Harry Potter pertenece a J.K. Rowling.

Solo nos pertenecen los OC.

La Pirata de los Cielos

33: Descendiendo a la Cámara.

McGonagall abrió la puerta de la Sala de Profesores, encontrándose con Alex y Ron. Su rostro, por algunos minutos estupefacto, rápidamente cambió a uno de ira. — ¡POTTER, WEASLEY, AMBOS DEBERÍAN DE ESTAR EN LA SALA...!

— ¡Profesora: la Cámara de los Secretos, tiene su entrada en el baño femenino del Segundo Piso! —dijeron Potter y Weasley de inmediato, dejando a la mujer estupefacta.

— ¿El baño femenino del Segundo Piso? —Flitwick rompió el silencio, que se había formado. — ¿En el baño de Myrtle la Llorona?

—Ella fue aquella chica que murió, hace cincuenta años, profesor —dijo Alex, notando como los ojos de los profesores se abrían.

— ¡Hermione descubrió que la bestia es un Basilisco, pero nadie lo miró directamente a los ojos y por eso todos se petrificaron! —añadió Ron, extendiéndole el papel a su profesora.

—A través de una cámara de fotos, un charco en el suelo, a través de un fantasma, en el reflejo de un vidrio, un espejo o quizás incluso una cuchara... no importa —explicó Alex, afanosamente. —Si lo miras, pero no directamente, entonces solo te... te quedas petrificado. Los gallos fueron asesinados, las arañas no pueden cerrar los ojos y huyeron del castillo, los gallos de Hagrid fueron asesinados porque...

—El canto del gallo es mortal para el Basilisco —dijo Ron —y por eso, el Heredero los mató a todos.

—Muy bien, vamos al baño de niñas a matar a esta bestia. —dijo la profesora Aurora y todos tomaron camino —Jamás creí, que esas palabras saldrían de mi boca. —Y tanto los maestros, como los dos alumnos de Gryffindor, rieron.

Pronto, todos entraron al baño. Y McGonagall, tomó el mando. — ¿Myrtle Warren?

Myrtle la Llorona estaba sentada sobre la cisterna del último retrete. — ¡Ah, es usted profesora! —dijo ella, al ver a la profesora McGonagall y luego a los otros maestros—. ¿Cómo puedo ayudarlos?

—Preguntarte cómo moriste —dijo Snape, recibiendo una mirada desaprobatoria de McGonagall, que lo hizo retroceder. Rolanda había recibido esa misma mirada, en casi cuarenta años de matrimonio y ya era (casi) inmune a ella, aun así, retrocedió.

El aspecto de Myrtle cambió de repente. Parecía como si nunca hubiera oído una pregunta que la halagara tanto. — ¡Oh, fue horrible, profesor! —dijo encantada—. Sucedió aquí mismo. Morí en este mismo retrete. Lo recuerdo perfectamente. Me había escondido porque Olive Hornby se reía de mis gafas. La puerta estaba cerrada y yo lloraba, y entonces oí que entraba alguien. Decía algo raro, era una voz masculina, hablando en un idioma extraño y espeluznante. De cualquier manera, lo que de verdad me llamó la atención es que era un chico el que hablaba. Así que abrí la puerta para decirle que se fuera y utilizara sus aseos, pero entonces... —Myrtle estaba llena de orgullo, el rostro iluminado —me morí.

— ¿Tan sencillo? ¿Solo moriste de un segundo a otro? —bufó Snape, con las cejas tan altas que llegaban casi, hasta la línea del cabello.

— ¿Esperabas que la torturase o algo así? —se quejó Sinestra —Gracias a Merlín que al menos no fue doloroso para la pobre chica.

— ¿Cómo? —preguntó Hooch, en busca de cualquier otra información posible, por parte del fantasma.

—Ni idea —dijo Myrtle en voz muy baja—. Sólo recuerdo... —una sonrisa iluminó su rostro — ¡Recuerdo haber visto unos grandes ojos amarillos! Todo mi cuerpo quedó como paralizado, y luego me fui flotando... —dirigió a Minerva una mirada ensoñadora—. Y luego regresé. Estaba decidida a hacerle un embrujo a Olive Hornby. Ah, pero ella estaba arrepentida de haberse reído de mis gafas.

—¿Exactamente dónde viste los ojos? —preguntó Flitwick

—Por ahí —contestó Myrtle, señalando vagamente hacia el lavabo que había enfrente de su retrete. Los maestros se acercaron a toda prisa.

Parecía un lavabo normal. Examinaron cada centímetro de su superficie, por dentro y por fuera, incluyendo las cañerías de debajo. Y entonces Snape lo vio: había una diminuta serpiente grabada en un lado de uno de los grifos de cobre.

—Ese grifo no ha funcionado nunca —dijo Myrtle con alegría, cuando intentaron accionarlo.

—Necesitamos a Potter —gruñó Snape—, solo el idioma Pársel, abrirá esto.

—Sí profesor —dijo Alex, mientras suspiraba y se acercaba al grifo —ojalá y Céline estuviera aquí. —Se concentró en la diminuta figura, intentando imaginar que era una serpiente de verdad. —Ábrete —dijo.

