Harry Potter pertenece a J.K. Rowling.

Solo nos pertenecen los OC.

La Pirata de los Cielos

37: El Dementor.

Alex, Ron y Hermione fueron por el pasillo en busca de un compartimento vacío, pero todos estaban llenos salvo uno que se encontraba justo al final.

En éste sólo había un ocupante: un hombre que estaba sentado al lado de la ventana y profundamente dormido. Alex, Ron y Hermione se detuvieron ante la puerta. El expreso de Hogwarts estaba reservado para estudiantes y nunca habían visto a un adulto en él, salvo la bruja que lle vaba el carrito de la comida.

El extraño llevaba una túnica de mago muy raída y re mendada. Parecía enfermo y exhausto. Aunque joven, su pelo castaño claro estaba veteado de gris.

— "¿Quién será?" —susurró Ron en el momento en que se sentaban y cerraban la puerta, eligiendo los asientos más alejados de la ventana.

—Es el profesor R. J. Lupin —susurró Hermione de inmediato.

— ¿Cómo lo sabes?

—Lo pone en su maleta —respondió Hermione señalando el portaequipaje que había encima del hombre dormido, donde había una maleta pequeña y vieja atada con una gran cantidad de nudos. El nombre, «Profesor R. J. Lupin», aparecía en una de las esquinas, en letras medio desprendidas.

—Me pregunto qué enseñará —dijo Ron frunciendo el entrecejo y mirando el pálido perfil del profesor Lupin.

― "Está claro —susurró Hermione— sólo hay una vacante, ¿no es así? Defensa Contra las Artes Oscuras."

Alex, Ron y Hermione ya habían tenido dos profesores de Defensa Contra las Artes Oscuras, que habían durado sólo un año cada uno. Se decía que el puesto estaba maldito.

—Bueno, espero que no sea como los anteriores —dijo Ron no muy convencido—. No parece capaz de sobrevivir a un maleficio hecho como Dios manda.

―Pero bueno, ¿qué nos ibas a contar? ―Alex explicó sobre el escape del Mortífago menos conocido, que se trataba de un Animago y que podría estar de camino a Hogwarts. Cuando terminó, Ron parecía atónito y Hermione se tapaba la boca con las manos. Las apartó para decir: — ¿Peter Pettigrew escapó para ir detrás de ti?

— ¡Ah, Alex, tendrás que tener muchísimo cuidado! No vayas en busca de problemas...

—Yo no busco problemas —respondió Alex, molesto—. Los problemas normalmente me encuentran a mí.

— ¡¿Qué tonto tendría que ser Alex para ir detrás de un chalado que quiere matarlo?! —exclamó Ron, temblando. Se tomaban la noticia peor de lo que Alex había esperado. Tanto Ron como Hermione parecían tenerle a Pettigrew más miedo de él que él le tenía, por ser su víctima potencial. —Nadie sabe cómo se ha escapado de Azkaban —dijo Ron, incómodo—. Es el primero. Y estaba en régimen de alta seguridad.

—Pero lo atraparán, ¿a que sí? —dijo Hermione conven cida—. Bueno, están buscándolo también todos los Muggles...

— ¿Qué es ese ruido? —preguntó de repente Ron.

De algún lugar llegaba un leve silbido. Miraron por el compartimento. —Viene de tu baúl, Alex —dijo Ron poniéndose en pie y alcanzando el portaequipajes.

Un momento después, había sacado el chivatoscopio de bolsillo de entre la túnica de Alex. Daba vueltas muy aprisa sobre la palma de la mano de Ron, brillando muy intensamente.

— ¿Eso es un chivatoscopio? —preguntó Hermione con interés, levantándose para verlo mejor.

—Sí... Pero claro, es de los más baratos —dijo Ron—. Se puso como loco cuando lo até a la pata de Errol para enviárselo a Alex.

— ¿No hacías nada malo en ese momento? —preguntó Hermione con perspicacia.

— ¡No! Bueno..., no debía utilizar a Errol. Ya sabes que no está preparado para viajes largos... Pero ¿de qué otra manera hubiera podido hacerle llegar a Alex el regalo?

