Borderline

Han pasado unos días desde que vi a Kikyō por última vez. No voy a mentirme diciendo que no esperaba que ella me buscara, porque lo hacía. La esperaba, todos los días.

Pero no debía.

Lo que pasó allí fue un error. Yo soy un maldito error por fijarme en quien fue mi némesis en su momento. Algo está mal en mí, seguro.

Levanto la vista. Inuyasha camina con las manos hundidas en las mangas de la ropa. Sango va hablando con el monje Miroku, Shippo dormido en el canasto de la bicicleta. Yo atrás de todo decaída, tratando de no llevarme puestas las ramas de los árboles.

Inuyasha, a su forma, es decir fastidiando, quiso indagar en mi malestar. Le dije que no pasaba nada y se enojó. En realidad, viene enojado desde que "me perdí". Eso fue lo que le dije para justificar mi ausencia de aquella ocasión, que me había perdido en el bosque y que terminé en una aldea donde, muy amablemente, me ayudaron a encontrar el camino de vuelta. No me creyó. Desde ese momento está cortante. Cree que no confío en él. Y por eso va adelante de todo, caminando con cara de pocos amigos. Pero vamos, ¿cómo le voy a decir que pasé dos días cual velada con el amor de su vida? Y que, para rematarla, la besé. Se quedaría de piedra, por no decir que le explotaría el cerebro.

Suspiro, llevando la bicicleta sin ganas. La extraño y me odio por eso. Está mal lo que estoy empezando a sentir por ella. Es mi encarnación, es la mujer de Inuyasha, ¡se supone que yo estaba enamorada de él! Y, peor aún, está muerta.

Siempre apuntando bien en el amor. Felicidades, Kagome.

No es como si hubiera olvidado a Inuyasha. Pero resulta curioso que, si los pongo a él y a ella en una balanza, el lado de Kikyō tienda a subir. ¿Fueron realmente dos días suficientes para caer rendida ante ella?, ¿o es que, en realidad, ya venía viéndola con otros ojos en nuestros encuentros pasados? La segunda opción resuena con una fuerza peligrosa en mi corazón.

«Mentirme a mí misma no tiene sentido»

Sí, hacía un tiempo que venía observándola. ¡Pero no con unos ojos raros! Eran ojos de pura curiosidad. Mientras más me cansaba de las vueltas de Inuyasha, más la entendía a Kikyō y su necesidad de estar separada de él. Ella también debía estar pasándola mal con sus idas y vueltas, pensaba. Quizás no éramos tan diferentes como creíamos, quizás había una posibilidad de llevarnos bien. Y, no sé ella, pero que compartiéramos la misma alma me parecía una excusa más que viable para querer conocerla más. Todo empezó de ese modo.

Solo quería agradarle.

Una parte de mí siempre lo quiso; ganarme su respeto, de alguna forma. Detestaba esa parte, porque resaltaba que había un interés latente en mi corazón por alguien que, en su momento, no le tembló el pulso a la hora de despreciarme.

Me refriego la frente. Se me parte la cabeza.

Al final seguro terminé asustándola, generándole un rechazo inmediato a mi persona. Me dio la mano y le tomé el codo, eso es lo que pasó. Pero no es como si lo hubiera hecho apropósito, ¡mi maldito cuerpo se movió solo! No pensé, solo actué, pasando por alto sus sentimientos y cualquier coherencia existente en este mundo. Gran parte de mi persona quiso echarle la culpa, gritarle que todo fue una consecuencia de sus acercamientos, sin embargo, nada tardé en asquearme con el propio intento de encubrir mi acto nada noble. El mayor acercamiento lo di yo, no hay excusa para lo que hice.

Sacudo la cabeza.

Pero ya está. Ya la dejé atrás. Quizás no de la mejor manera, lo sé. Pero, si lo pensamos bien, le hice un favor. Al menos le ahorré ese momento incómodo de tener que rechazarme, yo tampoco tuve que escucharlo. Las dos salimos ganando. Frené esta locura a tiempo. Ahora solo quedaba seguir adelante como si nada hubiese pasado.

«Pero sus ojos al verme…»

Lucían tan desamparados…, incluso más que los de Inuyasha en aquella pasada ocasión. Me preguntaba porqué. ¡Era yo la rechazada! Yo debía lucir triste, no ella. Porque que no me correspondiera el beso solo podía tener ese significado: rechazo.

