Ranma 1/2 no me pertenece. Este fanfic está escrito por mero entretenimiento.
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—Cero—
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Capítulo 14: Cuádruple homicidio
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Nabiki Tendô solía acudir en contadas ocasiones a la comisaría central. Por nada en concreto, pero no le agradaba que sus clientes estuvieran envueltos en un ambiente tan hostil. Ella era más de litigios en los juzgados y tratos en los despachos, así era como ganaba dinero y le iba bastante bien. Lo de ensuciarse las manos era de novatos.
Sin embargo, aquella mañana la mediana de los Tendô había recibido una llamada telefónica que la hizo perder, literalmente, los papeles.
Había salido corriendo de su despacho con un maletín lleno de documentos al azar (un maletín siempre imponía respeto), y tras parar un taxi comenzó a pegar gritos sobre saltarse semáforos y la necesidad de ir más rápido que terminó con la paciencia del pobre conductor.
Llegó a comisaría y caminó resuelta sobre sus carísimos tacones, se alisó el traje y entró con tanta prisa que las puertas automáticas apenas y alcanzaron a abrirse a tiempo.
Gruñó al recepcionista, le enseñó los dientes a los dos agentes que la acompañaron hasta su cliente. Cuando le abrieron las puertas de la sala de interrogatorios Nabiki olisqueó el aire con desagrado, estaba cargado de humo de cigarrillos.
—Akane, no digas una palabra más —dijo dejando su maletín sobre la mesa con un duro golpe, y mirando ceñuda al inspector de policía, quien al otro lado de la mesa había alzado la vista al percatarse de su presencia.
—Ya tardaba en aparecer el diablo —dijo él con fastidio, la abogada le echó un rápido vistazo a su hermana y se llenó de ira.
—¿¡Cómo se han atrevido!? ¿Acaso la policía de Tokyo se ha vuelto completamente loca? ¡Sin zapatos! ¡Medio desnuda! ¿De repente una ciudadana modelo no tiene derecho a la dignidad? Pienso denunciarlos por abuso y créame inspector, ¡va a perder mucho más que su puesto!
—No me amenace, abogada. Hago mi trabajo, cumplo órdenes.
—¡Podría haber mostrado un poco de humanidad!
—¿Con la principal acusada de asesinar a cuatro luchadores profesionales? ¿Cree que estoy loco? —dijo el hombre apretando los dientes y dirigiéndole miradas esquivas a Akane, como si la chica fuera un montón de dinamita esperando el momento justo para explotar.
—No está loco, está absolutamente demente si cree que ella…
—Tengo un testigo —interrumpió el viejo policía con una diminuta sonrisa que se borró de su cara tan pronto como había aparecido.
Akane alzó la vista, espantada. Tenía la expresión más desamparada que su hermana le había visto jamás, y eso que la había visto llorar sus penas cuando se creía a solas más veces de las que pudiera contar. Especialmente cuando ese idiota se fue a China. Sus ojos estaban rojos y llenos de lágrimas recientes que aún se estaban secando en sus mejillas, tenía las muñecas encadenadas a la mesa y ni siquiera se resistía. Parecía atender a su interrogatorio con un pasmo absoluto. El cabello revuelto y la camisa de Ranma tampoco ayudaban nada a su estampa, más que un asesinato, parecía acabar de cometer otro tipo de pecado.
Nabiki se carcajeó mientras apoyaba ambas manos en su cadera, en una pose cargada de seguridad.
—Fanfarrón, me conozco de memoria vuestros truquitos sucios de perros viejos. No tenéis nada.
—Alguien la vio con la víctima.
—Con cual —dijo Nabiki alzando una ceja—. Dónde, cuánto, ¿es fiable tu testigo? ¿Tienes pruebas concluyentes? ¿Has comprobado su coartada?
El policía se removió en el sitio, lo que la abogada interpretó como una victoria.
—Es lo suficientemente fiable.
—Volvamos a empezar, quiero saber exactamente de qué se acusa a mi cliente. Tengo derecho a conocer los cargos.
El inspector agarró su caja de cigarrillos y encendió uno con parsimonia.
—Se acusa a Akane Tendô del asesinato de Jun Ichirakawa —contestó dándole una hondísima calada, que consumió el cigarrillo casi a la mitad.
—¿E-está muerto? —preguntó la pequeña y ronca voz de Akane, perpleja.
—Joder… —jadeó Nabiki igualmente sorprendida, antes de recuperarse—. Quiero decir, ¿cuándo ha sucedido eso?
