Horas antes, cuando el EVA Unidad-04 había sido poseído por Bardiel.
(Música: Johann Sebastian Bach - Air)
Sayori estaba viendo puros espacios morados, lianas viscosas y cuevas gelatinosas, ácidas.
Estaba flotando en un pozo sin fondo, cayendo tras capas y capas de paredes de goma viscosa que intentaba unirse a su cuerpo.
Podía escuchar los gritos de sus compañeros pilotos.
Los gritos de Kentaro.
- Kentaro… ¿Estás allí afuera? ¿Qué estoy haciendo yo? – Se preguntaba la joven, mirando la imagen estática de un sonriente Ishiki Kentaro a través de una de las paredes viscosas. - ¿Estoy luchando también?
Apretó los puños al alzarlos lentamente, y frunció el ceño.
- Pero no estoy luchando con ellos, sino contra ellos. Puedo sentirlo. Mi cuerpo no se daña, pero los golpes me alcanzan. Creo que… No me queda otra opción que morir.
Observó imágenes difuminadas del encuentro entre Bardiel e Ireul.
- ¡No! ¡Detente! ¡EVA-04, detente! – Rogó, horrorizada, al ver cómo el Decimocuarto Ángel se disponía a torcer la cadera del EVA-03.
Luego, observó la llegada de Kentaro al combate.
La pelea desesperada entre un enloquecido EVA-02 y Bardiel.
La indecisión de Kentaro.
- ¿¡Qué estás esperando?! ¡Solo activa el Dummy Plug, o mátame con tus propias manos! ¡No me molestaría morir si es por una buena causa! – Gritó Sayori, intentando liberarse de los látigos que rodeaban sus manos, sin resultado, para luego bajar la cabeza en desesperanza. – No quiero morir… ¡Pero no quiero matar a nadie! ¡POR FAVOOOOOR, KENTAROOOOOO! ¡Haz lo que sea necesario! ¡Dije que te amo! ¿¡Acaso eso no es suficiente para buscar mil y una maneras de salvarme sin dejar morir a Riley?! ¿¡Qué más tengo que hacer para seguir viviendo sin que sea a costa de la vida de alguien más?! ¡No podría vivir con esto jamás! ¡ALGUIEN AYÚDEMEEEEEEE! ¡HYYYAAAAAAAAAAA!
Agarrándose el rostro en símbolo de horror y falta de propósito para continuar con vida, Sayori fue forzada a ver cómo el EVA-02 era estrangulado por el EVA que ella misma estaba pilotando, o creyó estar pilotando.
- Mamá… ¿Por qué todo esto me tuvo que pasar? ¿¡Por qué tengo que sufrir?! ¡No quiero que más nadie sufra de nuevo! ¡SOLO ACÁBALOOOOOO!
Entonces, vio los ojos del EVA-01 tornarse carmesíes, y sus propias pupilas se achicaron hasta el mínimo, casi desapareciendo, acompañando esta moción con un suspiro de shock.
Paralizada, comenzó a sentir los golpes y los bruscos movimientos del primitivo y robotizado EVA-01 sobre su propio cuerpo, mordiendo, golpeando y pateando todas y cada una de las extremidades del EVA-04.
Sayori se mordió el labio para enfrentar el dolor, el terror.
Temió la muerte, más que ninguna otra cosa a la que antes le había temido en el mundo.
Comenzó a llorar mientras sentía cómo dejaba de percibir las distintas partes de su cuerpo.
Para cuando el corazón del EVA-04 fue arrancado, el de Sayori dejó de latir, y ella escupió un chorro de sangre hacia afuera.
Con un caudal de sangre bajando por su labio inferior, la joven crucificada por dos látigos viscosos fue sujeta a una última visión mientras lloraba.
- Mamá… - Murmuró.
Entonces, finalmente fue libre de las cadenas de Bardiel.
Sonrió, con la esperanza volviendo a su rostro, y comenzó a correr hacia la visión nublada de su madre, una mujer sonriente y amable.
- ¡Mamá! ¡Por fin te pude volver a ver! – Exclamó Sayori, alcanzando la luz y sobrepasando el mapa de látigos viscosos y cuevas moradas para finalmente llegar al otro lado.
Y entonces, oyó una voz.
- Sayori-chan, bienvenida a casa.
Horas más tarde, Sayori Sakamoto, de catorce años, fue declarada asesinada en el acto, en beneficio del exterminio del Decimocuarto Ángel.
EPISODE TWENTY-THREE: "ECLIPSE: Kentaro III"
Kentaro Ishiki ya no sabía qué era real y qué no.
Hace varias horas ya que había escapado del hospital privado de NERV, y estuvo corriendo incesantemente durante todo el atardecer desvanecedor que pasaba poco a poco de un ambiguo ámbar a un frío negro, hasta que arribó a la estación fantasma de Tokyo-3 a la derecha de la carretera.
Ese tren, ese solitario tren donde él siempre se encontraba pensando sólo cuando tenía tiempo de venir a este lugar, lo estaba esperando.
Pero el chico no se subió al tren, sino que se posó frente a un profundo charco de agua, mirando su reflejo en él.
Viendo que sus manos estaban sucias por lo mucho que se había tropezado en el camino a la estación, intentó lavarse con el charco.
Sin embargo, al alzar sus manos, las vio cubiertas de sangre en lugar de agua.
