Abismo

«Los muertos también soñamos…»

Me dormí con esa frase en la cabeza. Recuerdo haber sentido una punzante tristeza antes de cerrar los ojos mientras era acobijada por quien fue por mucho tiempo un misterio para mí. Y a veces un mal trago.

Me resultó tan impactante esa verdad, tan mágica y triste a la vez, que soñé con mi propia muerte. Fue raro. Se dice que no te puedes morir en los sueños, siempre te despiertas antes. Pero yo me morí… a su lado. En la batalla con Naraku.

Me desperté tan agitada que casi la tiro del árbol. Kikyō ya estaba despierta, me sostenía con fuerza para que no me cayera mientras recuperaba el aire. La escuchaba preguntarme si me encontraba bien, pero yo todavía no me sentía en la realidad.

Me refregué la cara. La tenía cubierta de sudor frío.

—Lo siento, tuve una pesadilla.

—… Porque dormiste con un cadáver.

Ensanché los ojos. Lentamente comencé a girar el rostro hacia ella. Quedé dura ante lo que vi. No había expresión alguna en el rostro de Kikyō. Era como una muñeca sin sonrisa.

—¿No lo sabes? Si duermes al lado de un cadáver tendrás pesadillas. ¿Cómo no hacerlo? —decía, inclinándose hacia mí. En sus labios se iba formando una sonrisa maliciosa— ¿Acaso no es algo aterrador?

—Pero tú no…

—Yo no soy diferente a ellos. —Con los ojos señaló a los espíritus. Seguían en el campo de flores, deambulando con la boca abierta y a un paso moribundo—. De hecho, soy peor que ellos. Un cadáver viviente, una marioneta… Una aberración.

—¿Kikyō…?

Comenzaba a asustarme. No parecía ella.

—Y tú… solo eres una ilusa. —Con un desprecio que sentí, pasó la mano por mi mejilla. Apreté los ojos cuando me impulsó a ella por el mentón. Me clavaba las uñas en la piel—. Que cayó en mi trampa.

Di un último respiro antes de sentir un dolor agudo en el medio del estómago. Se clavaba en mí, lento y penetrante. Tardé un momento en entender lo que estaba ocurriendo, o quizás no quería entenderlo porque terminaría con el corazón roto. Tiritando, bajé la mirada. Mi mano temblaba mientras agarraba el mango del cuchillo que ahora formaba parte de mí.

—Por… ¿Por qué?

Sangre escapó de mis comisuras al hablar. Kikyō sonreía tranquila.

—Porque te odi-amo.

—¿H-Huh?

«¿Qué está pasando? ¿De dónde salió esa otra voz?»

Una voz distorsionada se colaba encima de la otra, como si viniera del más allá. Sonaba igual que la de Kikyō, pero no tenía la energía para confirmar si era ella. Incliné la cabeza sintiendo el asqueroso gusto dulzón de la sangre. El dolor en el centro del vientre se me hacía insoportable. Era tan fuerte que hasta me estaba adormeciendo, pero a la vez despertaba instintos que solo deseaban mi muerte para así dejar de sufrir. Afiné los ojos en su mano blanca manchada de rojo.

—Ki… kyō.

Arrastré su nombre con rabia. Mi vista se nublaba mientras, guiada por el dolor de la traición, perdía toda fuerza y comenzaba a caer hacia atrás. Quería desaparecer. Acelerar la muerte para no seguir viendo ese rostro que me causaba tanto dolor.

—Kagome…

Kikyō me seguía entre risitas, como si quisiera irse al abismo conmigo para continuar viéndome sufrir allá. Me tomó por las mejillas y se inclinó a mi oreja.

—Te amo, Kagome.

De mis ojos huyeron lágrimas antes de cerrarse. Allí, viéndola por última vez, entendí que en realidad no quería dejar de verla. Aunque acababa de ser traicionada por ella, quería seguir a su lado. Incluso aunque me estuviera dando muerte, quería ver a Kikyō una vez más en aquel campo de flores. Quería vivir esa mentira con ella.

Porque era más fácil vivir esa mentira que vivir sin ella.

Respiré de forma brusca, tal como quien resurge de un mar profundo.

Y entonces abrí los ojos de nuevo.

