Capítulo 27: Roto
Elsa sintió cómo su corazón se detenía por un instante al ver a su abuelo de pie frente a ella. La figura imponente y autoritaria parecía llenar todo el espacio a su alrededor. Su rostro serio y frío no mostraba ninguna señal de bienvenida o aceptación. Un escalofrío recorrió la espalda de Elsa, y una sensación de inseguridad se apoderó de ella. ¿Cómo podía enfrentar a su abuelo, el patriarca de la familia, con su amor por Anna en juego?
Anna, a su lado, se mantuvo firme, buscando brindarle apoyo. Pero incluso su valentía no podía disipar completamente la ansiedad que se apoderaba de Elsa. Sus manos temblaban ligeramente mientras apretaba los puños, y su voz se sentía débil al intentar articular palabras. Sin embargo, sabía que no podía dejarse abrumar por el miedo.
El abuelo de Elsa, con una mirada severa, comenzó a reprochar su relación con Anna.
—¿Cómo te atreves a deshonrar nuestra familia de esta manera? Esta aberración no puede ser tolerada— expresó con un tono lleno de desprecio.
Elsa intentó encontrar las palabras adecuadas para defender su amor, para explicarle que su relación con Anna era genuina y llena de felicidad. Pero la ansiedad bloqueaba sus pensamientos y sus labios permanecían sellados. Se sentía atrapada en un silencio opresivo, incapaz de expresar lo que realmente sentía.
Anna, al ver el estado de shock de Elsa, decidió tomar acción. Sus ojos ardían con determinación mientras se enfrentaba al abuelo de Elsa.
—Usted no tiene derecho a juzgar ni a menospreciar el amor que Elsa y yo compartimos. Si no puede aceptar eso, entonces está cometiendo un grave error— declaró con voz firme.
El corazón de Elsa latía desbocado en su pecho mientras su mente luchaba por procesar la avalancha de emociones que la invadía. Cada palabra pronunciada por su abuelo resonaba como un eco doloroso en su cabeza, hiriendo su sentido de pertenencia y amor familiar. Su cuerpo temblaba, y una sensación de frío y calor se alternaba por su espina dorsal. Elsa se sentía paralizada, incapaz de articular una respuesta, su mente nublada por la inseguridad y el miedo a enfrentar el rechazo de su abuelo.
Anna, a su lado, observaba con angustia cómo Elsa luchaba por mantenerse en pie. La expresión de la joven era un reflejo del tormento que se agitaba en su interior. Se sentía impotente al ver el estado de shock en el que Elsa se encontraba. A pesar de ello, Anna no podía permitir que su amor y su felicidad fueran aplastados por las palabras crueles y el desprecio del abuelo. Con determinación, buscó encontrar la forma de calmar la situación y proteger a su amada.
Sin embargo, cualquier intento de Anna por apaciguar las cosas resultó inútil frente a la furia del abuelo de Elsa. Sus ojos eran dos brasas encendidas que irradiaban desprecio y rechazo hacia la relación de las jóvenes. Su voz retumbaba en el restaurante, cargada de autoridad y desaprobación. Cada palabra se convertía en un golpe directo al corazón de Elsa, alimentando su inseguridad y empujándola al borde del colapso emocional.
Elsa sintió cómo el mundo se desmoronaba a su alrededor, como si estuviera en una pesadilla de la que no podía escapar. El miedo y la ansiedad se apoderaron de ella, haciéndola sentir pequeña e indefensa ante la opresión de las palabras y la mirada acusadora de su abuelo. Un escalofrío recorrió su espalda mientras su respiración se volvía entrecortada. Casi sin darse cuenta, su cuerpo actuó por inercia y con pasos temblorosos, salió corriendo del restaurante, buscando desesperadamente aire fresco y un respiro en medio de la tormenta emocional.
Anna, viendo a Elsa alejarse, sintió un nudo en el estómago. Su instinto de protección y amor la impulsó a seguir a su amada, a ofrecerle consuelo y apoyo en ese momento de angustia. Pero el abuelo de Elsa, con gesto autoritario y voz firme, bloqueó su camino. Una mano poderosa la detuvo en seco, impidiéndole alcanzar a Elsa. La furia ardió en los ojos de Anna mientras luchaba contra la restricción.
—¡No puedo dejarla así! Elsa está sufriendo, y no puedo abandonarla en este momento—
afirmó Anna, su voz temblorosa pero llena de determinación y amor. Cada fibra de su ser ansiaba estar junto a Elsa, brindarle consuelo y protección en un momento tan difícil.
