Recapitulando:
Alsten la recuesta en el sofá, su ropa evidencia manchas de sangre seca.
—Mi general, encontramos a esta niña gritando en el pueblo, suplicando ayuda antes de desmayarse —informa Alsten manteniendo su postura militar—. El problema reside en la sangre que la cubre, y parece provenir de la misma dirección donde se encuentra un pueblo cercano.
—Beatrice, por favor, despiértala.
Beatrice asiente y utiliza su magia para despertar a la chica. Emilia observa con preocupación, mientras que la mirada de Rem parece desatar sentimientos de odio. Puedo percibir su sed de venganza desde aquí.
Rem permanece quieta, simplemente observando la situación. Intercambia miradas conmigo, confirmando nuestras sospechas.
Lentamente, la chica abre los ojos, revelando unos iris rojos como rubíes. Confundida, mira a su alrededor, pero al fijarse en Emilia y los demás, su rostro se llena de terror.
Entonces, grita con fuerza:
—¡El culto de la bruja se acerca!
Monologo de Emilia.
Miedo al cambio.
Todos los días, desde su llegada, he estado entregándome por completo. Es sorprendente ver cómo su mera presencia ha logrado transformarlo todo y a todos a su alrededor. Marco contempla el mundo de una manera que aún escapa a mi comprensión, por eso deseo seguirlo, permanecer a su lado, con la esperanza de algún día alcanzar esa sincronía con él.
Todo ha cambiado a una velocidad vertiginosa, tan rápido que resulta desafiante mantenerme al día. Reconozco mi debilidad y los miedos que me embargan, pero también he puesto un gran esfuerzo. Mi mundo se ha transformado y ahora debo adaptarme a los nuevos tiempos. Al principio, me resultaba difícil seguir sus explicaciones, sobre todo cuando se trataba de números, algo que parece fluir en el aire y que nunca logré comprender del todo.
Sin embargo, su paciencia conmigo ha sido sumamente gratificante. Si yo misma me hubiera explicado, probablemente me habría rendido hace mucho tiempo, pero él no lo hizo, y eso me ha motivado a seguir esforzándome. Con el paso del tiempo, cada elogio y cada logro alcanzado me han hecho comprender lo maravillosamente gratificante que es adquirir nuevas habilidades y conocimientos.
Incluso cuando la desmotivación amenaza con apoderarse de mí, siempre recuerdo sus palabras. "No es ser experta en todo lo que te otorga valor, sino destacar en una sola cosa y sobrepasar a todos en ella". Esas palabras me impulsaron a profundizar en el estudio de la medicina, tal como él la llama, y así utilizar mi don para salvar a más personas. El arte de la curación se perfecciona con el conocimiento: la velocidad de la sanación, la eficiencia en el uso de la energía vital y las posibilidades aumentan a medida que comprendes más acerca del cuerpo humano.
Mientras Puck selecciona el peinado que luciré, dirijo mi mirada hacia la ventana, anhelando un día lleno de calidez.
—Has cambiado, Lia —afirma Puck, mientras acaricia suavemente mi cabello.
—Lo sé, es solo que, me atemoriza profundamente que mis cambios no sean del agrado de todos —miro hacía la ventana, apreciando los delicados rayos de luz del sol.
El solo pensamiento de alterar mi ser, de transformarme para bien o para mal en búsqueda de una versión mejorada de mí misma, despierta en mí un miedo abrumador.
—Recuerda las palabras de Marco, Lia —subraya Puck con voz melodiosa—, vives para ti misma, y solo las opiniones de aquellos a quienes respetas deberían tener influencia en tu camino.
Sus palabras me obligan a cerrar los ojos, a sumergirme en una profunda meditación. Me he esforzado incansablemente por superarme, por ir más allá de las expectativas, pero a pesar de ello, todos continúan tratándome como a una niña, incluso Puck. Él, en su gran amor, oculta secretos tras sus ojos misteriosos, y me aterra exigirle respuestas que podrían desbaratar mi frágil equilibrio.
Por eso para mí, Marco es alguien irremplazable. Es irónico que aquel que siempre señala mis errores sea también quien posee una fe inquebrantable en mi potencial.
—Sí, lo sé —respondo con un deje de determinación en mi voz—. Es por eso por lo que debo esforzarme aún más.
Me levanto con una mezcla de gracia y solemnidad, inclino mi cabeza con elegancia para ajustar mi uniforme confeccionado por las hábiles manos de Rem. En mi corazón, albergo un sentimiento de profunda gratitud por sus cuidados y sus palabras de aliento. Sonrío cálidamente al rememorar la charla inspiradora que tuve con ella.
Con paso firme, abro la puerta hacia un mundo lleno de expectativas. Ellos, mis compañeros y guías están esperando mi presencia. Aunque mi corazón se estremezca de temor ante las múltiples incertidumbres que acechan en mi camino, debo aprovechar esa inquietud como un impulso para avanzar y forjarme en alguien merecedora del respeto de todos aquellos que duden de mi valía.
El telón se levanta y es mi momento de brillar.
Prologo.
El inicio de la guerra.
El culto de la bruja…
Debí haberlo sospechado en el momento en que ese maldito mencionó que había noticias importantes en la capital. Se marchó ayer por una supuesta solicitud de los altos mandos en la capital. No puedo estar seguro si es verdad o no, pero debería haber hecho algo en cuanto partió. Nada de esto tiene sentido, el motivo del ataque es porque conocen la ubicación de Emilia, saben su nombre y sus alianzas. La única explicación posible es que haya habido una filtración en el pueblo.
—¡Han masacrado a todos y se dirigen hacia aquí! —exclama aquella mujer, cuyo rostro refleja ira y pesar.
Mi mente se convierte en un caos, el miedo se adueña de cada fibra de mi ser mientras intento mantener la calma. Aprieto mis puños, tratando de encontrar una solución para superar esta situación. En estas circunstancias, no puedo pedir ayuda, y si muero, según todo lo que ha sucedido, seré devuelto a un momento cercano a mi muerte.
No hay tiempo, no sé por dónde y cuándo exactamente van a atacar. Si espero a que ocurra, podría haber muchas víctimas y sería irreversible. Debo pensar cuidadosamente en todo, por mí mismo.
Rem y Beatrice me dirigen una mirada determinada, confirmando que la chica tiene miasma en su interior, lo cual indica que podría estar relacionada con el culto. Beatrice y Rem están alerta, pero eso resulta inútil ante las habilidades de esa persona. Si quiero tener alguna oportunidad de enfrentarla, dependeré de mi velocidad al disparar.
Un cultista nunca se rebelará contra su líder, por lo que eliminar a esta persona es lo más apropiado. Sin embargo, tengo un sentimiento extraño respecto a esta chica.
—Beatrice, revisa a esa chica —ordeno, mirándola fijamente a los ojos.
Beatrice me observa con cierta preocupación, probablemente percibe el miedo que hay en mí. Como su contratista, puedo sentir algo de sus emociones y viceversa. Debido a los límites de nuestro contrato, hay muchas cosas que no puedo hacer, pero Beatrice es más que una simple carta. Debo idear una manera de compensar las limitaciones del contrato.
Ella se da media vuelta y camina hacia la chica, quien todavía intenta oponer resistencia. Beatrice se teletransporta a su espalda sin darle oportunidad de seguir balbuceando. Sin previo aviso, drena todo el maná de la chica, lo que provoca una presión insoportable en mi interior.
Es un maná ardiente, como el mismo infierno. Siento cómo mi cuerpo arde mientras Beatrice lo absorbe. De inmediato, mi puerta mágica comienza a descontrolarse, por lo que libero el exceso de maná, creando una ráfaga de viento que levanta todo a su paso.
La sensación se calma un poco, pero todos me miran atónitos por lo que acaba de suceder. Beatrice se coloca a mi lado y toma mi mano, utilizando su magia curativa para estabilizar mi puerta.
Emilia sacude la cabeza, me mira con enojo y finalmente me grita:
—¡¿Por qué hiciste eso?! —Emilia se acerca a mí, su voz cargada de ira y preocupación—. Ella parecía estar sufriendo.
Mi mirada se desvía hacia Beatrice, quien niega con la cabeza, confirmando que la chica no tiene malas intenciones. Es comprensible, considerando que Emilia no sabe que esta chica tiene miasma, así que no tengo intención de revelarle ese detalle.
—Beatrice puede determinar qué tipo de persona es al absorber su maná. Si detecta algo raro, es la mejor forma de confirmar si es una enemiga o no —argumento, mientras dirijo mi mirada al Coronel Alsten—. Coronel Alsten, aunque no tenemos una confirmación clara sobre esta información, tomaremos la medida T01 como precaución ante un posible ataque.
Para tener una visión clara de todas las posibilidades, he establecido medidas de seguridad acorde a diferentes escenarios. Si los soldados saben qué hacer, las cosas tendrán más posibilidades de salir bien. Estas medidas han sido explicadas tanto al pueblo como a los soldados, y la T01 forma parte de ellas.
Siendo la primera medida, la he concebido como una salvaguarda ante posibles ataques. Necesitamos velocidad, por lo que, considerando aspectos como el orden y las negaciones, he hecho que estas medidas sean obligatorias.
Quien no cumpla con ellas será duramente multado.
La medida T01 para los soldados establece que deben mantener guardia en todo el perímetro, mientras un escuadrón realiza los anuncios y coloca banderas de la medida por todo el pueblo. Se les prohíbe regresar a sus hogares hasta que se retire la alerta, y además deben comenzar a construir trincheras, tarea que recae en los magos especializados en magia de tierra.
Esta situación se complica debido a que carecemos de murallas para defendernos, lo que nos deja vulnerables en todos los flancos. Por ello, las trincheras adquieren una importancia vital, ya que nos permiten movilizarnos rápidamente.
A medida que aumente el número de personas, iremos ajustando estas medidas, pero por ahora, somos poco más de cuarenta, y nuestras opciones son limitadas.
En cuanto a los civiles, se les indica que está terminantemente prohibido abandonar el pueblo, y se establece un toque de queda nocturno. Se suspenden los trabajos el primer día en que se implementa la medida, y todos deben buscar refugio en la academia.
Alsten comprende de inmediato, con expresión molesta, realiza un saludo militar y exclama:
—¡Sí, mi general!
La estructura jerárquica militar no es demasiado compleja, dado nuestro reducido número. Por ahora, contamos con alféreces, que son los estudiantes; luego están los soldados, los capitanes, el coronel y el general. Conforme llegue más gente, esta estructura irá evolucionando, pero por el momento es un punto de partida.
Alsten abandona la estancia, lo cual lleva a Rem a acercarse a mí, aparentemente con la intención de ocultar información a Emilia.
Sin embargo, niego con la cabeza. Es hora de que Emilia también se enfrente a las cosas como es debido. Ocultar información solo provocará que ella intente hacer las cosas por su cuenta. Necesito que crezca lo más rápido posible, y para ello, todas las experiencias serán útiles.
—Dile la verdad, después de todo, ella es la líder —dirijo mi mirada a Emilia, quien parece sorprendida por la situación.
Rem asiente, a pesar de su evidente deseo de eliminar a la persona que se encuentra en el sofá. Ella se voltea hacia Emilia y con una leve inclinación parece disculparse por haberla excluido. Emilia muestra una expresión de confusión, pero rápidamente Rem se apresura a explicar:
—La razón por la cual el general Marco actuó así es porque esta chica posee miasma de la bruja —La sed de sangre en Rem se filtra, haciendo que el maná empiece a emanar de ella.
Coloco suavemente mi mano en el hombro de Rem, tratando de transmitirle calma a través del contacto. Mientras tanto, Emilia dirige su mirada hacia la chica durante unos breves segundos. Después, busca mi confirmación y yo asiento con determinación, provocando un leve temblor en sus labios.
En este momento, Emilia necesita encontrar su fuerza interior.
Desplomándose de rodillas en el suelo, su mirada se pierde en sus propias manos. Aún parece estar procesando lo que sucedió en el pueblo; aunque sabe que el ataque de las mabestias no fue culpa suya, ahora se enfrenta a una situación diferente y dolorosa. No sé si alguien perderá la vida, pero sé que Emilia debe encontrar coraje.
Porque salvar a todos es una carga demasiado pesada para ella.
Rem se agacha, ofreciéndole su apoyo, pero Emilia la rechaza con un gesto sutil. En silencio, reflexiono sobre la ausencia de Puck durante todo este tiempo. Beatrice, notando mi preocupación, aprieta con firmeza mi mano, ofreciéndome su sonrisa reconfortante. En esta situación desafiante, necesito su apoyo más que nunca.
El tiempo ha pasado rápidamente, pero la vida de muchas personas sigue en peligro. Es probable que Alsten ya se encuentre en el pueblo, lo que significa que debemos actuar sin demora.
Emilia debe enfrentar sus miedos y tomar una decisión valiente.
—Emilia, ¿qué debemos hacer? —La miro directamente, manteniendo un rostro impasible.
No hay tiempo para juegos. El nerviosismo me consume a mí también, mientras Rem soporta con entereza la presión. Emilia es la más joven en términos de experiencia, pero lamentablemente, no puede permitirse disfrutar de una adolescencia común y corriente.
Emilia levanta el rostro, a punto de quebrarse en lágrimas, pero al cruzar su mirada con la mía, comprende que ahora no es momento para lástima.
Emilia es plenamente consciente de que este no es el momento adecuado. Cierra los ojos y toma una profunda y agitada inspiración, esforzándose por encontrar la calma. Aunque, en parte, se siente culpable, sabe que no debe ser juzgada únicamente por eso.
—¿Qué debemos hacer? —insisto, buscando hacer entrar en razón a Emilia.
Con determinación, Emilia se levanta y me mira directamente a los ojos, tratando de infundirse fuerza a sí misma. Anuncia con voz firme:
—Puck dice que es probable que la chica esté diciendo la verdad, por lo que debemos priorizar la seguridad del pueblo y proceder a evacuarlo —ordena, dejando en claro su posición.
Le sonrío agradecido por su respuesta. En este momento, lo más importante es garantizar la seguridad de las personas. Sin embargo, el problema radica en que no puedo detener indefinidamente la producción. Hay contratos que cumplir y compromisos que mantener.
Dirijo mi mirada hacia la chica en el sofá, observando su cuerpo maltratado y sus pies ensangrentados, indicio de que ha recorrido una larga distancia desde el pueblo hasta aquí.
—Rem, ¿el pueblo más cercano se encuentra a un día de viaje en carroza, verdad? —pregunto mientras no aparto la mirada de la chica.
La respuesta de Rem no se hace esperar.
—Sí, pero hay algo que me intriga —responde Rem antes de acercarse a la chica.
Rem toma la camisa rasgada y manchada de sangre de la chica y se la quita, dejando al descubierto su piel magullada. Beatrice, por su parte, ha sanado su contusión para despertarla, pero no ha curado completamente su cuerpo. Después de todo, es importante comprender lo sucedido.
Pequeños golpes y moretones salpican su cuerpo, como si las heridas fueran resultado de caídas y no de las cuchillas utilizadas en la matanza. Esto indica que la chica logró escapar del pueblo casi ilesa, y que esa sangre no es suya.
Rem interrumpe mi orden de ideas asegurando:
—Si hay algo que sé, es que el culto de la bruja no deja cabos sueltos, y si los deja, no les va bien —Rem comienza a sanar las heridas de la chica, eliminando su dolor—. Que un ser humano haya logrado escapar del culto es aún más sorprendente.
La revelación de Rem nos inquieta a todos. Si alguien proveniente de un remoto pueblo ha conseguido sobrevivir al culto, especialmente a las multitudes que Petelgeuse suele convocar para sus ataques, entonces deberíamos reconsiderar el miedo que le tenemos. Esto implica que la chica que tenemos ante nosotros está ocultando algo de gran importancia.
Beatrice interviene, subrayando la peculiaridad de la sangre de la chica. Menciona una densidad inusual en su maná, algo que llama la atención incluso a alguien tan sabia en la magia como Beatrice. Yo mismo pude sentir el poder y el calor de su maná, una experiencia que estuvo a punto de abrumarme. Además, noté cómo el miasma que llevo dentro se vio afectado, disminuyendo su intensidad.
—Este maná dentro de ella está expulsando el miasma. Es algo que nunca había presenciado antes —agrega Beatrice con asombro.
Intento comprender la situación y considerar las posibilidades, pero ninguna respuesta clara se me presenta. Beatrice niega con la cabeza, indicando que esto va más allá de lo que un humano sería capaz de hacer y que la densidad de maná no se limita solo a seres poderosos.
—Probablemente solo criaturas extremadamente poderosas podrían lograrlo... eso es... —Beatrice parece haber tenido una revelación, pero rápidamente la descarta moviendo la cabeza.
—En cualquier caso, es evidente que la chica estaba destinada a ser utilizada por el culto, pero al carecer de miasma, Petelgeuse no pudo controlarla —concluyo, mientras unas sirvientas llevan prendas limpias para la chica.
Mientras tanto, mis ojos se posan en la ventana, y siento un palpitar inquietante en mi pecho. Una fuerte sensación de ansiedad me embarga, como si supiera que algo crucial se me escapa. De repente, una idea se forma en mi mente y giro rápidamente, percatándome de que Rem también ha llegado a la misma conclusión.
—Es imposible sobrevivir a las mabestias en el bosque. Si ella está aquí, entonces alguien la trajo hasta nosotros —exclama Rem.
En ese preciso instante, algo captura mi atención en la distancia...
¡BOOM!
Capítulo 1.
Una guerra no pone inicio.
Un imponente pilar de hielo se yergue en el horizonte, advirtiendo con su majestuosidad que hemos llegado tarde a la reflexión. La batalla ya ha comenzado, y nosotros nos hemos quedado rezagados sin tomar medidas al respecto.
—¡Nos están atacando! —grito con vehemencia, mientras observo por la ventana cómo la mina de hielo se activa.
He aprovechado el maná de Puck para crear estas minas extremadamente peligrosas, capaces de destruir todo en un radio de un metro y erigir un colosal pilar que revela su ubicación. Cada vez me vuelvo más diestro en la formulación de hechizos, y Beatrice y yo hemos trabajado arduamente en este proyecto. Estas minas absorben maná, sin importar la cantidad, activándose y potenciando su ataque.
Un pilar de tal magnitud solo puede ser obra de un ser humano. No hay otra explicación.
Las minas han sido estratégicamente colocadas en todo el pueblo bajo el dominio de Roswall, todo en previsión de este momento. Hace tiempo que identifiqué todos los lugares donde Petelgeuse ha dejado su huella en la novela, solo faltaba colocar las trampas.
—¡Es demasiado pronto! —exclama Rem, visiblemente preocupada.
Emilia parece estar temblando, pero no tengo tiempo para prestarle atención en este instante.
—¡Iré primero, Emilia! —le grito, logrando captar su mirada— Tú sabes qué hacer.
Tomo la mano de Beatrice y nos lanzamos hacia la ventana, corriendo con ímpetu. Los cristales se rompen en mil pedazos mientras caemos desde el cuarto piso.
No hay tiempo que perder.
Beatrice comprende de inmediato mis intenciones.
—¡Murak! —exclama ella.
En un instante, nuestro peso se reduce drásticamente, gracias a su intervención mágica. Yo, por mi parte, utilizo la magia del viento para contrarrestar la fuerza de la gravedad y propulsarnos hacia arriba. Fijo la vista al frente y, en ese mismo instante, profiero un grito desafiante:
—¡Avancemos! —Una poderosa ráfaga de viento emerge de mi espalda, impulsándonos con fervor hacia adelante.
A toda velocidad avanzo hacia el pueblo, con Beatrice entre mis brazos, rezando para que la situación no sea tan grave. Desde lo alto, observo cómo varios pilares de hielo emergen, indicando que la situación es mucho más seria de lo que esperaba. En verdad, no tengo idea de cuántos cultistas puedan estar involucrados.
«¿Y si la ballena también aparece?», pienso por un instante, pero rápidamente descarto esa posibilidad. Si eso sucede, no tendremos más opción que huir.
En cuestión de segundos, llego al pueblo y desde las alturas puedo ver el caos que se ha desatado. Apenas ha pasado una hora desde la llegada de la chica y todo esto ya está sucediendo. Las personas comienzan a evacuar según se les ha enseñado, todos corren hacia la escuela, pero el ejército, siendo tan reducido, no puede proteger a todos. Los cultistas se dirigen específicamente hacia el flanco donde se encuentran los pilares, en la dirección de aquella cueva.
Los soldados intentan organizarse, pero la evacuación dificulta sus esfuerzos.
¡Bang! ¡Bang! Los disparos retumban en el ambiente, mientras me pregunto qué hacer.
Oleadas de personas corren desesperadas hacia la escuela. Los soldados luchan con todas sus fuerzas, respaldados por varios magos de tierra que, aunque no son soldados, crean coberturas para ayudar en la construcción de barricadas.
Los cultistas tienen que atravesar un camino llano de treinta metros de radio, lo que los convierte en un blanco fácil. Los soldados se agrupan y continúan disparando sin cesar. Estimo que les llevará más de diez minutos evacuar a la gente, especialmente a los niños, por lo que debo estar atento, observando desde arriba para asegurarme de que nadie resulte herido.
—Este hechizo consume mucho maná. Si te quedas protegiendo a todos, no tendrás suficiente para defenderte —se queja Beatrice.
No respondo a sus palabras. Sé que necesitaré maná para luchar, y esta vez la ayuda que tengo no es suficiente. Emilia debe ocuparse de curar a los heridos y ser la última línea de defensa para todos. No podemos pedir ayuda a nadie, Roswall no está disponible y debido a nuestro contrato, Beatrice no puede atacar
Chasqueo los labios, lamentando mi error estúpido. Al hacer un contrato con un espíritu, es importante tener en cuenta que cuanto más restrictivas sean las condiciones, más poderoso será el vínculo con el espíritu. Eso significa que tanto yo como el espíritu impondremos las condiciones, pero lo que no sabía es que depende de lo que esté pensando en ese momento.
Probablemente, debido al alcohol, no pensé las cosas adecuadamente y me dejé llevar por el sentimentalismo al proclamar desde lo más profundo de mi corazón que no utilizaría a Beatrice para atacar. El contrato se formó con esa primera condición, aunque aclara que Beatrice puede defenderse si su vida está en peligro.
Entonces, mientras veo a las personas evacuar, busco una forma de sortear las reglas del contrato. No puedo hacer que Beatrice tenga intenciones de atacar si ella no suscita la defensa, es decir, Beatrice solo puede defenderse a sí misma y a otras personas.
Yo puedo usar sus habilidades para atacar, pero deben ser utilizadas por mí, lo que significa que puedo utilizar la magia yin, pero primero debo comprender cómo usarla, apenas conozco dos hechizos. Los usuarios espirituales no necesitan entender la magia, ya que es el propio espíritu quien procesa el hechizo, pero eso cuenta como un ataque por parte de Beatrice. Los efectos de los hechizos disminuyen a medida que nos alejamos, por lo que cuanto más me aleje de ella, menos magia de su clase podré utilizar.
Beatrice solo puede obtener maná de mi puerta, lo que significa que, aunque ella lo absorba, debo estar cerca de ella para poder almacenarlo. Por lo tanto, utilizarla para curar debe reservarse para heridas que Emilia no pueda atender. No contamos con magos sanadores, ya que ninguno quiso venir a trabajar con nosotros. Lo mejor que puedo hacer es asignar a Beatrice la tarea de curar a los heridos, para así reducir el número de muertos. Además, ella también puede defenderse, por lo que no habrá ningún problema.
Aunque no comprendo la magia yin, gracias a que Beatrice puede usar magia de agua, tengo más posibilidades. Desde las residencias, observo cómo una mujer con un bebé entre sus brazos corre desesperadamente hacia la escuela, pero los cultistas parecen estar infiltrándose en otras direcciones. Un cultista cae del techo y se posiciona frente a ella.
—¡Mierda! —exclamo, mirando con rabia la situación.
Con un impulso, me dirijo a toda velocidad hacia ellos. La mujer comienza a correr en dirección opuesta, pero el cultista lanza un cuchillo que se clava en su espalda. A pesar de eso, la mujer no deja de correr, por lo que el cultista la persigue. Los desgarradores gritos de ayuda de la mujer reflejan su desesperación justo cuando otro cultista se coloca frente a ella. Preparo mi arma, apunto al pecho del cultista y acciono el gatillo.
¡BANG!
La bala corta el aire con una velocidad frenética, dejando tras de sí un rastro de energía ardiente. Su trayectoria implacable termina al atravesar el pecho del cultista, quien cae instantáneamente mientras su mascara se cae, sus ojos reflejando sorpresa y dolor. Sin embargo, el cultista que la perseguía no se detiene, impulsado por una determinación salvaje, se abalanza hacia su presa con otro cuchillo en mano.
¡Bang!
El estruendo ensordecedor del disparo rompe el silencio, y la bala encuentra su objetivo letalmente en la cabeza del cultista, quien se desploma al suelo, incapaz de cumplir su siniestro propósito. La valiente madre, a pesar de tener el cuchillo clavado en su espalda, aferra a su hijo con todas sus fuerzas, su rostro muestra una mezcla de dolor y determinación.
Me arrodillo junto a ella, a su lado, ella levanta la cabeza para encontrarse con mis ojos.
—Todo estará bien, permítame ayudarla —afirmo, tomando la daga incrustada en su espalda y ofreciendo mi brazo para que lo muerda—. Cuando sienta el dolor, muerda con todas sus fuerzas.
La mujer asiente, sin más opción que confiar en mí. Necesito que libere todo el dolor para evitar que se desmaye. Con un movimiento rápido, retiro el mango de la daga mientras ella me muerde, sus gritos de dolor se entrelazan con el llanto de su bebé.
—Beatrice, cúrala —ordeno.
Beatrice se apresura a curar sus heridas, y la mujer se calma, aflojando su mordida. Una vez que ha sido sanada, ella libera mi brazo, y la tomo en mis brazos, comenzando a correr hacia la escuela.
—¿Eres la última? —pregunto, tratando de entender la situación en medio de la urgencia.
—¡Sí! Mi esposo está luchando, así que tuve que venir de la fábrica por mi hijo —responde la señora con un tono temeroso—. No sé dónde está la niñera, pero había rastros de sangre en el suelo —agrega, con una voz temblorosa.
Ella parece ser la última persona de la zona residencial. Sin embargo, el escuadrón encargado de la seguridad debe estar llegando en este instante para verificar la situación. Mientras corro, no diviso a más cultistas, lo que me lleva a suponer que esos dos eran los únicos en esta área.
Finalmente, llegamos a la escuela, donde un escuadrón se encuentra resguardando a todas las personas. Por suerte, el culto aún no ha llegado. La tensión en el ambiente es palpable, y a diferencia del ataque de las mabestias, esta vez estamos tomando medidas activas.
Sin embargo, eso no significa que la situación sea menos precaria. Dejo a la señora, quien me agradece tomando mi mano, sin percatarse de que estoy sangrando, probablemente debido a su mordida. Ella intenta decir algo, pero la apresuro para que ingrese directamente a la escuela.
Acto seguido, me dirijo hacia un soldado que forma parte del escuadrón de defensa de la medida T01, ordenada por Alsten.
—Soldado, ¿dónde se encuentra el capitán Lucas? —pregunto, mientras el soldado hace un saludo militar.
—¡Mi general! El capitán Lucas se encuentra en la parte trasera de la escuela, cerrando las entradas y colocando las protecciones acordadas.
En coordinación con el plan establecido, hemos colocado minas de menor potencia estratégicamente en los posibles puntos de entrada. Estas trampas están diseñadas para desactivar y detener a los atacantes sin causar un daño letal. La seguridad de las personas es nuestra prioridad absoluta.
En ese preciso momento, el capitán Lucas hace su aparición. Lucas es un hombre que ha demostrado su valía en combate, su historia personal lo impulsó a dejar su trabajo como leñador y unirse al ejército. La desgarradora experiencia del secuestro de su hija durante la lucha contra las mabestias despertó en él una determinación inquebrantable.
Lucas es el padre de Petra, es un hombre valiente, aprovechando su propia impotencia, encontró la motivación para tomar medidas y contribuir en la batalla. Su ejemplo ha dejado una huella en muchos de nosotros.
Al verme, Lucas realiza un saludo militar con solemnidad y respeto.
—¡General Marco! La instalación de las trampas está completa —informa Lucas con una mirada seria, evidenciando su compromiso con la misión y la protección de todos los presentes.
Lucas saca un cargador de su bolsillo, revelando que es lo que había solicitado al mago Yang que entrena a Petra. Su rostro se ilumina de emoción al entregar el cargador.
—¡El cargador está listo! —exclama Lucas, entregándomelo con orgullo.
Beatrice examina el cargador, evaluando su calidad y confirmando su eficacia. Aunque ella no es compatible con la magia Yang, hemos descubierto la posibilidad de imbuir objetos con esta magia gracias a Roswall, un mago con amplios conocimientos en el tema. Roswall nos ha presentado a un experto capaz de realizar esta tarea con maestría, y hemos contratado sus servicios ofreciéndole un generoso salario. Además, le hemos propuesto que se convierta en el maestro de Petra, lo cual ha aceptado bajo la condición de excluir a Petra de las batallas hasta que esté completamente preparada.