—Vuélvelo a meter en el baúl —le aconsejó Alex, porque su silbido les perforaba los oídos— o le despertará. ―Señaló al profesor Lupin con la cabeza. Ron metió el chivatoscopio en un calcetín, que ahogó el silbido, y luego cerró el baúl.

—Podríamos llevarlo a que lo revisen en Hogsmeade —dijo Ron, volviendo a sentarse. Fred y George me han dicho que en Dervish y Banges, una tienda de instrumentos mágicos, venden cosas de este tipo.

— ¿Sabes más cosas de Hogsmeade? —dijo Hermione con entusiasmo—. He leído que es la única población entera mente no muggle de Gran Bretaña...

—Sí, eso creo —respondió Ron de modo brusco—. Pero no es por eso por lo que quiero ir. ¡Sólo quiero entrar en Honeydukes!

—¿Qué es eso? —preguntó Hermione.

—Es una tienda de golosinas —respondió Ron, poniendo cara de felicidad—, donde tienen de todo... Diablillos de pimienta que te hacen echar humo por la boca... y grandes bolas de chocolate rellenas de mousse de fresa y nata de Cornualles, y plumas de azúcar que puedes chupar en clase y parecer que estás pensando lo que vas a escribir a continuación...

—Pero Hogsmeade es un lugar muy interesante —presionó Hermione con impaciencia—. En Lugares históricos de la brujería se dice que la taberna fue el centro en que se gestó la revuelta de los duendes de 1612. Y la Casa de los Gritos se considera el edificio más embrujado de Gran Bretaña...

—... Y enormes bolas de helado que te levantan unos centímetros del suelo mientras les das lenguetazos —continuó Ron, que no oía nada de lo que decía Hermione.

Hermione se volvió hacia Alex. — ¿No será estupendo salir del colegio para explorar Hogsmeade?

—Supongo que sí —respondió Alex apesadumbrado—. Ya me lo contarán cuando lo hayan descubierto.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Ron.

—Yo no puedo ir. Ni Céline, ni yo. Mamá y Papá están preocupados de que quizás, Pettigrew pueda rondar Hogsmeade.

Ron se quedó horrorizado. — ¿Que no puedes venir? Pero... hay que buscar la forma... McGonagall o algún otro te dará permiso... ―Alex se rió con sarcasmo. La profesora McGonagall, jefa de la casa Gryffindor, era muy estricta. —Podemos preguntar a Fred y a George. Ellos conocen todos los pasadizos secretos para salir del castillo...

— ¡Ron! —le interrumpió Hermione—. Creo que Alex no debería andar saliendo del colegio a escondidas estando suelto Black...

—Ya, supongo que eso es lo que dirá McGonagall cuando le pida el permiso —observó Alex.

—Pero si nosotros estamos con él... Pettigrew no se atreverá a...

—No digas tonterías, Ron —interrumpió Hermione—. Pettigrew ha matado a un montón de gente en mitad de una calle concurrida. ¿Crees realmente que va a dejar de atacar a Alex porque estemos con él?

El expreso de Hogwarts seguía hacia el norte, sin detenerse. Y el paisaje que se veía por las ventanas se fue volviendo más agreste y oscuro mientras aumentaban las nubes.

A través de la puerta del compartimento se veía pasar gente hacia uno y otro lado.

A la una en punto llegó la bruja regordeta que llevaba el carrito de la comida.

—¿Crees que deberíamos despertarlo? —preguntó Ron, incómodo, señalando al profesor Lupin con la cabeza—. Por su aspecto, creo que le vendría bien tomar algo.

Hermione se aproximó cautelosamente al profesor Lupin.

—Eeh... ¿profesor? —dijo—. Disculpe... ¿profesor?

El dormido no se inmutó.

—No te preocupes, querida —dijo la bruja, entregándole a Alex unos pasteles con forma de caldero—. Si se despierta con hambre, estaré en la parte delantera, con el maquinista.

—Está dormido, ¿verdad? —dijo Ron en voz baja, cuando la bruja cerró la puerta del compartimento—. Quiero decir que... no está muerto, claro.

—No, no: respira —susurró Hermione, cogiendo el pas tel en forma de caldero que le alargaba Alex.

