Capítulo 28
Obviando el ataque que habían sufrido en la carretera, el sexteto había tenido una semana espectacular en la hacienda de los Reyes. Habían encontrado una rutina tan coordinada y natural que, cuando llegó el domingo por la noche, lo único que sintieron las hermanas Elizondo al volver a casa fue la sensación de que en verdad dejaban atrás un hogar.
Y sólo habían estado allí una semana.
Lamentablemente todo en algún momento tiene que terminar, y para las hermanas ese día domingo representaba la ruptura de esa burbuja en la que vivieron todos esos días. Y si bien las tres evitarían el tema de los Reyes en un intento de mantener la paz entre ellas y doña Gabriela, Norma y Jimena tendrían la libertad de exigir sus derechos familiares, aunque a su mamá no le gustara nada. ¿Pero Sara?, Sara no podría ni siquiera hablar por teléfono con Franco sin entrar en pánico.
No es que le tuviera miedo a la matriarca Elizondo, pero siempre le habían caído los peores regaños de parte de su mamá y esta no sería la excepción. Pero tampoco sería justo que ella tuviera que ver a Franco en clandestinidad solo para no alterar a su mamá, mientras Norma podría anunciar sin más que iría con Juan David a ver a Juan. Sara sabía que Jimena se ofrecería a quedarse con ella solo para que no estuviera sola, pero tampoco sería justo para su hermana. En el fondo sabía que la única opción correcta era confesarse, pero aún no encontraba el valor para hacerlo.
Ay, cómo extrañaba al ojiazul y recién era lunes. No llevaba ni 24 horas sin verlo y ya necesita tenerlo cerca, ser rodeada por sus brazos y besada con esos labios que tan loca la traían.
Estaba tan ensimismada que se dio cuenta que tenía compañía solo cuando chocó de frente con la otra persona. Ni siquiera se sorprendió al ver que se trataba de Fernando.
—Con cuidado Sara, no vaya a ser que provoques un accidente. —La castaña rodó los ojos mientras se cruzaba de brazos.
—¿Qué quieres? ¿No deberías estar molestando a los vaqueros como siempre haces?
—¿Qué tal estos días sin mí y sin tu mamá?
—Basta de charla casual, eso no va contigo. Dime qué quieres o déjame seguir con mi trabajo.
—¿Disfrutaste a tu novio? —Obviamente Sarita no se esperaba eso. Quedó en silencio por unos segundos extras, pero al ver la sonrisa de satisfacción de Fernando salió de su estupor con rapidez.
—¿Estás delirando? Si vas a salir con estupideces como esas mejor sal de mi camino. —La castaña caminó no más de tres pasos cuando la voz de Fernando la hizo detenerse una vez más.
—Tal vez alguien debería advertirle a Franco Reyes que no lo amas como él cree. Digo, si lo niegas de esa forma… —Ahora sí que Sara quedó perpleja. ¿Cómo es que el imbécil ese sabía de su relación con Franco y desde cuándo tenía esa información?— ¿Creíste que nadie se enteraría? No son tan discretos como creen.
—Lo que yo haga fuera de esta hacienda no es asunto tuyo. Pero qué digo… Ni siquiera lo que haga dentro de mis propias tierras te incumbe. Y ya es hora de que sepas cuál es tu lugar. Sólo eres el administrador de esta hacienda, puedes pelear conmigo sobre el destino de los caballos y de los empleados, pero te prohíbo opinar sobre mi vida, ¿me escuchaste?
—Ay Sarita. Como yo lo veo, es hora de que tú te enteres cuál es tu lugar. Podría ir ahora mismo donde Gabriela y contarle.
—¿Y qué te lo impide?
Fernando la quedó mirando, preguntándose eso mismo, aunque su rostro no admitía nada. ¿Cuál era su plan a largo plazo? Ni él sabía. Lo único que tenía claro era su ferviente necesidad de ver a la familia Elizondo en ruinas (y de paso llenarse los bolsillos), y si bien la hacienda iba en ese camino gracias a su nula capacidad de administrador, Sarita lograba bloquear muchas de sus jugadas.
Ni siquiera había podido convencer a Gabriela de casarse con él, y eso que orquestó una actuación digna de un Oscar durante las vacaciones. Le imploró como un perro faldero que se unieran en sagrado matrimonio, y aunque Gabriela admitió sentir cosas por él, terminó negándose a aquella petición «para no alejar más a la familia».
Volvió a la pregunta que le hizo Sarita. ¿Qué le impedía contar el secreto de la castaña? Nada. Absolutamente nada. Ahora que lo pensaba bien, incluso, el que fuera él la persona que le contara a Gabriela sobre las andanzas de su hija mayor, podría actuar a su favor.
Sonrió de manera maliciosa.
