Sueños

Entonces tenía que tener sentido todo lo que habían dicho con respecto a Regina Mills. Era rica, tenía muchos trabajadores en una casa lo suficientemente grande como para ser llamada mansión. De todas maneras, Emma no quería pensar en eso, y cuando Mills le dijo que podía cambiarse en el baño, no cuestionó que allí todo el mundo necesitaba usar uniforme para diferenciar a los trabajadores de los señores. Se recogió los cabellos, se colocó bien el conjunto de pantalón y blusa y respiró hondo frente a un espejo maravilloso que había en el baño de las visitas. Tardó dos minutos en arreglarse y aparecer de nuevo frente a Regina, pero tuvo que buscarla por la casa, pues la mujer estaba hablando con alguien por teléfono.

La conversación sonaba tensa, Regina no estuvo mucho tiempo hablando, colgó tras un aparente malestar. Emma vio cómo se llevó una de las manos a la cabeza.

‒ ¿Siente algo?‒ preguntó y vio a Regina pálida

‒ Dolor de cabeza. La medicina está en un armario del baño, debe haberla visto.

Emma no se lo pensó dos veces para darle un analgésico, comenzaba su trabajo más rápido que cualquier otro servicio que hubiera tenido.

‒ ¿Acaba de pasar ahora o ya lo tenía antes de yo llegar?

‒ Fue ahora. Joder, ¿por qué no consigo recordar todo de una vez?

‒ ¿Para qué necesita acordarse de todo?

La mujer miró a Emma y dejó el vaso vacío sobre el mueble. Emma, ciertamente, no tenía idea de que había un problema en aquella familia y se llamaba dinero. Una gran cantidad de dinero que las empresas Colter poseían. Regina quería recordar cuál era su posición en los negocios de la familia, pues tenía una ligera impresión de que no se pasaba los días cuidando de aquella enorme casa.

‒ Quien me acaba de llamar es mi cuñado, Robin. Me deseó que mejorara y me dijo que me esperaba en breve en la tienda de Amber City. Su voz no me dio buena impresión, parecía medio pegajoso, guasón.

‒ Perdone que comente, pero he notado que tiene mucho dinero. Hay una empresa que controla su familia. Sabemos que el dinero puede cambiar a la gente.

‒ Puede ser‒ concordó Regina. Vio a Emma preparada, con su ropa de trabajo y lo aprobó

‒ ¿Qué puedo hacer por usted en este momento?‒ Swan juntó sus manos

‒ Puede dejar de llamarme de usted. Aunque sea su jefa, llámeme solo por el nombre.

‒ Bien. Si es lo que desea‒ era fácil para Emma llamarla sólo Regina cuando ya lo hacía antes. Se encogió de hombros.

Regina tenía la impresión de que debía mandarle a todos sus trabajadores que hicieran lo mismo, porque tenía la sensación de que todos le tenían un miedo descomunal. ¿Por qué sería? ¿Era grosera, esnob o soberbia? ¿Los trataba con inferioridad por ser de otra clase? ¿Pero con qué fin? Bueno, si ese era el problema, empezaría a resolverlo.

Antes del mediodía, habían dado un paseo por el jardín, en un intento de recordar la casa en que vivía y para presentarle a Emma su ambiente de trabajo en aquel próximo mes. Era curioso, cuando miraba la variedad de plantas del jardín, no recordaba haber plantado un tallo siquiera o si le gustaba tomar el sol por la mañana temprano. Tal vez eso quisiera decir que no era muy de plantar o que ni siquiera tenía tiempo para de ir de acá para allá, cosa muy probable tras la llamada de teléfono de su cuñado.

A la hora del almuerzo, Emma le llevó la bandeja con el plato de comida, tarea que antes Cora hacía con maestría, a no ser por la idea de la señora de llamar de madrugada a la enfermera rubia. Pero incluso al ama de llaves le había caído bien Emma cuando la vio en la sala.

Mientras apreciaba el hermoso filete de salmón del almuerzo, Emma le daba una ojeada a su medidor de presión que había traído ex professo, con la intención de medir la de Regina a ciertas horas del día. También trajo un termómetro por si le daba fiebre, una caja de ibuprofeno, su preferido cuando se trataba de dolores, y un libro para distraerse si Regina se quedaba dormida mucho antes de acabar su horario.

