Harry Potter pertenece a J.K. Rowling.
Solo nos pertenecen los OC.
La Pirata de los Cielos
27: La Inscripción en el Muro.
Dumbledore, estaba sentado cómodamente en su escritorio, comiendo algunos de sus amados caramelos de limón, mientras esperaba, a que todo diera inicio este año.
Lo hacía sentirse enfadado que, fuera lo que fuera, aquello que había planificado Lucius Malfoy, para este año, pareciera tardar tanto en comenzar.
Aun así, suspiró y se llevó las manos a la cabeza, admitiéndose a sí mismo, que sólo le preocupaba, como podría esto, resultar ser algo negativo para la familia Weasley, pues obviamente, Lucius hizo algo y dejó dentro de las posesiones se Ginny Weasley, algún tipo de artefacto misterioso y claramente oscuro.
Las Salvaguardas solo le avisaron quién estaba en posesión de un artefacto y de qué lado de la magia era, pero no lo que era.
Su idea en general, era permitirlo y luego iba a llegar como el salvador, cuando todo estallara. Solo podía desear que no fuera alguna clase de maldición, pues estas, dependiendo de su complejidad, podrían ser: O más fáciles o más complicadas de eliminar. Y, aunque Lucius no era ningún inútil, rogaba para que no fuera algo permanente en los alumnos Hijos de Muggles; sino algo que se pudiera revertir, motivo por el cuál, estaba al pendiente de las Mandrágoras y tenía a Severus, preparando ciertas, aunque no le dijo de qué se trataba.
Suspirando. Y sin deseos de marcharse las manos, comenzó él mismo, a preparar algunas pociones y rituales alquímicos, para estar preparado.
Si tuviera que desear algo, sobre esto, es que: Fuera lo que fuera, le permitiera demostrar a toda Hogwarts (pero especialmente: A los hermanos Potter/Volkova) cuan bueno era él, Albus Dumbledore, el líder de la luz.
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Llegó octubre y un frío húmedo se extendió por los campos y penetró en el castillo.
La señora Pomfrey, la enfermera, estaba atareadísima debido a una repentina epidemia de catarro entre profesores y alumnos. Su poción Pepperup tenía efectos instantáneos, aunque dejaba al que la tomaba echando humo por las orejas durante varias horas.
Como Ginny Weasley tenía mal aspecto, Percy le insistió hasta que la probó. El vapor que le salía de debajo del pelo producía la impresión de que toda su cabeza estaba ardiendo.
Gotas de lluvia del tamaño de balas repicaron contra las ventanas del castillo durante días y días; el nivel del lago subió, los arriates de flores se transformaron en arroyos de agua sucia y las calabazas de Hagrid adquirieron el tamaño de cobertizos.
Alex caminaba por el corredor desierto con los pies mojados, cuando se encontró a alguien que parecía tan preocupado como él.
Nick Casi Decapitado, el fantasma de la torre de Gryffindor, miraba por una ventana, murmurando para sí: «No cumplo con las características... Un centímetro... Si eso...»
—Hola, Nick —lo saludó Alex.
—Hola, hola —respondió Nick Casi Decapitado, dando un respingo y mirando alrededor. Llevaba un sombrero de plumas muy elegante sobre su largo pelo ondulado, y una túnica con gorguera, que disimulaba el hecho de que su cuello estaba casi completamente seccionado. Tenía la piel pálida como el humo, y a través de él Alex podía ver el cielo oscuro y la lluvia torrencial del exterior.
—Parecéis preocupado, joven Potter —dijo Nick, plegando una carta transparente mientras hablaba, y metiéndosela bajo el jubón.
—Igual que usted —dijo Alex, llevando las manos tras la espalda, tratando de actuar como un Lord, copiando a su hermana.
— ¡Bah! —Nick Casi Decapitado hizo un elegante gesto con la mano—, un asunto sin importancia... No es que realmente tuviera interés en pertenecer... aunque lo solicitara, pero por lo visto «no cumplo con las características». —A pesar de su tono displicente, tenía amargura en el rostro—. Pero cualquiera pensaría, cualquiera —estalló de repente, volviendo a sacar la carta del bolsillo—, que cuarenta y cinco hachazos en el cuello dados con un hacha mal afilada serían suficientes para permitirle a uno pertenecer al Club de Cazadores Sin Cabeza.
—Desde luego —dijo Alex, que se dio cuenta de que el otro esperaba que le diera la razón.
