Los personajes de Saint Seiya no me pertenecen, son propiedad de Masami Kurumada y toda su banda.
La casa de los Bloom se encontraba en tranquilidad, tanta como podía ser posible. En la sala, reunidos como ya venía siendo casi siempre, Afrodita, Mū y Camus hablaban sobre el trabajo de este último.
—... todo el siglo XX puede ser explicado en una clase, no seas exagerado.
—Afrodita tiene razón, también podrías hacer que leyeran cuentos cortos en lugar de fragmentos de libros.
Camus asentía ante las sugerencias, cosas que ya había pensado en hacer pero que no estaba tan seguro de ejecutar. Antes de que cambiaran de conversación, Camus sacó su lista de lectura original (y no la cosa extraña que le había dado a sus alumnos a mitad del ciclo que tenía biografías de diferentes músicos) y comenzó a hacer algunas observaciones a la misma, apoyado por los demás. Iban por la mitad cuando la puerta de entrada se abrió de golpe, logrando que los tres miraran en su dirección con sorpresa.
—¡Sus súplicas fueron escuchadas! —se escuchó desde afuera. Con las manos en la cadera y la cabeza mirando hacia la derecha, erguido y orgulloso, Kanon apareció bajo el marco de la puerta, después de dar un salto perfectamente calculado—. ¡He vuelto!
Afrodita, Mū y Camus lo miraron en silencio por un par de segundos, procesando las palabras de Kanon.
—Pero… ¿En qué momento…? —preguntó Mū, mirando a sus amigos, pensando que tal vez habían actuado de nuevo sin informale.
—Por eso te desapareciste por un día y medio —se explicó Camus, recordando que Calvera había estado muy preocupada por la repentina desaparición de su sobrino.
—¿Cómo abriste la puerta de mi casa? —más molesto que sorprendido, Afrodita cruzó los brazos.
—La llave de emergencia que tía Calvera tiene de tu casa —dijo Kanon mientras levantaba la mano derecha para mostrar el llavero de su tía, lleno de varias llaves más —. Entonces, ¿qué vamos a hacer hoy?
—¿Vamos?
—Sí, llevan semanas haciendo actividades juntos como si fueran niños pequeños… ¿qué vamos a hacer hoy?
De nuevo, Mū, Afrodita y Camus compartieron una mirada, esta vez extrañados. Antes de que alguno pudiera decir algo, Kanon se acercó a Mū, sentándose a su lado en el sillón, o más bien prácticamente arrojándose para quedar desparramado en el mismo; mirando a todos lados, se enderezó y dijo con confusión:
—¿Dónde están los otros dos?
—¿Quiénes?
—El gato y nuestro modelo de Barbie.
Al escucharlo, Afrodita cruzó las piernas para poner su brazo derecho sobre ellas y poder recargar su cabeza en su mano. Sonriendo de lado, el botánico soltó una pequeña risa.
—Definitivamente regresaste —afirmó—. No sé en dónde está el dúo dinámico.
—Shaka dijo que tenía una junta en la empresa de su familia, negocios —comentó Mū.
—Aioria está acosando a Aioros —murmuró Camus, regresando su atención al trabajo.
Al escuchar a sus amigos, Kanon entrecerró los ojos, pensando en cuál de las dos opciones tomar, por un lado estaba Aioria, llevando su relación con su hermano a un nivel extraño y sobre el que no quería averiguar, y por otro estaba Shaka, en el tecnológico y elegante edificio de su familia, dónde todo y todos estaban a su disposición y la de sus conocidos. Al tomar una elección, Kanon se levantó de su lugar y comenzó a caminar hacia dónde estaba la puerta; los demás, en cambio, lo miraron en silencio, de nuevo confundidos.
—¿A dónde vas? —preguntó Afrodita, sin entender nada de lo que estaba ocurriendo.
—Voy por nuestra Barbie —se explicó Kanon, abriendo la puerta justo cuando Aioria estaba del otro lado, a punto de tocar el timbre—. Hola, gato.
—Hola, Tweedledee—Aioria se hizo a un lado para que Kanon pudiera salir de la casa, y después él mismo ingresó, dejando al puerta abierta—. ¿Me dijo gato? —terminó por preguntar, mirando a sus amigos.
—Aioria, ¿qué estás haciendo aquí? —ignorando la pregunta, Afrodita puso sus manos detrás de su cabeza y se recostó en su sofá.