Miró a Ron, que negaba con la cabeza. —Lo has dicho en nuestra lengua —explicó.

—Concéntrate, Potter —le riñó Snape, cruzándose de brazos. —Aparta todo...

— (...) pensamiento innecesario y solo céntrate en esa serpiente, solo existe la serpiente grabada en el grifo. Imagina que está viva, que espera una orden —dijo una voz conocida para todos.

— ¡Señoritas Volkova, Greengrass y Davies! —dijo la sorprendida profesora Sprout.

Alex volvió a mirar a la serpiente, intentando imaginarse que estaba viva. Al mover la cabeza, la luz de la vela producía la sensación de que la serpiente se movía. —Sigo creyendo que mi hermana, lo controla mejor... aquí voy: «Ábrete» —repitió. Pero ya no había pronunciado palabras, sino que había salido de él un extraño silbido, y de repente el grifo brilló con una luz blanca y comenzó a girar.

Al cabo de un segundo, el lavabo empezó a moverse. El lavabo, de hecho, se hundió, desapareció, dejando a la vista una tubería grande, lo bastante ancha para meter un hombre dentro. Mirándose unos a otros, todos los maestros, junto a los cuatro alumnos, se deslizaron, hasta el fondo de aquella tubería. Era como tirarse por un tobogán interminable, viscoso y oscuro. Podían ver otras tuberías que surgían como ramas en todas las direcciones, pero ninguna era tan larga como aquella por la que iban, que se curvaba y retorcía, descendiendo súbitamente.

Minerva creyó calcular que ya estaban por debajo incluso de las mazmorras del castillo. Detrás de ella podía oír a los maestros y los cinco menores de edad, que hacían un ruido sordo al doblar las curvas. Y entonces, cuando se empezaba a preguntar qué sucedería cuando llegara al final, la tubería tomó una dirección horizontal, y él cayó del extremo del tubo al húmedo suelo de un oscuro túnel de piedra, lo bastante alto para poder estar de pie.

—Debemos encontrarnos a kilómetros de distancia del colegio —dijo Céline, y su voz resonaba en el negro túnel.

—Y debajo del lago, quizá —dijo Ron, afinando la vista para vislumbrar los muros negruzcos y llenos de barro. Los tres intentaron ver en la oscuridad lo que había delante.

¡Lumos! —ordenaron los maestros y los alumnos a sus varitas, y las lucecitas se encendieron de nuevo. Comenzaron a andar. Sus pasos retumbaban en el húmedo suelo. El túnel estaba tan oscuro que sólo podían ver a corta distancia. Sus sombras, proyectadas en las húmedas paredes por la luz de la varita, parecían figuras monstruosas.

— "Recuerden —dijo Céline en voz baja, mientras martillaba una de sus pistolas y caminaban con cautela—: al menor signo de movimiento, hay que cerrar los ojos inmediatamente." —Su voz retumbó. Sin embargo, el túnel estaba tranquilo como una tumba, y el primer sonido inesperado que oyeron fue cuando Sprout pisó el cráneo de una rata.

Doblaron una oscura curva. Y frente a ellos, las luces de las varitas, iluminaron una vieja muda de piel de una serpiente gigantesca, de un verde intenso, ponzoñoso, que yacía atravesada en el suelo del túnel, retorcida y vacía. El animal que había dejado allí su muda debía de medir al menos siete metros. —La piel del basilisco —murmuró uno de los expertos en criaturas mágicas, las miradas de terror se esparcieron por todo el comedor. Aquel monstruo estaba bajo ellos en este instante.

Caminaron, tragando saliva y alejando su temor. Y entonces, al fin, al doblar sigilosamente otra curva, vieron delante de ellos, una gruesa pared en la que estaban talladas las figuras de dos serpientes enlazadas, con grandes y brillantes esmeraldas en los ojos. Daphne se acercó a la pared. Tenía la garganta muy seca, al igual que todos. No tuvo que hacer un gran esfuerzo para imaginarse que aquellas serpientes eran de verdad, porque sus ojos parecían extrañamente vivos.

Céline suspiró, mientras que su ojo Draconiano, le enseñaba lo que había allí y lo que estaba detrás. Algo definitivamente no iba bien. Tenía que intuir lo que debía hacer. Se aclaró la garganta, y le pareció que los ojos de las serpientes parpadeaban. «¡Ábrete!» dijo Céline en Pársel, con un silbido bajo, desmayado. Las serpientes se separaron al abrirse el muro. Las dos mitades de éste se deslizaron a los lados hasta quedar ocultas, y los maestros, junto a los cinco alumnos de doce años de edad, temblando de la cabeza a los pies, todos entraron en la auténtica Cámara de los Secretos. Escucharon pasos detrás de ellos y apuntaron con sus varitas. —Por fin llegaste, Katia. —todas las cabezas, se volvieron hacía Céline, quien ahora sujetaba en la mano derecha la varita y en la izquierda una pistola y fue ella, quien dio el primer paso, hacía el interior de la Cámara.

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34: El Heredero de Slytherin (y el secreto mejor guardado de Dumbledore)