La Melancolica Soledad.
Mi consciencia vuelve en ese mismo instante y todo el dolor que había guardado me atraviesa como miles de espadas clavándose en mí. Caigo al suelo, jadeando por el dolor.
—¡Marco! —Ram corre hacia mí para ayudarme—. Debes ser un idiota si no sabes contener tu cuerpo.
Ella me ayuda a levantar. En estos días, Ram ha sido mucho más amable conmigo. Sin embargo, aún puedo recordar su cabeza volando. Es difícil de creer que esté enamorada de alguien como él. Ram tiene muy mala suerte.
He sido devuelto justo al momento antes de decir algo a Roswaal. Lo sé porque aún está sonriendo.
—Gracias, Ram. Estuve trabajando en el proyecto y no me di cuenta de lo cansado que estaba —le sonrío, pero ella refunfuña.
—¡Hmpf! Es porque eres un inútil —Ram camina hacia donde está Roswaal nuevamente.
El trato de Ram no es algo que me guste, pero al menos es solo verbal. Estoy seguro de que no es lo que realmente piensa, así que no me molesta en particular.
—Si, señorita patatas al vapor —murmuro al aire, provocando que ella desvíe la mirada.
Casi como un deja vu, Roswaal se ríe un poco. Ram frunce el ceño y aleja su rostro de ambos para que no lo veamos. Sería un momento lindo, quizás, si no hubiera vuelto de la muerte a causa de este bastardo.
Roswaal no tiene salvación. Si quiero seguir aquí, tengo que robarle todo lo que tiene. Solo entonces, podré matarlo.
—Siéntate, creo que tene~emos que hablar muy, muy bien —Roswaal me guiña el ojo y, con su brazo derecho, me señala el sofá.
Camino hacia el sofá, repitiendo esa escena en mi mente una y otra vez. Miro hacia la ventana, donde recuerdo la horrible muerte de Rem. Inmediatamente, mi cuerpo reacciona con náuseas y un dolor de cabeza. Intento usar maná para calmar la reacción, pero no logro tranquilizarme. Tomo una gran bocanada de aire y exhalo lentamente.
Miro a Roswaal, quien no muestra ningún cambio en su expresión.
—Hay varios factores, sin embargo, me gustaría solicitar varias cosas para poder seguir con la reconstrucción.
—Pensé que con esos mate~riales sería suficiente —responde Roswaal.
—Sí, son suficientes para la reconstrucción del pueblo, pero hay más cosas en las que trabajar —me levanto, mientras ambos me observan, y camino lentamente hacia la ventana.
No puedo dejarme afectar por eso. Aunque haya sucedido en el pasado, ya no existe. No necesito sentir miedo. Tengo que ser fuerte.
—Necesitamos herreros. Con la muerte del herrero, necesitamos traer a otros. Además, me gustaría solicitar hierro, ya que mi plan es construir una máquina que nos hará ganar mucho dinero.
La sonrisa de Roswaal se ensancha.
—Ya veo, sin duuuuda es una gran pena lo que sucedió.
—Sí, por eso necesito eso para continuar con la siguiente fase
En ese momento, Ram interrumpe.
—¿La siguiente fase? Solo es construir el pueblo y vender el mismo producto, ¿no?
Miro a ambos, tratando de mostrar una sonrisa confiada. Aunque todavía tengo miedo, no es momento de ceder ante él.
—No, si queremos igualar a los demás candidatos, necesitamos tener nuestra propia fuerza —señalo hacia el pueblo—. Entrenaremos a los aldeanos interesados para convertirlos en soldados expertos.
Un silencio cae sobre la habitación, hasta que Ram comienza a reír arrogantemente.
—¿A esos pobres aldeanos? Entrenar a personas no es una tarea sencilla. Necesitaríamos un maestro de esgrima y eso lleva años para formar caballeros.
Entonces, niego con la cabeza.
—No voy a convertirlos en caballeros. Por eso dije que necesito construir esa máquina. Solo con ella podré crear un nuevo tipo de arma.
Sí, eso es lo que he estado guardando desde el principio. En mi celular, tengo muchos diseños de armas. Logré rescatar algunos planos y he estado trabajando en ellos.
Si logro traer armas a este mundo, tendría una ventaja significativa en términos de fuerza combinada. Después de todo, es más fácil producir soldados que formar caballeros.
—Será costoso, pero creo que valdrá la pena. Si traemos esas armas de mi mundo, ningún caballero común podrá hacer frente a lo que tú llamas un simple campesino —digo con convicción.