—Por supuesto, nadie tenía más interés que yo en que todo resultase limpio y rápido, y habría preferido que mi cabeza se hubiera desprendido adecuadamente, quiero decir que eso me habría ahorrado mucho dolor y ridículo. Sin embargo... —Nick Casi Decapitado abrió la carta y leyó indignado:
«Sólo nos es posible admitir cazadores cuya cabeza esté separada del correspondiente cuerpo. Comprenderá que, en caso contrario, a los miembros del club les resultaría imposible participar en actividades tales como los Juegos malabares de cabeza sobre el caballo o el Cabeza Polo.
Lamentándolo profundamente, por tanto, es mi deber informarle de que usted no cumple con las características requeridas para pertenecer al club. Con mis mejores deseos,
Sir Patrick Delaney-Podmore»
Indignado, Nick Casi Decapitado volvió a guardar la carta ― ¡Un centímetro de piel y tendón sostiene la cabeza, joven Alexander! La mayoría de la gente pensaría que estoy bastante decapitado, pero no, eso no es suficiente para sir Bien Decapitado-Podmore. —Nick Casi Decapitado respiró varias veces y dijo después, en un tono más tranquilo: —Bueno, ¿y a vos qué os pasa? ¿Puedo ayudaros en algo?
—No —dijo Alex—. A menos que sepa dónde puedo conseguir siete escobas Nimbus 2.001 gratuitas para nuestro partido contra Sly… —El resto de la frase de Alex no se pudo oír porque la ahogó un maullido estridente que llegó de algún lugar cercano a sus tobillos.
—Será mejor que os vayáis, joven Alexander —dijo Nick apresuradamente—. Filch no está de buen humor. Tiene gripe y unos de tercero, por accidente, pusieron perdido de cerebro de rana el techo de la mazmorra 5; se ha pasado la mañana limpiando, y si os ve manchando el suelo de barro...
—Bien —dijo Alex, alejándose de la mirada acusadora de la Señora Norris. Pero no se dio la prisa necesaria.
Argus Filch penetró repentinamente por un tapiz que había a la derecha de Alex, llamado por la misteriosa conexión que parecía tener con su repugnante gata a buscar como un loco y sin descanso a cualquier infractor de las normas. Llevaba al cuello una gruesa bufanda de tela escocesa, y su nariz estaba de un color rojo que no era el habitual. — ¡Suciedad! —gritó, con la mandíbula temblando y los ojos salidos de las órbitas, al tiempo que señalaba el charco de agua sucia que había goteado de la túnica de Quidditch de Alex. —. ¡Suciedad y mugre por todas partes! ¡Hasta aquí podíamos llegar! ¡Sígueme, Potter! —Así que Alex hizo un gesto de despedida a Nick Casi Decapitado y siguió a Filch escaleras abajo, duplicando el número de huellas de barro. Alex no había entrado nunca en la conserjería de Filch. Era un lugar que evitaban la mayoría de los estudiantes, una habitación lóbrega y desprovista de ventanas, iluminada por una solitaria lámpara de aceite que colgaba del techo, y en la cual persistía un vago olor a pescado frito. En las paredes había archivadores de madera. Por las etiquetas, Alex imaginó que contenían detalles de cada uno de los alumnos que Filch había castigado en alguna ocasión. Fred y George Weasley tenían para ellos solos un cajón entero. Detrás de la mesa de Filch, en la pared, colgaba una colección de cadenas y esposas relucientes. Todos sabían que él siempre pedía a Dumbledore que le dejara colgar del techo por los tobillos a los alumnos. Filch cogió una pluma de un bote que había en la mesa y empezó a revolver por allí buscando pergamino. —Cuánta porquería —se quejaba, furioso—: mocos secos de lagarto silbador gigante..., cerebros de rana..., intestinos de ratón... Estoy harto... Hay que dar un escarmiento... ¿Dónde está el formulario? Ajá...
Encontró un pergamino en el cajón de la mesa y lo extendió ante sí, y a continuación mojó en el tintero su larga pluma negra. —Nombre: Alexander Potter. Delito:...
— ¡Sólo fue un poco de barro! —dijo Alex.
—Sólo es un poco de barro para ti, muchacho, ¡pero para mí es una hora extra fregando! —gritó Filch. Una gota temblaba en la punta de su protuberante nariz—. Delito: ensuciar el castillo. Castigo propuesto:... —Secándose la nariz, Filch miró con desagrado a Alex, entornando los ojos. El muchacho aguardaba su sentencia conteniendo la respiración. Pero cuando Filch bajó la pluma, se oyó un golpe tremendo en el techo de la conserjería, que hizo temblar la lámpara de aceite. — ¡PEEVES! —bramó Filch, tirando la pluma en un acceso de ira—. ¡Esta vez te voy a pillar, esta vez te pillo! —Y, olvidándose de Alex, salió de la oficina corriendo con sus pies planos y con la Señora Norris galopando a su lado. Peeves era el Poltergeist del colegio, burlón y volador, que sólo vivía para causar problemas y embrollos.