Me fui hacia delante de golpe. Allí quedé, respirando agitada. Pasé la mirada de un lado a otro. El bosque, el campo de flores. Me toqué el pecho. Corazón latiendo, bien. Aclarándome la garganta, miré hacia atrás. Kikyō durmiendo.

—¿Qué?

Durmiendo muy tranquilamente mientras yo acababa de tener la peor de las pesadillas. Mechones oscuros se resbalaban por su rostro. Todavía tenía las manos entrelazadas en mi vientre.

—Dios…

«¿Un sueño dentro de otro sueño? Denme un respiro»

Me refregué la cara. Otra vez, sudorosa.

—Recuérdame no oler esas flores de nuevo. —mascullé, pasándome la mano por el pelo.

Otra mano se deslizó por el largo.

—No fueron las flores.

Un escalofrío trepó por mi espalda ante aquella voz ronca que vino de atrás.

—Dormiste con un cadáver, ¿qué esperabas?, ¿soñar con angelitos?

Me volteé hacia Kikyō sintiendo un frío en la cara. Ella se estiraba tranquilamente, ajena a mi crisis.

—Dime que no me vas a matar.

Se quedó con los brazos en el aire. Una ligera sorpresa irrumpía a su rostro. Yo la esperaba en el lugar, tiesa. Al final, suspiró.

—Creo que los espíritus te afectaron con su energía negativa. Sacaron a relucir tus miedos más profundos.

—¡No tengo miedo de que me mates! —exclamé, girándome entre sus piernas. Ella me sostuvo por la espalda cuando casi termino en el suelo— ¡Si hasta quise quedarme contigo, tonta!

—… Buen día para ti también. —Levantó una ceja—. Tonta.

De acuerdo, ese no era mi mejor despertar. Ni mi mejor momento. Bufé.

—Lo siento, no quise soñar algo así. —Me tomé la libertad de apoyar la frente en su hombro. Ella me acariciaba la espalda de forma maternal a pesar de estar acusándola de asesinato—. El primer sueño hasta fue peor.

—¿Qué soñaste? —me preguntó, arrimándome contra ella, como si el contacto estrecho pudiera calmarme. Lo hacía.

—Que moríamos en la batalla con Naraku.

Sus manos frenaron de golpe. Comenzó a levantar mi mentón con un dedo. En sus ojos, inquietud.

—Cuéntame ese sueño.

Se lo conté aunque no me parecía de mucha importancia. Es decir, solo fue un sueño. Pero Kikyō temía que fuera una premonición.

—No es un problema para mí, dado que ya estoy muerta. Pero sí sería un problema para Inuyasha si tú desapareces.

Me decía mientras caminábamos hacia el campo de flores. Los espíritus ya no estaban. Solo aparecen por la noche, me dijo.

—¿Solo para Inuyasha sería un problema? —pregunté como quien no quiere la cosa, recolectando las flores que me indicó. Era mi turno de aprender.

Kikyō me observaba desde lo alto con las manos metidas en las mangas de su traje.

—... Sabes que no.

Sonreí, juntando el montoncito de flores que había recolectado. Me puse de pie y se las mostré. Aunque más parecía que le estaba ofreciendo un ramo de flores.

—¿Así está bien?

Kikyō detallaba el ramo con desconfianza.

—Vamos, no te estoy proponiendo matrimonio —bromeé. A lo que ella subió los ojos aún más desconfiada— ¡Solo tómalo! Ah…, ayer estabas mucho más amigable.

Ella pasó la vista al campo de flores blancas. Meneaban lentas por el viento cálido de la mañana.

—El efecto... Solo surte efecto de noche —dijo más para sí—. El paseo de los muertos.

Una sensación amarga me cerró el pecho al oírla. No vino sola, algo similar al miedo la acompañaba. Un extraño pánico de perderla comenzaba a molestar. Lo creía más aterrorizante que aquellas pesadillas, porque ese pánico no era algo de lo que pudiera despertar. Solo sucedía, y temía que siguiera un trayecto inevitable y lleno de obstáculos.

—¿Ahora te sientes incómoda conmigo? —le pregunté haciendo todo lo posible para que no se notara la pena en mi voz. Creo que no lo logré.

Kikyō, para mi alivio, volvió a verme con una sonrisa.

—De hecho, me siento mucho más cómoda que anoche.

—Entonces… —Le ofrecí el ramo de nuevo.