Una de las características destacadas de la magia Yang es su capacidad para contrarrestar el miasma de manera más efectiva que cualquier otra forma de magia. Los magos con afinidad Yang son menos afectados por la corrupción mental del miasma, lo que los hace más resistentes en comparación con otros magos.
Motivado por esta información, decido imbuir las balas con magia Yang para poder enfrentar al culto. Sin embargo, la producción de estas balas es extremadamente costosa y complicada. Requiere una cantidad astronómica de maná y la habilidad de un especialista para llevarlo a cabo. Solo dispongo de cinco balas, pero espero que sean suficientes para debilitar el alma de Petelgeuse.
Tomando la mano de Beatrice, me elevo en el aire para poder dar un discurso y elevar la moral de todos. Desde esa posición, puedo ver que Emilia y Rem han llegado, lo que significa que es hora de actuar. Aunque el sonido no puede amplificarse con el viento, este ayuda a propagarlo.
Imbuyo maná en mis cuerdas vocales, concentrándome en lo que voy a decir.
—¡Soldados! —exclamo con una voz potente que resuena en los oídos de todos, incluidos los enemigos—. Hemos sido atacados de manera vil y deshonesta, y ahora nos enfrentamos a una situación apretada.
Los soldados no levantan la mirada, siguen disparando ante la inminente oleada de cultistas, retrocediendo debido a su abrumadora cantidad.
—¡No teman! ¡Es hora de mostrar nuestra fuerza! Estos no son humanos, son monstruos con los que hemos entrenado incansablemente —hago una pausa mientras lanzo múltiples bolas de fuego hacia los cultistas, creando explosiones que acaban con varios de ellos—. ¡Son débiles! ¡Nosotros somos más fuertes! ¡Por nuestras familias! ¡Por Irlam!
—¡Por Irlam! —resuena en todo el pueblo. Los soldados demuestran su valía mientras disparan a los cultistas.
Los fuertes gritos de los soldados llenan el ambiente, su emoción es palpable mientras utilizan todos los recursos a su disposición. Además, hacen su aparición los nuevos prototipos: el escuadrón de artilleros.
Cuatro cañones aparecen, diseñados y creados especialmente para ataques en masa. Es el momento de demostrar que no hemos perdido el tiempo.
Bajo junto a Beatrice, quien parece estar en desacuerdo con quedarse atrás. Lamentablemente, hay muchos heridos, y varias personas han sufrido heridas graves. Emilia es la única capaz de curar, pero si lo hace sola, no podrá atender a todos. Rem se unirá a mí en la lucha, ya que necesito a alguien que me apoye en lo que venga. Beatrice no puede luchar, por lo que es mejor que se quede para curar y proteger a los heridos.
Emilia comienza inmediatamente a curar a los heridos. Más de quince personas yacen heridas mientras los soldados siguen defendiendo. Cualquier soldado herido es atendido y enviado de vuelta al combate de inmediato, no hay tiempo que perder.
Beatrice me mira mientras me preparo para partir. Ella me entrega un cristal negro, que se convierte en mi as bajo la manga para esta batalla.
—Si mueres, no te lo perdonaré nunca, de hecho —declara Beatrice con una mirada apagada.
Tomo sus mejillas y le fuerzo una sonrisa. La miro a los ojos con determinación.
—No voy a morir sin antes decírtelo —aseguro, dándole la espalda a Beatrice y sin dirigirme a Emilia.
Puck aparece a mi lado, su mirada es compleja, pero parece dispuesto a ayudar de alguna manera. Me resulta extraño que no haya aparecido hasta este momento, ha estado actuando de manera extraña últimamente.
—Puck, necesito un favor tuyo —le digo a Puck, quien muestra curiosidad.
Troto mientras puck me acompaña, ambos nos dirigimos hacia la ubicación del escuadrón de artillería. Puck es una fuerza clave, sé que si lo dejo luchando contra un dedo enemigo, podrá vencerlo sin contratiempos. Aún faltan varias horas para el atardecer, pero también debo tener en cuenta la distancia que puede operar.
—Necesito que te quedes con Alsten, ya lo conoces. Necesito que le brindes apoyo en su lucha contra los dedos de Petelgeuse —le pido a Puck, quien parece estar reflexionando.
Él se siente en deuda conmigo por todo lo que he hecho por Emilia, por lo que si me ayuda con esto, consideraremos que estamos a mano. En este momento, Alsten no es capaz de vencer a un dedo enemigo por sí solo. Lo único que lo fortalece es su bendición divina, pero no tiene los medios para derrotar a un dedo enemigo.
Si Emilia estuviera en la lucha, las cosas serían más sencillas, pero nuestra falta de sanadores nos limita en ese aspecto. Frederica se fue a rescatar a las personas que aún no han llegado junto al escuadrón de Lucas, por lo que solo quedamos Rem y yo como fuerzas externas.
—Lo entiendo, si solo se trata de masacrar a esas basuras, no será un problema —afirma Puck con una sonrisa.
Un dedo enemigo debería estar llegando en cualquier momento, por eso necesito reunirme con el escuadrón de artillería. Petelgeuse se vuelve más fuerte a medida que sus dedos mueren, por lo que la mejor manera de matarlo es hacerlo antes de que todos sus dedos estén muertos.
Pero primero debo encontrarlo a él, antes de que todos sus dedos sean derrotados.
Puck me mira por un momento antes de desaparecer, dejándome con estas palabras.
—Marco, Emilia ha crecido mucho, te agradezco todo lo que has hecho por ella. Te ayudaré en todo esta vez, seré un buen padre por primera vez —dice Puck con alegría.
Llego al lugar donde están instalando la artillería. Hay cuatro cañones, ya que el quinto está reservado para otra situación. El cañón que decidí construir está basado en un modelo utilizado en la Primera Guerra Mundial.
Los cañones medievales presentan muchos desafíos en cuanto a recarga y disparo, por lo que para esta situación sería más práctico usar morteros. Sin embargo, no pude encontrar la forma de integrar la pólvora negra en la explosión, por lo que no es viable hasta que mejoré la pólvora.
Utilicé un obús de 155 mm modelo 1917 Schneider, que fue un cañón de artillería utilizado durante la Primera y Segunda Guerra Mundial. Como todavía no tengo la capacidad de utilizar proyectiles como en ese entonces, lo modifiqué para utilizar bolas de hierro. La pólvora negra presenta muchas imperfecciones que no me permiten avanzar en ese aspecto.
El primero en saludarme es el capitán de artillería, una mujer valiente de cabello marrón que se inscribió en el ejército. Esta talentosa mujer demostró una habilidad excepcional con los proyectiles y domina fácilmente las ecuaciones de la parábola, lo que la convierte en una experta en lanzar los cañones y aprovechar su uso al máximo.
Sofia me saluda con un gesto militar y me pide órdenes.
—Dispara contra las multitudes, hemos entrenado lo suficiente para infundir terror en el enemigo —le digo.
Disparar contra un enemigo en particular es complicado, por lo que utilizar los cañones contra los dedos de Petelgeuse será imposible. Por lo tanto, necesito que causen la mayor cantidad de bajas posible. Todos se preparan, están a punto de disparar cuando de repente varios árboles son lanzados hacia nosotros.
—¡Goa! —exclamo mientras creo una bola de fuego que explota uno de los árboles. Este estalla por la fuerza del impacto, mientras que los demás se estrellan violentamente contra el suelo, levantando polvo y escombros.
Casi como si fuera una pesadilla, cinco cultistas se levantan en el aire, flotando como si estuvieran levitando. Para mí, es evidente que la situación se ha salido de control.
—¡VAAAAYA! —resuena en los oídos de todos el grito de varios monstruos que están más allá de nuestra comprensión.
Los cultistas comienzan a reír, mientras que los soldados se quedan mirando cómo la situación se escapa de su control. Una fuerte resistencia acaba de ser destruida por monstruos que superan por mucho su poder.
—¡Lastima! ¡Lastima! ¡Laastima! —uno de ellos avanza, y por primera vez, puedo percibir la autoridad de Petelgeuse.
Más que manos, es como si tuviera varios brazos extendiéndose desde su ser. Estos brazos tienen un color que absorbe la luz, y están envueltos en una ligera neblina violeta que crea un aura que solo vería en mis peores pesadillas.
La escena se desarrolla con todos mirando aterrados, sin poder hacer nada ante la situación crítica. Debemos luchar contra cinco de los dedos de Petelgeuse, sabiendo que el original se va fortaleciendo a medida que los dedos mueren. No podemos perder más tiempo. Es hora de poner en práctica el plan que he trazado.
—¡Disparen los cañones! —ordeno, tratando de infundir razón en todos.
¡BOOM!
Los cañones retumban con estruendo ensordecedor, y las bolas de hierro se lanzan a toda velocidad, embistiendo el suelo y los cultistas que se acercan. Ahora es el momento de luchar, ya que estas personas son mucho más débiles que Betelgeuse. Es hora de masacrarlos.
Aunque sé que esto hace más fuerte a Betelgeuse, no puedo permitir que maten a todos en el pueblo
—¡Sigan disparando! —grito, tratando de incitar a todos a actuar.
Ahora no es momento de dudar. Al menos debo intentar algo. Aunque aún no lo domino por completo, sé que puedo hacer cosas que antes no podía. En frente de mi hay una planicie que va a lo largo hasta llegar al bosque, tengo que atravesar todos los cultistas y llegar hasta el dedo.
—¡MURAK! —grito, y luego utilizo magia de viento para impulsarme hacia el primer dedo.
Avanzo a gran velocidad. Lo que hace el hechizo no es reducir mi masa, sino disminuir el efecto de la gravedad sobre mí. Si reduzco la aceleración gravitacional, podré moverme más rápido. Sin embargo, debo tener cuidado de no disminuirla demasiado, ya que me lanzaría hacia atrás con el retroceso del arma.
Sin volar, cada paso que doy, lo impulso con magia de viento. Esquivo a los cultistas que se abalanzan sobre mí mientras me acerco a los dedos. Hay algo que aprendí de Emilia, si infundo maná en mi cuerpo, aumentará mis cualidades físicas gradualmente. Aún puedo mejorar más y ser fuerte.
A una altura de casi seis metros, el dedo que tengo frente a mí nota mi presencia y se quita la máscara, revelando a una mujer con la mitad del cabello quemado y la mitad de su rostro desfigurado. Sus ojos parecen querer salir de sus órbitas mientras me mira con enojo.
—¡Traidor! ¡Traidor! —exclama aquel monstruo frente a mí.
Ignoro sus palabras y sigo avanzando. Ella despliega dos brazos adicionales desde su espalda y los lanza contra mí. Gracias a la magia de viento, es como si yo estuviese patinando sobre la tierra. Con breves impulsos, cambio de dirección rápidamente, haciendo que los brazos choquen con el suelo. Tierra se alza por el aire, mientras que inmediatamente dirige su autoridad hacía mí.
En ese mismo instante salto, sin embargo mi avance es detenido por el agarre de uno de los brazos. Este me agarra de la pierna y arrogantemente me acerca a su cuerpo.
—¡Traidor! ¡Traidor! —no deja de repetir aquel monstruo mientras me mira con desdén.
Sostengo firmemente mi rifle, aguardando pacientemente por la oportunidad de tener al dedo de Petelgeuse justo frente a mí. Boca abajo, me quedo esperando, listo para disparar. Observo detenidamente al dedo, su rostro marcado por laceraciones y golpes, mientras sigue balbuceando palabras de traición.
Sin dejar escapar la oportunidad, apunto mi arma directamente al dedo mientras este comienza a reír de forma desquiciada.
—¿Qué harás con un simple palo? ¡Traidor! —exclama, riendo con un desprecio enfermizo
Con determinación y sin titubear, presiono el gatillo. Un estruendo seco retumba en el aire, seguido de la cabeza de la mujer explotando violentamente por el impacto de la bala. En ese mismo instante, la mano que me sostenía desaparece, y los demás dedos me miran con furia mientras se preparan para atacarme.
Caigo en picado hacia el suelo, pero no tengo más opción que recurrir a mi maná para evitar un destino fatal. Concentro mis fuerzas y disminuyo la gravedad en la medida de lo posible, sintiendo una presión intensa en mi interior. Mientras desciendo, dos brazos se abalanzan hacia mí, tratando de aferrarse y detener mi avance.
—¡Murak! —grito, liberando una onda de choque con un potente impulso mágico que me hace volar en dirección al bosque, alejándome de los dedos y su mortal alcance.
Dos de los dedos comienzan a atacarme en el aire, pero en un golpe de suerte, múltiples estacas de hielo emergen repentinamente, embistiendo a los dedos y perforándolos sin piedad. Los intentos de defensa de los dedos son en vano, ya que la cantidad de estacas es tan abrumadora que los atraviesan, causando su destrucción inminente.
En medio del frenesí de la batalla, mi aliado, Puck, me mira con una sonrisa juguetona. Aunque aún no domino por completo las magias de Beatrice y solo he tocado la superficie de sus vastos poderes, combinar hechizos consume una gran cantidad de mi mente y energía. Aun así, siento una confianza creciente en mi capacidad para enfrentar cualquier desafío.
Dirijo mi mirada hacia la gente que se refugia aterrorizada ante los ataques de los dedos. Aunque el miedo los embarga, es momento de continuar luchando. Imbuyo mi voz con maná y, con todas mis fuerzas, grito una orden que resuena en el campo de batalla.
—¡Luchen! —grito con vehemencia, dejando que mi determinación resuene en el aire, inyectando valor en los corazones de todos los presentes.
En un abrir y cerrar de ojos, múltiples manos emergen del suelo, intentando atraparme. Ágilmente, esquivo sus garras, bailando entre ellas mientras Puck dispara certeramente a los cultistas que se acercan a nuestras trincheras.
Me abalanzo audazmente hacia uno de los dedos, pero este responde con una manifestación aún más aterradora: crea más brazos, multiplicándose hasta llegar a siete. Me enfrento a un dilema, ya que si aumento mi gravedad para poder disparar, caeré en una peligrosa caída libre.
Puck, sin perder tiempo, lanza una andanada de estacas de hielo hacia los dedos, pero estos se protegen utilizando los árboles como escudos improvisados. Me doy cuenta de que no puedo sostenerme en el aire por mucho tiempo, ya que mi reserva de maná es limitada.
—Manténgalos ocupados, no puedo mantenerme en el aire por mucho tiempo, mi maná es escaso —adviento, consciente de que debo reservar mis fuerzas para enfrentar a Petelgeuse
—Todavía no dominas por completo el hechizo, es normal que consumas tanto maná por tan poco tiempo —responde Puck, con una sonrisa reconfortante.
En ese momento, Puck fija su mirada sádica en los cultistas.
—Marco, ha llegado el momento de nuestro hechizo favorito —dice, preparándose para lanzar un hechizo que requiere de un tiempo de canalización prolongado.
Aprovechando el tiempo que Puck necesita para crear su hechizo, me enfrento a tres dedos adicionales que se han unido a la batalla. Aunque esto indica que tanto los dedos como Petelgeuse se han vuelto más poderosos, no me intimida. Aunque aún no domino completamente las artes espirituales, confío en mi ingenio y astucia para superar los obstáculos.
Elevo mi cuerpo varios metros en el aire, esquivando ágilmente los brazos que intentan atraparme, mientras comienzo a pronunciar palabras desafiantes hacia los monstruos ante mí.
—Escuchen, abominaciones repugnantes. La bruja no les tiene más amor que a mí —sonrío con malicia— Yo puedo regresar de la...
De repente, el tiempo se detiene. Múltiples manos amenazantes estuvieron a punto de golpearme. En el momento en que Satella devuelva el tiempo, debo aprovechar al máximo el impulso. A mi lado, siento una presencia ominosa, una sensación de temor que atraviesa mi corazón mientras miles de agujas parecen clavarse en mi ser.
Una mano penetra en mi cuerpo, posándose sobre mi corazón y apretándolo con fuerza, sacudiéndome hasta volverme a la realidad.
—¡Impulso! —grito con todas mis fuerzas, lanzándome a volar varios metros sin control.
El miasma que envuelve el lugar provoca que mi maná se descontrole, deshaciendo el hechizo que me mantenía suspendido en el aire. Empiezo a caer a una velocidad vertiginosa, mientras los rostros de los cultistas se transforman en una expresión de horror absoluto.
—¿Como? ¿Como? ¿Como? ¿Como? ¿Como? —Repiten al unísono mientras se agarran la cabeza.
Mientras caigo en picada, desesperadamente intento utilizar mi magia para elevarme de nuevo en el aire. Con todas mis fuerzas, trato de invocar el poder necesario, pero mis esfuerzos resultaron en vano. La gravedad me arrastra inexorablemente hacia abajo. En un intento desesperado, manipulo el viento a mi alrededor para crear fricción y ralentizar mi caída, pero en ese preciso instante, soy embestido por uno de los brazos que emergieron de un cultista. Con rapidez, protejo mi estómago, pero soy arrojado con violencia contra el suelo a gran velocidad.
Sin salvación aparente, trato de invocar nuevamente el poder de Murak, pero el miasma ha invadido mi conexión mágica, bloqueando su uso. A escasos centímetros del suelo, una puerta negra se materializó frente a mí. Atravesé la puerta y me veo envuelto en una caída rodante por el suelo. Rápidamente, protejo mi cabeza y me dejo llevar, rodando a toda velocidad. Con las últimas fuerzas que me quedaban, utilizo magia para crear una barrera de agua que frenara mi impulso. Atravieso la barrera y finalmente caigo al suelo, jadeando por el dolor y el agotamiento. Entonces todo se vuelve oscuridad.
Cuando recobro la consciencia, alguien sostiene mi mano. Giro la cabeza y veo a Beatrice a mi lado. A mi alrededor, yacen los cadáveres de múltiples cultistas, mientras los soldados continúan luchando a lo lejos. Beatrice me lleva al lugar donde se encontraban los heridos, y en ese momento, una luz azul se asoma en el cielo.
Mientras miles de brazos se acercan, Puck sigue brillando intensamente. Los brazos intentan detener aquella luz, pero contra todo pronóstico, esta se fortalece aún más.
Un rayo de luz azul surcó el cielo a una velocidad asombrosa, atravesando los brazos y destruyéndolos al instante. Los tres cultistas se refugiaron detrás de los árboles, cometiendo un grave error. El rayo impactó contra los árboles, provocando una explosión y desatando una nube blanca que se propagó rápidamente. La explosión fue tan poderosa que una neblina fría se extendió por todo el lugar, alcanzándome donde yacía en el suelo. Intenté levantarme, pero el dolor agobiante en mi cuerpo me lo impide. El miasma dentro de mí aumentaba la presión, obstaculizando mi capacidad de curación.
Beatrice parece estar diciéndome algo, pero no puedo escucharla. Mis tímpanos probablemente se han dañado debido a la intensidad del viento. Aun así, ella continúa ,hablando, y yo solo puedo responderle con una sonrisa, consciente de que las palabras no eran necesarias en ese momento.
Después de unos segundos, mi audición regresa y se llena con el sonido ensordecedor de los disparos y los gritos desesperados de los soldados que luchan frenéticamente por sus vidas. También alcanzo a oír los dolorosos aullidos de los heridos, quienes se aferran a la esperanza de sobrevivir. Mi mirada se posa en Beatrice, quien permanece concentrada en su tarea de curarme.
—Te necesito, vamos —me pongo de pie, pero ella trata de detenerme y hacer que regrese— Lo siento, Beatrice, pero tenemos que enfrentarnos a Petelgeuse.
Ella me mira, aferrando mi mano con fuerza. Su mirada mientras me sana es compleja, llena de preocupación y determinación. Sé que no puedo usar a Beatrice como un arma para atacar, solo puedo confiar en ella para huir en el momento adecuado.
—El miasma dentro de ti ha crecido demasiado. En este momento, usar las artes espirituales es complicado, y mucho menos ciertas magias. Expones tu cuerpo a una presión extrema. Si continúas así, morirás —se queja Beatrice, tratando de impedirme hacer algo arriesgado.
—No es momento de eso, debemos ir...
Antes de que pueda terminar mi frase, recibo un fuerte golpe en la parte trasera de mi cabeza que me deja aturdido. Todo a mi alrededor se sume en la oscuridad. Cuando recupero la conciencia, siento que mi cuerpo ha sido completamente curado. Mi maná está casi agotado, pero una sensación de renovación recorre todo mi ser. Observo a mi lado y veo que Beatrice está ocupada sanando a otros heridos. Me incorporo con determinación y escudriño el entorno en busca de Emilia, confirmando mis sospechas de que ella me atacó.
Sé perfectamente que Emilia es muy poderosa, incluso la más fuerte de todos nosotros, excluyendo tal vez a Roswall. Sin embargo, el problema no radica únicamente en la fuerza. En este momento, Petelgeuse tiene todas las ventajas frente a Emilia. No se trata solo de enfrentarse a Petelgeuse, sino también a los cultistas.
Decido ignorar las objeciones de Beatrice y me pongo a correr. Los sonidos de los disparos han cesado y la aparente calma reina en el campo de batalla. Los soldados celebran su victoria mientras sigo adelante. En mi visión periférica, diviso a Rem, y sin dudarlo un segundo, grito con todas mis fuerzas.
—¡Rem! —mi voz resuena cargada de urgencia, captando su atención mientras gira su cabeza hacia mí.
Ella me mira con una sonrisa orgullosa, irradiando determinación y valentía. Cuando me acerco a ella, me transmite su alegría y confianza.
—Se acabó —dice Rem, dirigiendo su mirada hacia el horizonte, donde se asoman cientos de cadáveres, un recordatorio desgarrador de la batalla que hemos librado.
Mis ojos escudriñan el entorno en busca de Emilia, pero no logro verla ni a ella ni a Puck en ninguna parte. La preocupación y la frustración se apoderan de mí, y sin pensarlo dos veces, tomo la mano de Rem y comenzamos a correr hacia el bosque.
—¡Tenemos que encontrar a Emilia! —exclamo con molestia, sintiendo la urgencia latir en cada fibra de mi ser.
Rem, con un rostro preocupado, me explica que Emilia se dirigió al bosque para enfrentar a los cultistas. Mi preocupación se intensifica, ya que sé que Emilia es fuerte, pero desconoce la capacidad de Petelgeuse para cambiar de cuerpo, solo conoce sus manos ocultas. Me reprocho por no haberle revelado esa información, dejando que mis emociones me nublaran el juicio. Me siento verdaderamente estúpido por no haberle advertido sobre ese peligro.
Avanzamos por el camino que se despliega ante nosotros, y a medida que nos adentramos en la batalla, presencio un panorama desolador. Estacas de hielo se alzan como macabras estalagmitas, y decenas de cuerpos inertes yacen dispersos. Corro a toda velocidad, deseando fervientemente que Emilia haya logrado vencer a Petelgeuse sin incidentes.
Sé que si alguien puede derrotarlo, es Emilia, pero también soy consciente del peligro que conlleva enfrentarlo. Sigo corriendo a toda velocidad, esquivando cualquier obstáculo que se cruza en mi camino. Finalmente, de manera irónica, llego a un risco cubierto de estacas de piedra. Mi mirada se posa sobre Emilia, su cabello revolotea en el viento, pero sus heridas son evidentes, indicando una batalla feroz. Observo cómo la sangre gotea de sus manos y parece al borde del desmayo. Su mirada se dirige al cielo, como buscando fuerzas y refugio.
En el suelo, yace el cuerpo inerte de Petelgeuse, un monstruo con cabello verde bosque. Durante el trayecto, Rem me había informado que Alsten había eliminado a uno de los dedos de Petelgeuse junto con ella, lo que significa que aún quedan dos dedos con vida. Si Emilia ha logrado derrotarlos, entonces habremos ganado esta batalla.
Emilia voltea hacia mí, me dedica una sonrisa casual y hace una pose de victoria, mostrándome su pulgar. Se acerca hacia mí con confianza, y noto que sus heridas comienzan a sanar. Un alivio abrumador se apodera de mí al verla bien.
—Uno de ellos logró escapar, pero quedó gravemente herido. No debió alejarse tanto —explica Emilia con una sonrisa, revelando un atisbo de satisfacción—. Sin embargo, este era mucho más fuerte que los otros, decía cosas extrañas, pero ya está muerto.
Aunque me alegra verla en buen estado, siento que algo ha cambiado en Emilia. Hay una extraña aura en su presencia, una sensación que me inquieta. No sé qué ha sucedido, pero sé que debo hablar con ella y aclarar mis dudas.
En el instante en que Emilia termina su oración, mi atención se dirige hacia la esfera de cristal que me entregó Beatrice. La tomo entre mis manos, esperando que algo suceda, pero para mi sorpresa, no ocurre nada. El miedo se apodera de mi mente, mientras espero un ataque inminente. Sé que Petelgeuse no es tonto y aprovechará cualquier oportunidad para atacar.
Emilia se acerca a mí para calmarme, pero en ese preciso momento, un grito se escapa de sus labios, rompiendo el silencio del bosque.
—¡Marco! —grita Emilia mientras me empuja con fuerza, apartándome justo a tiempo.
Una neblina purpura se forma frente a mis ojos, y gotas de sangre empiezan a caer sobre mi rostro. Confundido, observo la situación mientras otro brazo amenaza con golpearme. Sin embargo, una barrera de hielo se crea a mi lado, desviando el golpe y empujándome junto con Emilia, lanzándonos a ambos por los aires. Me arrastro por el suelo y finalmente choco con un árbol.
Mi visión se vuelve borrosa, pero me obligo a levantarme y evaluar la situación. La neblina dificulta la visibilidad, pero hago un esfuerzo por enfocar mis sentidos. Al dar un paso, siento que pateo algo y, con cautela, bajo la mirada hacia mis pies para ver qué sucedió.
Al levantar la vista, me encuentro con una escena desgarradora. La cabeza de Emilia descansa sobre mis pies, su rostro aún muestra una sonrisa, pero parece haber aceptado su destino. No tengo mucho que pensar, no quiero pensar en nada, este mundo ya es un fracaso. Dirijo mi mirada hacia adelante, pero lo que veo es al monstruo que he dejado entrar en nuestras vidas.
La impotencia y la resignación me invaden. Comprendo que este es el resultado de mi estupidez, mi búsqueda de poder y mi deseo de sobresalir. Mis acciones han traído desgracias a aquellos que me rodean, y ahora me enfrento a las consecuencias. No tengo cómo pedir ayuda, solo puedo afrontar lo que se avecina.
El monstruo sonríe y comienza a reír. Con la apariencia de un viejo, este cruza los brazos y luego los extiende, jadeando mientras se deleita con su risa macabra.
—Una sorpresa, una verdadera sorpresa —admite Petelgeuse mientras acaricia su cuerpo con sus brazos—. Qué amor, qué demostración tan pura de amor. La medio demonio entregó su cuerpo para salvar a un fracasado como tú. Es una pena que ni siquiera lograra superar las pruebas, al final, sigue siendo pereza.
En un acto de ira y desesperación, disparo directamente hacia Petelgeuse, pero las balas son bloqueadas por sus brazos. Él se ríe mientras continúo disparando, sin éxito. En un instante, saco el cargador de magia Yang y lo reemplazo rápidamente. Mantengo mi mirada fija en los ojos de Petelgeuse, desafiante y decidido.
—Ya que estamos, mejor lo pruebo —digo con determinación, apretando el gatillo y disparando directo hacia la cabeza de Petelgeuse.
La bala atraviesa cada uno de sus brazos que puso en defensa, pero debido a su gran número, logra desviarla, impactando en su hombro. Una sonrisa se dibuja en mi rostro al ver que al menos he logrado herirlo. Petelgeuse observa la herida con extrañeza, como si fuera algo desconocido para él. Mientras tanto, cargo de maná la esfera de cristal que tengo en mi mano, mientras Petelgeuse comienza a gritar.
—¡Tú, que estás lleno de amor! ¡Te atreves a arruinar el cuerpo que me fue otorgado! —exclama Petelgeuse, empezando a morderse las manos con fuerza— Eres tan estúpido que ni siquiera ves lo que hay sobre ti jajajajajaja.
Petelgeuse estalla en risas mientras, lentamente, dirijo mi mirada hacia arriba. Lo que veo me paraliza.
—¡Las reuní para darte placer! —ríe Petelgeuse, moviendo los cuerpos de Rem y Emilia como si estuviera danzando con ellos.
Mis ojos se posan en las dos mujeres que he conocido y con las que he compartido tanto. Rem, atravesada en el pecho, yace inerte, moviéndose en sincronía con el cuerpo de Emilia. No puedo apartar la mirada, tengo que enfrentar con mis propios ojos las consecuencias de mis acciones. Y después, enmendarlo.
—¡Morí por amor! ¡Vaya! ¡Qué lindo! —bromea Petelgeuse, tratando de ver mi reacción.
Sonrío con determinación mientras termino de cargar la esfera de cristal. Suelto mi rifle y tomo una kukri que me regaló Baltazar. En este momento, nada más importa. De todas formas, ellas volverán a la vida una vez que esto termine.