A Alex, Peeves no le gustaba en absoluto, pero en aquella ocasión no pudo evitar sentirse agradecido. Era de esperar que lo que Peeves hubiera hecho (y, a juzgar por el ruido, esta vez debía de haberse cargado algo realmente grande) sería suficiente para que Filch se olvidase de Alex. Pensando que tendría que aguardar a que Filch regresara, Alex se sentó en una silla apolillada que había junto a la mesa. Aparte del formulario a medio rellenar, sólo había otra cosa en la mesa: un sobre grande, rojo y brillante con unas palabras escritas con tinta plateada.
Tras echar a la puerta una fugaz mirada para comprobar que Filch no volvía en aquel momento, Alex cogió el sobre y leyó:
«EMBRUJORRÁPID: Curso de magia por correspondencia para principiantes»
Intrigado, Alex abrió el sobre y sacó el fajo de pergaminos que contenía.
En la primera página, la misma escritura color de plata con florituras decía:
«¿Se siente perdido en el mundo de la magia moderna? ¿Busca usted excusas para no llevar a cabo sencillos conjuros? ¿Ha provocado alguna vez la hilaridad de sus amistades por su torpeza con la varita mágica?»
¡Aquí tiene la solución! «Embrujorrápid» es un curso completamente nuevo, infalible, de rápidos resultados y fácil de estudiar. ¡Cientos de brujas y magos se han beneficiado ya del método «Embrujorrápid»!
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La señora Z. Nettles, de Topsham, nos ha escrito lo siguiente:
«¡Me había olvidado de todos los conjuros, y mi familia se reía de mis pociones! ¡Ahora, gracias al curso "Embrujorrápid", soy el centro de atención en las reuniones, y mis amigos me ruegan que les dé la receta de mi Solución Chispeante!»
El brujo D.J Prod, de Didsbury escribe: «Mi mujer decía que mis encantamientos eran una chapuza, pero después de seguir durante un mes su fabuloso curso Embrujorrápid, ¡la he convertido en una vaca!, Gracias Embrujorrápid,»
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Extrañado, Alex hojeó el resto del contenido del sobre. ¿Para qué demonios quería Filch un curso de Embrujorrápid? ¿Quería esto decir que no era un mago de verdad? Alex leía:
«Lección primera: Cómo sostener la varita. Consejos útiles»
(...), cuando un ruido de pasos arrastrados le indicó que Filch regresaba.
Metiendo los pergaminos en el sobre, lo volvió a dejar en la mesa y en aquel preciso momento se abrió la puerta.
Filch parecía triunfante. — ¡Ese armario evanescente era muy valioso! —decía con satisfacción a la Señora Norris—. Esta vez Peeves es nuestro, querida. —Sus ojos tropezaron con Alex y luego se dirigieron como una bala al sobre de Embrujorrápid que, como Alex comprendió demasiado tarde, estaba a medio metro de distancia de donde se encontraba antes. La cara pálida de Filch se puso de un rojo subido. Alex se preparó para acometer un maremoto de furia. Filch se acercó a la mesa cojeando, cogió el sobre y lo metió en un cajón. — ¿Has... lo has leído? —farfulló.
—No —se apresuró a mentir.
Filch se retorcía las manos nudosas. —Si has leído mi correspondencia privada..., bueno, no es mía..., es para un amigo..., es que claro..., bueno pues... —Alex lo miraba alarmado; nunca había visto a Filch tan alterado. Los ojos se le salían de las órbitas y en una de sus hinchadas mejillas había aparecido un tic que la bufanda de tejido escocés no lograba ocultar. —Muy bien, vete... y no digas una palabra... No es que..., sin embargo, si no lo has leído... Vete, tengo que escribir el informe sobre Peeves... Vete...
Asombrado de su buena suerte, Alex salió de la conserjería a toda prisa, subió por el corredor y volvió a las escaleras. Salir de la conserjería de Filch sin haber recibido ningún castigo era seguramente un récord.
