Capítulo 25

—Sara, no te vayas por favor.

—Amor, tengo que devolverme a la hacienda. Mañana tengo mucho trabajo, el veterinario irá temprano y adem- ¿Por qué me sonríes así? —preguntó también sonriendo. El buen humor de Franco era contagioso.

—Me llamaste "amor" de nuevo.

—Bobo. —Sarita aún sonreía cuando se acercó al rubio y lo abrazó por el cuello para atraerlo hacia ella y besarlo. Franco hizo lo suyo, abrazándola por la cintura y profundizando el beso.

—Podríamos hacer esto toda la noche, ¿acaso no te tienta?

—Claro que me tienta, amor. —Sarita lo llamó así a propósito, amando la forma en la que sonreía Franco cada vez que escuchaba esa palabra—. Pero en serio no puedo. Tengo que llevar al abuelo de vuelta, mañana tengo mucho trabajo como te dije, y además tengo que llevar a Infernal a la hacienda Cabello.

—Explícame eso, Sara. ¿Por qué de todos los hacendados escogiste asociarte con el que está interesado en ti? Además de mí, claro. Porque si no es por Norma y Jimena ni me entero que querías empezar tus propios negocios. ¿Acaso mi hacienda no es suficiente para ti?

—Ay, es una larga historia. Te la cuento otro día, ¿sí?

—No, Sara. Me llevo preguntando esto muchos días, y necesito saber.

—No te va a gustar. —Franco solo la miró esperando a que prosiguiera. Sarita se separó de él y se sentó en una banca que había en el jardín y dio palmaditas al puesto que quedaba libre para que Franco se sentara a su lado—. ¿Recuerdas la cena de negocios? —El rubio asintió—. Pues en verdad fue una cita.

—¿¡Cómo así!?

—Te dije que no te iba a gustar. —Sarita tomó su mano para que no siguiera alterándose, y se la acarició suavemente con el pulgar—. Quiero que quede claro que no fue idea mía. De echo, ni sabía que iba a una cita. Mamá planeó todo y llegué al club pensando que Manuel finalmente aceptaría mi propuesta de cruzar nuestros caballos. El asunto es que rápidamente me di cuenta que él no iba a eso, y para acortar la historia, en modo de disculpa, estuvo dispuesto a hacer negocios conmigo. Eso es todo.

—Sara, no sé que decirte. Te advertí que no sabía de lo que era capaz si ese hombre intentaba algo contigo. ¡Te juro que estoy a nada de ir hasta allá para dejarle claro quién es tu hombre!

—Franco. Franco, cálmate, ¿sí? Yo ya le aclaré que no tenía ese tipo de intenciones con él. Y te prometo que solo voy por negocios. ¡Es que me muero de ganas de cruzar a Infernal con su andaluz!

—¡Te compro un andaluz, Sara!

—¿Sabes lo que cuesta uno de esos? No solo en dinero, ¿sino encontrar uno? Son muy escasos.

—Ese no es el punto. ¿Por qué él de todos los hombres?

—Te estás comportando como un niño. ¿Acaso no confías en mi? Además tú no tienes un andaluz, y el placer no se mezcla con el trabajo.

—¡Ya basta con el andaluz! —Franco saltó de la banca, y se agarró la cabeza frustrado. Cuando se dio vuelta para mirar a su novia nuevamente, vio en su rostro perplejidad. Respiró profundo para calmarse, y luego de un par de exhalaciones se acercó hasta la castaña y se arrodilló frente a ella tomándole ambas manos—. Sara, mi amor. Confío plenamente en ti, que de eso no te queden dudas. Del que no confío es de ese hombre. Puedes hacer lo que te plazca, negocios con quien quieras, pero prométeme una cosa: que si se te vuelve a insinuar, te irás de inmediato de ahí. O que le darás una cachetada de esas que bien sabes dar. —Sarita sonrió con eso último, Franco imitando el gesto—. ¿Estamos de acuerdo? —La castaña asintió sin despegar su vista de los ojitos azules que la miraban tan atentos.

—No puedo creer que la primera vez que me llamaras "amor" haya sido en la mitad de una discusión.

—Bueno, ahora mismo te llamaré "amor" y te besaré, si es que eso te parece bien, mi amor. —La sonrisa de Sara se acrecentó, y jalando a Franco de la camisa, lo acercó hasta que sus bocas se encontraron.

