En bicicleta
El viento soplaba lento mientras caminábamos hacia el árbol donde se encontraba la bicicleta. Kikyō se detuvo al lado de ella. La inspeccionaba con unos ojos curiosos que me hacían sonreír. Parecía una niña esperando por probar su nuevo juguete.
—Qué pequeña… ¿Es el reemplazo de las carrozas? En tu época.
—No, esos son los autos. Esto sirve para una persona, o dos. Puedes llevar a alguien aquí atrás. —Le di unas palmaditas al portaequipajes.
—¿Autos?
—Um… Imagínate una carroza. Ahora ponle un techo. —Comencé a explicar, moviendo las manos para dibujarlo. Ella asentía—. Cuatro ruedas, un volante y eso es un auto. Es la versión mejorada de la carroza. Se mueve gracias a un motor a gas, ya no se necesitan caballos. Aunque en algunos lugares aún los utilizan.
—De verdad… qué curioso. Avanzaron mucho en tu época.
—No creas. Por ese mismo avance el mundo está muy contaminado. Y siguen avanzando, destruyendo todo a su paso, así que…
—¿Llegará el fin de los tiempos? —adivinó, fijando los ojos en la bicicleta. Tocó la campanita.
Yo dejé caer los hombros.
—Seguramente, algún día.
—Hm… Entonces, quizás te convenga quedarte en este mundo. Aún le queda mucho tiempo de vida. Si es que lo salvamos de Naraku, claro.
Esa noche no dejaba de estar llena de sorpresas. ¿Me estaba invitando a vivir en su época? A pesar de que yo era…
—¿Eso no te molestaría?
—¿Por qué lo haría? —Kikyō pasaba la mano por el caño de la bicicleta, luego por el asiento— ¿Y cómo uso esto?
Me crucé de brazos, reprimiendo una risita.
—¿Por qué quieres aprender? No digo que esté mal, pero me da curiosidad tu interés.
—Justamente por eso, curiosidad. —Me sonrió de una forma traviesa que me hizo descruzarme. Y sentir un cosquilleo en el pecho—. Soy muy curiosa.
—Eso es… ¡bueno! Me alegro por ti.
—¿Te alegras?
—E-Es decir… —¡¿Por qué demonios estaba tan nerviosa?!—. Olvídalo. Pasa una pierna por aquí. —Señalé el asiento de la bicicleta. Mejor saltaba a un tema que pudiera controlar—. Y siéntate mientras sostienes el manubrio.
Kikyō, muy obediente, pasó una pierna por encima del asiento y se sentó agarrando el manubrio con fuerza. Me miró con una carita ingenua que le hizo mal a mi corazón. Estaba esperando por indicaciones.
—Bien, lo más importante para andar en bicicleta es tener equilibrio. —Arranqué la primera lección con el índice en alto—. Si no lo tienes, considérate en el piso. Te caerás. Por eso es lo primero que tienes que aprender. ¡Ah!, pero es normal caerse las primeras veces. No le des importancia si pasa.
Asintió.
—Um… ¿Estás cómoda? —le pregunté al notar que se removía en el asiento, buscando una mejor posición.
—Me siento un poco baja.
—Porque el asiento está ajustado a mi altura.
Ella levantó una esquina de la boca.
—Enana.
Abrí los ojos de par en par. ¿Era esto un inicio de lo que sería una pelea muy falsa e infantil? Me apunto.
—¿Diiiscuulpa? Estoy pleno crecimiento. En cambio, tú te quedarás así toda la vi- —Oh dios. OH DIOS.
¡¿Se puede ser tan idiota?!
Me tapé la boca queriendo que la tierra me tragase urgentemente. Ella se mantenía seria, causando al suspenso que de por sí sentía una sensación de pánico total.
Pero entonces sus comisuras se arquearon.
Y se echó a reír.
Una risa fresca llenaba el bosque mientras yo trataba de levantar la mandíbula que se me cayó.
—Tienes un humor muy particular. Me gusta.
—¡N-No quería decir eso! ¡De verdad no quería! —Solo quería morir, eso quería—. Soy una estúpida. —Me tapé la cara por la vergüenza—. Es que estar contigo me…
«Me vuelve incoherentemente idiota»
—¿Me?
Kikyō se inclinó hacia mí sobre la bicicleta. Error.
—¡Cuidado!
La atajé por la espalda con una mano y sostuve el manubrio con la otra cuando perdió el equilibrio. Kikyō se observó en diagonal, luego me miró a mí.
—Esto no va a sostenerme mágicamente, ¿verdad?
—Primera lección aprendida. —dijo con esfuerzo. Me temblaban las manos de la fuerza que estaba haciendo por mantenerla derecha.
Ella esbozó una sonrisa.
—Gracias.
Luego de que aprendió a tener equilibrio con los pies apoyados en el suelo, pasamos al siguiente nivel. Agarré la bicicleta por el portaequipajes.
—Ahora, sube los pies a los pedales.
Kikyō me miró por encima del hombro. Un brillito inseguro escapaba de sus ojos. Quién iba a decir que alguien seria como ella podría hacer esas caras tan lindas, pensaba.
—Tranquila, yo la estoy sosteniendo.
Ella asintió. Subió primero el pie derecho al pedal, luego el izquierdo. Se quedó ahí, un poquito dura. Yo hacía fuerza en el portaequipajes para mantenerla derecha.