El policía volvió a suspirar, como si no le quedara más remedio que dar detalles de lo que en unas horas sería de total conocimiento público.
—Le encontramos ayer. Estaba en una habitación de hotel, igual que todos los demás. Pero esta vez tengo un testigo que asegura que la señorita Tendô entró con él, para hacerle "compañía".
Los labios de Akane comenzaron a temblar, Nabiki sacudió la mano apartando el humo que le daba en las narices.
—Inspector, con su medio cerebro le da más que de sobra para ver que mi hermana no ha salido de su propia habitación en días.
—Eso es lo que dice Saotome —concedió magnánimo—, pero usted sabe que el amante de una asesina no es, precisamente, un testigo fiable.
Nabiki gruñó y golpeó la mesa con ambas manos.
—Presunta asesina, inspector. Cuide esa lengua. Créame cuando le digo que mi hermana comparada conmigo es una mosquita muerta. Voy a comerle vivo y a escupir sus huesos. Veamos esas pruebas y lo que se sostienen en pié… Aunque apuesto que aún menos que mi pobre hermana.
—Nabiki… —murmuró Akane, pareciendo compungida por primera vez desde que la viera aparecer.
—No tienes que avergonzarte, Akane. Es más, que el bruto de Saotome no te haya dejado cerrar las piernas en dos días es una coartada muy válida —dijo guiñándole un ojo, a lo que la acusada emitió un gimoteo quejumbroso. El inspector terminó su cigarrillo y lo apagó en un cenicero que había a su derecha.
—Supongo que querrá hablar con el testigo —dijo con un suspiro de fastidio, Nabiki asintió.
—Pero antes quítele las malditas esposas y traiga unos pantalones y un jodido café —dijo apuntando a Akane.
—Sigue detenida.
—No va a fugarse de esta sala —insistió la abogada, apretando los dientes. El inspector le sostuvo la mirada hasta que finalmente se rindió y le quitó las esposas a la muchacha, la cual se frotó las muñecas con alivio palpable. Nabiki le dio un par de palmaditas en el hombro con gesto cómplice—. No te preocupes, lo tengo todo controlado. Antes de medio día estarás en casa.
—No he hecho nada —respondió Akane, compungida, su hermana asintió y salió de la sala de interrogatorios siguiendo al policía.
…
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—¿Qué está pasando? ¡Nadie me cuenta nada! —gritó Ranma poniéndose en pie cuando Nabiki hizo acto de presencia. Se encontraba en una sala de reuniones con iluminación natural y una amplia mesa de madera de cerezo.
—Tampoco sé más que tú —dijo la abogada tomando asiento haciendo que el luchador se pasara las manos por el cabello mientras deambulaba de un lado a otro, histérico.
—¿Has visto a Akane? ¿¡Se encuentra bien!?
—Todo lo bien que puede estar tras ser acusada de asesinato —concluyó encogiéndose de hombros.
—¿Que la acusan de QUÉ? —gritó perplejo, Nabiki se llevó un dedo a los labios indicando que bajara la voz.
—Ha muerto otro luchador, y de paso quieren cargarle los otros tres muertos.
—¿Otro?¿Quién? —preguntó prácticamente echándose sobre ella, la abogada arrugó el entrecejo.
—Ese tipo con el que luchaste la final, creo que era ese, al menos.
—¿Ichirakawa?
—Está muertisimo.
La noticia le golpeó, le dejó prácticamente noqueado, tanto que tuvo que dejarse caer en una silla al lado de la calculadora mujer con la que compartía la sala. Nabiki sin embargo no le prestaba la más mínima atención, agarraba su teléfono móvil y había comenzado a movilizar sus fuerzas de ataque a base de mensajes y mails llenos de cuantiosa información.
El inspector de policía abrió la puerta, iba acompañado de otros dos hombres, policías jóvenes de menor rango, y otro tipo de aspecto serio y con uniforme del estado. Nabiki alzó la mirada, e inesperadamente se dio prisa en ponerse en pie y hacer una profunda inclinación. Ranma observó perplejo, pero por puro instinto se quedó tras ella intentando imitarla.
—Juez Owada, un placer volver a verle —dijo aún con la cabeza agachada, Ranma tragó saliva.
—Señorita Tendô, de nuevo usted —contestó él con voz tajante.