Se besaron con fervor, la discusión olvidada con rapidez. Franco, todavía arrodillado, la agarró de la nuca para apegarla a él, sus labios devorándola con pasión. El ojiazul no le dio tregua, pronto su lengua recorrió la boca de la castaña, embriagándose con el sabor de ella, con su olor, con sus caricias. Le mordió el labio, el sonido que recibió de vuelta enloqueciéndolo. Bajó por su mandíbula, luego por su cuello, y finalmente besó sus clavículas.

—Franco —suspiró Sara con la respiración agitada, sus manos bien puestas en la cabellera de él—. Alguien podría vernos.

—¿Y qué? —respondió apenas separando su boca del cuerpo de Sarita—. Ya todos saben que estamos juntos. —Le mordió la clavícula suavemente, provocando una fuerte exhalación por parte de la castaña.

—Estamos siendo indecentes.

—Quédate, ¿sí? Podríamos estar haciendo esto en la privacidad de mi cuarto.

—Ya, de verdad debo irme. —Franco recorrió su camino de vuelta, besando su cuello, mandíbula y finalmente sus labios una vez más. —Pero vuelvo mañana apenas termine. —Sarita le dio un topón antes de acomodarse la blusa.

—Prométemelo. Da igual si terminas a media noche, vienes a verme. O yo iré a buscarte. —El rubio se puso de pie, le tendió la mano a Sara para ayudarla a pararse, y la besó por última vez antes de dirigirse al interior de la casa.

.

—Sarita, ¿por qué no te quedaste allá como tus hermanas?

La mayor de las hermanas y don Martín ya estaban en la hacienda Elizondo luego de haber pasado toda la tarde con los Reyes. Ya era de noche, la mayoría de los empleados se habían guardado a excepción de un par de vaqueros y Dominga, quien como siempre esperaba a don Martín por si necesitaba algo antes de acostarse. El hombre la despachó luego de ser subido a su habitación, por lo que solo era él y su nieta.

—Ay, abuelo. ¿Y la hacienda qué? Además no quiero dejarte aquí solito. —Sarita abrió las tapas de la cama de don Martín, que ya tenía la pijama puesta, antes de ayudarlo a salir de la silla.

—Tus hermanas pueden ayudarte con el trabajo, ¿no? Y por mi no te preocupes, niña. Vive tu vida.

—Se ofrecieron, pero sé que no les gusta. Jimena es muy buena con lo números, pero basta con verle la cara para saber que se aburre como ostra con las finanzas. —La castaña se sentó en el borde de la cama cuando terminó de arropar a su abuelo—. Prefiero que disfruten estos días, mira que cuando vuelva mamá tendremos otras preocupaciones.

—Sarita, hay algo más que quiero preguntarte. —Ella lo miró atenta y algo curiosa ante la seriedad del tono de voz de don Martín—. Supongo que yo no debía enterarme de esto, pero llegó a mis oídos los efectos de tu accidente con la yegua. —Sarita desvió la mirada. Supo de inmediato a qué "efectos" se refería el abuelo. —Mija, ¿has hablado de eso con alguien? ¿Con Franco? —Ella asintió con la cabeza.

—Muy brevemente. Yo… prefiero dejar eso atrás. —Don Martín la tomó de las manos antes de continuar.

—Escúchame bien. Los accidentes pasan, y es importante enfrentarlos de frente, aceptar lo que pasó. Tú sabes que tu mamá perdió dos hijos, y en ambas ocasiones quedó destruida. Le tomó mucho tiempo estar en paz con eso, y yo no quiero que te pase lo mismo. Tómate tu tiempo, vive el duelo como corresponde. Si te lo sigues guardando ahí, en el corazoncito, no te hará bien. —Para cuando el ex-militar terminó de hablar, Sarita tenía los ojos llenos de lágrimas y luchaba con sus emociones para no derrumbarse ahí mismo. El abuelo se integró como pudo, y acarició las mejillas de su nieta cuando las lágrimas inevitablemente empezaron a caer. Sara se recostó a su lado, apoyando la cabeza en su regazo, y se dejó consolar como una niña.

—No sé porqué duele tanto, si perdí algo que no sabía que tenía.

—Mi niña, es normal sentirse así. Pero no te puedes dejar ahogar con en esos sentimientos. La vida pasa y a veces nos trae cosas hermosas, pero otras tantas veces, nos toca sufrir. Debes quedarte con lo bueno, y con las enseñanzas que te dejó ese mal pasar; debes dejar ir, y no vivir bajo la sombra de esa pérdida. El destino te tiene preparado algo mejor, algo que ya estás construyendo en este momento, y tienes que recibirlo sin temores.

—Ay, abuelo.