La sangre del EVA-04.
Signos de violencia.
Violencia, producto de la ira.
Ira, un sentimiento con el que él estaba muy familiarizado.
¿Esa ira estaba justificada, acaso?
¿A quién se dirigía esa ira?
No podía ser para Sayori.
Pensó en su padre.
El enemigo, el Ángel.
El aliado, el EVA.
El enemigo, su padre.
El aliado, siempre el EVA.
Pero desconocía qué sentía acerca de los Ángeles.
Solo le importaba pensar en cómo le hubiera encantado hacerle lo mismo que el EVA-01 fue forzado a hacerle a la Unidad-04, a su propio padre, por más macabro que fuera.
El instinto asesino no era nada más que humano, ¿verdad?
No tenía nada de malo.
Claro que no, eso era normal, un pensamiento normal para un chico de su edad.
Todos los adolescentes, niños, eran iguales.
Se dio cuenta de que seguía siendo un mero niño, incluso después de haber pasado por tanto.
Miró su reflejo en el charco de espesa sangre posado frente a él.
La sangre de Sayori.
La sangre que él arrancó del cuerpo de su novia.
Novia, un término que se usa para la mujer que es la más preciada para el hombre.
Sayori era su novia.
Y la mató.
No se controló.
No supo hacerlo.
Miró su cara en el espejo de sangre del color del vino.
La cara de un asesino.
Se sentó en posición fetal en frente del charco, y acostó su cara contra sus piernas, queriendo ignorar todo.
Todo lo que lo rodeaba.
Los sonidos le hacían doler los oídos.
Los objetos le hacían doler los pies, los brazos, y todo su cuerpo en general.
Los pensamientos le hacían doler en la mente.
Y la culpa le hacía doler en el alma, como una navaja que corta el lomo de un jabalí, excepto que él no era ningún jabalí.
No era duro, no era grande, no era particularmente fuerte.
No, él era un humano, una persona normal, con un corazón y una voluntad tan frágil como las patas de una hormiga.
Alguien que había sucumbido a la incertidumbre e indecisión cuando era el momento más importante para decidir algo que cambiaría el destino.
Al final, no lo había podido evitar…
Queriendo salvar tanto a Sayori como a Riley, había terminado matando a la persona que más amaba.
La persona que más lo amó.
Alzó un poco la cabeza, esperando que el peso de sus ojos resultara como el más claro indicativo de que las lágrimas estaban por salir otra vez, pero no sucedió nada de eso.
En su lugar, sus ojos le mostraron un dolor punzante e impotente; ya había secado sus lágrimas hace rato en el hospital.
Por supuesto.
Por supuesto, la realidad lo tenía que privar de todo lo que él quería tener.
Tristeza, felicidad, amor, engaño, soledad, compañía.
Decidió que jugaría un poco más con su mente, aún si tan solo era para engañarse con una realidad que él no estaba viviendo.
Se metió dentro del tren abandonado, y se sentó en uno de los vagones.
De fondo se podía escuchar el cántico de las cigarras, pues no había ningún otro tren en movimiento en la estación y sería realmente ilógico que se oyeran sonidos de ferroviaria allí, considerando que nada estaba en estado funcional.
Cigarras, una y otra vez…
Aquellas que vivían sin ninguna preocupación en el mundo, siendo ellas las titiriteras en lugar de las muñecas que trabajaban para una maquinación maligna mayor de lo que se podían imaginar.
Ellas sabían lo que estaba pasando.
Ese sonido…
Ese quejido intermitente, bajito y arrugado…
Era molesto para él.
Desde el primer día en que había llegado a Tokyo-3, no había dejado de pensar que las cigarras eran lo más molesto que había en la tierra.
Como el balbuceo de la gente en la calle.
¿Quién diablos quería escuchar a otras personas hablar de su día a día, sin conocerlas?
Él no…
Y se dio cuenta de que era un pensamiento malo, que él estaba siendo una mala persona porque no quería hacer eso que acababa de describir y denigrar.
¿Si uno no estaba dispuesto a escuchar a otros, por qué otros habrían de escucharlo a uno, al fin y al cabo?
Su cabeza se golpeó contra sus rodillas, cayendo con impotencia y desolación, perdiendo toda voluntad de mantenerse de pie.
Decidió entretenerse fijándose en el lugar que lo rodeaba.
El lugar estaba raído, oxidado, lleno de mugre y botes de basura en donde aparentemente todo el que pasó por ese tren había intentado tirar su inmundicia dentro, pero terminaron errándole, porque había montículos de todo lo que se pudiera encontrar en uno de esos verdosos y olorosos contenedores, rodeando cada asiento.
Era como un banquete para las moscas.
Miró hacia el frente mientras que abrazaba sus piernas contra su pecho una vez más, y sintió ira como la que había palpado en el agua hace no mucho.
Ira, nuevamente…
Ira hacia sí mismo por haber fallado una vez más.
Ira hacia NERV por haber permitido el uso del Dummy Plug.
Ira hacia su padre por haber decidido que esa sería la manera en que resolverían la crisis del Decimocuarto Ángel.
Además, nadie había hecho el esfuerzo de hablarle, la única persona que lo había visitado en el hospital había sido su padre, alguien a quien no quería volver a ver jamás en su vida.
Lo sintió como si estuviera frente a él, hablándole.