‒ Si quiere almorzar, pídale a Cora que le prepare un plato para usted‒ dice Regina y casi se lleva un susto debido a la distracción.

‒ Ah, no, estoy bien. Almuerzo cuando mi estómago me lo pide. Gracias.

‒ ¿Qué es eso que trajo en la mochila?‒ Regina se limpia la boca con una servilleta de tela.

‒ Algunos útiles de enfermería. ¿Puedo confesarle algo?

‒ Claro.

‒ Es la primera vez que traigo tantas cosas a casa de una paciente.

Regina colocó la bandeja a un lado, pues ya había terminado de almorzar.

‒ ¿Quiere decir que de nuevo soy una privilegiada?

‒ Debe ser muy especial, pues me preocupé en traerlos conmigo, aún sabiendo que no tendría fiebre ni iba a necesitar ibuprofeno.

‒ No sé por qué se preocupa tanto por mí. No merezco tanto.

‒ Quiero mostrar dedicación‒ Emma se acercó a la cama y la ayudó con la bandeja, dejándola cerca de la puerta para que Cora más tarde la recogiera ‒ ¿Consiguió dormir tras hablar conmigo anoche?

‒ No, preferí seguir despierta desde entonces. Por increíble que parezca no tengo ni un poco de sueño en estos momentos

‒ Tendrá dentro de unos minutos, acaba de almorzar. Intente descansar una hora, estaré a su lado, allí mismo y le garantizo que no tendrá pesadillas.

‒ Tengo miedo, Emma, los de la madrugada no fueron sueños agradables. ¿Y si sucede de nuevo?

‒ Hábleme de esos sueños. ¿Qué vio que le resultó tan perturbador?

‒ Muchas cosas.

‒ Si lo rememora, quizás expurgue algo la sensación que tuvo‒ Emma se sentó en el borde de la cama como un ángel camuflado para escuchar todos sus miedos.

En aquel instante, Regina sintió una confianza inmensa en ella, aquella sensación de que podría quedarse horas hablando de sus dramas con ella. Si al menos recordase esos dramas.

‒ Vi a mis hijos ensangrentados, mi coche siendo tragado por el fuego. Intenté salvar a mi marido, a los niños, pero cuando puse las manos en ellos, se convirtieron en ceniza, los tres. Me vi dentro del coche también, sin poder escapar, muriendo carbonizada en una explosión‒ sus ojos se perdieron, un escalofrío le subió por la piel y un gusto amargo invadió su boca. Era algo psicológico, algo tan extraño que juraba que de verdad había vivido esa pesadilla.

‒ ¿Fue solo eso o vio más cosas?

‒ Fue eso pero muchas veces. Lo peor era el olor a alcohol que me despertaba a cada momento. Parecía que tuviera a alguien mojando un trozo de paño y restregándomelo por la nariz. Yo era el olor a alcohol.

Emma no quería pensar en la hipótesis que había pasado por su cabeza. Se quedó callada, dejando que Mills hablara hasta donde consiguiera.

La mujer miró sus propias manos. Las palmas estaban húmedas y heladas. Quería levantarse, pero su esfuerzo fue totalmente en vano.

‒ Si al menos consiguiera caminar. Es tan desagradable tener fuerzas y no poder moverse.

‒ Tiene una lesión en la médula espinal, es normal que durante unos días sienta dificultad para moverse, pero si reposa, pronto se recuperará.

‒ ¿Dos meses en una cama no fueron suficiente para curarme de la lesión?

‒ ¿Recuerda lo que le dijo el doctor Whale? Depende mucho de la gravedad de la lesión. Fue un golpe muy fuerte. Es un milagro que haya salido viva de ese accidente‒ explicó Swan.

‒ ¿Y si nunca recupero mis movimientos? Cómo si no fuera bastante castigo perder a mi marido y a mis hijos.

Emma asumió una expresión calmada, tenía una paciencia increíble con tantas preguntas y con el desespero de Regina, que, por un instante, la mujer pensó que estaba conversando con un ser divino. La enfermera se levantó, colocó bien la almohada para que se echara, sonriendo de lado como si las cosas que estaba diciendo fueran una tontería.