Sarita lloró como no se lo había permitido hace tiempo. Luego de su corta conversación sobre el tema con Franco, había tratado de olvidar todo el asunto y había tenido éxito. Eso hasta que Franco le preguntó cómo se imaginaba a ese bebé que habían perdido. Le dolía pensar en eso, pero el abuelo tenía razón, no podía esconderse para siempre y mucho menos pretender que no pasó. Ni se imaginaba lo que sufrió Franco.

Ahora se sentía como una estúpida egoísta. Claramente él pensaba en ese bebé, y era muy probable que no tocara el tema por respeto a ella. Lo mínimo que podía hacer era darle espacio para que también él se desahogara, porque ella tenía a sus hermanas y ahora al abuelo, ¿pero Franco? Franco no tuvo a nadie por mucho tiempo.

.

Al día siguiente, Sara llegó a la hacienda Reyes cuando el sol aún no se escondía por el horizonte. Había tenido un día agitado, primero delegando trabajo a sus vaqueros y luego preocupándose de la cruza de Infernal con Sombra, que era el nombre de la yegua andaluz de Manuel. Y aunque esa cruza la traía emocionada desde hace semanas, la conversación que había tenido la noche anterior con el abuelo no dejaba de darle vueltas por la cabeza. Necesitaba hablar con Franco, y por esa misma razón cuando dieron por terminado el día en la hacienda Cabello, se fue directamente donde el rubio.

Lo encontró en el picadero de entrenamiento, mirando atento a Juan que trataba de domar a un caballo aparentemente nuevo. Estaba acompañado de un par de vaqueros y de Norma y Juan David, el niño gritando contento ante el espectáculo. Manolo fue el primero en verla, y sacándose el sombrero con rapidez la saludó.

—Señorita Sara. Que bueno verla por aquí. —Su hermano Miguel se apresuró en hacer lo mismo.

—¿Qué tal, muchachos?

Franco miraba divertido la escena. Sabía lo que el par de hermanos se traía entre manos, era obvio que querían la atención de Sarita así como siempre sucedía cuando una mujer se les cruzaba por el camino.

—Cuidadito con esos ojos, Miguel. La señorita aquí ya tiene quien la cele, y a su novio no le gusta como la estás mirando.

—¿Y dónde está el novio que no lo veo? —Franco infló el pecho orgulloso, y se dio dos palmadas sobre sí mismo indicando que el novio era él. Sarita sonrió ante el gesto y enternecida le besó la mejilla—. Disculpe, señorita. No fue mi intención ofenderla.

—No hay problema. —El par de hermanos volvió a mirar la doma del caballo, molestándose mutuamente por el papelón que acababan de pasar. Franco no perdió el tiempo, y abrazando a Sarita la besó en los labios—. Buenas tardes, novio mío, al que no le gusta que me miren. ¿Cómo va tu día?

—Ahora que te tengo aquí, mucho mejor —respondió riendo—. ¿Qué tal el tuyo?

—Pudo ir mejor. —Y aunque Franco quedó curioso, la acompañó hasta donde Norma se encontraba, Juan David estirando los brazos apenas vio a su madrina. Sarita lo recibió contenta, besando su cachete sonoramente—. ¿Y cómo está mi hombrecito favorito?

Apenas Juan David recobró el interés por el caballo y volvió a pedir los brazos de su madre, Sara miró a Franco y él supo de inmediato que algo le sucedía. El ojiazul le susurró que qué pasaba, pero Sarita negó con la cabeza y aunque también le regaló una sonrisa algo sosa, sus ojos estaban llenos de tormento. Preocupado, Franco la tomó de la mano y la llevó hasta la privacidad de su cuarto. Una vez allí, cerró con llave la puerta y sin más abrazó a la castaña. No estaba seguro de lo que ocurría, pero tenía claro que Sara estaba afectada por algo.

—Habla conmigo, Sara. —la guio hasta la cama y ambos se sentaron en el borde de ésta. La castaña sabía que no podía dilatar más la situación, la conversación con el abuelo aún fresca en su memoria.

—Ni siquiera sé por donde comenzar.

—¿Pasó algo en la hacienda Cabello? ¿Manuel te hizo algo? —Sarita negó con la cabeza de inmediato.

—No, no. Esto no tiene nada que ver con él.

—¿Entonces? Me estás asustando, Sara.

—Quiero disculparme contigo. —La castaña lo miró directamente a los ojos, los suyos propios brillantes de lágrimas que apenas comenzaban a aparecer—. Yo… siento haber sido una egoísta. Todo este tiempo pensando en lo que perdí, pero nunca te pregunté cómo te sentías tú.