Miró hacia arriba al notar una sombra cubriendo su cuerpo sobre el asiento, y encontró a un Rintaro Ishiki envuelto en un color celeste estéril y blancuzco, con una expresión fría y demandante, como siempre había sido.
- Me has decepcionado.
Se sorprendió al oír la voz de su padre… Creyó que había sido una alucinación, pero ¿estaba ahí en verdad?
Al mover los ojos hacia los lados para despertarse, encontró que estaba solo otra vez.
Sintió un peso en el bolsillo derecho de sus pantalones, y metió la mano para averiguar qué era lo que estaba guardando.
Sacó para afuera el viejo SDAT, uno que pensaba regalar, pues ya no servía su propósito como escape de la realidad.
Sin embargo…
Recordó una canción que había compartido con Sayori en su primera cita, los dos sentados bajo un árbol en la plaza de Tokyo-3.
- Hey, Kentaro. ¿Por qué no me muestras algunas canciones de tu SDAT? – Sugirió Sayori.
Kentaro dudó un poco, pero terminó sacando el dispositivo de su mochila.
- ¿Esto? Bueno, c-como quieras. Aunque pensé que usarlo sería un poco raro, porque me distraería en nuestra cita, y quería que fuese algo especial. – Contestó el joven, un poco ruborizado.
- ¡Tonterías! Vamos, un poco no hace daño. – Añadió Sayori, gentilmente pero también con emoción, cosa que siempre lograba cautivar a Kentaro.
El chico sonrió tiernamente y le pasó un auricular a Sakamoto, poniéndose él el auricular izquierdo.
Tres segundos le tomó al SDAT cargar la canción…
(Música: Radiohead – Creep)
El chico comenzó a sentir la música irradiando dentro de sus oídos, recordando poco a poco las veces que salió con Sayori hacia algún lado, siempre con esa canción en mente.
Ella en verdad era como un ángel para él.
Hermosa piel, hermosos ojos, hermoso cabello, y una hermosa alma que solo él podría descubrir cuando fuera el momento.
Sí, claro.
Como si eso pudiera pasarle a él.
Gruñó, levantándose y pateando un bote de basura, vertiendo todo el poco contenido que tenía dentro.
¿Por qué había hecho eso?
¿Qué cosas, qué decisiones lo habían llevado hasta acá?
Se agachó, acongojado, y apretó su cabeza.
- Ayuda… - Murmuró, reventando un puño contra el suelo.
Ni siquiera lo pedía por favor, o a los gritos.
Sabía que lo hacía para torturarse a sí mismo, pues tendría muy poco sentido murmurar esa palabra solo para no recibir respuesta por lo bajo de su volumen.
Se levantó de nuevo, y comenzó a caminar por todo el tren sin ningún rumbo.
Miró sus manos, ahora completamente siéndole imposible la noción de cerrarlas como puños.
Sus dedos temblaban por completo, indecisos, catatónicos como un cuerpo en coma que no se desconecta.
Como el cuerpo de Sayori…
Saltó fuera del tren, y comenzó a caminar de regreso a Tokyo-3.
Era patético.
Estaba escapando, como siempre.
Caminó de regreso a la ciudad, hasta encontrar el complejo departamental de Roku.
Tuvo una ligera idea, y subió todos los pisos necesarios hasta alcanzar el piso donde Roku y Tom vivían.
Tocó la puerta, y fue recibido por Roku, quien estaba con una venda rodeando todo el brazo que le había quedado roto por el ataque de Bardiel y unas pares de curitas en la cara.
- Ishiki-kun. – Murmuró Takanashi, viendo su forma erguida y encorvada, una representación de su deprimente ánimo. - ¿Qué es lo que te trae por aquí?
- No tengo idea… Yo solo… Estaba caminando sin un rumbo después de enterarme del fallecimiento de Sayori y… Acabé aquí.
- Si deseas pasar, no tengo ningún problema.
Kentaro asintió desanimadamente y caminó dentro.
Los dos se sentaron en la mesa de la cocina, y Roku le ofreció una taza de té.
- No, gracias.
- No has comido o bebido desde hoy a la mañana. – Replicó Takanashi.
- Lo sé.
- … Muy bien.
Kentaro miró la taza de té por un largo rato.
Su mente no paraba de asociar el blanco de la taza con lo plateado de la Unidad-04.
Sintió una repentina necesidad de agarrar la taza y romperla al medio como si fuera una hoja de papel, pero era estrictamente imposible.
No quería seguir siendo una carga y tener que hacer que su amigo pagara el daño que él había hecho.
Como siempre.
Roku lo miró atentamente.
- Nunca fui cercano con Sakamoto-san, pero es de notar que era la persona más importante para ti.
- No me digas… - Murmuró Kentaro, lo más bajo posible para que no sonara agresivo.
- ¿Y a qué se debe?
- Ella y yo éramos… Muy cercanos. Es decir, literalmente lo viste con tus propios ojos. – Contestó Kentaro, de forma monótona ya que no se quería permitir ni sonreír ni reír.
- Lo sé. Desconozco si te será de ayuda, pero debes de permitirme hacerte saber que lo siento mucho. Lamento no haber podido evitar la pérdida de Sakamoto-san… - Murmuró Roku, tomando la mano de Kentaro y estrujándola suavemente.