«Aunque tal vez haya otra explicación… ¡que no debe interesarme!»

Porque está mal lo que estoy sintiendo, cierto.

Me tapo la cara.

«Ayuda, se me está dividiendo el cerebro»

Sango me dice algo que respondo en automático. Me cuesta sonreír, ella comienza a notarlo. Le pido que no haga mucho escándalo por eso, que estoy en "esos días". Es mentira, no estoy indispuesta, solo no quiero hablar con nadie. Hace días que estoy así. Me pregunto cuándo se me pasará la rabieta.

Y las ganas de verla.

Me refriego los brazos comenzando a sentir un frío penetrante en la espalda. Me atraviesa como agujas. Raro, los demás parecen estar bien. Debe ser el cansancio. Hace horas que estamos caminando por el bosque. Está atardeciendo y yo solo quiero dormir en mi cama calentita.

«Podría volver a mi época unos días, no me vendría mal»

Inuyasha, como si oliera mi pensamiento, me espió por encima del hombro de mala gana. Le saqué la lengua antes de que volviera la vista adelante.

«Creo que no es momento de irme»

Agotada de mi desgracia cotidiana, harta de los propios pensamientos y de la encrucijada en el corazón, solté el suspiro más largo de mi vida.

Y entonces, como si me lo devolvieran, sentí un aliento frío en la nuca.

No llegué a darme vuelta que una mano me arrastró de lleno con ella, haciendo que tirara la bicicleta. Ah, y a Shippo.

—¡Kagome!

Parecía que Inuyasha me llamaba desde el interior de una botella gigante. Lo escuchaba lejos, opacado. Pero no. Era yo la que estaba dentro de la botella, y acorralada.

Por Kikyō.

Su mano descansaba a mi lado en el tronco de un árbol. En su rostro, seriedad. Un campo de energía cubría la zona donde me acorraló. Inuyasha y los demás pasaban al lado, pero no nos veían.

—¿Kikyō…? ¿Qué haces aquí?

Mi corazón latía tan rápido que las probabilidades de tener un infarto eran altas. A pesar de que la esperaba, no esperaba que realmente apareciera. Solo fue un deseo. Uno que, recién entendí, me venía siguiendo sin darme cuenta. El frío que sentí en la espalda… era ella. Un espíritu persiguiéndome.

—Vine a verte. —dijo.

Sus ojos lucían diferentes de la última vez, más vivos y firmes. Se me hacían hipnóticos.

—Pero el campo de energía… ¿Para qué encerrarnos aquí?

Kikyō se inclinó con una lentitud que se me hizo insoportable. Rozó mi nariz con la suya.

—Para estar solas.

Tragué pesado.

«No…, vete. ¡No quiero confundirme de nuevo!»

De verdad no quería. Solo quería regresar a mi adorada tranquilidad. Aunque ésta, viéndolo desde afuera, no tuviera nada de tranquila. No en medio de una guerra y saltos en el tiempo. Pero al menos antes no me sentía atraída hacia un cadáver. Ahora de verdad estaba pisando la maldita borderline.

—¿No pueden vernos? —pregunté.

—Ni escucharnos.

«Eso no suena bien. ¡Estoy completamente aislada!»

—Debes irte, a Inuyasha no le gustará esto. —dije, evitando sus penetrantes ojos.

Kikyō me devolvió a ellos por el mentón.

—¿Y cuándo me importó lo que ese hanyō pensara?

—¿Hanyō…? ¿Qué te pasa? —La empujé, ciertamente desorientada por el desprecio.—. Su nombre es-

—Hoy no quiero oírlo. —Ella me tomó por las muñecas. Poco a poco fue apoyándolas a los costados de mi rostro. Yo me vi un poquito aprisionada y entonces tuve que aclararme la garganta—. Hoy quiero hablar de nosotras.

—N-No hay un nosotras.

—¿Por qué saliste corriendo el otro día?

«Tenía que preguntarlo…»

—¿No es obvio?

Ella negó. Yo suspiré.

—Porque hice el ridículo. —mascullé entre dientes, mirando para otro lado.

Kikyō puso una expresión confusa. Acercó más el rostro, acalorándome en consecuencia.

