Los personajes de Saint Seiya no me pertenecen, son propiedad de Masami Kurumada y toda su banda.


La nueva rutina de Afrodita consistía en cuatro sencillos pasos: levantarse, cambiarse, desayunar y quedarse de pie frente a la puerta, creyendo que ese día finalmente lograría salir de casa. La verdad era que no; en los últimos meses una profunda inseguridad con respecto al exterior lograba que Afrodita se congelara en la puerta de entrada, a un paso de salir por completo de su hogar. A un paso del resto del mundo.

¿Inseguridad o miedo? Afrodita no lo sabía, sólo sabía que de repente el exterior le causaba escalofríos. Y no sólo era el exterior.

De la misma forma, Afrodita tenía problemas para tomar las decisiones importantes de su vida; desde cómo se vestiría hasta qué haría con el resto de su vida a partir de ese momento. De repente, las decisiones simples y las más complejas le causaban un gran conflicto que lograban congelarlo. Pensaba y pensaba, y al final no llegaba a ningún punto, ya que el día se terminaba y prefería irse a dormir. Así, repetía el ciclo nuevamente. Una y otra vez. Una y otra vez.

Ya había dejado de lado sus planes de extender sus estudios después de la botánica, había dejado sin contestar las ofertas de trabajo que se le habían aparecido, incapaz de decidir por cuál iría, preguntándose si la gente se acercaba a él por su intelecto o el de su familia, incapaz incluso de decidir si debía o no detestar a otros.

Una vez más, frente a la puerta de su casa, Afrodita suspiró. Removiéndose en su lugar, al final optó por darse la vuelta y quedarse en casa de nuevo, ocupándose de las tareas del hogar mientras su familia estaba afuera, o al menos así fue su plan. Apenas se dio la vuelta, se encontró de frente con Deathmask, quien lo miró con una sonrisa amistosa.

—¿Estás bien? —preguntó Deathmask mientras terminaba de peinar su cabello hacia atrás.

—Sí… es sólo que hoy tampoco voy a salir. Ya lo decidí… creo.

—Podrías intentar hacerlo poco a poco —intentando ayudar a su hermano de diferente familia, Deathmask puso una mano en el hombro izquierdo de Afrodita—. ¿Por qué no me acompañas a la tienda? Es un día estupendo y te haría bien recibir algo de Sol. Además, me servirían un par de manos extras para cargar las compras.

Sin darle tiempo para pensarlo, el agradable Deathmask lo sostuvo con un poco más de fuerza, guiándolo de nuevo hacia la puerta. Dejándose llevar, Afrodita acompañó al joven hacia afuera, tomando el camino diario hacia la tienda. La primavera se había ido, dando paso al caluroso verano, cosa que Afrodita sabía y por eso se había adelantado al calor matutino usando una playera delgada de mangas cortas. Podría sentirse inseguro con la vida, pero jamás incómodo.

Siendo que Deathmask era el único amigo que le quedaba, Afrodita aprovechaba para pasar el tiempo con él, cuando el noble chico podía, y disipar algunas de sus dudas existenciales. Charlaron poco, pero lo suficiente para que Afrodita se sintiera cómodo y terminara regresando a su casa con un sonrisa y completamente convencido de al fin decidirse por sus opciones de empleo.

Al menos así fue hasta que, durante el desayuno, Celintha anunció que tendrá invitados más tarde. La idea de tener invitados le puso los pelos de punta, puesto que rápidamente comenzó a pensar en todas las cosas que tenía que hacer, como el encargado de su hogar.

—... Mi vestuario, la comida que prepararé, pondré un mantel nuevo, ¿debería sacar la vajilla fina?

—Afrodita, eso no es necesario —negó Agasha poniendo una mano sobre la de su hijo para calmar su estado nervioso.

—Shaka también va a venir —afirmó Celintha mientras se terminaban su cereal, hablando con mucha soltura.

—... También hay que sacar los cubiertos finos —aseguró Albafica después de unos segundos, logrando que Afrodita se levantara de su lugar de inmediato para ponerse a lavar.