Sin embargo, Ishiki se levantó de un salto, apartándose y casi tirando la silla raída en la que había estado sentado segundos antes.
- Takanashi… Eso no me sirve. Yo fui quien la mató. Debí haber elegido un destino… ¡Debí haber…! ¡No sé qué hubiera podido hacer! – Confesó, estampándose los codos contra la mesa y agarrándose de la cara con ambas manos.
Estaba gimiendo desesperadamente, lleno de pavor ante el futuro que le aguardaba y lleno de horror por la sangre que todavía sentía bajar por sus dedos.
Roku no supo cómo reaccionar, pero estaba triste.
Innegable era el sentimiento de impotencia que tenía, pues no sabía qué podía hacer por Kentaro en un momento como este.
Sin embargo, pensó, y pensó fuerte.
- "¿Qué haría si lo perdiera a él…?" – Pensó Takanashi.
Supuso que llegaría a la misma conclusión que Kentaro; huir y dejar todo atrás.
O… No.
Todavía tenía un propósito, era requerido que él pilotara el EVA.
Kentaro podía dejar de hacerlo si quería, pero no él.
Roku apretó los puños con impotencia, pero no pudo llorar.
Sus ojos no le permitieron llorar, solo adoptar una faceta desesperada y triste en su rostro, eso era lo más que podía hacer.
Kentaro se levantó luego de un rato, y miró al albino por una última vez al abrir la puerta.
- Lo siento mucho. Debe ser… Debe ser un incordio verme decir y hacer cosas patéticas. Siempre es así.
- Nunca has sido así. No te denigres-
- ¡Bueno, ahora sabes la verdad! ¡Miento, soy un maldito desgraciado! ¿¡NO TE HACE SENTIR MEJOR SABER QUE SI NO QUIERO NO VOY A VOLVER?! ¡NADIE QUERRÁ VOLVERME A VER, PORQUE SI LE CUENTO TODO LO QUE SIENTO A LOS DEMÁS SEGURAMENTE VOY A SER ODIADO POR SER DÉBIL!
Kentaro prácticamente saltó fuera del piso de Roku, corriendo escaleras abajo y dándose la cara contra las paredes a cada rato hasta salir.
Cuando estuvo en medio de la calle, comenzó a lloviznar.
El chico estaba buscando aire, pues la carrera fuera del apartamento le había dejado sin respiro alguno.
Se agarró de las rodillas, y miró a sus alrededores.
Había gente en la calle.
Era de noche, y Tokyo-3 estaba media llena en esas horas.
Frunció la boca con temor, pensando que toda esa gente probablemente se reiría de él si hacía algo tan patético como agacharse y llorar una vez más.
Comenzó a caminar hacia un callejón oscuro y oxidado, sin saber hacia dónde se dirigía exactamente.
Sus pies tambaleaban como con incertidumbre, y sus ojos no dejaban de jugarle malas pasadas.
A donde volteaba, veía a Sayori, como un fantasma blancuzco y morado que no paraba de sonreírle tiernamente.
A donde volteaba, oía a Sayori, como una voz angelical que a la vez no hacía más que partirle un pedazo de su corazón fuera de su pecho con cada palabra que le profería.
- Pudiste haberme salvado.
Se acostó contra una pared, y empezó a hablar solo.
- Oh… Te extraño tanto… Si tan solo supiera lo que me dirías que hiciera con esto… ¡Si tan solo no te hubiera matado, si el objetivo de mi culpa fuese otro…!
Se detuvo antes de terminar ese pensamiento; si el objetivo de su culpa fuese otro, eso significaría que habría tomado la decisión de dejar que Riley muriera para salvar a Sayori.
- ¿¡Lo ves, baka Kentaro?! ¡Eres un maldito cobarde y egoísta como el que más!
Ahí estaba, su verdadero yo, una bestia egoísta fuera de la jaula.
Solo quería a Sayori porque ella lo había querido, pero poco le había importado Riley.
Solo porque la alemana no había hablado mucho con él…
- ¿¡Es decir que cualquiera te viene bien?! ¿¡Que me habrías hablado si tan solo yo hubiera empezado la conversación?! ¡No me hagas reír!
En frente suya, estaba la figura de un joven Kentaro Ishiki de cuatro años, sonriéndole.
- ¿Estás solo?
Lo podía oír como si estuviera allí.
- ¿Estás solo? – Repitió el pequeño.
- … Sí. – Susurró Kentaro.
- Estar solo es bueno. Te hace descubrir quién eres en realidad.
- ¿Y qué si… si temo lo que soy?
- Es lo que debes hacer. Acepta esa carga. Acepta lo que eres.
- ¡Pero me da miedo! ¿¡Qué pasa si intento volver a pilotar el EVA, y por lo que pienso termino logrando que todos mueran?!
- Nada más quedará. ¿Te gustaría que todo fuera nada?
- Yo…
De hecho, contempló ese pensamiento.
Le gustaba la idea de simplemente… Desaparecer.
Quería hacer que todo dejara de existir, porque un mundo sin culpa, sin muerte, sin EVAs, sería el mundo perfecto.
- El mundo perfecto… ¿Pero acaso hay alguien que merezca un mundo perfecto? – Preguntó la alucinación.
- Hay algunos que sí.
- Yo no.
- … Tienes razón. – Se rió Kentaro. – No tiene sentido. ¿Por qué pienso en algo como eso, si solamente me queda estar parado en una realidad en la que no quiero vivir?
