Entre mentiras y flores

Hundida en una crisis lo suficientemente visible como para que la gente se me quede mirando, ahí estaba yo, tiesa sobre una colina con mi siempre compañera: la bicicleta. Hacía más o menos media hora que estaba parada frente al pueblo que me indicó Kikyō.

No es como si hubiera pensado bien cuando terminé aquí. Pasó solo un día, un maldito día, desde el encuentro con Kikyō. Mi ansiedad no toleró ni siquiera ese día. Me estaba volviendo loca teniendo ideas apocalípticas, sueños vestidos de blanco y deseos que consideraba impropios viniendo de mi persona. Aquello último me llenaba de plena vergüenza. Para mí era una desorientación total el hecho de que me interesara, no una mujer, sino esa mujer. Nuestro encuentro me dejó con secuelas tanto físicas como psicológicas. Ella cruzó una línea, provocando que mi atracción antes meramente infantil se convirtiera en un sentimiento tumultuoso y hasta asfixiante. Recién descubría yo que desear lo incorrecto con tanta fuerza podía causar tanto dolor como adrenalina. Aquella emoción secreta me hablaba a través de voces maliciosas, pues no dejaba de sentirme culpable, pero a la vez aquella culpabilidad era lo que le daba el toque final al sentimiento, terminando por hacerme sentir una emoción desbordante. Era como un grito constante atascado en el pecho. Me preguntaba si así lo había planeado ella, si me acometió con todo lo que tenía para deshacer cualquier registro moral que habitara en mi mente. Si ese fue su plan, tuvo éxito.

Estaba hecha un desastre.

No podía seguir en el campamento con mis amigos teniendo la cabeza en tal caótico estado. Debía enfrentar lo que me pasaba para volver a ser yo.

En otras palabras, debía enfrentarla a ella.

Por eso fue que, con mucho disimulo, agarré a mi única confidente por el brazo y la alejé del grupo mientras seguíamos viaje por el bosque: Sango. Avergonzada, le conté todo. Bueno, "todo". Omití algunos detalles, como que nos habíamos besado y que quizás... No, posiblemente. De acuerdo, ¡era más que seguro!, que sintiera cierta atracción hacia esa sacerdotisa. Y que por eso tenía que ir a verla con suma urgencia, para terminar de entenderme a mí misma.

Su boca no hacía más que abrirse mientras le explicaba todo. No me creyó al principio, pensó que estaba bromeando. Hasta que me vio a punto de llorar en una pequeña crisis que me agarró por el tema en cuestión.

Sí, Sango, estaba hablando muy en serio.

Por suerte, luego de superar la conmoción, me apoyó como la buena amiga que era. Diría que hasta aflojó un poco la culpa que sentía por estar interesada en la misma mujer que Inuyasha. Ella dijo algo como que sería el final ideal para nosotras, es decir para Kikyō y yo, quienes habíamos sufrido demasiado por el mismo hombre indeciso. Yo le dije que tampoco fantaseara tanto, que aún no tenía las cosas claras. Y entonces ella respondió con un knockout definitivo:

—Si no lo tuvieras claro, no estarías yendo a verla tan emocionada.

La Kagome que conozco no le teme a las confrontaciones.

Me dejó pensando. Pensando y pensando hasta que llegué a esa aldea. Sango dijo que le dejara todo a ella, que pondría una excusa perfecta para mi "desaparición". No especificó lo que diría. Lo que fuere, no podía durar mucho tiempo. No con el olfato de Inuyasha.

Y por esa razón es que ahora me encontraba aquí, admirando la aldea desde la colina. El viento de la mañana resuena cálido en mis oídos, trayéndome el canto de los pájaros y la risa de los niños. Afino la vista y entonces la veo.

Kikyō.

Ella estaba en lo cierto. Fue cuestión de seguir a la intuición del corazón para encontrarla. Ésta me llevó a la colina más alta de ese pueblo, cerca de lo que me pareció una escuela. Estaba lleno de niños. Kikyō jugaba con ellos.

Dibujé una sonrisa abierta desde lo alto. Se veía tan natural con los niños, tan ella. Tenía una sonrisa hermosa, nunca la había visto sonreír así. Agarré la bicicleta por el manubrio y comencé a bajar la colina con un sentimiento de paz. Era similar al que me generaba el polen de esas flores mágicas, pero en esta ocasión se debía al cuadro que tenía enfrente. Un cuadro pacífico, sin guerras ni matanzas.

Kikyō giró el rostro cuando me detuve a unos pasos. Me sonrió. Los niños, que estaban haciendo una ronda alrededor de ella, se agarraron de su ropa al verme.

—¿Quieres jugar con nosotros? —me preguntó ella.

A lo que yo respondí estirando la sonrisa.

—Claro.

Poco tardé en darme cuenta de que esos niños eran huérfanos, víctimas de la guerra. La mayoría de los niños en este mundo no tenían familia, excepto los privilegiados. Todo estaba dividido entre la clase social más alta y la más baja. No había equilibrio como en el Japón actual. Al menos esa historia me vendían en la escuela. La realidad es que en la actualidad también había desequilibrio social, solo que ahora habían aprendido a esconderlo mejor debajo de la alfombra.

—¡Señorita Kikyō!