Ella suavizó la sonrisa y se inclinó hacia mí. Tomó el ramo rozándome suavemente las manos.

—Acepto.

Dijo cerca de mis labios. Y entonces comprobé que el pánico era real, pero que también tenía muchas formas. El que me agarró en ese momento fue distinto al anterior.

Miré para otro lado, sonrojada.

—Y ahora aceptas…, tonta.

Kikyō rio en un murmullo.

—Lo hiciste mal, por eso estaba viéndolo así. ¿Ves esto? —Señaló el tallo de la flor. Era entre verde y amarillento—. Estas flores todavía no han madurado, el néctar no servirá. Tienes que recolectar las que tengan el tallo completamente verde.

—Ah..., entiendo.

—Hazlo rápido. Es mejor que no estemos tanto tiempo en este lugar. —Observó los alrededores con sospecha—. Algo me dice que esta vez vendrán más temprano. Hay algo que desean. —Deslizó las pupilas a mí—. Tu energía.

—¿Tú no la quieres? Mi energía. —dije, agachándome para seguir recolectando. Kikyō se agachó conmigo.

—Ya tengo parte de tu alma, ¿te parece poco?

«Tiene un punto»

No sé qué tipo de expresión hice, pero cualquiera que haya sido generó en ella una necesidad de dar explicaciones.

—No te preocupes, tarde o temprano esta porción que tengo volverá a tu cuerpo. —agregó mientras me mostraba correctamente cómo extraer el néctar de los tallos. Presionaba firme y tiraba hacia arriba, desprendiendo el jugo.

—Pero para que vuelva… ¿debes desaparecer?

Asintió.

—Entonces no la quiero.

Sus ojos me miraron con sorpresa. Allí se quedaron, congelados en los míos. Cierta emoción yacía detrás de ellos; una especie de agradecimiento, pero con una pizca de enfado que no dejé que manifestara. Tenía una vaga idea del discurso con el que saldría. Digamos que su personalidad, aplicada al lado negativo, era fácil de leer. Su orgullo más.

—De todas formas, no es como si la necesitara. Con esta mitad estoy bien —dije, abriendo con los dedos un tallo— ¡Ah, este tiene néctar!

Kikyō volvió con delay los ojos a las flores. Parecía que iba a decir algo, pero al final no dijo nada.

Y por un buen rato.

En silencio, nos dedicamos a recolectar esas flores que de día servían a los vivos y de noche se convertían en un calmante natural para los muertos. Y para mí. Podría decirse que, gracias a la conexión que compartía con Kikyō, yo estaba medio muerta. Y ella medio viva.

Éramos la mitad de la otra.

Espié a Kikyō de soslayo. Buscaba entre las flores otras más pequeñas. Sus raíces son medicinales, dijo. Efectivas contra la gripe. Yo fui la primera en encontrarlas. Tomé una de esas florcitas. Era adorable, de pétalos amarillos. Me la guardé. Tenía un plan para ella.

Entre lección y lección, las horas pasaron. El atardecer comenzaba a derramarse sobre el campo, enrojeciendo a las flores blancas. Y entonces, al pensar en el pasar rápido del tiempo, me di cuenta de una cosa.

Inuyasha nunca me vino a buscar.

Me parecía raro que no viniera por mí. Él podía olerme a kilómetros, seguro sabía dónde me encontraba. ¿Será que también detectó a Kikyō y por eso no quería interrumpir? O tal vez tenía miedo de enfrentar tal escenario: sus dos intereses juntos. Apostaba más por la última opción. Como fuere, temía que Kikyō me echara en cualquier momento.

Ese día me recibí de bruja.

Porque apenas tuve ese pensamiento, ella me miró. Yo oculté rápido las manos detrás de la espalda. Kikyō levantó una ceja. Dejó pasar mi extraño comportamiento y habló.

—En un rato va a anochecer, es mejor que te vayas. No querrás vivir lo mismo de ayer.

Cierto. Ya no tenía excusas para quedarme. Y las que tenía no podía pronunciarlas, eran demasiado comprometedoras. Ni siquiera entendía bien porqué aún quería quedarme con ella. No era para huir de Inuyasha, eso lo tenía claro. Era más porque me gustaba estar con ella. Quería seguir conociéndola.

—Aunque pase lo mismo, tú me protegerás, ¿no?