Roswaal entrelaza las manos y reflexiona.
—Tienes razón, Marco. Si quereeeemos tener presencia, necesitamos contar con un gruuuupo a nuestra disposición. Entiendo tu deeeseo de invertir en el pueblo.
—Sí, mi intención es convertir al pueblo en nuestra propia fuerza. Desde ahí, podremos producir cualquier cosa que se me ocurra, y estoy seguro de que atraeremos a más personas al pueblo. —Miro a Roswaal con determinación—. Es una apuesta arriesgada, pero estoy seguro de que tienes los recursos para ello.
Roswaal parece pensar durante unos segundos. Mientras lo observo en silencio, no puedo evitar sentir nervios. Si salgo del guion, si mis acciones no siguen su plan, él podría matarme.
Afortunadamente, él no sabe todo lo que sé. Además, parece que no puede ver más allá de ciertos días. De lo contrario, habría sospechado cuando le dije: "Fuiste tú quien me lo dijo". No pudo aceptarlo porque salió de la mansión. También, parece que no sabe que irá a la tumba de Echidna. No sabe quién soy realmente y desconoce por completo el futuro lejano. Esto significa que, si lo planeo bien, puedo tenderle una trampa.
Mis pensamientos son interrumpidos por Roswaal.
—Interesaaante, vamos a hacer lo que di~ices —dice mientras comienza a escribir en una hoja—. Si realmente logras hacer eso, serás nombraaado alcalde del pue~eblo. Además, tu forma de llevar las cuentas es bastante eficiente. Me gustaría trabajar más contigo en eso, así que en otro momento haremos cuentas.
Roswaal me sonríe, dándome luz verde para continuar con mi plan. Todo esto ha sido por esto. Si Roswaal mismo ha dicho eso, entonces estoy en el camino correcto. Por supuesto, esto no es lo único que tengo en mente.
Irlam, en el futuro, estoy ansioso por ver en qué se convertirá.
Salgo de la habitación con una sonrisa, tratando de dejar atrás lo sucedido, aunque resulta increíblemente extraño lo fácil que es olvidar. Casi como si mi cuerpo se esforzara por evitar enloquecer ante las circunstancias.
A medida que el sol se despide en el horizonte, las estrellas comienzan a hacer su aparición, iluminando el camino hacia mi habitación. En ese trayecto, reflexiono sobre mi regreso, lamentando la falta de tiempo para pensar adecuadamente en las situaciones que enfrento. Si tan solo tuviera un margen de acción más amplio, sería capaz de tomar decisiones más acertadas. Pero, lamentablemente, la realidad es molesta y se impone a mis deseos.
En mi descenso por las escaleras, me encuentro con Emilia, quien se encontraba subiendo. Nos detenemos por unos segundos, intercambiando miradas, antes de que una sonrisa se dibuje en nuestros rostros.
—Buenas noches, Emilia —la miro directamente a los ojos, buscando transmitir complicidad.
Emilia responde con una sonrisa y me guiña un ojo, demostrando complicidad.
—Buenas noches, profesor. O quizás debería decir... socio. —Una pequeña risa escapa de sus labios.
—Sí, supongo que por esta vez puedo aceptar ese título. —Me acerco a ella y poso mi mano en su cabeza, transmitiendo cercanía y confianza— ¿Te gustaría hablar un rato? Hemos estado ocupados desde entonces.
Emilia asiente con la cabeza, mostrando interés en la propuesta.
—Sí, me encantaría. Podemos ir a mi nueva habitación —sugiere Emilia.
Sin embargo, niego con la cabeza, sintiendo la necesidad de liberar toda esta tensión fuera de las paredes de la mansión.
—Creo que sería mejor salir de la mansión. El patio está en un caos debido a la creación de hormigo, pero al menos dejamos la parte exterior limpia para que no se vea mal.
Emilia suelta una risita, colocando rápidamente su mano sobre su boca para no hacer mucho ruido.
—Jeje, cuando Rem lo vio, su rostro se tornó pálido —comenta divertida.
Ugh, aunque me aseguré de no dañar las plantas durante nuestras acciones, el proceso implicado ha generado más polvo de lo habitual. Aun así, decidimos alejarnos hacia la parte más alejada del patio para no dañar nada.
Mientras caminamos juntos y descendemos los escalones con calma, considero que sería mejor trasladar todo el caos al pueblo.