—¿Sientes?
—Me siento… en el aire.
—¡Exacto! Ese es el equilibrio. Así se siente cuando vas andando. Ahora empieza a pedalear despacio.
Kikyō me espió por encima del hombro otra vez. Yo reí bajito.
—No voy a soltarte. Daremos los primeros pasos así, ¿de acuerdo?
—Siento que me estás enseñando a caminar —bromeó, comenzando a hacer fuerza en los pedales. Yo vigilaba todo, atenta.
—Recuerda: primero el pie derecho, luego el izquierdo y así. Vas intercalando. Nunca al mismo tiempo. Trata de mantenerte derecha.
Kikyō asentía, concentrada, mientras comenzaba a pedalear. Yo caminaba atrás de la bicicleta, llevándola por el portaequipajes. Miré sus sandalias.
—Con ese calzado debe ser complicado… No vayas a romper la sandalia, no tengo una de repuesto para ti.
Ella sonrió con los ojos en el manubrio. Las ruedas lentamente avanzaban por la tierra. Yo levanté su mentón, sobresaltándola.
—Los ojos siempre al frente, sino te llevarás un árbol puesto. Si es que no atropellas a alguien.
—Esto es más difícil de lo que parece...
—Te acostumbrarás rápido, ya verás. Lo importante es no tener miedo. El miedo-
—Paraliza.
Asentí, complacida con la respuesta.
—Bien dicho.
Continuamos así un rato, yo llevándola por detrás y ella pedaleando por el caminito de tierra por donde vine. Me daba risa la situación. No por ella en sí sino porque, bueno, ¿la gran sacerdotisa Kikyō andando en bicicleta?, ¿y yo haciendo de sus rueditas? Vamos, era hilarante.
—Ya puedes soltarme. Quiero intentarlo sola.
—¿Segura? —Hm, es orgullosa. No me sorprende—. Bien, recuerda: si pierdes el equilibrio, baja un pie rápido para apoyarte en el suelo. Voy a empujarte un poco antes de soltarte, para darte envión. ¿Estás lista?
Asintió como si se estuviera preparando para una carrera. Sí que se lo estaba tomando muy en serio.
Comencé a impulsarla por el portaequipajes mientras ella mantenía los pies en los pedales. Primero despacio, luego más rápido. La solté.
Salió disparada.
Y yo con ella. Comencé a perseguirla.
—¡Eso es! ¡Lo haces bien, Kikyō!
De acuerdo, quizás fui demasiado positiva. Kikyō tenía una expresión rígida mientras andaba. Iba muy tensa. La bicicleta vibraba mucho, las ruedas no iban derechas sino que estaba zigzagueando. El terreno no ayudaba. Temía que se cayera en cualquier momento.
—Relaja los brazos, trata de ir más despacio. —le decía, trotando a su lado.
—Así es más difícil.
—Pero así aprenderás a tener más equilibrio.
Me miró de soslayo con recelo.
—Espero que cuando yo te enseñe seas igual de obediente.
Yo llevé una mano a la sien.
—¡Lo seré, Sensei!
Ella soltó una risita que yo correspondí sin darme cuenta de que, upsi, le hice perder la concentración al hablarle.
—¡Ah, cuidado con el árbol!
Kikyō volteó rápido al frente, pero no tan rápido como para esquivarlo. La rueda delantera se estrelló de lleno contra el tronco. Ella salió volando, mi alma se fue con ella. Literalmente.
—¡Kikyō!
Se estampó contra el suelo. Su rostro se mostraba adolorido. Enseguida me tiré de cabeza a su lado.
—¡¿Estás bien?! —exclamé, tomándola entre mis brazos. La rueda de mi pobre bicicleta giraba en reversa, moribunda.
—… Veo que sigues igual de dramática. —Ella se rascó la cabeza con indiferencia—. Solo fue una caída.
—Una dura —agregué, sacudiéndole la tierra de la ropa—. Hasta la cara te manchaste.
Yo trataba de sacarle una mancha de tierra de la mejilla. Kikyō se mantenía observándome con una ceja alzada.
—¿Quieres cargarme también?
—¿Huh?
Ella desvió la mirada con un dejo de ¿vergüenza, irritación? No lo entendía bien.
—Eres muy atenta… y cálida.
Tomó mi mano, que descansaba en su vientre. Presionó despacio. Mi corazón latió con fuerza al sentirla. Era un tacto tan frío…, pero dulce. Pasé la vista a sus ojos, los cuales no dejaban de mirar el agarre, pensativos. Yo me perdía en ellos con las palpitaciones en aumento.
«Contrólate. ¡Contrólate, Higurashi!»
Desconocía porqué un solo toque de su mano, así como también un solo cumplido, me generaba un nerviosismo importante. Kikyō siempre me puso nerviosa, pero hoy estaba tocando un techo en la materia.
—¿E-Es así? ¿Será que tendré fiebre? —Me toqué la frente con sus ojos volviéndose a mí.
—No, es otro tipo de calidez.
—¿A qué te refieres?
Kikyō sonrió suave y llevó una mano a mi pecho.
—A esto.
Tu corazón.
Continuará…
¡Segundo capítulo entregado! Sí, tremenda bizarreada Kikyo andando en bici. Si ella puede aprender, todos pueden aprender. He dicho.
Nos leémos prontito en el próximo capítulo. Adiosín!