Tomaron asiento, después uno de los policías jóvenes salió un momento de la sala y regresó acompañado de un hombre que Ranma conocía, se trataba de Okubo, el representante de Ichirakawa. El hombre había pasado por tiempos mejores, eso estaba claro. Parecía profundamente confundido, en shock. El ver su cara fue la mayor comprobación que necesitó el luchador para entender que lo que decía Nabiki era cierto, Jun Ichirakawa estaba muerto.
—Gracias por prestarse a declarar de nuevo —dijo el inspector de policía mientras Okubo tomaba asiento con un cansancio que le cubría entero, como una capa de polvo en un mueble abandonado.
Okubo inclinó la cabeza como asentimiento, el juez miró a Ranma, después a Nabiki, sacó una libreta y un bolígrafo (era de la vieja escuela) y comenzó con las preguntas.
—Señor Okubo, es usted el representante… ¿Era usted el representante de Jun Ichirakawa?
—Su representante y amigo —contestó apenas levantando la mirada, lo justo para observar con rencor burbujeante al chico de la trenza, que se sentaba frente a él con los brazos cruzados y gesto hosco.
—¿Puede contarme qué fue lo que ocurrió cuando terminó el combate contra el señor Saotome, aquí presente?
—Sí, él estaba mal… Se llevó golpes muy duros, incluso en la cabeza. Le examinaron los médicos de la competición y dijeron que estaba bien… así que… Bueno, nos fuimos a beber —dijo pasando ambas manos por sus cabellos con dedos encrespados—. Se emborrachó bastante, y yo también. Después dijo que iba a hacer una llamada, salió fuera del restaurante y cuando regresó estaba sonriendo como un idiota. Dijo que tenía planes y que debía irse, había quedado con alguien en otro local. Compartimos el taxi hasta allí, yo también quise seguir con la fiesta, ahogando las penas. Y entonces la vi, estaban muy acaramelados en un rincón, no quise interrumpir. Ella le hablaba al oído de forma muy provocativa, y el pobre parecía un corderito mirando los dientes del lobo. Era esa estirada de Akane Tendô.
—¡Mentira!
Al pronunciar su nombre Ranma se puso en pié, parecía un volcán en erupción, una exhalación de indignada furia, Nabiki le agarró por el brazo intentando que retornara a su asiento.
—No era la primera vez que la veía, esa chica tiene una doble cara. Finge ser una mojigata delante de todo el mundo, pero después se maquilla como una fulana y sale a menear el culo por los mejores clubs.
Ahora la que gruñó indignada fue Nabiki.
—Señor Saotome, siéntese —dijo el Juez mirando amenazante al chico de la trenza, él obedeció resoplando mientras la abogada le hacía gestos de advertencia—. Continúe, por favor.
—Jun me había insinuado en alguna ocasión que estaba viendo a alguien, y que se trataba de algo así como "un amor secreto", pero ni por asomó imaginé que hablaba de ella. La verdad es que me pareció una buena venganza: Saotome se llevaba el campeonato y Jun le robaba la novia —sonrió lacónico—, si hubiera sabido lo que iba a pasar…
—Oh, por favor —interrumpió Nabiki perdiendo su escasa paciencia—. ¿Este es el testigo? ¿Un borracho rencoroso?
—Señorita Nabiki, cállese —contestó el juez tomando notas—. Señor Okubo, ¿cuando dice que vio a la señorita Tendô?
—En la madrugada después del campeonato. Pero ya la había visto en esa actitud antes, hace una semana; Convencí a Jun para salir un rato después de que quedara con otros luchadores a cenar antes de iniciar la competición. Él era un buen chico, ¿sabe? un inocentón que ni siquiera sabía hablarle a las mujeres. Lo arrastré conmigo porque… bueno, él siempre atrae miradas, y yo me aprovecho de ello —dijo sin vergüenza ninguna—, y entonces la vimos. Era ella, lo juro, me quedé muy sorprendido y pensé que en el fondo era como todas esas modositas de las revistas, que al final resultan muy diferentes cuando les compras un par de joyas y las llevas a un hotel. Quise intentarlo, no me culpe, pero me rechazó. Al final terminé con otra compañía en mi hotel y no sé qué fue de Jun. Desde luego no se me pasó por la cabeza que ella terminara seduciéndole.
Cuando concluyó su relato las aletas de la nariz del chico de la trenza estaban dilatadas y sus ojos parecían los de un loco, los de un animal. El juez lo miró, quizás adivinando que estaba pisando hielo quebradizo.
