Capítulo 15

Apenas escucharon el motor de un vehículo llegar a la casa, los tres Reyes salieron a recibir a las hermanas Elizondo, cada uno con una sonrisa enorme en el rostro, incluso Franco, que sabía debía disimular. Pero es que no se aguantaba la felicidad. No solo la tenía ahí, frente suyo, sino que la tenía en su hacienda donde no debía esconderse y donde la tendría por el resto de la tarde. Pero no tan solo eso, ella había elegido estar allí. ¿Cómo lo había logrado? Franco no tenía ni la menor idea, pero por nada del mundo se quejaría. Cómo le hubiese gustado abrazarla y besarla, aunque esas ganas sí se las aguantó. «Un paso a la vez».

—¿Cómo le va, Sarita?

—Bien, gracias— respondió ella de manera cortante. «Okay, todavía molesta. Notado». Franco esperó a que el grupo se adelantara para volver a hablarle.

—Me alegra verla aquí hoy.

—Escuche —dijo Sara girándose para responderle a la cara—. Si estoy aquí, es porque usted y yo tenemos una conversación pendiente, y prefiero que la tengamos más temprano que tarde. Pero no crea que es para entablar amistad, porque mientras menos sepa de usted, mientras menos tenga que verlo, mejor para mí.

—Muy bien. Entonces conversemos y dejemos las cosas claras de inmediato. —Sarita miró hacia la casa nerviosa.

—Se van a dar cuenta que nunca entramos.

—Después se darán cuenta que nos apartamos. Así que ahora es tan buen momento como cualquier otro.

—Muy bien. —La castaña cambió el peso de su cuerpo de una pierna a otra, tratando de empezar esa charla—. Yo no… no sabía que estaba… —suspiró antes de continuar—, embarazada. Norma me lo había comentado justamente ese día del accidente, pero no terminaba de procesar lo que me dijo cuando lo siguiente que supe fue que estaba en el hospital.

—Por culpa de Escandón.

—Fue mi culpa. Yo me puse detrás de la yegua peleando con ese tipo, en verdad no me di cuenta. Pero ya está hecho.

—No te sigas culpando, Sara. Y no me digas que no sigues pensando en eso, te conozco. Fue un accidente.

—Bueno, eso —continuó Sarita sin comentar nada sobre sus sentimientos de culpa—. No fue que te lo haya querido ocultar, por si te lo preguntabas. Simplemente no sabía. ¿Entramos ya?

—No, espera un momento. —La detuvo con una mano en el hombro, justo antes que pudiera darse la vuelta—. Hay otra cosa que necesito saber. ¿Por qué ya no quieres hablar conmigo? ¿Qué pasó después de esa noche?

—Tú sabes bien lo que pasó.

—No, en verdad no sé nada. Sara, —Franco se atrevió a acercarse, posando ambas manos en las mejillas de la castaña—. Por favor, te lo ruego. Habla conmigo.

—Vine a verte, después de recibir tus flores —dijo ella resignada.

—¿Cuándo fue eso?

—Unos días después de… lo nuestro. Pero nunca llegué a entrar, me topé con la cantante de bar esa, justo aquí afuera. Y me dejó claro lo que estuvieron haciendo.

—Lo que te haya dicho, no es verdad.

—¿Por qué iba a mentirme? —preguntó dando un paso hacia atrás, provocando que las manos de Franco se soltaran de su rostro—. Pensó que yo era un empleado más de tu hacienda, ni siquiera reconoció mi nombre.

—Por supuesto que reconoció tu nombre. Sí, vino a visitarme esa semana, pero no estuvo ni cinco minutos antes que la echara de mi oficina. Puedes preguntarle a Eva, ella fue testigo de todo.

—¿Entonces por qué me dijo esas cosas?