Tal vez no fuera un ameno compañero de viaje, pero la presencia del profesor Lupin en el compartimento tenía su lado bueno.

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A media tarde, cuando empezó a llover y la llu via emborronaba las colinas, volvieron a oír a alguien por el pasillo, y las tres personas a las que tenían menos aprecio aparecieron en la puerta: Draco Malfoy, con la nariz sangrando y sus dos amigotes, Vincent Crabbe y Gregory Goyle.

Draco Malfoy y Alex se habían convertido en enemigos desde que se conocieron, en su primer viaje en tren a Hogwarts.

Malfoy, que tenía una cara pálida, puntiaguda y como de asco, pertenecía a la casa de Slytherin.

Era buscador en el equipo de Quidditch de Slytherin, el mismo puesto que tenía Alex en el de Gryffindor. Crabbe y Goyle parecían no tener otro objeto en la vida que hacer lo que quisiera Malfoy. Los dos eran corpulentos y musculosos. Crabbe era el más alto, y llevaba un corte de pelo de tazón y tenía el cuello muy grueso. Goyle llevaba el pelo corto y erizado, y tenía brazos de gorila.

—Bueno, mirad quiénes están ahí —dijo Malfoy con su habitual manera de hablar; arrastrando las palabras. Abrió la puerta del compartimento—. El chalado y la rata. —Alex no pudo evitar reírse. Malfoy frunció el ceño. ― ¡¿De qué te ríes Potter?!

Alex, sin dejar de sonreír, le contestó: ―De tu nariz, obviamente. Antes de venir aquí, te pusiste a tocarle los botones a mi hermana y así te ha quedado la nariz. ―Malfoy abrió la boca ―Y ya te lo digo yo: Ni pienses en ir con Snape, pues mi hermana es su serpiente de oro y plata, así que él se pondrá de su lado y saldrás perdiendo, incluso cuando es tu padrino.

Malfoy enrojeció de ira y su mueca de enfado, solo acentuó el dolor de su nariz. —Vámonos —murmuró a Crabbe y Goyle, con rabia. Y desaparecieron.

—No pienso aguantarle nada a Malfoy este curso —dijo Ron enfadado—. Lo digo en serio. Le cogeré la cabeza y... ―Ron hizo un gesto violento.

― "Cuidado, Ron. —susurró Hermione, señalando al pro fesor Lupin—. Cuidado..." ―Pero el profesor Lupin seguía profundamente dormido. La lluvia arreciaba a medida que el tren avanzaba hacia el norte; las ventanillas eran ahora de un gris brillante que se oscurecía poco a poco, hasta que encendieron las luces que había a lo largo del pasillo y en el techo de los comparti mentos. El tren traqueteaba, la lluvia golpeaba contra las ventanas, el viento rugía, pero el profesor Lupin seguía durmiendo.

—Debemos de estar llegando —dijo Ron, inclinándose hacia delante para mirar a través del reflejo del profesor Lupin por la ventanilla, ahora completamente negra. Acababa de decirlo cuando el tren empezó a reducir la velocidad. —Estupendo —dijo Ron, levantándose y yendo con cui dado hacia el otro lado del profesor Lupin, para ver algo fuera del tren—. Me muero de hambre. Tengo unas ganas de que empiece el banquete...

—No podemos haber llegado aún. —dijo Hermione mirando el reloj. ―Nos estamos deteniendo, casi media hora antes.

—Entonces, ¿por qué nos detenemos?

El tren iba cada vez más despacio. A medida que el ruido de los pistones se amortiguaba, el viento y la lluvia sonaban con más fuerza contra los cristales. Alex, que era el que estaba más cerca de la puerta, se levantó para mirar por el pasillo. Por todo el vagón se aso maban cabezas curiosas. El tren se paró con una sacudida, y distintos golpes testimoniaron que algunos baúles se habían caído de los portaequipajes. A continuación, sin previo aviso, se apagaron todas las luces y quedaron sumidos en una oscuridad total.

—¿Qué sucede? —dijo detrás de Alex la voz de Ron.

—¡Ay! —gritó Hermione—. ¡Me has pisado, Ron!