—Supongo que sería más conveniente trasladar todas estas actividades al pueblo —comento en voz baja, a medida que avanzamos.
En momentos de paz como estos, aprecio enormemente la tranquilidad. Aunque soy consciente de que fui yo quien provocó a Roswaal para que actuara de esa manera, asumo la culpa teóricamente hablando. Sin embargo, eso no cambia la intensidad del dolor que sentí en ese momento. En particular, recuerdo el cálido abrazo de Beatrice, que reveló la profunda soledad que ella experimenta,
A pesar de lo que pueda pensar. Instintivamente, Beatrice anhela la felicidad y solo debo continuar incentivando ese deseo. Aunque sufre de una gran depresión, todavía hay partes en ella que desean más.
El verdadero dolor no reside simplemente en la sensación de soledad, sino en la devastadora pérdida de toda esperanza. Cuando uno se encuentra solo, es posible encontrar consuelo en la introspección, en la búsqueda de uno mismo y en la posibilidad de un futuro diferente. Sin embargo, cuando se pierde toda esperanza, se desvanece la luz que guía nuestros pasos y se sumerge el corazón en una oscuridad desoladora.
—Ahora que lo pienso. —mi mirada se encuentra con la de Emilia, buscando un momento de conexión— Puck, no he hablado con el.
Después de lo que le dije, el tiempo no me ha permitido hablar con él. Solíamos reunirnos antes de que su hora concluyera, para sumergirnos en conversaciones sobre magia y otros asuntos. Además, era el momento en el que me brindaba su ayuda para controlar mi puerta.
Emilia, con un gesto de puchero, baja el último escalón y rápidamente se adelanta a mí con una pequeña carrera.
—Parece que has estado tan ocupado que ni siquiera has tenido tiempo para mí. Puck dice que ya te estás olvidando de él —comenta Emilia, dejando entrever un dejo de tristeza en su voz.
—Una vez que las cosas se estabilicen, volveremos a nuestra rutina. Puck es mi maestro, nunca podría olvidarme de él —le aseguro con dulzura, tratando de transmitirle tranquilidad y seguridad.
Juntos, abandonamos la mansión, y cada vez que levanto la vista hacia el cielo, no puedo evitar sentir una profunda admiración. Aquí, libre de la contaminación, puedo deleitarme con una vista celestial de una belleza indescriptible. Además, el hecho de que nos encontremos en una región libre de actividad volcánica permite que el firmamento se muestre en todo su esplendor.
Sin embargo, no logro identificar las constelaciones; en realidad, no tengo mucho conocimiento al respecto. A pesar de mis intentos por encontrar las típicas como el cinturón de Orión, no logro distinguirlas en el cielo nocturno. Esto solo me hace recordar cuán ajeno me siento a mi propio mundo y sus maravillas.
—Sabes, en mi mundo solemos asignar nombres a todas las estrellas que pueblan el firmamento —comparto con Emilia mientras caminamos hacia un campo abierto, donde decidimos sentarnos juntos.
—¿En serio? Pero ¿con qué propósito? —Emilia desvía su mirada hacia el cielo, deleitándose en su magnificencia a mi lado.
Excluyendo los objetivos científicos o de supervivencia, dudo que exista un propósito concreto. Más bien, creo que es una forma de dotar de romanticismo a aquello que apreciamos. Quizás sea una manera de sentir que estas estrellas nos pertenecen, de alguna manera.
—Al darles nombres a lo que forma parte de nuestra vida, incluso a esas estrellas que se encuentran tan distantes, logramos sentir que están intrínsecamente ligadas a nosotros —explico mientras extiendo mi mano, señalando el firmamento estrellado—. Así, cuando las apreciamos y las contemplamos, podemos experimentar una sensación de acogimiento y pertenencia, como si estuvieran ahí para acompañarnos.
—Ehh, así que, ponerles nombres para sentir que son parte de ti —comenta Emilia con suavidad, su voz totalmente calmada.
—¿Quieres intentarlo? —le pregunto.
—¡Sí! —responde emocionada.
Olvidando por qué estábamos allí, ambos comenzamos a buscar figuras en el firmamento. Para mí resulta complicado, ya que solo intento encontrar las que conozco y no logro distinguir ninguna figura o algo que represente un significado.
Después de unos minutos, nos acostamos en el césped, observando el cielo con atención y buscando una conexión, casi como si fuera una competencia.
