Disclaimer: Los personajes y el universo donde se desarrolla está historia no son creaciones mías ni me pertenecen, todo es obra de Masashi Kishimoto.
Summary: Una década ha transcurrido desde que el Golpe de Estado orquestado por los Uchiha se llevó a cabo. El régimen totalitario de la Republica del País del Fuego se mantiene en pie, pero esta mostrando signos de descomposición. En este momento crucial, la vida de Sakura converge con la de sus enemigos, forzando a cada uno de ellos a colaborar, a enfrentarse consigo mismos y a decidir por cuáles ideales luchar.
Heredera de la Voluntad de Fuego
Prólogo
Había perdido la cuenta del tiempo que llevaba encerrada en esa celda. Al abrir los ojos solo encontraba oscuridad. La luz que entraba por debajo de la puerta apenas le permitía ver su mano a veinte centímetros. Fuera se escuchaban, de vez en cuando, los pasos de los vigilantes y alguna que otra voz a la lejanía. Durante todo ese tiempo imaginaba que eso iba a ser mucho más aterrador y, al contrario, se sentía relajada en la penumbra. Poco a poco todo comenzaba a ubicarse y por muchos actos, tanto bondadosos como malévolos, al final seguía siendo ella. Puede que no la misma, pero ella, al fin y al cabo.
Mentiría si admitía albergar un ápice de arrepentimiento. Aún resonaban en su interior los llantos y aquellos gritos desgarradores. Las imágenes del fuego la atormentaban en cuanto se quedaba dormida. Sin embargo, nunca se había sentido mejor en su vida. Tal destino suponía su salvación, la dicha de vacilar un final cruel, atestado de sufrimiento.
Se intensificaron los pasos y el ajetreo afuera. En un acto reflejo, se acuclilló en un rincón de la celda. Tenía los dedos entumecidos por el frío y las piernas paralizadas del miedo. Las pisadas se detuvieron justo cuando el sonido era más fuerte, y las llaves tintinearon justo ante su puerta. Desde dentro se oía de fondo lo que hablaban en el exterior.
—¿Es está la celda de la prisionera?— preguntó una voz grave al otro lado de la puerta.
—Si, Tekka-sama—musitó otra voz.
—¿Cuánto lleva aquí?— preguntó de nuevo el hombre al que ella había identificado como Tekka.
—Dos semanas aproximadamente. Se encuentra en la espera del juicio.
—Eso es imposible— respondió tajante la voz grave con tono de mando—.El Hokage en persona solicita la presencia de la prisionera para llevar a cabo una audiencia privada. El director está al tanto de esto.
Un escalofrió recorrió toda la extensión de su espina dorsal al escuchar la encomienda. No todos los reclusos gozaban del "privilegio" de presentarse ante la máxima autoridad, tal concesión se le otorgaba a los denominados "casos especiales", prisioneros políticos que suponían un verdadero peligro para la integridad de la aldea.
—Ha hecho un buen trabajo, nosotros nos encargaremos de ella. Se puede retirar— ordenó la voz de mando.
—Gracias, señor, a su servicio— respondió la segunda voz. Tras aquellas palabras reverberó el sonido de los pasos alejándose por el amplio pasillo.
Desde la oscuridad del interior la única luz perceptible era la del umbral de la puerta, donde ahora se podían ver las dos sombras de los pies de quien se encontraba al otro lado.
El ambiente quedó en silencio, como si el vacío se hubiese apoderado de la habitación y hubiese absorbido el sonido.
Los nudillos y las uñas cambiaban del blanco al rosa mientras apretaba y relajaba los dedos. No tenía otra opción. De cualquier forma, la ejecutarían, en especial si se negaba a desobedecer una orden directa.
La penumbra absoluta del interior se resquebrajó con una luz cegadora; las cadenas de los grilletes atados a sus muñecas tintinearon cuando alzó el brazo para taparse los ojos; si se hubiera atrevido, se los habría arrancado. Tenía la cabeza a punto de estallar.