—¿Por qué hablas para adentro? Así no puedo entenderte.

—¡Y por qué tú me tienes encerrada aquí!

—Para entenderte.

Pestañeé.

—¿Qué…? ¡Agh, olvídalo! Escucha, lamento lo del otro día. Perdí la cabeza, eso fue lo que pasó. —Ella, obediente, me escuchaba en silencio. Su rostro no contaba nada a pesar de la histeria que poseía al mío—. No quise hacer lo que hice.

—¿No quisiste?

—¡No! ¡No quise!

«Sí quise, y mucho»

Cerré los ojos rogando que ese pensamiento no se me escapara de la boca. Debía irme antes de perder el filtro.

—Mentirosa.

La miré casi indignada. "Casi" porque tenía razón. Kikyō me observaba con una ceja en alto, como si yo fuera poca cosa. Arrugué la frente.

—No voy a gastar mi tiempo convenciéndote, si es lo que piensas. Además, si te dijera que sí quise hacerlo, dime, ¿cuál sería tu respuesta? —disparé.

Ella tuvo un momento de suspensión en el que yo no respiré. No pasó mucho antes de que pusiera la misma cara triste de aquella vez. No la soportaba.

Sonreí de lado.

—¿Ves? No puedes responder. Olvídalo entonces, fue un error.

—Kagome…

—Los chicos me están buscando. Debo volver, abre la barrera. —Me solté de su agarre. ¿Qué mierda le pasaba? Venir a refregarme en la cara otra vez esa maldita escena como si no doliera.

Kikyō negó con la cabeza ante mi petición. Yo respiré hondo, llenándome de paciencia para que esto no terminara en una pelea sin sentido. Levanté el índice como si estuviera retando a un perro, y no me refería al perro que gritaba mi nombre en las afueras.

—Kikyō, abre la barrera.

—No quiero.

—¡Me cago en la…! —«¡¿Pero qué demonios quiere esta mujer de mí?!»— ¡Bien, entonces yo la romperé!

Amagué a golpear la barrera con energía espiritual, pero entonces Kikyō me tomó de la muñeca y me estrelló de nuevo contra el árbol.

—¿¡Qué te pas-¡hm!

Sus labios apresaron los míos con necesidad. La misma necesidad que tuve yo ese día de besarla. Me empujaba de la misma forma. No…, era incluso más intensa.

Demasiado intensa.

Puse las manos en sus hombros para apartarla. Ella cruzó un brazo detrás de mi espalda. Me apretó a su cuerpo destruyendo cualquier rastro de autocontrol que haya tenido.

—Esta es mi respuesta. —dijo contra mis labios temblorosos, para luego devorarme.

Mi espalda se resbalaba por el tronco mientras ella arrasaba con mi boca entre besos y suspiros. El modo urgente en el que me besaba no me permitía reaccionar. Me separó los labios a la fuerza. No llegué ni a respirar que su lengua ya estaba entrando. Helada, se enredaba con la mía buscando calentarse. Arqueé las cejas comenzando a sentir ese ya familiar revoltijo en el estómago. Mis manos temblaban a los costados de su cuerpo. No tenía la fuerza para empujarla, tampoco para abrazarla. Me sentía una muñeca rota entre sus brazos. ¿Por qué me podía tanto?

—Esto está mal... —agonicé en su boca, dejándome llevar por ella.

—Está bien…

Sus labios pasaban por los míos en suaves roces. Jugaba con mi lengua dentro de la boca, acariciándola en lentos vaivenes que hasta se hacían escuchar.

Un gemido, que rogué que no oyera, se me escapó. Tenía miedo de que mi rostro fuera el siguiente, que revelara lo bien que me sentía al ser besada por ella. La sensación era como si lo hubiera esperado toda la vida.

Kikyō me impulsó hacia sí por la mejilla, ignorando cruelmente a cada partícula explosiva que ese solo acto de dominio removía en mí. Ella seguía danzando contra mi boca, enlazando nuestras lenguas y saboreándome los labios como si fueran el fruto más jugoso que alguna vez haya probado. ¿Cuánto más iba a durar ese beso? Se me estaba acabando el aire. Y que Inuyasha y los demás fueran espectadores de éste sin saberlo me ponía aún más nerviosa. Me sentía desnuda frente a ellos. Si Inuyasha me descubría besando a Kikyō, ¿qué cara pondría? ¿Qué cara pondría yo? No tendría excusa alguna para escapar de esta.

