Capítulo 17

Fernando despertó contento. De un momento a otro su fortuna había cambiado y estaba decidido a sacarle el mayor provecho. Hace días había visto a Sarita con Franco, y apenas ayer se enteraba por Gabriela que un hacendado vecino parecía estar interesado en la mayor de las hermanas. La matriarca Elizondo tenía las sospechas que él había sido la cita de Sara, y aunque más equivocada no podía estar, le sugirió a Gabriela organizar una cena con la familia Cabello, a lo cual la mujer estuvo de acuerdo y muy esperanzada. Los celos siempre eran un buen detonante, y por supuesto que él iba usar aquel truco cliché. Pero para que los celos funcionaran, Franco tenía que enterarse que Sara se vería con otro hombre, y Fernando ya sabía a quién entregarle esa misión.

Después de almorzar se disculpó diciendo que tenía que hacer algunos trámites en el pueblo, pero en vez de eso se dirigió al bar Alcalá. Rosario se sorprendió cuando él quiso hablar con ella y no con Armando, y un poco distraída lo recibió.

—Me he enterado que sigues interesada en Franco Reyes.

—Mira, si vienes en nombre de Armando puedes darte media vuelta e irte —dijo la cantante mirándose al espejo para arreglarse el cabello—. Ya le dije que entre Franco y yo no hay nada.

—¿Sabías que Franco y Sara Elizondo están en una relación?

—Querrás decir que tenían una relación, o algo por el estilo. Porque yo ya me ocupé de eso. —Rosario sonrió satisfecha al recordar su breve encuentro con la castaña.

—¿Y quieres decirme cómo? Porque hace apenas unos días los vi muy cariñosos saliendo de un restaurante.

—¿¡Qué!? —Rosario se dio la vuelta de golpe, su pelo revolviéndose una vez más. Fernando sonrió burlón.

—Como lo oyes. Pero tranquila, vine a proponerte un plan.

—¿Y qué sacas tú de todo esto? ¿Acaso estás interesado en esa… mujer?

—Solo interesado en arruinarla.

Y así fue como Fernando consiguió una aliada. El plan era bastante simple en realidad. El día de la cena con Manuel Cabello, Rosario debía ir donde Franco y contarle del evento. Fernando haría lo mismo con Sarita, diciéndole que la cantante se encontraba con el rubio en la hacienda de éste último. Sí, no era mucho. Pero las dudas se construyen de a poco, y este era apenas el primer paso. Además confiaba en la fama de Franco, y que Manuel, si verdaderamente estaba interesado en Sara, hiciera lo suyo.

Esa era otra tarea que tenía Fernando: incentivar al hombre a intentar algo con Sara. Bastarían algunas mentiras para aquello, decir cosas como que ella también se veía interesada en él o algo por el estilo. Ya improvisaría esa noche.

Pero Fernando nunca ha sido bueno planeando a largo plazo, y su plan se le salió de control apenas lo descuidó un poco, y él ni siquiera se dio cuenta.

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—Pensé que no vendrías hoy —dijo Franco cuando ayudaba a Sarita a bajar del caballo. Se hallaban en su lugar de siempre, las rocas en los terrenos de las Elizondo.

—Se me hizo tarde. No sabes con lo que salió mi mamá ahora —respondió la castaña rodando los ojos—. Una estúpida cena de negocios justamente mañana —contó con un pequeño puchero sin percatarse que hacía ese tierno gesto.

—Ay no. ¿Y tenía otros planes acaso?

—Pues sí —dijo haciéndose la interesante—. Pensaba acompañar a mis hermanas a cierta hacienda.

—Sara, por favor cancela esa cena. ¿Cómo es eso que planeabas ir a mi casa y no me habías dicho nada?

—Quería que fuera sorpresa, pero ya no viene al caso. No puedo cancelar la cena, mi mamá me dijo que era importante que fuera, y la verdad me gustaría estar para saber en qué quiere meterse ahora Fernando. Lo siento, de verdad. Tenía unas ganas de ver al cuñado de mis hermanas, está bien guapo. —Sarita agarró las solapas de la chaqueta del ojiazul, y lo acercó a ella.

—¿Ah, sí? —Ella solo asintió mientras miraba sus labios.

—Aún no me besa, Franco Reyes —susurró—. ¿Esa es la forma de recibirme? —Franco no la hizo esperar, acortó la distancia y tomándola de la cintura la besó profundo.

—¿En serio prefieres cenar con unos señores aburridos antes que hacer esto conmigo mañana? —preguntó él cuando se separaron—. Podríamos escabullirnos por ahí.