La prisionera vestía el uniforme rojo del centro de alta seguridad; tenía la piel pálida y unas amplias ojeras profundas desvelaban la falta de descanso. Su cabello era rosado y, aunque su aspecto actual parecía demacrado, la mirada con los ojos esmeraldas sorprendía por su belleza. Sus pupilas se habían contraído tanto con el cambio de luz que solo se apreciaba el verde intenso de sus ojos. Ella se sujetaba las rodillas con los brazos en una esquina de la celda y permaneció inmóvil pese a la expresión amenazadora del guardia.
—Levántate— le ordenó. Definitivamente, la delicadeza no era parte de su vocabulario. Desde su arribo lo único que emanaba de su boca eran mandatos.
La joven usó toda su fuerza de voluntad en ciernes de poder levantarse; lo hizo finalmente con la ayuda de las paredes. El frío de la superficie la estremeció ligeramente mientras daba un paso al frente.
En un parpadeó, dos guardias más arribaron al sitio. Estaban ahí para custodiarla, o, mejor dicho, para asegurarse de que no hiciera algo estúpido, como intentar escapar.
—Prepárenla. Los veré afuera en diez minutos.
La despojaron de los pesados grilletes para sustituir las ataduras por un par de esposas. Con cada movimiento que realizaba las cadenas tintineaban, generando ruido suficiente para desvelar su posición. Cubrieron sus labios con un cubreboca de cuero, de esa forma la obligarían a guardar silencio durante el resto del trayecto. Resistirse era inútil. Cualquier acto de irreverencia se castigaba brutalmente, ella lo sabía puesto que lo había experimentado en carne propia.
Lo último que vio fueron los rostros pétreos de los guardias, en una diminuta fracción de segundo memorizó detalles imperceptibles para el ojo humano; una pequeña cicatriz en la mejilla, marcas de acné en los pómulos, particularidades inocuas para los demás, pero demasiado valiosas para ella.
Ciega por segunda ocasión, los dos centinelas se la llevaron de los brazos casi en vilo. A duras penas acariciaba el suelo con la punta de los pies; podía sentir los dedos largos y callosos hundirse en la piel blanda de sus brazos, apresarla como dos garras de acero que amenazaban con arrancarle las extremidades.
La subieron a un vehículo con rumbo desconocido. Perdió la noción del tiempo y el espacio en lo que a ella le pareció un viaje interminable. No supo adónde la llevaban hasta que escuchó el ajetreó de la ciudad. Entonces adivinó su destino. Tragó grueso. Invocó de nueva cuenta a los espíritus que la habían abandonado en el momento de su captura, y que una vez más la dejaban a su suerte. Sintió un frenazo, escuchó las pesadas puertas de un portón que se abría rechinando y volvían a cerrarse después de su paso.
Al llegar a su destino los hombres la ayudaron a bajar. Recibió un golpe en las costillas y cayó de rodillas, sofocada, sin poder respirar. La levantaron entre dos de las axilas, arrastrándola un largo trecho. Sintió los pies sobre la tierra y después sobre la áspera superficie del piso de cemento. Se detuvieron.
Escuchó el sonido de la puerta abrirse. Lejos de oponerse a los designios de sus custodios, los dos hombres la obligaron a tomar asiento en una fría silla de metal. Una luz cegadora bañó su rostro al verse despojada de la bolsa de tela. Sus pupilas se contrajeron ante la violenta intromisión, intentando adaptar la vista a la clara iluminación de la habitación.
El mundo a su alrededor daba vueltas, emulando el ritmo errático de su corazón, el cual daba dolorosos vuelcos dentro de su pecho enquistado por el miedo. Quería respirar y recobrar el aliento, pero el correaje de cuero le impedía hacerlo.
Conocía ese lugar a la perfección. Había estado ahí un par de ocasiones. Se trataba de una sala de interrogatorio, demasiado austera para las excentricidades de los Uchiha. Las paredes de hormigón estaban teñidas de gris, no había ventanas que permitieran el ingreso de la luz natural, solamente focos claros, molestos, tintineantes. La mesa se ubicaba en el centro y en cada extremo se disponía una silla vieja de metal, que crepitaba con el más ínfimo movimiento.