‒ No va a perder la movilidad, es cuestión de tiempo recuperarla. Y no piense que haber perdido a quien amaba fue un castigo. Piense en el sitio bonito en que sus hijos deben estar ahora, seguro que puede, ¿hum? Vamos, dígame en qué lugar imagina que están sus hijos ahora.

Regina se apoyó en la almohada, completamente muda, intentando encontrar la respuesta a la pregunta de Emma. Reflexiona y cierra los ojos. Lo que ve es absolutamente hermoso: un mar de rosas. Ve a sus hijos corriendo cerca de un árbol, y a lo lejos, una colina. El aire es tan puro que sus pulmones se hinchan sin problema. El aroma es de un perfume delicado. El sol brilla todo el tiempo y escucha a los pájaros de todo tipo cantando. Los chicos están corriendo allá abajo, jugando con el agua de un lago cristalino. Ella dice sus nombres, Henry y Lisa, pero ellos no escuchan, aunque están absolutamente felices.

Ella abre los ojos, siente que una paz la cubre. Está más calmada y no piensa más en aquella pesadilla que había tenido durante la madrugada. Se siente avergonzada por haber sido tan recelosa frente a Emma, pero nada, ni siquiera aquella amenaza de que podría estar un mes escuchando sus cantinelas la dejaba indiferente.

Emma sabe que ella quiere llorar, y no la juzga por eso, sencillamente arregla todo el espacio para que duerma durante una hora, verifica que la jarra de agua que está en la mesilla de noche aún tiene hielo. Cierra las cortinas para dejar el ambiente más oscuro. Apaga el despertador que tocaría a cada toma de la medicación — pues eso ahora lo marcaría su reloj de pulsera. Cubre a Regina con la sábana, de los pies a la cintura. Y finalmente, se sienta a una distancia considerable, en el sofá que había a su disposición. Repitió todo lo que hacía en el hospital, había sido entrenada para eso.

Regina entendió que tenía que pensar en el jardín donde había visto a sus hijos para no tener miedo a quedarse dormida. Y fue lo que hizo, relajando la cabeza sobre la almohada, sintiendo cómo acunaban su cuerpo, yendo a parar a aquel bellísimo lugar de nuevo. Se quedó allí cuatro horas, olvidándose que tenía que despertar, pues no pertenecía a aquel paraíso.


Cora entró en el cuarto a las 15:30, para preguntarle a su señora y a la enfermera si necesitaban algo, pero vio a la mujer en un sueño tan profundo que le daba pena hacer ruido. Recogió la bandeja del almuerzo y vio a Emma adormecida al lado de la cama, como quien había arrastrado una silla para estar cerca de Regina, pero sin aguantar mucho tiempo despierta. Tenía que estar cansada al haberse despertado temprano con la llamada de la señora Mills pidiendo ayuda. Cora miró el brazo extendido de Emma y la cabeza apoyada encima, tendría dolores si no se colocaba bien. Así que, con dulzura, llamó a Emma, rozando la palma de la mano en su hombro, suavemente. Emma abrió los ojos y vio a la mujer de pie a su lado, haciéndole una señal con el dedo para que tuviera cuidado y guardara silencio.

En la cocina, el ama de llaves le sirvió algo para picar, pues no quería nada tan sofisticado como lo que Regina había almorzado. Tenía por costumbre no dejarse llevar por el lujo y el buen gusto de los demás, porque, al final, todo el mundo se acostumbra a lo bueno. Dio las gracias por el tentempié, tenía buena impresión de Cora y no creyó que la fuera ofender si le pregunta algunas cosas.

‒ ¿Hace mucho tiempo que trabaja con la señora Mills?

‒ Con ella trabajo desde hace cinco años, para sus padres trabajé quince. La conozco desde que tenía 14‒ estaba acabando de preparar un té al estilo inglés.

‒ Entonces la conoce todos estos años. Confía mucho en usted.

‒ Sí, confía en mí y con lo que ha pasado, tengo la impresión de que va a necesitar mucho más de lo que siempre ha necesitado.