En este momento, no puedo evitar sentir una calma profunda. Unas simples palabras fueron suficientes para provocar la muerte de casi todos, unas palabras dirigidas a un psicópata. La idea es simplemente insoportable. Me aterra pensar en qué hacer o qué decir, temo salirme de su guion y tener que repetir todo nuevamente.
Sé que él no sabe del futuro, pero sí sabe del presente. Si quiero acabar con él, tengo que ir a la tumba de Echidna. Sin embargo, todavía no estoy listo para eso.
—¡Encontré algo! —exclama Emilia emocionada, alzando su mano e intentando señalarme algo.
Por otro lado, Emilia es capaz de mantener su actitud genuina, y admiro eso en ella.
—¿Dónde? —me acerco a ella para intentar acomodarme y ver lo que señala.
—¡Mira, mira!... Tiene la forma del cristal donde se encuentra Puck —señala Emilia con emoción, pero lamentablemente no soy capaz de verlo.
—Espera, si me le señalas así es difícil. —Me ruedo más, justo a su lado, para poder tener su perspectiva.
Emilia se sorprende, y sus mejillas se tiñen de un suave rubor bajo la tenue luz de la luna. Intenta disimular su vergüenza, apartando rápidamente la mirada hacia el cielo estrellado.
—Todavía no puedo verlo claramente —digo con voz suave, mientras su timidez se hace evidente.
Puede que esté excediéndome al prestar tanta atención a los detalles, pero desde que hemos empezado a trabajar juntos, hemos desarrollado una confianza especial. Aunque no me atrevo a afirmar que confío plenamente en ella, sé que no tiene malas intenciones hacia mí. Al menos, sé que le importo genuinamente.
No. Hay otra persona, una niña, que en su soledad decidió ayudarme incluso a costa de su propia vida.
Ambos nos encontramos tumbados en el suave césped, nuestras cabezas juntas, mientras contemplamos el firmamento estrellado. En ese momento de paz compartido, la atmósfera se llena de una dulce complicidad.
—Mira... —susurra Emilia, tratando de ocultar su vergüenza.
Debe ser difícil para ella expresar sus emociones abiertamente, pero estas interacciones poco a poco la van acostumbrando. Cada experiencia nueva es un paso hacia su crecimiento personal, y me alegra ser testigo de ello.
Con su mano temblorosa, Emilia señala una estrella que brilla con destellos azules intermitentes.
—Desde ahí comienza, ¿lo ves? —su voz titubeante denota su timidez.
—Sí —respondo suavemente, intentando transmitirle calma y complicidad.
Emilia baja su mano lentamente, y yo la observo fascinado. Estrella por estrella, su gesto delicado va trazando la figura de un rombo en el cielo estrellado. En cada punta del rombo, una estrella destaca con un resplandor amarillo opaco, como si estuviera a punto de desvanecerse.
—Para mí, Puck es lo más importante que existe. Ha sido mi apoyo incondicional todo este tiempo —susurra Emilia, su voz apenas audible debido a su timidez—. Lo quiero mucho, así que le daré su nombre.
Mis ojos se iluminan con admiración y asombro. En ese instante, la percepción de Emilia va más allá de lo tangible y se adentra en el amor puro de un familiar. Es un amor profundo y puro, que trasciende todas las barreras.
—La Constelación Puck. Eso es realmente hermoso, Emilia —murmuro, conmovido por su gesto de amor.
La vergüenza se refleja en el rostro de Emilia mientras baja tímidamente la mirada. Es una expresión encantadora que añade un toque de vulnerabilidad a la escena.
—Sí, es una lástima que no pueda verlo —confiesa con voz suave, como si estuviera compartiendo un secreto íntimo. En ese momento, no puedo evitar sonreír ante la dulzura de Emilia. Es en esos pequeños detalles donde se esconde la verdadera belleza del amor que siente ella por Puck.
—Puedo tomarle una foto con mi celular —propongo.
A veces, no está mal hacer algo aunque no obtengas beneficio personal. Me gustaría ver la reacción de Puck al verlo. Para un espíritu, puede parecer algo estúpido y banal, pero estoy seguro de que él lo comprenderá al ver a Emilia feliz.
Emilia gira la cabeza hacia mí, y mientras yo observo el cielo, ella exclama con alegría:
—¿En serio? ¿Es posible? —Emilia se muestra emocionada, sin prestar atención a nuestra cercanía.
