Hola a todos:
Dejo el segundo capítulo, basado en el Gaiden 15 "Los viejos gemelos", donde aparecen Zaphiri de Escorpio y Lugonis de Piscis, siendo jóvenes todavía.
Gracias por leer.
Atención: Todos los personajes de Saint Seiya y Saint Seiya: The Lost Canvas, pertenecen a Masami Kurumada y Shiori Teshirogi respectivamente. La historia es de mi autoría personal, la cual solamente escribí por diversión.
Día 2: Un regalo inesperado
Lugonis, Albafica.
Pre Canon, soledad, hijo, paternidad, cariño.
Lugonis caminaba en silencio por aquel desolado sendero. Su cabaña ya se encontraba cerca y sólo deseaba llegar, darse una ducha y descansar. Aquella misión en Bluegrad y lo sucedido con Zaphiri lo habían dejado sumamente desconsolado y triste.
Las palabras dichas por el santo de Escorpio habían sido crudas, pero verdaderas hasta cierto punto. Athena aún no descendía a la Tierra, la orden dorada estaba incompleta y las Estrellas Malignas ya daban señales de despertar antes de tiempo. El caballero de Piscis le dijo a su compañero de armas que estaba en un error al desconfiar del Santuario y traicionar a su diosa. Sin embargo, muy en el fondo, Lugonis también empezaba a dudar.
Si hacía los cálculos correctos, él formaba parte de la generación que podría, sí o no, enfrentar a Hades. Aunque eso era relativo, los ciclos de las guerras santas no eran exactos y quizás tendrían que esperar más de una década la llegada y preparación de Athena. Un lujo muy arriesgado, no sólo para la seguridad de la humanidad, sino también para la estabilidad mental de la élite dorada.
Zaphiri no pudo soportar la pasividad de no hacer nada y no supo interpretar la tranquilidad del patriarca Sage. Por esto mismo, perdió el control de sí mismo, buscando un poder ajeno y ganándose con ello la sentencia de muerte. Y Lugonis tuvo que ser el verdugo.
Al doceavo guardián le dolió demasiado la muerte de Escorpio, pues era el único guerrero que se acercaba a él sin temor a su sangre envenenada. La maldición que lo mantenía aislado del Santuario, del contacto con los demás y que lo condenaba a la más cruel soledad.
Esa soledad que ahora comenzaba a pesarle demasiado.
—¡Maldita sea Zaphiri, ¿Por qué tenías que hacerlo?! — dijo con frustración, golpeando el tronco de un árbol cercano. —Dioses, ¿Por qué tienen que pasar estas cosas? —
Siguió caminando hasta adentrarse en los primeros límites de su jardín de rosas venenosas.
—Tal vez yo debería hacer lo mismo… después de todo, ahora me he quedado completamente solo. —
La traición nunca pasó por su cabeza hasta ese momento. Y no es que no confiara en Athena o el Santuario, simplemente, la vida había sido bastante injusta con él y con todos los santos de Piscis. Motivos para perder su estabilidad mental le sobraban. Así que, rechazar su destino como santo dorado, ahora dejaba de parecerle una locura.
—No debería pensar siquiera en esto— murmuró, sobándose las sienes. —Si pudiera al menos tener una señal de que el futuro no será oscuro… —
Avanzó un poco más, acercándose a un riachuelo que sustentaba el jardín.
—Athena, sé que tu llegada no está cerca— miró al cielo con añoranza. —Pero necesito un motivo para continuar con mi misión… no quiero flaquear como Zaphiri— cerró los ojos.
El viento sopló con suavidad, casi acariciando su mejilla en respuesta.
De pronto, el llanto de un bebé se dejó escuchar. Lugonis abrió los ojos y se puso en alerta, casi asustado por semejante sonido. Es decir, nada ni nadie podía acercarse a su jardín sin perder la vida, entonces, ¿Qué fue eso?
El sollozo volvió a escucharse con mayor fuerza, consiguiendo que el santo empezase a buscar su origen de inmediato. Caminó a lo largo de la orilla del río, hacia una parte donde su jardín no estaba tan saturado. Y ahí, en medio de las hojas verdes, estaba un bebé envuelto en una manta.
—¡Por los dioses, ¿Qué significa esto?! —
Se aproximó despacio y confirmó que la criatura estaba viva, respirando sin problema alguno y llorando con más fuerza al escucharlo acercarse. Se quedó atónito y sin lograr comprender cómo aquello era posible. El viento sopló de nuevo, susurrándole que ahí estaba la respuesta de la diosa.
Con lentitud, cargó al bebé entre sus brazos, temblando por el miedo de no saber cómo hacerlo o si sería peligroso. El niño dejó de llorar poco a poco, agitando los bracitos entre la manta, hasta conseguir liberar uno de ellos para alcanzar a Lugonis. La pequeña mano palpó su mejilla con curiosidad e inocencia, mientras que en su rostro se dibujaba la más tierna sonrisa.
Lugonis sintió que algo se contraía dolorosamente dentro de su pecho y las lágrimas comenzaron a escapar de sus ojos.
—Eres un regalo inesperado, pequeño— lo acunó un poco más. —Una señal que la diosa me ha dado… muchas gracias, Athena— besó al niño en la frente con infinita ternura.
Las dudas de Piscis desaparecieron, ahora tenía un nuevo motivo para continuar viviendo y afrontar el futuro sin miedo.
Continuará...
Gracias por leer.