El abuelo de Elsa se mantuvo firme, su mirada desafiante y sus arrugas profundas parecían ser testigos silenciosos de la dura decisión que estaba tomando. Mantuvo su mano extendida en un gesto de autoridad, negándole a Anna el paso hacia Elsa. Sus palabras resonaron con una frialdad que cortaba como cuchillos afilados.
—Deja a mi nieta en paz— dijo el abuelo con voz ronca y desaprobadora. La firmeza de sus palabras dejaba claro que no iba a permitir que Anna interfiriera en lo que él consideraba una confrontación interna de la familia.
Anna, con los ojos llenos de determinación y un atisbo de desafío, intentó liberarse de la mano del abuelo. Sus músculos tensos reflejaban su resistencia a ser controlada.
—¡No puedo simplemente dejarla así! Elsa está sufriendo y necesita mi apoyo— exclamó con voz entrecortada por la emoción que la embargaba.
El abuelo apretó aún más su agarre, mostrando su fuerza y resistencia a ceder.
—Esto es asunto de la familia, y tú no eres parte de ella— afirmó con una frialdad que parecía cortar el aire a su alrededor.
La ira ardía en los ojos de Anna, mezclada con una determinación feroz. Su rostro se tensó, y sus puños se apretaron con furia. Era consciente de que su amor por Elsa trascendía cualquier barrera familiar, y no estaba dispuesta a permitir que nadie se interpusiera en su camino. Respiró hondo, reuniendo toda su valentía y decisión.
—Usted puede no verme como parte de su familia, pero el amor que tengo por Elsa es real y genuino. No voy a renunciar a ella ni a nuestro amor por ninguna razón— declaró Anna, su voz temblorosa pero firme. Su mirada desafiante se encontró con la del abuelo, sosteniendo un enfrentamiento silencioso lleno de tensiones.
El abuelo de Elsa, conmovido un poco por la convicción y el amor inquebrantable de Anna, soltó finalmente su agarre y se apartó. Una mezcla de tristeza y pesar se reflejó en su rostro arrugado. Sabía que su posición estaba siendo desafiada por algo más poderoso que la tradición y la rigidez familiar.
En ese momento, Hans, quien había estado observando la escena con una sonrisa siniestra, se dio cuenta de que su plan estaba funcionando a la perfección. La confrontación entre el abuelo y Anna solo servía para fortalecer su posición y debilitar aún más el vínculo de Elsa con su familia.
Una sonrisa triunfante se dibujó en el rostro de Hans cuando Anna volteó hacia él, sus ojos llenos de rabia y determinación. Sabía que había infligido dolor en el corazón de Elsa y estaba disfrutando cada segundo de sufrimiento en esa sala.
Sin embargo, Anna no pudo contener la ira que la embargaba. Con un movimiento rápido, su mano se estrelló contra la mejilla de Hans, enviando su cabeza hacia un lado con un golpe resonante.
—¡Nunca más te atrevas a meterte en nuestras vidas! No permitiré que sigas dañando a las personas que amo— exclamó Anna con voz temblorosa pero llena de determinación. La sala quedó en un silencio sepulcral mientras todos observaban la escena con sorpresa y cierta admiración por la valentía de Anna.
Hans se llevó la mano a la mejilla, sintiendo el ardor del golpe y la humillación de ser confrontado públicamente. Su sonrisa triunfal se desvaneció y fue reemplazada por una mirada de furia y resentimiento.
—No sabes en qué te estás metiendo, Anna. Esto no ha terminado— murmuró con voz amenazante, intentando mantener su compostura frente a la vergüenza que sentía.
Anna, con el corazón lleno de determinación y preocupación por Elsa, salió del restaurante apresuradamente, dejando atrás el silencio incómodo y las miradas curiosas de los comensales. Sus pasos resonaban en el pavimento mientras buscaba desesperadamente a su amada entre la multitud que abarrotaba las calles de la ciudad.
Por otro lado, Elsa caminaba sin rumbo fijo, sumida en un mar de confusión y desesperanza. Todo aquello que había construido con tanto esfuerzo, la seguridad en su amor por Anna y la confianza en sí misma, se había desvanecido en un abrir y cerrar de ojos. El peso de las palabras de su abuelo y las dudas sembradas por Hans la abrumaban, erosionando su autoestima y llenándola de inseguridad.
Cada paso que daba parecía llevarla más lejos de la realidad que había construido junto a Anna. La ciudad a su alrededor se volvía borrosa, su mente estaba en otro lugar, luchando por encontrar respuestas y un sentido de dirección en medio del caos emocional.
