Capítulo 20

Franco abrazaba a Sara por la espalda, un brazo por abajo de su cabeza y el otro sobre su cintura. De manera inconsciente su mano acaricia la barriga de su amada, sus dedos formando figuras al azar. Sin querer se le vino a la mente ese hijo que perdieron, y pensó en cómo hubiese sido.

—¿Cómo te imaginas que hubiese sido nuestro bebé?

—Franco... —Sarita habló con advertencia en su tono.

—Yo me lo imagino idéntico a ti. Con tus ojos salvajes y tu cabello avellana. Probablemente tu nariz respingada, con pecas y todo. Tendría tu piel, definitivamente. Mucho más suave que la mía. —Franco se quedó en silencio unos segundos, esperando a que Sara se animara a responder. Cuando creyó que no obtendría respuesta, Sarita habló.

—Sería una niña. Y tendría tus ojos. —El ojiazul la abrazó un poco más fuerte, y hundió su nariz en la nuca de ella.

—Y tu sonrisa —continuó él—. Sería menuda como tú, y apuesto que heredaría el mismo temperamento. Nuestra pequeña demonio. —Franco rió con esto último, y cuando sintió el golpecito que le dio Sara en el brazo, no pudo evitar reír más fuerte.

—Es un insolente, señor Reyes. —El rubio le besó la mejilla, provocando una sonrisa en Sara.

—Sería la niña más linda de todo San Marcos. Tú tendrías que andar con la escopeta en la mano para espantar tanto baboso.

—¿Yo? ¿No es ese tu trabajo?

—Yo no tengo tu puntería, Sara. —La susodicha sonrió—. Ganas no me faltarían, en todo caso. De echo, ganas no me faltan ya. Cuando un hombre te mira con deseo, Sarita, me hierve la sangre.

—Ay, Franco. ¿Quién va andar mirándome?

—¡Cualquier hombre que no sea ciego! —Franco exclamó a la vez que giraba a Sara agarrándola de la cadera para quedar frente a frente—. ¿Acaso no has visto lo que generas entre tus peones? ¿Entre los míos? Te admiran como mujer, Sarita. —La castaña apartó la vista a la vez que se sonrojaba. Franco alzó su cara agarrándola del mentón—. Sara, hablo en serio. He pillado a más de uno de mis empleados mirando lo que no debe mirar. —El rubio le dio un agarrón de trasero para enfatizar, y aprovechó para atraerla más hacia él. El movimiento repentino provocó un gemido casi inaudible en la castaña—. Créeme, Sara. Eres preciosa. Tu piel clara apenas tocada por el sol, esa sonrisa que puede iluminar hasta la noche más oscura, esos ojos marrón que miran con tanta pasión y transmiten todo tipo de emociones. Que decir de tus labios, esos son mi debilidad. Tan llenos, besables, perfectos. Ay, Sarita. Cuando me besas toco el cielo. —Franco buscó la boca de su amada con la propia, y los rozó de lado a lado provocando, incitando. Sara cerró los ojos, agarró del cuello a Franco así negándole la posibilidad de escapar, y finalmente lo besó.

El beso inició suave, tentativo, sólo sus labios entrando en juego. Las manos de ambos en las mejillas del otro, sus cuerpos pegándose aún más. Sarita pasó su lengua por el contorno de los labios de Franco, haciéndolo perder la cordura. El beso se aceleró y el rubio lanzó un gruñido, para luego atrapar aquella lengua juguetona con sus labios. La agarró más fuerte del cuello, pegó sus labios aún más, los besos se tornaron salvajes, los dientes entraron en juego, y cuando Sarita gimió luego de que el ojiazul mordiera su labio, Franco no dudó en cambiar sus posiciones, quedando arriba de ella, entre sus piernas.

Sarita llevó sus manos hasta el pecho de Franco, y con un empujoncito que requirió más fuerza de la que esperaba, separó sus labios de los de él.

—Cuidado, señor Reyes. Estoy pensando que la razón de tanto cumplido es para meterse entre mis piernas.

—Oh, señorita Elizondo —empezó Franco, a la vez que redirigía sus labios al cuello de ella—. Tengo claro que con usted los cumplidos no me llevarán muy lejos.

