más cuidadoso cuando quiera ver a la señorita Sara.

—Por favor no le cuente a nadie.

—No se preocupe. No sé qué se traen ustedes dos, pero nunca la había visto tan viva como cuando está con usted. Aunque solo se dediquen a discutir. —Franco sonrió al escuchar aquello. Aparentemente tenía un aliado en la hacienda Elizondo, y eso es algo que podía usar a su favor para volver a ganar la confianza de Sarita—. Ahora sígame. Lo llevaré a donde dejó su carro por la ruta más discreta.

—Gracias, Olegario.

—Ni lo mencione.

Apenas unos días después llamaba a la hacienda de las hermanas, y esta vez, preguntó por Olegario en lugar de Sarita. Su plan no era perfecto, estaba consciente de eso. Pero se le ocurrió invitar a Sara a su casa, aprovechando que sus hermanas vendrían ese fin de semana junto a Juan David, como acto de buena fe; para demostrarle que quería verla pero sin ningún compromiso de por medio. Pequeños pasos, lo llamaba él.

Se le hizo de noche esperando la llamada del capataz. Cada hora que pasaba sin saber de él, era una hora donde la ansiedad lo consumía más y más. Pero volvería a pasar por todo eso si significaba volver a escuchar la respuesta que recibió:

"No sé qué habrá hecho bien esta vez, pero la señorita Sara aceptó ir mañana junto a sus hermanas."

Cuando desconectó la llamada, Franco pegó un salto de felicidad y sonriendo bajó a cenar. No podía esperar a que fuera mañana.


Nota de autora: Muchas gracias persona anónima por tus comentarios (te respondería por DM pero pues obviamente no se puede XD). También menciones a PersonaAnon (sí, ese es su usuario jaja) que ha sido la otra persona que ha leído y comentado. Mucho amor para ustedes.