Alex volvió a tientas a su asiento. Ron volvió a hablar. — ¿Habremos tenido una avería?

—No sé...

Se oyó el sonido que produce la mano frotando un cristal mojado, y Alex vio la silueta negra y borrosa de Ron, que limpiaba el cristal y miraba fuera. —Algo pasa ahí fuera. —dijo Ron —Creo que está subiendo gente...

— ¡Silencio! —dijo de repente una voz ronca. Por fin se había despertado el profesor Lupin. Alex oyó que algo se movía en el rincón que él ocupaba. Nadie dijo nada. Se oyó un chisporroteo y una luz parpadeante iluminó el compartimento. El profesor Lupin parecía tener en la mano un puñado de llamas que le iluminaban la cansada cara gris. Pero sus ojos se mostraban cautelosos. —No se muevan —dijo con la misma voz ronca, y se puso de pie, despacio, con el puñado de llamas enfrente de él. La puerta se abrió lentamente antes de que Lupin pudiera alcanzarla. De pie, en el umbral, iluminado por las llamas que tenía Lupin en la mano, había una figura cubierta con capa y que llegaba hasta el techo. Tenía la cara completamente oculta por una capucha. Alex miró hacia abajo y lo que vio le hizo contraer el estómago. De la capa surgía una mano gris, viscosa y con pústulas. Como algo que estuviera muerto y se hubiera corrompido bajo el agua...

Sólo estuvo a la vista una fracción de segundo. Como si el ser que se ocultaba bajo la capa hubiera notado la mirada de Alex, la mano se metió entre los pliegues de la tela negra.

Y entonces aspiró larga, lenta, ruidosamente, como si quisiera succionar algo más que aire. Un frío intenso se extendió por encima de todos. Alex fue consciente del aire que retenía en el pecho. El frío penetró más allá de su piel, le penetró en el pecho, en el corazón...

Los ojos de Alex se quedaron en blanco. No podía ver nada. Se ahogaba de frío. Oyó correr agua. Algo lo arrastraba hacia abajo y el rugido del agua se hacía más fuerte...

Y entonces, a lo lejos, oyó unos disparos y fue consciente. Vio a la criatura girarse y el calor regresar. ―Orquesta de las balas ―escuchó a la lejanía e inmediatamente después, la pistola de su hermana se accionaba seis veces, con el sonido explosivo. Entonces, vio una bala atravesarle la cabeza a la criatura, pero no le dio a él, quien se quedó pasmado.

— ¿Qué...? —Alex abrió los ojos. Sobre él había algunas luces y el suelo temblaba... El expreso de Hogwarts se ponía en marcha y la luz había vuelto. Por lo visto había resbalado del asiento y caído al suelo. Ron y Hermione estaban arrodillados a su lado, y por encima de ellos vio a Neville y al profesor Lupin, mirándolo. Alex sentía que su aliento estaba frio. Al levantar la mano para subirse las gafas, notó su cara fría. ―Tengo... que agradecerle a Céline, por eso. ¿Qué era esa cosa?

Todos se sobresaltaron al oír un chasquido. El profesor Lupin partía en trozos una tableta de chocolate. —Toma —le dijo a Alex, entregándole un trozo espe cialmente grande—. Cómetelo. Te ayudará. ―Alex cogió el chocolate, pero no se lo comió. El profesor entonces, multiplicó la tableta restante y con un movimiento de varita, no solo flotó, sino que salieron volando, hacía todos los demás compartimientos.

—¿Qué era ese ser? —le preguntó a Lupin.

—Un Dementor —respondió Lupin, repartiendo el cho colate entre los demás—. Era uno de los cientos de su raza, ellos son los guardianes de Azkaban, la prisión en donde estuvo Pettigrew, antes de escapar. ―Todos lo miraron. El profesor Lupin arrugó el envoltorio vacío de la tableta de chocolate y se lo guardó en el bolsillo. —Cómanselo, —insistió— les vendrá bien. Disculpadme, tengo que hablar con el maquinista... ―Pasó por delante de Alex y desapareció por el pasillo.

—Ha sido horrible —dijo Hermione, en voz más alta de lo normal—. ¿Notaron el frío cuando entró?