- Puedes matarte.
- ¿Cómo?
- Puentes, sogas, balas, eutanasia… Hay una plétora de cosas. ¿Por qué decides no hacerlo?
Los ojos del joven se tornaron como platos, y sus pupilas se achicaron hasta el más mínimo posible.
No tenía escapatoria de la realidad, y aun así estaba buscando una.
Realmente era lo más bajo de lo bajo…
(Música: Symphony Of Evangelion – I. Shinji A-6)
Kentaro abrazó sus piernas, dejándose cubrir por la venidera oscuridad de los edificios cerca del apartamento de Roku.
Se sentía como si estuviera sentado frente a un juez, mientras que una luz se centraba en él, como anunciando sus verdaderos temores al resto del mundo para que se rieran de él por ser tan estúpido.
No estaba enfrentando a ninguna alucinación, ahora se estaba enfrentando a la forma corpórea de la realidad, una oscuridad perpetua y larga como la manta que recubre un colchón.
Lana negra, un yermo de césped oscuro que abraza su cuerpo para arrastrarlo hasta los pozos más profundos de la desesperación…
La figura del EVA-01 estaba con sus garras abiertas sobre su propia forma, parada al contraste de una luz roja que recubría la vista de Kentaro, haciendo ver al titán negro como una sombra demoníaca.
La realidad misma le estaba mirando a la cara.
Se sintió más desesperado que nunca.
Siempre le había tenido miedo a la muerte.
¿Por qué la mataste?
- No tuve opción, el Dummy Plug no respondía a mis movimientos o pensamientos…
¿Por qué la mataste?
- ¡No quería hacerlo! Eso fue… Eso fue lo que mi padre decidió… ¡Lo odio! ¡Odio que él tenga todo el control sobre mi vida!
¿Por qué la mataste?
- ¡NO HABÍA NADA QUE PUDIERA HACER! ¡SIN IMPORTAR LO QUE HICIERA, TODO IBA A TERMINAR AQUÍ! Pero… ¿Por qué no puedo simplemente aceptar esa idea?
¿Por qué la mataste?
- ¡CÁLLATE! ¡SOLO QUIERO VERLA DE NUEVO!
No debiste matarla entonces.
- Lo sé… Lo sé, pero… Ella…
No debiste matarla.
- Pero el Ángel… La tenía poseída… ¿¡Cómo iba a sacarla de ahí?!
Pudiste intentarlo. No lo hiciste.
- ¡Si intentaba sacarla, Riley iba a morir!
¿Y qué hace de mal el hecho de que falte la persona que más daño te hizo?
- Pero somos amigos. Y rivales.
Pero no sabes que ella te odia.
- Eso crees…
Eso sabes.
- ¡No!
Deja de escapar.
- ¡Pero no hay otra forma de afrontar mis problemas! ¡Si vuelvo a esa realidad, solo van a golpearme y lastimarme por algo que no quise hacer!
Existe gente que pasó por cosas peores y sigue viva.
- ¡Pero yo…!
Se agarró de la cabeza.
No tenía sentido.
La voz de su cabeza tenía razón, si él no podía aceptar haber matado a alguien estando fuera de sus cabales o lo que fuera, era mucho peor que esa gente que, irónicamente, ya habría sido perdonada.
¿Qué le decía que su destino iba a ser diferente?
¿Qué le decía que sus amigos, la gente que amaba, no lo iba a entender?
Pero no, no lo entenderían… La culpa era un peso atroz, y era sorpresivo lo mucho que podía dolerle en el corazón el peso de la culpa a una persona.
Estaba convencido de eso, de que simplemente no comprenderían sus razones para no querer pilotar de nuevo, para no querer enfrentar la realidad otra vez…
En frente de él, un recuerdo se hizo ver.
La vez que charló con Sayori justo detrás de la fogata que había construido con Kouta y Taihei.
(Música: Evangelion – Thanatos Suite)
- "… A veces pienso que estaba mejor ahí, solo. Sin embargo, me acuerdo de mis relaciones formadas aquí, en NERV, en todo el mundo si se puede decir, y… Me da miedo la idea de que todo acabe y deba regresar a ese lugar. No quiero regresar, quiero quedarme en este lugar en donde mi vida puede avanzar por sí sola y no maquinada por un maestro titiritero llamado soledad."
- "Quizá puedas tomar mayores riendas en tu vida cuando estés de regreso en Nagano. ¿Qué pierdes con intentarlo?"
- "A ustedes, y ustedes son un órgano vital para mí, parte de mi ser. Son tan importantes que son como un compuesto de fogatas que dejan calentar al viajero más cansado, yo mismo. Eso es algo que no voy a perder si tengo la posibilidad de sostenerlo entre mis manos, como este calor fogoso de la leña."
Regresó a la realidad por un segundo, toda noción de escenario alucinado rota.
- Es verdad… T-tengo que cumplir esa promesa. Tengo que… Tengo que levantarme y… Por lo menos, pelear para regresar a Nagano. ¿Pero para qué debería volver a ese lugar ahora? – Murmuró.
- Tu hogar es primero.
Volteó hacia su derecha con sorpresa, encontrando la figura de Horumichi Amai, a quien no esperaba ver.
- ¿H-Horumichi-san? – Musitó Kentaro.