Ella soltó una carcajada, como si hubiera dicho una estupidez.

—¿Por quién me tomaste?, ¿tu caballero protector?

—Caballera.

Kikyō sacudió la cabeza con una media sonrisa.

—Vuelve a casa, Kagome.

Aparté la mirada. Comenzaba a sentir el ya acostumbrado calor en las mejillas. En mi mano cerrada yacía algo que quería darle antes de irme, pero que no me animaba. Si seguía apretándolo con tanta fuerza lo rompería.

—Estoy… en casa.

Los ojos de Kikyō sufrieron una impresión. Yo le sostenía la mirada con toda mi timidez. Pasé la vista a mi mano. La abrí. Sus ojos se ensancharon aún más cuando tomé la suya y arrastré por el dedo anular un anillo de flores.

—A veces una persona puede ser tu casa. —Le sonreí—. Sin anillo no hay matrimonio, ¿cierto?

Kikyō no dejaba de mirarse el dedo anular con el labio inferior desprendido. Subió a mi rostro, tragando saliva. La vi pasar por su garganta. Yo levanté las manos con nerviosismo.

—N-No te lo tomes tan en serio. Estaba jugando.

«Creo…»

—Jugando… —Ella pasaba los dedos por el anillo hecho de una raíz finita. En el centro le había dejado una flor amarilla. Sí, soy muy buena en manualidades. He dicho—. Aunque sea un juego…, gracias. Lo cuidaré mucho.

Quedé abstraída en su sonrisa suave, en esos ojos profundos que contaban más que un agradecimiento. Un brillito, ocasionado por el rojizo atardecer, escapaba de ellos. Corrí la mirada. Mi corazón latía tan fuerte que dolía. Solo quería darle algo como agradecimiento por todo, pero quizás también…

—No estaba jugando. —murmuré antes de pensar.

Ella se inclinó hacia mí.

—¿Qué dijiste?

—¡N-Nada!

Se me estaba yendo el tema de las manos.

La primera estrella cayó. Era tiempo, debía irme de ahí antes de que los espíritus volvieran.

—Recuerda, las blancas suelen ser medicinales, las rojas venenosas. —Kikyō me daba las últimas lecciones sentada a mi lado entre las flores—. Antes de usar el néctar, siempre aplica un poco en tu mano. Si la piel se irrita, no es comestible. Si no se irrita, vas al próximo paso. Lo aplicas un poco en tus labios. —Me fui hacia atrás cuando llevó los dedos a mi boca. Deslizó el pulgar por el labio inferior, mirándolo penetrantemente. Yo estaba dura en el lugar—. Remojas los labios… y lo bebes apenas. Si luego de un rato sigues en pie, significa que puedes ingerirlo.

—E-Entendido.

Kikyō me sonrió y volvió a enderezarse.

—No siempre se encuentra esta clase de plantas medicinales. Recolectemos algunas más y vayámonos. Dentro de poco será la hora. Lo siento, aquí. —Se tocó el pecho.

—Sí…, yo también lo siento.

Me dediqué a juntar todas las flores y raíces que habíamos recolectado. Las ataba con un hilo para que fuera más fácil llevárnoslas. Mientras lo hacía, sentía una presión insistente en la nuca. ¿Era Kikyō?, ¿me estaba mirando? No lo sabía. Temía darme vuelta. No porque me estuviera mirando, sino por miedo a que no lo estuviera haciendo.

—Ah…

De pronto mi actividad se vio interrumpida por un paisaje hipnótico. La hora llegó. El polen comenzaba a desprenderse de las flores. Brillante, flotaba hacia la noche como luciérnagas. Yo lo seguía con la mirada. Olía bien, fresco, relajante…

—Así que esto es lo que olí anoche... —Mis ojos, al sentir un instantáneo letargo, rodaron hacia atrás. Sacudí la cabeza, desperezándome antes de caer en el efecto. Esta vez las estaba oliendo de muy cerca, sentía una cosquillita extraña en el pecho. Ese aroma suave se llevaba todas las preocupaciones como por arte de magia, las inseguridades también. Era tan relajante que incluso me estaba dando sueño. Apreté los ojos una y otra vez. No era momento de dormirme una siesta—. Kikyō, ya termi-

Me detuve al sentir un empujoncito en la cabeza. Luego, una respiración profunda.