—¿Eh? —Petelgeuse me mira con curiosidad mientras se acerca con precaución— Eres un espécimen interesante, es una lástima que tanto amor en ti no pueda ser aprovechado por mí. Dime, ¿quién eres? La cantidad de miasma en ti es extraña, como la de un arzobispo.
Petelgeuse empieza a rodearme rápidamente, analizando mi cuerpo. Repite constantemente la palabra "extraño" mientras saca un libro de cuero negro con varias inscripciones en él.
Mientras Petelgeuse hojea el libro y saca su lengua en señal de deleite, lo observo con curiosidad. Sin embargo, su expresión cambia repentinamente.
—Ya veo, ya veo, eres verdaderamente extraño —dice Petelgeuse en un abrir y cerrar de ojos, y mi brazo que sostenía la esfera de cristal vuela por los aires.
Antes de que pueda siquiera reaccionar, veo mi propio brazo volando en el aire, separándose de mi cuerpo antes de caer al suelo. Un dolor desgarrador me invade mientras la desesperación se apodera de mí.
—¡AGHHHHHH! —grito, mientras intento sujetar mi brazo mutilado. A pesar del intenso dolor, miro a Petelgeuse con determinación, negándome a darle el placer de verme sufrir. Utilizo magia de fuego para quemar la herida de mi hombro, apretando los dientes hasta que varios de ellos se rompen por la presión. Una vez detengo el sangrado jadeo mientras le sonrío a Petelgeuse.
—¡Increíble! —exclama Petelgeuse, aplaudiendo con entusiasmo— Eres verdaderamente diligente. Me pregunto qué tipo de experiencias has tenido para ser tan fuerte. De seguro el amor que yace en ti es tu gran fuerza.
Petelgeuse suelta a Emilia y Rem, dejándolas caer con fuerza al suelo. En ese momento, sus cuerpos son aplastados por una sucesión de manos que emergen del suelo, despedazándolos y esparciendo sus partes por todo el lugar.
—¡VAYA! Con solo verlo, puedo decir que eran personas importantes para ti —dice Petelgeuse con una sonrisa—. La medio demonio demostró su amor por ti, aunque haya fallado la prueba y no haya ganado tu corazón. No puedo evitar sentir pena por ella. La iba a usar para mi deleite pero me parece mejor esto.
No aparto la mirada de Petelgeuse, quien sigue intentando derribarme.
—¿Estás celoso? —pregunto, mientras le sonrío directamente a la cara.
Petelgeuse voltea la cabeza, sonríe por un segundo y luego me mira amenazadoramente.
—¿Yo? —en un instante, Petelgeuse se endereza y se presenta con la mano en el pecho—. Soy un arzobispo del pegado, representando la pereza ¡Petelgeuse Romanée-Conti! ¡Death! El amor en mi es inamovible, mi gran amada Satella me espera mientras que yo cumplo con su deber —Petelgeuse empieza a moverse desenfrenado, en un acto asqueroso— Si, ¡Satella! La fuente de mi amor. Es por ¡Satella! ¡Satella! ¡Satella! ¡Satella! ¡Satella! ¡SATELLA! Que yo hago todo con extrema diligencia.
Petelgeuse cruje su cuello mientras me observa. Yo no vacilo, simplemente observo sus reacciones como algo insignificante. Incluso el dolor en mi cuerpo no existe para mí. Me acerco a Petelgeuse sin temor alguno, extendiendo mi otro brazo.
—Soy Marco Luz, alguien amado por la bruja de la envidia —sonrío.
Petelgeuse me mira cauteloso antes de estrechar mi mano con fuerza, su rostro se ilumina con alegría.
—Un amante de la bruja siempre es bienvenido. Incluso si no puedes ser un dedo, todo amor es importante. Amor... sí, ¡AMOR! —exclama Petelgeuse con una sonrisa.
Preparo mi hechizo. Puedo crear una espada de calor que destruirá su brazo. Al menos le causaré dolor antes de morir. Petelgeuse sigue sujetándome mientras añade:
—Sí, serías un gran arzobispo si no fuera porque soberbia apareció recientemente.
El mundo se desmorona a mi alrededor mientras Petelgeuse extiende su brazo amenazador hacia mí, su risa macabra resonando en mis oídos. Mi expresión deja de sonreír, como si mi rostro se derrumbara junto con mis esperanzas. Es en ese momento en que la desesperación toma control de mi ser y se convierte en un nudo en mi garganta.
—Es una pena. Ahora tendrás que resignarte a un papel clandestino, pero no te preocupes —dice Petelgeuse con un tono suave y retorcido—. Toda persona amada es bienvenida ¡kekeke!
A pesar de su provocación, de sus palabras cargadas de malicia, me obligo a mantener la calma y seguir adelante, sin permitir que su manipulación afecte mi determinación. Estoy decidido a enfrentarlo, a corregir los errores que he cometido. No puedo permitirme mostrar conmoción ni debilidad en este momento crucial.
Siento un torbellino de emociones tumultuosas dentro de mí mientras intento comprender las palabras de Petelgeuse. Mi mente lucha por reunir mis pensamientos en medio de la oscuridad y la falta de esperanza que me rodea. Lentamente, suelto su mano y me alejo de él, tratando de mantenerme en pie ante la marea de incertidumbre que amenaza con arrastrarme.
—¿Has encontrado a soberbia? —pregunto, tratando desesperadamente de evitar caer en el abismo de la desesperación.
Petelgeuse alza los brazos con una alegría retorcida, como si estuviera deleitándose en mi desdicha.
—¡Sí! ¡Sí! Su amor es incomparable para nosotros. Él es alguien a quien admiro desde el fondo de mi corazón —explica con orgullo, su mirada dirigida hacia el cielo como si estuviera contemplando algo sagrado.
Caigo de rodillas al suelo, mis ojos fijos en el cielo sin comprender lo que está sucediendo a mi alrededor. Todo se vuelve cada vez más extraño, más desconcertante. ¿Qué significan todas estas revelaciones? Mi mente se agita en un torbellino de pensamientos confusos, tratando desesperadamente de encontrar una respuesta, una pizca de claridad en medio del caos.
¿Qué hago?
Debo ser fuerte.
Dejarme sentir ahora y cuando regrese seguir esforzándome.
No tengo tiempo que perder.
No importa que tengo que hacer.
Yo… yo, yo, ¡YO! Puedo seguir. Solo tengo que hacer lo que siempre hago.
Si, debo ignorar mis emociones y hacer lo que debo hacer.
Petelgeuse continúa balbuceando incoherencias mientras mi cuerpo empieza a temblar involuntariamente. La sensación de desorientación y pérdida se intensifica a medida que me doy cuenta de que toda mi confianza, todo lo que creía saber, se basaba en información errónea. Si nada de lo que he conocido hasta ahora es válido, ¿qué me queda?
—Eres extraño, muy extraño —dice Petelgeuse, acercándose agachado frente a mí—. No sientes nada por la muerte de esas mujeres, pero te preocupa no tener un puesto —Petelgeuse junta sus puños, su rostro retorcido por la alegría—. ¡Ya veo! eres un trabajador incansable. Experimentas tanto dolor porque no podrás dirigir el amor, sí, el amor. ¡AMOR!
Petelgeuse comienza a repetir obsesivamente la palabra "amor", su risa estridente se entrelaza con mis pensamientos y amenaza con consumirme. Si todo sigue cambiando de esta manera, si las bases mismas de mi existencia se desmoronan, es posible que me encuentre en situaciones irreparables. La certeza que solía acompañarme se desvanece lentamente, y mi confianza en el futuro, en saber cómo manejar las cosas, se desvanece junto con ella.
Una sensación de desgarramiento me invade, como si mi alma estuviera siendo arrancada de mi pecho. La tristeza y la desesperación me envuelven como una sombra eterna, envolviendo mis pensamientos y apagando cualquier destello de esperanza. Parece que ya no podré encontrar la felicidad, que debo enfrentar los desafíos a la antigua manera, sin el consuelo de lo que una vez consideré mi refugio.
—¿Por qué me entristecería verlas morir? —río amargamente, sabiendo que de todas formas debo enfrentar la muerte— Es absurdo. Todo es absurdo.
El mundo se despliega ante mí, un panorama desolador y oscuro en el que mi existencia parece desvanecerse. Cierro los ojos, sintiendo cómo cada fibra de mi ser se resquebraja bajo el peso de la desesperación. En este momento desgarrador, todo parece perdido, y yo, yo me encuentro en medio de un abismo sin fin.
Petelgeuse, con una sonrisa macabra y despiadada, extiende su brazo hacia mí, decidido a completar su siniestro cometido. Sin embargo, un grito desgarrador atraviesa el aire, cargado de desesperación y angustia. Es la voz de Beatrice, resonando como un eco desesperado en mi mente.
—¡Detente! —grita Beatrice, agarrándome y teletransportándome al instante.
Sus manos aferradas a mi cuerpo me arrancan de las garras de la muerte, somos teletransportados arriba del risco, y juntos caemos al suelo, sin aliento y desorientados. El dolor en mi pecho es insoportable, tanto físico como emocional. La presencia de Beatrice a mi lado, su calor envolviéndome, solía ser mi refugio en los momentos más oscuros. Pero ahora, en medio de este caos y destrucción, su abrazo solo me recuerda que ya no hay esperanza para mí. Me encuentro sumido en la oscuridad más profunda, condenado a vivir en un abismo de desesperación.
«Ya no importa, todo será borrado —pienso, intentando darme fuerzas»
La certeza de que debo enfrentar a Petelgeuse se aferra a mi mente, pero también reconozco lo estúpido que fui en mis acciones anteriores. Tenía todas las ventajas a mi favor, pero las desperdicié en banalidades e imprudencias. Mis propias emociones, en lugar de fortalecerme, me han vuelto más débil y vulnerable. «Acaso lo olvidaste», me reprocho en silencio, recordando la lección que debí aprender hace mucho tiempo.
Mientras Beatrice comienza a usar su magia para curar mis heridas, no puedo evitar sentirme abrumado por mi propia estupidez. Siempre es lo mismo, siempre provoco caos cuando intento hacer algo, preocupándome más por los demás que por mí mismo.
Los sollozos entrecortados de Beatrice llenan el aire, mezclándose con mis propios lamentos internos. Ella me abraza con desesperación, tratando de consolarme y liberarme de la culpa que amenaza con ahogarme.
—Marco —murmura entre lágrimas— Pucky, no lo siento por ningún lado. Ahora que Emilia está muerta, entonces el debería está destruyendo el mundo.
Es cierto, Puck no apareció ni siquiera para proteger a Emilia. Todo está demasiado extraño, ya no se en que creer o que hacer.
—Marco, no es tu culpa —Beatrice se presiona en mi pecho— No te culpes, por favor.
Sus palabras golpean mi corazón destrozado. Pero no puedo aceptar su petición, no cuando me he convertido en el verdugo de nuestros propios sueños. Ahora tengo que aprovechar, ya que este futuro esta perdido, tengo que aprovechar para ganar fuerza.
Guardo silencio, incapaz de responderle. Beatrice me conoce tan bien que entiende mi tormento sin que pronuncie una sola palabra. Sus ojos cristalinos me observan con ternura, y siento cómo el peso de su mirada se clava en lo más profundo de mi ser.
—Tu mirada, es la misma que estaba haciendo yo en el balcón —susurra con voz temblorosa, sus manos se aferran a mí, aunque esta vez yo no puedo corresponder su gesto—. Marco, porfa…
Sin permitir que sus palabras me arrastren aún más al abismo de la locura y la desesperación, atravieso a Beatrice con mi kukri, hundiéndola en su espalda frágil. El dolor se refleja en sus ojos sorprendidos, pero su sonrisa perdura, desafiando la crueldad de nuestro destino. La kukri desciende lentamente, liberando el maná que fluye en un torrente luminoso, llenando el aire con su esencia mágica. A pesar de todo, ella solo me sonríe con cariño, aceptando su destino con una resignación sobrenatural.
El corazón se me desgarra en mil pedazos mientras las palabras de Beatrice, impregnadas de amor y sacrificio, reverberan en mi alma torturada.
—Marco —susurra Beatrice, con sus últimas fuerzas— te quiero mucho, mi príncipe.
La veo desaparecer lentamente, como un eco eterno que quedará grabado en lo más profundo de mi ser. En un destello de luces deslumbrantes, Beatrice desaparece ante mis ojos, su cuerpo se disuelve en partículas de maná que danzan en el aire hasta desvanecerse por completo.
El peso de la situación se cierne sobre mí con una intensidad aplastante. No puedo soportar la idea de que Beatrice sea testigo de mi muerte, de todas formas ella, con su instinto protector, se negaría a permitirme partir.
Mis palabras se repiten en un eco ensordecedor:
—Tuve que hacerlo, tuve que hacerlo —intento mantener la cordura, luchar contra la espiral descendente que amenaza con arrastrarme—. Lo haré mejor, no importa si no es igual, encontraré la fortaleza necesaria para seguir adelante, sin importar cómo.
Me convenzo de que soy más fuerte que nunca, aunque mis acciones contradigan esa afirmación.
Mis ojos se clavan en la kukri, un símbolo macabro de mis actos irreversibles. Busco desesperadamente una salida, una solución que pueda cambiar el rumbo de mi destino, pero un dolor desgarrador atraviesa mi corazón, torturándome sin piedad. Aprieto mis puños con fuerza, tratando de encontrar la determinación para seguir adelante, pero me siento atrapado en un abismo de remordimiento y desesperación.
Emilia sacrificó su vida por mí, Rem pereció debido a mis errores, y ahora he arrebatado la vida de la persona que más quiero, manchando mis propias manos con sangre inocente.
En ese instante, una voz llena de desprecio y arrepentimiento resuena en el ambiente, como un eco doloroso.
—Estás loco, jamás debí dejarte a Emilia. Me equivoque.
No logro reconocerla por completo, pero sus palabras penetran en mi alma destrozada. Me quedo sin palabras, incapaz de responder.
Quizás, en realidad, estoy más desequilibrado que Petelgeuse.
La desesperación me envuelve con garras afiladas, y sin pensarlo dos veces, atravieso mi propia garganta con la kukri. La retiro al instante, y siento cómo mi ser comienza a desvanecerse. Luchando por tomar aire, jadeo mientras la sangre brota de mi boca y mi visión se nubla en una neblina ominosa.
Una extraña sensación recorre mi mejilla, reclamando toda mi atención. Siento una única gota que viaja desde mis ojos hasta el borde de mi mejilla. Solo en ese preciso momento, cuando la gota escapa de mi rostro, todo se sumerge en una profunda y devastadora oscuridad. Un abismo sin fin se abre ante mí, consumiéndome en su morada fría y eterna.
Me hundo en el vacío, arrastrado por la tristeza y la desesperanza que ahora son mi única compañía.
Capítulo 2.
Ya nada importa.
—¿Qué tal me veo? —dice Emilia mientras miro perplejo al horizonte.
En ese solemne instante, los recuerdos comienzan a atravesar mi mente como afiladas espinas. El dolor fantasma se extiende implacable por todo mi cuerpo, haciéndome tambalear en un torbellino de agonía. Observo mi brazo, aquel que antes faltaba, y siento cómo todo vuelve a la vida. Mi pulso se desboca descontroladamente, y mi corazón amenaza con rendirse ante la carga aplastante de culpa y desesperación.
Fue mi propia estupidez la que nos llevó a esta pérdida, y ahora es el momento de enmendar las cosas. No importa que el deseo de rendirme asalte mi mente, no importa si tengo que arrastrarme por el abismo, el descanso solo es para aquellos que verdaderamente lo merecen.
Ahora debo seguir adelante, tengo responsabilidades que cumplir, aunque mi espíritu tiemble y mis emociones amenacen con desbordarme.
—¿Estás bien? —Emilia intenta tocarme, pero reacciono, esbozando una sonrisa forzada. No puedo permitirme ceder a las turbulencias que agitan mi ser en este momento crucial.
Debo hacer las cosas bien, sin importar lo que suceda.
—Escuchen —dirijo mi mirada a Emilia y Rem—. Pronto Alsten vendrá, necesito que le digan que se dirija al pueblo de inmediato. Activen la medida de protección T01. Ahora debo irme. Vayan al pueblo sin demora, no se detengan por nada.
No importa qué.
—¡Marco! —ambas gritan, pero antes de que puedan alcanzarme, tomo una decisión drástica.
Sujetando a Beatrice con firmeza, me arrojo por la ventana. Mientras caemos en picado hacia el abismo, ella, sorprendida y aterrada, pronuncia un grito ensordecedor:
—¡Murak!
El efecto de la gravedad se hace sentir de inmediato, mientras la presión sanguínea aumenta vertiginosamente, recordándome que estoy vivo, aunque deseara lo contrario. Justo antes de estrellarme contra el suelo, utilizo la magia del viento para impulsarme y dirigirme rápidamente hacia el pueblo que espera mi llegada desesperadamente.
El destino ha trazado su camino, y yo, con el corazón destrozado y el alma en llamas, me lanzo a la vorágine sin titubear.
El miasma que se arremolinaba en mi cuerpo comienza a calmarse mientras Beatrice utiliza su magia para mitigar su influencia. A medida que viajo a toda velocidad, en cuestión de minutos, llego al pueblo anhelado. Con cautela, introduzco maná en mi garganta, tratando de controlar lentamente el miasma que amenaza con desbordarse dentro de mí.
—¡Gente de Irlam! —grito con determinación, provocando que todas las miradas se eleven hacia mí. Aguardo unos instantes hasta que todos a mi alrededor se concentran en mis palabras y prosigo—. ¡Se instaura la medida de protección T01! ¡Les ruego que evacuen hacia la escuela siguiendo las indicaciones del ejército! ¡No se alteren ni presenten resistencia!
Las personas comienzan a mirarse entre sí, consternadas por la noticia. Los soldados son los primeros en actuar, al percibir la seriedad de mis palabras, se apresuran a guiar a la gente hacia un lugar seguro. Los capitanes dan órdenes a sus subordinados, y estos se agrupan rápidamente en un punto determinado.
Caigo frente a ellos con determinación, sin vacilar ni dudar, y comienzo a hablar con voz firme y carente de emociones.
—¡Soldados! La batalla ha llegado, el culto de la bruja se acerca y necesitamos actuar sin demora —comento, sin que se asome ni un ápice de emoción en mis palabras.
Lucas me observa con sorpresa, comprendiendo que la mujer a la que enfrentamos está involucrada en todo esto. Los capitanes se miran entre sí, y solo tres de ellos mantienen su mirada fija en mí.
Uno de ellos es Oslo, un hombre ya entrado en años con cabello blanco y una mirada penetrante. Su habilidad como francotirador y su agudo sentido del sigilo le han valido un gran reconocimiento en el ejército. Su escuadra se dedica a tareas de reconocimiento y ataques sigilosos, aunque aún están en proceso de perfeccionamiento.
El otro es Pest, un joven de apenas dieciocho años. Perdió a sus padres durante un ataque de las mabestias, lo que lo impulsó a unirse al ejército movido por la ira. Con cabello rojo oscuro que evoca el color de la sangre misma y un rostro desprovisto de emociones, impone un temor palpable. Él se ha destacado por cumplir sus deberes de manera impecable, sin titubeos ni vacilaciones. Podría considerarse el soldado perfecto según los estándares de mi mundo, pero siento una profunda pena por él y su situación.
—¡A sus órdenes, mi general! —responden los tres al unísono, lo que provoca una reacción en cadena entre los demás soldados, quienes adoptan la misma postura de compromiso y obediencia.
Los soldados se dispersan y Oslo se queda a mi lado.
—Avisa a los constructores para que creen trincheras. Todos deben colaborar. El ataque vendrá por la entrada principal del pueblo —señalo en dirección al bosque que se divisa a lo lejos.
—¡Sí, mi general! —Oslo realiza un saludo militar y se pone en movimiento.
Los soldados se dispersan en todas direcciones, siguiendo las órdenes impartidas. Oslo, sin embargo, se mantiene a mi lado, listo para cumplir con sus deberes.
Con determinación en mi voz, le ordeno:
—Avisa a los constructores que creen trincheras de defensa. Todos deben colaborar. El ataque vendrá por la entrada principal del pueblo —señalo hacia el bosque que se divisa a lo lejos, donde se oculta la amenaza.
Oslo, sin vacilar, realiza un saludo militar y se pone en movimiento, dedicado a ejecutar la tarea asignada.
Sé que el ataque es inevitable, pero si logro eliminar a Petelgeuse antes de que su influencia se extienda, los efectos serán disminuidos. Con Beatrice a mi lado, volamos hacia la escuela donde se encuentra el mago especialista en magia Yang.
Al llegar, el hombre se apresura hacia mí, su rostro reflejando preocupación por lo que ha escuchado. Me guía hacia un lugar apartado, apartándome del bullicio y la agitación que llena el ambiente. En ese momento, me enfrento a la angustia y la ira desatada por las decisiones de Roswall, quien a pesar de tener conocimiento de la situación, ha decidido no presentarse. La rabia hierve dentro de mí.
Su voz tiembla de temor mientras exclama:
—¡El culto de la bruja ha llegado, ¿verdad?! —sus palabras son un reflejo del miedo que ha invadido su ser.
Sin poder contenerme, tomo al hombre por ambos brazos y lo empujo con fuerza, provocando que pierda el equilibrio y caiga al suelo. Mi voz es lacerante, cargada de enojo:
—Que sea la última vez que te atrevas a hacer eso —respondo con furia contenida—. Ahora que el peligro se acerca, no hay nada que podamos hacer para evitarlo. Refúgiate como todos los demás y confía en que todo saldrá bien.
El hombre, con expresión molesta, me lanza el cargador de balas Yang antes de levantarse, clavando su mirada en mí con molestia evidente. Baja la cabeza y, con un tono temeroso, murmura:
—Es culpa de la medio demonio.
El arrebato de ira me domina y, sin pensarlo dos veces, tomo al hombre del cuello y lo estrello contra el suelo con violencia. Sus ojos se abren desmesuradamente ante la sorpresa, intentando desesperadamente agarrar mi brazo para liberarse. Mi agarre en su cuello se intensifica mientras lo observo con ira desenfrenada. El hombre, atrapado en mi furia, me mira con miedo, luchando por respirar.
—¿Te atreves a decir eso en presencia de la señorita Emilia? ¿Te atreves? —mi voz es un gruñido amenazante, mientras aprieto con más fuerza, provocando que el hombre intente invocar magia para defenderse.
Con mi maná superior, rechazo su magia con una presión avasalladora. El ambiente se carga de tensión, el poder mágico se descontrola debido al miasma que aún persiste en mí. Mi mirada se llena de odio y desprecio mientras el hombre comienza a llorar, desesperado y suplicante.
—Te advierto, esta es la última vez —suelto su cuello, permitiéndole respirar con dificultad—. La próxima vez... ¡te mataré!
Abandono el lugar con un peso en el corazón, advirtiéndole al hombre que guarde silencio absoluto sobre lo sucedido. Ya no me importa si decide renunciar, pues en este momento tengo otras prioridades. Con las balas en mi poder, mi única meta es enfrentarme a Petelgeuse. Aunque los remordimientos intentan aflorar, los aparto de mi mente.
Ahora debo concentrarme en lo que vendrá.
La academia se convierte en un bullicio de personas, todas ingresando con semblantes temerosos pero organizadas en sus acciones. Los soldados se despliegan con precisión, brindando ayuda a aquellos que encuentran dificultades para moverse. Este lapso es crucial para evitar cualquier daño innecesario al inicio del ataque.
En medio de la multitud, Emilia y Rem se abren paso hacia mí a toda velocidad, sus rostros reflejando preocupación y anticipación. Sus ojos recorren el escenario, captando la obediencia generalizada de las personas que siguen las órdenes sin hacer preguntas. La sombra del pasado, marcado por el terror de las mabestias, sigue impregnada en los corazones de todos. Saben que algo grave está ocurriendo, pero ninguno se atreve a romper el silencio con preguntas temerarias.
—Marco, el coronel Alsten trajo... —comienza a decir Emilia, pero interrumpo su voz con determinación.
—Ha traído consigo a una chica que lleva el miasma en su interior —respondo sin vacilación, permitiendo que mis palabras expresen la gravedad de la situación.
Ambas me observan con sorpresa, pero es el rostro de Emilia el que experimenta un cambio drástico, pasando de la confusión a una mezcla de temor y duda. No puedo evitar sentir cómo su mirada escudriña mi rostro, detectando la falsedad en mis palabras.
—Lucas ya me había mencionado que esta chica provenía de un pueblo lejano —miento descaradamente, tratando de desviar la atención—. Todo esto ya había sido informado previamente desde la capital. Roswall partió a investigar, pero nunca imaginé que estuvieran tan cerca.
Emilia debe percibir mi engaño, pero también comprende que ahora no es el momento para discutirlo. La situación es demasiado apremiante.
—La chica está infectada con miasma, pero solo la dejé dormida y mi hermana está a cargo de su vigilancia —afirma Rem, visiblemente enfadada por lo ocurrido.
Emilia nos observa a ambas, sus labios temblorosos mientras su mirada se desplaza hacia las personas que nos observan de reojo. La gente tiene una noción aproximada de lo que está sucediendo, son conscientes de que Emilia es indirectamente responsable, pero temen pronunciarlo en voz alta.
Conocen las consecuencias que eso podría acarrear.
De repente, Emilia empieza a tambalearse, amenazando con caer al suelo. Actúo rápidamente, agarrando su brazo y levantándola con firmeza.
—¡Tienes que ser fuerte ahora! No permitas que el miedo te controle. Esta gente te necesita más que nunca —la sujeto por los hombros, haciendo que nuestros ojos se encuentren en un intento de transmitirle fuerza— Eres la más fuerte de todos aquí. Defiéndelos con esa fuerza.
Emilia me mira sorprendida. No puedo precisar qué expresión exacta tiene en su rostro, pero sus ojos reflejan gratitud y una chispa de determinación. Me sonríe mientras aprieta los puños, aceptando el desafío.
—Sí, tienes razón —responde con determinación en su voz.
Comprendo que Rem es demasiado vulnerable para lo que se avecina. Aunque yo puedo resistir gracias a mi capacidad para percibir los movimientos de Petelgeuse, los sentidos de Rem no son suficientes para enfrentarlo. Es mejor que ella y Beatrice se queden atrás para proporcionar apoyo y curación. Si algo sale mal, no necesito sobrevivir. Estoy dispuesto a aceptar mi destino.
Si llega el momento.
Que así sea.
—Emilia y yo iremos al bosque —doy la orden con seriedad, fijando mi mirada en ambas.
Beatrice es la primera en reaccionar. Me agarra del brazo con rabia, gritándome con enojo.
—¡¿Vas a abandonar a Betty?! —me mira con furia desatada— Eres un mentiroso, supongo.
Los ojos penetrantes de Rem se clavan en los míos, buscando desesperadamente una manera de expresar lo que su silencio oculta. Sus labios se tensan, sellando las palabras que luchan por escapar de su alma atormentada. Acepto su silencio y me inclino hacia Beatrice, dejando que mis dedos se deslicen suavemente sobre la cabeza de Beatrice, cuyos ojos nunca abandonan mi rostro.
—No sucumbiré en esta batalla. Me dirijo en compañía de la persona más poderosa de todas, aquella que posee la facultad de curar, al igual que tú —mi mirada se dirige a Beatrice, y una sonrisa se dibuja en mis labios—. Confía en mí, quédate aquí para que puedas emplear tus dones de salvación en beneficio de cuantos soldados sea posible, ¿me lo prometes?
Un momento de profundo silencio envuelve a Beatrice, sumida en una introspección llena de incertidumbre. No deseo cargar nuevamente con el peso de tal responsabilidad, pues no estoy seguro de soportar presenciar su sacrificio una vez más. Aun retengo en mis recuerdos el eco de sus dulces susurros, el calor de su presencia desvaneciéndose entre mis manos.
Aquella fue la única opción, pero me niego a revivir tal agonía.
Si Beatrice logra salvarme y ello implica atravesar el umbral de no retorno, temo perderme en un laberinto de desesperación. Si debo arrebatarle la vida y se me prohíbe contemplar su rostro una vez más, si todo queda reducido a cenizas y desolación, prefiero ni siquiera contemplar esa triste posibilidad.
Aunque Beatrice se esfuerza por sonreír, sus ojos revelan el trasfondo de su sonrisa forzada, la carga que lleva a sus espaldas.
—Betty te aguardará, más te vale regresar sin falta de hecho —responde con una mirada penetrante, clavando sus ojos en los míos como un desafío.
—Te prometo que retornaré para envolverte en un abrazo como el que nos envuelve ahora mismo —proclamo, estrechando a Beatrice con fuerza, en un intento desesperado por apaciguar la tormenta de emociones que me consume.
Tras un lapso que parece eterno, Beatrice responde a mi abrazo, aferrándose a mí con una fuerza desmedida hasta que finalmente nos separamos. Entonces, sus ojos se posan en Emilia, quien parece sumida en la confusión y la desorientación. Emilia, a su vez, se ve sorprendida por la mirada de Beatrice, quien parece a punto de revelar un secreto profundo.