—Hice lo que me dijiste y hablé con Hilda. Así que tengo un nuevo…
—¡Los cannoli están listos!
Interrumpiendo a Aioria, Deathmask apareció de la cocina, cargando una charola con sus postres italianos, un par de guantes blancos y su mandil con la leyenda de "chico bueno".
—Ya era hora —dijo Camus, tomando un cannoli apenas la charola estuvo frente a él.
Al ver cómo Mū y Afrodita seguían el ejemplo del francés, Aioria, entrecerró los ojos y miró hacia afuera, dejaría el tema de Aioros momentáneamente de lado, sólo por la comida.
Después de todo, no era como si Aioros fuera a escapar a algún lado.
En los últimos días, Aioros había intentado salirse de su rutina, intentando evitar que quien sea que lo observara dejara de hacerlo. Tenía cosas más importantes sobre las que debía de concentrarse, como en evitar que sus playeras negras se destiñeran ante tantas lavadas, o comprar más, en todo caso.
Aioros en realidad no se preocupaba por casi nada. De repente la vida había perdido todo color, el sentido de la misma se había oscurecido ante un funesto panorama que desconocía. Ese era su mayor problema, ni siquiera sabía por qué todo lo percibía en blanco y negro. Podía recordar algo sobre su antigua vida, la gente con la que se juntaba, las cosas que hacía, los momentos que lo hacían feliz; el problema era que de repente todas esas personas, cosas y momentos habían perdido el brillo.
Existía algo que lo molestaba, no sabía qué era, pero le molestaba. Algo que no lo dejaba reencontrarse con la emotividad que antes lo dominaba.
Y sumado a eso se encontraba lo bien que se veía con su atuendo oscuro.
Al final, todo resultaba en que Aioros estaba cómodo con su actualidad. Tal vez extrañaba algunos aspectos superficiales de la otra, pero esencialmente estaba cómodo. Incluso Hilda le había manifestado no tener ningún problema con el nuevo él.
Si él era feliz así, le había dicho, entonces ella no tendría por qué criticarlo; así que lo habían intentado. Hilda había acompañado a Aioros en algunas de sus nuevas actividades, como visitar la tienda de discos, comprar ropa nueva, ir a algunos centros nocturnos que se ambientaban en la música que ahora escuchaba Aioros, y comprar maquillaje, maquillaje de buenas marcas, maquillaje de mejor calidad que el que ella utilizaba.
Al principio le había chocado a Hilda ver al sonriente Aioros convertirse en una sombra del mismo; incluso se había reunido con Valentine para hablar sobre el tema, pero al final había decidido tomar la vía más sencilla y hablar con el propio Aioros acerca de la situación. Eso había terminado en sus excursiones, y en que ella misma aceptara cualquier decisión que Aioros tomara acerca de sí mismo, o al menos eso creyó.
Apenas Aioria se apareció en su trabajo, justo a la hora de más afluencia, le planteó varias dudas. Ese día estaba intentando ocuparse de tres platillos a la vez (en parte, el trabajo había aumentado debido a que Shura ya no iba al restaurante por razones desconocidas para ella) cuando Io le avisó que Aioria estaba en el restaurante, esperándola. Al encontrarse con él dos horas después, Hilda sólo lo miró con los brazos cruzados:
—Aioria, no tengo mucho tiempo, el trabajo ha aumentado bastante desde que Shura ha dejado de venir, ¿no sabes algo de él? ¿vienes a hablarme sobre eso?
—No, no he visto a Shura —respondió Aioria con extrañeza. Justo en ese momento, cuando se lo mencionaron, Aioria recordó que no había visto a Shura y no sabía lo que su amigo estaba haciendo en esos días—. Quiero hablar contigo sobre Aioros, me dijeron que tú podías convencerlo.
—¿Convencerlo? ¿Convencerlo de qué? —extrañada, Hilda se sentó al lado de Aioria y lo miró con confusión, preguntandose si Aioros había cambiado de nuevo.
—De regresar a ser él. No ha querido escucharme y los demás dicen que una mujer lo hará entrar en razón.
Al escuchar a su cuñado, Hilda parpadeó varias veces, confundida.
—Aioria, yo no…
—¿Eres feliz, Hilda? ¿Estás conforme? ¿Él te hace feliz? ¿Crees que él es feliz?