‒ Lo va a superar, va a caminar de nuevo y a recomenzar, estoy segura de ello.

‒ Caprichosa como es lo va a querer todo para ayer. Regina fue hija única, su familia tenía dinero empleado en la venta al por menor, todo lo que ella quería, los padres se lo daban. Nunca supo lo que quería decir límites, por eso creció caprichosa y muy arrogante, si puedo decirlo‒ Cora sonrió al hablar y Emma también lo encontró gracioso ‒ Cuando se casó con Daniel, pensé que tomaría jeito, pero quizás solo se había sosegado por un petición de él. A veces, Regina trataba a las personas como objetos. O les servían para algo o las descartaba. Daniel tuvo problemas para domar a la fiera, era el único que sabía amansar su fiereza y quien realmente la amó. Era un buen muchacho, se convirtió en un buen hombre. Se le va a echar de menos en su vida.

‒ La conoce tanto como una madre.

Cora dejó su taza de té en la encimera, en medio de la cocina, y asintió hacia Emma.

‒ Soy su segunda madre. Creo que podría haber entrado en su vida más temprano. Hubiera evitado muchos errores en su crianza. Los Mills estaban muy apegados al dinero, sustituían la atención por caprichos, juguetes de moda. Regina no tuvo referencias hasta la adolescencia.

‒ En el hospital me decían que en su empresa hay miles de trabajadores. Para que nadie haya ido a verla, es probable que fuera una pésima jefa‒ reveló Emma

‒ Tiene sentido, Regina es la gerente de la tienda. Pero lo que hizo que nadie fuera a verla, ni siquiera aquí en casa, fue la suegra. Helena Colter pidió que no fuéramos al hospital, ni siquiera cuando Regina estuvo en estado grave. Nos dijo que seríamos despedidos, tuvimos que obedecer, porque Daniel ya no estaba aquí. Si cree que Regina es una persona esnob, no conoce a su suegra.

‒ Pero qué absurdo.

‒ A Helena nunca le gustó Regina. Siempre fue una pelea de egos. Regina conquistó el corazón de su hijo, consiguió un sitio en la empresa cuando las familias juntaron los negocios. En teoría, Regina había vencido.

‒ Creo que se puso triste cuando entendió que nadie había ido a visitarla. Pero al haber perdido la memoria, no sabía exactamente si existían personas preocupadas por ella.

‒ Pensamos que Helena, por mucha rabia que sintiera hacia ella, le hacía visitas.

‒ Ahora ya saben que no fue así

Cora suspiró tras darle un sorbo a su té.

‒ No quiero creer en el karma, pero son tantas evidencias contra Regina

‒ ¿Qué quiere decir?

‒ Que, quizás, esté pagando un alto precio por haber hecho malas elecciones.

‒ ¿Qué tipo de elecciones son esas?

Cuando Cora iba a decirle algo, Leopold apareció para tomar el té de la tarde que el ama de llaves le ofrecía. Pero se dio cuenta de que había interrumpido algo importante.

‒ Perdonen si he interrumpido algo‒ dejó el sombrero de trabajo en un perchero en la puerta y se acercó ‒ Entonces, ¿cómo va su primer día de trabajo, muchacha?

Se parecía bastante a su abuelo, que había muerto aún ella niña. Le daba ganas de apretar las mejillas de aquel señor. El chofer y chico para todo de la casa tenía un aire amable y bondadoso. Emma pensó que, según lo que Cora le había contado, él habría tenido que aguantar muchos desplantes por parte de Regina en todo el tiempo que llevaba trabajando para ella. Era difícil creer que la mujer que cuidaba fuera ese ser tan egoísta descrito por el ama de llaves.

‒ Incluso tranquilo

‒ No se acostumbre tan rápido‒ le aconsejó él, de buen humor, y Emma sabía por qué.

Cuando Emma volvió al cuarto, Regina estaba despierta, sentada en la cama. Estaba bien dispuesta, con un semblante más vívido y brillo en los ojos. Emma la creyó tan bonita que sospechó que había tenido algún sueño bueno o incluso que habían vuelto algunos recuerdos.