En cuanto se fue la familia se miró entre sí. Todos estaban preocupados por las nuevas actitudes de sus chicos, pero sin duda quien levantaba más las alarmas era Afrodita, con su forma de ser temerosa, nerviosa e indecisa. Albafica, más que nadie era quien se preocupaba, aunque lo ocultarse bajo una máscara de absoluta seriedad; imposible no estarlo cuando parecía que su hijo había perdido su chispa. Bien podría aprovecharse y directamente decirle a Afrodita lo que debía hacer, ¿pero, qué ganaba con eso? No había orgullo en tomar las decisiones importantes de su hijo, ni siquiera porque parecía que él era incapaz de tomarlas.

Con el tono autoritario de su madre, Celintha le instó a todos a estar presente a las cuatro, cuando sus invitados llegaran, en especial a Afrodita, a quién miró con una centelleante pizca de esperanza que el mayor no notó, más preocupado por lo que usaría durante la comida, y lo que prepararía para satisfacer el hambre de los invitados.

Pasó el resto de la mañana en la cocina; Afrodita había decidido que la mejor forma de enfrentarse a la dura y peligrosa realidad era encerrarse en casa y convertirse en el encargado de esta. Le gustaba lavar trastes, pensar en lo que haría de comer no era tan complejo como el resto de decisiones y tenía la tarde libre para dedicarse a otras actividades del hogar, como barrer, limpiar, poner nuevas cortinas y dedicarse a decir que nueva película iba a ver o qué libro, de los que se había llevado accidentalmente y que le pertenecían a sus antiguos amigos, iba a leer. Había tanta calma y monotonía que a veces se preguntaba por qué no había vivido de esa forma antes, disfrutando de las simplezas de la vida, sin decisiones importantes o tener que exponerse al peligroso exterior. Lo único que lamentaba era que Celintha no lo entendía; su hermana sólo quería que saliera y se enfrentarse al rudo mundo exterior, así, como si nada.

Exactamente a las cuatro de la tarde llegaron los invitados. Al abrir al puerta, Afrodita se encontró de frente con Lithos, Mū, Shaka y Dysnomia, algunos más serios que los demás, pero todos lo saludaron con algo que parecía genuina alegría por verlo. Sin poder evitarlo, Afrodita mantuvo su mirada por más tiempo sobre Mū y Shaka, quienes se suponían ya no eran sus amigos; no entendía lo que estaban haciendo ellos en su casa, al igual que Dysnomia, que hasta donde podía recordar era su enemiga en la carrera, o la joven peliverde que entró como si fuera su casa.

—¿Es una nueva amiga, Celintha? —le preguntó a su hermana cuando su familia consanguínea apareció para recibir a los invitados.

—Es Lithos —señaló Celintha con un tono serio—. Ve a buscar a Deathmask, rápido, nuestros invitados tienen hambre.

Después de deshacerse de Afrodita, Celintha miró a sus invitados y padres con los brazos cruzados. Eso era lo que había estado planeando todos esos días atrás: el regreso triunfal de su hermano. Mientras explicaba su intrincado plan, sus padres asentían e intercambiaban varias miradas; sus amigos por el contrario parecían más entretenidos en otros asuntos, Lithos y Dysnomia cuchicheaban en una esquina sobre su hogar, Mū estaba revisando su teléfono y Shaka la miraba sin alguna expresión aparente; la joven sabía que el rubio no estaba de acuerdo con sus alocados planes, pero estaba ahí porque valoraba su amistad… y no tenía nada mejor que hacer.

—No lo sé, Celintha… —murmuró Agasha, mirando a su hija con preocupación— ¿Esto es seguro?

—Mamá, tienes la prueba justo frente a ti —la joven señaló a Shaka para mostrar su punto, quien sólo había movido levemente la cabeza para continuar observándola.

—Es una gran posibilidad —murmuró Albafica, después de escuchar la historia de su hija—. Podría ser la solución a nuestros problemas.

—¡Albafica! ¿No estarás hablando en serio? ¿Golpear a tu hijo?