—Kikyō, los demás…

—Olvídalos.

Ella no hacía caso. Estaba hecha una furia y yo no entendía porqué. Me besaba con fuerza, ahora pasando las manos por mi cintura de un modo que me hacía estremecerme. Sus dedos fríos trataban de colarse debajo de la playera. Se arrastraban hacia arriba por la piel, llevándosela. En uno sentí algo diferente: el anillo. Aún lo tenía, así como yo guardaba la flor que me regaló.

En un acto, que consideré de compasión, pues se estaba volviendo obvio que no podía respirar, Kikyō se despegó de mi lengua, dejando una clara evidencia de nuestro encuentro sostenida entre ellas.

—Quería verte. —murmuró en mis labios ya hinchados, aplastándome contra el tronco.

Yo me quedé respirando agitada, mirando sus ojos profundos. No sabía cómo controlar todo lo que estaba sintiendo. ¿O acaso debía dejarlo ser? Era la primera vez que sufría una emoción tan grande, sentía que no cabía en el pecho. Pero justo con ella… Tenía más de una razón para no dar rienda suelta a mis deseos, y todas eran más que viables. Una en especial se llevaba el premio a la más impactante.

—S... Soy tu reencarnación. —lo dije en una súplica, para que entendiera que esto de normal no tenía nada.

Y nada fue lo que conseguí.

—Mi linda reencarnación... —ronroneó, deslizando los dedos por mi mandíbula.

«Ah…, dios»

—E-Esto es producto de las flores, ¡no es real! —Luchaba contra mis sentimientos porque aún no podía creer que me sintiera así por ella.

Pero Kikyō sí que podía creerlo. Continuaba pasando un dedo por el borde de mi cara, ajena a cualquier tipo de pánico.

—Creo haberte dicho que era muy real. Además, no veo a ninguna flor aquí. —Alargó la sonrisa, traviesa—. El otro día te fuiste corriendo sin tener en cuenta mis sentimientos. Sigo teniéndolos aunque esté muerta, ¿sabes? —reprochó, apretándome por la cintura.

Yo ya estaba a nada de caer en una excitación peligrosa.

«No me toques así…»

—¿Cómo querías que no me fuera? No me correspondiste… ¡y me mirabas como si fuera una loca o algo así!

—Porque estaba sorprendida. No esperaba que hicieras eso, a mí... un cadáver. —Ella pasaba una mano lenta por mi mejilla. Su aliento me enfriaba los labios, aliviándome del calor pasado—. Me gustó, por eso me congelé. Pensé muchas cosas en ese momento, y todas rondaban en lo mismo: besarte de vuelta. —Depositó un casto beso en mis labios. Yo me achiqué en el lugar. No dejaba de sentir un nudo en el estómago—. Pero después pensé: ¿de verdad voy a arrastrar a esta chica a mi mundo? Con alguien como yo... no tendrás una vida normal. Ni siquiera estoy viva. Te mereces mucho más que un cadáver.

Una sonrisa lastimosa pintaba sus labios. Yo la admiraba comenzando a sentirme culpable.

«¿Por eso se veía tan triste? Todo este tiempo solo estuvo preocupada por mí»

—No es como si ya tuviera una vida normal…

Kikyō suavizó la sonrisa.

—Mi cabeza explotó en ese instante, Kagome. Tú te fuiste y yo me quedé con todo atorado en la garganta. Pero, al menos, tuve tiempo para pensar. Y en todo ese tiempo que no dejé de extrañarte, descubrí algo. Estaba siendo una hipócrita. Desde el principio yo nunca quise dejarte ir. —Tomó una de mis manos. La puso en su pecho. En su (no) corazón—. En ese momento, cuando te fuiste, atravesaste una barrera. ¿No te diste cuenta?

Parpadeé, recordando.

«Cierto, esa línea que vi en el cielo… ¡era el borde de una barrera!»

—Yo… puse esa barrera inconscientemente. Por eso Inuyasha no te encontraba, tal como ahora no puede encontrarte. —Miró al costado. Inuyasha gritaba mi nombre, saltaba por los árboles buscándome—. Cuando levanté la vista y vi la barrera que atravesaste, me asusté. No lo podía creer, te había encerrado en ese mundo conmigo sin darme cuenta. —Su sonrisa se achicó más—. Al final no soy diferente de esas almas en pena. Yo también quería atraparte en ese campo de flores para que no te fueras.