Sarita volvió a cerrar los ojos, perdida en las sensaciones que la boca de Franco le traía. Sintió como los labios de él presionaban suavemente su pulso, una, dos, tres veces, para luego seguir con besos húmedos en ese mismo lugar. El ojiazul succionó levemente, y cuando liberó el vacío con un suave pop, reemplazó sus labios por su lengua. La reacción de Sarita fue suficiente como para traer a la vida el miembro de Franco, pues los sonidos que estaba emitiendo la castaña no podían ser otra cosa además de celestiales.

Las manos de Sara empezaron a vagar por la espalda de Franco, y una de ella terminó en su nuca, jugueteando con los rubios risos de él. Franco por su parte tocaba lo que alcanzaba, una mano sostenía su peso, mientras la otra acariciaba la cadera de Sarita, ahí donde sabía que la hacía suspirar. Sus labios no perdían el ritmo, y descendían beso a beso por el esternón de la castaña. Mordió levemente uno de sus senos, y su lengua rápidamente acarició el lugar para sosegar cualquier dolor que pudiera haber producido. Pero su lengua era inquieta, y siguió explorando hasta toparse con un pezón. Jugó con él, Sarita subió el volumen sin darse cuenta, y Franco sonrió ante la sensibilidad de sus pechos. La mano que acariciaba su cadera subió hasta el otro pezón y le dio la misma atención que al primero.

Las caderas de Sarita tomaron vida propia, iniciando un vaivén en busca de fricción. Su humedad se encontró con el miembro de Franco, ambos lanzando un sonido de apreciación cuando ocurrió.

—Me encanta como respondes a mi, Sara. Necesito más de ti. Deja probarte —rogó Franco mientras sus besos bajaban cada vez más al sur. La única respuesta que obtuvo fue un gemido ahogado, pero él quería oír las palabras que lo llevarían al cielo—. Sarita... —rogó una vez más parando sus acciones para mirarla a la cara.

—Franco, no pares. Has lo que te plazca, pero no te detengas. —El rubio sonrió complacido. Sus manos agarraron a Sara de la cintura, su boca besó y besó y siguió besando, hasta encontrarse con finos rizos oscuros.

Inhaló su aroma, enterrando levemente su nariz en la intimidad de Sarita. Las caderas de ésta volvieron a buscar más contacto, pero Franco quería tomarse su tiempo. La agarró con ambas manos de las caderas y la sujetó contra la cama, mientras su boca mordisqueaba el interior de los muslos de Sarita. La castaña sólo podía agarrar con fuerza la sábana mientras Franco hacía como quería con ella. Pero él no era cruel, y mientras seguía usando su lengua, dientes y labios para excitar más a Sara, uno de sus pulgares la acarició donde más lo necesitaba, recorriendo su apertura desde abajo hacia arriba, lento pero firme. Las caderas de Sarita saltaron de la cama cuando la yema del pulgar de Franco la tocó donde más lo deseaba.

—Carajo, Franco. —Éste sólo sonrió. Sin darle más oportunidad a su amada para reaccionar, su boca reemplazó su dedo. Sarita no pudo evitar el gemido que exhaló, lo que incentivó al rubio a subir un poco la intensidad. Inmediatamente una de las manos de la castaña agarró a Franco del pelo, impidiendo así que él se detuviera. Aunque Franco no estaba ni cerca de querer hacerlo.

Si bien no era ni por lejos la primera vez que complacía a una mujer de aquella forma, sí era la primera vez que se lo hacía a Sarita, y vaya que lo estaba disfrutando. Su sabor, su sensibilidad, sus reacciones. Todo era perfecto en ella. ¡Ay, esos sonidos! Esta versión de Sarita, desinhibida, era sin duda su favorita. Y aunque podría vivir para siempre con su cara entre sus piernas, la castaña estaba cerca del final y Franco era capaz de matarse si no le daba uno inolvidable. Insertó dos de sus dedos en la entrada de Sara, tortuosamente lento, hasta los nudillos, y masajeó con la yema de los dedos las paredes de aquella cavidad húmeda. El contraste entre el ritmo rápido de su lengua, y el sosiego de sus dedos, fueron la perdición de Sarita.

En un arqueo de espalda, cabeza hacia atrás y ojos cerrados, la castaña pegó un grito ahogado mientras sus muslos atrapaban la cabeza de su torturador con una fuerza desmedida.