Temerosa, se concentró en dominar el temblor de su cuerpo y cerrar los oídos a los ruidos que llegaban del exterior. Procuro evocar los momentos felices a lado de sus amigos, buscando engañar al tiempo, debía encontrar fuerzas para soportarlo lo que iba a pasar, sólo se trataba de unas cuantas horas sin que la traicionaran los nervios, hasta que el autoproclamado Hokage decidiera enviarla nuevamente a su celda en espera del juicio.
Una descarga eléctrica la obligó a regresar a la realidad. El doloroso cosquilleó danzó por zona afectada dilatándose por toda la extensión de su abdomen hasta entumecer sus músculos.
—¡Mirada al frente!— ordenó uno de los guardias con aire de burlesco.
Hizo todo lo posible por apartar la mirada del suelo y no clavarla en el soldado. Contempló directamente al frente. Los músculos de su cuello se habían tensado por el dolor.
—¿Qué demonios esta pasando aquí?— preguntó un hombre con voz taciturna. Sus pasos eran firmes.—Acaben con ese juego de una vez por todas, esto no es una sala de tortura.
—Lo lamento, Hokage-sama— masculló uno de los hombres dirigiéndose al recién llegado.
Por el rabillo del ojo, la prisionera siguió cada uno de los movimientos del gran comandante sometiéndolo a un discreto escrutinio. Portaba el elegante uniforme oscuro característico de las Fuerzas Especiales de Defensa; una franja roja en el brazo derecho indicaba su rango como General de la República del País del Fuego.
—¿Y bien?— preguntó Fugaku al tiempo que tomaba asiento frente a ella. Sobre la mesa dispuso un folder beige con el timbrado del departamento de inteligencia grabado en la parte frontal.
—La discípula de Tsunade Senju, Hokage-sama.
La voz era lo suficientemente chillona para hacer que la reclusa intentara otear por encima del hombro.
—¿Están completamente seguros?— cuestionó, dirigiéndose exclusivamente a sus hombres, ignorando completamente su presencia, como si se tratase de un objeto meramente decorativo.
Sin previo aviso, el guardia de voz chillona se aproximó hacia ella; clavando dos dedos en su barbilla, la obligó a levantar el rostro. De su frente apartó unos cuantos mechones de cabello desvelando la inconfundible marca del sello Byakugō; un pequeño rombo liliáceo en medio de la frente.
—¿Dónde la localizaron?— preguntó Fugaku arqueando una ceja.
El centinela la liberó de su agarre.
—En el Centro número seis, al sur de Konohagakure.
El Hokage parpadeó, sorprendido.
—¿Qué estaba haciendo en ese lugar?— preguntó sin comprender—. El Centro Shitsui está destinado para albergar a instigadores, shinobis peligrosos.
La pelirosa bajó la mirada y se mordió la lengua cuando quiso responder.
Entre los dos oficiales intercambiaron una mirada como si intentaran decidir quien de los dos debía comunicar la información otorgada por el Centro de detención.
—Hokage-sama, lamento informarle que ella es ambas cosas. Es una de las miembros más valiosos de la insurgencia, el tatuaje de reconocimiento en su brazo izquierdo lo demuestra— anunció el hombre.
Inquieta, se removió en su asiento, avivando el tintineo de las cadenas. Sintió los vellos de la nuca erizársele.
—Eres una ninja médico de alto rango ¿no es así?— la mirada oscura del General recayó en ella con todo el peso de autoridad que poseía, haciéndola sentir insignificante.
Buscó fuerzas para sostener el avistamiento del Hokage. Sus manos temblaron frente a ella y ocultó los ojos entre los mechones de cabello rosado.
El hombre esbozó una sonrisa a duras penas perceptible e hizo un gesto paternalista con la cabeza, haciendo ondear su cabellera.
—Retírenle el bozal para que pueda hablar— espetó.