—Kikyō…

—Pero no fui consciente en ese momento, de lo adicta que me estaba haciendo a tu compañía.

Ella puso un brazo en el árbol, acercándose a mis labios. Yo ya no tenía la fuerza para resistirme. Solo quería que los tomara, que los partiera si así quería.

—Y tampoco… de lo mucho que empecé a desearte.

Apreté los ojos cuando me besó el cuello con suavidad.

—Quizás por eso insistía tanto en que volvieras con Inuyasha, porque sabía que si pasaba un solo minuto más a tu lado terminaría de hacerme adicta a ti. Pero qué ironía que mientras te echaba, otra parte de mí te encerraba en ese lugar. Estaba luchando conmigo misma —decía, arrastrando los labios por mi cuello. Yo lo torcía, sintiéndome frágil. Me hacía cosquillas, la mano que bajaba por mi cadera más—. Extraño, sentirme así en tan poco tiempo, pensé. Pero esto no es de ahora, tampoco de ayer. Todas las veces que me salvaste, yo… simplemente no pude dejar de pensar en ti y en tu calidez humana. —Apoyó la frente en la mía. Me parecía surrealista verla tan vulnerable—. No pensé que ese sentir se transformaría en esto…, de verdad que no. Solo sucedió.

—Kikyō... —Todo este tiempo estuvimos en la misma página. En sus ojos veía la misma sensación de irrealidad que yo estaba viviendo. El despertar de un sentimiento inesperado con la persona más inesperada; eso nos ocurrió—. Yo... tampoco vi venir esto.

«Por eso no sé cómo manejarlo»

En sus labios pálidos comenzaba a formarse una sonrisa tenue, aquella que solía invocar para tranquilizarme.

—Kagome..., vine aquí para decirte que me gusta lo que estoy sintiendo por ti. Quiero que siga su curso, descubrir aún más este sentimiento, por eso... me preguntaba si tú quisieras descubrirlo conmigo, aunque sea un mero cadáver.

La petición me rozaba los labios, una de sus manos se llevaba mis cabellos. Ella decidió arriesgarse, tomar el camino difícil.

Y yo no sabía qué decir.

La situación era, literalmente, increíble. Estaba tan feliz como estupefacta. Quería gritar que sí, que sigamos el maldito curso juntas, que me daba igual que estuviera viva o muerta. Sin embargo, el muy olvidado lado razonable que aún conservaba, me decía que esto era una locura, sin mencionar que estaba a nada de meterme en un gran problema con Inuyasha.

—Aún no es claro lo que sentimos por la otra. —dije, descubriéndome con la voz entrecortada.

—Lo sé… ¿Pero acaso sentir algo, por más mínimo que sea, no es un inicio? —Se llevó una mano al pecho—. Este deseo irrefrenable que siento por protegerte y… otras cosas, debe significar algo. Quiero descubrirlo a tu lado. —insistía, alargando la mano hasta mi cuello. Se deslizó por él causándome un escalofrío excitante que, de por sí, ya venía sintiendo por el "otras cosas".

Me preguntaba porqué esa mujer descontrolaba tanto a mis hormonas. Nunca me había pasado con nadie, ni siquiera con Inuyasha. Era cuestión de una mirada y listo, me prendía fuego. No era solo su belleza quien me conquistaba, su encantadora voz o esos magnéticos ojos. Era la actitud. Rebalsaba seguridad, coqueteaba con el peligro sin perder la dulzura en el habla. Lo peor es que me gustaba sentirme en peligro por ella.

«Estoy jodida»

Una expresión serena yacía en su rostro mientras yo sufría la angustia de no saber qué hacer ni qué camino tomar. Sentía la mente cargada por la cantidad de ideas caóticas que tenía relacionadas al futuro. En el Paseo de los muertos era todo más fácil de digerir. Aquí, en la realidad, elegirla a ella sería cambiar drásticamente de rumbo, incluso aunque tuviéramos la misma meta.

Volví al mundo del revés.

—¿Eres Kikyō, cierto?

Ella pestañeó. Luego soltó una risita.