—Señor Saotome, ¿la señorita Tendô estuvo con usted en todo momento en las últimas cuarenta y ocho horas? ¿No la perdió de vista ni una vez?
Ranma tragó saliva.
—Estuve con ella todo el tiempo —aseveró.
—Y la noche que el señor Okubo asegura que la vio, ¿sabe donde se encontraba?
—¿Acaso eso importa? ¿Que ella saliera a divertirse es relevante para el caso? —interrumpió Nabiki, ceñuda.
—Lo es si mantenía una relación con la víctima —dijo el inspector.
—Conteste, señor Saotome —insistió el Juez. El guerrero tomó aire, como si quisiera comenzar a gritar.
—Yo fui a esa cena con Ichirakawa, después regresé al hotel y ella estaba allí.
—¿Está seguro?
—¡Sí! —gruñó salvaje, el juez suspiró, el inspector de policía se rascó la cabeza.
—Creo que el señor Okubo bebe mucho y que se encuentra confundido —propuso Nabiki—, la cara de mi hermana está en todas las revistas, obviamente hay muchas que imitan su look, e incluso su estilo y maquillaje. Una chica en un club con una buena peluca y una sonrisa coqueta puede ser quien tu quieras que sea a cambio de un precio —concluyó, mientras debajo de la mesa le clavaba las uñas en el brazo al luchador, rogando porque no estallara.
—¡Era ella! —dijo de nuevo, tozudo.
—No, no lo era. Estuvo con Ranma todo el tiempo —contestó Nabiki.
—También se da la casualidad de que la señorita Tendô estuvo en Davao justo cuando encontraron el cuerpo de Joshua Rodriguez —dijo el Juez revisando algunas notas—, ¿también estuvo con usted todo el rato, señor Saotome?
—¿Qué? —preguntó el guerrero, como si la idea le resultara absurda.
—Esto es ridículo, ¿desde cuando estar en la misma ciudad le convierte en sospechoso de asesinato? ¿Dónde estaba usted? ¿Con su mujer en casa o con su amante en ese apartamento que le ha comprado en la playa de Niigata?
—¡Señorita Nabiki, cállese! —rugió de nuevo el juez, con las mejillas encendidas.
—¡Pues retiren los cargos o presenten más pruebas! ¡Su testigo alcoholizado no es fiable y sólo dice tonterías! Lo que está claro es que sus jefes les están apretando las tuercas para que resuelvan el caso, pero como son una banda de acomodados e incompetentes han decidido que una pobre profesora de párvulos que apenas y pesa cincuenta kilos es una asesina en serie de luchadores profesionales.
Todos los hombres en la sala la observaron inquietos, de repente parecían avergonzados. Todos excepto Ranma, quién estaba perdido en sus pensamientos, demasiado ocupado con no estallar y volcar la mesa.
—Bueno, llevamos tiempo sospechando de una mujer, y ella sabe artes marciales. Sus profesores fueron los mismos que los de Saotome —Se excusó el inspector de polícia, Nabiki tomó aire dispuesta a rematar su discurso.
—A mi también me enseñaron artes marciales esos mismos maestros, se les olvida que es mi hermana —dijo con orgullo—, y créanme, lo único que soy capaz de matar son las ilusiones de los fiscales.
—Bien —dijo el juez tras un silencio incómodo—, es cierto que el caso requiere de más investigación. Hasta que todo se aclare la señorita Tendô no podrá salir del país, voy a retirarle el pasaporte y le impongo una fianza de un millón de yens. Además, tendrá que declarar en el juzgado de nuevo si es necesario.
La abogada se puso en pié, chasqueó la lengua indignada. Ranma la imitó pero a cámara lenta.
—Les denunciaré por este atropello —dijo Nabiki antes de salir a paso ligero del despacho.
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El papeleo le llevó más de lo esperado. Cuando los tres abandonaron la central de policía había anochecido, y el frío gélido del invierno les golpeó en la cara, en los brazos y en las piernas a causa de sus inapropiadas vestimentas.
Akane sollozaba mientras trataba de abrigarse con sus propios brazos. Le habían dado unos pantalones enormes, de seguro sacados de una caja de objetos perdidos, y en los pies se habían puesto una hawaianas viejas de color rosa.
Ranma seguía con los pantalones cómodos y la camiseta que lucía en la mañana, solo que ahora se encontraba callado, mortalmente serio y taciturno. Se había metido las manos en los bolsillos y miraba al frente. La única que rompía la espeluznante escena era Nabiki, con una algarabía llena de indignación.