—Yo tuve una sensación muy rara —respondió Ron, moviendo los hombros con inquietud—, como si no pudiera ya volver a sentirme contento...

No hablaron apenas durante el resto del viaje. Final mente se detuvo el tren en la estación de Hogsmeade, y se formó mucho barullo para salir del tren: las lechuzas ululaban, los gatos maullaban y el sapo de Neville croaba debajo de su sombrero. En el pequeño andén hacía un frío que pela ba; la lluvia era una ducha de hielo.

— ¡Por aquí los de primer curso! —gritaba una voz familiar. Alex, Ron y Hermione se volvieron y vieron la silueta gigante de Hagrid en el otro extremo del andén, indicando por señas a los nuevos estudiantes (que estaban algo asusta dos) que se adelantaran para iniciar el tradicional recorrido por el lago. — ¡¿Están bien los tres?! —gritó Hagrid, por encima de la multitud. Lo saludaron con la mano, pero no pudieron hablarle porque la multitud los empujaba a lo largo del andén.

Alex, Ron y Hermione siguieron al resto de los alumnos y salieron a un camino embarrado y desigual, donde aguardaban al resto de los alumnos al menos cien diligencias, todas tiradas (o eso suponía Alex) por caballos invisibles, porque cuando subieron a una y cerraron la portezuela, se puso en marcha ella sola, dando botes.

Céline gruñó, mientras subía a un carruaje, seguido por Daphne y Tracy.

El interior del carruaje olía un poco a moho y a paja. Alex se sentía mejor después de tomar el chocolate, pero aún estaba débil. Ron y Hermione lo miraban todo el tiempo de reojo, como si tuvieran miedo de que perdiera de nuevo el conocimiento.

Mientras el coche avanzaba lentamente hacia unas suntuosas verjas de hierro flanqueadas por columnas de piedra coronadas por estatuillas de cerdos alados, Alex vio a otros dos Dementores encapuchados y descomunales, que montaban guardia a cada lado. Estuvo a punto de darle otro frío vahído. Se reclinó en el asiento lleno de bultos y cerró los ojos hasta que hubieron atravesado la verja. El carruaje cogió velocidad por el largo y empinado camino que llevaba al castillo; Hermione se asomaba por la ventanilla para ver acercarse las pequeñas torres. Finalmente, el carruaje se detuvo y Hermione y Ron bajaron.

Al bajar; Alex oyó una voz que arrastraba alegremente las sílabas: — ¿Te has desmayado, Potter? ¿Es verdad lo que dice Longbottom? ¿Realmente te desmayaste? —Malfoy le dio con el codo a Hermione al pasar por su lado, y salió al paso de Alex, que subía al castillo por la escalinata de piedra. Sus ojos claros y su cara alegre brillaban de malicia.

Céline se colocó delante de él en un segundo y le dio en la nariz por segunda ocasión. ―Oh, miren quien más, se ha desmayado. ―y Draco perdió el conocimiento, mientras seguía su camino. ―Es una molestia tenerlo en Slytherin.

Los nuevos alumnos de Hogwarts obtenían casa por medio del Sombrero Seleccionador; que iba gritando el nombre de la casa más adecuada para cada uno (Gryffindor; Ravenclaw, Hufflepuff, Slytherin). La profesora McGonagall se dirigió con paso firme a su asiento en la mesa de los profesores, y Alex y Hermione se encaminaron en sentido contrario, hacia la mesa de Gryffindor, tan silenciosamente como les fue posible.