—Sí, mañana traeré mi celular y le tomaremos una foto. Quiero ver qué dice Puck cuando la vea —afirmo, con entusiasmo por su reacción.
—¡Sí! —Emilia vuelve a dirigir su mirada al cielo, y puedo notar que se siente feliz por lo que le dije.
—Ahora que lo pienso, el cristal representa eso, pero el punto en el centro —comento.
Emilia guarda silencio por un momento, y luego habla, con un tono más apagado.
—No te lo diré —dice, provocando mi curiosidad.
—No me parece —respondo, intrigado por su respuesta.
Continuamos observando el firmamento, intentando encontrar más conexiones entre las estrellas. Sin embargo, después de un tiempo, Emilia comienza a hablar.
—Es difícil —su tono se vuelve más apagado—. Ha sido una experiencia realmente horrible tener que contenerlo todo y seguir adelante mostrando fortaleza.
Emilia hace una pausa y coloca su brazo sobre sus ojos, como si quisiera ocultar sus emociones.
—¿Es eso lo que significa ser un adulto? —suspira, intentando contener las lágrimas.
Sé que no son cosas fáciles de afrontar. Es fácil culpar y decirle a alguien que sea fuerte, es fácil juzgar cuando uno mismo se siente débil, porque son cosas que nos decimos a nosotros mismos en momentos así. Lo difícil es ser solidario en medio del dolor.
No todos reaccionan de la misma manera ni viven las mismas circunstancias. No puedo encontrar palabras que le brinden el apoyo que Emilia necesita en este momento.
Ser adulto va más allá de la edad. Es una etapa de la vida en la que aprendes a controlarte a ti mismo, a no actuar impulsivamente como lo harías en la adolescencia.
—Llorar está bien —digo mientras tomo la mano izquierda de Emilia, que descansa sobre su vientre—. Llorar es parte de la vida, incluso yo, a veces, envidio a las personas capaces de llorar.
Emilia aprieta su agarre, temblando ligeramente.
—Las personas siempre esperarán que seas perfecta. Querrán ver resultados, que triunfes en todo.
Las personas son egoístas por naturaleza, y la única forma de enseñarles a ser solidarias es que pasen por las mismas experiencias. Es fácil criticar, pero es difícil comprender.
Emilia es solo una niña, una niña que se ha visto obligada a crecer demasiado rápido.
Crecer en un entorno desfavorable, rodeada de personas que la odian por su apariencia, sin haber tenido la oportunidad de socializar adecuadamente, con recuerdos felices de su familia que le fueron arrebatados para evitar que enfrentara el trauma de su muerte.
Culpar a Emilia por llorar, culparla por querer rendirse, me parece una hipocresía en todos los sentidos. Esperar que alguien sea fuerte simplemente porque sí es solo un deseo interno de ver reflejados nuestros propios deseos.
—No te dejes controlar por esos pensamientos. Sé que la presión sobre ti es fuerte, pero también eres una persona, y no siempre tienes que ser fuerte.
Emilia gira su cuerpo, quedando de medio lado y me mira fijamente.
—Pero todo esto sucedió porque no pude proteger a todos —sus lágrimas caen lentamente, tocando el césped—. Si esto va a seguir ocurriendo, entonces prefiero dejarlo todo.
—No seas arrogante, Emilia.
Mis palabras la sorprenden y ella abre los ojos de par en par mientras las lágrimas siguen cayendo.
—Sé que te lo he dicho antes, y sé que es complicado debido a todo lo que ha sucedido. De hecho, ver que todavía lo piensas me muestra el gran corazón que tienes.
A diferencia de los demás, no todos somos capaces sentirlo igual. Sea las experiencias que te lleva a eso, o sea porque simplemente no te importa. Cada uno vive el duelo de forma diferente.
—Es cierto, esto puede volver a suceder. Después de todo, no somos perfectos. Creer que podemos hacerlo todo es solo un deseo fantasioso. Aunque el protagonista de un cuento logre salvar a todos, eso solo ocurre en la ficción. La realidad nunca es tan hermosa.
—¿Y eso es justo? —pregunta Emilia con voz entrecortada.
—No lo sé —respondo mientras la rodeo con mi brazo derecho, acercándola más a mí—. Lo único que sé es que debemos ser fuertes.
Emilia no me rechaza, se queda junto a mí, sollozando suavemente en mi pecho. Ha sido fuerte todo este tiempo, ha estado pendiente de todo, no ha dejado de estudiar y recientemente ha estado practicando sus habilidades espirituales, intentando controlar mejor su maná para evitar que algo así vuelva a suceder.