Los transeúntes pasaban a su lado sin prestarle atención, ajenos al torbellino de emociones que la consumía. Elsa se sentía invisible en medio de la multitud, una sombra solitaria en busca de respuestas y una luz que iluminara el camino hacia la reconciliación consigo misma y su amada.
Las lágrimas amenazaban con brotar de sus ojos mientras su mente se llenaba de preguntas sin respuesta. ¿Cómo podía haberse derrumbado todo tan rápidamente? ¿Era su amor por Anna una ilusión? La incertidumbre se apoderaba de ella, dejándola vulnerable y desamparada en un mundo que parecía haberse vuelto en su contra.
En medio de su confusión, un rincón tranquilo de un parque cercano atrajo su atención. Con pasos lentos pero determinados, Elsa se dirigió hacia allí, buscando un refugio momentáneo en medio de la tormenta. Se sentó en un banco solitario, abrazando sus piernas mientras las lágrimas comenzaban a deslizarse por sus mejillas.
En ese momento, Anna, que había estado corriendo sin descanso en busca de Elsa, la encontró en el parque. Su corazón se aceleró al ver a Elsa sentada en el banco, su figura encorvada y sus ojos vidriosos. Sin dudarlo, se acercó a ella y se arrodilló frente a su amada, envolviéndola con sus brazos en un abrazo cálido y reconfortante.
—Elsa, cariño, estoy aquí contigo. No estás sola— susurró Anna con ternura, sintiendo cómo el cuerpo de Elsa temblaba con cada sollozo. —Sé que todo esto es abrumador, pero juntos podemos superarlo. Confía en nuestro amor, en lo que hemos construido.
Las palabras de Anna resonaron en el corazón de Elsa, rompiendo las barreras de la inseguridad que la habían envuelto. Lentamente, se aferró a Anna, encontrando consuelo en su presencia y en sus palabras llenas de amor y esperanza. Los latidos de su corazón comenzaron a tranquilizarse, encontrando un ancla en medio de la tormenta emocional que la asediaba.
—Anna, no sé qué hacer. Me siento tan perdida y confundida—murmuró Elsa entre sollozos, dejando que sus emociones fluyeran sin restricciones. —Todo se ha derrumbado, incluso mi propia confianza en mí misma. No sé si puedo seguir adelante.
Anna acarició suavemente el cabello de Elsa, sosteniendo su rostro entre sus manos para encontrarse con sus ojos.
—Elsa, escucha con atención. Tú eres fuerte y valiente. No dejes que las palabras de los demás te definan. Nuestro amor es real, y juntas podemos superar cualquier obstáculo que se interponga en nuestro camino.
A pesar de sentir el cálido abrazo de Anna, Elsa se sintió como si estuviera atrapada en un torbellino de emociones desgarradoras. Sus pensamientos se volvieron en su contra y la autocrítica se apoderó de su ser. Las lágrimas seguían fluyendo por sus mejillas mientras la voz de la duda resonaba en su mente.
—Anna, ¿qué hemos hecho? Esto es un desastre. Desde el principio, nunca debiste haberte enamorado de mí— sollozó Elsa, su voz quebrada por el peso de la culpa y la angustia. —Todo lo que he tocado se ha convertido en caos, y ahora te he arrastrado a ti también.
Anna miró a Elsa con ojos llenos de amor y compasión, sin dejar de abrazarla.
—Elsa, te entiendo que te sientas así en este momento, pero escucha con atención. No elegimos de quién nos enamoramos, simplemente sucede. Nuestro amor es real y valioso, y juntas podemos superar cualquier desafío.
Elsa, sumida en su propia tormenta emocional, sacudió la cabeza con tristeza.
—Pero, Anna, ¿no ves? Cada vez que las cosas parecen ir bien, solo te traigo problemas y dolor. No puedo soportar la idea de lastimarte más, de causarte más sufrimiento.
Las palabras de Elsa resonaron en el aire, cargadas de autorreproche y autodesprecio. Sus hombros se encogieron y su cuerpo tembló con cada palabra pronunciada. La oscuridad parecía envolverla, nublando su visión y su capacidad de reconocer el amor que la rodeaba.
Anna, con los ojos llenos de lágrimas, pero sin perder su determinación, acarició suavemente el rostro de Elsa.
—Elsa, escucha atentamente. Sé que sientes que has causado dolor, pero también has traído alegría, amor y esperanza a nuestras vidas. Tienes el poder de transformar las dificultades en oportunidades de crecimiento y fortaleza.