—Ella sabe que tú eres importante para mi. Entró sin permiso, y me escuchó pidiendo esas flores para ti. Hace tiempo le vengo diciendo que ella ya no me interesa, pero insiste en venir aquí, ahora que soy dueño de una fortuna. Pero te prometo que no tengo nada con Rosario, le dejé claro que la mujer que me quita el sueño ahora es otra.

Sarita lo miró unos segundos, repasando las palabras de Franco una y otra vez en su cabeza. Tenía sentido que Rosario le mintiera si sabía quién era ella, sobretodo si estaba ensimismada en volver a tener algo con el ojiazul. ¿Por qué todo tenía que ser tan confuso? Por primera vez en semanas estaba clara en lo que debía hacer, pero ahora volvía a donde estaba originalmente, con la cabeza llena de dudas y preguntas que no tenían respuestas. Se hallaba en una situación donde lo único que podía hacer era arriesgarse, confiar o no confiar en Franco era la cuestión. Debía admitir que las palabras de él tenían mucho más peso que las de la cantante.

—Estoy cansada de esto, Franco. Cansada de sentir las cosas que siento por ti, cansada de desconfiar, de las dudas, de tus dramas con esa mujer.

—Sarita, te lo vuelvo a pedir. Dame una oportunidad, y te prometo que no habrá más desconfianza ni dudas, y que haré todo lo que esté en mis manos para que esa mujer no nos moleste nunca más. —Franco volvió a acercarse, pero esta vez solo le tomó las manos—. Estoy enamorado de ti, y lo puedo decir con seguridad. Por eso me importa lo que pueda pasarte, por eso me importa lo que pienses de mí, y por eso quiero, necesito, que me des una oportunidad para demostrarte que soy sincero.

Sarita no pudo evitar las lágrimas que se acumularon en sus ojos. Llevaba semanas ocultando un montón de cosas: sentimientos que no terminaba de comprender, desilusión romántica, la pérdida de su bebé. Y por más que sus hermanas estuvieran ahí para apoyarla o escucharla, tenía miedo de no ser comprendida o incluso juzgada, por lo que no había hablado con nadie sobre nada de lo anterior. En el fondo, sabía que Franco era el único que podía comprenderla y compartir lo que sentía, y escucharlo decir que la amaba con tal convicción volvió a quebrar las murallas que se había ensimismado en construir al rededor de su corazón.

Franco secó las lágrimas que cayeron por las mejillas de Sara, y cuando hubo terminado, dejó sus manos ahí, acariciando sus pómulos con los pulgares. Sarita puso sus propias manos sobre las de él, y lo miró a los ojos. Esa fue toda la respuesta que necesitó el rubio. Acercó su rostro al de la castaña, y para su sorpresa, fue ella quien terminó de acortar la distancia entre sus bocas.

Se unieron en un beso suave, lleno de emociones, y aunque duró poco, fue suficiente para acelerar sus corazones en una danza alegre y llena de esperanza. Cuando sus miradas se volvieron a encontrar, se sonrieron, y Sarita esta vez no aplacó sus impulsos, y envolvió sus brazos en la cintura de Franco. Él le devolvió el abrazo, y disfrutó el momento apoyando su mejilla en la cabeza de la castaña.

—Ahora sí debemos entrar, o alguien saldrá a buscarnos y nos verá así.

—No creerían lo que ven sus ojos, ¿Sara y Franco haciendo las pases? Nah. —Sarita rio y finalmente se despegó del cuerpo del ojiazul, inmediatamente extrañando su calor.

El resto de la tarde la pasaron entre miradas y momentos robados, sonriéndose en secreto mientras sus hermanos y sus hermanas estaban distraídos entre ellos. La única que notó algo extraño fue Eva, quien venía sospechando cosas desde hace un tiempo. Estaba segura que el día de la fiesta en el centro de modas vio el carro de Sarita aparcado fuera de la casa, pero esa noche le encontró poco sentido. En cambio ahora, ahora sus sospechas mutaron a algo mucho más concreto, algo que se estaba desarrollando frente a sus ojos. Sonrió para sí misma. «Ya era hora».