Se ha esforzado como nunca, pero también sé lo agotador que puede ser.
—Sí, tengo que ser fuerte —dice Emilia sin separarse de mí.
—Pero, cuando lo necesites —la abrazo con mi brazo izquierdo—. Puedes venir y llorar siempre que quieras.
Emilia comienza a llorar nuevamente, pero esta vez no es un llanto desesperado. Simplemente llora, sin decir nada, liberando toda la presión que ha estado acumulando en estos días.
—Solo prométeme que serás fuerte cuando necesites serlo —le digo.
Emilia sigue llorando, pero asiente con la cabeza. ¿Qué tan difícil debe ser para ella? Sentir esa soledad, a pesar de tener a Puck a su lado, seguramente desearía estar con alguien más. Reír como lo hacen las personas normales y disfrutar de una vida tranquila.
Deslizo mi mano por su cabeza, acariciándola suavemente.
Llorar no es fácil. No creo que el verdadero llanto sea algo sencillo. Hay personas que lloran por cualquier cosa, es cierto, pero no sabemos qué hay dentro de sus cabezas para que eso suceda.
Puedo sentir el peso de las lágrimas de Emilia.
Aunque nos conozcamos desde hace poco, puedo sentir empatía por su situación. También reconozco su esfuerzo.
Permanezco junto a ella mientras libera su vulnerabilidad, mientras drena su dolor. Tal vez en el futuro podamos ser buenos amigos, confiando el uno en el otro. Esta es una Emilia que nunca había visto, lejos de ser presentada como una princesa o una heroína que necesita ser rescatada por el protagonista.
Miro hacia el horizonte mientras la suave brisa acaricia nuestro cuerpo bajo el resplandor de la luna. En medio de ese momento especial, Emilia y yo fortalecemos nuestra determinación, anhelando un futuro mejor. Sus palabras resonaron en el aire, llenas de gratitud y afecto.
—Gracias, Marco. Gracias por estar aquí —dice Emilia, liberándose de mis brazos y levantándose con prisa. Ella se apresura a limpiar el polvo de su vestido y me extiende la mano.
Sonrío al ver su persistente sonrisa, a pesar de tener los ojos ligeramente hinchados. Tomo su mano y me pongo de pie, consciente de que aún hay mucho trabajo por hacer.
—Sí, hay mucho trabajo que nos espera —respondo, compartiendo su entusiasmo.
Nos despedimos, y yo decido regresar a mi modesta habitación de sirviente, que se encuentra cerca de la cocina. Sin embargo, no tengo intención de quedarme allí por mucho tiempo. Después de darme un baño y cambiar de ropa, me encuentro de pie frente a la puerta de Beatrice.
Con un latido acelerado en el corazón, abro la puerta desde adentro. El aroma que antes resultaba desagradable ha sido reemplazado por una impaciencia expectante. Y allí está ella, sentada, absorta en la lectura de un libro, como suele hacerlo.
Sin voltear hacia mí, Beatrice suelta un suspiro de desdén y dice:
—¡Hmpf! Pareces desesperado por ver a Betty, pero Betty no quiere verte.
Sus palabras cortantes causan una pequeña punzada en mi interior. No puedo olvidar las palabras que pronunció antes de su muerte, y no puedo permitir que se quede atrapada en su soledad.
—¿Enserio? Pensaba que al menos tú te divertías conmigo.
—¿Quién te crees que eres, de hecho? —me lanza una mirada fulminante.
Mantengo la mirada firme, decidido a no dejarla escapar de nuevo.
—Tal vez debería dejar de venir, entonces —le respondo, desafiante.
El ambiente se carga con una tensión palpable, mientras nos enfrentamos en ese encuentro lleno de emociones.
—Sí, esa una genial idea supongo —responde.
Yo reconozco la dificultad que implica aceptar a alguien cuando se ha sentido el peso del aprovechamiento y la soledad. Aunque he mencionado antes la soledad de los cuatrocientos años, mi deseo de ayudar a Beatrice surge desde lo más profundo de mi ser. Tal vez haya alguna conexión inexplicable entre nosotros.
—Entonces, no podré traerte más planos ni compartir más historias contigo —comento, notando cómo Beatrice baja la cabeza y hace unos suaves pucheros.
—No dije eso, de hecho —responde, desviando la mirada.