—Ya no eres la niña que llegó a esta mansión. Has crecido, has florecido más allá de toda medida imaginable supongo —asegura Beatrice, esbozando una sonrisa cargada de significado y sabiduría.
Los ojos de Emilia se abren de par en par, incapaz de asimilar las palabras que emergen de los labios de Beatrice. Emilia, presa de sus propias emociones, cubre su boca con las manos, luchando por contener el torrente de sentimientos que amenaza con desbordarse. Entonces, dirige una mirada al cielo, una mirada que refleja la determinación más firme que jamás haya albergado en su interior.
—He cambiado y seguiré cambiando, incansablemente —proclama Emilia con una determinación que resuena en cada sílaba, en cada fibra de su ser.
Rem también dirige su mirada hacia Emilia, reflejando asombro en sus ojos. Si hablamos de transformaciones, indudablemente la de Emilia ha sido la más notable. Con cada día que pasa, ella gana confianza en sí misma y en sus habilidades. La responsabilidad de su muerte recae sobre mis hombros, pues no le revelé las habilidades de Petelgeuse en un intento por protegerla.
Emilia es mucho más fuerte de lo que creí.
—Rem y Beatrice se quedarán para brindar atención a los heridos. Emilia y yo nos encargaremos de acabar con el enemigo —ordeno con determinación.
Todas asienten en acuerdo. Rem y Beatrice permanecerán en el campamento para cuidar de los heridos. Mientras tanto, yo debo tener en cuenta mi propia condición: el miasma que se agita en mi interior limita mi capacidad para utilizar la magia en su plenitud. Si la empleo en exceso, podría desencadenar una explosión en mi puerta espiritual. Por lo tanto, debo controlar mi ansia de usar magia espiritual y ceñirme a los hechizos que domino con destreza, evitando problemas innecesarios. Solo la usaré cuando sea estrictamente necesario.
Debo esperar la señal. En el momento en que la mina sea activada, Emilia y yo nos dirigiremos al lugar designado. No importa qué, mi objetivo es acabar con Petelgeuse.
Desataremos una masacre contra esos desalmados. No fue en vano que me preparé meticulosamente. Fui un insensato al dejarme llevar por mis emociones. Frotándome los ojos, me aseguro de tener una visión clara de lo que enfrentaremos.
Los magos montan trincheras, mientras que los soldados colocan cajas de municiones. Esta preparación es crucial, ya que se avecina una batalla prolongada. Ellos resistieron una vez, lo cual indica que serán capaces de hacerlo de nuevo.
El regreso se encargará de llevar a cabo las cosas de manera impecable. Conozco sus planes, por lo que no habrá ningún contratiempo.
Ahora es el momento de que cada uno cumpla su parte. Me enorgullece ver que resistieron en aquel entonces, lo cual significa que todo mi esfuerzo no fue en vano. Si logramos salir de esta situación, se completará el inicio de una nueva fuerza.
Sin darme cuenta, alguien toma mi mano. Giro la cabeza para ver quién es y me encuentro con Emilia, quien me sonríe de manera juguetona. Ella eleva mi mano y la coloca en su pecho, cerrando los ojos. Sin saber qué está sucediendo, pronuncia unas palabras:
—Marco, tú también tienes secretos, pero quiero que sepas que no siempre tienes que ser fuerte —abre los ojos y me mira fijamente—. Puedes ser tú mismo cuando quieras.
Permanezco atónito, sin entender el motivo de sus palabras. Busco en mi mente, pero no puedo recordar haber dicho algo incorrecto. Dirijo la mirada hacia Beatrice, pero ella evita mi mirada. Sonrío incómodo mientras retiro suavemente mi mano de la suya.
—Tranquila, estoy bien —respondo—. Solo estoy un poco cansado. Después de la reunión de la selección, tendremos unas buenas vacaciones.
Una mentira piadosa. No vi rastro de la ballena, por lo que supongo que este ataque no está relacionado con eso. Todo tiene una razón. Espero que Roswall traiga información útil; si no es así, no dudaré en dispararle en la cabeza para calmarme.
—General Marco, señorita Emilia —aparece Alsten a mis espaldas, interrumpiendo mis pensamientos.
Realizo un saludo militar, permitiendo que ambos podamos hablar. Alsten me mira con una expresión compleja. Puedo sentir su miedo, pero también la presión que le impide mostrarlo. Él es el coronel del ejército y el siguiente en el mando cuando ni yo ni Emilia estamos presentes.
—Coronel, ahora que todo está listo, necesito que tengas en cuenta algo —pongo mi mano en el hombro de Emilia y explico—. La señorita Emilia y yo iremos a acabar con el arzobispo del culto. Existen posibilidades de que nos enfrentemos a personas muy poderosas, por lo que necesito que, si encuentras algo que supere tu comprensión, seas tú quien guíe a los demás en el camino correcto.
Alsten parece confundido, pero entiende a qué me refiero. De todo el ejército, solo a él le he revelado la información sobre la mayoría de los arzobispos. Después de todo, si no estoy presente, él es quien toma las decisiones.
Es algo que también haré con Emilia.
—Si no encontramos otra salida, deberemos recurrir al plan de contención como último recurso. Aunque implique un sacrificio humano, al menos permitirá proteger a los civiles —añado con gravedad y determinación.
—¡Sí, mi general! ¡Cumpliré con mi deber sin vacilar! —exclama Alsten, despidiéndose de Emilia y retirándose con paso firme.
La última barrera defensiva, la cual emplea minas estratégicamente colocadas para congelar el entorno circundante, toda la academia será aislada. Será un sacrificio doloroso, ya que significa que todo el ejercito debe perecer, pero nuestra prioridad es salvaguardar las vidas de los inocentes. Rezo para que no lleguemos a necesitar utilizarla.
¡BOOM!
Casi de manera sincronizada, mientras Alsten se aleja, un temblor violento sacude la tierra. Alzo la vista al cielo y observo con asombro cómo múltiples pilares de hielo se alzan majestuosamente. Todos contemplan los pilares con una mezcla de temor y anticipación. El destino parece haber cambiado, esta vez el bucle ha tomado un rumbo distinto. Quizás mi advertencia ha surtido efecto. Mi mirada se cruza con la de Emilia, quien irradia determinación.
—En el camino te revelaré todo lo que necesitas saber —afirmo mientras tomo su mano con fuerza—. ¡Es hora de avanzar!
Emilia asiente con determinación y juntos emprendemos una carrera vertiginosa. Fijo mi mirada en el horizonte, tratando de mantener mi mente clara y centrada. Los seguidores del culto no tardarán en llegar, por lo que debemos apresurarnos para enfrentar el inminente destino. Corremos con el corazón palpitando en nuestros pechos, listos para enfrentar cualquier desafío que se nos presente en el camino.
La guerra se avecina y estamos dispuestos a enfrentarla con todas nuestras fuerzas.
El general Marco me entregó instrucciones precisas, y su capacidad para obtener información detallada es enigmática. Aunque no poseo su agudeza mental, cuento con habilidades propias para enfrentar esta situación. Observo los pilares de hielo, imponentes testimonios de las minas estratégicamente colocadas. En el bosque, contamos con un total de cuarenta minas, aunque estimaría que en esa dirección específica hay aproximadamente quince de ellas, ya que las demás han sido distribuidas en diferentes perímetros.
Cada una de esas minas es capaz de segar la vida de cinco, o tal vez con algo de fortuna, hasta diez personas en su radio de acción. Ahora que se ha confirmado que el enemigo se aproxima desde la ubicación señalada por el general, debemos actuar en consecuencia.
—¡Preparen los cañones! —grito con voz firme, mientras el escuadrón de artilleros se coloca en posición en el campo de batalla.
El sonido metálico de la artillería resuena en el aire, anunciando que nos encontramos preparados para el enfrentamiento. En medio de la tensión y la anticipación, siento el peso de la responsabilidad sobre mis hombros. La guerra se acerca y debemos estar listos para defender a los nuestros, sin importar el costo.
He presenciado el poder destructivo de este armamento, y no puedo evitar maravillarme ante su fuerza avasalladora. El estruendo de la pólvora retumba en mis oídos, recordándome lo único y excepcional que es. Habitualmente, utilizaríamos cristales de fuego, pero el costo de tal recurso es astronómico, y no estamos en condiciones de despilfarrar nuestros escasos recursos, además de que consume maná usarlos.
Dirijo mi mirada hacia mi rifle, el fiel compañero que me ha acompañado en innumerables batallas. A mi alrededor, los soldados se reúnen en las trincheras, pequeños muros de tierra reforzados con púas en su frente. Estas trincheras nos brindan la cobertura necesaria para enfrentar al enemigo y disparar cuando sea necesario.
Todos los civiles han sido evacuados, dejándonos solos para enfrentar la inminente respuesta del culto. Nuestro deber es aguantar hasta el regreso del general y la señorita Emilia. Los soldados me miran, sus ojos reflejan una mezcla de temor y enojo. Entiendo sus sentimientos, pues el ataque que enfrentamos es consecuencia directa de la existencia de la señorita Emilia.
Sin embargo, considero que esas ideas son meras ilusiones; esa joven no es más que una niña esforzándose tanto como nosotros por sobrevivir en este mundo despiadado.
Cada día, después de los agotadores entrenamientos, es ella quien atiende a las heridas de todos sin falta, además de ayudar en nuestras prácticas. Durante la prueba con las mabestias, fue la única que estuvo pendiente de cada herida, cuidando de todos nosotros. Los soldados son conscientes de esto, pero no es fácil aceptarlo. La apariencia de Emilia es desconcertante, y la sombra de la incertidumbre se cierne sobre nosotros. No obstante, sé que en su corazón no hay maldad.
Hay secretos que solo yo conozco y que guardaré celosamente.
«¿No es así, Luna?»
Fuiste arrebatada de mis brazos, arrancada violentamente de mi vida y masacrada por los caballeros de la capital. Aunque me pediste que los perdonara, soy incapaz de hacerlo. Veo en esta lucha una oportunidad de venganza, y debo aprovecharla. Si estas personas se fortalecen, si utilizo la bendición que me concediste para alcanzar mayor poder, si logramos tomar el trono y derribar a los caballeros, entonces podré exterminar a todos aquellos que te hicieron daño.
—¡No nos enfrentaremos a meros humanos! —grito con vehemencia, elevando mi voz por encima del tumulto.
Tan solo espera, este es el primer escalón que debemos superar.
—¡Son monstruos! ¡Criaturas que han segado miles de vidas humanas sin experimentar la más mínima pizca de culpa! —miro a mis soldados, la mayoría de los cuales aún están plagados de temor.
Una nueva determinación comienza a forjarse en sus ojos, y puedo sentir el cambio en el aire. La guerra no ha hecho más que comenzar, pero estamos dispuestos a enfrentar cualquier abominación que se interponga en nuestro camino.
Tomo mi arma con firmeza, sintiendo su peso reconfortante en mis manos. Lanzo una mirada penetrante a mis compañeros de armas y prosigo con determinación en mi voz:
—El miedo solo fortalecerá al enemigo, sin importar qué ideas retorcidas alberguen en sus mentes. Recuerden lo que realmente importa, aquello por lo que estamos dispuestos a darlo todo. —Elevo mi arma, tratando de infundirles convicción—. ¡Somos el escudo que protege a nuestros seres queridos! ¡Es nuestro deber salvaguardarlos!
Los soldados me observan atentamente, y puedo ver cómo sus miradas se transforman. Ahora sostienen sus armas con determinación, alzándolas en señal de unidad. Uno a uno, demuestran su fuerza interior.
Así es, me convertiré en una fuerza imparable para vengar a quienes te arrebataron todo.
—¡Somos soldados! ¡Estamos por encima de aquellos caballeros que eluden su deber! —exclamo con furia—. El motivo de este ataque carece de relevancia cuando se trata de proteger aquello que amamos. Y esto no es culpa de ella, todos ustedes lo saben.
Mis palabras sorprenden a muchos, algunos aprietan sus labios mientras otros muestran una determinación renovada.
—Esto es culpa de aquellos que nunca tomaron medidas para erradicar el culto de la bruja —añado, mostrando mi enojo—. ¡Somos superiores! ¡Somos el ejército de Irlam!
A lo lejos, unos arbustos comienzan a moverse. Oslo, al detectar el movimiento, levanta su mano. Apunto con mi rifle, dejando claro que mis palabras son más que meras palabras.
¡Bang!
Un disparo rasga el aire, la bala surca el campo de batalla y se encuentra con el enemigo. Este cae al suelo sin siquiera acercarse a nosotros. La información del general resulta precisa, son meros seres humanos.
Los exterminaré.
—¡Ataquen! ¡Por Irlam! —grito con vehemencia, impulsando a todos los soldados a tomar cobertura y abrir fuego.
En una rápida sucesión, una horda de figuras encapuchadas emerge del bosque. Se aproximan velozmente hacia nosotros, demostrando una agilidad superior a la de un humano común. Una lluvia de balas arremete contra los cultistas, derribándolos al instante.
El caos se desata, y el campo de batalla se convierte en un escenario de furia y desesperación. Los estampidos de los rifles se mezclan con los gritos de combate, y el humo de la pólvora se cierne en el aire. La guerra ha comenzado, y no daremos tregua hasta que el último vestigio del culto haya sido erradicado.
El estruendo de los rifles de asalto llena el aire, mientras los soldados disparan ráfagas interminables de balas, procurando tomar cobertura para recargar. Ante nuestra ofensiva, un grupo de magos conjura un pilar de piedra, desde el cual lanzan ráfagas de bolas de fuego hacia nosotros.
—¡Artillería! —dirijo mi mirada hacia los imponentes cañones, listos para entrar en acción.
Apuntar cada cañón es una tarea ardua, reservada únicamente al capitán de la artillería. Su capacidad de cálculo es extraordinaria, permitiéndole determinar la trayectoria en cuestión de minutos.
La capitana me observa y asiente de inmediato.
—¡Soldados, tomen sus posiciones! —exclama Sofía, y el grupo se coloca detrás de los cañones, listos para la acción.
Los magos nos atacan con furia, lanzando bolas de fuego que nos obligan a buscar cobertura. Disparan hacia los cañones, intuyendo el peligro que representan, pero su revestimiento de metal impide que el fuego los alcance.
Llega el momento.
—¡Fuego! —grita Sofía.
¡BOOM!
Los cañones se activan de forma simultánea. Proyectiles de hierro surcan el aire a gran velocidad, los magos intentan protegerse con barreras de tierra, pero el proyectil las atraviesa sin piedad. En un instante, una lluvia de escombros los pulveriza por completo.
—¡Sigan disparando! —exclamo, instando a los soldados a abandonar su cobertura.
Los cultistas se acercan inexorablemente, y si permitimos que sigan forzándonos a tomar cobertura, llegarán a posiciones peligrosas. Sin descanso, continuamos disparando, conscientes de que nuestras vidas y las de los demás dependen de nuestra habilidad en este momento crucial.
—¡No se rindan! ¡Mantengan el fuego! —grito, infundiendo coraje en cada palabra.
La batalla se intensifica, la adrenalina fluye a través de nuestras venas y nuestros corazones laten al ritmo de la guerra. No hay margen para la rendición. Nuestra determinación y valentía serán la clave para superar este desafío y asegurar la supervivencia de aquellos que amamos.
El fragor de la batalla continúa, con los soldados disparando en perfecta coordinación, alternándose con aquellos que están recargando para mantener un flujo constante de fuego. Al reducir al mínimo el tiempo entre recarga y disparo, les negamos cualquier oportunidad de acercarse.
A pesar de que solo han transcurrido unos minutos, la tensión en el aire es palpable. Decenas de cadáveres yacen en la llanura, impregnando el ambiente con el inconfundible olor a pólvora y barro. Estamos ganando, y parece que podemos mantenernos firmes sin que nadie resulte herido, al menos a este ritmo.
—¡Miren! —exclama un soldado, señalando hacia el cielo.
Alzando la vista, podemos divisar a una de esas criaturas retorciéndose en el aire, aparentemente gritando, aunque el estruendo de las balas lo envuelve todo y nos impide escuchar su voz. La profecía del general se ha cumplido: uno de los dedos del arzobispo ha llegado.
El temor se apodera de los soldados mientras observan cómo varios árboles son arrancados de raíz, dejándonos perplejos ante la absurda magnitud de la situación. En un abrir y cerrar de ojos, esos árboles son arrojados hacia nuestra posición.
—¡Cúbranse! —grito, instando a los capitanes a repetir mis palabras.
Nos resguardamos detrás de cualquier cobertura disponible, estos son árboles comunes. Al impactar contra el suelo, rompen una de nuestras barreras defensivas en pedazos. Los soldados son lanzados por los aires, impotentes ante la fuerza del embate. Un árbol se abate sobre uno de los cañones, reduciéndolo a escombros en un instante.
—¡Escuadrón de rescate! ¡Lleven a los heridos de inmediato! —grito mientras me apresuro hacia la ubicación del capitán Bert.
Este joven, de la misma edad que el general, ha sido designado como capitán debido a su puntería excepcional, siendo la única persona capaz de cambiar el rumbo de la situación. El capitán le ha otorgado un prototipo de mejora para su arma: una pequeña mira que le permite apuntar con precisión a larga distancia.
Al llegar junto a Bert, ya lo encuentro apuntando al cultista, por lo que mi prioridad es protegerlo. Según lo indicado por el general, para acabar con él, debemos distraerlo, ya que su habilidad le permite utilizar brazos invisibles como defensa.
—¡Artillería! —dirijo mi mirada hacia Sofía, quien parece estar lista.
Aún nos quedan tres cañones en funcionamiento, así que no estamos desprovistos. Los gritos de dolor se entremezclan con el estruendo de las balas, y el temor comienza a apoderarse de todos. La situación se está volviendo cada vez más complicada.
Por suerte, los cultistas no parecen ser muy astutos. A pesar de estar en un campo abierto, lo más fácil sería que nos rodearan, pero si alguno de ellos ha considerado esta estrategia, no ha llevado a cabo el ataque. Tal vez es porque tenemos a alguien confiable velando por nuestra espalda.
Esa mujer, sin lugar a duda, protegerá a todos.
—¡Disparen! —grito, seguido de la explosión de los cañones.
Las balas de cañón impactan contra el suelo cercano al cultista. Este intenta protegerse con árboles, pero estos son destrozados al instante. Según el general, es probable que solo pueda generar unos pocos brazos más allá de los cuatro con los que ya cuenta, pero a medida que más de los dedos caigan, más brazos aparecerán.
Cuatro árboles han sido utilizados, lo que significa que el cultista tiene seis brazos en total: dos para mantenerse en pie y cuatro para atacar.
—¡Ahora! —digo, mirando a Bert, quien sonríe con arrogancia.
El dedo del arzobispo arrebata más árboles. Comienza a mover su cuerpo y tomar su cabeza, aunque no puedo escuchar lo que dice, sin duda actúa como un loco.
—¡Entendido, mi coronel! —responde Bert, apretando el gatillo de su arma.
¡BANG!
En un abrir y cerrar de ojos, justo cuando el dedo parece estar a punto de lanzar los árboles, sin previo aviso, comienza a caer, estrellándose contra el suelo.
—¡Abatido! —celebra Bert, mientras todos comenzamos a gritar con fuerza.
Sin duda, es algo increíble. A pesar del tamaño del proyectil, resulta extrañamente difícil predecir lo que va a suceder. Como bien dice el general, no importa cuán poderoso sea, mientras su cuerpo sea humano, una bala será suficiente.
—¡Por Irlam! —grito, seguido por la emoción de los soldados.
«¿Cómo puede haber tantos de estos bastardos?» pienso, mientras clavo mi bayoneta en el cuello de un cultista, sintiendo cómo su vida se desvanece entre mis manos.
Nos encontramos en el corazón del bosque, un claro rodeado de cadáveres de cultistas. El suelo embarrado dificulta nuestro movimiento, mientras los árboles altos y tupidos nos obstruyen la vista, ocultando de dónde emergen nuestros enemigos.
Emilia dispara estacas de hielo con destreza, mientras Puck, su fiel espíritu protector, desvía los proyectiles arrojadizos que nos lanzan los cultistas. A pesar de nuestros esfuerzos, no hemos logrado avanzar debido a la feroz ofensiva que estamos enfrentando. Ya hemos eliminado a dos de los dedos del arzobispo, pero esto solo ha fortalecido a Petelgeuse.
Cuando Emilia luchaba, no había tantos cultistas a nuestro alrededor. La situación se ha vuelto aún más peligrosa y desconcertante. No sé qué nos espera si seguimos combatiendo en estas condiciones adversas.
—Es frustrante no poder volar —lamenta Emilia, mientras con una patada en el aire estalla la cabeza de un cultista, llenando el entorno con una macabra explosión.
Este lugar está plagado no solo de cultistas, sino también de temibles wolgarms, razón por la cual ambos portamos cristales protectores para mantenerlos alejados. A pesar de ello, a los cultistas no parecen importarles ser devorados por los wolgarms, ya que arrojan los cuerpos de los caídos hacia ellos mientras intentan acercarse. Si tan solo pudiéramos volar, nuestro avance no sería tan obstaculizado.
Los cadáveres se acumulan rápidamente, instándonos a retirarnos sin demora.
—¡Emilia! —grito, y ella comienza a conjurar un hechizo.
Los cultistas, al verla, intentan aprovechar la situación para atacarla. Pero Puck sale al frente y arremete contra todos a su alrededor con estacas de hielo, forzándolos a retroceder. Me coloco junto a Emilia, lo que hace que Puck embista en todas las direcciones, manteniendo a raya a nuestros enemigos.
El maná de Emilia parece inagotable, algo fuera de este mundo. Disparo mi arma contra los cultistas, quienes intentan esquivar los proyectiles de Puck. Los cadáveres se amontonan a nuestros pies, pero parece que no hay fin a esta lucha interminable.
—¡Ahora! —exclama Emilia, congelando el suelo en su lugar, creando así un camino de hielo recto a nuestro paso.
Emilia toma mi mano y ambos nos deslizamos por el camino helado que se abre paso, rompiendo los árboles que bloquean nuestro avance. Hemos realizado este movimiento varias veces, y eso nos indica que estamos más cerca de nuestro objetivo.
Mientras luchamos codo a codo, puedo ver en Emilia un genio innato para la defensa. No sé qué experiencias ha vivido, pero a pesar de tener bloqueados sus recuerdos, no se queda rezagada. Su dominio del maná es letal, y de alguna forma logra mantener un flujo constante de energía mágica en su cuerpo, lo cual es asombroso y enigmático.
He intentado replicar su control innato, pero concentrarme en ello mientras peleo resulta complejo. En cambio, ella lo hace de manera inconsciente, como si estuviera en perfecta armonía con sus habilidades.
Me esfuerzo por mantener bajo control el miasma que habita en mi ser, como un veneno que amenaza con corromperme. Cada vez que abro mi puerta, el miasma intenta desencadenar mi pérdida de control. Después de cada batalla, su presencia se intensifica, creando no solo obstáculos para el uso de la magia, sino también afectando mi claridad mental.
Dos cultistas intentan lanzar bolas de fuego hacia nosotros, pero antes de que puedan hacer algo, disparo certero y sus cabezas estallan en un estallido de violencia. El cansancio comienza a apoderarse de mi cuerpo, llevamos varios minutos luchando sin descanso.
Jadeo mientras avanzo incansablemente, consciente de que solo yo tengo la capacidad de poner fin a Petelgeuse. Emilia y yo nos movemos a una velocidad vertiginosa, golpeando y acabando con cada cultista que se cruza en nuestro camino. Tuve que transmitirle a Emilia información sobre nuestro enemigo, revelarle todo sobre su poder, y ella, sin hacer preguntas sobre cómo obtuve esa información, la acepta sin reservas. Ambos sabemos que no es el momento adecuado para cuestionar.
Varias minas se han activado a nuestro alrededor, pero nos enfocamos en llegar a la primera que fue detonada.
—¡Vaaaya! —una voz horripilante y cargada de malicia se hace eco en el ambiente.
Emilia y yo nos detenemos de inmediato. En el momento en que escuchamos esa voz, Emilia desata su magia y genera una neblina espesa. La única forma de ver al enemigo es usando algún polvo o sustancia similar que revele su silueta, ya que se vuelve ligeramente visible. Aunque dificulta mi visión, lo considero un sacrificio aceptable, ya que soy capaz de percibirlo claramente.
Juntamos nuestras espaldas, vigilantes en todas las direcciones. Sabemos que no podemos permitir que los dedos del arzobispo mueran, debemos neutralizarlo y congelarlo sin causarle daño letal. Sin eso, nuestro plan se desmoronará. El problema es lo difícil que resulta hacerlo.
De repente, un cultista aparece a mi costado. Sin dudarlo ni un segundo, apunto y disparo a su cabeza, y en el mismo instante, cae inerte al suelo. Sin embargo, como si el destino se burlara de mí, siento una reacción mágica intensa.
—¡Fura! —exclamo, generando una poderosa ráfaga de viento que envía el cadáver del cultista volando.
¡Boom!
El cuerpo del cultista estalla en mil pedazos, esparciendo sus vísceras por todas partes. Un humo carmesí comienza a invadir el ambiente, y el olor resulta insoportable. Ambos seguimos alertas, pero antes de que podamos hacer algo, un brazo sobrenatural intenta agarrar a Emilia.
Ella hábilmente esquiva el brazo, haciendo que este continúe su trayectoria y choque violentamente contra un árbol, destrozándolo por completo.
—¡Vamos! —exclamo, lanzándome en dirección al brazo. Necesitamos detenerlo sin causarle daño mortal. Solo Emilia es capaz de realizar esa tarea. Mientras ambos corremos en la dirección que hemos trazado, observo cómo varios brazos se acercan amenazantes. Emilia, a toda velocidad, no logra percibir su presencia, por lo que recae en mí la responsabilidad de ser sus ojos en este momento crítico.
—¡Agáchate! —grito, y ambos nos arrojamos al suelo justo a tiempo, evitando que cuatro brazos se desencadenen y arrasen con todos los árboles que se encuentran sobre nosotros. La tierra se estremece bajo el impacto, y los árboles caen a nuestro alrededor, creando un caos descontrolado.
Emilia, sin perder un segundo, despliega su magia.
—Ul huma —pronuncia Emilia, y al instante, cuatro pilares emergen de la tierra, destruyendo los árboles que amenazan con aplastarnos.
Continuamos avanzando decididos hasta llegar al lugar donde se encuentra el dedo del arzobispo. Al llegar, este retira su máscara, revelando su rostro desfigurado. Sus quemaduras faciales y su cabello chamuscado me hacen recordar que ya lo he matado en un bucle anterior.
Con odio, ella me señala con el dedo, y un gruñido gutural escapa de su garganta, como el de un perro enrabietado.
—Grr ¡Traidor! ¡Traidor! Hueles tan bien —la mujer se sacude la cabeza violentamente mientras arranca puñados de su propio cabello— ¡Traidor! Traicionaste la fuente de la felicidad por proteger a la medio demonio.
Emilia me mira sorprendida ante las palabras del monstruo. Yo no aparto la mirada de ella, sino que permanezco alerta, atento a cada uno de sus movimientos, porque eso es lo que debo hacer en este momento. No entiendo por qué me llama traidor; mi fragancia debería ser suficiente para someter a cualquiera. Sin embargo, aquí estoy, enfrentándome a esta situación. ¿Será posible que Orgullo haya hecho algo?
Sacudo la cabeza ligeramente, murmurando para mí mismo.
—No sé por qué me llamas traidor. Si es por mi aroma, no es más que una prueba que debo superar —mientras ella continúa arañándose y jalando su propio cabello, apunto cuidadosamente y disparo a la pierna del cultista.
Ella muestra sorpresa en su rostro, pero permanece inmóvil en su posición, como si estuviera deleitándose con la situación que se avecina.
—¿Eh? —murmura, bajando la mirada hacia su pierna herida, pero no hace nada al respecto. Luego, alza la cabeza y esboza una sonrisa retorcida— Te mataré, y entonces podré obtener aún más de su amor.
Desde su espalda emergen ocho de esos perturbadores brazos. En este momento, si mis cálculos no fallan, ya han sido aniquilados la mitad de los dedos del arzobispo. Eso implica que el ejército o las minas han acabado con los otros tres. Recuerdo vagamente de algo que leí hace tiempo que Petelgeuse puede manifestar un máximo de cien de esos brazos. De ahí se deduce que el primer dedo solo logró extraer cuatro de ellos.
Cada muerte de los dedos provoca un incremento en su número individual. Petelgeuse otorgó el cuarenta por ciento de su poder a los dedos, lo que les permite poseer cuatro brazos cada uno si dividimos ese poder entre los diez dedos que existen. Ahora solo quedan cinco dedos, y si continuamos así, nos enfrentaremos a Petelgeuse en su forma más poderosa.
El problema radica en la estrategia que están empleando ahora. Aprovechan los cristales lamicta para causar explosiones. Si algo así llega al pueblo, no sé qué tan preparados estén para defenderse. Utilizan estos cristales como si fueran granadas, provocando daños en nuestras trincheras.