—¡Un millón! ¿Me ha visto cara de magnate del petróleo? ¡Pero yo pienso cobrarme cada uno de esos yens multiplicados por cinco! ¡Por diez! ¡Salvajes! ¡idiotas cabezas hueca! Oh, esto es lo más rastrero que les he visto hacer… —restañó sus dientes mientras se acercaba a la carretera y paraba un taxi.
Los tres se metieron en la parte trasera del vehículo, la portentosa estatura del guerrero hizo que las dos muchachas se estrujaran juntas contra una de las puertas. Nabiki dio las señas del viejo dojô Tendô y permanecieron convenientemente callados todo el trayecto, a excepción de las maldiciones de la abogada que no hacia más que teclear en su teléfono mientras parecía poder empezar a echar humo por las orejas.
El trayecto duró apenas veinte minutos, cuando llegaron era noche cerrada. Nabiki dio instrucciones al taxista para que la esperara al final de la calle, en cuando el vehículo se alejó la media de las Tendô se plantó con las manos en las caderas, mirando a ambos lados cerciorándose de que finalmente se encontraran solos.
—Ni una palabra a nadie de esto. A nadie —ordenó sería, después volvió a mirar a ambos lados de la calle y se apresuró a abrir los portones del dojô. Cuando los tres estuvieron dentro se permitió suspirar aliviada, dirigió una mirada preocupada hacia su hermana. Akane había dejado de gimotear y se había sumido en un mutismo depresivo—. He avisado a Kasumi, ha preparado la cena y un baño. No hará preguntas. Vamos, entra —dijo apremiándola, Akane alzó la mirada y asintió débil, comenzando a caminar hacia la casa.
Nabiki y Ranma se quedaron a solas, el vaho de sus respiraciones llenaba el aire nocturno de volutas blancas. El frío congelaba sus mejillas, distorsionaba la visión de la delgada figura de Akane, de sus pasos amortiguados por las sandalias baratas. Finalmente entró en la casa, la puerta se cerró a su espalda con un suave chasquido.
—¿Mentiste? —preguntó la abogada sin girarse, como si esa pregunta hubiera estado ardiendo en su lengua desde hacía horas.
Ranma no se movió, no contestó ni tembló. Se quedó como la estatua que parecía, igual de mudo que Akane, Nabiki tomó aire.
—Soy abogada, hay pocas cosas que me importen menos que la verdad. No sé qué mierda está pasando, lo único que sé es que mi hermana no es una asesina. No voy a consentir que vuelvan a detenerla, y si para eso debo mentir o manipular lo haré sin dudarlo. Me alegra saber que estás en mi equipo.
El guerrero pareció deshincharse unos centímetros respecto a su altura, como si sintiera el frío por primera vez.
—Lo que quiero decir —continuó ella—, es gracias. A partir de ahora todo lo que me pidas será tan insultantemente barato que parecerá gratis.
Ni aquel mal chiste hizo sonreír al ofuscado chico de la trenza.
—¿Crees que volverán a... ?
—Prepárate para lo peor, esto no ha sido nada. Son como hienas cuando huelen sangre, buscarán pruebas y, si no las tienen, las fabricarán. Más vale que nos movamos. Hay algo muy raro en este asunto. No sé si Akane tiene una vida nocturna secreta o una imitadora malvada, en todo caso debemos estar atentos.
El guerrero la observó en el inefable silencio nocturno, a la luz tenue que emitía la casa.
—No sé qué hacer —confesó impotente.
—Por ahora descansa. Yo regreso a mi bufete, tengo muchísimo trabajo.
Le dedicó un gesto de asentimiento y después salió por donde había venido. El sonido de sus tacones resonó hasta el final de la solitaria calle.
Ranma sintió la desazón de quedarse a solas con sus pensamientos, el terror de la duda asentándose, desplazando todo lo que creía como seguro y real. No le hubiera costado dirigirle a Akane palabras amables, rodear sus hombros temblorosos con sus brazos, reconfortarla tras las horas de tensión. Pero no lo hizo, porque desde el principio sabía que ella le había estado ocultando algo. Rezaba con toda su alma para que sus temores no se hicieran realidad.
Sus pies no se movían, se descubrió paralizado por el miedo, incapaz de respirar por el peso de los acontecimientos. Su rival estaba muerto, y la sospechosa era la mujer que amaba.