El movimiento que generó el Uchiha al descansar la espalda en el respaldo de la silla compuso una sonata chirriante, advirtiendo a la kunoichi que debía enfocarse en sus siguientes palabras.
Ella respiró aliviada. Boqueó intentando absorber todo el aire que fuese posible para abastecer las inclemencias de sus pulmones.
—¿Acaso eres sorda? ¿o es que los guardias te cortaron la lengua?— dijo el General al borde de la originalidad.
El soldado de cara aniñada golpeó su silla; la pelirosa dio un respingo asustado.
—El Hokage te hizo una pregunta, responde.
Sentía las cuerdas vocales rasgadas y entumecidas por el miedo. Sabía que, si no cooperaba, aquellos hombres se encargarían de convertir la habitación en un cuarto de tortura.
Haciendo uso de toda la fuerza de voluntad que le era posible, contempló al líder supremo a los ojos, tragó grueso y respondió:
—Si, lo soy— afirmó con voz temblorosa.
Fugaku se quedó mirando fijamente a la prisionera a los ojos; tenía los bordes de las uñas sucias, con resto de tierra y los nudillos magullados. Presentaba algún que otro rasguño en los brazos y en la cara.
—Tsunade Senju fue tu mentora ¿cierto?
—Así es.
Escrutó detenidamente el rostro impertérrito del autoproclamado Hokage. A su mente arribaron vanos recuerdos de la noche del Golpe de Estado; Fugaku había orquestado todo en compañía de sus hombres más allegados. Aquel infierno comenzó con el asesinato del Tercer Hokage y sus subordinados, en cuestión de días los Uchiha instauraron un gobierno fascista, dispuesto a perseguir a cualquier persona que se opusiera abiertamente al nuevo mandato.
—Tu expediente dice que conseguiste activar el Byakugō no in a los dieciséis años— bajó la mirada para consultar la información plasmada en las notas resguardadas en el folder—. Es increíble. Eso te convierte en la tercera usuaria, la primera fue Mito Uzumaki— añadió—. ¿Cómo es posible que una Kunoichi de tu clase lograra activarlo?
La prisionera no se inmutó ante la contundencia de las palabras del General. Sabía. A lo que se refería con la expresión «una kunoichi de tu clase», sin un clan prestigioso que la respaldara, si un linaje milenario como los Hyūga, Senju, Uchiha, Yamanaka.
—Supongo que todo fue cuestión de entrenamiento y perseverancia— contestó.
El soldado sin carisma surcó su rostro con una bofetada limpia, sonora. El latigazo de dolor se extendió desde la comisura del labio reventado hasta el oído.
—¡Insolente!— gritó el centinela, preparado para molerla a golpes a manera de correctivo.
—Ambos pueden retirarse— respondió tajante Fugaku, colocando los codos sobre el escritorio y entrelazando los dedos; los ojos oscuros ocultos tras los párpados.
—Pero, Hokage-sama… ¿está seguro?— debido a sus temblores, su voz tensa sonaba incluso más histérica.
Una luz carmesí creció en los ojos de Fugaku, provocando que el subordinado retrocediera un par de pasos, asustado. El hombre lo observó durante un rato con una mirada feroz.
—¿Está cuestionando mis ordenes?— la modulación controlada del General retumbó entre las cuatro paredes.
—Jamás me atrevería, Hokage-sama— respondió.
—Bien, en ese caso, pueden retirarse.
La pelirosa mantuvo los ojos clavados en las manos sobre su regazo. Escuchó los pasos firmes de sus custodios desvanecerse al cruzar el umbral de la puerta, indicándole que, a partir de ese momento, su vida estaba a merced del General Uchiha.
Intentó desesperadamente pensar con claridad. Aquella situación era tan irreal que aún estaba un poco aturdida. Su mente estaba atrapada en la visión de los horrorosos recuerdos que se agolpaban en su mente, avivados por el protagonista de aquel espectáculo de terror.