Espero que este solo sea un sombrío pensamiento y no una realidad que tengamos que enfrentar.
—Emilia, hay cosas que no puedo revelarte, pero debes confiar en mí. No las menciono porque no puedo hacerlo, incluso si quisiera —digo mientras apunto hacia el cultista, contemplando si será necesario acabar con su vida o no.
Emilia dirige su mirada hacia la mujer desquiciada, que continúa balbuceando sin cesar. En un rápido movimiento, esta abalanza cuatro de sus brazos hacia nosotros. Doy un paso largo en su dirección, intentando acercarme, pero ella, anticipándose a mis acciones, comienza a arrojar tierra en todas direcciones, mezclándola con la densa neblina que cubre el ambiente.
Decido utilizar mi magia para disipar la neblina, pero justo en ese momento, desde el cielo empiezan a caer varios árboles. Emilia, utilizando sus estacas, logra destruir varios de ellos, pero la cultista ha ascendido a los cielos, evadiendo nuestros ataques.
Apunto hacia el cultista y disparo, pero este se protege hábilmente, desviando así la bala. Existen ciertas espadas capaces de repeler los brazos de Petelgeuse, pero solo las armas mágicas son las más efectivas en este sentido.
Decido impregnar mi kukri con maná, aunque sé que podría dáñala, es mejor hacer algo que quedarse de brazos cruzados. El cultista embiste en mi dirección, y con dificultad logro esquivarla mientras el suelo se llena de huecos y escombros. Emilia sigue atacando con determinación, pero al encontrarse el cultista en el aire, se convierte en un blanco esquivo y complicado.
La situación se vuelve más tensa a cada segundo que pasa, y el destino de nuestra batalla aún pende de un hilo incierto.
—Si subo mucho, no podré ver sus ataques —comenta Emilia, posicionándose a mi lado y buscando una estrategia. El uso de magia espiritual en este momento resulta complicado, ya que estoy alejado de Beatrice y su influencia se disminuye. Observo a Emilia, quien parece estar un tanto fatigada. Llevamos varios minutos luchando sin descanso, y definitivamente necesitamos tomar un respiro antes de enfrentar a Petelgeuse.
—Tengo un plan —le digo a Emilia, mientras reúno maná para utilizar mi magia—. Envíame volando cuando te lo indique.
Comienzo a manipular la gravedad con magia, reduciéndola solo un poco para poder ser impulsado con fuerza. Con el apoyo de Emilia, podré acercarme rápidamente al cultista. El verdadero desafío será esquivar sus ataques.
—¡Ahora! —grito, dando un salto en el momento indicado.
Emilia agarra mis pies al instante, agachándose ligeramente para proporcionar el impulso necesario y lanzarme al aire. Salgo disparado a gran velocidad, mientras la mujer, al percatarse de mi movimiento, atrae sus brazos hacia mí. Emilia y Puck no pueden intervenir, ya que podrían resultar heridos en el proceso.
—¡Fura! —conjuro, creando ráfagas de viento a mis lados para evadir su embate. Me aproximo más y, con mi kukri, corto varios de sus brazos.
Impulso mis pies para aumentar mi velocidad. Aún no tengo total control en el aire, pero no tengo otra opción. Justo cuando estoy a punto de alcanzarla, la mujer lanza todos sus brazos directamente hacia mí. En un instante, veo cómo se acercan peligrosamente.
Con un impulso de viento, logro esquivar los brazos. Sin perder tiempo, me posiciono sobre el cultista, quien se distrae por un breve instante, momento que aprovecho para ejecutar un hechizo conjunto. Aunque no lo he probado antes, existe la posibilidad de que funcione.
—¡Ra Vita! —exclamo, un hechizo que mezcla viento con magia Yin, provocando que una onda de viento me impulse hacia la mujer. En el aire, siento que la gravedad se incrementa sobre mí. Caigo a una velocidad vertiginosa, pero coloco ambas piernas en posición y me preparo.
La mujer gira su cabeza justo a tiempo para recibir el impacto de mi golpe. Mis piernas duelen por la fuerza del impacto, pero no me rindo y sigo adelante. Con mi patada, la envío volando, y en un abrir y cerrar de ojos, el golpe la hace estrellarse contra el suelo, creando un pequeño cráter.
Desactivo el hechizo y caigo en picada hacia el suelo. Intento utilizar murak, pero de repente siento un agudo dolor en el corazón. Un sabor metálico invade mi boca y comienzo a escupir sangre. Me precipito desde las alturas, sin poder hacer nada mientras Emilia grita con preocupación.
—¡Marco! —exclama Emilia, corriendo hacia mi posición de caída.
Los disparos implacables no dan tregua, la batalla se prolonga y con cada minuto que pasa, también se acumulan más heridos. Aunque hemos logrado mantener nuestras posiciones, los rostros de todos muestran el agotamiento que proviene de un esfuerzo continuo.
No tengo dudas de haber sido responsable de más de cuarenta muertes por mí mismo. El campo de batalla es un paisaje infernal, salpicado de sangre y fragmentos desgarrados de cuerpos, resultado de las devastadoras explosiones de los cañones. Sin embargo, el problema que nos atormenta es la escasez de balas, pues el lote que preparamos es todo lo que planeamos utilizar a lo largo del año.
Por fortuna, el número de enemigos ha ido disminuyendo, lo cual podría significar dos cosas: o bien están tramando alguna estratagema peligrosa o están quedándose sin hombres. Es inimaginable manejar a una multitud tan numerosa, y estoy convencido de que yacen más de cuatrocientos cadáveres dispersos en este desolado lugar. Solo se puede lograr algo así si capturan a la gente de los pueblos cercanos y la convierten en carne de cañón.
Poseen una fuerza que se asemeja a un pequeño ejército, una masa de hombres desesperados. Sin embargo, su inteligencia deja mucho que desear, ya que persisten en atacarnos con cuchillos en mano. A medida que nos damos cuenta de su aproximación, abatimos al último de ellos, lo cual genera un silencio abrumador que nos envuelve. Nadie celebra la victoria, todos permanecemos alerta, esperando que nuevos enemigos aparezcan en cualquier momento.
Algunos soldados aprovechan el breve respiro para recargar sus armas, mientras que otros se sientan exhaustos, buscando un instante de descanso en medio del caos. Al principio, no entendía por qué se les imponían horarios de trabajo tan rigurosos a las personas de las fábricas y herrería. Llegué a pensar que estábamos esclavizándolos, pero ahora comprendo que era una medida necesaria dada nuestra situación desesperada.
Solo nos queda un pequeño lote de balas, por lo que no podríamos aguantar mucho más.
Sofia me hace una señal indicando que los cañones han dejado de funcionar. Suspiro aliviado al ver que esto ocurre en el momento adecuado. Sin duda alguna, si el general no hubiera tomado la decisión de concentrar todos nuestros esfuerzos en la producción de balas y armas, todo esto hubiera sido imposible de llevar a cabo. Seco el sudor de mi rostro mientras recargo mi arma, y una ola de esperanza se esparce entre los soldados. Sin embargo, desde el bosque podemos percibir algo extraño en el aire.
Intentamos ver con atención y, de repente, algo sale volando por los aires. Nuestros ojos siguen su trayectoria hasta que el cuerpo sin vida cae cerca de uno de los capitanes. El capitán, sorprendido, se acerca al cadáver y lo apuñala con la bayoneta de su arma.
¡Boom!
En ese instante, el cadáver explota con un estruendo ensordecedor, desencadenando una onda de viento que arrastra consigo una nube de polvo. Cierro los ojos instintivamente para protegerme de la fuerza del impacto, pero los gritos de dolor de mis compañeros resuenan en mis oídos. Rápidamente, más de esos cadáveres empiezan a caer del cielo.
—¡Retrocedan! —grito desesperado, intentando que todos se pongan en movimiento. Los magos de tierra que se han quedado atrás comienzan a erigir domos protectores para resguardarnos de los ataques. Sin embargo, puedo ver que varios cultistas emergen del bosque, y entre ellos hay alguien que se destaca.
Es pequeño, con una estatura similar a la de un niño, pero a su alrededor los cadáveres son levantados y lanzados como títeres macabros.
Un nuevo adversario ha hecho su aparición y no tenemos manera de protegernos contra él. La desesperación se apodera de nosotros, pero no podemos permitir que el miedo nos paralice.
—¡No abandonen! ¡Debemos proteger a nuestros seres queridos! —grito con todas mis fuerzas mientras los magos crean techos de tierra sobre nosotros, formando una barrera improvisada.
—¡Han matado al capitán Keer! —grita un soldado, mientras trata de auxiliar a los heridos que yacen en el suelo, luchando por su vida.
Debí haberlo supuesto. Todo por mi exceso de confianza. El general nos advirtió que el enemigo podría contar con algún tipo de explosivos, pero jamás imaginé que recurrirían a tan repulsiva táctica: utilizar cadáveres como armas explosivas.
Apunto mi arma hacia los cultistas, y con una última muestra de determinación, abro fuego. Sin embargo, ellos, en un último esfuerzo, levantan varios pilares de tierra para protegerse de las balas, creando coberturas cada vez más cercanas. Utilizan los cadáveres como escudos improvisados mientras avanzan hacia nosotros. Es una tarea ardua dar en el blanco cuando los magos de tierra se encuentran resguardados tras esa barrera defensiva.
Nos falta el apoyo de los cañones, lo que significa que debemos pensar con cautela y elegir nuestras acciones sabiamente. Matar al líder, conocido como "el dedo", resulta aún más complicado debido a las explosiones constantes que dificultan nuestro avance y la precisión de nuestros disparos en medio del polvo y el caos. Los cultistas se acercan cada vez más, los heridos se multiplican y nuestra capacidad para avanzar se ve severamente limitada.
Si el general no llega pronto como refuerzo, estamos condenados a perecer.
De repente, una idea se forma en mi mente, una posibilidad que podría poner fin a este horror.
—Después de todo, quizás hay una forma de eliminar a los cultistas —dirijo mi mirada hacia uno de mis soldados, alguien en quien puedo confiar. Él me observa con terror debido a la gravedad de la situación, pero sin vacilar, le grito con determinación— ¡Trae las minas de emergencia! ¡Tráeme la caja completa!
Los ojos del soldado se abren con sorpresa, pero asiente rápidamente y se dirige corriendo hacia el almacén del ejército. Solo hay una manera de acabar con "el dedo", incluso si eso significa poner en riesgo mi propia vida.
Cumpliré con mi deber sin titubear.
—¡Capitán Oslo! —me coloco al lado del capitán Oslo, quien parece estar igualmente inmerso en sus pensamientos sobre qué hacer a continuación— Tengo un plan para poner fin a esto, pero debemos estar dispuestos a arriesgarlo todo.
El capitán Oslo sonríe, confiando plenamente en mis palabras.
—¡Como ordene, mi coronel! —realiza un saludo militar y, sin perder un segundo, dispara contra los cultistas.
En cuestión de segundos, los cultistas llegarán a nuestras trincheras. Aunque su número no es abrumador, sin los cañones nos resulta difícil causar un daño significativo a sus estructuras. Eliminar a los magos que se mantienen en la distancia se convierte en una prioridad apremiante, pero el capitán Pest está herido a causa de la explosión, por lo que perdimos a quien es capaz de darle a tal distancia.
En este momento crítico, nuestra estrategia se convierte en nuestra última esperanza, pues solo nos queda confiar en el espíritu del general. El soldado regresa con una pequeña caja que contiene las escasas minas que no fueron instaladas. Lucas y Sofia se acercan, buscando órdenes.
—Instalen las minas y retírense en el momento en que los cultistas entren. Esto provocará su destrucción y creará una barrera protectora —ordeno, mientras poso mi mano en el hombro del capitán Oslo— Nosotros nos encargaremos del dedo.
El capitán Oslo comprende de inmediato mis intenciones y una expresión de emoción se dibuja en su rostro. Sin duda, Oslo es alguien a quien se puede respetar. Es increíble pensar que no muestra ni un atisbo de nerviosismo en una situación como esta.
—¡Entendido, señor! —responden ambos al unísono, mientras se dirigen a los soldados, dándoles instrucciones enérgicas mientras distribuyen las pocas minas disponibles.
El capitán Oslo y yo tomamos dos minas cada uno, colocando nuestras armas en posición y, saltando la trinchera sorprendemos a los primeros cultistas, quienes no tienen tiempo de balancear sus armas antes de ser abatidos por disparos certeros en la cabeza.
Corremos a toda velocidad hacia la cobertura más cercana que han creado los cultistas. Sin perder un segundo, apuñalamos a los cultistas que se encuentran en ella y continuamos corriendo. A medida que los cultistas se percatan de nuestra presencia, comienzan a aproximarse, pero dejamos una de las minas detrás de nosotros, evitando así ser alcanzados.
Nos esforzamos al máximo para escapar de su alcance.
Estas minas son defectuosas, ya que no tienen la misma potencia que las instaladas previamente. No obstante, resultan perfectas para esta situación. Ambos continuamos corriendo a toda velocidad, disparando solo a aquellos que nos atacan por el frente.
De repente, una explosión estalla detrás de nosotros.
¡Boom!
Unas afiladas púas de hielo se extienden, aniquilando a los cultistas que nos perseguían. Buscamos refugio y nos movemos en otra dirección para evitar ser vistos por el dedo. Recargo mi arma, pero la cerradura se traba rápidamente y mi pulgar queda atrapado.
En ese mismo instante, dos cultistas emergen de las sombras, y mi instinto de supervivencia se activa de inmediato. Intento apartar rápidamente mi dedo, pero uno de ellos lanza su cuchillo hacia mí. Ágilmente, me deslizo para esquivarlo, pero no logro evitar que alcance parte de mi brazo, provocando un intenso dolor que se propaga por mi cuerpo.
Oslo, con su puntería certera, dispara a la cabeza de uno de los cultistas y se abalanza sobre el otro, hundiendo la bayoneta en su pecho. Sin pensarlo, agarro las vendas de tela que nos otorgaron para proteger nuestras heridas. Con mano firme, aplico un torniquete para detener el sangrado y, al mismo tiempo, cargo mi arma.
—¡Coronel! —Oslo se acerca apresuradamente hacia mí, pero lo detengo con un gesto de mi mano.
—Estoy bien, ya estamos cerca. Solo necesitamos una cosa más.
Para que el dedo pueda liderar a su séquito, necesitará bajar de su posición actual. Debido al estruendo de las balas y los cadáveres explosivos, es probable que nadie escuche su descenso. Esta, sin duda, será la última batalla, ya que nos encontramos solos en esta cobertura. Desde aquí puedo vislumbrar a los pocos cultistas que avanzan hacia las trincheras. Sin embargo, los disparos se vuelven cada vez más escasos, lo que significa que pronto nos quedaremos sin balas.
Oslo y yo esperamos pacientemente, aguardando el momento oportuno para lanzar nuestro ataque. Los cultistas atraviesan las trincheras, pero justo en ese instante todas las minas se activan en cadena, desatando un mortal aluvión de espinas que atraviesan a los cultistas que intentaron adentrarse. Rápidamente, los pocos que quedan comienzan a saltar por encima de las trampas, dejando esa batalla en sus manos.
Nosotros tenemos una tarea pendiente.
El dedo empieza a descender y se dirige hacia donde se encuentran los magos. Oslo y yo nos movemos sigilosamente entre las coberturas, acercándonos cada vez más. Un pequeño pilar, creado por los magos para poder tener una mejor visión, indica que existe la posibilidad de que nos vean si nos levantamos demasiado. Cuando estamos lo suficientemente cerca, podemos escuchar sus voces.
—¡Inútiles! —El dedo retuerce su cuerpo con desprecio—. Se dejan vencer por unos míseros humanos. Son realmente patéticos —dice mientras toma la cabeza de uno de los magos y hunde su mano en la garganta de otro, derribándolo al suelo.
Oslo y yo nos miramos, sin estar seguros de si es el momento adecuado. Justo en ese instante, el cultista saca un extraño dispositivo de su bolsillo. Parece utilizarlo para intentar ver algo, pero lo que escucho me proporciona cierto alivio.
—Así que es un dispositivo de comunicación —desde el dispositivo se oye la voz de la señorita Emilia, lo que me llena de satisfacción al saber que sigue con vida.
El cultista, presa del terror, lanza aquel dispositivo al suelo y se sujeta la cabeza con desesperación, cerrando los ojos por un instante. Oslo y yo no desperdiciamos ni un segundo y aprovechamos esa oportunidad para arrojar las minas al aire con determinación. Las cargas explosivas trazan una trayectoria ascendente, dirigiéndose implacables hacia el último monstruo que queda en pie.
Agarramos nuestros rifles y disparamos sin piedad a los magos que aún se mantienen de pie. Sus intentos por reaccionar son en vano, ya que caen uno tras otro, vencidos por nuestras balas certeras. Sin embargo, el cultista nos observa con furia en sus ojos, lo que nos lleva a actuar de inmediato, intentando alejarnos de su alcance.
Entre la nube de polvo que se levanta, diviso algo que se aproxima velozmente hacia nosotros. Trato de moverme rápidamente, pero es inútil. El objeto atraviesa una de las coberturas y me lanza violentamente al aire. Choco con una pared de tierra, sintiendo el impacto retumbar en mi cuerpo, mientras Oslo se lanza al suelo para evitar el embate.
A pesar del dolor que me embarga, ignoro el malestar y esbozo una sonrisa ante el descuido de aquel monstruo.
—Al final, no son más que unos bastardos descerebrados —musito con voz entrecortada, justo antes de que una de las minas impacte contra él.
¡Boom!
Las espinas salen disparadas en todas las direcciones con violencia desmedida. El dedo, sin tiempo para emitir un grito, es atravesado repetidamente, mientras que la explosión resultante termina por destruir por completo el lugar. Contemplo la escena con una sonrisa en mis labios, aunque no puedo evitar contener el dolor que me aguijonea.
Un dolor infernal se desata en mi pecho, dejando en claro que aquel golpe ha fracturado algunas de mis costillas. Intento incorporarme, pero en el intento solo consigo escupir una bocanada de sangre. Oslo, levantándose rápidamente, corre hacia mí con expresión preocupada.
—¡Alsten! —grita, mientras se acerca velozmente.
Me mira con profunda inquietud, pero yo no dejo de sonreír. Él extiende su brazo para ayudarme a levantarme. Esto ha llegado a su fin, pues ya no escucho más disparos, lo que indica que también ha concluido la batalla en esa dirección.
Ahora solo nos queda esperar a los otros dos, quienes seguramente han librado una contienda aún más feroz y desgarradora.
Emilia y yo avanzamos hacia aquel lugar, pero no logramos atrapar a ningún dedo, ya que estos preferían suicidarse antes de caer en manos de Emilia. Al eliminar al último, comprendo que solo falta uno.
—¿Estás seguro de que puedes seguir adelante? —pregunta Emilia, preocupada por mi bienestar.
Si no fuera por el miasma que nos rodea, las batallas habrían sido mucho más sencillas. Los enfrentamientos mágicos son frenéticos y desafiantes, pero gracias a mi experiencia he ido adquiriendo un instinto de combate. Además, la curación de Emilia ha permitido sanar algunas de mis heridas, de lo contrario, me habría visto obligado a retirarme. Emilia es asombrosamente fuerte y, si no fuera por sus descuidos ocasionales, sería una formidable guerrera.
Todos aprendemos de alguna manera, supongo.
—Estoy bien, solo siento que el maná en mi cuerpo está ejerciendo demasiada presión —respondo, sin dejar de mantener la mirada al frente.
Ella no dice más, continuamos avanzando hasta llegar a una pequeña explanada. Frente a nosotros se erige el primer pilar de hielo, que se eleva a más de diez metros de altura, y observamos a varios cultistas congelados en su base.
Luego, dirigimos nuestra mirada hacia la construcción que Petelgeuse utilizó para ocultarse. Similar al inicio de una mazmorra en un videojuego, su apariencia abandonada la convierte en la entrada hacia la batalla final contra el jefe supremo.
Trago saliva y avanzo con cautela, buscando alguna señal de Petelgeuse. Sostengo la mano de Emilia, sabiendo que así podré ayudarla en caso de que necesitemos esquivar algún peligro repentino.
De repente, desde el interior de la construcción se escuchan unos pasos, cada uno más fuerte que el anterior. El eco de aquellos pasos se convierte en una presencia abrumadora. Pronto, una serie de carcajadas resuenan desde el interior.
Los aplausos se hacen cada vez más audibles. Varios cultistas emergen de entre los arbustos, quedándose al margen de la explanada como si estuvieran esperando algo más. Las risas se vuelven siniestras y el agarre de Emilia se intensifica, mientras que yo me preparo para cualquier ataque que pueda venir.
—¡Vaya, qué trabajador tan excepcional! ¡Has matado a mis queridos dedos! ¡Has venido hasta aquí, entregándome a la medio demonio! —exclama Petelgeuse, asomándose desde la entrada de la mazmorra.
Sus palabras son seguidas de un aplauso, al que todos los cultistas a nuestro alrededor se unen en complicidad. Observo a mi alrededor, alerta ante un posible ataque, pero Petelgeuse parece confiado. Agita su mano con emoción mientras se acerca a nosotros.
Emilia, con una rápida y hábil manifestación de su magia, crea varias estacas de hielo en un intento de intimidar al enemigo. Sin embargo, Petelgeuse no muestra ningún signo de temor. Respiro profundamente, tratando de mantener la calma en medio de la tensión palpable.
—¡Eres un trabajador incansable! ¡Con tanto fervor en tu corazón podrías haber alcanzado la grandeza! —dice Petelgeuse inclinándose, su rostro ahora reflejando una expresión de tristeza—. Tal pasión es digna de un arzobispo. Es lamentable que la última vacante ya haya sido ocupada, pero aun así, puedes ser parte de nosotros.
—¿Amor? —Emilia gira la cabeza hacia mí, mientras yo intento encontrar las palabras adecuadas. Su agarre se afloja, y eso solo provoca más risas en Petelgeuse.
—¿No le habías contado? —Petelgeuse sacude la cabeza con pesar—. Bueno, no es necesario que un simple recipiente se entere de todo.
Emilia aprieta los puños y exclama con indignación.
—¡No soy un recipiente! ¡No tengo nada que ver con la Bruja de la Envidia! —Su brazo se tensa con fuerza, revelando su determinación.
Petelgeuse, al escucharla, estalla en risas estridentes mientras la señala rápidamente y responde:
—Tú eres un recipiente, siempre lo has sido, y así lo dicta mi gran amor —Petelgeuse saca de su manga un libro de profecías—. Mi destino supremo dicta que debes pasar las pruebas y, si eres lo suficientemente competente, ella vendrá a este mundo.
El rostro de Emilia comienza a contorsionarse, un profundo terror asoma mientras se sostiene el estómago. Petelgeuse se ríe, su risa es tan poderosa que parece que sus cuerdas vocales están a punto de desgarrarse.
—Permíteme presentarme —Petelgeuse se endereza, mirándonos a ambos—. Arzobispo del Culto de la Bruja, representante de la Pereza. Petelgeuse Romanee-Conti... ¡Death!
Inclina su cuello en un ángulo de noventa grados, mostrándonos el alcance de su locura. Me preparo para lo que sea que venga, pero él continúa sonriendo como si no fuéramos más que simples peones en su juego.
—Eres un trabajador excepcional. Permíteme conocer tu nombre, has traído a la medio demonio y no tuve la cortesía de preguntar por tu nombre —Petelgeuse muerde su propia mano, tratando de contenerse—. ¡Tu amor es verdaderamente maravilloso!
En el preciso momento en que las palabras escapan de los labios de Petelgeuse, Emilia clava su mirada en él y despliega un poderoso y gélido arsenal de estacas de hielo, preparándose para lo que pueda desencadenarse a continuación. El brillo azul intenso de su magia destella en sus ojos.
—¿¡Qué pretendes insinuar con ese amor!? —Emilia gira la cabeza hacia mí, esperando encontrar en mi rostro la misma sorpresa que ella experimenta.
—El miasma de la bruja —respondo sin titubear, buscando transmitirle calma y seguridad a través de mis palabras.
Los ojos de Emilia se abren de par en par, llenos de sorpresa. Su respiración se vuelve más agitada mientras mira frenéticamente a su alrededor, desorientada. Un tropiezo accidental la lleva a caer al suelo, lo cual solo provoca una risa aún más estridente por parte de Petelgeuse.
—¡El amor que hay en su interior es poderoso! ¡Es increíble! ¡Amor, amor, amor, AMOR! —Petelgeuse se acerca lentamente, continuando con su manía de morderse las uñas, casi como si saboreara el éxtasis de su propia locura.
Mantengo mi atención en Emilia, ignorando los excesos de Petelgeuse, y trato de ayudarla a levantarse. Sin embargo, ella rechaza mi mano con vehemencia, mirándome con disgusto como si yo fuera un monstruo indescriptible.
—No soy tu enemiga, Emilia. Esto es un asunto delicado, pero debes confiar en mí —le digo con voz suave, extendiendo de nuevo mi mano hacia ella.
En ese momento, parece que Emilia está entablando una conversación con Puck, así que espero pacientemente para saber qué decisión tomará. Finalmente, Emilia toma rápidamente mi mano y me dejo guiar por su agarre, levantándola con cuidado del suelo.
—Necesito hablar contigo cuando esto termine —ordena Emilia con firmeza, mostrando su determinación.
—Sí, te prometo que abordaré todos los temas que podamos —respondo, dirigiendo mi mirada nuevamente hacia Petelgeuse.
Apunto mi rifle hacia él, mientras la neblina mágica creada por Emilia comienza a envolver el entorno. Tenemos una oportunidad ahora. Es el momento de demostrar que, con una buena preparación, eliminar a Petelgeuse no es tan difícil como parece. La posibilidad de derrotarlo se abre ante nosotros.
Aprieto el gatillo y el disparo retumba en el aire, dirigido hacia Petelgeuse. Sin embargo, este no muestra ninguna señal de inquietud, ya que sus manos ya se encuentran en movimiento para protegerlo. Disparo dos veces más, buscando crear una falsa sensación de confianza.
Retiro el cargador vacío y rápidamente lo reemplazo por uno cargado con energía mágica Yang. Necesitaremos toda la fuerza que podamos reunir para enfrentar lo que se avecina.
Los cultistas se lanzan hacia nosotros, mientras Petelgeuse comienza a gritar y a crear brazos adicionales sin cesar. En cuestión de segundos, la cantidad de extremidades se multiplica hasta superar los cincuenta, oscureciendo mi visión ante semejante abrumadora cantidad.
Emilia se lanza valientemente al ataque contra los cultistas, esquivando con dificultad los múltiples brazos que intentan atraparla. Yo me acerco decidido a Petelgeuse, capturando toda su atención.
—¡Es una lástima que hayas llegado a esto! ¡Semejante amor! ¡Es un desperdicio! —Petelgeuse se retuerce mientras arroja todos sus brazos hacia mí, desatando su furia y determinación.
Aprovecho ágilmente mi movimiento para esquivar uno a uno los brazos que se abalanzan hacia mí. Sus movimientos son rápidos, pero con concentración y destreza logro esquivarlos uno tras otro, evitando ser alcanzado por sus embates.
—¡El huma! —grita Emilia con determinación desde la espesa niebla que nos rodea. De repente, múltiples estacas brillantes se materializan a su alrededor y salen disparadas en todas direcciones, atravesando a los cultistas que se interponen en nuestro camino. Los destellos luminosos de sus estacas cortantes iluminan el caos de la batalla.
Petelgeuse se defiende de los ataques, pero aprovecho esa distracción para acercarme aún más. En un rápido movimiento, abalanza un gran puño en mi dirección, pero actúo con una agilidad sobrehumana.
—¡Murak! —grito con determinación, dando un salto ágil que me posiciona en el aire por un instante, evitando por milímetros el devastador golpe del puño de Petelgeuse. Mi cuerpo se mueve con fluidez y gracia, desafiando la gravedad.
Petelgeuse, frustrado por su intento fallido de ataque, arremete una vez más, desplegando múltiples brazos para intentar atraparme. Sin embargo, empleando magia de viento, me deslizo hábilmente entre sus ataques, esquivándolos con precisión milimétrica. Deshago la magia de viento justo cuando Petelgeuse crea más brazos, anticipándome a sus movimientos.
En ese instante crucial, Emilia dispara con fuerza contra Petelgeuse, mientras Puck, se interpone con agilidad para protegerla de los brazos que amenazan con alcanzarla. Su coordinación y trabajo en equipo son impresionantes, demostrando la solidez de su vínculo.
—¡Qué gran coordinación! ¡Qué gran diligencia! —exclama Petelgeuse, llevándose una mano a la cara mientras su expresión se retuerce en una mezcla de enojo y frustración— No puedo esperar para que la gran prueba de amor se cumpla.
Necesito sorprenderlo. Emilia lo tiene contra las cuerdas, pero si quiero aprovechar esa ventaja, debo infligirle heridas graves. Solo me queda una opción si quiero sorprenderlo de verdad.