—Puedo hacerlo yo si no quiere que alguien de su familia se ensucie las manos, doctora Bloom —aseguró Dysnomia, siendo cien por ciento honesta—. Sería como cumplir un sueño.

Celintha utilizó el comentario a su favor, hablando sobre cómo todos querían que su hermano regresase a la normalidad. O al menos la mayoría, Shaka se había negado a participar hasta que Afrodita mismo dijera que quería recibir un golpe directo en el cráneo, algo que todos sabían sería imposible.

Afrodita se sentía bastante cómodo con su nueva personalidad dentro de lo que cabía. Era cierto que estaba retrasando decisiones importantes de su vida y tal vez podría arruinar su futuro, como tanto dramatizaba su abuelo, pero tenía una vida tranquila, sin gente que lo estuviera molestando o con altas probabilidades de morir en el exterior. No necesitaba nada más.

—...según datos de la OMS el ochenta por ciento de los accidentes ocurren en casa…

Afrodita miró a Shaka con los ojos entrecerrados. El rubio no le agradaba mucho, y no sabía si era porque estaba vestido como él quería vestirse o por el obvio ataque a su nuevo estilo de vida, sólo sabía que estaba profundamente molesto; estaba por quejarse cuando Deathmask saltó en su lugar, con expresión de sorpresa.

—¡¿Ochenta por ciento? —preguntó— Cielo santo, suena demasiado peligroso, me preocupo por el hogar de todos, son seguros, ¿verdad?

—¿Cómo se supone que lo vamos a saber? —preguntó Lithos, interesada en ese dato tan perturbador e interesante.

—Creo que todo está bien —meditó Mū, pensando en lo poco peligrosa que era su casa, tal vez excepto cuando Kiki olvidaba sacar los trastes sucios de su habitación y esta se convertía en un probable depósito de armas biológicas.

—Mi hermano tiene una colección de arañas venenosas… a veces olvida cerrar correctamente los tanques dónde viven —dijo Dysnomia, antes de agregar como si no hubiera problema, mientras miraba su plato—. Y mis hermanas tienen la tendencia a dejar los cuchillos con el filo al borde de la mesa, probablemente alguna vez alguien se apuñale.

Deathmask se llevó las manos al rostro, perplejo y preocupado. Ya que Dysnomia estaba a su lado, rápidamente la tomó de las manos y la volteó para que lo mirara, exclamando sobre los peligros a los que tenía que enfrentarse todos los días y lo mal que se sentía por ella.

—Empiezo a preguntarme quién de los dos da más miedo —murmuró Lithos viendo como a Deathmask se le llenaban los ojos de lágrimas, extremadamente preocupado por la chica y sugiriendo que la ayudaría a organizar su casa, mientras ella lo miraba con desconcierto.

—Deathmask, obviamente —afirmó Shaka con tranquilidad.

—Cierto —concedió Albafica antes de mirar a su hijo—. Afrodita, ya que hablamos de los peligros del hogar, ¿no crees que es una señal de que las cosas no son tan simples como crees? Tal vez deberías rectificar tu decisión de quedarte en casa y decidir salir, uno nunca sabe lo que puede encontrarse afuera.

—Sí, no puedes vivir para siempre controlado por tu miedo al exterior —continuó Celintha—. ¿Qué es lo peor que podría pasarte si sales?

—Ser víctima de la delincuencia —murmuró Agasha.

—Morir en un accidente de tráfico —señaló Lithos.

—Que un perro te ataque —concedió Mū—, y que tenga rabia.

—Que te golpeen en la cara —Dysnomia y Shaka compartieron una mirada al escuchar al otro decir lo mismo.

Sin poder evitarlo, Celintha miró a sus amigos con los ojos entrecerrados y la silente amenaza de que guardaran silencio, o aceptaran las consecuencias; a su lado, Albafica miró a su esposa también con algo de molestia, esperaba que ella lo apoyara para recuperar a su hijo, no que se uniera al resto para causarle un ataque de pánico a Afrodita.