—La misma.

—¿Entonces cómo puedes pensar en algo así con el caos que nos rodea? ¿Qué bicho te picó? Estamos a nada de enfrentarnos con Naraku, ¿y tú quieres… no sé qué conmigo?

—Justamente por ese mismo caos es que estoy aquí. —Puso ambas manos en el árbol, dejándome acorralada. Si es que ya no lo estaba—. En esta segunda oportunidad que se me dio me prometí vivir sin arrepentirme de nada. Porque vivir asustada…

—Es vivir sin vivir realmente…

Kikyō estiró la sonrisa. Se inclinó, uniendo nuestras frentes.

—No dejaré que Naraku me quite la felicidad de nuevo.

Ella parecía tener todo resuelto. En cambio, yo seguía navegando por aguas turbias.

—Kikyō, no sé si… Es decir, Inuyasha es-

Kikyō me acercó de golpe por la cadera. Su rostro contra el mío. Ya no lucía tan paciente.

—Ven conmigo. Yo te puedo proteger mucho mejor que Inuyasha.

«Ah… ¿y ahora sale con eso? En serio, va a matarme»

Sonreí de lado.

—¿Son esos celos?

—Lo son.

Me besó.

Y yo ya no pude decirle que no. Al menos no de la misma manera que antes.

—Esto es una locura…, no tiene sentido. —ronroneaba en su boca, subiendo las manos por su espalda.

—Lo sé…

Ella bajaba con las manos por la mía, rodeaba la cintura hacia adentro. Sus besos eran suaves pero a la vez tan fogosos e intensos... como ella. Mientras más conocía a su entera boca, más me quería quedar a vivir allí. Ya no estaba fría, ella se robó mi calor.

Así como también se estaba robando mi cordura.

Kikyō parecía desconocer los tiempos de una relación. Es decir, qué hacer y cuándo. Más sí daba la impresión de ser una muy conocida amiga del apuro. Sus manos, que iban y venían por mi cuerpo, llegando a zonas que jamás habían tocado antes, como las caderas, la espalda baja o la curva del cuello, comenzaban a sentirse peligrosas para mi virgen persona. Pero tal peligro no hacía más que excitarme. Luchaba contra esos pensamientos impuros que me atacaban, insinuantes, pero pocas ganas tenía yo de darles batalla. En medio de ese apasionado beso estaba descubriendo que yo tenía gustos claramente definidos: el peligro, los personajes con un pasado traumático y, de alguna manera, la muerte. Porque no dejaba de ser una realidad que estaba besando a un cadáver.

El más hermoso que vi en mi vida.

—Kikyō…

Me abracé más a ella sufriendo una fuerte necesidad de sentirla cerca, de fusionarme con su ser hasta explotar. Kikyō reforzó el abrazo, refregándose contra mi mejilla, pasando los labios por ella. Creía no equivocarme al pensar que estaba sufriendo lo mismo que yo. Y que, tal sentir, que se activaba en especial cuando nuestras pieles hacían contacto, no provenía solo de una atracción física o mental sino más bien de una conexión mística: nuestras almas bailando la una con la otra, girando en una espiral hasta volverse una.

—Kagome…

Sus ojos me veían como si me estuvieran adorando y yo no entendía el porqué de tal adoración. Solo era una simple mortal, ella era la única criatura mágica aquí. Si así podíamos llamarla…

—Eres hermosa —murmuraba, colocando un mechón detrás de mi oreja, acción que ya parecía ser una costumbre en ella. Su sonrisa de a poco se iba transformando en una mirada profunda—. Demasiado…

Volvió a mis labios, aprisionándome contra el árbol. Yo cerré los dedos en su espalda, nublándome. El fuego de ese día estaba regresando. Bajaba por mi pecho en un recorrido ardiente, insinuando llegar a una zona más delicada. Al menos no era la única en llamas. El aliento de Kikyō comenzaba a entrecortarse sobre mis labios, las manos ya no se mostraban tan puritanas, si es que alguna vez lo fueron. Una subía lentamente por el abdomen, se colaba debajo de la playera. Tirité al sentir sus dedos fríos cerca de los pechos.

—Espera…

—Lo sé…, lo siento.