— ¡Alex! ¡Alex! ¿Funcionó? —Nick Casi Decapitado salió de un aula deslizándose. Tras él, Alex podía ver los restos de un armario grande, de color negro y dorado, que parecía haber caído de una gran altura. —Convencí a Peeves para que lo estrellara justo encima de la conserjería de Filch —dijo Nick emocionado—; pensé que eso le podría distraer.
— ¿Ha sido usted? —dijo Alex, agradecido—. Claro que funcionó, ni siquiera me van a castigar. ¡Gracias, Nick! —Se fueron andando juntos por el corredor. Nick Casi Decapitado, según notó Alex, sostenía aún la carta con la negativa de sir Patrick. —Me gustaría poder hacer algo para ayudarle en el asunto del club —dijo Alex.
Nick Casi Decapitado se detuvo sobre sus huellas, y Alex pasó a través de él. Lamentó haberlo hecho; fue como pasar por debajo de una ducha de agua fría.
—Pero hay algo que podríais hacer por mí —dijo Nick emocionado—. Alex, ¿sería mucho pedir...? No, no vais a querer...
— ¿Qué es? —preguntó Alex, inmediatamente.
—Bueno, el próximo día de Todos los Santos se cumplen quinientos años de mi muerte —dijo Nick Casi Decapitado, irguiéndose y poniendo aspecto de importancia.
— ¡Ah! —exclamó Alex, no muy seguro de si tenía que alegrarse o entristecerse. — ¡Bueno!
—Voy a dar una fiesta en una de las mazmorras más amplias. Vendrán amigos míos de todas partes del país. Para mí sería un gran honor que vos pudierais asistir. Naturalmente, el señor Weasley y la señorita Granger también están invitados. Y si lo deseas, puedes invitar a las jóvenes Céline, Daphne y Tracy. Traeré alimentos en excelente estado, para que ustedes puedan comer. Pero me imagino que preferiréis ir a la fiesta del colegio. —Miró a Alex con inquietud.
— ¡No! —dijo Alex enseguida—, asistiré... si puedes proporcionarnos alimentos para los vivos, por supuesto.
— ¡Mi estimado muchacho! ¡Alex y Céline Potter en mi cumpleaños de muerte! Y... —dudó, emocionado—. ¿Tal vez podríais mencionarle a sir Patrick lo horrible y espantoso que os resulto?
—Por supuesto —contestó Alex. Nick Casi Decapitado le dirigió una sonrisa.
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—¿Un cumpleaños de muerte? —dijo Hermione entusiasmada, cuando Alex se hubo cambiado de ropa y reunido con ella y Ron en la sala común—. Estoy segura de que hay muy poca gente que pueda presumir de haber estado en una fiesta como ésta. ¡Será fascinante!
— ¿Para qué quiere uno celebrar el día en que ha muerto? —dijo Ron, que iba por la mitad de sus deberes de Pociones y estaba de mal humor—. Me suena a aburrimiento mortal. —La lluvia seguía azotando las ventanas, que se veían oscuras, aunque dentro todo parecía brillante y alegre. La luz de la chimenea iluminaba las mullidas butacas en que los estudiantes se sentaban a leer, a hablar, a hacer los deberes o, en el caso de Fred y George Weasley, a intentar averiguar qué es lo que sucede si se le da de comer a una salamandra una bengala del doctor Filibuster.
Alex estaba a punto de comentar a Ron y Hermione el caso de Filch y el curso Embrujorrápid, cuando de pronto la salamandra pasó por el aire zumbando, arrojando chispas y produciendo estallidos mientras daba vueltas por la sala.
La imagen de Percy riñendo a Fred y George hasta enronquecer, la espectacular exhibición de chispas de color naranja que salían de la boca de la salamandra, y su caída en el fuego, con acompañamiento de explosiones, hicieron que Alex olvidara por completo a Filch y el curso Embrujorrápid.
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Cuando llegó Halloween, Alex ya estaba arrepentido de haberse comprometido a ir a la fiesta de cumpleaños de muerte.
El resto del colegio estaba preparando la fiesta de Halloween; habían decorado el Gran Comedor con los murciélagos vivos de costumbre; las enormes calabazas de Hagrid habían sido convertidas en lámparas tan grandes que tres hombres habrían podido sentarse dentro, y corrían rumores de que Dumbledore había contratado una compañía de esqueletos bailarines para el espectáculo.