Todos aplaudieron, dando la bienvenida a sus nuevos compañeros de estudios, cuando el sombrero gritaba el nombre de la casa. — ¡Bienvenidos! —dijo Dumbledore, con la luz de la vela reflejándose en su barba—. ¡Bienvenidos a un nuevo curso en Hogwarts! Tengo algunas cosas que deciros a todos, y como una es muy seria, la explicaré antes de que nuestro excelente banquete os deje aturdidos. —Dumbledore se aclaró la garganta y continuó—: Como todos sabrán después del registro que ha tenido lugar en el expreso de Hogwarts, tenemos actualmente en nuestro colegio a algunos Dementores de Azkaban, que están aquí por asuntos relacionados con el Ministerio de Magia. —Se hizo una pausa y tanto Alex, como Céline recordaron que sus padres habían dicho sobre que a Dumbledore no lo le agradaba que los Dementores custodiaran el colegio. — Están apostados en las entradas a los terrenos del colegio —continuó Dumbledore—, y tengo que dejar muy claro que mientras estén aquí nadie saldrá del colegio sin permiso. A los Dementores no se les puede engañar con trucos o disfraces, ni siquiera con capas invisibles —añadió como quien no quiere la cosa. — No está en la naturaleza de un Dementor comprender ruegos o excusas. Por lo tanto, os advierto a todos y cada uno de vosotros que no debéis darles ningún motivo para que os hagan daño. Confío en los prefectos y en los últimos ganadores de los Premios Anuales para que se aseguren de que ningún alumno intenta burlarse de los Dementores. Por hablar de algo más alegre —continuó—, este año estoy encantado de dar la bienvenida a nuestro colegio a dos nuevos profesores: En primer lugar, el profesor Lupin, que amablemente ha accedido a enseñar Defensa Contra las Artes Oscuras. En cuanto al otro nombramiento: siento deciros que el profesor Kettleburn, nuestro profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas, se retiró al final del pasado curso para poder aprovechar en la intimidad los miembros que le quedan. Sin embargo, estoy encantado de anunciar que su lugar lo ocupará nada menos que Rubeus Hagrid, que ha accedido a compaginar estas clases con sus obligaciones de guardabosques.

Alex, Ron y Hermione se miraron atónitos. Luego se unieron al aplauso, que fue especialmente caluroso en la mesa de Gryffindor. Alex se inclinó para ver a Hagrid, que estaba rojo como un tomate y se miraba las enormes manos, con la amplia sonrisa oculta por la barba negra.

— ¡Tendríamos que haberlo adivinado! —dijo Ron, dando un puñetazo en la mesa—. ¿Qué otro habría sido capaz de mandarnos que compráramos un libro que muerde?

Alex, Ron y Hermione fueron los últimos en dejar de aplaudir; y cuando el profesor Dumbledore volvió a hablar, pudieron ver que Hagrid se secaba los ojos con el mantel.

—Bien, creo que ya he dicho todo lo importante —dijo Dumbledore—. ¡Que comience el banquete!

Fue un banquete delicioso. El Gran Comedor se llenó de conversaciones, de risas y del tintineo de los cuchillos y tenedores. Alex, Ron y Hermione, sin embargo, tenían ganas de que terminara para hablar con Hagrid. Sabían cuánto significaba para él ser profesor.

Hagrid no era un mago totalmente cualificado; había sido expulsado de Hogwarts en tercer curso por un delito que no había cometido. Fueron Alex, Ron y Hermione quienes, durante el curso anterior; habían limpiado el nombre de Hagrid.

Finalmente, cuando los últimos bocados de tarta de calabaza desaparecieron de las bandejas doradas, Dumbledore anunció que era hora de que todos se fueran a dormir y ellos vieron llegado su momento.

— ¡Enhorabuena, Hagrid! —gritó Hermione muy alegre, cuando llegaron a la mesa de los profesores.

—Todo ha sido gracias a vosotros tres —dijo Hagrid mientras los miraba, secando su cara brillante en la servilleta—. No puedo creerlo... Un gran tipo, Dumbledore... Vino derecho a mi cabaña después de que el profesor Kettleburn dijera que ya no podía más. Es lo que siempre había querido. —Embargado de emoción, ocultó la cara en la servilleta y la profesora McGonagall les hizo irse.

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Minutos después, Draco no pudo mantenerse callado y pasó volando, hasta el otro lado de la estancia, golpeándose la espalda. Los Prefectos, explicaron con calma, que era normal ver a Céline Volkova, mandando a volar a Draco Malfoy, hasta el otro lado de la estancia y que lo tomaran como lo que era: un entretenimiento para todos, que evitaran decir cosas sobre las categorías de la sangre delante de ella, si es que no querían compartir la suerte de Draco Malfoy.

Con eso, todos se fueron a descansar.