—¿Sabes por qué estás aquí?— indagó Fugaku desenlazando el cruce de dedos y posando ambos codos sobre el reposabrazos de la rustica silla. Tímidamente, la interpelada negó con un movimiento de cabeza—.Tu expediente— señaló—. Son mas de ciento cincuenta folios. Tus habilidades y capacidades en el ninjutsu médico fueron desperdiciadas durante todo este tiempo en los campos— dijo en tono serio—. Mis hombres no están de acuerdo con la decisión, de hecho, sugirieron que lo más apropiado era ejecutarte antes de traerte de regreso del exilio— resumió antes de botar la mitad de aire contenida en sus pulmones—. Sin embargo, creo en las segundas oportunidades.
La reclusa parpadeó un puñado de veces, incrédula.
Mientras la calma se apoderaba del General, Fugaku se puso de pie.
—El motivo de tu presencia es sencillo— comenzó a decir, manteniendo esa posición calculadora e inquebrantable—.Trabajaras para mi— anunció sin más preámbulos—. Lo que diga en los próximos minutos debe permanecer en secreto. Cualquier palabra que llegue a escapar de tus labios respecto a este asunto será tu condena de muerte ¿está claro?
Sakura, mortalmente pálida, levantó despacio la vista hacia Fugaku.
El hombre suspiró profundamente y prosiguió:
—Mi primogénito, Itachi, es aquejado por una extraña enfermedad. Naturalmente hemos intentado hasta lo imposible por curarlo, pero los resultados no son prometedores— musitó sosteniendo su mirada—. Tu eres nuestra ultima opción, Haruno Sakura.
Muda de asombro, la Kunoichi permanecía boquiabierta. Había pasado de una sensación de falsa tranquilidad a una de incertidumbre.
—¿Por qué yo?— se atrevió a cuestionar, terminando por enmarañar aún más sus pensamientos.
¿Por qué elegiría a una reclusa? En especial una ex integrante del grupo insurgente, el mismo que llevaba luchando más de catorce años con el fin de recuperar la aldea que les había sido arrebatada en aquel golpe de Estado.
Sakura elevó el rostro ligeramente para verle. Aguardaba tras el escritorio con aquella pose militar perfectamente ensayada por todos los shinobis.
El intercambio de miradas no demoró en ser desplazado cuando la kunoichi fue incapaz de mantener la conexión.
—Eres especial— comenzó a decir el General—. Tsunade se llevó a la tumba todo el conocimiento y habilidades en el ninjutsu medico, o eso creíamos, hasta que estuvimos al tanto de tu existencia— explicó Fugaku, exponiendo la sinceridad de sus pensamientos en cada silaba pronunciada.
Sakura intentó con todas sus fuerzas apartar la mirada del suelo. Mantuvo la cabeza baja y clavó la vista en la mesa. Se sentía desgraciada, como si su corazón estuviera siendo aplastado por una furiosa y una tristeza que no podía liberar.
—Si consigues curar a mi hijo, anulare tu condena de muerte.
Apretó los puños con todas sus fuerzas bajo el pupitre para tranquilizarse y conseguir calmar su cuerpo; temblaba. Los apretó cada vez más y más fuerte. Sin embargo, no era fácil mantener las emociones bajo control.
Todo aquello era incomprensible. ¿Cómo era posible…? ¿Cómo podía servir a los hombres que durante todo ese tiempo la habían torturado? No era como si tuviera otra opción. Sabía que, si declinaba la oferta, su cuerpo se exhibiría en el muro a manera de advertencia para aquellos que osaran cuestionar las ordenanzas del Régimen.
«Una segunda oportunidad», dijo para sus adentros.
Armándose de valor, sostuvo la mirada del General en lo que alguno de sus subordinados catalogaría como un acto de desobediencia.
—Dos vidas se encuentran en tus manos, así que debes ser inteligente— declaró.
Sin añadir una palabra más, el General se dirigió a la puerta, dispuesto a largarse de ahí en cuanto antes.
Una vez más, los guardias ingresaron.
—Llévenla a la residencia— decretó.
—Como usted lo ordene, Hokage-sama— respondieron ambos en un ritmo entrenado, al unísono.