Ichirakawa había sido asesinado por una mujer que se parecía a Akane. Ichirakawa le había dicho que mantenía una relación con Akane. Akane le había dicho que él la había asaltado, y ahora su frío cadáver se encontraba en el depósito de la policía. ¿Qué estaba pasando?
Akane… Akane tenía recuerdos borrosos. Akane decía que estaba bien. Akane sonreía y escondía cosas.
No, Akane no estaba bien, solo que había sido más cómodo pensar que sí lo estaba.
Puede que a Nabiki no le importara la verdad, pero antes moriría allí mismo que seguir con la duda. Sus pies se movieron por la inercia de su cuerpo, uno detrás de otro, abrió la puerta de la casa y el calor le asaltó como un bálsamo. Estaba helado.
Se frotó los brazos y se quitó sus zapatillas deportivas, Kasumi se asomó por el pasillo ante el sonido de su llegada.
—¿Quieres cenar? —preguntó cómo si acabaran de verse hace apenas unas horas, con la misma naturalidad de quien vuelve a casa tras una jornada de trabajo. Ranma le dedicó una pequeña sonrisa de agradecimiento, de familiaridad.
—Creo que no tengo hambre —repuso.
—Al menos un poco de sopa, llevas todo el día sin comer —insistió frunciendo un poco el ceño, gesto que en ella se veía extrañamente amenazador.
—¿Dónde está? —preguntó sin embargo.
—En el baño. Vamos, antes de que se enfríe —terminó sin admitir una negativa, y al guerrero no le quedó más remedio que seguirla por el pasillo, hacia el viejo y conocido comedor. Volver a sentarse allí le llenó de recuerdos.
Frente a sí tenía varios platillos y la anunciada sopa. Kasumi se sentó frente a él con un té entre las manos.
—Por cierto, felicidades por tu victoria —dijo con una maternal sonrisa, Ranma sintió cómo le temblaba la mandíbula, como si la cotidianidad se hubiera convertido en extraordinaria. Tomó los palillos y comenzó a comer hasta saciarse, sin descansar entre bocados, sin pararse a respirar.
Kasumi le observó en silencio, hasta que el guerrero terminó todos los platillos.
—He preparado tu vieja habitación, los del hotel enviaron tus maletas y tu ropa. También está lista la bañera —terminó intentando hacerle sentir bienvenido, a lo que el chico asintió grave, quería darle las gracias como se merecía, pero sus pensamientos le llevaban una y otra vez a una misma persona. Necesitaba respuestas, y debía conseguirlas ahora.
—Gracias por todo —dijo de forma parca, a lo que Kasumi sonrió. Ranma se levantó de la mesa y anduvo el camino de sobras conocido, una y mil veces transitado de la casa de los Tendô. Llegó hasta la escalera que daba acceso a la segunda planta, y sus pasos inseguros le informaron de que estaba temblando, de que la inseguridad le carcomía los huesos, le mordía el corazón.
El guerrero subió los peldaños y cuando llegó al descansillo no le sorprendió encontrarla allí, aguardando. En la penumbra su rostro blanco se adivinaba más pálido que la luna. Llevaba de nuevo su ropa y se envolvía con sus propios brazos, como si tuviera frío.
Se miraron unos instantes eternos antes de que él dijera lo que ambos estaban esperando.
—Dime qué coño está pasando —escupió de forma mucho más violenta de lo que se esperaba, lleno de ira, de miedo y dudas. Akane farfulló con enfado.
—¿No vas a preguntarme si estoy bien? ¿Si no me han hecho daño? —dijo dolida, y recibió una mirada cargada de sufrimiento.
—¡Me estoy volviendo loco! —exclamó llevándose las manos a la cabeza—. ¡Te creo, claro que te creo! Sé que no has hecho nada de lo que dicen, pero… ¿qué está pasando, Akane?
Ella avanzó hacia él llevándose un dedo a los labios, nerviosa. Abrió la puerta del baño y encendió la luz, entró a toda prisa y él la siguió, sin saber qué estaban haciendo justo en aquel lugar. Cuando la puerta se cerró a sus espaldas ambos se quedaron viendo, nerviosos, agitados. Muertos de miedo.
Akane quiso acurrucarse en su pecho, quiso que él la abrazara fuerte y olvidarse de todo, pero los brazos del chico de la trenza no se movieron, lo único que se movía en él eran sus ojos azules, que buscaban respuestas.