—Lo prometido es deuda —recordó Hermione a Alex en tono autoritario—. Y tú le prometiste ir a su fiesta de cumpleaños de muerte. —Así que, a las siete en punto, Alex, Ron, Hermione, Céline, Daphne y Tracy (gracias al trio de plata, el trio de Gryffindor, tuvo la idea de llenar platos con comida e ir al Cumpleaños de Muerte) atravesaron el Gran Comedor, que estaba lleno a rebosar y donde brillaban tentadoramente los platos dorados y las velas, y dirigieron sus pasos hacia las mazmorras.
También estaba iluminado con hileras de velas el pasadizo que conducía a la fiesta de Nick Casi Decapitado, aunque el efecto que producían no era alegre en absoluto, porque eran velas largas y delgadas, de color negro azabache, con una llama azul brillante que arrojaba una luz oscura y fantasmal incluso al iluminar las caras de los vivos. La temperatura descendía a cada paso que daban. Al tiempo que se ajustaba la túnica, Alex oyó un sonido como si mil uñas arañasen una pizarra.
— ¿A esto le llaman música? —se quejó Ron. Al doblar una esquina del pasadizo, encontraron a Nick Casi Decapitado ante una puerta con colgaduras negras.
—Queridos amigos —dijo con profunda tristeza—, bienvenidos, bienvenidos... Os agradezco que hayáis venido... —Hizo una floritura con su sombrero de plumas y una reverencia señalando hacia el interior. Lo que vieron les pareció increíble.
La mazmorra estaba llena de cientos de personas transparentes, de color blanco perla. La mayoría se movían sin ánimo por una sala de baile abarrotada, bailando el vals al horrible y trémulo son de las treinta sierras de una orquesta instalada sobre un escenario vestido de tela negra. Del techo colgaba una lámpara que daba una luz azul medianoche. Al respirar les salía humo de la boca; aquello era como estar en un frigorífico.
— ¿Damos una vuelta? —propuso Céline, con la intención de calentarse los pies.
—Cuidado no vayan a atravesar a nadie —advirtió Ron, algo nervioso, mientras empezaban a bordear la sala de baile. Pasaron por delante de un grupo de monjas fúnebres, de una figura harapienta que arrastraba cadenas y del Fraile Gordo, un alegre fantasma de Hufflepuff que hablaba con un caballero que tenía clavada una flecha en la frente. Alex no se sorprendió de que los demás fantasmas evitaran al Barón Sanguinario, un fantasma de Slytherin, adusto, de mirada impertinente y que exhibía manchas de sangre plateadas.
Al otro lado de la mazmorra había una mesa larga, cubierta también con terciopelo negro. Se acercaron con entusiasmo, pero ante la mesa se quedaron inmóviles, horrorizados.
El olor era muy desagradable. En unas preciosas fuentes de plata había unos pescados grandes y podridos; los pasteles, completamente quemados, se amontonaban en las bandejas; había un pastel de vísceras con gusanos, un queso cubierto de un esponjoso moho verde y, como plato estrella de la fiesta, un gran pastel gris en forma de lápida funeraria, decorado con unas letras que parecían de alquitrán y que componían las palabras: Sir Nicholas de Mimsy-Porpington, fallecido el 31 de octubre de 1492.
Céline contempló, asombrada, que un fantasma corpulento se acercaba y, avanzando en cuclillas para ponerse a la altura de la comida, atravesaba la mesa con la boca abierta para ensartar por ella un salmón hediondo. — ¿Le encuentras el sabor de esa manera? —le preguntó Céline.
—Casi —contestó con tristeza el fantasma, y se alejó sin rumbo.
—Supongo que lo habrán dejado pudrirse para que tenga más sabor —dijo Daphne con aire de entendida, tapándose la nariz e inclinándose para ver más de cerca el pastel de vísceras podrido. Los seis humanos, se alejaron y comieron lo que habían llevado, rogando para no acabar vomitando.
—Vámonos —dijo Alex.
Fueron hacia la puerta, sonriendo e inclinando la cabeza a todo el que los miraba, y un minuto más tarde subían a toda prisa por el pasadizo lleno de velas negras.
—Quizás aún quede pudín —dijo Ron con esperanza, abriendo el camino hacia la escalera del vestíbulo.
Y entonces Alex lo oyó. —... Desgarrar... Despedazar... Matar... —Fue la misma voz, la misma voz fría, asesina, que había oído en el despacho de Lockhart. Trastabilló al detenerse, y tuvo que sujetarse al muro de piedra. Escuchó lo más atentamente que pudo, al tiempo que miraba con los ojos entornados a ambos lados del pasadizo pobremente iluminado.
—Alex, ¿qué...?
—Es de nuevo esa voz... Callad un momento...
