Capítulo 26

La semana se les pasó volando. El sexteto de enamorados no alcanzó a darse cuenta cuando ya era día viernes, lo que significaba que les quedaban tan solo dos días sin Gabriela y Fernando. Las hermanas Elizondo todavía no se decidían en lo que iban a hacer, y eso era algo que las tenía intranquilas. Aun así se decidieron a sacar el mayor provecho del fin de semana que venía, y Sarita era la más ansiosa.

Ella y Franco eran los únicos que quedaban en la sala. Después de cenar todos acordaron ver algo en la televisión, pero la hora había pasado y el resto se había retirado a las habitaciones hace unas horas dejando al par solos disfrutando de la compañía del otro, ninguno de los dos queriendo separarse aún.

La noche estaba avanzada, y Franco preocupado miró la hora en su reloj, acostumbrado ya a la breve rutina que habían generado en los últimos días: Sarita luego del trabajo se dirigía cada día a la hacienda Reyes, allí cenaban todos juntos para luego pasar tiempo en familia, y cuando ya no podían alargar más el día, la castaña conducía de vuelta a su casa.

Pero el día de hoy les pareció fugaz, y recién en ese momento Franco se daba cuenta de lo tarde que era.

—Sara, será mejor que hoy me dejes llevarte de vuelta. Ya es muy tarde y los caminos son muy solitarios. —Franco le besó la mejilla con ternura, todavía abrazado a ella con la castaña apoyada en su pecho.

Sarita lo miró con falsa contemplación, pues ya había hecho algunos arreglos para lo que le propuso a continuación.

—¿Dejarías que me quedara esta noche aquí? —preguntó como que no quiere la cosa, mirándolo a través de sus pestañas para darle a su mirada un toque rogativo e inocente.

—¿Que si dejaría..? ¡Pues sí! Sí, obvio que sí. ¿Qué clase de pregunta es esa?

—Ay, que bueno. Porque antes de salir ya le avisé al abuelo que no llegaría hoy. —Sarita no podía contenerse la sonrisa pícara y Franco lo notó incluso cuando ella desvió la mirada para esconder su rostro. El rubio la picó con el índice en uno de sus costados, provocando que se sobresaltara soltando una risita.

—¿Lo planeaste todo este tiempo?

—Tal vez. —Franco no se resistió y volvió a hincar su dedo, esperando que Sarita fuera cosquillosa. Pero la mujer se rio más por la actitud de él que por otra cosa—. Pierdes tus energías, soy cero cosquillosa.

—No te creo nada. Todo el mundo es cosquilloso, ¿si no por qué te ríes?

—¿Acaso usted es cosquilloso, señor Reyes? —Franco se arrepintió de inmediato de haber hecho tal comentario. El rostro de Sarita mutó de falsa inocencia a uno que gritaba travesura en apenas unos segundos.

La castaña se giró en su puesto y antes que Franco pudiera si quiera pensar en salir corriendo de allí ya tenía las manos de Sara sobre él atacándolo. La carcajada fue inmediata, esa risa tan particular del rubio escuchándose por toda la primera planta.

—Detente —rogó Franco a duras penas y sin para de reír—. Sara, por favor.

—Pero si lo estás pasando muy bien, ¡escucha tu risa!

—¡Sara, me estás torturando! —La castaña rio al escuchar la elección de palabras de él. Aun así se detuvo, eso sí, sin salirse de encima quedando sentada sobre los muslos de Franco.

—Que exagerado eres.

—Sara, ¡las cosquillas son una técnica ancestral de tortura utilizada incluso por la CIA! —Sarita volvió a reír con ganas.

—Eres un tonto, Franco —le dijo inclinándose con la intensión de besarlo. Lo tomó de las mejillas con ternura, posó sus labios sobre los de él suavemente, casi sin tocarlo, y depositó un par de besos ahí para luego llenarle la cara de pequeños besitos.

Franco se dejó mimar contento por recibir tanto amor de la mujer que lo traía loco. Es cierto que se veían poco, pero siempre que lograban apartar un tiempo para el otro, Sarita le hacía saber cuánto lo amaba con su mirada, con sus caricias, con sus besos. Y luego de tenerla cerca todos estos días, no sabía cómo iba a aguantar no verla a diario una vez Gabriela volviera de sus vacaciones.

Eventualmente apagaron la televisión y decidieron ir a dormir.

—Sube tú mientras, voy a buscar mis cosas al carro. Ya vuelvo.