—Claro que no lo prefiero, Manuel Cabello puede ser un aburrido cuando quiere.

—Espera, espera. ¿El mismo Manuel que te quería invitar a una cita?

—¿Era verdad eso de la cita?

—¡Claro que sí! Sara, si ese hombre intenta algo contigo, te juro que no sé de lo que soy capaz.

—Tranquilo, tranquilo. La cena es en el club, así que cualquier cosa que pase y no me guste, me voy.

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Había llegado el fin de semana, y con eso el odioso evento. Fernando, Gabriela, Sara y don Martín se encontraban almorzando en silencio en la hacienda Elizondo, sin las hermanas menores ya que éstas habían ido de visita donde los Reyes tal cual lo habían planeado. Sarita miraba de reojo y con recelo a Fernando, sin entender porqué tenía que estar metido en todo lo que su familia hacía, incluso un simple almuerzo.

—Sarita, quiero que esta noche te vistas para deslumbrar —dijo Gabriela rompiendo el silencio.

—Mamá, son solo negocios. Claramente no voy a ir con mi ropa de siempre, pero tampoco exageremos. Además, ¿No fue idea de Fernando? Él debe ser el que vaya para deslumbrar.

—De echo, solo iremos tú y yo. —Tres pares de ojos se giraron para ver a Gabriela sorprendidos.

—¿Es una broma, Gabriela? —preguntó Fernando ofendido—. ¿No crees que como administrador de esta hacienda es mi deber ir?

—Sarita es muy capaz de hacerlo ella, siempre ha estado involucrada en los negocios y sabe muy bien cómo hacerlos.

Sarita miró al abuelo sorprendida ante las palabras de su mamá y don Martín la miró de vuelta de la misma forma. Cuando la castaña miró a Fernando, no pudo evitar la sonrisa de satisfacción, el hombre estaba rojo de furia o vergüenza, Sarita no sabía con exactitud, pero claramente la noticia no le había caído nada bien. Escandón la miró con repudio, logrando que la sonrisa de Sara se agrandara aún más sin querer.

Pero cuando se dio cuenta de la verdadera razón de aquella cena, la sonrisa que le había durado toda la tarde se esfumó.

Cuando llegó al club junto a Gabriela, Manuel ya se encontraba allí, solo. Sarita no pensó mucho sobre aquello, pues Manuel era el que solía hacer los negocios en el nombre de su padre. Pero cuando su mamá se disculpó para ir a saludar a sus "amigas" y se quedó con ellas en su mesa, fue cuando empezó a sospechar que algo más estaba ocurriendo.

Bastó con que Manuel tratara de tomar su mano sobre el mantel para darse cuenta que le habían mentido y esa nunca fue una cena de negocios. El hecho de que el moreno nunca tocó el tema de los caballos también era prueba suficiente. En cambio, le empezó a hacer preguntar personales para "conocerse mejor".

—¿No viniste aquí a hacer negocios, cierto? —preguntó Sarita interrumpiéndolo apenas diez minutos de haber llegado. Manuel la miró desconcertado.

—¿Por qué haríamos negocios en una cita?

—¿Cita? No, espera. ¿Qué te dijeron exactamente?

—Mi papá me dijo que habían llamado de tu hacienda para saber si estaba interesado en salir contigo. Pensé que habías sido tú, pero ya veo que no. —Sarita suspiró en un gesto cansado a la vez que se tapaba la cara sin terminar de creer la situación en la que estaba. Miró hacia atrás, a donde su mamá estaba, y se dio cuenta que ésta la miraba de reojo—. Podríamos… sacar lo mejor de esto, ¿No crees? —Sarita volvió a mirar a su compañero de mesa y no dijo nada por unos momentos. Manuel la miró de vuelta algo intimidado.

—Yo no… yo no estoy interesada en ti de esa forma. Lo siento. Tampoco llamé a tu hacienda, y me trajeron engañada hasta acá. En serio pensé que finalmente nos ibas a dejar cruzar tu yegua con nuestro potro estrella.

—De esa cruza saldría un potrillo hermoso, es cierto. —El moreno sonrió aceptando su derrota—. ¿Qué tal si en la semana voy a tu hacienda y cerramos un trato? A modo de disculpas por hacerte pasar por este mal paso.

—No tienes porqué disculparte, tú no planeaste esto. Pero sería una tonta si dejo pasar esa oferta.

Decidieron terminar la cena en ese momento. Se despidieron con un apretón de manos, y Sarita no demoró en salir del lugar indignada con su mamá, ni siquiera la miró cuando pasó a su lado. Gabriela al ver a su hija salir con prisa no dudó en ir a por ella, preguntándose qué había pasado. Apenas la alcanzó la tomó del brazo y la encaró.