Sakura hizo rechinar los dientes. Se dijo que tenía que ser paciente y se lo repitió una y otra vez. Mientras los dos hombres la llevaban a rastras por el pasillo, sintió un incontrolable deseo de romper en llanto.
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A través de la rejilla de alambre que protegía el cristal, reparó con asiduidad en las sediciosas calles de la aldea: la gente transitaba apaciblemente por las aceras, disfrutando las delicadezas que el clima veraniego traía consigo.
Estiró los dedos para sentir la ínfima caricia del sol. Había pasado tanto tiempo confinada en la oscuridad que ni siquiera recordaba la calidez de aquellos halos de luz sobre su piel.
Ansiosa, se levantó del banco para tener una mejor vista del panorama. Lo último que recordaba de aquel lugar eran los comercios coloridos y los hogares discretos. La florería de los Yamanaka se ubicaba en la calle principal, dispuesta a la vista de todos. Las personas se detenían a comprar exquisitos arreglos florales confeccionados por la Señora Yamanaka; a un costado, la librería anunciaba los últimos lanzamientos con estrafalarios rótulos en sus vidrieras. En la acera de enfrente se encontraba la tienda de frutas y verduras atendida por una extravagante octogenaria; su sonrisa era cálida y sus manos habían adquirido la suave textura del papel.
Tan sólo los recuerdos perduraban de los "buenos tiempos". Tales reminiscencias no eran más que fantasmas del pasado, vestigios de vidas extintas, demasiado lejanas para ser reales. Es como si hubiese pasado cien años atrás, como un largo sueño que se va deteriorando hasta transformarse en una pesadilla.
El vehículo dobló a la derecha con una sacudida. Las ruidosas cadenas que unían los negros y pesados grilletes, tintinearon una vez más.
Subieron por una inclinada pendiente, dejando atrás el centro de la aldea para adentrarse en lo que parecía ser un tranquilo y acaudalo vecindario.
Siguió con la mirada la línea inestable que formaban los techos de las casas y los edificios al horizonte; los rostros de los Hokages tallados en la montaña habían desaparecido, al igual que todas las cosas que pudiesen evocar un remanente de la Voluntad de Fuego.
Los Uchiha se habían encargado de acabar con todo, inclusive con ella.
Mantuvo la mirada fija en la pequeña rendija un rato, deseando poder abrirla para escapar. Sabía que era inútil, su cuerpo jamás pasaría por un espacio tan reducido. Derrotada, clavó la vista en un punto inconcreto en la lejanía. Cerró los ojos un momento. Pensar en el pasado la mataba de soledad. Los días en Konohagakure parecían interminables.
Sus pensamientos se detuvieron a la par del vehículo. Al parecer había arribado a su destino.
El guardia sin un ápice de carisma abrió las pesadas puertas de metal. Lentamente, la pelirosa se apeó del vagón realizando un esfuerzo sobrehumano por mantener el equilibrio.
La morada de los Uchiha se ubicaba en los limites poblados de la aldea, cerca del río que surcaba el Bosque de la Muerte y gran parte del País del Fuego.
Los dos custodios la tomaron nuevamente de los brazos, obligándola a ingresar a trompicones a los dominios de la mansión.
Detrás de las murallas de celosía se reveló ante ella una casa tradicional con paredes de barro, delicada carpintería y jardines exquisitos. Sin lugar a dudas se trataba del hogar del Hokage.
—Alto ahí— indicó uno de los jóvenes que custodiaba la entrada. Portaba un uniforme similar al de los guardias que la acompañaban a excepción de la máscara de cerámica.
—Estamos aquí por ordenes del Hokage— explicó el guardia de cara aniñada extendiéndole un pergamino dónde probablemente se plasmaron las instrucciones del mismísimo Uchiha Fugaku.
—Aguarden en la sala, iré a notificarle a Mikoto-sama que están aquí.
Los guardias la acompañaron hasta la puerta. Las cadenas tornaban difícil la tarea de caminar libremente, así que la llevaron tomándola por los brazos; sus pasos eran cortos en contraste con las grandes zanjadas de los hombres.