Su respuesta fue un poco confusa para mi mente algo detenida. Pero cuando su mano volvió por donde vino, entendí todo. Fue básicamente eso, que se le fue la mano. Así como se le estaba yendo la lengua dentro de mi boca. Como si aquello pudiera compensar las ganas que tenía de tocarme, se enredaba cada vez más furiosa con la mía. Temía que en cualquier momento me la mordiera y al mismo tiempo quería que lo hiciera.

«Dios…»

Suficiente. Tenía que parar esa locura antes de que la situación se volviera irreversible.

—Tus labios son tan suaves…

Pero Kikyō seguía en su mundo, haciendo caso omiso a mis pedidos de auxilio, que morían en un gemido en su boca. La forma en la que ella suspiraba me generaba una puntada sostenida ahí abajo. Era tan aguda que desesperaba. El pensamiento de que terminaríamos desnudas en ese árbol como Adán y Eva tomaba fuerza.

—Kikyō… —Quise apartarla por el pecho, pero ella tomó mis muñecas con cierta rudeza. En su rostro vi que se movió sin pensar— ¿Q-Qué haces?

—… No lo sé. Lo siento, me cuesta parar.

Se apoyó en mi frente como si no pudiera sostener lo sentido. Mis ojos se perdieron en los suyos. Encontré en ellos una pizca de desconcierto, seguro de sí misma, pues nunca se había sentido así, pero también encontré un brillo cariñoso. Éste se mezclaba con el deseo que ambas estábamos experimentando por primera vez. Hacíamos lo imposible para contenerlo dentro del cuerpo, pero éste ya estaba dando claros indicios de que no podría contenerlo por mucho más. Era una sensación tan intensa y nueva lo que estábamos sintiendo que podía confundirse tranquilamente con el temor.

—Y-Yo aún no-

—¡Kagome!

El desgarrador grito de Inuyasha rompió el momento. Las dos lo miramos. Lucía más desesperado que antes en la búsqueda. Caminaba entre los pastizales cerca de donde estábamos, casi que nos chocaba. Los demás se habían ido a buscar por otro lado. De pronto él se detuvo. Movió la nariz, olfateando. Giró el rostro hacia nosotras.

—Este olor… —masculló, poniéndonos en alerta—. Estoy seguro, es Kikyō… ¡¿Kikyō, dónde la tienes?!

Kikyō chasqueó la lengua. Yo suspiré entre sus brazos, medio resignada y medio agradecida. Al menos Inuyasha me salvó de convertirme en Eva demasiado pronto.

—Nos olió. Era cuestión de tiempo. —dije.

Kikyō reforzó el abrazo.

—Pero sigue sin vernos.

—¿Y? Ya sabe que estás involucrada. ¿No se te ocurre lo que va a hacer ahora?

Ella volvió el rostro. Tenía una carita ingenua.

Yo bufé.

—Volar todo a su paso hasta encontrarnos.

Inuyasha sacó a Tessaiga.

—¡Kikyō!

Sacudió la espada con brusquedad. La ventisca rozó la barrera, haciendo que todo dentro de ella temblara. Nosotras también. Kikyō me acurrucó en su pecho mientras hacía todo lo posible para que el campo no se disolviera. Lo veía en sus ojos duros y concentrados.

—¡Se romperá!, ¡no estás usando todo tu poder! —exclamé comiéndome mis —y sus— pelos por el viento cortante.

—Porque estoy ocupada abrazándote.

—¡Entonces suéltame!

—No…

Kikyō me abrazó más contra el árbol. Tenía los ojos cerrados en mi cabeza, como si estuviera resignada a desaparecer allí conmigo. Yo, más que temerle a la muerte, temía ser emboscada por Inuyasha. Y sospechaba que ese fuera el nuevo plan de Kikyō.

Que él nos viera así.

—Ki-Kikyō, ¡yo todavía no acepté tu propuesta! —Sí, sé que la besé y todo eso, ¡pero de verdad aún no había decidido nada! Todo pasó muy rápido…

Inuyasha se volteó hacia nosotras cuando la barrera parpadeó por el golpe recibido, volviéndose visible por un segundo.

—¡Lo sabía!, ¡hay una barrera! —exclamó él, proclamando nuestro futuro fin— ¡Kagome! ¡Si estás ahí, responde!