Hilda abrió y cerró la boca ante cada pregunta que Aioria le lanzó. Todas sus respuestas iban a ser positivas, pero pronto se sintió confundida; era verdad que se había adaptado al nuevo Aioros, y salía varias veces con él, incluso había celebrado su aniversario con esa faceta suya, ¿pero de verdad podía decir que Aioros era feliz así?
—Creo que difícilmente este Aioros puede sentir la misma alegría que sentía antes pero eso no significa que esté sumido en un pozo de desesperación profunda —comentó.
—¿De verdad? ¿No está en un pozo de desesperación profunda? ¿No has leído su nuevo poema? —Aioria bufó. No tenía el apoyo de los suyos y parecía que tampoco el de Hilda.
—¿Ya tiene nuevos? Ni siquiera he tenido tiempo de leer los que me envió —alarmada, Hilda sacó su celular y comenzó a buscar entre sus descargas los textos que Aioros le había enviado, donde, según sus palabras, había puesto su alma—. Oye, espera un momento, ¿no se supone que tú estabas obsesionado con ser elegante y todo eso?
—Sí… pero ya lo fui y ahora soy yo de nuevo, detalles innecesarios.
—No son detalles innecesarios, ¿cómo regresaste a ser tu? —al ver cómo Aioria le restaba importancia al asunto con un movimiento de mano, Hilda lo sostuvo de la misma, aplicando la fuerza que solía emplear para para cuando tenía que amasar como si su vida dependiera de ello.
—Hilda… me estás lastimando —murmuró Aioria, con los ojos bien abiertos, viendo como su mano era machacada por la fina mano de Hilda.
En la casa de Afrodita, Aioria regresó a la entrada, diciéndole a Hilda que dejara las llamadas de lado e ingresara de una buena vez. Después de hablar con ella en el restaurante, Aioria la había convencido de acompañarlo junto con el resto de sus amigos "recuperados", para hablar sobre el caso de Aioros; en el camino, el joven llamó a Lithos y su madre, sólo para reunir a todas las mujeres posibles en el caso de Aioros.
—Cuando te dije que hablaras con Hilda era para que dejaras de molestarnos a nosotros —señaló Afrodita cuando toda la gente se reunió en su sala.
—En todo caso debiste decirle que hablara con una mujer, eso acabaría con el drama de una vez por todas —observó Camus—. Tía Sasha, aprovechado que estás aquí, ¿Umberto Eco o Ken Follett?
—¿Es para tus clases, Camus? —la mujer se sentó al lado del profesor y lo miró con una sonrisa. Un par de semanas antes, Seraphina le había contado que de un día al otro Camus había regresado a ser él mismo, o algo así, puesto que Seraphina lo había cachado varias veces escuchando su antigua música y en ocasiones las malas palabras se le escapaban, como si estuviera más liberado— Yo pondría sólo hasta los cincuenta, con la generación beat o el neorrealismo, lo que sigue después no es tan relevante, o forma parte de un movimiento como tal.
—Muy buena observación —murmuró Mū.
—Mamá, no vinimos para hablar de libros, estamos aquí para hablar de Aioros.
—¡Es cierto! —Sasha asintió ante el recordatorio de su hijo menor— Aioros. Parece que la depresión adolescente le llegó diez años tarde.
—Yo no lo hubiera dicho mejor —concordó Lithos. Aioros le había preocupado desde el inicio, pero sabía que ella sola no podría hacer gran cosa, por eso había decidido ir por Aioria primero. Y ahora sólo le quedaba esperar a que su plan funcionara.
—Cielos, son más personas de las que pensaba —Deathmask se llevó las manos a la cabeza, mirando el platillo que había preparado para sus renovados amigos—. No sé si los cannoli alcanzarán, me disculpo por eso, justo en este momento corro hacia la cocina para hacer más.
—¿Tú hiciste los cannoli? ¿Puedo ver cómo los haces? Me dijeron que eres un italiano casi completo —sin decir nada más, Hilda se levantó de su lugar y siguió a Deathmask hacia la cocina.
Tan pronto como Hilda y Deathmask desaparecieron de la habitación, Aioria cruzó los brazos y se enfurruñó al notar que los demás volvían a desviarse hacia otros asuntos, incluida Lithos y su madre, quienes volvieron hablar de libros con Camus, Afrodita y Mū.