—Eres afortunada— dijo uno de sus escoltas mientras aguardaban en el porche—. La tuya es una posición de honor.
Sakura dejó escapar un suspiro. Sin lugar a dudas el hombre estaba en lo correcto. Hasta hace unas horas aguardaba por su condena en la oscura celda, nadie la había preparado para afrontar los acontecimientos siguientes, ni siquiera ella habría vislumbrado un destino similar.
La puerta se abrió al cabo de unos minutos, una mujer de cabello negro, largo y rizado apareció para recibirlos, permitiéndoles ingresar al elegante recibidor.
—Estamos aquí para hablar con Mikoto-sama— anunció uno de los hombres, creyendo necesario notificar el motivo de la visita.
La mujer le dedicó una mirada adusta y movió la cabeza, era difícil decir si a modo de saludo o como si simplemente tomara conciencia de su presencia.
—Estará aquí en un minuto— dijo. Si sonriera, su rostro podría resultar amable. La expresión no iba dirigida personalmente a ella: le desagradaba el overol rojo y lo que representaba. Tal vez creía que podía ser contagiosa, como una enfermedad o algún tipo de desgracia.
«La insurgencia es contagiosa», había dicho uno de los guardias cuando la presentó ante el Hokage.
—Se encontrará con ustedes en la sala de té— agregó la mujer.
La pelirosa sabía que en ese lugar las ordenes de Fugaku eran secundarias. En la casa de los Uchiha la esposa del Hokage imponía sus propias reglas.
Sin más preámbulos, la mujer los dirigió a una sala de té contigua. La habitación era enorme en contraste con el diminuto vestíbulo; la luz natural ingresaba por los enormes paneles recubiertos de papel de arroz permitiéndole admirar hasta el más ínfimo detalle de la alcoba.
En medio de la geografía del cuarto se disponía una pequeña mesa de madera con los utensilios necesarios para llevar a cabo la ceremonia del té. El lugar estaba despejado, la sencillez, funcionalidad y el orden imperaban en cada rincón.
—Lamento la tardanza— dijo una voz femenina al ingresar a la sala—.Debo admitir que no esperaba visitas.
—Disculpe la intrusión, Mikoto-sama— se disculpó uno de los guardias. Ambos hombres la recibieron con una reverencia—. Tan sólo estamos de paso. Vinimos por ordenes del Hokage.
Sakura no la miraba a la cara, sólo miraba lo que logaba percibir con la cabeza baja: su estrecha cintura acentuada por el obi, las manos delicadas y los dedos finos.
—¿Ella es la ninja medico?— cuestionó.
—Así es, la aprendiz de Tsunade-sama en persona.
La mujer dejó escapar un suspiro cansino. Enrolló el pergamino y lo entregó a uno de los hombres.
—Si son órdenes del Hokage no puedo ir en contra de ellas ¿cierto?— esbozó una sonrisa perfectamente ensayada—. Ambos pueden retirarse, me haré cargo de la situación de ahora en adelante.
Un escalofrió recorrió toda la espina dorsal de la Kunoichi mientras los guardias la despojaban de los grilletes.
Contempló con cierto alivio las marcas rojizas alrededor de las muñecas. El peso comenzaba a molestarla.
Cuando los escoltas estuvieron lejos del oído, Mikoto tomó asiento elegantemente frente a la pequeña mesa de madera. Con suma habilidad, vertió té humeante en dos contenedores de cerámica.
—Toma asiento— compuso con voz severa.
Dubitativa, la pelirosa obedeció.
Sabia que, debajo de aquella delicada fachada se ocultaba una kunoichi poderosa. Mikoto Uchiha había sido una pieza clave para llevar a cabo el golpe de estado.
—Sólo será esta ocasión, no es algo que suela permitir— comentó—. Así que, eres la discípula de Tsunade-sama ¿no es así?
Extendió hacia ella la taza de té humeante, invitándola a beber en un acto de forzada cortesía.
—Así es, Uchiha-sama— respondió tomando la taza para darle un sorbo.