—¡Oye! —grito, capturando la atención de Petelgeuse y provocando que su mirada se fije en mí— Sabes, su amor por mí es mucho más profundo que el que siente por ti. De hecho, creo que solo me ama a mí.
Una risa desafiante escapa de mis labios, mientras el rostro de Petelgeuse se contorsiona con furia. Me observa con odio desenfrenado y, enfocándose en mí, todos sus brazos se lanzan desesperados en un intento frenético de golpearme. Pero con movimientos rápidos y precisos, aprovechando mi dominio de la magia del viento, logro esquivar la mayoría de sus embates, deslizándome entre ellos con una destreza imparable.
—¡Emilia, tapate los oídos! —exclamo con urgencia, provocando que Emilia, en un instante de reacción, cubra sus oídos con las manos. Mi mirada se dirige hacia Petelgeuse, con una sonrisa desafiante en el rostro detiene sus ataques por un momento, intrigado por lo que estoy a punto de hacer.
El tiempo parece suspenderse en el aire, permitiéndome reflexionar sobre mi siguiente movimiento. En ese instante crucial, comprendo que ha llegado el momento de la batalla final. Debo demostrar, sin importar las circunstancias, que haré lo que sea necesario para salir victorioso.
Cuando el flujo del tiempo se restablece, Petelgeuse retrocede por primera vez, sus ojos reflejan temor, envidia y un odio profundo hacia mí. Desesperado, lleva las manos a su rostro y, con sus uñas afiladas, comienza a arrancarse la piel en un gesto perturbador.
—No puede ser, No puede ser, No puede ser, No puede ser, ¡NO PUEDE SER! —repite Petelgeuse una y otra vez, mientras todas sus manos desaparecen, dejando a la vista su expresión de incredulidad— No puede ser, No puede ser, No puede ser...
El semblante de Petelgeuse se transforma en uno de rabia y desesperación. En un instante, despliega decenas de manos nuevas, sus ojos arden en furia y sus lágrimas se mezclan con rastros de sangre. Desesperado, comienza a morder y devorar sus propios dedos, lamentándose de su destino. Emilia queda atónita ante esta escena macabra, incapaz de asimilar lo que está presenciando.
Aprovechando la conmoción, actúo de inmediato, sin darle tiempo a reaccionar. Levanto mi rifle y lo apunto directamente a su pecho, consciente de que aún no puedo acabar con su vida mientras siga cargando el hechizo. Con decisión, aprieto el gatillo, disparando una bala que se dirige directamente a su pulmón. Aunque Petelgeuse intenta bloquear descuidadamente el proyectil con una sola mano, la bala atraviesa su pecho sin dificultad.
Petelgeuse cae de rodillas, sorprendido por lo que está sucediendo. Aprovecho ese momento para retroceder, pero él no me dará la oportunidad de escapar fácilmente.
—¡Debes morir! ¡Muere! ¡Muere! ¡Muere! ¡MUERE! —grita Petelgeuse con furia desatada, mientras decenas de brazos se abalanzan contra mí, destruyendo el suelo y levantando una densa nube de polvo. La avalancha de extremidades oculta la luz del sol y me envuelve en un remolino caótico y desesperado.
Intento esquivar desesperadamente, pero la tierra a mis pies se convierte en un enemigo traicionero que me atrapa sin piedad. Mi descuido al olvidar que Petelgeuse poseía esa magia se hace evidente. Con un rápido intento de usar magia de fuego para hacer estallar el suelo, me doy cuenta de que el tiempo se agota.
—¡Camino de carámbanos! —grita Emilia con determinación, mientras realiza un movimiento ascendente con su mano.
En un abrir y cerrar de ojos, un sendero de hielo se forma frente a mí, y cientos de estacas afiladas emergen de él, destruyendo las manos que se acercaban y continuando su letal trayectoria. El suelo se convierte en un paisaje de destrucción. Emilia salta hacia mí, pisando con fuerza el terreno y agarrándome del brazo para apartarme del peligro.
La autoridad de Petelgeuse intenta anular las estacas, pero solo logra golpear el suelo impotente, incapaz de detener su avance.
—¡Eres una medio demonio! ¡Deberías quedarte solo para ser utilizada! ¡NO ERES NADIE! ¡Eres solo un recipiente! —Petelgeuse se aferra desesperado a su cabeza, tratando de acercarse a nosotros.
Emilia despliega su magia de sanación sobre mí, sus ojos miran hacia adelante mientras su aliento se agita en una ventisca gélida. El consumo de su maná ya está pasando factura, aunque tenga la capacidad de usar tanta magia tan poderosa, tiene un precio. Se la ve cansada, mientras mi puerta está al borde de perder el control.
Necesito aprender a dominar el miasma que arde en mi interior, sin excepciones.
Emilia se alza con una determinación inquebrantable, fijando su mirada en Petelgeuse mientras su energía fluye a través de ella. Con un gesto decidido, crea cientos de estacas que flotan en el aire, jadeando por el esfuerzo. Su voz resuena con firmeza y convicción, desafiando a aquellos que la menosprecian:
—No importa lo que digan de mí, no importa lo que los demás crean. Seré fiel a mí misma, incluso si cambio, incluso si tengo que sufrir. Mientras haya personas que me amen.
Sin darle tiempo a reaccionar, Emilia se lanza valientemente contra Petelgeuse, quien se ve obligado a protegerse ante su implacable asalto. Sus brazos comienzan a desmoronarse mientras ella continúa invocando su poder. Aprovecho esta oportunidad para cargar mi hechizo, consciente de que esta ventana temporal es única y debo exprimirla al máximo.
—¡Mi nombre es Emilia! ¡Más vale que lo grabes en tu mente antes de que acabe contigo! —Emilia sonríe decidida, mientras ataca con todas sus fuerzas.
Petelgeuse grita en su intento desesperado por contraatacar, pero Emilia no le da respiro. En cuestión de instantes, ha desatado todo su poder contra él, pero esta batalla aún no llega a su fin. En ese preciso momento, Puck emerge de la cabeza de Emilia y me dirige una mirada, guiñándome un ojo que promete que va a darlo todo.
—¡Aprecia la verdadera fuerza! —exclama Puck, mientras en un abrir y cerrar de ojos conjura el hechizo de la estaca de nitrógeno. Una enorme estaca se materializa, imponiéndose sobre todo lo demás.
Con un rápido movimiento, Puck la lanza, mientras Petelgeuse, asustado por la gran cantidad de maná, intenta detenerla. Todos sus brazos se lanzan hacia Emilia, pero Puck ejecuta su ataque sin titubear. La estaca atraviesa velozmente cada una de las manos de Petelgeuse, dejando a su paso una estela blanca. Justo cuando está a punto de impactarle, Petelgeuse grita desesperado.
—¡Ul Dona! ¡Ul Dona! —Petelgeuse crea varias barreras de piedra, pero una a una son destruidas por la estaca. Su desesperación no cesa— ¡Ul Dona! ¡Ul Dona! ¡Ul Dona! ¡UL DONA!
Finalmente, una explosión arremete contra él. El nitrógeno se esparce, congelando todo a su alrededor. Una neblina blanca se levanta, ocultando el resultado, pero sé que esto está lejos de acabar.
Emilia tambalea, y rápidamente la sostengo, colocándola con delicadeza de rodillas en el suelo. Ha realizado un espléndido trabajo, pero ahora es mi turno de concluir esto.
Le dedico una sonrisa a Emilia, y ella me mira directamente a los ojos. En su confiada mirada, veo que sus dudas se han disipado. Me sonríe y me ofrece su puño, como suelo hacerlo yo
—Te lo encomiendo a ti —dice Emilia.
Choco mi puño contra el suyo, devolviéndole la sonrisa. Una emoción indescriptible recorre mi cuerpo. No puedo evitar sentirme emocionado. Tomo mi rifle con firmeza y lo coloco en mi espalda. Dirijo mi mirada hacia el frente y me preparo para avanzar.
Un último esfuerzo.
—Sin problemas, déjamelo a mí —Doy un fuerte pisotón, concentrando el maná en mi cuerpo, imponiéndolo sin importar las consecuencias. Grito con determinación— ¡RA MURAK! —y salgo disparado a una velocidad vertiginosa hacia la ubicación de Petelgeuse.
El destino aguarda y esta batalla está cerca de llegar a su fin.
Como si esperara tomarnos por sorpresa, una horda incontable de brazos se despliega desde Petelgeuse y se abalanza contra mí. Su voz se desgarra en un grito furioso y lleno de odio.
—¡Eres solo una basura! ¡Cómo te atreves! ¡Te mataré! —Petelgeuse se alza en el aire, eclipsando con su autoridad toda luz a su alrededor— ¡Te mataré! ¡Te mataré! ¡Te mataré!
Desesperado, Petelgeuse escupe sangre, en un último acto de resistencia antes de caer en la muerte. Quizás aún tenga la creencia de que puede renacer, pero pronto descubrirá la verdad.
Empuño mi kukri y la cargo con maná, preparado para el asalto. Esquivo hábilmente cada uno de sus brazos que se abalanzan hacia mí, rompiendo el suelo y volviendo a atacar sin cesar. Sin embargo, debido a la poca gravedad que me rodea, un ligero impulso de viento me envía volando lejos.
Utilizo una combinación de magia Yin y magia de viento. Mientras esquivo, continúo acercándome a mi enemigo. Los brazos se agolpan frente a mí, pero con mi kukri los voy cortando uno a uno. Avanzo sin temor, pero una extraña sensación se apodera de mí mientras mi corazón late con fuerza.
—¡Buarh! —Un torrente de sangre brota de mi boca, el maná se desvanece y veo cómo todos los brazos se dirigen hacia mí.
El tiempo parece desacelerarse a mi alrededor, mientras observo cómo esos brazos se acercan peligrosamente. Pienso en mis opciones, pero la única salida sería hacer estallar el maná en mi interior, aunque eso podría destruir mi puerta. Es todo lo que puedo hacer en este momento.
Comienzo a cargar mi puerta, pero una voz susurra en mi oído.
—Te ayudaré, así que protege a mi amada hija a partir de ahora —Puck se funde conmigo en un instante, y siento una fuerza inmensa brotar desde mi interior. Mi agotamiento se disipa mientras mi cuerpo se reconstruye.
En ese mismo instante, grito con todas mis fuerzas.
—¡MURAK! —Con un impulso, me elevo hacia los cielos. No sé qué hizo Puck, pero mi puerta vuelve a funcionar. Petelgeuse no duda en lanzarse al ataque, pero con rápidos impulsos de viento logro esquivar sus embestidas en el aire.
Un último esfuerzo.
La determinación arde en mi interior mientras me preparo para el enfrentamiento final.
Con decisión palpable, desenfundo mi rifle, sosteniéndolo firmemente frente a mí. La bayoneta, imbuida en maná, reluce con un brillo etéreo mientras me lanzo con determinación hacia Petelgeuse. A una velocidad vertiginosa, atravieso su campo de autoridad, desafiando su intento de sorprenderme. Cada brazo que se alza para atacarme es atravesado por mi avance implacable, dejando a su paso estelas de sangre y fragmentos deshechos. Algunos de sus apéndices logran sujetarme, pero rápidamente los aniquilo con llamas ardientes.
En apenas unos segundos, me encuentro frente a él, enfrentando su mirada atónita. Aunque su boca proclama gritos llenos de ira, yo le devuelvo una sonrisa desafiante, consciente del as bajo la manga que tengo preparado. De mi bolsillo, extraigo una esfera de cristal negra como el abismo nocturno, un objeto cuyo propósito desconoce por completo
La lanzo con maestría. Petelgeuse, en un último intento desesperado por protegerse, agita sus múltiples brazos en un vano esfuerzo. Pero nada puede detener lo que está destinado a ocurrir. Sin importar sus intenciones, sé que la forma más efectiva de poner fin a su existencia es aniquilando su alma.
—¡Presencia el poder de la mejor maga Yin! —mi voz resuena en el campo de batalla, mientras empuño mi arma y apunto con precisión milimétrica. En el momento exacto en que la esfera de cristal se alinea con el corazón de Petelgeuse, aprieto el gatillo.
Un estruendo ensordecedor sacude el aire. La bala sale disparada, traspasando la esfera de cristal en un trayecto certero que sigue una línea inalterable hasta perforar al enemigo. El semblante de Petelgeuse pasa de la sorpresa al regocijo, pero rápidamente es interrumpido por la inminente realidad.
—¡Si mi alma es destruida, también lo será la tuya! —sus palabras brotan entre estertores de sangre, mientras se desploma hacia el suelo. Su autoridad se desvanece gradualmente, mientras la esfera de cristal comienza a absorber todo lo que la rodea, devorando la energía circundante.
Una sonrisa de triunfo se dibuja en mis labios mientras contemplo la agonía de Petelgeuse. Sigo flotando en el aire, testigo privilegiado del acto final que le aguarda. El Shamack de Beatrice, impulsado por la magia Yin que fluye en sus venas, se manifiesta como una vorágine poderosa capaz de consumir almas. Pero cuando la magia Yin y la magia Yang convergen, se convierte en un fuego purificador que puede incinerar incluso el espíritu más retorcido.
La bala que utilicé actúa como el catalizador perfecto para este proceso, un hechizo voraz que solo puede ser empleado contra aquellos al borde de la muerte. Es la prueba irrefutable de que soy capaz de cumplir cualquier objetivo que me proponga, sin importar lo desafiante que parezca.
Me asomo ligeramente la lengua, desafiante, mientras Petelgeuse me observa con una mezcla de rabia y desconcierto.
—Mi alma no puede ser arrebatada, pues ya tiene un dueño. Si te revelara quién es, tal vez sentirías celos —Le guiño un ojo, provocando un balbuceo impotente en su boca antes de que caiga al suelo, víctima de su propio destino.
—¡Muere! ¡Muere! ¡Muere! ¡Muere! ¡Muere! ¡Muere! ¡Muere! ¡Muere! ¡Muere! ¡Muere! ¡Muere! ¡Muere! ¡Muere! ¡Muere! ¡MUERE! —Los gritos desesperados de Petelgeuse se entremezclan con lágrimas de sangre, como un canto funesto al inexorable final que le aguarda.
Tomo mi rifle con decisión, aferrándolo con firmeza mientras apunto directamente al rostro desfigurado de Petelgeuse. La adrenalina bombea a través de mis venas, y puedo sentir la carga mágica que se acumula en el arma, aumentando la gravedad que lo envuelve. En ese preciso instante, cuando la bala está a punto de atravesar la última barrera que protege al arzobispo del pecado, un grito desesperado y doloroso desgarra el aire, resonando en mis oídos.
—¡PADRE GUISE!
A pesar de la interrupción, mi determinación no flaquea. La bala surge con ferocidad, cortando el aire con su letal trayectoria, y se incrusta de manera inexorable en el rostro de Petelgeuse, corto su cabeza con eficacia y dejo caer el suelo. Un estallido ensordecedor destruye su cuerpo, reduciéndola a escombros que se dispersan por el suelo, mientras una oscuridad voraz y devoradora se traga lo que queda de su existencia.
La confirmación de su derrota está en el vórtice oscuro que se forma, un remolino de sombras que amenaza con tragarme también.
Sin embargo, no me distraigo. Mi mirada se mantiene firme, sin apartarse del espeluznante espectáculo frente a mí. Si Beatrice no se equivoca, si sus conocimientos ancestrales de la magia son precisos, el alma de Petelgeuse ha sido exterminada por completo.
«La victoria es nuestra, y no puedo evitar sentir una mezcla de triunfo y alivio
Con paso cauteloso y decidido, bajo del aire y me acerco al cuerpo destrozado del arzobispo caído. Recorro con la mirada los restos dispersos, y allí, entre los retazos de su grotesca forma, descubro el objeto que tanto anhelaba. Un espejo portátil, delicado y enigmático, que se convertirá en mi nuevo enlace de comunicación, en mi portal hacia otros mundos y alianzas inesperadas.
Giro mi cabeza, buscando los ojos de Emilia, anhelando compartir con ella este momento de victoria y liberación. Sin embargo, antes de que pueda pronunciar una sola palabra, soy embestido con una fuerza inesperada. El impacto me desequilibra y me arroja al suelo, sumido en la sorpresa y la confusión. La incertidumbre se apodera de mí, y con los sentidos alerta, abro los ojos para descubrir quién ha sido mi agresor.
Es Emilia.
Sus ojos amatista, llenos de lágrimas y desesperación, reflejan un odio profundo y visceral. Su rostro, normalmente radiante, ahora se ha convertido en una máscara de dolor y rencor. Me mira fijamente, sin pestañear, y un grito ahogado escapa de sus labios.
—¡Lo mataste! —su voz resuena con un tono quebrado y desgarrador— ¡Mataste a padre Guise!
Intento alcanzarla, para calmarla, para hacerla entender que no había otra opción. Pero su ira es incontrolable, y su puño se estrella con furia en el suelo, provocando un cráter a su paso. Cierro los ojos instintivamente, esperando el golpe inminente que sin duda merezco.
Sin embargo, el golpe nunca llega.
Abro los ojos lentamente, confundido por la repentina pausa en el aire. Y ahí está ella, Emilia, con su puño suspendido en el aire. Sus lágrimas continúan fluyendo, pero su expresión de odio ha dado paso a un torbellino de emociones encontradas.
El silencio opresivo envuelve nuestro entorno, cargado de tensiones sin resolver, mientras nos enfrentamos a las consecuencias inminentes de nuestras acciones y a un futuro incierto que se despliega ante nosotros como un abismo insospechado.
Emilia yace desmayada sobre mi cuerpo, su semblante refleja un sufrimiento profundo y desgarrador. Me esfuerzo por despertarla, buscando en vano que regrese a la consciencia. Con delicadeza, deposito su cuerpo en el suelo, mientras mi mente se sumerge en un torbellino de pensamientos que luchan por encontrar respuestas y comprender lo que está ocurriendo.
Mis dedos se posan sobre su cuello, descendiendo por su suave piel hasta topar con las cuerdas de su collar. Con un temor latente, comienzo a jalar suavemente, sintiendo cómo cada milímetro que se desplaza provoca que mi corazón palpite con más fuerza, agitado por la incertidumbre y el anhelo de hallar una solución.
Todo parecía haber salido bien, Emilia había comenzado a creer en sí misma, a volverse más fuerte, madura y llena de energía. Se había ganado el respeto que merecía. Pensé que estaríamos juntos, que no tendríamos que someternos a estas pruebas, que podríamos trazar un camino diferente, pero ahora...
Mis ojos se posan en el cristal piroxeno que Emilia solía llevar con tanto amor y orgullo. Observo cómo, de manera lenta y dolorosa, se resquebraja en mis manos, fragmentándose en pedazos diminutos que caen al suelo. Mientras sostengo esos restos destrozados, elevo la mirada hacia el cielo, buscando respuestas que parecen escaparse entre las sombras.
—¿Era necesario? —interrogo, mi voz apenas un susurro cargado de dolor y anhelo—. Por favor, responde... Puck.
El eco de mis palabras se pierde en la vastedad del silencio, dejándome sumido en un abismo de incertidumbre y una tristeza que amenaza con consumirme por completo. El destino y sus designios parecen jugar a su antojo con nuestras vidas, dejándonos a merced de fuerzas superiores y desconocidas.
En medio de este caos, una búsqueda desesperada de respuestas y la necesidad de hallar una esperanza que ilumine el oscuro sendero que se extiende ante nosotros.
Capitulo3.
Lo que todos esperan.
Advierto un silencio lúgubre mientras avanzo por el bosque, siguiendo el siniestro rastro que dejamos a nuestro paso. Un remolino macabro de cadáveres yace desparramado a nuestro alrededor, devorados por bestias insaciables. Afortunadamente, los cristales que portamos actúan como un escudo protector, manteniendo a raya a estas criaturas hambrientas. Sin embargo, su utilidad se extiende también a la tarea de eliminar los cuerpos sin vida. El escuadrón de limpieza tendrá una labor ardua por delante, pues no solo han luchado valientemente, sino que ahora deben enfrentarse a la ingrata tarea de borrar cualquier rastro de este sangriento encuentro.
En mis manos sostengo el libro de profecías que arrebaté de las garras de Petelgeuse, junto con su cabeza como un testimonio grotesco de nuestro enfrentamiento. De alguna manera, sé que estas perturbadoras reliquias serán útiles. Si no logramos que crean nuestra afirmación de haber eliminado al arzobispo de la pereza, me veré obligado a recurrir a la habilidad de Crusch y Reinhard para discernir la verdad. Quién sabe si estarán dispuestos a ayudar, sobre todo Crusch, pero eso solo queda en manos del tiempo.
En mis brazos descansa Emilia, aún sumida en un profundo sueño tras el impacto repentino de sus recuerdos recuperados. No puedo juzgarla por ello. Ha experimentado la peor de las situaciones imaginables, encerrada en un cuerpo ajeno, despojada de sus memorias, reconstruyendo su vida y desarrollando confianza, solo para ser abandonada abruptamente por alguien a quien amaba, mientras afloran en su mente los recuerdos dolorosos y llenos de lamento de su pasado. El destino se cierne cruelmente sobre ella, y me duele en el alma presenciar su sufrimiento. Observo su respiración débil, un recordatorio constante de lo frágil que puede ser la existencia humana.
Me invade un sentimiento de amargura al contemplar la crueldad con la que el destino nos trata. La batalla en la que nos encontramos no es motivo de celebración. Desconozco la cantidad exacta de soldados que perecieron en esta confrontación, pero estoy seguro de que la batalla está lejos de haber concluido tan fácilmente. Se enfrentaron a una entidad poderosa, cuyos tentáculos se extendían en múltiples direcciones. No pude contar con precisión los brazos de Petelgeuse, pero puedo asegurar que desplegó todo su poderío en el combate.
El futuro se despliega ante nosotros como un oscuro abismo, lleno de incertidumbre y desafíos insondables. Nuestro coraje y determinación serán puestos a prueba una vez más, mientras enfrentamos las consecuencias de nuestras acciones y nos preparamos para el siguiente capítulo de esta oscura odisea.
Cuando presencié cómo Puck se defendió del ataque con todas sus manos, comprendí la inmensidad de su poder. Contar la cantidad de extremidades era una tarea imposible, pero su densidad y fuerza eran abrumadoras. No puedo evitar preguntarme si ahora soy portador del Factor de la Pereza.
Hemos logrado eliminar a todos los Dedos, lo que me hace suponer que el Factor ahora reside en mí. No obstante, desconozco si al eliminar el alma de Petelgeuse también se elimina el Factor de la Pereza. La magia de Shamack de Beatrice es demasiado compleja para mí, por lo que tendré que buscar respuestas en ella.
Acelero mi paso al darme cuenta de que estoy cerca de nuestro destino, pero me detengo al escuchar los quejidos de Emilia. Abre los ojos y escruta su entorno, colocando su mano en mi pecho. Aunque no me mira directamente, puedo percibir sus pensamientos. En este momento, Emilia se encuentra sumida en la peor de las situaciones posibles. Después de haber logrado tanto, lo ha perdido todo en un instante, incluyendo a la persona que ha estado a su lado durante todo este tiempo.
Emilia muerde su labio, luchando por contener las lágrimas. Yo no digo nada, simplemente espero su decisión. Ella cierra los ojos y toma un largo suspiro. Luego, esboza una sonrisa y me habla con un tono alegre:
—Gracias por llevarme. Ya estoy bien —Emilia se suelta de mis brazos y me da la espalda. Observo cómo sostiene sus manos en silencio mientras avanza.
Deseo detenerla, pero sé que no es el momento adecuado. La impotencia se apodera de mí y aprieto mis puños con fuerza. Con calma, le respondo:
—De nada, no fue un problema. Fue una batalla difícil, pero sin ti, todo habría sido imposible —mi mirada se posa en su espalda mientras reflexiono sobre si lo que he impuesto en ella es lo correcto.
Es innegable que Emilia ha cambiado. Todo lo que ella era se ha transformado durante este tiempo, y sin duda ha sido para mejor. Sin embargo, me cuestiono si es lo correcto. He impuesto mis propios ideales en ella sin darle la oportunidad de negarse. La Emilia que tengo ahora es indudablemente más fuerte, pero me pregunto si es lo que realmente desea.
A pesar de todo, Emilia se mantiene firme, intentando soportar todo lo que lleva en su interior. Saco los restos del cristal roto de mi bolsillo, el cual se rompió cuando lo toqué. Aun no comprendo los motivos por los cuales Puck rompió su contrato, pero debo seguir adelante.
La gran cantidad de cultistas sugiere que utilizaron la mayor parte de sus tropas. Con tantas personas, podrían diezmar o al menos realizar un ataque a gran escala en la capital. Es increíble que nos hayan utilizado como objetivo. Las acciones continúan cambiando.
El simple hecho de que exista el Factor de Orgullo me hace comprender que todo ha estado mal desde que llegué. La novela es solo una novela, y la realidad es la realidad. Entonces, realmente no estoy en una historia.
Aprieto mis manos mientras observo la llanura que creamos. Mis ojos se abren al ver la situación. Decenas, no, una cantidad inhumana de cadáveres yace en el suelo. Es evidente que los cultistas fueron arrogantes y atacaron de frente sin utilizar ninguna estrategia, lo cual causó su derrota.
Pero tal cantidad de muerte es increíble. Seguramente se agotaron las balas, estoy seguro de que utilizaron incluso las reservas. Si sobrevivieron, es suficiente. Invertiremos para construir más fábricas.
Los cultistas tienen una recompensa por sus cabezas desde hace mucho tiempo. No recuerdo exactamente cuánto era, pero la repartiré entre todos mis soldados. Será completamente para ellos y especialmente para aquellos que hayan perdido la vida.
Emilia también observa con asombro. Cientos de cadáveres y escombros se encuentran esparcidos por el lugar. Las estructuras de tierra indican que los cultistas también consideraron más que simplemente correr. Frente a nosotros, donde se encuentran las trincheras, vemos los pilares de espina, minas guardadas para un uso posterior.
Fue una batalla sangrienta, el olor es verdaderamente desagradable. Los árboles derribados en el campo nos muestran que los dedos estuvieron realmente aquí, pero el sonido que escuchamos a lo lejos es reconfortante.
—¿Están celebrando? —pregunta Emilia mientras intenta caminar entre los cadáveres.
—Vamos rápido, daremos nuestras últimas palabras —respondo mientras empiezo a elevarme.
He comprendido mejor la magia gravitacional, pero sigo teniendo dificultades para usarla durante períodos prolongados. Reducir o aumentar la gravedad provoca problemas internos, como cambios en la presión sanguínea. No puedo usar esta magia durante mucho tiempo sin enfrentar problemas a largo plazo.
En medio de la tensión y la expectación, mis acciones se vuelven vitales. Aunque exhausto por el arduo combate, sé que debo mantenerme firme y transmitir confianza a aquellos que miran hacia mí en busca de liderazgo.
Extiendo mi mano con determinación hacia Emilia, y ella la toma sin vacilar. Ahora que estoy más cerca de Beatrice, mis habilidades mágicas se potencian, permitiéndome cargarla sin dificultad alguna. Nos dirigimos velozmente hacia el pueblo, donde los resultados finales de la batalla comienzan a hacerse visibles.
A medida que nos acercamos, puedo divisar varios cráteres que surcan las trincheras y un cañón destrozado. Los cadáveres de los cultistas yacen dispersos, dejando entrever el grado de violencia al que nos enfrentamos. Aunque lograron llegar hasta aquí, nuestras defensas meticulosamente elaboradas jugaron un papel crucial en nuestra capacidad de resistir.
Mis primeras acciones me conducen directamente hacia la academia, donde observo a las personas abandonándola. Junto a la academia, se encuentra el lugar destinado a los heridos, el cual parece encontrarse en una situación desbordante. El número de afectados supera la capacidad de atención que podemos brindarles.
—Bájame —ordena Emilia, mientras sus ojos captan la magnitud de la situación. Sin dudarlo, obedezco y ella se precipita hacia los heridos, evaluando la situación de cada uno en silencio. A mi izquierda, veo a las personas heridas, pero también a mi derecha distingo a ocho cuerpos cubiertos con mantas.
«Ocho muertos, ¿eh?», pienso mientras reflexiono sobre la cifra. Aunque pueda parecer relativamente baja, no puedo evitar sentir una profunda desolación. Estas ocho personas estaban unidas, y su pérdida representa un golpe devastador para nuestros esfuerzos.
Justo cuando estoy a punto de comenzar a contar y organizar las cosas, un saludo militar interrumpe mi atención. —¡General Marco! —exclama Lucas, sosteniendo una libreta en sus manos.
—Capitán Lucas —respondo con seriedad, reconociendo su lealtad y esfuerzo. —Ya tendremos tiempo para conversar en detalle. Por ahora, debo anunciar y explicar la situación a todos.
Con determinación, me elevo sobre el tejado de la academia. Todas las miradas se posan en mí, y puedo percibir el abanico de emociones presentes en la multitud. Algunos están enfadados, otros tristes, pero la gran mayoría muestra un temor palpable. Comprendo que las palabras que emane en este momento crítico definirán el curso que tomaremos como comunidad.