La mirada de Anna se encontró con los ojos desesperados de Elsa, intentando transmitirle la certeza de sus palabras.
—No me importa los desafíos que enfrentemos juntas, porque sé que nuestro amor vale la pena. No renunciaré a ti, ni a nosotros, incluso si en este momento sientes que estás rota.
A pesar de los esfuerzos de Anna por reconfortarla y transmitirle su amor incondicional, Elsa se encontraba atrapada en una espiral de frustración y miedo. Los recuerdos de heridas pasadas y las voces de autodesprecio resonaban con fuerza en su mente, nublando su visión y empañando su capacidad de recibir y creer en el amor de Anna.
—No, Anna— susurró Elsa con voz entrecortada, alejándose lentamente de su amada. —No puedo escuchar tus palabras de esperanza en este momento. Mis miedos y mis inseguridades están gritando más fuerte que tu amor. No merezco ser amada.
Las lágrimas brotaron de los ojos de Anna, pero Elsa apartó la mirada, incapaz de soportar el dolor que estaba causando a la persona que más amaba en el mundo. Cada paso que daba alejándose de Anna se sentía como una puñalada en su propio corazón, pero no sabía cómo luchar contra la vorágine de emociones que la consumía.
La frustración se apoderó de ella, sintiendo cómo su mundo se desmoronaba a su alrededor. La autodestrucción parecía ser su única salida, creyendo que al alejarse de Anna, estaría protegiéndola del caos que la acompañaba. La soledad se volvió su única compañía, dejándola con sus pensamientos oscuros y la sensación de estar atrapada en un laberinto sin salida.
Anna, devastada por la distancia creciente entre ellas, extendió la mano hacia Elsa, desesperada por detenerla.
—Elsa, por favor, no te alejes. No dejes que el miedo te controle. Juntos podemos enfrentar cualquier obstáculo.
Sin embargo, Elsa continuó retrocediendo, sus pasos volviéndose más rápidos y decididos.
—¡No lo entiendes, Anna! ¡Soy un desastre! Si me quedo contigo, solo te arrastraré a mi caos. Es mejor que me aleje y te deje vivir una vida sin la sombra de mis problemas.
La desesperanza llenaba la voz de Elsa mientras sus palabras se desvanecían en el aire. Se sentía atrapada en una lucha interna, atrapada entre el amor que sentía por Anna y el temor abrumador de causarle más dolor. La oscuridad parecía envolverla, haciéndola creer que su única opción era apartarse de la única persona que la había aceptado y amado incondicionalmente.
Con el corazón roto, Anna cayó de rodillas en el suelo, las lágrimas desbordándose por sus mejillas. Observó impotente cómo Elsa se alejaba, sintiendo que su propio mundo se desmoronaba a su alrededor.
Elsa, alejándose cada vez más, se detuvo por un momento y miró por encima de su hombro hacia Anna. Sus ojos reflejaban una mezcla de dolor y decisión. Por un instante, el conflicto interno se reflejó en su rostro, pero finalmente, con una última mirada cargada de tristeza, Elsa giró sobre sus talones y desapareció en la oscuridad de la noche.
Anna se quedó allí, en el suelo, sintiéndose completamente destrozada. Sus sollozos resonaban en el silencio del parque, mezclándose con la brisa fría que soplaba a su alrededor. No podía entender cómo algo tan hermoso y poderoso como su amor por Elsa podía desvanecerse en un instante.
Elsa caminaba sin rumbo fijo por las calles, su mente envuelta en una nube de confusión y desesperación. Cada paso que daba parecía hundirla más en la oscuridad de su propia angustia. La frustración y el autodesprecio se aferraban a ella como garras afiladas, impidiéndole ver más allá de su propio sufrimiento.
En medio de su turbación, Elsa se encontró de repente frente a un callejón oscuro. El ambiente sombrío parecía reflejar el torbellino de emociones que la consumían. Sin embargo, antes de que pudiera decidir si debía adentrarse en esa oscuridad, una figura conocida emergió de las sombras: su abuelo.
El abuelo de Elsa la miró con cierto rencor en sus ojos, su expresión una mezcla de decepción y disgusto.
—Elsa— dijo con voz fría y distante —Tenemos mucho de qué hablar después de lo que ha sucedido hoy.
Elsa se sintió atrapada bajo la mirada penetrante de su abuelo. El temor se apoderó de ella, pero también una creciente sensación de resentimiento. ¿Cómo podía su abuelo juzgarla sin conocer verdaderamente su dolor y lucha interna?