Ignorando que hablaban de él, o que en realidad no lo hacían pero eso se pretendía, Aioros estaba en su habitación, acostado en la cama y mirando el techo sin expresión, pensando. El cambio de conducta en Aioria lo desconcentró desde el primer segundo en el que se percató de ello. Al principio parecía que Aioria estaba satisfecho con su actitud, pero su aceptación a ser maltratado le mostró que tal vez no era así.
Desde que Aioria había cambiado, no había dejado de preguntarle cuándo regresaría a ser él, cosa que Aioros no entendía. Aioros ya era el mismo de siempre, normal. Normal para él, lo que creía que era normal, lo que suponía que era normal.
Tampoco era que se comportara de una forma extravagante, al menos no como Aioria y sus pretensiones aristocráticas, o los demás y sus extravagancias. Además, estaba lo satisfecho que se sentía consigo mismo; no sentía que estuviera haciendo algo incorrecto o estuviese comportando. Se quedaba en casa todo el día y no hacía ningún ruido o molestaba al resto de su familia, así que no entendía qué era lo que estaba mal con su comportamiento, con él mismo.
Tal vez el único problema era que se sentía terriblemente aburrido, pero suponía que eso era una consecuencia de la soledad que venía con su nueva actitud. A pesar de estar rodeado de su familia y de aún continuar con la compañía de Hilda, Aioros se sentía solo, de una forma que, sabía, no tenía nada que ver con su actitud; sólo había algo que faltaba, algo que lo hacía sentir una soledad diferente, y ese algo era lo que lo empujaba a ser de esa forma.
Al terminar su música, Aioros alcanzó a escuchar un golpe en su ventana que lo hizo fruncir el ceño, extrañado, se quitó los audífonos y esperó un par de segundos más hasta que volvió a escuchar el golpe. Lentamente se levantó de su cama y se acercó a la ventana, descubriendo cuando corrió la cortina, que debajo de su ventana estaba un sujeto de cabello largo y azul, trajeado y agachado, buscando algo en el jardín.
Aioros miró a su alrededor, por un momento creyó que estaba alucinando, de nuevo. Llevaba varios días sintiéndose observado, como si alguien estuviera siguiendo todos y cada uno de sus pasos, y ahora aparecía ese sujeto frente a su casa, al parecer golpeando su ventana.
Justo cuando Aioros se disponía a abrir la ventana, una piedra impactó en su frente, logrando que él mirara con más sorpresa hacia abajo.
—¡Oye! —gritó.
—¡Lo siento, Aioros! —se disculpó el hombre, poniendo las manos alrededor de la boca para amplificar su voz— ¡¿Y si hacemos un muñeco?!
Al escuchar al hombre, Aioros entrecerró los ojos. Independientemente de que era una frase de una película infantil que sus tíos habían estado viendo algún día anterior, cuando no había nada en la televisión, sentía que la frase tenía un trasfondo más profundo, algo que tenía que ver con ese sujeto.
—¿Quién eres? ¿Te conozco? —preguntó en voz alta, cuestionándose por qué ese hombre se le hacía tan conocido.
El tipo en cuestión sonrió al escucharlo, radiante; manteniendo su sonrisa, se pasó una mano por el cabello, despeinándose, y dijo:
—Soy Kanon.
Su sonrisa brilló bajo la luz de las lámparas del exterior, que parecía que lo apuntaba; arriba, Aioros abrió los ojos y ligeramente la boca, sacando la mitad de su cuerpo por la ventana para observar al hombre.
Ambos se miraron por un par de segundos, segundos donde sólo existieron ellos, hasta que Aioros sonrió con suavidad y abrió la boca:
—¡No sé quién eres! —dijo, volviendo a entrar a su habitación y cerrando la ventana.
Kanon frunció el ceño al ver cómo también Aioros volvía a correr la cortina. Con expresión molesta, se dio la vuelta y caminó hacia el auto que estaba estacionado frente a la casa, donde Shaka estaba recargado.
—Eso salió bastante bien —dijo Shaka cuando Kanon se detuvo frente a él.
Al escucharlo, Kanon entrecerró los ojos y le dio un ligero empujón al menor para que se hiciera a un lado, puesto que estaba recargado contra la puerta del auto. Dentro del mismo estaba su portafolios, el que sacó y puso en el suelo.
—¿Vas a hacer que Aioros firme un contrato como el tuyo?
—¿Shijima te lo dijo? —al escuchar a su amigo, Kanon se congeló en su lugar y bufó con fastidio.
—No —negó Shaka, con tono aburrido—. Fue Krishna.