No puedo ignorar el hecho de que la opinión pública apunta hacia Emilia, culpándola por lo sucedido. A pesar de que esto carece de fundamento, es mi deber enfrentar esta creencia infundada y desafiarla con la verdad. Con un tono de voz firme y sin titubear, inicio mi discurso.
—Queridos habitantes de Irlam, comprendo vuestras preocupaciones y vuestro enojo. Es por eso por lo que me dispongo a brindar una explicación sobre lo sucedido —señalo el campo de heridos, resguardado por los soldados para impedir el paso—. Nuestro pueblo ha sido objeto de un ataque masivo por parte de aquellos que conforman el culto de la bruja.
En el instante en que menciono estas palabras, una oleada de reacciones se desata. Las miradas se entrecruzan, varios inclinan la cabeza en señal de reconocimiento, mientras que otros me dirigen miradas cargadas de furia. Ellos saben que les prohibí mencionar el culto, y es mi deber aliviar su ira y despejar cualquier duda o confusión que los presione.
—En estos momentos de profunda tristeza y consternación, palpo la ira y el dolor que todos experimentamos tras el reciente ataque que nos ha sacudido. Permítanme recordarles que ahora, más que nunca, resulta imperativo que mantengamos nuestra unidad como comunidad —elevo mi tono, tratando de infundir presión—. Comprendo plenamente que algunas personas busquen respuestas y, desafortunadamente, hay quienes han dirigido su ira hacia una persona que, en realidad, desconocía por completo lo que acontecería.
Es momento de apelar a sus emociones. Emilia ha ido ganándose el aprecio de todos con su incansable ayuda. Ella, más que nadie, ha buscado ser aceptada y ha demostrado que sus intenciones siempre son de auxiliar.
»—Ella ha velado por el bienestar de cada uno de ustedes, ha depositado su esencia en este pueblo y anhela seguir mejorando. Comprendo sus temores, entiendo su odio y su rabia. Es fundamental que detengamos nuestra marcha y reflexionemos acerca de nuestros principios y valores como comunidad. Todos merecemos ser tratados con justicia y equidad, sin importar nuestra religión, raza o cualquier otra característica que nos distinga.
Sin embargo, recurro a la mentira, intentando desviar la atención. Ahora, su indignación se centra en la mera existencia de Emilia, incluso es posible que algunos soldados compartan ese sentimiento. Debo hacerlos sentir su odio y redirigirlo hacia otras emociones. Si permito que su ira se enfoque en Emilia, muchos de ellos podrían abandonar el pueblo, lo cual sería un golpe devastador para nuestro progreso.
—Los ataques perpetrados por el culto son asuntos que hemos estado investigando minuciosamente. Aunque no tenemos una comprensión clara de sus motivaciones, en una aldea cercana, ocurrió un despiadado baño de sangre, dejando tan solo a una sobreviviente —extiendo mis brazos, señalando todo el pueblo—. Si no hubiéramos tomado las medidas que tomamos, nuestro destino habría sido mucho más lúgubre. Los adeptos del culto han llevado a cabo masacres sin justificación aparente. Están completamente desquiciados, sus acciones carecen de toda lógica. Por ello, han perpetrado ataques en diferentes puntos.
Coloco mi mano sobre mi pecho, buscando transmitir sinceridad y responsabilidad.
—Asumiré por completo la responsabilidad de los acontecimientos de hoy. Me encargaré de cubrir todas las necesidades que surjan. Como alcalde de este pueblo, recae en mí la responsabilidad de defenderlos y protegerlos.
—»En lugar de culpar a un individuo inocente, debemos unirnos y luchar contra la intolerancia y el odio conjuntamente. Eduquémonos mutuamente, aprendamos acerca de nuestras diferencias y encontremos puntos en común. La comprensión y el respeto mutuo son las herramientas más poderosas para superar este momento tan difícil.
Ahora, me adentro en sus corazones, llevándolos a comprender que no fue una presa sencilla. Debo mostrarles la cruda verdad de las acciones, antes de imponer cualquier fuerza en ellos.
—Con tan solo cuarenta soldados fuimos capaces de defendernos de cientos de fervorosos seguidores del culto. Estoy seguro de que todos ustedes escucharon los disparos, los cuales simbolizan la ardua batalla librada por todas las personas que los protegieron —los miro a todos con pesar, mientras pronuncio con un tono sereno—. No obstante, ello implica que hubo heridos e incluso muertos.
Las personas muestran sorpresa, el temor comienza a hacerse presente en sus rostros, ya que la noticia de las víctimas no ha salido a la luz. Las palabras que pronuncie ahora deben tener la suficiente importancia para calar en lo más profundo de sus corazones.
—Sin embargo, a diferencia de antes, esas personas entregaron su vida por proteger a cada uno de ustedes. No puedo devolverles a los que han partido, por ello comprendo que el odio comience a crecer en sus corazones —coloco mi mano en el pecho y, con un tono más enérgico, prosigo—: Sin embargo, eso no es lo que quienes sacrificaron sus vidas desean para ustedes. Enlistarse en el ejército fue una decisión noble, repleta de valor y determinación. Ellos conocían los riesgos a los que se exponían, pero aun así su elección fue proteger a todos y cada uno de ustedes.
Las personas bajan la cabeza, quizás sigan culpando a Emilia, pero ese no es el tema en este momento. En este instante, es innegable que su propia gente los protegió. Ellos saben que si no fuera por esta valiente acción, habrían sido masacrados.
—¡Levanten la cabeza! —exclamo con fuerza— Su noble sacrificio no fue en vano, las familias afectadas serán compensadas. Una vida no tiene precio, pero el sacrificio que realizaron debe ser reconocido, aunque sea mínimamente. Las familias afectadas recibirán prioridad en cuanto a alimentos y sustento durante cinco años. También nos aseguraremos de que no tengan ningún problema, y personalmente me encargaré de resolver cualquier dificultad que se les presente.
Todos levantan la cabeza, en este momento todos muestran seriedad, los niños permanecen en silencio mientras que los padres parecen experimentar una mezcla tumultuosa de emociones en su interior.
—Recuerden que la unidad y la solidaridad son nuestras mayores fortalezas —los miro a todos y comienzo a apreciar todo lo que hemos construido—. Es gracias a nuestra unión, gracias a que cada uno de ustedes ha entregado su sudor en este pueblo que aún estamos con vida. Expulsemos el odio de nuestros corazones y trabajemos juntos para sanar nuestras heridas. ¡Solo así! podremos construir un futuro mejor y más seguro para todos nosotros —aprieto los puños, mostrando a todos la verdad—. Ahora pido que tapen los ojos de los niños, sin dejar a ninguno atrás.
Las personas actúan casi de manera instantánea, cubriendo los ojos de los niños mientras estos intentan resistirse.
—Mientras el ejército luchaba con todas sus fuerzas para contener al enemigo, la señorita Emilia y yo nos aventuramos en el bosque, con el propósito de poner fin a todo cuanto antes. Ambos nos adentramos en lo más profundo del bosque para erradicar al enemigo. Ahora, después de haber combatido sin tregua durante casi una hora, ella, exhausta por el agotamiento de su mana, se ocupa de curar a los heridos —exclamo con fervor— ¡Nada ha sido en vano!
Extraigo de una bolsa la cabeza de Petelgeuse, la sostengo y la exhibo ante todos. Esto será doloroso para Emilia, pero no tengo otra opción.
—¡Fuimos capaces de acabar con un arzobispo del pecado! Nosotros, meros humanos que hace poco fuimos masacrados por el embate de bestias, hemos logrado defendernos —señalo al ejército, quienes se mantienen firmes a pesar de la sorpresa de la situación.
Las personas quedan atónitas, pues seguramente pensaban que simplemente logramos resistir hasta que se retiraran. Todos me miran con asombro, algunos sonríen mientras otros mantienen una expresión seria.
—¡Ya no somos débiles! Comprendo sus dudas, comprendo sus temores, pero les prometo que solo avanzando podemos enfrentarlos; esos cultistas lo pensarán dos veces antes de atacarnos nuevamente —guardo la cabeza de Petelgeuse y coloco mi arma frente a mí— El ejército ha sido capaz de defender a su pueblo, hemos logrado acabar con uno de los males de esta época, algo que ni siquiera los caballeros podrían lograr.
Desato mi mana, presionándolos ligeramente para que sientan mi determinación. Debo demostrarles que, a pesar de todo, son fuertes, que cada uno de ellos importa y que debemos seguir adelante.
—¡Hoy es el día en que el ejército de Irlam derrotó al arzobispo del pecado, Petelgeuse Romanee-Conte! —los miro a todos con una sonrisa, mientras prosigo—: Ahora debemos seguir mejorando, pues para tener vidas mejores se requiere sacrificio, se requiere esfuerzo y, con el fin de protegernos, debemos avanzar —entonces, alzo la voz— ¡Todo esto es imposible sin su ayuda! Mientras el ejército los protege, ustedes son el corazón de todo esto. Siéntanse orgullosos de lo que han logrado, superaremos incluso a la capital, nos levantaremos y creceremos para tener vidas mejores.
Con mis palabras, despierto la codicia en las personas. El miedo que experimentan es el resultado de un logro que nadie tenía en mente; simplemente el hecho de derrotar a un arzobispo del pecado es un hito que quedará grabado en nuestra historia. Pasamos de ser masacrados por bestias a lograr algo impensable.
—¡Todos somos importantes! Por eso dejemos ese odio en nuestros corazones y honremos a aquellos que dieron sus vidas. Tenemos que seguir adelante por ellos, es ahora cuando debemos estar más unidos que nunca —desciendo del tejado, acercándome a todos— Solo si permanecemos unidos podremos avanzar. Prometo hacer todo lo que esté en mis manos para protegerlos, para brindarles las vidas que se merecen y sacarlos adelante.
Me inclino ante ellos como muestra de respeto.
—La señorita Emilia me trajo aquí, ella ha sido la más preocupada por el bienestar de todos. Al principio, atravesamos tiempos difíciles —me levanto, mostrando mi determinación—, pero ahora veo en cada uno de ustedes un deseo de más. Les prometo que seremos grandes, que en el futuro seremos más fuertes. Pero para lograrlo, debemos permanecer unidos —extiendo mi brazo, mostrando mi puño— ¡Por Irlam!
Las personas me miran con cierta duda, todos parecen comprender mis palabras, sin embargo, el temor aún los acecha. Hace poco, no eran más que personas sin aspiraciones más allá de la supervivencia. La única forma de obtener una vida mejor era arriesgarlo todo en la capital.
Ahora tienen una nueva oportunidad, una oportunidad de avanzar, de cumplir sus sueños y alcanzar la vida que desean.
Poco a poco, todos empiezan a levantar sus puños, pero no en señal de ira, sino con determinación por lo que están dispuestos a hacer. Todos comienzan a gritar con fuerza, intento aplacar su miedo.
—¡Viva Irlam! —exclaman todos con decisión.
De inmediato, el ejército se pone en marcha. Se les pide a todos que regresen a sus hogares por hoy. Un oficial visitará a las familias afectadas para informarles de lo sucedido, por lo que es mejor que permanezcan resguardados en sus hogares.
Las personas obedecen y se dirigen a sus hogares, mientras el escuadrón de limpieza comienza su labor.
El escuadrón de limpieza está conformado por personas no combatientes y, a su vez, por combatientes. Limpiar los alrededores del pueblo es ahora la prioridad, por lo que su labor resulta fundamental.
Los cadáveres serán cremados una vez que todos estén reunidos. Además, se les solicita recoger los casquillos y tratar las bajas de manera adecuada, reciclando todo lo posible para reducir costos.
Me dirijo hacia el campamento de los heridos, en busca de recopilar toda la información necesaria. Allí diviso a Alsten, vendado y sin su camisa, entablando una conversación con Lucas. Mientras me acerco, varios soldados me saludan con un gesto militar.
Las miradas de los pocos soldados en pie oscilan entre la alegría y el cansancio. Todos presentan manchas de sangre y suciedad en sus uniformes, pero se mantienen firmes. Beatrice se encuentra ocupada curando a alguien, mientras Emilia y Rem continúan con su labor incansable.
—¡General Marco! —Alsten me saluda con un gesto militar y una sonrisa en el rostro—. Grandes palabras dirigidas a la gente.
—Coronel Alsten, veo que la lucha no fue sencilla, pero me alegra ver que te encuentras bien —sonrío mientras él comienza a relatarme los acontecimientos.
Veintiséis heridos y ocho muertos, esas son las cifras totales. Solo una persona perdió una extremidad, lo cual es algo positivo de oír. La batalla fue ardua en nuestro frente, pero me alegra que hayan logrado algo significativo.
Alsten ha recopilado otro comunicador, por lo que ahora disponemos de cinco de ellos. Aprovecharemos esta oportunidad para estudiar su funcionamiento, confío en que podremos recrearlos de alguna forma. Mientras Alsten termina de darme detalles, Emilia se acerca a mí.
La observo con una expresión cansada y noto que su caminar es lento, como si estuviera a punto de derrumbarse. Sin embargo, no hay nada que pueda hacer para aliviar su carga. Se coloca frente a mí y pronuncia estas palabras:
—Voy a la mansión, regresaré pronto —Emilia no añade más, se inclina ante los demás y se marcha.
Siento la necesidad de seguirla, es algo que debo hacer. Sin embargo, hay tantas cosas en mi mente en este momento. Le ordeno a Alsten que informe a las familias de los fallecidos para que puedan acudir, pero les advierto que solo se presenten los adultos. También le pido que se encargue de los preparativos para el funeral de mañana.
Alsten asiente y se retira, mientras yo reflexiono sobre los pasos a seguir. Las elecciones se celebrarán en tres días, lo que indica que es posible que tengamos que volver a enfrentarnos en batalla. Aunque, en el caso de Crusch, podría dejarla morir, después de todo, ella es mi rival.
Contemplo el cielo mientras una pequeña mano toma la mía. Casi había olvidado la presencia de Beatrice. Me agacho y la miro a los ojos, mientras acaricio su cabeza. Observo en su mirada preocupación y tristeza, y supongo que sé por qué.
—Así que acabaste con Pereza, supongo —susurra Beatrice, mientras posa su mano en mi pecho—. Eso significa que ¿tienes el factor de la bruja?
Niego con determinación, incapaz de afirmar si poseo el misterioso factor de la bruja. En ese instante, solo me queda esperar y confiar en que Beatrice pueda descubrir la verdad. No obstante, la incertidumbre y la posibilidad de peligro que rodea este enigma me inquietan profundamente.
Beatrice cierra los ojos y su mano se ilumina con una brillante energía. Un gesto serio se dibuja en su rostro mientras parece descubrir algo trascendental.
—Lo tienes de hecho —menciona Beatrice, colocando sus manos en mis mejillas y examinándome con preocupación—. Necesitamos hablar a fondo sobre esto, pero debo advertirte que es potencialmente peligroso. Betty desconoce los motivos de tu posesión, pero deberíamos abordar este asunto con cautela supongo.
Una sonrisa aflora en mis labios mientras mi memoria evoca la imagen de una persona olvidada durante todo este tiempo. Es alguien que desempeñó un papel crucial en la vida del protagonista de esta historia, su más fiel amigo. Dirijo mi mirada hacia el imponente pilar de hielo, lamentando recordarlo tan tarde en el transcurso de los acontecimientos.
—¡Beatrice! —exclamo, tomándola de la mano y canalizando el poder de Murak para elevarnos por los aires. Volamos rápidamente en dirección a la mazmorra donde previamente combatí contra Petelgeuse. En cuestión de minutos, cubrimos la distancia que antes me resultó ardua y fatigante.
Al llegar al lugar, sin demoras, ingreso decidido en la siniestra mazmorra. Durante todo el trayecto, Beatrice se mantiene en silencio, absorta en sus propios pensamientos. A medida que avanzamos, la oscuridad se hace más densa, pero gracias a mis habilidades mágicas, genero una llama que ilumina nuestro camino.
Mis ojos se posan en el suelo, donde aún se advierten los rastros de sangre. Incremento mi paso, preocupado por lo que pueda aguardarnos en las profundidades. El único sonido que percibo es el eco de nuestros pasos resonando en la fría caverna, lo cual no hace más que aumentar mi inquietud.
Finalmente, llegamos al fondo de la mazmorra, pero la visibilidad es reducida. Me acerco con cautela, y gracias a la luz de nuestro fuego improvisado, empiezo a explorar el entorno. Escudriño cada rincón, esperando encontrar alguna señal de aquella persona que he recordado tardíamente, pero hasta ahora, todo rastro parece esfumarse entre las sombras.
Mis ojos divisan unas cadenas que se encuentran en el fondo de la cueva. Sin pensarlo dos veces, me precipito hacia ellas para descubrir qué sucede. Y ahí está él, sentado, con una estatura promedio y su cabello castaño en desorden. Parece estar inconsciente, como si un velo de sueños le envolviera.
Mi atención se dirige a sus manos, y me percató de que su muñeca izquierda está emanando pequeñas gotas de sangre, mientras una roca ejerce presión sobre su brazo.
—Le han cortado la mano —murmuro apretando los puños con fuerza, presa de una mezcla de rabia y consternación—. Beatrice, por favor, cuídalo —le ordeno, mientras me acerco para examinarlo en busca de otras heridas que pudiera haber sufrido.
A su lado, yace un cuchillo ensangrentado, lo cual me lleva a cuestionar si fue él quien se lo infligió con intenciones de escapar o si alguien más fue el responsable. Realizo una minuciosa inspección en busca de otras heridas, pero no encuentro ninguna más. Beatrice logra detener el sangrado y me informa que tomará tiempo para que despierte.
A pocos centímetros de distancia, reposa su mano amputada. Dirijo mi mirada hacia Beatrice, quien niega con la cabeza en respuesta a mi muda pregunta.
—Ha pasado demasiado tiempo y se ha llenado de tierra. Sería sumamente peligroso intentar reubicarla ahora —explica Beatrice, dando la espalda a la desafortunada extremidad.
Tomando con cuidado a Otto, abandono el lugar, resignado ante la realidad de que ya no hay nada más que pueda hacer. Es hora de regresar al pueblo, pues aún tengo asuntos pendientes que debo concluir antes de reunirme con Emilia. No puedo dejarla sola en estos momentos en los que más necesita apoyo, pero también debo cumplir con mi deber.
Llego al pueblo y dejo a Otto acostado. Rem parece agotada, sin embargo, se queda para asegurarse de que todo esté organizado apropiadamente en relación con los heridos. Me acerco a ella, pero mi atención es interrumpida por Lucas, quien parece tener algo importante que comunicarme.
—General Marco —saluda Lucas con un gesto militar, a lo cual respondo con un saludo correspondiente. Comienza a hablar—. El grupo de limpieza encontró otro dispositivo de comunicación. He venido a entregárselo.
Acepto el dispositivo con gratitud, reflexionando en lo duro que debe ser para los soldados llevar a cabo estas tareas. Agradezco a Lucas y me dispongo a buscar a Rem, pero para mi sorpresa, ya no se encuentra en el lugar. Tal vez sea mejor dirigirme directamente hacia Emilia.
En cuestión de segundos, gracias a mi mejor dominio de la magia espiritual, me encuentro en la mansión. Este tipo de habilidades me brinda ventajas en la movilidad. Si tan solo el protagonista hubiese tenido más cuidado al romper la puerta, Beatrice podría haber usado su magia para controlarla.
—Has dominado Murak de manera admirable de hecho —comenta Beatrice, sorprendida, mientras me dirige una mirada de asombro.
—Me has enseñado bien. Durante la batalla, logré adquirir cierto dominio sobre él, aunque aún no puedo utilizarlo durante largos periodos de tiempo debido al gran consumo de maná que requiere, además de los daños internos —explico mientras ascendemos hacia la habitación de Emilia.
—¡Humf! Es porque deseas ver la magia como algo propio de tu mundo supongo —responde Beatrice haciendo pucheros, soltando mi mano—. Estaré en la biblioteca. Esa chica te necesita a ti de hecho.
Con una sonrisa desbordante en mis labios, dirijo mis ojos hacia Beatrice mientras se encamina decidida hacia la puerta. Pero en ese preciso instante, aprovecho el impulso del momento y la envuelvo en un abrazo apasionado por la espalda. La sorpresa se refleja en sus ojos y en cuestión de segundos, cede ante el abrazo y sus delicadas manos se posan sobre mis brazos con ternura.
—Pensé que te habías olvidado, de hecho —susurra Beatrice con una voz cargada de emociones.
—Jamás podría olvidarte. Siempre he sido yo quien te abraza así, pero esperaba que fueras tú quien diera el primer paso —respondo, dejando que mis palabras vibren con una mezcla de nostalgia y deseo.
En medio de un silencio cautivador, Beatrice desaparece en un destello fugaz, dejando caer una carta en su estela. Sonrío con complicidad al descubrir que logré avergonzarla. Conozco su naturaleza reservada y esquiva para demostrar afecto, pero en momentos cruciales como este, su corazón se rinde y revela la vulnerabilidad que guarda en lo más profundo.
La memoria de mi vida pasada invade mi mente, recordándome su abrazo cálido y reconfortante que poco a poco se desvanecía entre mis brazos, así como sus últimas palabras llenas de significado. Este recuerdo me impulsa a fortalecerme, a entrenar incansablemente para alcanzar la fuerza que emana de los seres de este mundo mágico.
Soy consciente de que nadie más que yo tiene el poder de cumplir mi determinado propósito. Por ende, debo cultivar mi fuerza interior y nutrir mi determinación hasta que se conviertan en llamas indomables.
Tomando la carta con reverencia, percibo su importancia. Mi curiosidad se agudiza al descubrir que Puck es el autor de este mensaje premeditado. Él conocía de antemano los eventos que se desencadenarían, lo cual me lleva a sospechar que Beatrice está al tanto de la trama que se desenvuelve.
Pero ahora, en este momento crucial, debo ser el refugio que ella necesita. Entiendo su esfuerzo, su dolor, y sé que se siente desamparada, abandonada por el ser al que más ama. Solo en esos momentos de desesperanza se revela una verdad inescrutable: el pasado anhelado que es, en realidad, un torbellino desgarrador de tragedias.
Con paso sigiloso, abro la puerta con delicadeza, esperando encontrarme con un torrente de lágrimas desgarradoras. Mi mirada se posa en el interior de la habitación y mis ojos capturan la imagen de ella, absorta en su propio mundo mientras sostiene el collar con ternura en frente de la ventana. Parece estar perdida en un abismo oscuro y desconocido.
Cierro la puerta con un susurro apenas audible. Ella sigue sin girarse hacia mí, pero mis pasos me conducen hacia su frágil figura. Sin embargo, siento una fuerza invisible que me detiene en seco, un eco susurrante que me hace reflexionar.
«¿Debo ser yo?», me pregunto en un torbellino de emociones, mientras mis ojos se clavan en su silueta vulnerable y mi corazón se desgarra ante el peso de la responsabilidad.
Fui yo quien provocó todo esto, quien irrumpió en su vida y la envolvió en un torbellino de circunstancias inciertas. Me llené de orgullo al escuchar las palabras que brotaban de sus labios durante la épica batalla contra Petelgeuse, pero en realidad, ignore los abismos insondables que habitan en su ser. Ahora ella debe recordarlo todo, todo lo que ha sucedido y también el hecho de que luchamos con alguien que literalmente mató a su madre adoptiva. Una persona que ella quería pero que se volvió loco por protegerles.
—¿Por qué no te acercas? —me interrumpe Emilia, rompiendo el silencio con un tono cargado de tristeza. Sus palabras se clavan en mi pecho, desgarrando cualquier atisbo de esperanza que aún quedara.
Quizás debería ser honesto con ella, desnudar mi alma ante su mirada dolida. Pero también sé que las palabras adecuadas pueden tejer un engaño más convincente, construir una realidad ficticia que nos envuelva y nos distraiga de la amarga verdad.
Me debato entre la sinceridad y la ilusión.
—Puck... rompió el contrato, ¿verdad? —mi voz se quiebra, apenas un susurro entre sentimientos contenidos. El cristal roto es un mudo testigo de nuestra desdicha, una prueba irrefutable de que su unión ha sido quebrantada.
Intento encontrar una salida, una justificación para el dolor que nos consume. En este momento, la cautela se desvanece, dejando espacio para la desesperación. Emilia aprieta sus manos con fuerza mientras lentamente camina hacía la mana, sentándose en ella, sus ojos reflejan el agotamiento de una alma quebrantada. No ha derramado lágrimas, pero su rostro es un lienzo sombrío donde la desolación se ha pintado con trazos invisibles.
Mi corazón se acelera, ahogado en una mezcla de culpa y anhelo. ¿Acaso he actuado correctamente?
Con una sonrisa forzada que apenas logra ocultar su dolor, Emilia asiente, como si aceptara resignada el destino impuesto sobre nosotros.
—Todos mienten. Puck me ocultó los secretos de nuestro contrato y, sin más, me dejó abandonada en la oscuridad de la incertidumbre —sus palabras son un eco desgarrador, cargado de desilusión. Un hilo de sangre serpentea por su mano derecha, herida por los fragmentos afilados del cristal roto—. ¿Sabes? Antes de desaparecer, él me dijo que me amaba, que encontraba belleza en mi proceso de autodescubrimiento.
Sin fuerzas, Emilia me mira a los ojos, su mirada perdida en un horizonte invisible. En mi memoria persiste el recuerdo de mi bucle anterior, donde ella sacrificó su vida para salvar la mía. Es una realidad incomprensible, un acto de amor que sobrepasa los límites de mi comprensión.
—Una vez que una promesa es rota, todo puede suceder. El amor que sentía por mí, sus palabras, sus acciones —sus ojos, cargados de angustia, se encuentran con los míos—. ¿Cómo saber si alguien capaz de romper promesas está diciendo la verdad?
Sus palabras resuenan en lo más profundo de mi ser, perforando mi corazón y dejando una herida abierta. La sombra de la duda se extiende sobre nosotros, erosionando la confianza que alguna vez fue sólida. Emilia busca respuestas, busca una verdad que la libere de este tormento.
Entiendo su perspectiva. Un mentiroso siempre puede seguir mintiendo. Sus palabras van dirigidas a mí también, quien le ocultó la verdad sobre el miasma. Romper una promesa implica mentir acerca de las palabras pronunciadas, y la importancia de las promesas para Emilia está arraigada en lo más profundo de su ser, incluso si ha olvidado sus recuerdos.
Ella me mira sin decir nada, esperando que continue.
—Una promesa rota, una mentira. Todo está equilibrado. Las circunstancias cambian y a veces es mejor romper una promesa, sin importar cómo— respondo.
»—Puck debe tener sus motivos para hacerlo. Él te ha demostrado durante todo este tiempo cuánto te ama —susurro con voz temblorosa, tratando de encontrar consuelo en mis propias palabras
Ante mi intento de aliviar su dolor, Emilia estalla en un grito desgarrador, sin lágrimas que empañen su rostro. Niega con fuerza, sus ojos reflejando una mezcla de dolor y desesperanza.
—¡SI REALMENTE ME AMARA!—su voz se quiebra, una agonía insoportable se esconde tras su sonrisa forzada— no me habría abandonado.
Intento acercarme, sin embargo me detengo a medio camino, separados solo por el abismo de nuestro sufrimiento compartido. Sin embargo, algo me detiene, una voz interior que clama por la verdad.
«¿Debo ser yo? —pienso mientras la contemplo con ojos cargados de anhelo y culpa.»
Soy consciente de que he sido el causante de todo esto, he impuesto sobre ella un destino incierto y doloroso. Me invade una sensación de impotencia y remordimiento.
El silencio se hace presente, un testigo mudo de nuestra angustia. Sin pronunciar palabra alguna, poso mi mano en mi chaqueta, pensando si es buen momento para revelar la carta. Emilia sigue mirándome, su mirada perdida en un paisaje desconocido. Sostiene el collar entre sus manos, como un último vínculo con un pasado que se desvanece en la tragedia.
Mi corazón se debate entre la necesidad de consolarla y el miedo de causarle más daño. ¿Cómo puedo ser la persona que ella necesita en este momento de desamparo y abandono? Su esfuerzo, su dolor, exigen una respuesta, una presencia que le muestre que no está sola en esta desgarradora realidad.
Ser yo o ser quien necesita.
Mis palabras se quedan atascadas en mi garganta, incapaces de aliviar su sufrimiento. Me acerco lentamente, deseando abrazarla y disipar la tormenta que la consume. Pero algo me retiene, el temor a herirla aún más, el temor a ser el causante de su dolor una vez más.
Nos encontramos en un abismo emocional, atrapados entre promesas rotas y corazones destrozados. El destino ha trazado un camino oscuro para nosotros, pero en algún rincón de mi ser, arde una chispa de esperanza. Esperanza de encontrar la redención, de encontrar el camino hacia la sanación y la reconciliación.
—Tu ya sabes la razón por la que te dejo, tienes que saberlo. Si no… —me acerco a Emilia, quedando en frente de ella— Porque pareces contener todo ese dolor, mostrarte fuerte, es porque Puck dijo que estaba orgulloso de ti.