—Tienes razón, nada me lo impide. Pero hoy estoy de buen humor, ¿para qué arruinarlo con una conversación como esa? Aunque si alguien decide ponerse difícil… uff. Puede que suelte la lengua. —Y sin dejar espacio a alguna respuesta, Fernando se dio media vuelta y se marchó.
Sarita quedó en medio del cuarto de heno mirando hacia la puerta. ¿Acaso había sido eso una amenaza? «Dios, ¿qué haré ahora?».
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Por dos días consecutivos, la mayor de las hermanas Elizondo no tuvo descanso ni físico ni mental, y todo por culpa de la misma persona. Andaba en un estado de alerta constante, pendiente de donde Fernando se encontraba todo el tiempo solo para evitar toparse con él y desencadenar una pelea. Por esa misma razón, y aunque la rabia se la comiera por dentro, cuando vaqueros que tenían cierto trabajo eran destinados a otro, ella misma cubría la tarea descuidada.
Y aunque cuando él la miraba con burla desde el otro lado de la mesa durante la cena ella le sostenía la mirada con ojos firmes, por dentro se moría del miedo de que Fernando le contara a Gabriela todo lo que sabía.
Debía, debía, contarle ya a Gabriela la verdadera naturaleza de su relación con Franco. No había otra salida. Tendría que aguantarse todos los regaños y la furia de su mamá, porque definitivamente si se llegaba a enterar por terceros de aquello… Dios la salve. Ni siquiera quería pensar en lo que podría suceder.
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Franco no estaba mucho mejor, pero por razones distintas. Tercer día consecutivo en el que él y sus hermanos iban en busca de Rosario y Armando para solucionar de una vez por todas el dramón en el que lo metieron, pero sin éxito. La pareja se encontraba incomunicada y nadie los había visto hace ya un tiempo. O eso les dijeron. La verdad es que Franco no creía en nada la información que les habían dado, y estaba seguro de que el parcito se estaba escondiendo de ellos.
Al estrés de eso, y de la inseguridad que le provocaba no haber resuelto nada y que, por ende, su familia siguiera en peligro, le sumaba el hecho de no haber visto a Sara ni por casualidad. Estuvo a nada de aparecerse en la hacienda Elizondo, aunque sea para verle la punta del cabello a su amada, cuando Norma y Jimena le avisaron que hoy Sarita visitaría la hacienda después de almuerzo.
Y así ocurrió. Estaba en su oficina, mirando por la ventana ansioso de ver llegar ese todoterreno que solía conducir Sarita, cuando Eva entró por la puerta luego de golpear.
—Debería ir a esperarla a las caballerizas.
—¿Crees que venga a caballo?
—No solo lo creo, sino que estoy segura. Los vaqueros divisaron a un jinete a lo lejos por el lado oeste, y hay una sola persona que podría llegar por ese lado.
Eva sonrió contenta al ver cómo el menor de los Reyes salía a paso rápido y le agradecía distraído, le encantaba verlo a él y a todos los hermanos tan felices junto a las hermanas Elizondo. Le agradeció a Dios el hermoso desenlace de aquella historia, aunque sabía que aún había cosas que arreglar para que al fin pudieran vivir tranquilos.
Franco llegó justo cuando Sarita entraba a la zona de entrenamiento y no pudo evitar sonreír radiante. Se acercó una vez la castaña detuvo el trote de su caballo, y como siempre hacía, la ayudó a bajar de él. Se disponía a besarla cuando bajo la sombra de su sombrero notó algo que no le gustó para nada.
—¿Quién te hizo eso? —preguntó haciendo a un lado el flequillo, dejando a plena vista el fuerte moretón que Sarita tenía en el ojo izquierdo. La castaña suspiró pesado, no queriendo contar lo sucedido hace unas horas, pero sabiendo que tenía que hacerlo.
—¿Quién crees? Fernando Escandón.
—¡Es que lo mato! —El rubio no alcanzó a dar ni un paso antes de que Sara lo agarrara de la muñeca.
—¡No, no! Franco, por favor. Eso ya quedó arreglado, mis hermanas y yo le dimos una paliza de vuelta. —Lo agarró de las mejillas, obligándolo a mirarla a los ojos, y con ojos suplicantes le pidió que dejara ir el tema—. Solo abrázame, ¿sí?
Pasó sus brazos por los hombros de ella y la atrajo hacia sí en un cálido y reconfortante abrazo. Sara hizo lo mismo, pero aferrándose a su cintura quedando envuelta en el tranquilizante aroma de Franco. Sintió como él le besaba la coronilla de la cabeza, y cerró los ojos disfrutando de la cercanía por algunos minutos.
—¿Me vas a besar o qué? —susurró eventualmente mirándolo hacia arriba con ojitos tiernos.
—¿No te preocupa que los vaqueros nos vean?
—Franco, ya todos aquí saben. Tú mismo te encargaste de eso. Sólo quiero tenerte cerca y darte un beso por cada día que no nos vimos.