—No te preocupes, aunque lo niegues, no puedes engañarte a ti misma —le guiño un ojo—. Aunque te moleste que te lo diga, espero que algún día puedas sonreír sinceramente.
Ella aparta la mirada y deja en claro que no quiere hablar de eso. Yo tampoco vine con la intención de discutirlo, por lo que no tengo problema alguno.
—¿Hay alguna forma en la que pueda percibir el miasma? —pregunto, necesitando comprenderlo.
Aunque sé que hay algo descontrolado en mi cuerpo, no logro identificar si se trata de miasma ni cómo controlarlo. Se que es miasma porque Puck me lo dijo, esa sensación ominosa en mi cuerpo. Hasta ahora, solo puedo usar mi maná y activarlo para que vaya eliminando lentamente el miasma. Si pudiera identificarlo claramente, sería de gran ayuda.
—Hay un libro que habla sobre ello. Si lo que buscas es información, puedes leerlo —responde Beatrice, utilizando su magia gravitacional para lanzarme un libro. Lo cojo y observo su portada: "Maldiciones".
—Gracias. Me quedaré aquí a tu lado leyendo, mi querida compañera de lectura —expreso, aprovechando el conocimiento de esta biblioteca.
Aunque mi tiempo es limitado, debo comenzar a leer poco a poco todo lo que se encuentre aquí. Cuanto más conocimiento adquiera, más posibilidades tendré de obtener más poder.
Después de un tiempo leyendo, empiezo a comprender un poco más sobre el miasma. Como era de esperar, el miasma es una fuerza opuesta al maná. Se originó en el mismo momento, pero se manifiesta de manera diferente.
No se nace con miasma, sino que uno se infecta si entra en contacto con otro ser que lo posea y lo transmita. Es como un virus, en esencia. El miasma es capaz de alimentarse de emociones negativas y alterar las reglas mismas del maná, desencadenando habilidades que pueden parecerse a lo que se conoce como bendiciones divinas.
Han habido casos de nacimientos con miasma, como una bruja que nació con miasma.
El problema radica en que si no eres compatible con el miasma, te sumerges en la locura más rapido que alguien con mayor compatibilidad.
—Los genes, por otro lado, tienen raíces antiguas y son llevados por las brujas de antaño —explica Beatrice—. Los genes son manifestaciones de habilidades. Mientras que el miasma te otorga cierta resistencia y poder simplemente por poseerlo, los genes son habilidades que se adaptan a los deseos más profundos del portador y afectan su mente. Si no eres compatible con los genes, tus propios deseos tomarán el control de ti, convirtiéndote en una simple máquina que cumple tus anhelos.
No hay una forma práctica de percibir el miasma, pero aquí menciona que este no es la única forma en que se manifiesta. Hay personas capaces de crear la habilidad de detectarlo, especialmente los espíritus, quienes pueden percibirlo sin falta. Aquellos que desarrollan esta habilidad suelen hacerlo debido a traumas relacionados con el efecto del miasma, por lo que no es algo fácil de crear.
Eso explica por qué Rem es capaz de sentirlo. Supongo que tendré que preguntarle a Rem sobre esto, ya que aquí no recibiré más ayuda. Beatrice, como espíritu, simplemente es capaz de hacerlo, pero no creo que pueda ayudarme más en ese aspecto.
—Ahora que tienes la información, sería mejor que te vayas supongo —dice Beatrice, cerrando su libro y señalando la puerta con su mano.
—No vine aquí para leer eso, vine para verte a ti —le digo, ignorando su señal—. Quiero hablar contigo, así que ven, no te amargues más la vida.
Pongo mi mano sobre su cabeza, causando una reacción enérgica en ella. Después de unos segundos, deja de resistirse y me pregunta:
—¿Por qué tengo que ser yo? Afuera está la media elfa, y además, la sirvienta te ha estado esperando frente a la puerta de hecho.
—Porque me siento cómodo contigo.
—No me uses para tu comodidad, eso es desagradable, supongo —dice con molestia.
Sabía que esas palabras la harían pensar así.
—Sentirme cómodo contigo no significa que te use. Sentirme cómodo contigo significa que quiero estar contigo —respondo mientras camino hacia un lado de su silla y me arrodillo—. No quiero hacer nada más que verte feliz.
—¿Por qué? Apenas llevas aquí poco más de una semana. Es extraño que quieras hacer eso por alguien de hecho.