—¿Qué te han dicho? —preguntó alejándose a medio paso, mirándolo con sus grandes ojeras y todo el cansancio a cuestas.
—El representante de Ichirakawa estaba allí, dijo que teníais una "relación secreta".
—¿Qué?
—Ichirakawa debía de creerlo también, si no nada tendría sentido.
—¡Yo jamás he tenido…!
—¿Dónde estuviste la noche de la cena de luchadores? —preguntó él con ojos espídicos y dedos rígidos, ella jadeó incrédula.
—Estuve en nuestra habitación preguntándome cuándo regresarías, mientras tu te dedicabas a acompañar a otra chica hasta su hotel —recordó indignada.
—¿Y en Davao? ¿Nunca te moviste de la cabaña?
— Por supuesto que no —dijo temblando.
Pero la lengua de Ranma estaba suelta, los acontecimientos se precipitaban uno tras otro en su cerebro, componiendo una cascada, un puzzle de malas intenciones.
—La noche del torneo, después de… Después de todo yo me dormí, tú me diste unas pastillas —siguió reflexionando.
—¡Eran analgésicos! Oh dios mío, ¡no me puedo creer lo que estás insinuando! —chilló sacudiéndose entera, empuñando las manos y golpeándole fuerte en el pecho hasta en tres ocasiones, él la miró fúrico, más inestable de lo que se había sentido jamás.
—¡Pues dime qué está pasando! ¡Dime qué me ocultas!
—¡Es que yo tampoco lo entiendo! —gritó mientras las lágrimas estallaban en sus ojos castaños, se sentía cansada, tan cansada… Sabía que si lo decía en voz alta, si expresaba en voz alta sus más tristes sospechas él jamás volvería a mirarla igual. Volvería a perderle y esta vez para siempre—. Si la culpable detrás de todas esas muertes es una persona como yo… es una copia mía… entonces yo también me volveré loca.
—¿Copia? —repitió él, como si la idea no se le hubiera pasado por la cabeza hasta ese mismo instante.
—Sólo un pedazo de los que se quedaron en Jusenkyo —susurró quedo —. Otro pedazo.
—Jusenkyo fue sanado y destruido —dijo Ranma con un temblor inesperado en su voz—. No digas tonterías.
—No son tonterías, es la única respuesta. La única con sentido.
El guerrero la observó con las cejas fruncidas, con el sudor comenzando a perlar su hermosa piel de bronce pulido.
—Estuve allí, no queda nada —insistió.
—Hay un asesino de luchadores profesionales, y la única sospechosa soy yo —dijo susurrando a gritos, gesticulando más de lo que había hecho nunca—. Yo sé que no he matado a nadie así que dime, ¿quién demonios es?
—Ese manantial fue destruido, igual que los demás —razonó de nuevo, a lo que Akane contestó con un gruñido impaciente.
—¡Sigue existiendo, yo lo sé! Tus pesadillas, mis escasos recuerdos… ¡todo está relacionado! ¿No lo ves? ¿No puedes verlo? —preguntó suplicante, a lo que él tragó saliva intentando procesar lo que estaba oyendo.
—Estás diciendo que Kima ha vuelto y…
—No estoy diciendo eso.
—¿Entonces?
—¿Recuerdas lo que me contaste? Todo lo que te ocurrió cuando tu maldición se deshizo, desde entonces yo también he estado pensando mucho en ello. Creo que subestimamos la fuerza de aquel lugar, y de lo que entraña una maldición como la tuya. Una muchacha se ahogó en esa poza y su alma maldijo durante milenios a todo ser que la tocara, ¿no te resulta extraño? ¿Cuánto dura una maldición así?
—Akane, ¿qué…?
—Ahora lo entiendo, de repente cobra sentido.
Ella le miró fijo, las lágrimas se habían secado en sus mejillas pero sus ojos continuaban reluciendo. Tomó aire y corrió la pequeña puertecita que separaba el aseo de la bañera. Ranma se quedó quieto en el sitio, sin entender qué pretendía.
—Un alma rencorosa por haber muerto, solo un alma puede maldecir así. ¿Pero qué pierde? ¿Su poder es ilimitado? No, yo creo que son fragmentos de un espejo roto, y cada una de las personas malditas se queda con uno de esos pedazos. Unos cogen más, otros menos… Hasta que el alma desaparece dividida en demasiadas partes, se destruye en la ambición que arrastra su deseo. Al final no queda nada, se reduce a cero.