La joven le respondió con una sonrisa.
- Ishiki Kentaro. Sigues de pie, como es de esperarse de tu parte.
- … No te entiendo. ¿Qué significa esto? ¿Cómo que "mi hogar es primero"?
- Si vas a tomar una decisión, debes volver a casa. Es bueno tener un lugar al que avisar para cuando vayas a volver de una salida.
- ¿Pero a dónde voy a salir? No sé qué hacer, no entiendo tus palabras…
Amai frunció un poco el ceño, mirando hacia el frente.
- Los Lilin siempre han sido criaturas curiosas, pensantes. ¿Por qué esto, por qué lo otro? De ahí vinieron los filósofos, como Sócrates o René Descartes. Yo considero que tú eres un Lilin especial.
- ¿Por qué? No tengo nada de especial. Maté a la chica que amaba.
- Pero en tu corazón, sabes que ella te perdonaría.
- No lo sé…
- Si la amaste de verdad, desde su cuerpo hasta su alma, sabes que ella te acariciaría y te abrazaría, te diría que todo está bien. El amor no es ciego, pero es incondicional. ¿Sentiste que estaba bien?
- No.
- Entonces ella debe saberlo. Confío, no, estoy segura, de que la muerte le brindó una epifanía divina para darse cuenta de que no tenía nada que temer, y que en verdad se amaron el uno al otro.
- ¿Yo la amé y… ella me amó? – Murmuró Kentaro, con un atisbo de esperanza, porque eso siempre fue lo último que le tocó perder.
- Sí. – Amai sonrió una vez más, con sus ojos cristalizados por lágrimas que amenazaban por salir. – Tu corazón es frágil, y así era el de ella. Ahora, vivirás, pero no resguardarás tu corazón lejos de los demás por miedo a salir lastimado como el día de hoy. Prométemelo, porque es lo que debe suceder.
- ¿Qué voy a hacer con esta culpa…? ¿Seguiré cargando con ella hasta que se desvanezca?
- Jamás se desvanecen, esas banales pero cruciales rocas en la espalda. Pero tú, tú vas a cargar con ese peso.
Con eso, Horumichi Amai caminó hacia adelante con las manos en los bolsillos de sus pantalones, y luego de sonreírle a Kentaro una última vez, caminó hacia la derecha y desapareció con las siguientes palabras.
- Mira el teléfono.
Kentaro se quedó en total estupefacción al ver desaparecer a la chica de piel pálida y cabello grisáceo.
- "Tú vas a cargar con ese peso."
Sus manos eran lo único que cubría los ojos del jovenzuelo de cabello castaño.
En esa pesada lluvia fría y despiadada, en ese glaciar que había creído que era su corazón, el hielo se rompió al leer las llamadas perdidas de sus compañeros de cuarto en su celular.
(Música: La misma, min 12:40)
Apretó las manos con fuerza formando dos puños, y comenzó a esprintar de camino al departamento de Artorias.
Cuando llegó a la puerta de entrada, golpeó fuertemente unas cuantas veces, hasta que Artorias le abrió la puerta.
- Kentaro-
El chico, mojado de pies a cabeza y con su flequillo tapando sus ojos, se abalanzó sobre su guardián y lo abrazó fuertemente.
Hasta Pen-Pen metió la cabeza por fuera de la heladera, y fue a picotear a su segundo dueño masculino en la pierna afectivamente.
Artorias apretó los labios al ver a Ishiki, todavía tenía miedo.
- A-Artorias… No hace falta.
El adulto trató de contener las lágrimas, y acarició la cabeza de su protegido.
- Estoy en casa. – Murmuró Kentaro, gimiendo mientras que renovadas lágrimas de todo lo que sentía bajaban por sus mejillas.
- B-Bien… Bienvenido.
A la distancia de otro cuarto, Riley estaba escuchando todo detrás de la puerta de su habitación.
- Así que el idiota regresó. – Susurró, apagando su computadora, la cual paró de emitir una canción de rock vieja que parecía haber estado escuchando.
La alemana sonrió levemente al oír al chico, a pesar de lo conflictuada que se sentía con respecto a él.
Entonces, sintió un toque en la puerta, y vio a Kentaro después de casi veinte horas.
- Riley… - Suspiró el castaño, agarrándose de las rodillas con cansancio y pasándose una manga por la frente para secarse el agua de lluvia.
Entonces, colapsó en brazos de la pelirroja, quien terminó por negar el shock que sentía al verlo tan débil, y en lugar de gritar, patearlo o insultar su mal comportamiento, hizo algo que Kentaro no esperaba de ella desde hace mucho.
Le tomó de las manos y las levantó, juntándolas.
- Cuando tus manos están juntas de esta forma, significa que estás rezando. Mi madre solía decir que los que creen en Dios rezan por un lejano futuro mejor. Wenn Sie sich von uns beim Beten helfen lassen, damit Sie glauben können, dass eine bessere Zukunft eines Tages kommen kann. (Si dejas que te ayudemos a rezar para que puedas creer, puede que ese futuro mejor llegue algún día.) – Proclamó la alemana con una sonrisa.
No era ni de cerca lo que el chico estaba necesitando oír, eso ella ya lo sabía, pero… Era algo que había estado queriendo decirle desde hace mucho, para que dejara de estar tan triste.