Cuando los espasmos disminuyeron, y el cuerpo de Sara se relajó por completo, el rubio recorrió su camino de vuelta beso a beso hasta los labios de su amada, quien lo recibió con gusto, probando su propio sabor de la boca de Franco por primera vez.

—Tenía ese talento bien escondido, señor Reyes.

—Asumo que te gustó. —La castaña lo miró con incredulidad.

—Creo que podemos decir que toda la hacienda supo que me gustó —respondió con las mejillas rosadas. Sintiendo vergüenza, se tapó los ojos con el brazo y rió de manera nerviosa—. De verdad espero que las paredes de tu habitación sean lo suficientemente gruesas.

—No te preocupes —respondió Franco besando sus labios—. Estoy seguro que Oscar y Jimena hacen un montón de cosas en la otra habitación y nunca he escuchado nada.

—Que tierno. Hablar de mi hermana teniendo sexo con su esposo mientras me besas.

—En verdad hablaba de mi hermano teniendo sexo con su esposa, pero supongo que esos son detalles. —El comentario logró su cometido: que Sara lo volviera a mirar aunque fuera con ojos de reproche.

El ojiazul rió, y procedió a besarla en el cuello para apaciguarla. Sarita no se hizo de rogar, y dándole más espacio para que continuara sus besos, lo sujetó de la nuca. El fuego en su interior volvió a prenderse como alimentado por bencina misma, y se multiplicó aún más cuando las caderas de Franco la aprisionaron más contra la cama, sintiendo a la vez cuanto lo estaba disfrutando el rubio.

—¿Acaso vino armado?— preguntó Sara entre jadeos.

—Como buen vaquero.

La castaña flectó las rodillas, y Franco aprovechó el espacio extra para acomodarse de tal forma que su virilidad rozaba de manera exquisita la entrada de Sara. La hubiese seguido torturando de esa manera, pero él ya estaba impaciente. El cuerpo de Sara bajo el suyo, sus gemidos al oído, sus manos recorriendo su cuerpo, sus caderas buscando más y más con cada segundo. No, ya no podía esperar más.

Agarró la pierna derecha de Sara por la parte posterior de la rodilla y la acomodó en su propia cadera. Intentó unirse con su amada así, moviendo las caderas a tientas, pero luego de un par de intentos Sarita perdió la paciencia, y literalmente tomando el asunto en sus manos, llevó el miembro de Franco a su entrada.

—No tengas reparos conmigo, Franco. No me voy a romper. —le dijo mirándolo a los ojos, y vio en ellos arder una pasión inmensa.

Las caderas del rubio se movieron por voluntad propia con un movimiento rápido y potente. La sensación que los invadió los obligó a cerrar los ojos, Sarita abrazó más fuerte a su amado, y él enterró su rostro en el cuello de ella a la vez que emitía un gruñido.

No demoraron mucho en encontrar el ritmo perfecto. Franco apoyado en uno de sus antebrazos, la otra mano aún sujetando la pierna de Sarita, sus caderas en un movimiento constante chocaban contra las de la castaña, las cuales lo encontraban a medio camino. La cama crujía, las patas de ésta de arrastraban de atrás hacia adelante lo suficiente como para meter ruido, y el respaldo chocaba contra la pared cual terremoto.

—Sara —dijo Franco con la voz ronca y jadeante—, no voy a durar mucho más. —La castaña no respondió nada. En cambio, tiró del pelo de él para indicarle que despegara su cuerpo del de ella, y cuando hubo suficiente espacio entre los dos, una de sus manos se escabulló entre medio con dirección sur.

—¿Te ofende si me toco? —preguntó mirándolo a los ojos.

—Dios, Sara, no. Por favor, continúe. —Sara obedeció, notando como la mirada del rubio se desviaba al mismo lugar donde su propia mano se perdía.

No pasó mucho cuando Franco sintió como el interior de Sara empezaba a contraerse, el ritmo se volvió errático, las respiraciones más cortas y forzadas, y solo bastó que el rubio, usando su lengua, jugueteara con un pezón de ella para que Sarita alcanzara el maravilloso orgasmo que construyeron. Ver a la castaña deshacerse una vez más bajo su mirada inspiró a su cuerpo a hacer lo mismo, y un par de estocadas después, Franco la siguió a ese maravilloso lugar.

El rubio, tomando a Sara de la cintura, invirtió las posiciones aún sin romper la conexión que los unía, quedando él abajo para así no ahogar a la castaña.