Franco asintió con la cabeza y apagó todas las luces exceptos las que llevaban a la planta superior para que Sarita no tuviera accidentes al volver.

La castaña llegó al exterior todavía con una sonrisa plasmada en su cara. Había dejado todo arreglado en la hacienda para no tener que aparecerse en un par de días, y sus visitas a la hacienda Cabello habían terminado por el momento, pues la cruza había sido exitosa y ahora quedaba esperar para saber si la yegua efectivamente estaba preñada.

Sintió el frío de la noche en todo el cuerpo, su chaqueta olvidada en el automóvil junto al bolso que había preparado. Se abrazó a sí misma, y caminó a paso rápido. No alcanzó a abrir la puerta del vehículo cuando escuchó la gravilla del camino que conducía hasta el estacionamiento. Miró atenta en la dirección del ruido, pero la noche estaba oscura y la entrada de la hacienda no era muy iluminada por lo que no divisó nada. Se concentró en su misión una vez más, pero la gravilla volvió a sonar.

—¿¡Quién anda ahí!? —gritó mientras abría la puerta de atrás en busca de su escopeta—. ¡Advierto que estoy armada!

Pero nadie dijo nada. Escuchó atenta el ambiente por si las piedresillas volvían a sonar, sin embargo solo logró oír el viento y algunos grillos a lo lejos. Acto seguido, tomó el bolso y se lo acomodó al hombro para luego tomar la escopeta y volver a entrar lo antes posible. Caminó a paso rápido, mirando hacia atrás cada pocos segundos para comprobar que nadie la seguía; cuando se encontró una vez más dentro de la casa, trabó la puerta con seguro y subió los escalones de dos en dos.

—¿Por qué traes la escopeta? —le preguntó Franco a medio vestir cuando la vio entrar agitada.

—Juraría haber escuchado pasos mientras estaba afuera.

—¿Segura que no era alguno de los vaqueros? —Sarita asintió con la cabeza aún agarrando el arma con firmeza.

—Pregunté si había alguien, pero nadie respondió. —El rubio se acercó hasta ella, y con cuidado le quitó la escopeta de las manos para dejarla a un costado.

—¿Estarías más tranquila si salgo a ver?

—¡Claro que no! —Sarita se aferró a su cintura en un fuerte abrazo, apoyando la cabeza en su pecho desnudo—. ¿Olvidas que tienes enemigos que todavía te buscan? Porque yo recuerdo claramente tener que rescatarte de un par de matones. —Franco sonrió ante el recuerdo de esa noche.

Sí, había terminado adolorido de tanto golpe, pero esa noche también había sido una de las más mágicas de su vida y siempre recordaría lo valiente que había sido Sara ante el peligro.

Se quedaron unos minutos así, Sarita envuelta en la seguridad que esos fuertes brazos le proporcionaban mientras Franco le acariciaba la espalda de manera reconfortante.

—¿Más tranquila? —le preguntó él dándole un beso en la coronilla. Sarita le respondió con un suave "sí" y un beso en los labios.

Se soltó del abrazo para dejar el bolso que aún colgaba de su hombro sobre la cama y buscar su pijama, Franco por su parte se dirigió al baño para cepillarse los dientes y terminar su rutina nocturna.

—¿Amor? ¿Tendrás algo que me prestes para dormir? No empaqué pijama.

—Tendrás que dormir desnuda porque no tengo pijama extra —respondió el rubio luego de escupir la pasta de dientes encogíendose de hombros a la vez que la miraba a través del espejo—. Lamentable situación. —Sarita le tiró la toalla de manos a la cabeza provocando que Franco riera al mismo tiempo que trató de esquivarla sin éxito.

—Tú solo quieres verme sin ropa.

—¿Puedes culparme? —preguntó tomándola de la cintura antes de besarla—. Iré a buscarte algo.

Finalmente, minutos más tarde, ambos estaban listos para dormir. El rubio apagó la luz, se acostó al lado de Sara y la atrajo hasta su pecho abrazándola por la cintura. La castaña quedó algo decepcionada cuando se dio cuenta que Franco no intentaría nada. Sí, lo reprochaba constantemente por su aparente necesidad de tenerla sin nada puesto, y cada vez que se veían tenía que detener esos besos que subían de nivel rápidamente, porque si por él fuera la desnudaría donde la situación los pillara. Pero aquí se hallaba, en su cama con tal solo una antigua playera de él y su ropa interior, mientras Franco se rendía al cansancio sin pensarlo mucho.