—A ver, ven acá. —Franco se acomodó contra el respaldo de la cama y la incitó a hacer lo mismo. Sara se sentó a su lado, y se acomodó contra su pecho, el rubio la recibió con gusto entre sus brazos—. Ahora dime de qué estamos hablando.

—Del hijo que perdimos. —El ojiazul quedó mudo por unos segundos, y cuando sintió a Sara ponerse inquieta ante su silencio, empezó a acariciarle el hombro con suavidad, indicándole que seguía ahí.

—No te voy a mentir —dijo unos minutos más tarde—, lo pasé mal. Pero luego de enterarme, mi prioridad fuiste tú, recuperarte, y ahí puse mis energías. Me ayudó a distraerme, pero pienso en ello todo el tiempo. Fue tan confuso cuando Jimena lo comentó, enterarme de los frutos de nuestra primera noche y al mismo tiempo que lo habíamos perdido. No supe qué pensar, me sentí abrumado, sobretodo cuando plantearon la idea de que alguien había abusado de ti.

—¿Por qué pensarían eso?

—Porque nadie sospechaba que tuvieras algo romántico con alguien. Te juro que me entró un pánico terrible cuando escuché esa opción. Lo único que quería hacer era buscarte, preguntarte cómo estabas. Y cuando fui a verte a tu hacienda, comprendí que tampoco estabas bien. Juraste odiarme, y aun así te derrumbaste frente a mí.

—Sentía una culpa terrible por muchas cosas, por el accidente, por haber sido tan poco cuidadosa esa noche, incluso por haberme acostado contigo y haber faltado a mi educación. Pero no podía comentarlo con nadie, en el fondo sabía que la única persona con la que podía desahogarme eras tú. Pero tenía miedo. Miedo de que me odiaras por no haber cuidado algo que eran tan tuyo como mío. —Franco la abrazó fuerte, logrando que Sara lo mirara de vuelta.

—Jamás podría odiarte, Sara. Los accidentes pasan, y no somos los primeros en vivir algo así, ni tampoco seremos los últimos. Me hubiese encantado que la historia fuera otra, pero tenemos toda una vida por delante. Para aceptar lo que pasó, para sanar, para avanzar. Ya llegará nuestro momento, y serás la mamá más hermosa, amable, y adoradora del mundo, estoy seguro.

—Y tú el papá más malcriador. Ya te imagino, sirviendo helado para cenar. Oh, y cuando te pongan carita de cachorrito… ¡No podrás negarte a nada! —Rieron ante la imagen mental. La sonrisa de Franco aumentó de tamaño cuando cayó en cuenta que Sara había hablado en plural.

—¿Quieres más de uno? —la castaña de sonrojó por haber revelado sin querer parte de lo que esperaba del futuro.

—Siempre que pienso en nosotros, en lo que podríamos formar, imagino dos. Bueno, al menos dos.

—"Al menos"… palabras clave. Deja decirte una cosa, Sara: estás de suerte. Por ti crearía un ejército de niños si es lo que quieres. Pero primero lo primero, hagamos esto oficial.

—¿De qué hablas?

—De tú y yo.

—¿Me estás… me estás proponiendo matrimonio? —Sarita se sentó de golpe, separándose del cuerpo de Franco para mirarlo con incredulidad frente a frente.

—Yo te dije Sara, quiero todos los clichés contigo. Una boda, niños, la minivan. Todo.

—No sé si besarte por lo tierno, o si decepcionarme por la falta de anillo. —bromeó ella, pero solo logró que Franco se viera más decidido. El rubio se paró de la cama y recogió su cartera de la mesa de noche—.¿Qué haces?

—¿Quieres anillo? Te compro el anillo.

—Nooo, ven acá. —Sarita se arrodilló sobre la cama y lo agarró del brazo justo antes que pudiera alejarse demasiado—. Estaba bromeando. Todo lo que necesito lo tengo aquí, justo al frente. Con que me ames es suficiente.

Acto seguido, lo tomó de las mejillas y lo besó. Franco respondió cariñoso, apoyando sus manos en la cintura de ella, dejando que la castaña dictara el ritmo.

Era cierto, todo lo que necesitaban era al otro, saber que se pertenecían y que se amaban. Pero Franco era un hombre decidido, y sabía que Sarita era una mujer tradicional aunque dijera lo contrario. Y a quién engañaba, lo único que quería era hacerla su mujer ante toda ley, aunque eso lo volviera también a él, una persona tradicional.