—Tienes un cabello muy hermoso.

La escuché hablar en mi oído. Ella arrastraba las palabras con cierto placer.

—Huele bien…

Kikyō tenía la nariz enterrada en mi cabello, las manos apoyadas en mi espalda. Mi corazón aumentó tan deprisa las palpitaciones que por un momento dejé de respirar. Me di vuelta rogando no lucir el nerviosismo que sentía. Me topé con una mirada penetrante, perdida en mis ojos.

Su mano se elevaba lento hasta mi oreja mientras yo buscaba el vocabulario perdido. Ella deslizó una flor por el borde con una sonrisa.

—Te queda bien.

Llevé una mano a la flor que me había puesto de hebilla. Debía estar notándose la conmoción en mi rostro, porque el suyo borró la sonrisa para dejar en su lugar una expresión profunda.

—Kagome…

«Ah…, no puedo moverme»

Sentía cuerpo flojo al tiempo que Kikyō se inclinaba hacia mí. Me cubrió con sus brazos. Quedé sumida en su pecho, congelada en el momento. Ella me abrazaba fuerte, me apretaba contra su cuerpo como si quisiera fusionarse conmigo.

—Lo siento…, el polen —agonizó en mi oreja. La escuchaba tragar después de cada palabra, como si tuviera la garganta reseca—. Debe estar influyéndome.

El mismo sentimiento de decepción que tuve ayer regresó, y peor que nunca.

—Entonces todo esto sí es una mentira. Si no fuera por esta cosa… —Fruncí los dedos contra las flores.

—No. —Kikyō me tomó por los hombros, obligándome a verla de frente—. Te lo dije, lo único que hace el polen es calmarte. Hace un momento quise hacer algo, pero no pude hacerlo por temor.

—¿Temor?, ¿temor a qué?

—A ti. —Se acercó a mi rostro. Los ojos por un segundo me traicionaron, estacionando en sus labios—. A que me rechazaras porque lo creyeras extraño. Y no te juzgaría por eso, yo también lo creería extraño. Pero ahora que me siento calmada… puedo hacer lo que realmente deseaba hacer en ese momento.

Volvió a cubrirme con los brazos.

—Abrazarte —murmuró, descansando la mejilla en mi cabeza—. Lo único que hace el polen es hacernos más honestas con la otra, Kagome.

Arqueé las cejas en su pecho. Tenía ganas de llorar y no sabía bien la razón, más sí sospechaba que era por muchas razones. Una de ellas me estaba abrazando. Ser abrazada por Kikyō me embriagaba de súbita felicidad, y ese mismo era el problema. ¿Por qué me hacía sentir de ese modo un fruto prohibido como ella? Kikyō era un abismo en cuyo borde yo estaba parada. Esa era la sensación, una adrenalina constante por sumergirme en lo desconocido, una tentación encantadora, pero también un miedo latente a no resistir la caída tan alta.

Y a pesar del peligro, ahí estaba, subiendo las manos por su espalda, rindiéndome al sentimiento.

—Kikyō…, aún no quiero irme. Déjame quedarme un poco más —supliqué, doblando los dedos en su ropa—. Sé que habrá riesgos, pero… Perdóname, no entiendo porqué me siento así.

Ella me acariciaba la cabeza. Tardó en responder.

—Solo un rato más, ¿de acuerdo? Este lugar no es seguro para ti.

—Me echas pero también me abrazas… Eres muy injusta, Kikyō.

Ella reforzó el abrazo, como si se burlara de mis palabras.

—Lo siento.

Yo sonreí en su pecho. Una sonrisa que pesaba en las comisuras.

—Yo lo siento.

«Lamento sentirme así»

Continuará…


¡Capítulo cuatro entregado! Como dije, la historia la tengo terminada, por eso la estoy subiendo rápido (rápido para ser yo jaja).

A los que se pasaron, muchas gracias! :)

Juds93: Gracias amiga por seguir por acá! Aprovechá que me pintó la inspiración, no pasa seguido jajaja Hablamos después, un besito! Cuidáte!

nadaoriginal: La bicicleta nuuunca va a quedar en el olvido! Se tomó un descanso nomás, ya vas a ver (? jaja Gracias por seguir por acá! Me alegra que la historia te esté gustando. Te mando un besito!