—Tienes que hacer eso para mi, algún día. —comentó Franco de la nada, una vez sus respiraciones se normalizaron.

—¿Qué cosa?

—Tocarte. —Sarita se sonrojó de inmediato—. Fue lo más erótico que he visto en la vida. ¡Ay, Sara! ¿Y ahora cómo quieres que duerma en esta cama, solito, contigo en mi memoria? Tengo grabado en la mente tu mano entre tus piernas acariciando con fervor. —La castaña se sonrojó aún más, la sangre pintándole hasta las orejas—. Tu olor impregnado en mis sábanas me invitará a pecar. Que no te sorprenda si una noche de estas voy a raptarte en serio.

—¿Sería un rapto si me voy contigo a voluntad? —Aún sonrojada a más no poder, Sara sacaba su lado coqueto y a Franco le encantaba. La miró con devoción para luego devorar su boca una vez más.

—¿Que te parece si vamos por algo de comer?

—¿No crees que ya es algo tarde? Debería estar de vuelta en casa ya. ¡Se supone que iba a volver anoche!

—¿Y si… y si te quedas una noche más?

—Franco, no. —Sarita se liberó rápidamente de los brazos del rubio, e impulsada como por un resorte, se levantó de la cama emitiendo un quejido, pues había olvidado que seguían unidos de la manera más íntima—. No puedo quedarme más. ¿Qué dirá mi abuelo? —preguntó recogiendo su blusa.

—Puedes llamarlo desde aquí. —Franco la siguió rápidamente, quitó la prenda de las manos de Sara, la volvió a tirar al piso, y la abrazó por la cintura—. Estoy seguro que no pensará nada malo. Aprovechemos que ni Gabriela ni Fernando pueden decirte algo. No sabemos cuando podremos pasar tanto tiempo juntos de nuevo, Sarita.

—Ay, Franco. Quiero decir que sí, no sabes cuanto.

—Entonces dime que sí.

—Deja llamar al abuelo, ¿sí? Si no dice nada, entonces me quedo. Peeero —agregó antes que Franco pudiera celebrar—, si él no está de acuerdo, o no se siente cómodo con que me quede otro día más fuera de la hacienda, entonces tendré que irme.

—Totalmente de acuerdo, ahora llámale.

Y Sarita así lo hizo. Se puso la bata de Franco y salió al pasillo donde estaba el teléfono más cercano. Marcó el número de su haciendo, y al segundo tono respondió Dominga, quien no tardó en buscar al abuelo y ponerlo en la línea.

¡Sarita, niña! Me tenías preocupado. Pensé que anoche volverías.

—Abuelo, lo siento tanto. Se me pasó la noche volando.

¿Y el día de hoy también? —Don Martín preguntó con un tono de voz que dejaba claro que a él no lo hacían tonto. Sarita se sonrojó de solo recordar el porqué había olvidado avisar que estaba bien.

—Lo lamento en serio.

¿Acaso estás con ese enamorado tuyo? —preguntó pícaro.

—¡Ay, abuelo!

Escuchame bien, Sarita. Disfruta este fin de semana, sabes muy bien que tu mamá nunca permitiría una cosa así. Para tu suerte yo no soy ella. No tienes que contarme nada, solo dime si estás bien, si lo has pasado bien, y si te tratan bien.

—Sí. A todo. —respondió tratando de reprimir una sonrisa.

Entonces no hay nada más que hablar. Anda, aprovecha cada minuto, y nos vemos mañana. ¡O el lunes! —agregó con una carcajada.

—Abuelo, una cosa más. ¿Esto podría quedar entre tú y yo?

Por supuesto. Ahora vete, que deben estar esperándote.

Cuando volvió a la habitación, Franco la esperaba vistiendo solo un pantalón de pijama y para su sorpresa, ordenando el desmadre que habían dejado.

—¿Y? —le preguntó él expectante.

—Todo este tiempo supo lo que andaba haciendo y me dijo que nos vemos el lunes. —Franco rió y se acercó a Sara.

—A don Martín no se le pasa una. Apuesto que habla desde la experiencia.

—Bueno, alguien me prometió comida.

—No se tú, pero yo ya comí. Aunque no me molestaría repetir —remató con una sonrisa coqueta. Sarita lo reprochó con un golpecito en el hombro.

—Eres insaciable, Franco.