Y cuando él levantó la cabeza y trató de esconder sus lágrimas otra vez al sonreír con melancolía, ella supo que el mensaje le había caído bien, aunque no sabía cómo había sido capaz de entender la parte en alemán.
Un par de horas más tarde, Meiko condujo en motocicleta hasta llegar al departamento de Artorias a las tres de la mañana, encontrándoselo a la entrada.
- Hey. Me estabas esperando, ¿no? – Preguntó la espía.
Artorias abrió la puerta levemente, y con una expresión culposa asintió.
- … Pasa.
Los dos adultos se sentaron en la cocina, con Meiko preparándoles un café a los dos para que ninguno terminara durmiéndose sin querer durante el intercambio que estaban por hacer.
- Entonces… ¿Por qué nos mentiste? – Preguntó Tatsumi, frunciendo el ceño.
Artorias se puso una mano en la frente, y suspiró.
- No quería que Kentaro-kun se enterara. Te mentí porque sabía que ibas a estar con él ese día. – Confesó.
- ¿Por qué no querías que se enterara?
- Sabía que le molestaría la decisión. Sabía que le preguntaría a todo el mundo por qué él había sido el único en quedar fuera de esta operación. Sabía que… Le causaría dolor. Intenté considerar sus sentimientos, y terminé arruinando todo. Eso creo.
Meiko le puso una mano encima de la suya propia, cosa que sorprendió a Artorias.
- Entiendo, pero ahora… Supongo que sabes las consecuencias que tiene dejar que los sentimientos se metan en tu camino durante la guerra. – Comentó Tatsumi suavemente.
Artorias asintió, y apretó un puño sobre la mesa.
- No sé qué hacer con ellos… Siento que no les estoy dando la atención que merecen, Mei.
- No puedo decir que eso sea mentira. Sin embargo, si necesitas a alguien que sí sepa qué decirles… Solo diles lo que yo diría. – Sonrió Meiko, con un poco de humor, cosa que también provocó la risa de Artorias. – No, en serio. No podré estar aquí por mucho tiempo, Artie. A partir de mañana, tendré que irme.
- Mei… ¿Por qué? – Preguntó Artorias, preocupado.
- Mira. SEELE es cruel. Ya no le sirvo a Ishiki. Tengo todo lo que un espía podría tener para saber la verdad detrás del Segundo Impacto. Tengo todas las de morir si algún espía enemigo llega a cruzar caras conmigo. – Explicó Meiko.
- ¡P-pero…! ¡Quédate! Puedes vivir aquí.
- ¿En este apartamento? Pff, no hay espacio. En tu piso, quiero decir. Si viviera en alguna otra parte, sería lo mismo de siempre. Vivo en donde pueda. Estoy bajo vigilancia de todo el jodido mundo, en cada rincón del país, menos aquí. Aquí mismo, es donde debería quedarme. Pero no lo voy a hacer. Porque no quiero que los maten a ustedes. Y no, no voy a morir. Yo sé lo que hago.
Artorias miró hacia el suelo, frunciendo el ceño levemente, y apretando las manos hasta formar puños.
(Música: NGE OST – Those women longed for the touch of other's lips, and thus invited their kisses)
- Si algo pasa… Si algo malo te sucede… Yo quisiera… - Murmuró, y miró a Meiko a la cara.
- Ya lo sé, tonto. No tienes que decirlo, solo hazlo. – Sonrió Tatsumi, tomándolo del lado derecho de la cara. – Eres valiente, y cuento contigo. Recuerda eso.
Entonces, con sus rostros acercándose lentamente, la revitalizada pareja se besó en los labios, volviendo a encender la llama de la pasión que alguna vez en el pasado se habían tenido el uno por el otro.
Aquella noche, los dos adultos terminaron haciendo el amor, luego de tantos años de esperar por volver a los brazos del otro…
Meiko y Artorias dejaron que los pilotos descansaran por el resto del día, pero a la mañana siguiente, se requirió urgentemente la presencia de Kentaro en el cuartel.
Kentaro se despertó luego de varias horas, y chequeó el teléfono en su pared, pues el contestador estaba brillando.
Tenía unos pares de mensajes grabados.
- Oye, Ken, somos Kou y Tai, porque si separábamos la llamada uno por uno no iba a salir tan bien y aparte iba a costar un dineral. Nada… Queríamos decirte que, mierda, debe haber sido duro, lo de Sayori. Lo sentimos por no haber estado ahí para ti cuando sucedió. – Decía Kouta.
- En serio, no tenemos excusa, amigo. Pero… Queremos que no decaigas. Sabes que tienes nuestro apoyo. Y… Cuando todo esto termine, si quieres, podemos salir a comer al local de la mamá de Reiko. Ella se ofreció. Y nada, por ahora, solo eso. Sigue adelante, haz lo que sea necesario. Te queremos, amigo.
Y se cortó la llamada.
Kentaro sonrió un poco, y se levantó cuando oyó la puerta siendo tocada, presumiblemente por Artorias, con lo cual fue a recibirlo.
- Te necesita el comandante. – Explicó el Mayor de NERV.
Ishiki asintió, y caminó hasta la salida de la residencia Armael, aunque fue detenido por Riley.
- ¿Qué sucede? – Preguntó Kentaro, volteando hacia la pelirroja, quien venía con un bento en la mano.