—¿¡Por qué te vas así, Sara!?

—No puedo creer lo que acabas de hacerme. ¿Traerme hasta acá para tener una cita con Manuel? Es que no me lo creo.

—¿Qué problema hay con eso? ¿Acaso no saliste con él la otra noche? —Sarita la miró con incredulidad.

—¿De dónde sacaste esa idea? No, no fue con él. Mira el bochorno que me hiciste pasar por querer controlar todo.

—Sara, no me hables en ese tono.

—¡Te lo tienes bien merecido! Lo único que generaste fue un malentendido, ¿Y quién tuvo que dar cara? ¡Yo! Estoy harta de que quieras manejar todo lo que hago. Primero la hacienda, y ahora mi vida romántica. ¿Cuándo me vas a dejar ser?

—Estás armando una escena. ¿Por qué no vuelves adentro y hablas con Manuel? Es un buen hombre, de buen apellido y una hacienda maravillosa.

—Mamá, entiende que no estoy interesada. Por favor, ya basta. Me iré a casa, si quieres te quedas tú.

Y sin más se fue dejando a Gabriela atrás. La esperó afuera unos minutos, pero tenía total seguridad que su mamá se había devuelto para disculparse en su nombre. Ahora se preguntaba cómo se devolvería a casa. No podía llevarse el carro, pues si lo hacía su mamá quedaría sin transporte. Pensó en llamar a sus hermanas, pero tampoco quería arruinarles la noche. Suspiró cansada una vez más.

Así la pillaron Jimena, Oscar y Franco. De pie junto a la entrada, frustrada y con rabia en su mirada.

—Hermanita, ¿Qué pasó? —Sarita se sorprendió de ver a Jimena allí, ni que la hubiese llamado por telepatía.

—¿Qué haces acá?

—Franco sugirió que viniéramos a cenar y Oscar y yo pensamos que era buena idea. —Recién en ese momento la castaña notó a los hermanos Reyes. Cuando posó sus ojos en Franco quedó embobada de lo guapo que estaba. Había variado esa paleta de colores marrones que usaba al vestir por una mucho más oscura, mezclando un traje azul marino con una camisa negra sin corbata—. ¿Dónde están mamá y Fernando?

—Ay, no quiero hablar de eso. Solo quiero irme a casa y olvidar esta noche.

—¿Necesitas que alguien te lleve? —preguntó Franco preocupado. Había ido al club para ver a Sarita aunque fuera de lejos, un poco guiado por los celos debía admitir, pero jamás pensó encontrarla así.

—Llamaré un taxi. No interrumpan su noche por mi.

—No seas tonta, no pienso dejarte sola —le respondió de inmediato Jimena—. Nosotros podemos llevarte. ¿Cenaste? Podemos ir a comer a otro lugar los cuatro, ¿Cierto chicos? —Ambos hombres asintieron fuertemente, uno emocionado por poder pasar un rato con su novia secreta, y el otro por darle en el gusto a su esposa.

—Tampoco es que nos guste tanto el club —comentó Oscar—. Además para eso está la familia, cuñadita.

—¿Y Norma y Juan no vienen con ustedes?

—Se quedaron en la hacienda, creando otro sobrinito —el de ojos verdes rió con su propia broma y Franco lo secundó.

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Fernando estaba cenando solo cuando Dominga le avisó que tenía visitas. Rosario ni siquiera esperó a que le indicaran que podía entrar cuando apareció en el comedor hecha una furia.

—¡Franco no estaba en su casa!

—A ver, calmate primero si quieres hablar.

—¿¡Cómo quieres que me calme si nada funcionó!? Franco fue a cenar al club, ¡Sí, al mismo club al que iba a ir Sara!

—Como yo lo veo, eso puede jugar a nuestro favor. Franco verá a Sara con otro hombre, tal vez así vuelva a tus brazos.

—¿Y tú crees que cuando Sara se de cuenta que le organizaron una cita sin su permiso sólo va a reír y a seguir con la conversación? Eres un estúpido ingenuo.

Rosario se dio la vuelta sin siquiera dejarlo responder y enrabiada se largó de allí. Había llegado a creer que la estúpida idea de Fernando iba a funcionar, pero ahora estaba convencida que no podía dejar las cosas en manos él.

«Si quiero a Franco de vuelta, tendré que hacerlo por mis propios medios y rápido. ¡No puedo dejar que se enamore de otra!».