El pasado que tanto se ocultó se revela ahora como un torbellino de tragedias. Las promesas rotas y las mentiras entrelazadas forman un caos incomprensible. Siento el peso de la responsabilidad sobre mis hombros, la necesidad de encontrar la fuerza necesaria para enfrentar lo que está por venir.
La emoción me embarga, una mezcla de tristeza y desesperación se adueña de mi ser. Mi voz se pierde en un susurro apenas audible:
—Emilia... ¿qué puedo hacer para sanar tus heridas y consolar tu alma quebrantada?
Sus lágrimas brotan sin control, el dolor contenidos derrama por sus mejillas. Me mira directamente a los ojos, y en su mirada encuentro la fragilidad de su ser, la vulnerabilidad que había intentado ocultar.
—¡Me abandonó! —recalca Emilia con voz entrecortada, sus labios apretados reflejan el dolor que la consume.
Me siento a su lado, buscando consolarla, y tomo su mano temblorosa mientras sus lágrimas siguen deslizándose sin cesar. Otro error de mi parte, creí ingenuamente que ahora no querría mostrarse débil, pero estaba equivocado. Pensé que había dejado en claro mis intenciones, pero la brecha entre nosotros persiste.
—Emilia, las promesas no son eternas, tarde o temprano se romperán —la miro a los ojos, su mirada llena de dolor y confusión. Intenta decir algo, pero la detengo, necesito que escuche mis palabras—. A veces, en la vida, nos vemos obligados a tomar decisiones difíciles, a romper nuestras palabras por el bien de alguien más, a ocultar secretos por el bienestar de los demás.
Subo mi mano y acaricio su brazo con ternura, tratando de transmitirle mi apoyo en medio de su silencio desgarrador. Ella permanece en silencio, esperando pacientemente a que termine de expresar mis pensamientos.
—Hay momentos en los que debemos herir a alguien por su propio bien, momentos en los que romper una promesa se convierte en una necesidad ineludible. Las personas cambian, las circunstancias evolucionan. Forzar a alguien a cumplir una promesa a cualquier costo resulta injusto y despiadado.
Emilia abre los ojos con sorpresa, sus labios se aprietan con fuerza y, incapaz de contenerse, su voz se desgarra en un grito angustiado:
—¡Entonces! —Emilia mueve su cabeza frenéticamente, dejando escapar sus lágrimas hasta tocar mi mano— ¡¿por qué hacer una promesa en primer lugar?! —Su mirada arde de furia mientras retira bruscamente su mano de la mía, fulminándome con la mirada— ¿Por qué mentir? ¿Por qué crear una promesa si sabemos que, tarde o temprano, se desvanecerá en la nada?
—Porque, aunque nos esforcemos, ninguno de nosotros es perfecto. Hacemos promesas con la intención de cumplirlas, con la convicción profunda de honrarlas, pero nadie puede predecir el futuro —La miro con firmeza, tratando de transmitirle la seriedad de mis palabras—. Las promesas se forjan con la intención de mantenerlas, pero no siempre es posible. Puedo prometerte en este momento que estaré a tu lado por siempre, pero si al día siguiente soy arrebatado por la muerte, mis manos estarán atadas y no podré cumplir esa promesa.
Emilia abre los ojos de par en par, comprendiendo que mis palabras contienen una verdad insondable. Su madre, Fortuna, le susurró palabras similares antes de ser arrancada de su vida de forma trágica y cruel.
—Las promesas, tarde o temprano, llegan a su fin, pero eso no justifica todo —La miro con seriedad, mientras sus lágrimas siguen cayendo sin cesar—. Las promesas deben romperse cuando causan daño, cuando se vuelven ineludibles. Puck rompió su promesa para ayudarte, aunque no sé exactamente a qué se refería, estoy seguro de que el amor que Puck siente por ti no tiene límites. La promesa en sí no es lo más importante, sino los sentimientos que se encuentran entrelazados en ella.
Emilia me mira con una fuerza abrumadora, sus ojos desafiando cada una de mis palabras. Estoy desafiando todo en lo que ella ha creído fervientemente. Su concepto de promesas es algo que todavía no logro comprender por completo, ya que para ella, una promesa es tan sagrada como el contrato que Beatrice una vez respetó.
—¡Las promesas lo son todo! ¡Un mentiroso como tú no debería pronunciar palabras vacías! —Ella me empuja con rabia, sus manos chocan con mi pecho mientras su mirada arde de indignación— Eres un farsante, me ocultas cosas a pesar de afirmar confiar en mí.
Algo se quiebra dentro de mí, la paciencia se desvanece y mi enfoque se ve nublado. No puedo pensar con claridad, tantas situaciones y emociones me abruman, amenazando con hacerme estallar en mil pedazos.
—¡Deja de decir tonterías! —La miro con una molestia creciente— Hay cosas que se pueden y no se pueden decir. ¿Palabras vacías? —Me acerco decidido a ella, tomando sus hombros con firmeza, ella aparta su mirada pero yo le grito con fuerza, mostrando mis emociones— ¡Mírame cuando te hablo! Ves todo desde una perspectiva tan extremista que te impide ver más allá. Deja de ver todo en blanco y negro, las acciones de Puck tienen una explicación.
Mi voz tiembla ligeramente, incapaz de ocultar la frustración y la confusión que me embargan. Sin embargo, mi objetivo sigue siendo claro: tratar de ayudarla a encontrar una comprensión más amplia y equilibrada en medio del caos emocional que nos envuelve.
Ella aparta la mirada con desdén, mientras su tono arrogante y lleno de odio refuta mis palabras. —Son meras falacias de un embustero, tú y Puck. Sus palabras son vanas si eres capaz de tejer mentiras —Emilia suelta una risa desdeñosa—. El pretende amarme, pero eso es inconcebible para un ser abominable como yo, un monstruo cuyo rastro solo conlleva la muerte. ¿Lo viste no? Solo mi existencia causo la masacre en esos pueblos, y la muerte de personas que creí vería por más tiempo.
¡PAF!
El impacto de mi abofeteo resuena en el aire, mientras mis dedos se encuentran con su mejilla. Emilia me mira con sorpresa, su mano se aferra a la mejilla adolorida. Yo, en cambio, la observo con ira desbordante, mi interior es un torbellino de caos, pero no puedo tolerar lo que está profiriendo.
—¡No permitiré que pronuncies esas palabras nuevamente! —grito con ímpetu, fijando mi mirada molesta en la suya—. No te atrevas a proclamarte un monstruo. —Sostengo sus hombros con firmeza y la tumbo en la cama— ¡No te atrevas a mancillar el amor de Puck!
Con mi último grito, Emilia contorsiona su rostro en furia desenfrenada.
—¡Para ti es sencillo! ¡Todo siempre juega a tu favor! Tus decisiones conducen a un futuro más promisorio para todos, eres capaz de socorrer y soportar cualquier adversidad —clama Emilia a pleno pulmón.
Ella jadea con ahínco, sus lágrimas brotan mientras intenta recuperar el aliento. Y luego, con un arrebato de fuerza, continúa.
—¡Soy una inútil! Por más esfuerzo que realice, mi mera existencia desemboca en la muerte de seres humanos —la voz de Emilia se quiebra, su tristeza parece alcanzar su cénit—. Quise mantenerme fuerte, manifestar esperanza, pero los recuerdos de mi pasado emergen deshaciendo toda fuerza en mí.
Con sus emociones en el límite, la mirada de Emilia se nubla. Ella posa sus manos en mi pecho mientras permanezco sobre ella.
—¿Acaso sabes lo que es presenciar la pérdida de tus seres amados frente a tus ojos? —Emilia empieza a golpear mi pecho—. ¿Sabes lo que es contemplar cómo, por romper una promesa, todos aquellos a tu alrededor mueren? ¿Cómo tu mera existencia condena a otros al sufrimiento?
—¡Sé exactamente cómo se siente! —grito con fervor, clavando mi mirada en sus ojos—. Perder a tu madre ante tus propios ojos, verse forzado a tomar decisiones que provocan la muerte de todos tus seres queridos —mi ira se refleja en mi mirada—. Observar morir a todos aquellos a quienes amas.
Un intenso remolino revuelve mi estómago, los recuerdos invaden mi mente, las náuseas se hacen presentes y aprieto mi mano contra mi boca para contenerlas. Respiro con dificultad mientras Emilia me observa directamente a los ojos.
—Tú... ¿cómo logras aguantar eso? —interroga Emilia, cubriéndose el rostro con los brazos—. Yo no puedo, no poseo tanta fortaleza.
—Estar con vida es un don que me fue otorgado por ellos. Debo avanzar, ser fuerte, soportar cualquier obstáculo que se cruce en mi camino — me retiro con delicadeza de los brazos de Emilia, permitiéndome contemplarla—. Tú también debes hacerlo, debes aceptar que esos recuerdos conforman parte de lo que fuiste. Debes encontrar la fortaleza en tu interior.
Emilia desvía la mirada, aún incapaz de aceptar tal verdad. Comprendo que apenas está reviviendo esos recuerdos, yo también padecí enormemente a causa de ellos, pero ahora el tiempo apremia. Las elecciones se avecinan y Emilia debe estar preparada.
—No puedo, menos aún ahora que me encuentro completamente sola —susurra Emilia, sollozando en un intento de evitar que el llanto se apodere de ella.
Tomando su barbilla entre mis dedos, la obligo a encontrarse con mis ojos, sosteniendo ese contacto sin pronunciar una palabra durante unos instantes. Sus preciosos ojos me miran con una bruma en ellos, un violeta oscuro, ellos buscan una atisbo de esperanza.
—¡Mírame a los ojos! ¡Aquí estoy yo! —ella me mira mientras sus lágrimas continúan su curso—. Te lo he repetido en numerosas ocasiones, estoy aquí para ti. Es evidente que enfrentas incontables dificultades, anhelas demostrar fortaleza para ganarte el respeto de los demás.
Ella asiente, todo su esfuerzo se ha enfocado en cumplir esa meta. Ahora que sus recuerdos han resurgido, buscó mostrar entereza y ocultar todo para acercarse más a su objetivo. Lo hizo de manera excepcional durante su lucha, lo logró de manera impecable al llegar al pueblo.
Todos merecemos un respiro.
—Conmigo, tienes la libertad de ser quien desees, de expresar lo que quieras, de mostrar tu vulnerabilidad sin restricciones —le dedico una sonrisa mientras limpio con suavidad las lágrimas de sus mejillas para contemplar con mayor nitidez la profundidad de sus ojos—. Eres más que increíble, posees una fuerza indomable, y jamás podrías ser considerada inútil.
Me acomodo en la cama y extraigo de mi chaqueta la carta que Puck escribió. Emilia me mira con sorpresa, mientras ella misma se sienta, expectante ante lo que estoy a punto de revelar. Aclaro mi voz, abro la carta y deslizo una única hoja entre mis dedos.
En esa hoja, vislumbro la caligrafía de Beatrice, lo cual confirma su participación en esto. Le dedico una sonrisa leve y, en un tono calmado, inicio la lectura.
—Para la persona a la que amo por encima de todo en esta existencia...
Emilia abre sus ojos de par en par, posa sus manos temblorosas sobre su pecho y comienza a sollozar, observándome con una mezcla de incredulidad y anhelo. Sigo leyendo, sin perder la calma ante la marea de emociones que nos envuelve.
—Si estas palabras llegan a tus ojos, es porque ya no estoy a tu lado. ¡Oh, cómo lamento haber roto nuestra promesa sin previo aviso! Jejeje.
El tono de Puck no se altera, a pesar de la gravedad del momento. Emilia me mira con seriedad, pero noto que sus labios intentan dibujar una sonrisa entre los rastros de sus lágrimas.
—No soy diestro en la escritura. Le rogué a Beatrice que me ayudara a plasmar algo más conmovedor, pero ella se negó. ¿Puedes creerlo? Estoy seguro de que Marco la está malcriando.
Emilia deja escapar una breve risa ahogada, aunque pronto se contiene. Me reconforta saber que tengo la capacidad de hacerle bromas a Beatrice cuando vuelva a encontrarme con ella.
—Sin duda, al leer esto, te asaltan innumerables interrogantes sobre lo que acontece, sobre tus pensamientos en torno a mí, a tu pasado y a la esencia misma de tu ser. Yo siempre te observo, y eso lo sé.
Emilia aprieta con fuerza los restos del collar entre sus dedos, el símbolo tangible de una promesa quebrada.
—Yo tampoco guardo muchos recuerdos de mi pasado. Hay episodios que se han desvanecido en la niebla del olvido y otros que desearía borrar de mi existencia. Durante mucho tiempo, anhelé desaparecer, deseé eludir mi propio deber.
La tristeza inunda el aire, envolviéndonos con su pesar, mientras nuestras almas parecen danzar al ritmo de un lamento compartido.
Emilia, con la mirada perdida en el horizonte, suspiros entrecortados se escapan de sus labios mientras sus sollozos se intensifican, reflejo del profundo dolor que empieza a comprender.
—Sin embargo, conocerte ha sido el más preciado tesoro de mi vida —susurro con voz entrecortada, dejando que las palabras se deslicen en el aire con una carga de emoción insondable. Emilia asiente, susurra para sí misma, cada palabra cargada de la grandeza de sus sentimientos.
—He quebrantado la promesa que nos unía porque deseaba que crecieras, porque aquella promesa se interponía en tu camino, bloqueando tus recuerdos, tu pasado, confinándote en una jaula dorada. Creí que era lo correcto, lo que debía hacer. Pero en estos últimos meses, he comprendido mi error. Te he visto consumida por la autodestrucción, ahogada en el torrente de tu propio sufrimiento mientras ansiabas avanzar.
Contemplar cómo Puck cargaba con todo eso en su interior, saber que su amor por Emilia era resultado de un contrato pasado, plantó una semilla de desasosiego en mi ser.
—Sin embargo, una chispa de esperanza surgió con la llegada de Marco. Al principio, temí que te aferrarías a él, buscando refugio en su fortaleza. Pero me has demostrado cuán equivocado estaba. Te has transformado, te has esforzado, y te has mirado con nuevos ojos. Admiras a Marco por su valentía, por su forma de enfrentar la vida. Sé que lo llevas en lo más hondo de tu corazón, pues él es esa pequeña luz que brilla en medio de la constelación, ¿no es cierto?
Emilia se sorprende, agitándose en un intento desesperado de arrebatar la carta de mis manos, pero hábilmente esquivo su esfuerzo. Ruborizada y bañada en lágrimas, comprende la futilidad de su gesto y se sienta nuevamente, anhelante.
—¡Oh, Puck, eres un insensato! —exclama Emilia, su voz quebrada por los sollozos, revelando la intensidad de sus emociones más íntimas.
—Tú admiras a Marco, pero yo te admiro a ti. Me has mostrado una faceta completamente distinta de ti misma. Te has vuelto más confiada, más fuerte. Has irradiado una luz tan resplandeciente que no pude evitar anhelar verte florecer.
Emilia pronuncia el nombre de Puck en medio de su llanto, lamentando cada palabra que le fue dedicada.
—No te lo he mencionado antes, pero una de las condiciones para romper aquel contrato era sentir que estabas lista. Como un padre, deseaba que mi niña se convirtiera en una mujer capaz de brillar con luz propia. Rompí el pacto para que pudieras enfrentarte a ti misma, porque ahora sé que eres capaz. No estás sola, incluso si no estoy a tu lado, Marco te acompaña. Él se preocupa profundamente por ti y confío en que siempre te brindará su apoyo cuando lo necesites.
La mirada de Emilia, ensombrecida y perdida, se dirige hacia sus propias piernas, y sus sollozos se vuelven más intensos, como una tormenta desatada en su interior. —¡Puck! —exclama, su voz quebrada y desgarrada, mientras sus lágrimas se convierten en torrentes incontrolables. Anhela desesperadamente que su amado esté allí, a su lado, para abrazarla y consolarla en medio de su angustia.
—Eres valiente, aunque sientas que tu alma se desmorona. Confío plenamente en la magnificencia de tu ser, y por eso mismo debes seguir adelante. Emilia, mi amor por ti es la esencia misma de mi existencia. Eres la joya más preciosa que la vida me ha otorgado, y deseo que sigas creciendo en todos los aspectos posibles. Hoy, he decidido soltar tu mano para que alcances tu plenitud, para que te conviertas en la persona que anhelas ser. Esto no es un adiós, sino un hasta luego. Permíteme observarte desde lejos, mientras te haces fuerte y experimentas la vida en su plenitud. Incluso, te doy mi bendición para que te entregues al amor si así lo deseas. Solo ten cuidado.
Contemplo con admiración las palabras de Puck, que emergen desde lo más profundo de su ser. Estoy orgulloso de haberme cruzado en su camino, aunque nuestro encuentro sea efímero. Le agradezco por el impacto que ha tenido en mi vida y en la de Emilia.
—Sé quién quieras ser y, cuando estés lista, podremos sellar otro pacto, uno que sea forjado en beneficio mutuo, donde ambos podamos hallar la felicidad. Allí estaré, esperando tu regreso.
En mi interior, susurro las últimas palabras que no están dirigidas a Emilia. Las leo con profunda tristeza. «No tengo el poder de materializarme, pero confío en que protegerás a mi hija durante mi ausencia. Eres un mago excepcional, superior incluso a ese Roswall. Tu potencial es abrumador y no puedo ver un límite en él, te agradezco por ser parte de este mundo y permitir a mi hija tener una gran compañía. Gracias por cuidar de mi hija y espero que este sea solo un adiós temporal. Deseo encontrarte nuevamente, así que te insto a que cuides de tu vida. Dejo las últimas palabras en tus manos».
—Con amor, Puck.
Al finalizar la lectura, Emilia se arroja hacia mí, aferrándose desesperadamente a mi pecho mientras sus lágrimas desbordan sin control. Su llanto es un lamento angustioso, un eco de dolor que penetra hasta lo más profundo de mi ser. Jadea y solloza, sus brazos se entrelazan a mi espalda, buscando consuelo en medio de su tormento.
—¡Lo siento! —exclama Emilia entre sollozos, su voz sumida en el abismo del pesar— ¡Tuve miedo! Traté desesperadamente de justificar su partida, de eludir la confrontación con la verdadera razón. ¡Lamento este dolor con la profundidad de mi ser!
Emilia llora en mi pecho, liberando todas sus emociones en un desbordante torrente incontenible. Vuelve a ser aquella niña vulnerable, quien se oculta detrás de una máscara de fortaleza. La abrazo con vehemencia, procurando transmitirle una sensación de compañía en medio de su desolación más abismal.
Transcurren unos instantes, y la alejo ligeramente. Sus ojos y su nariz están enrojecidos, pero, a pesar de las lágrimas derramadas, su semblante sigue irradiando una belleza conmovedora. Deposito ambas manos en sus mejillas y me acerco, inclinándome sutilmente mientras dirijo mis labios hacia ella. Emilia me observa con sorpresa, aunque no se aparta de mí.
En un beso cargado de calidez, poso mis labios en su frente. Emilia abre los ojos y su rostro se tiñe de un rubor intenso. Coloca sus manos en mi pecho, pero yo permanezco allí un instante más. Cierro los ojos para reflexionar sobre todo lo que hemos atravesado. Ahora, Emilia debe seguir adelante. Ha experimentado una metamorfosis notable y, como afirmaba Puck, ha llegado el momento de forjar su propia identidad.
—¿Marco? —inquiere Emilia, sumida en la vergüenza.
Me alejo y vuelvo a sentarme, tomando su mano con delicadeza mientras la contemplo directamente a los ojos. Ella, a su vez, no desvía su mirada. Me observa a mí, y con una sonrisa cálida, lagrimeando aún, refuerza su agarre en mi mano. No sé qué pensar exactamente, ni qué palabras serían perfectas.
Por primera vez en muchos años, permitiré que sea mi corazón quien hable.
—En este vasto mundo, hay quienes gozan de una fortuna mayor que otros, y muchos atraviesan vidas cargadas de tragedias que desconocemos. La vida misma es un enigma insondable, y nuestra única misión es seguir adelante. Si algo he aprendido, es que todo depende de cómo deseas percibirlo.
Emilia asiente, mientras refuerza su sujeción en mi mano.
—La vida será aquello que tú desees que sea, adoptará la forma que le otorgues. Las experiencias, ya sean adversas o benévolas, se convertirán en una parte íntegra de tu ser. Lo único que varía es cómo elijas afrontarlas. Sé feliz, contempla la vida como la obra de arte que es. Haz que cada día se ilumine con los colores que más te cautiven.
—Sí, deseo ser feliz. Es solo que temo al cambio, siento que quedaré sola si me aventuro en él —añade Emilia, su mirada colmada de tristeza clavada en la mía.
—Eso no es lo que verdaderamente importa —sonrío— Tú eres tú, y es posible que algunas personas se alejen cuando cambies, es cierto. Sin embargo, ese cambio atraerá a muchas otras que se acercarán a ti con mayor ímpetu.
Emilia me observa con asombro, como si esas palabras hubiesen sido el anhelo oculto que tanto anhelaba encontrar.
—Existen seres de todas las estirpes en este vasto mundo, y por ello, no importa cuánto cambies, siempre habrá alguien destinado a ti. Además, aquellos que aprecian tu esencia te amarán sin importar las transformaciones que experimentes. Confía en ellos, pues te guiarán cuando necesites transitar por senderos de cambio beneficioso.
El asiente con una sonrisa, parpadeando en un intento por frenar sus lágrimas.
—Estaré a tu lado sin importar cuánto cambies, sin importar cuán frágil te muestres, sin importar cuántas máscaras te coloques. Tú siempre serás Emilia, la encantadora medio elfa, bella y fuerte, que mis ojos han tenido el privilegio de conocer.
Sonrío, provocando sorpresa y rubor en sus mejillas.
—Posees una fortaleza intrínseca, habilidades tanto sutiles como torpes. Puede que tengas dificultades para comunicarte, pero te esfuerzas incansablemente en ello. Disfrutas de conversaciones alegres, pero al mismo tiempo, extiendes tu mano solidaria cuando vislumbras a alguien sufriendo. No importa las experiencias que hayas vivido, hay aspectos que jamás podrás cambiar.
Pongo mi mano en su mejilla, secando con ternura sus lágrimas mientras la acaricio.
Sin duda, Emilia se ha transformado en una persona admirable. Es verdaderamente impresionante el cambio que puede acontecer en todos.
—Es tiempo de que avances sin miedo, de que camines con los ojos abiertos para apreciar el arte que la vida despliega ante ti. Observa todo desde la perspectiva que deseas experimentar, avanza y crece hasta que aquellos que te subestimaron se lamenten por no haber sido partícipes de tu vida.
Afianzo mi tono, mostrándole a Emilia la determinación y el cariño en mis palabras. Con una mano en su mejilla y otra en su mano, intento hacerle ver la luz que merece, la felicidad que tanto necesita. Con un tono fuerte y cargado de emociones profeso:
—Eres Emilia, una semi elfa hermosa, y estás a punto de iniciar una nueva etapa. Aquí, desde cero.
Al concluir mis palabras, los ojos de Emilia se abren de par en par. Me mira sonrojada, esforzándose por aplacar sus lágrimas. Empezar desde cero no significa olvidar todo, no implica borrar el pasado de tu memoria. Iniciar desde cero significa partir desde una base de experiencia, aprender de lo vivido y no permitir que las sombras del pasado te afecten.
Emilia continúa enjugando sus lágrimas, mientras agradece una y otra vez. "Gracias", repite incansablemente, buscando calmar el torrente de emociones que la embarga. Finalmente, toma mis manos y me mira con una sonrisa radiante en su rostro. El atardecer se acerca y un rayo de luz la baña en un resplandor mágico de tonalidades anaranjadas.
Emilia me observa fijamente, sus ojos resplandecen con una intensidad arrebatadora, mientras su agarre se afianza con una fuerza renovada. Una danza mágica comienza a desarrollarse a su alrededor, pues varios espíritus acuden en su auxilio, sus formas etéreas y luces deslumbrantes se elevan en apoyo a su nueva esencia luminosa. Emilia, en quien se ha operado una metamorfosis profunda, se alza como un ser verdaderamente admirable.
Con una sonrisa radiante y una determinación palpable en sus ojos, ella me habla con confianza y una alegría contagiosa:
—¡Sí! Seré auténtica, seré yo misma y seguiré avanzando. ¡Gracias por venir a este mundo, Marco!
Sus palabras llenas de convicción y gratitud resuenan en el aire, dejando entrever el resurgir de su fortaleza interior. Emilia se dispone a abrazar su nueva realidad con coraje y determinación, desplegando sus alas y dejando que su luz ilumine el camino que se despliega ante ella.
SS Puck.
Qué difícil es escribir.
Me hallo en la biblioteca perdida, un lugar sagrado donde compartimos momentos de risas y alegría, mi vieja conocida, o mejor dicho, mi dulce hermana. Últimamente, el flujo del tiempo ha dejado su huella en todos nosotros, desencadenando cambios profundos e inesperados. Es asombroso cómo una sola persona puede influir de manera tan significativa en la vida de otros.
No obstante, yo permanezco inmutable, inmune a las transformaciones que me rodean. Beatrice me sostiene con ternura entre sus brazos, mientras relata con júbilo los instantes compartidos con esa persona especial. Al enterarme de su contrato, una inquietud aprensiva se anida en lo más profundo de mi ser. Aunque confío plenamente en Marco, soy consciente de que encierra en su interior una oscuridad insondable, oculta a los ojos de todos.
—Parece que lo amas profundamente, jejeje —comento, tratando de perturbar a Beatrice.
Ella frunce los labios en un puchero irresistible y, en ese instante, desvía la mirada con ternura, susurrando con una voz serena y cargada de afecto.
—Sí, lo amo, ¿y qué? —responde en un murmullo suave que acaricia el aire.
Quizá debería tomar acción. Mi razón de ser, mi razón de moverme en este mundo, mis recuerdos sellados y los que yacen sin sellar. Algo en mi existencia me susurra que algo no está bien. Los recuerdos de Satella se desvanecen en la neblina, pero un torbellino de emociones me consume al mencionarla.
Hay una extrañeza en mí, simplemente recordar de donde provengo, recordar a Satella, recordar todos esos momentos y terminar convertido en una criatura más allá de todo.
Le pido a Beatrice que redacte una carta por mí, ella no se niega y accede a hacerlo, ajena al contenido que deseo plasmar. Al iniciar, veo la expresión dudosa en los ojos de Beatrice, como si no comprendiera del todo mis palabras. Le explico que es necesario, que es mi anhelo y que, por ahora, es lo mejor. Erróneamente, pensé que Emilia permanecería igual, que no avanzaría, que se mantendría inmutable en el transcurso del tiempo.
Supuse que sería capaz de enfrentar los desafíos sin experimentar cambios.
Al final, fui yo quien menospreció su capacidad. Emilia ha dado pasos agigantados, y observo su figura con pesar, consciente de que soy el único que no cambia. Fue gracias a las palabras de Marco que comencé a comprender parte de mi error. Sellé sus recuerdos al igual que se sellaron los míos, le hice tener recuerdos desgarradores de su pasado, haciéndola caer más en la oscuridad. Existe una razón por la cual me acerqué a ella, un contrato que me obliga a mantenerme a su lado, pero ya no me importa.
—¿Estás seguro? No sé si podrá soportarlo, Pucky —inquiere Beatrice, mostrando preocupación por ella.
—Jejeje, estoy seguro de que sí. Y si no, Marco estará allí para ella —respondo con convicción.
Beatrice asiente, brindándome confianza en mis palabras. Es verdaderamente sorprendente cómo una sola persona puede transformar a quienes la rodean. No obstante, también me preocupa su salud mental. He conversado mucho con ella sobre ello y me inquieta, sé que su mente es un caos que nadie debe ver. Hay cosas que no desea compartir, pero entiendo las múltiples responsabilidades que recaen sobre sus hombros.
Revelar mis sentimientos es algo que rara vez he hecho, de hecho, no recuerdo haberlo hecho antes.
¿He cambiado?
La incógnita flota en mi mente, suspendida entre la inmensidad de lo desconocido.
Quizás ya no tenga que seguir el rol que me fue impuesto. No, hay cosas que se deben hacer, hay verdades ocultas en este mundo que deben salir a la luz. Si tan solo no hubiese un contrato que me lo impida.
Idrill, eres una enigmática criatura.
—Con un potencial impresionante, de hecho —bromea Beatrice, mientras termino con unas palabras dirigidas a él.
—¡Sí! Es alguien asombroso, pensar que su perspectiva única le permite dominar la magia de esa manera es verdaderamente sorprendente —afirmo con orgullo por haberle enseñado.
No sé qué deparará el futuro ahora que me he desviado de mi camino, ahora que pretendo abandonar mi papel. Desconozco qué me aguarda. Sin embargo, lo que sí sé es que ella seguirá adelante, y espero fervientemente que se transforme en alguien irreconocible, una versión magnífica de sí misma.
Entonces, podré mirarla a los ojos y decidir cambiar por ella.
I love you, Emilia.