- Oi, toma esto, es comida de mi país natal. Te levantaste tarde así que te perdiste el desayuno. Nadie querría verte morir de inanición antes de llegar vivo a casa, täuschen. – Sonrió la alemana, pegándole un ligero golpe en el hombro.
Kentaro respondió con una leve sonrisa condescendiente, y aceptó el regalo, guardándolo en un bolsillo de su pantalón.
- Gracias por la comida, de antemano. – Comentó con seriedad, volteando y caminando fuera del departamento.
Riley cerró la puerta y suspiró, mirando a Pen-Pen y agachándose a su nivel.
- ¿Crees que estará bien?
- Wark.
- Yo tampoco…
El chico fue acompañado por Meiko, ya que Artorias estaba bajo un congelamiento de su tarjeta de identificación, un plan ideado por Rintaro para que no se notara que sabía que le había mentido a su hijo, manteniendo la apariencia de un comandante estricto y duro.
En la puerta de entrada, Tatsumi tomó a Ishiki del hombro.
- Oye, chico.
- Dígame.
- Sin importar lo que vaya a pasar a partir de ahora, hay algo que debes aceptar.
- Hay muchas cosas, lo sé. Pero… ¿A qué se refiere?
Meiko tragó saliva, y frunció el ceño.
- Nada es lo que parece, para empezar.
Bueno, eso era duro, pero seguramente no se comparaba al resto de cosas que estaba por escuchar.
- Kentaro, ¿tú crees en ti mismo?
- … Lo intento.
- Deja de intentarlo y hazlo. Lo necesitaremos. Todos.
- … Es un poco egoísta de parte suya decirlo. – Gruñó Kentaro.
- Lo sé, pero no te preocupes, me pasa todos los días. Una última cosa… Enfrenta tu pasado. Eso lo necesitarás más tú que nadie.
Kentaro apretó los puños puestos al lado de su cintura, junto con los dientes, y levantó la cabeza.
- Adiós, por ahora. – Dijo.
Se dio la vuelta, y comenzó a caminar hacia NERV.
(Música: NGE OST – The Day Tokyo-3 Stood Still)
Las paredes estaban tan faltantes de algún color llamativo como siempre.
No había absolutamente nadie en todo el cuartel, pero era de esperarse, era sábado.
Kentaro parecía haber sido estrictamente requerido en el lugar, pues la llamada había sido específicamente por el Comandante.
Bajó las escaleras oscuras hasta la mitad entre el Dogma Central y Terminal, un lugar que parecía una mazmorra dentro de un castillo más que una simple caminata de escalones de hierro gracias a las anticuadas velas en sus paredes con escaleras de patrón caracol, y encontró la oficina de Rintaro.
La puerta le fue abierta al instante, y el chico se metió en la zona.
El suelo era de color negro, con un plano blancuzco del Árbol Cabalístico de la Vida que corría por el piso tanto como por el techo, y las ventanas eran de cuatro metros de alto y aproximadamente 20 de ancho, extendiéndose a cada lado de la pirámide que constituía el cartel y separando las tres ventanas con líneas negras de hierro.
- Piloto Ishiki Kentaro. ¿Sabe por qué está en este lugar?
Kentaro no respondió.
- Se ha decidido que será encarcelado durante un tiempo indefinido y la Unidad-01 que pilota será puesta en estado criogenizado. Esto debido a contables factores como los siguientes; insubordinación severa, intimidación tosca del personal, e utilización arbitraria de un EVA.
- Todas esas cosas… ¿Todo eso son crímenes? – Preguntó el joven.
- Es correcto. ¿Algo que decir?
Kentaro bajó la cabeza y entrecerró los ojos con molestia.
- ¿Por qué activaste el Dummy Plug?
- No había otra manera de hacerlo. Independientemente de lo que hiciera por su propia cuenta, habríamos perdido si no mataba al Ángel aplastando el Entry Plug. ¿Comprometería a la humanidad de esa manera? Eso no es algo que haría un miembro de NERV.
Kentaro casi se rió por la ironía. ¿Qué no NERV priorizaba la supervivencia de la raza humana más que la exterminación de los Ángeles?
- Sabes que no. De hecho, olvídalo, no lo sabes porque no me conoces, pero te lo estoy afirmando ahora mismo. – Refutó Kentaro, apretando los puños y confrontando a su padre por una vez.
Rintaro se mantuvo impasible, pero alzó la cara por encima de sus manos por una vez, y no se veía para nada satisfecho.
- Te ves molesto. – Gruñó Kentaro.
- Ve al calabozo. Estarás ahí hasta que el Comité decida qué hacer contigo. – Respondió Rintaro, casi gruñendo.
- ¿¡Qué derecho tienes tú de sentirte molesto por algo de lo que está pasando?! – Gritó Kentaro, antes de ser llevado fuera de la oficina por dos agentes del Departamento de Carcelería de NERV.
Rintaro miró hacia el techo, con la boca abierta y los brazos descansando en su asiento.
- No había otra manera.
Intentaba convencerse de ello…
Así estaban las cosas actualmente; un piloto en cuarentena por emergencia de contaminación, dos en perfecto estado, y uno encarcelado hasta nuevo aviso.
La moral del personal de NERV estaba hasta abajo, y solo daba la apariencia de que las cosas estaban por ponerse peor…
¿Cuál sería el siguiente paso de la humanidad en esta trágica historia de voluntad y desesperación?