—Genial, ya no se puede confiar en nadie hoy en día —se quejó Kanon antes de poner una expresión seria—. Sabes por qué mi otra personalidad era un adicto al trabajo, ¿cierto?
—Tengo una teoría.
Ambos intercambiaron una mirada, compartiendo algo que nadie más sabía o imaginaba. Kanon sabía que su obsesión por el trabajo se debía en parte por sus problemas en el pasado; a diferencia de los demás, él era consciente tanto de lo que hizo antes del golpe como después del golpe. Después de que Milo lo atacara por la espalda (detalle que Kanon no iba a dejar pasar por alto), lo primero que le había pasado por la cabeza al despertar era que tenía una deuda pendiente con Aioros, quien lucía una funesta actitud oscura, una deuda que sólo podía pagarse con sangre, o más bien con sacrificio extremo.
—Entonces ya sabes lo que voy a hacer. Vigila el auto, tal vez tarde.
Kanon le dio un asentimiento a Shaka y se dio la vuelta, sin esperar alguna respuesta. Tenía un trabajo importante que hacer, pagar una parte de su enorme deuda con Aioros y con suerte lograr que Aioros quiera regresar a ser el mismo de siempre.
Viendo a su amigo partir, Shaka suspiró por lo bajo y regresó al auto, sabiendo que cuando Kanon decía que tal vez tardaría era porque tardaría, y mucho. Tanto que dos horas después Shaka fue sorprendido aún esperando por Aioria, que acababa de llegar a casa después de un día de hacer absolutamente nada junto con los demás.
—¿Qué estás haciendo aquí? Creí que ibas a estar trabajando todo el día —le dijo Aioria después de llamar su atención golpeando la ventana—. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?
—Kanon fue a molestarme, dijo que tenía algo pendiente que arreglar con Aioros —explicó Shaka, abriendo la puerta del auto para que Aioria entrara.
—¿Crees que va a intentar convencerlo de regresar?
—Creo que eso no es importante —al ver la expresión de esperanza en Aioria, Shaka se sentó de lado y lo miró con una ceja levantada—. ¿De verdad crees que a Aioros internamente no le agrada así?
—Sólo quiero ayudar a mi hermano, no me vengas con tus cuestionamientos psicológicos y hacerme preguntar hasta de mi propia existencia. —Teniendo ya suficiente de esa tarde, con todos sus amigos y familia ignorando sus llamadas de auxilio, Aioria puso sus manos detrás de la cabeza y se recostó en el asiento— ¿Sabías que Deathmask es parte de un grupo de actores que hacen obras por caridad?
—Suena a que en algún momento de estos días iremos al teatro.
—Tenlo por seguro, ya nos invitó a todos. Dijo que ahora están planeando hacer Romeo y Julieta, sólo están buscando más actores.
Aunque Aioria comenzó a hablar de otros temas menos importantes, de vez en cuando miraba hacia su casa, intentando averiguar qué estaba ocurriendo en ella. Estaba preocupado por Aioros, y a pesar de que todos pensaran que era egoísta desear que su hermano volviera a ser el de antes, Aioria se apoyaba en el deseo humilde de que Aioros volviera a ver la vida bajo el brillante Sol en lugar de la oscuridad de los últimos meses. Al menos parecía que alguien más también se preocupaba por Aioros y estaba dispuesto a encontrar la solución a su problema actual.
Sólo esperaba que lo que sea que Kanon hiciera, funcionara.
Comentarios:
Detalles importantes para explicar:
*Tweedledee. Es un personaje de Alicia en el País de las Maravillas. Uno de los gemelos, exactamente, que aparecen casi al inicio del libro; también son parte de una canción de cuna inglesa. Por cierto, el otro hermano se llama Tweedledum.
*Cannoli. Es un postre italiano que consiste en una masa crujiente enrollada, rellena de ricotta pastelera (un tipo de queso) y también trozos de fruta en los extremos.
*Umberto Eco. Nacido en 1932 y fallecido en 2016, fue un filósofo y escritor italiano, autor de numerosos ensayos sobre semiótica, estética, lingüística y filosofía, así como de varias novelas, entre ellas El nombre de la rosa, libro que incluso tiene una película. / Ken Follett es un escritor británico de novelas de suspenso y con temática más histórica, al igual que Eco; ambos se destacaron mucho en la década de los ochenta, con la novela histórica, que por esos años tuvo un gran auge.