‒ Ni voy a preguntar si consiguió descansar‒ dijo, llevando en sus manos una nueva jarra con agua fría.

‒ Lo conseguí, Emma. Vi a mis hijos, en un hermoso lugar‒ contó Regina con animació ‒ Estaban tan felices, tan bonitos. Hablé con ellos, jugué con ellos ‒ Aún no se podía creer que había estado con los pequeños. Era lo más real y confortable que había presenciado en días.

Emma se acercó a ella y le tomó la temperatura. Regina no estaba delirando, simplemente estaba feliz, diferente a aquella mujer que cuestionaba tanto sus pérdidas. La enfermera sabía que debía incentivarla a hablar más de sus buenos sueños. Ella le contó lo que había visto, cómo eran sus hijos, que ahora creía que los dos estaban en un lugar como aquel de los sueños. Por eso, para Swan, parecía una locura que Regina fuera en realidad una mujer tan grosera. Alguien que demostraba tal amor hacia sus hijos, ¿cómo podría ser la mayor parte del tiempo tan egocéntrica? Quizás Cora y Leopold estuvieran equivocados, o quizás ella acababa de conocer la versión más humana de Regina.

‒ ¿No le dije que lo conseguiría?

‒ Me habría gustado haber visto también a Daniel

‒ La próxima vez imagine que él está con ustedes

‒ Sí, haré eso‒ Regina se sentía bien en presencia de Emma y no sabía cómo ella convertía todo su drama en alegría en un parpadeo. Ella sabía cómo hacer que alguien se sintiera a gusto, como hacerle recobrar la confianza y hacerle sonreír de nuevo.

‒ Dentro de poco servirán la cena, ¿prefiere bañarse ahora o después?

‒ Prefiero hacerlo ahora.

‒ Bien, voy a pedirle a Cora que prepare el baño y su ropa para dormir.

‒ Ahm, Emma, no quiero irme a dormir temprano, descansé la tarde entera.

‒ Bueno, su ama de llaves dice que tiene una colección de películas, ¿por qué no escoge algunas y las vemos hasta que le dé sueño?

‒ Es una gran idea‒ responde Mills, aunque no recordaba cuáles eran sus películas favoritas.

Cora prepara el baño de Regina y Emma la lleva al cuarto de baño veinte minutos más tarde. El agua estaba caliente y Emma estuvo otros quince minutos comprobando que llegara a la temperatura deseable. Aprieta la esponja con el jabón y se seca las manos en una toalla. Hay un albornoz de baño colgado en la pared y Regina observa a la rubia sentarse en el escalón de mármol.

‒ Le di muchos baños cuando estaba en coma, sé que esa cara que está poniendo es de desconfianza. No se preocupe, ya estoy cansada de ver mujeres y hombres desnudos en mi trabajo.

‒ No es desconfianza. ¿Quién te ha dicho eso?‒ Regina intenta disimular

Emma sonríe ligeramente y aprieta la esponja en el agua una segunda vez.

‒ No voy a mirar sus partes si usted no quiere. Ayer lo hizo sola, si lo cree mejor, salgo.

‒ No, por favor, quédese. Casi muero intentando bañarme sola ayer. Aún duele mucho en algunos sitios.

La mujer se desabotonó la camisa, se retorció para quitarse el sujetador, pero Emma se lo impidió. Antes, le pasó una toalla para que se cubriera la parte de delante, entonces la ayudó con el sujetador sin que tuviera necesidad de enseñar los pechos. Con delicadeza, Emma hizo lo mismo con la ropa de abajo, la cubrió y la sacó con las manos. No quería causar tirantez entre ellas. Mills lo consideró una forma sensible de lidiar con una persona, por encima de todo, respetuosa. Emma era así, un pozo de cualidades que ella misma nunca vería por sí sola.