Complacido con esa respuesta, Franco la cogió del cuello con delicadeza y acercó su rostro con mucha lentitud para el gusto de Sara. Impaciente, la castaña se puso de puntillas y acortó la distancia entre sus bocas uniéndose en un beso algo desesperado, ambos sedientos del otro. Sus lenguas se reconocieron al instante, sus cuerpos se juntaron aún más si era posible, y si no hubiese sido por el relinchar de Caprichoso, su hubiesen devorado ahí mismo.
Se separaron con una sonrisa, las mejillas de Sara tiñéndose de rojo con algo de vergüenza y un calor que no tenía antes de llegar a la hacienda.
Luego de asignarle a un vaquero la tarea de acomodar el caballo de Sara, Franco la llevó hasta su cuarto, donde se acomodaron sobre la cama, el rubio apoyado en el respaldo y Sarita delante de él, apoyada en su pecho.
—¿Me vas a contar qué pasó con Fernando esta vez? —Franco jugaba con los dedos de la castaña distraídamente, su rostro enterrado en el cuello de ella llenándose de su olor.
—Discutimos.
—Obviamente. ¿Sobre qué?
—Sobre ti. —Aquella respuesta detuvo todo movimiento. Franco se separó de Sarita con el ceño fruncido.
—¿Sobre mí?
—Sabe lo nuestro. Quiso meterme ideas en la cabeza, que tenías amantes que nunca ibas a dejar y me amenazó con contarle todo a mi mamá. Me enfurecí, porque lleva días con lo mismo, y quise pegarle, pero lo único que logré fue darle espacio para que él me pegara. Justo entonces llegaron mis hermanas y la situación escaló tanto, que hasta Norma salió golpeada. No le digas nada a Juan, por favor.
—Sara…
—Ya sé, ya sé. Le dije a Norma que esto no podía seguir así, que lo mejor y más seguro es que ella y Juan David se vinieran para acá, pero ya la conoces. Mientras Fernando siga metido ahí, ni ella ni Jimena piensan irse. Ya no sé qué hacer.
La frustración podía oírsele en el tono de voz. La única opción que se le ocurría a Franco era lo mismo que llevaban conversando hace tiempo, que las tres se vinieran a vivir a la hacienda Reyes. Pero Fernando era un tipo peligroso, algo impredecible, y las hermanas Elizondo no tenían el corazón de dejar a Gabriela más expuesta a las manipulaciones de ese hombre. Ni mencionar la integridad de don Martín o el cariño que le tenían a la hacienda que las vio nacer y crecer.
—Hay que hacerle ver a doña Gabriela la verdadera naturaleza de Fernando.
—No creo que ese sea el problema.
—¿Qué quieres decir con eso? —antes de contestar, Sarita se giró un poco quedando de lado para poder mirarlo sin deshacer el abrazo.
—Hoy día, sorprendentemente, no fuimos nosotras las regañadas. Fue él. Y le dijo cosas que me dejaron pensando. Creo que el verdadero problema somos mis hermanas y yo.
—No estoy entendiendo.
—El abuelo siempre dice que mamá ama de una forma amarrante. Cuando Norma y Fernando estaban casados, no dejó que se fueran de casa. En cambio, para tenerlos cerca, mandó a construir una casa para ellos. Y al llegar ustedes, cuando Jimena se casó con Oscar, y Norma quedó embarazada de Juan, se dio cuenta que ellas no estarían siempre con ella a su lado, cerca. Creo que a ustedes los odia tanto, porque representan libertad. Libertad de elegir, libertad para irnos. Lo que, a sus ojos, significa que quedará sola.
—Y Fernando juega su papel a la perfección como la única persona que jamás se alejará de ella.
—Exacto.
—Y si el problema es la nula capacidad de desapego de tu mamá, porque ese es el verdadero problema, no tú ni tus hermanas, ¿por qué insistes tanto en que Norma se venga a vivir aquí?
—Por seguridad. Porque todas estamos expuestas a cosas como las que pasaron hoy, y Juan David no está seguro ahí tampoco. Fernando es un loco, uno que vive con el constante recordatorio que su esposa le fue infiel. ¿No lo crees capaz de hacerle algo a la viva representación de su fallido matrimonio? Porque yo sí. Pero si mi teoría es cierta, entonces mamá se apegará más a Fernando. Ahí está mi conflicto. ¿Cómo hacerle ver a mamá que, si sus hijas arman sus propias vidas, no significa que la olvidaremos?
Franco no dijo nada, pues no tenía respuesta para aquello. En verdad la situación era más complicada de lo que creía, y no sabía cómo aconsejar a Sarita. La abrazó más fuerte y dejó que su amor por ella hablara por sí solo, diciéndole sin palabras que estaría para ella pase lo que pase. Y por el momento, eso era todo lo que Sara necesitaba.