Agasha tenía sus motivos. No podía permitir un acto tan barbárico contra su hijo, sin importar que Celintha señalara las "pruebas" de que era posible, ella creía que Afrodita podría recuperar su confianza en sí mismo con algunas palabras de aliento y consejos, ayuda de un terapeuta si era muy extrema. Al menos así lo creía; cuando vio que Afrodita había soltado el tenedor y estaba pálido, se dio cuenta de que tal vez haber dejado que esos chicos continuaran hablando como si nada, enumerando los múltiples peligros en el hogar, fue una muy, muy mala idea.

—... quemado por una explosión de gas… Afrodita, ¿estás bien? —Mū se detuvo justo antes de comenzar a especificar los diferentes tipos de quemaduras, alertado por el tono blanquecino que estaba tomando Afrodita.

—Creo que voy a desmayarme.

Afrodita se levantó de golpe de su asiento y corrió a su habitación. Si el exterior le daba miedo, acababa de descubrir que su hogar le causaba pavor.

Con ese resultado, Celintha supo que había fallado estrepitosamente. Y lo supo por los siguientes días, cuando su hermano se negó a salir de su habitación, y haciéndolo sólo cuando era necesario. Tras su fracaso estrepitoso, la joven casi tuvo que obligar a sus amigos a tomárselo más en serio, viendo que ninguno de ellos parecía lo suficiente motivado para participar.

Por los siguientes días Afrodita vio a Celintha y Lithos jugando afuera de su casa, específicamente frente a su habitación, hablando en voz alta sobre lo radiante que eran los días y lo puro que era el aire exterior; Mū se apreció para contarle sobre lo bueno que era hacer ejercicio y los beneficios de una vida al aire libre; Dysnomia le dijo que su tío abuelo estaba iniciando un nuevo proyecto y ella creía que él podría ayudarlos.

—No, pero gracias por informarme, mi tío ya me había dicho también —se había negado, continuado cuando Dysnomia le dijo que su "enemigo mortal" Andreas Rize estaría intentando encontrar un lugar en la investigación—... Creo que Andreas es un botánico magnífico, merece obtener el lugar en caso de que lo tenga, no le… ¿qué estás haciendo?

—Nadie va a creerme sin pruebas —Dysnomia alzó los hombros y continuó buscando entre las aplicaciones de su celular la grabadora de voz—. Ahora, repite todo lo que estabas diciendo de Andreas.

Afrodita había rodado los ojos, pero aún así le había respondido con toda la honestidad que podía dar. Después de ella, Shaka apareció para sentarse en la silla de su escritorio y ponerse a leer varias hojas que estaban dentro de una carpeta.

—Celintha me obligó a venir, pero como no tengo nada que decirte sólo me sentaré aquí por las próximas cinco horas, finge que no estoy —explicó, sin decir nada más y sin moverse más que para cambiar de página.

Ante la constante molestia, Afrodita no pudo más que suspirar y mantenerse en su cuarto, sobre la cama, pensando en lo extraño que se estaba comportando todo el mundo. Sus padres presionando para que saliera de su cálido y peligroso hogar, además de obligarlo a tomar decisiones importantes; también estaban los amigos de Celintha, que parecían bastante interesados en él y lo que hacía con su vida, casi lo hacían sentir que se preocupaban verdaderamente por él. Aún con todo lo que ocurría, no podía entender por qué se preocupaban tanto, cuál era el problema para ellos si decidía pasar el resto de su vida encerrado en su habitación, qué importancia tenía su vida pasada que los hacía insistirle tanto.

No veía cuál era la relevancia de su antigua vida, tampoco sentía deseo de regresar a ella. Era cierto que antes era decidido, valiente, agresivo y algo tendiente a arriesgarse innecesariamente, pero ya no más, y nada lo haría regresar.

—¿Ese no es Minos? ¿Qué está haciendo aquí?

Afrodita bajó levemente la revista de moda que sostenía al escuchar a Dysnomia al otro lado de su habitación, asomada por la ventana. Además de ella, también estaba Shaka, que se paró junto a ella para observar lo que decía.