El sabor de la infusión fue una agradable sensación en su boca. Sus ojos fueron a parar en aquella dama, sentada frente a ella con el cabello atado en un moño alto; dos mechones que caían a los costados de su faz resaltaban su anguloso rostro. La oscuridad de su mirada generaba una discrepancia con la palidez de su piel, haciéndola lucir como un ser irreal.
—Supongo que corrimos con suerte— rió—, no puedo decir lo mismo de ti.
La pelirosa desvió la mirada. No quería quedarse con la vista fija ni dar la impresión de que no estaba prestando atención; así que la repisa de madera a la derecha y el cuadro decorativo solo eran sombras que captaba por el rabillo del ojo. Más adelante tendría tiempo de sobra para mirarlos.
—Tsunade-sama fue una gran ninja médico ¿sabes que fue lo que sucedió con ella?— quiso saber.
—No, señora— se limitó a responder. El paradero de su maestra era desconocido inclusive para ella.
—Es una lástima— replicó genuinamente apenada—.El pergamino mencionaba que estuviste en los campos.
—Si— tragó grueso; un nudo le estrujaba la garganta—. Durante mi estadía trabajé como ninja medico en la pequeña clínica.
—Eso es bueno. El último ninja médico era nuevo. Fue como adiestrar a un niño, no era muy inteligente— dijo en voz baja—. Supongo que sabes cuáles son las reglas y el lugar que te corresponde.
—Lo sé, Uchiha-sama.
—Bien, quiero verte lo menos posible—murmuró—. Espero que sientas lo mismo con respecto a mi.
La ojiverde guardó silencio: un sí podría haber sido insultante, y un no, desafiante.
Transitaba por una cuerda floja, un paso en falso y acabaría pendiendo del muro.
—Se que no eres tonta— prosiguió—. He leído tu expediente. En lo que a mi respecta, esto es un trabajo más ¿entendido?
—Si, Uchiha-sama.
—Y no me llames Uchiha-sama— le advirtió en tono irritado—. No eres una sirvienta cualquiera.
No cuestionó cómo se suponía tenía que llamarla, porque se percató de que ella confiaba en que no tuviera oportunidad de llamarla de algún modo.
—Suzume te llevara a tu habitación— concluyó—. Ahora, si me disculpas, debo encargarme de otros asuntos.
Antes de que la pelirosa pudiese responder, Mikoto abandonó la habitación, dejándola completamente sola, permitiéndole entrever que aquello era mucho peor de lo que pensaba.
Continuara
N/A: ¡Hola, hola! Bienvenidos a esta nueva travesía. Espero que se encuentren de maravilla. Tomen asiento, ajusten sus cinturones y prepárense para iniciar este viaje.
He vuelto con un nuevo proyecto en el que he trabajado alrededor de un año, creo que es uno de los más largos y más ambiciosos que he realizado hasta el momento y, posiblemente, el último.
Desde el inicio de la pandemia empecé a plasmar las ideas principales que poco a poco formaron el esqueleto de la trama. A medida que el tiempo avanzaba el desarrollo de la historia también parecía hacerlo, así que con todo listo decidí escribir el prologo y los primeros capítulos.
El fanfic escrito por la magnifica Chrysanthemun, "Voluntad de Fuego", fue una gran fuente de inspiración para ahondar en este hipotético universo.
El Summary -como siempre- deja mucho que desear, sin embargo, la historia se desarrolla en una línea temporal un tanto distinta a la vislumbrada en el manga.
Así mismo, cuando digo que es el proyecto más complicado que he realizado, me refiero a que no sólo conoceremos la verdad a través de los ojos de Sakura, sino también de otros personajes.
Ahora bien, esto puede sonar como una idea sumamente trillada, pero cruzo los dedos para que el fic sea de su agrado.
Como siempre, muchísimas gracias por leer 3 Espero que la idea sea bien recibida. Cuídense mucho, les mando un fuerte abrazo donde quiera que se encuentren.
Nos leemos pronto, ¡Chao!