—El tiempo es irrelevante, Beatrice. Lo importante no es cuánto tiempo pasas con alguien, sino cómo lo pasas con esa persona. Disfruto más la buena compañía de un día que una regular durante años.
Beatrice contrae sus labios, intentando contener su rabia. Para ella, el tiempo se ha convertido en una dolorosa tortura que amenaza con aplastar su espíritu. En ese momento, nuestros ojos se encuentran, y siento una chispa de conexión que va más allá de las palabras.
—El pasado se queda en lo que fue, eso es algo que nunca va a cambiar de hecho —susurra con una voz cargada de amargura.
—Así es, por eso. No tengo derecho a entrar en tu vida, pero solo si tú misma me lo dices —respondo, tomando su mano con suavidad, tratando de transmitirle una sensación reconfortante.
La miro fijamente a los ojos, mientras mis palabras fluyen con sinceridad.
—No sé qué experiencias has vivido, pero es mejor disfrutar del presente que permitir que el pasado te arrastre hacia abajo. Nunca es tarde para encontrar la felicidad, Beatrice. Aunque puedas sentir que todo está perdido, aún hay posibilidades infinitas esperando por ti.
Sus ojos se desvían, como si aceptar mis palabras fuera una tarea demasiado difícil para ella. La tristeza y la desesperanza parecen haberse enraizado profundamente en su ser.
—No nos conocemos, es verdad, pero eso no significa que no podamos cambiarlo —le digo, con una nota de esperanza en mi voz.
Beatrice levanta la mirada, como si estuviera a punto de decir algo, pero sus labios permanecen cerrados. Sin embargo, en ese breve instante, puedo ver un destello de curiosidad en sus ojos, un indicio de que tal vez haya una rendija por donde la luz pueda filtrarse.
—Si hay aunque sea un ápice de esperanza en ti, déjame guiarte hacia un nuevo camino. Permíteme mostrarte que todavía puedes encontrar la felicidad —le digo, cerrando los ojos momentáneamente y esbozando una sonrisa llena de confianza.
Un silencio tenso se instala entre nosotros. Beatrice parece sin palabras, incapaz de responder. Por otro lado, mi corazón se agita ante la incertidumbre de la situación. Sé que no es el momento adecuado para decirle esto, sé que aún no hemos construido la suficiente confianza, pero el deseo de verla liberarse de sus cadenas y experimentar la plenitud de la vida es abrumador.
—Conóceme más, Beatrice. Permíteme adentrarme en tu mundo, y cuando confíes en mí lo suficiente, podrás contarme sobre ti. Te prometo que no me alejaré, que estaré a tu lado, incondicionalmente —digo, colocando con determinación mi mano en su cabeza.
Un destello de duda cruza por su rostro, pero finalmente, se rinde ante la intensidad de nuestras emociones compartidas.
—Haz lo que quieras, supongo —murmura Beatrice mientras saca de la nada su cama y se levanta con determinación—. Ya me voy a dormir. Agradecería que te marcharas también.
Con una sonrisa cargada de comprensión, camino lentamente hacia la salida. Sin embargo, antes de partir, mis ojos se encuentran con los suyos una vez más, buscando una promesa silenciosa.
—Mañana volveré, Beatrice —le susurro suavemente, transmitiéndole mi compromiso inquebrantable.
Mientras salgo de la habitación, no puedo evitar sentir que el mundo está lleno de posibilidades. Esta situación se entrelaza con la esperanza de que, con el tiempo, podremos sanar juntos y descubrir la belleza de la vida y la alegría compartida.
Me dejo caer en la cama con suavidad, sintiendo cómo mi cuerpo se hunde en el colchón acogedor. El cansancio acumulado del día pesa sobre mí, pero también hay una chispa de emoción que arde en mi interior. Mañana es un nuevo día, lleno de posibilidades y oportunidades para construir un futuro mejor.
La habitación se sume en la penumbra, y cierro los ojos lentamente, permitiendo que el sueño me envuelva como un abrazo reconfortante. Mi mente se llena de imágenes y sueños, mientras me dejo llevar por la promesa de un mañana brillante.
En ese instante, la cama parece absorber mi ser, acogiendo no solo mi cansancio físico, sino también mis esperanzas y anhelos. Me entrego a ella sin reservas, confiando en que al despertar, estaré renovado y listo para enfrentar lo que el destino me depara.
Después de todo, el siguiente paso es el inicio formal de las elecciones, y... El ataque del culto.