—¡Para! Estás diciendo cosas muy raras —se asustó él, pero Akane ya no podía detenerse, se negaba a volver a la negación, a la comodidad de dejarlo ser.
—Tu pedazo era ínfimo, ya apenas debía quedar nada de ella, y aún así su alma se unió a la tuya de esa forma antinatural causándote sufrimiento.
Akane avanzó por el baño y se detuvo justo frente a la bañera, miró su reflejo unos instantes en las aguas aromatizadas, de color verde agumarina por culpa de las sales. Era su rostro, el único que conocía, lo único real y absurdo a un mismo tiempo.
Se giró para enfrentarlo y encontró un hombre con el semblante descompuesto, aguardando algo que de seguro no quería presenciar. El corazón de la muchacha corría despavorido, sus labios temblaban junto a su barbilla.
—Dime algo, Ranma. ¿La viste? ¿Viste a la chica pelirroja en el fondo de esa poza?
Y el guerrero la miró con ojos desmesurados, aguantando la respiración. Quieto, sin atreverse siquiera a respirar.
—No… No lo recuerdo —susurró con voz áspera, ella derramó nuevas lágrimas mientras asentía y se retiraba los pantalones deportivos que llevaba puestos, dejando al descubierto sus blancas piernas en un gesto que él no pudo entender.
Volvió a mirarle con una súplica ahogada bailando en sus iris castaños, rogando por un perdón que no creía merecerse.
—No. Mejor así —dijo para sí misma, después tomó un pequeño barreño y abriendo uno de los grifos de la pared lo llenó entero con agua fría. Ranma asistió a la maniobra con el corazón en un puño, con un pasmo infinito. Ella le sonrió apenas, le contempló llena de desazón, como si fuera la última vez que lo iba a hacer, como si se estuviera despidiendo. Tomó aire y se derramó todo el balde encima.
Y Ranma se quedó allí, petrificado a escasos metros, sin entender nada. Akane jadeó ante la impresión del agua fría, la tela de su camiseta se pegaba a su abdomen, se retiró el cabello de la cara y volvió a mirarle, ansiosa, esperando su reacción.
Pero el guerrero se había llevado una mano al pecho como si le acabaran de dar el susto de su vida y comprendiera que sólo se trataba de una broma de mal gusto. La miró mudando el gesto a un gruñido.
—¡Mierda Akane! ¿Es que te has propuesto matarme? ¿¡Qué ha sido eso!? —gritó con un alivio difícil de ocultar, pero ella esperó sin moverse mientras el agua formaba un charco a sus pies, aguardando que entendiera, que viniera a él la revelación.
Al principio siempre era difícil, sobre todo si no se prestaba la atención adecuada. Su estatura se reducía unos centímetros, sus caderas se estrechaban y su cintura no estaba tan acentuada. Los pechos no se marcaban tanto en el torso, pero sobre todo, lo que más cambiaba era su rostro. Perdía sus facciones de adulta, se volvía suave y redondeado, un rostro de niña, y él debió de notarlo, porque dejó de hablar.
Poco a poco sus ojos azules se abrieron llenos de mudo asombro mientras su cerebro le hacía entender que ella había cambiado, aunque no de la manera que se esperaba.
Akane apretó los puños y frunció el ceño intentando contener las lágrimas.
—¿Ahora lo ves? ¿Ahora lo entiendes? —preguntó desesperada.
—Qu-Qué… —Balbuceó acercándose un paso, pero la mirada funesta de la muchacha de dieciséis años le espantó—. ¿Cómo…?
La verdad se abrió paso entre ellos como una grieta, la más grande de todas. Un abismo imposible de cerrar.
—Soy el cadáver reanimado, con los recuerdos robados, de la fallecida Akane Tendô.
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¡Hola a todas y muchas gracias por seguir leyendo y por vuestros preciosos comentarios!
A mis betas les gustó mucho este capítulo, y la verdad es que a mi también me gustó escribirlo.
Entiendo que seguís teniendo preguntas, y de veras que intentaré contestarlas todas en los capítulos que siguen, que por cierto, ¡ya los tengo escritos!
De hecho acabo de terminar de escribir el final, así que puedo asegurar que terminaré de publicar en las siguientes semanas, para no dejaros esperando demasiado y que no me lleguen amenazas al correo :D .
¡Gracias, gracias por leer y por seguirme!
Y gracias a mis betas Lucita-chan y SakuraSaotome por aconsejarme y aguantarme siempre.
Nos leemos en breve.
LUM