Sara intentó seguir su ejemplo, pero la verdad era que no tenía nada de sueño. Ni siquiera las pequeñas caricias que Franco le hacía en la espalda eran suficientes como para inducirla a dormir. El hombre, por el contrario, tenía los ojos cerrados y su respiración se profundizaba minuto a minuto. Los dedos de Sarita empezaron ociosos movimientos en el estómago de Franco mientras lo veía quedarse dormido, su mano se encontraba bajo el pijama de él sin saber muy bien cómo, pero el contacto de piel con piel se le hacía muy natural. Sus dedos rozaron la pretina del pantalón sin querer y sintió cómo Franco se tensaba. Una sonrisa pícara se dibujó en su rostro al notar que la respiración del rubio había perdido su ritmo calmado.

Volvió a rozar el borde de la pretina, esta vez en un movimiento deliberado, uno de sus dedos levantando la prenda levemente para acariciar apenas unos milímetros más abajo. Los abdominales de Franco se volvieron a tensar, sus ojos seguían cerrados pero se mordía el labio sutilmente. Sara supo de inmediato que tenía total permiso para continuar.

Con solo la yema de sus dedos volvió a subir con una caricia suave hasta su ombligo provocando que se le erizara la piel, recorrió la circunferencia un par de veces para emprender el camino de vuelta y volver a levantar la prenda. Esta vez acarició la piel que se encontraba justo bajo la pretina de lado a lado, a veces bajando unos milímetros más para volver de inmediato a su lugar original. Más que oír, sintió el gruñido que soltó el rubio, su pecho vibró desde lo más profundo provocando que el cuerpo de Sara reaccionara de inmediato, llenándose de un calor fulminante en segundos.

Esta vez acarició con toda la palma de su mano, la introdujo sin pudor dentro del pantalón de Franco y le apretó la cadera. Los músculos de él se tensaron una vez más, sus caderas reaccionaron instintivamente ante las caricias y su miembro, que ya cobraba vida, rozó tortuosamente contra la tela de sus boxer.

—Sara —gruñó por lo bajo.

—¿Mmh? —respondió ella de manera inocente.

Pero Franco no dijo nada más. En cambio, detuvo la mano juguetona de Sara agarrándola de la muñeca y la miró a los ojos. Ella, sin dejar de mirarlo de vuelta, retomó sus caricias, esta vez, por encima del pijama. Levantó las cejas en sorpresa cuando sintió lo duro que estaba, y por un breve momento se sintió orgullosa de sí misma y de lo que era capaz de provocar en él. Esto mismo le dio la confianza necesaria para introducir su mano dentro de la ropa interior del rubio y estimularlo directamente, primero de manera tentativa, pero cuando recibió de vuelta un gemido grave, lo agarró firme. Franco la atrajo más hacia sí con el brazo que tenía bajo ella, mientras que su otra mano la dirigió al mismo lugar donde la de ella se encontraba, envolviéndola para guiarla y mostrarle cómo le gustaba.

Sarita se mordió el labio encontrando el acto sumamente erótico, y guiándose solo por su instinto, acarició la punta con su pulgar, movimiento que pareció ser el indicado pues Franco embistió de inmediato contra su mano y soltó otro sonido de apreciación.

El acto continuó así, en ningún momento desviando la vista uno del otro. Pronto Sarita no necesitó más indicaciones y Franco retiró su mano dejándose amar, disfrutando los cambios de ritmo y las tocadas curiosas de la castaña, casi tocando el cielo cuando ella lo apretaba con algo de fuerza y gruñendo descontento cuando aflojaba el agarre. Trató con todo lo que tenía de no apresurar el acto, pero su cuerpo respondía por si solo y no pudo evitar seguir el tempo que Sarita imponía con sus propias caderas.

La castaña no tardó en darse cuenta cómo el cuerpo de Franco se tensaba por completo, su miembro envuelto por su delicada mano pareció ensancharse, aceleró el ritmo tan solo un poco, y al segundo sintió aquel líquido tibio entre sus dedos acompañado de un gruñido gutural.

Sarita esperó un minuto antes de retirar su mano y en silencio se dirigió al baño para lavársela. Cuando volvió a la cama, la respiración de Franco había retomado su ritmo normal, el rubio se encontraba con los ojos cerrados aún envuelto en el trance post-orgásmico en el que Sara lo dejó. La castaña de acostó a su lado y lo abrazó una vez más luego de besarle la mejilla con ternura.