—Es el novio de Celintha —dijo con un tono aburrido. Afrodita, detrás de ellos, bajó por completo su revista y los miró con los ojos abiertos.

—¡¿Qué?! ¿Y tú cómo lo sabes?

—No tengo ni idea… ah, creo que Lithos me dijo cuando ¿estaba comprándole ropa?

Shaka frunció el ceño, sin tener ni idea de lo que estaba hablando. No tuvo tiempo de profundizar en ello, pronto Afrodita se acercó a ellos para ver lo que ellos miraban.

Tal y como había dicho Dysnomia, Minos estaba ahí.

Abrazando a su hermana.

Sonriéndole a su hermana.

Tomando de las manos a su hermana.

Besan…

—¡Ni en sus sueños!

Sintiendo algo diferente a la inseguridad que lo acompañó en los últimos meses, Afrodita salió corriendo de su habitación, irritado y furioso, no podía creer que Celintha se hubiera atrevido a llevar a su novio a la banqueta frente a su casa, aún peor, no podía creer que Celintha se hubiera atrevido a tener un novio en primer lugar, cuando se suponía que ella no tendría uno hasta que tuviera cincuenta y ocho años y él estuviera tres metros bajo tierra, sino tendría que esperar.

A pesar del burbujeante malestar que le recorría cada parte de su ser, Afrodita se detuvo justo antes de salir, con la puerta abierta, a un paso del exterior. Así como la molestia lo recorría de pies a cabeza, un ligero temblor también se hizo presente; ahí estaba, de pie frente al mundo, su hermana estaba afuera, sonriéndole al noveno sujeto más desagradable que alguna vez hubiera conocido, y él sentía que estaba en una encrucijada.

Esa era la primera vez en todos esos meses que finalmente no sentía duda. Estaba seguro de lo que quería. Lo estaba. No obstante, sentía que su temor al exterior comenzaba a dominarlo, susurrándole al oído que diera un paso atrás y regresara a su habitación, después de echar a esas dos molestias a patadas. Afrodita se sostuvo del marco de la puerta, Celintha y Minos todavía no se habían percatado de su presencia, parecían más ocupados haciéndose arrumacos como si no estuvieran en medio de la vía pública.

No podía permitirlo, era el hermano mayor, se suponía que Celintha le debía algo de respeto y obediencia; él le había prometido a su padre que siempre cuidaría a su hermana menor, y eso incluía ayudarla a proteger su corazón de tipos como Minos.

Mordiéndose el labio inferior, Afrodita sostuvo con un poco más de fuerza el marco de la puerta. No podía permitirse dudar tanto en un momento como ese, él no era así.

Al pensar en eso, Afrodita abrió los ojos y se alejó del marco. Estaba teniendo un arranque de valentía, debía apresurarse.

—¡Celintha! —gritó mientras salía de su casa y caminaba directo hacia su hermana, quien en realidad sólo estaba charlando con Minos a una distancia prudente. Sí lo había abrazado, al saludarlo, y le había besado la mejilla, pero de ninguna forma había sido escandalosa o melosa.

—¡Afrodita!

Celintha se alejó aún más de Minos y miró a su hermano con sorpresa.

—Vamos a casa —continuó Afrodita, tomando de la mano a Celintha e ignorando a Minos—. Sólo por esta vez voy a seguir tus locas ideas.

La joven abrió los ojos, entendiendo lo que su hermano estaba tratando de decirle en esa corta frase. Tampoco era tan necesario, por primera vez en mucho tiempo Afrodita había decidido salir de su hogar, eso sin duda era la muestra de que sus planes habían funcionado a la perfección. Después le explicaría todo a Minos para que entendiera su urgencia por reunirse frente a su casa, sabía que él entendería, y tal vez hasta alabaría su capacidad de convencimiento.


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¡Gracias por leer!

Esta es la continuación directa de Contusiones Personales. Un capítulo por cada personaje, más o menos; intentaré actualizar lo más pronto posible.