Agitó de nuevo a Tessaiga. Esta vez la ráfaga se estrelló directo contra la barrera. Kikyō y yo caímos al suelo por el terremoto. Terminé en la peor posición posible en caso de ser emboscada: a ahorcajadas de ella. Kikyō me sostenía fuerte para que no me desarmara por el temblor.

—Es todo, nos encontrará. —dije con pánico.

Ella bajaba una mano por mi espalda. Tenía una ceja en alto.

—¿Y cuál es el problema?

—¡Que estoy abrazada al amor de su vida, ese es el problema!

Y entonces escuchamos otro problema. Un crujido. Chiquito pero letal.

Subimos los ojos. La barrera se estaba quebrando. Poco tardaría en desplomarse por completo. Nos miramos. Kikyō, para mi sorpresa, sonrió.

—Parece que tendré que irme de aquí sin una respuesta —comenzó a decir, apoyando una mano en mi muslo. Yo tragué pesado— ¿Es esto una especie de venganza por lo del otro día?

—¡L-Lo es, sí! Esta vez te toca a ti esperar.

Ella arqueó una comisura, haciéndose la enojada. Miró al costado. Inuyasha se preparaba para lanzar otra ráfaga.

—El amor de su vida… Eres bastante ingenua, ¿lo sabías, Kagome?

—¿Disculpa?

No llegué a manifestar el fastidio que ella se inclinó a mi oreja. Subía lentamente la mano por mi muslo. Me estremecí cuando la sentí rodearme el trasero debajo de la falda.

—O-Oye.

—Vi todo gracias al vientito de Inuyasha... ¿Debería agradecerle o recriminarte que llevas una falda muy corta?

—¡Deberías sacar la mano, eso deberías hacer!

Kikyō soltó una risita en mi oreja, erizándome cada cabello existente.

—En el próximo pueblo, al norte... estaré esperando tu respuesta. Ven sola.

Eso no sonaba bien. No con su mano en mi trasero.

—¿Pero cómo sabré dónde estarás? —pregunté, tratando de ignorar a esos dedos traviesos.

—Lo sabrás… aquí. —Puso la otra mano en mi pecho—. Después de todo, tú y yo estamos conectadas.

—Kikyō…

Ella suavizó la sonrisa y me dio un último beso. El más dulce de todos. Solo un toque de sus fríos labios fue suficiente para que todas las inquietudes desaparecieran, al menos por un rato. Era un hechizo más fuerte que el del Paseo de los muertos.

Se desprendió suavemente de mis labios. Yo no llegué a abrirlos para llamarla que puso un dedo en ellos.

—Te estaré esperando.

La barrera se terminó de quebrantar.

Estalló en mil pedazos.

Y ella desapareció.

—¡Kagome!

Me quedé sentada sobre el césped, mirando al árbol en vez de a sus ojos. Detenida, muy detenida estaba. Sentía a Inuyasha moviéndome el hombro, preguntándome si me encontraba bien y a dónde se había ido Kikyō.

Yo levanté las cejas y, aún con la mirada ausente, dejé caer los hombros.

—Se esfumó. Puff…, así de la nada. Como un fantasma.

Como si nunca hubiera estado allí.

Pero lo estuvo.

La prueba la tenía yo, en los besos que marcó a fuego en mi piel. Y la respuesta que ella quería… posiblemente también ya la tenía.

Continuará…


Dejo el capítulo seis por acá ;) Hablando de eso, no quedan muchos capítulos. Como avisé al principio, esta es una historia cortita.

Y muchas gracias por leerla, gente linda!

nadaoriginal: Muchas gracias por seguir por acá che! Ya se activó el drama, como debe ser xD Sin drama no existo. Te leo en el próximo capítulo, un beso!

Chat'de'Lune: Essstimada, muchas gracias por seguir por acá! Nuestra pobre Kagome sufrió un pequeño percance. Pero sabemos que si algo le sobra, son ovarios. Falta que los encuentre nomás para volver al ruedo. Te leo prontito! Te mando un beso y, como siempre, namaaastee.

Juds93: Amigaaza, otra vez por acá! Prontito voy a terminar de publicar esta historia. Sí, a la velocidad de la luz jaja Me alegra que leerla te haya ayudado a soportar dificultades de la semana :) No hay nada mejor que distraerse un poco de la rutina. Te leo en el próximo, entonces. Un besote!