—... deseado... durante tanto tiempo...
— ¡Escuchen! —dijo Alex, y Ron, Hermione, Céline, Daphne y Tracy se quedaron inmóviles, mirándole.
—... matar... Es la hora de matar...
La voz se fue apagando. Alex estaba seguro de que se alejaba... hacia arriba. Al mirar al oscuro techo, se apoderó de él una mezcla de miedo y emoción. ¿Cómo podía irse hacia arriba?, ¿Se trataba de un fantasma, para quien no era obstáculo un techo de piedra? — ¡Por aquí! —gritó, y se puso a correr escaleras arriba hasta el vestíbulo. Allí era imposible oír nada, debido al ruido de la fiesta de Halloween que tenía lugar en el Gran Comedor. Alex apretó el paso para alcanzar rápidamente el primer piso. Céline con una pistola en una mano, Daphne, Tracy, Ron y Hermione lo seguían.
Hermione habló. —Alex, ¿qué estamos...?
— ¡Chssst! —Alex aguzó el oído. En la distancia, proveniente del piso superior, y cada vez más débil, oyó de nuevo la voz: Huelo sangre... ¡HUELO SANGRE! El corazón le dio un vuelco. — ¡Va a matar a alguien! —gritó, y sin hacer caso de las caras desconcertadas de Ron, Hermione, Céline, Daphne y Tracy subió el siguiente tramo saltando los escalones de tres en tres, intentando oír a pesar del ruido de sus propios pasos. Alex recorrió a toda velocidad el segundo piso, y Ron y Hermione lo seguían jadeando. No pararon hasta que doblaron la esquina del último corredor, también desierto.
—Alex, ¿qué pasaba? —le preguntó Ron, secándose el sudor de la cara. —Yo no oí nada...
Pero Hermione y Tracy dieron de repente un grito ahogado, y señalaron al corredor. — ¡Miren! —Delante de ellos, algo brillaba en el muro.
Se aproximaron, despacio, intentando ver en la oscuridad con los ojos entornados. En el espacio entre dos ventanas, brillando a la luz que arrojaban las antorchas, había en el muro unas palabras pintadas de más de un palmo de altura.
LA CAMARA DE LOS SECRETOS HA SIDO ABIERTA.
TEMAN, ENEMIGOS DEL HEREDERO.
— ¿Qué es lo que cuelga ahí debajo? —preguntó Ron, con un leve temblor en la voz.
Al acercarse más, Alex casi resbala por un gran charco de agua que había en el suelo. Ron y Hermione lo sostuvieron, y juntos se acercaron despacio a la inscripción, con los ojos fijos en la sombra negra que se veía debajo. Los tres comprendieron a la vez lo que era, y dieron un brinco hacia atrás.
La Señora Norris, la gata del conserje, estaba colgada por la cola en una argolla de las que se usaban para sujetar antorchas. Estaba rígida como una tabla, con los ojos abiertos y fijos.
Durante unos segundos, no se movieron. Luego dijo Ron: —Vámonos de aquí.
— ¿No deberíamos intentar...? —comenzó a decir Alex, sin encontrar las palabras.
— ¿Para qué? —preguntó su hermana, mientras que las tres Slytherin se cubrían con la capa de Invisibilidad de los Potter y se marchaban de allí.
Un ruido, como un trueno distante, indicó que la fiesta acababa de terminar. De cada extremo del corredor en que se encontraban, llegaba el sonido de cientos de pies que subían las escaleras y la charla sonora y alegre de gente que había comido bien. Un momento después, los estudiantes irrumpían en el corredor por ambos lados.
La charla, el bullicio y el ruido se apagaron de repente cuando vieron la gata colgada. Alex, Ron y Hermione estaban solos, en medio del corredor, cuando se hizo el silencio entre la masa de estudiantes, que presionaban hacia delante para ver el truculento espectáculo.
Luego, alguien gritó en medio del silencio: — ¡Teman, enemigos del heredero! ¡Los próximos serán los Sangre Su...! —En ese momento, Draco Malfoy gritó de dolor y se sujetó la ingle.
Alex y Ron sonrieron: Aparentemente, Céline le había pateado.
La rubia se retiró la capa y agarró a Malfoy por el cuello. —Terminas esa frase y el próximo en morirse, serás tú. —Y mandó a volar a Malfoy, atravesando todo el corredor, hasta golpearse contra la pared del fondo. Cuando Draco miró, Céline había desaparecido. Pero no lo hicieron el dolor en sus genitales, ni en su espalda.