—Dame un minuto —le dijo él todavía sin abrir los ojos.

—Tranquilo. De todas formas ya me dio sueño. —Eso llamó la atención de Franco y descolocado la miró. Sarita cerró sus ojos y sonriendo se acomodó sobre las almohadas, esta vez dándole la espalda—. ¿No te vas a cambiar los boxer?

El ojiazul actuó en modo automático aún sin creerse la actitud de Sara. ¿Creía que podía venir y darle semejaste sorpresa sin siquiera pensar en que él querría su propio turno complaciéndola? No estaba ni tibia.

Sin destaparse, se sacó todo lo que llevaba puesto y tiró las prendas al suelo. Se giró hacia su novia, la agarró firmemente de la cintura y la atrajo hacia él en un movimiento brusco, aprovechando la proximidad para oler su cuello. Sarita trató de que no se notara cómo cambió su respiración y continuó fingiendo somnolencia, pero sus planes se fueron al diablo cuando sintió la mano de Franco colarse dentro de la playera y sus dedos pellizcar uno de sus pezones. Saltó de la sorpresa, una corriente eléctrica la recorrió desde aquel sensible lugar hasta lo más profundo de su centro. Juntó los muslos el recibir el estímulo y ahora fue el turno de Franco de sonreír maliciosamente.

—¿Aún con ganas de dormir? —le susurró al oído. Sara se limitó a negar con la cabeza.

El rubio continuó jugando con sus pezones a la vez que le besaba cada peca que tenía a la vista. La playera que la castaña llevaba puesta le empezaba a molestar pero tampoco quería detenerse, el cuerpo de Sara era atrapante, y su mano se negaban a despegarse de esa piel suave que acariciaba.

Le recorrió el cuerpo tal cual lo hizo ella, con caricias ligeras pero excitantes. Llegó hasta sus nalgas y no pudo evitar darle un apretón de aquellos. Dios, cómo le gustaba ese trasero.

Metió la mano por debajo de sus bragas buscando su intimidad desde atrás. La castaña acomodó la pierna para darle acceso, y el rubio ni tonto ni perezoso aprovechó el espacio extra para penetrarla con dos de sus dedos sin preámbulos. Sara tuvo que acallar el gemido que salió por su garganta contra la almohada, y apenas pudo respirar ante las fuertes estocadas que prosiguieron.

Pronto su cuerpo empezó a buscar más roce, pero por más que trataba de encontrarlo contra el colchón, el ángulo no se lo permitía. Franco se dio cuenta de aquello, y cambió de táctica. Sarita lanzó un queja cuando los dedos de su novio abandonaron su interior, pero volvió a gemir contra la almohada cuando esos mismo dedos empezaron una danza firme contra su clítoris y el pulgar de Franco encontró su entrada húmeda.

El ojiazul buscó los labios de la castaña. La besó con pasión, mordió sus labios y apaciguó con su lengua. Recibió con gusto en su boca esos sonidos que lo enloquecían, y su mano aceleró el ritmo. Sarita estaba más que lista para entrar al paraíso guiada por el mismísimo que la había iniciado en el arte del amor, y se dejó llevar por esos dedos que la conocían tan bien.

Sintió esa presión ya tan familiar en el centro de su ser, un fuego eléctrico se extendió por todo cuerpo y mordió con fuerza el labio inferior de su amante para callar el grito de satisfacción que salió de su garganta.

Franco la estimuló hasta que la sensibilidad le pudo más, y deteniendo la mano del rubio con la propia trató de regular su agitada respiración. Sara suspiró contenta cuando Franco la abrazó por la cintura y se acomodó detrás de ella dándole pequeños besos en la nuca.

—Te amo —se dijeron al mismo tiempo, provocando una risita en ambos.

—¿Puedo sacarte la playera? —le preguntó él—. Quiero sentirte cerca.

La castaña se quitó la prenda ella misma y volvió a acomodarse contra el cuerpo del ojiazul, ahora sí cerrando los ojos lista para dormir. Franco la besó por última vez en la mejilla y siguió sus pasos con el corazón lleno.


Hola holaaa. Lamento demorar tanto en subir los capítulos, pero como bien alguien se dio cuenta, esta historia también la subo a Wattpad (Que a todo esto, no, no la he borrado de ahí .-. link: story/307602234-un-poco-más-cerca) y como es la vía principal de publicación, siempre olvido actualizar aquí. Así que si alguien usa Wattpad, puede leerla por ahí también.

Gracias a los que leen y comentan!