A continuación, Emma alzó a Regina en los brazos y la metió en el agua. Las toallas salen flotando y Emma enseguida las cuelga en el borde. Ella se da cuenta de que Regina no aparta los ojos de ella. Se acerca, coloca la mano sobre la espalda curvada y la empuja sutilmente para un casi abrazo. Emma agarra a Regina con una mano y con la otra restriega su espalda con la esponja. Parece una caricia, unas placenteras cosquillas que causan estremecimientos a la señora Mills. Emma sube hacia sus hombros, acaricia desde su nuca hasta el final de la columna, hundiendo la mano en el agua. Regina no sabe de dónde saca tanta fuerza para mantenerla en esa posición durante tanto tiempo. Entonces, la deja hundirse brevemente, con la condición de que se agarre a su antebrazo para poder regresar enseguida.

El rostro de Regina desliza bajo el agua y al momento, regresa vacilante, hacía días que estaba loca por hacer eso. ¡Qué buena era la sensación de limpiar el rostro de aquella forma! Se agarra a Emma, a su antebrazo, y cuando emerge se olvida de que sus pechos están a la vista. A Emma eso no le importa, aunque Regna sea hermosa en todos los aspectos. Entusiasmada, Mills se lava el rostro, se restriega el cuello y los brazos. La mano de Emma se hunde, para frotar donde Regina no logra alcanzar. Ella acaricia, es fácil. Limpia sus pies, sus piernas, los muslos y sube respetuosamente por el medio. Swan la limpia con tanto cuidado que Regina no se siente incómoda en ningún momento. Cuando termina allí debajo, Emma aprieta la esponja de nuevo y lava los cabellos de Regina con champú, lo que además de causarle cosquillas crea un mar de espuma en la bañera. Regina tiene que hundirse de nuevo, cuando vuelve, agarrando el antebrazo de la enfermera, es cogida por ella tan inclinada que da la impresión de que puede caerse.

Emma ya ha hecho eso muchas veces, pero Regina cree que aquella forma de bañar a alguien es única. La enfermera conoce los miedos que sienten sus pacientes, el temor a que los recelos queden expuestos, sin embargo, nunca, jamás osó aprovecharse de cualquier situación de vulnerabilidad para mirar a alguien con segundas intenciones. Regina notó aquello, también notó que era fuerte para cargarla y mantenerla en sus brazos en las formas más incómodas.

Estaban acabando, un último enjuague y Emma cogió el albornoz. Dio la vuelta y alzó a Regina, haciéndola sentarse en el borde, vistiéndola antes de que sintiera frío. Cuando la mano de Emma rodeó su cuerpo para atarle el lazo, Regina sintió sus pechos duros, estremecidos. Aún se siente desnuda, incluso con todo el cuidado para no estar de esa manera delante de la rubia. Se da cuenta de que está jadeando, sin aliento, pero no porque Emma haya violado el trato entre ellas. Emma aún no había visto nada. Pero Mills recordó los momentos en que se sentía así y solo una persona le había provocado tal sensación.

Cuando se bañaba con Daniel, a él le gustaba abrazar su cuerpo por detrás, envolverla con la mano y masturbarla debajo del agua. Era algo tan íntimo que Regina se sonrojó al recordarlo, aunque Emma estaba a su espalda sin poder ver su rostro.

Regina intentó mirarla por encima del hombro y Emma la cogió en brazos en un instante, en el mismo instante en que intercambiaron miradas. La puso en la silla de ruedas y la llevó de nuevo al cuarto. Había ropa lista en la cama para ella, un hermoso pijama de seda violeta, ropa interior y una colección de perfumes para que Mills escogiera. Todos tenían el olor de Regina, que aún sin memoria, le gustaba la idea de escoger sobre la cama. Emma la vistió, de nuevo sin mirar sus partes íntimas y fue a buscar la cena.

‒ Emma‒ la llamó antes de que ella saliera

Swan se paró y se giró para mirarla. Regina vio una parte de su camisa mojada, por donde se había inclinado para alcanzar sus piernas en la bañera.

‒ ¿Sí?

‒ Nada. Todo bien‒ prefirió no tocar el tema. Sería muy raro decir que aquel había sido el mejor baño de su vida.


Hola, gente. Siento la tardanza, pero se han juntado muchas cosas. El calor que ha hecho donde vivo, un dolor de espalda que no me deja estar sentada mucho tiempo, el comienzo de las clases… Pero intentaré actualizar todos los domingos, porque entre semana con el trabajo va a ser imposible.