Un niño venía corriendo hacia nosotras. Estábamos sentadas sobre una colina menos empinada que la anterior, frente a la escuela. De madera despintada y puertas de paja, se veía tan humilde como toda esa aldea. Kikyō tenía un hilo grueso entre los dedos. Hacía formas con él, como la de una estrella, divirtiendo a los demás niños. Ese era un juego muy antiguo. Recuerdo que mi abuelo me lo enseñó.

—¿Qué te pasó ahí?, ¿te caíste? —le preguntó al niño.

El niño, con pecas alrededor de la nariz y una coleta, lloraba mostrándole el codo. Tenía un rasponcito. Kikyō le acarició la cabeza, para luego mirarme.

—¿Aún conservas el néctar que recolectamos?

—Ah, sí. Me quedó un poco. Usamos bastante el otro día —dije, buscando el frasquito en mi mochila amarilla. Esta vez había venido preparada—. Tuvimos un invitado inesperado.

—Me imagino quién. —respondió ella, aceptando el frasco. Lo abrió. Comenzó a untar el néctar en el codo del niño. Poco a poco dejaba de llorar.

—Du-Duele...

—Pronto pasará.

Me llené de nostalgia al verlos. El panorama me llevaba al recuerdo de aquel día donde, me atrevería a decir, nos conocimos por primera vez: en el campo de flores. Ella me curaba de la misma forma. Quién iba a decir que terminaríamos de esta manera.

Pasé la vista a una niña de cabello largo y castaño que estaba a mi lado. Boca abajo, dibujaba con unos crayones que le di. Hizo a dos chicas tomadas de las manos. Una tenía una sonrisa super ridícula que me hizo reír.

—¿Y esa quién es? —le dije.

—¡Tú!

—¿Yo? —Me llevé una mano al pecho, indignada—. Oye..., soy mucho más linda que eso.

La niña reía mientras terminaba de dibujar el cabello de la otra chica. Tenía el traje de sacerdotisa de Kikyō. Miré las manitos juntas de las dos.

«Los niños son tan inocentes...»

—¿Y la otra es...?

—¡La señorita Kikyō! —La señaló.

Ésta última se giró hacia nosotras.

—¿Qué sucede?

Se inclinó hacia la niña pasando por encima de mí. Me tembló una ceja cuando su trasero quedó en primer plano contra mi rostro. Sus generosas dimensiones se notaban incluso con ese ligero hakama puesto. Recuerdo haberme puesto el traje de sacerdotisa alguna que otra vez; mi trasero no lo rellenaba tan bien como el suyo.

—Vaya, pero qué precioso dibujo.

«Qué manera de mentir... Y yo que pensaba que era buena con los niños»

—¿Esas somos nosotras? —Puso un dedo en el papel, señalando a las chicas tomadas de las manos. Yo me sonrojé con ella encima. La niña, por su parte, asentía feliz—. Qué lindas. Nos retractaste a la perfección.

—Esa NO es mi cara, Kikyō. —comenté, empujándola para que se moviera.

Kikyō se enderezó con una sonrisa pícara. La dejó a escasos centímetros de mis labios.

—No me refería a la cara.

Mis ojos bajaron de inmediato a esa boca carnosa. Tragué saliva. Me costó pasarla. Los niños a nuestro alrededor se burlaban.

—¡Son novias, son novias!

—¡No lo somos! —exclamé, poniendo una mano entre nuestras bocas. Kikyō reía, sentándose a mi lado—. Pero qué les pasa a estos niños...

—No son tontos, eso pasa.

La espié de reojo. Ella volvía a jugar con esa cuerda entre los dedos. Miraba el horizonte con calma. Su perfil, así como el aroma a ropa limpia que emanaba, me envolvía en una suave nostalgia. Desde la primera vez que la vi, allá, estando yo atada de manos por la bruja que la devolvió a la vida, ese sentimiento ha estado presente. Me preguntaba la razón. Estar con Kikyō era como encontrarme con una vieja amiga que, en realidad, nunca existió. Supuse que esa era la magia de estar cerca de tu encarnación; imposible no sentir conexiones o incluso encontrar similitudes.

—Te gustan mucho los niños, ¿no? —le pregunté, abrazándome las rodillas—. Tienes ese tacto maternal... Lo sentí el otro día, cuando me curaste la rodilla.

Ella no contestó de inmediato. Sus ojos parecían nadar en recuerdos muy distantes, detrás de las colinas.

—Desde siempre los niños fueron los únicos que no me juzgaron. Ellos son sinceros conmigo, no esperan nada más que amor. En cambio, los adultos siempre pusieron demasiadas expectativas en mí.

—Entiendo... ¿Te hubiera gustado? Tener hijos.

Hice una pregunta insensible. Para cuando me di cuenta, ya era tarde. Sin embargo, ella no lo tomó así. Al contrario, me miró como si hubiera dicho una ocurrencia.

—¿Por qué preguntas en pasado? Aún me gustaría.

Despegué el mentón de los brazos con sorpresa. Kikyō pasó la vista a unos niños que jugaban a la pelota cerca de nosotras. Otros estaban investigando mi bicicleta.

—Hay muchos niños que quedaron solos por la guerra. Si pudiera cuidar de ellos, yo sería muy feliz.

—¿Estás hablando de adoptar?

Ella pareció meditarlo en el césped.

—Podría ser una opción... si sigo en este mundo.

—¡Seguirás! —exclamé, tomando sus manos en un arrebato—. Seguirás. No permitiré que Naraku te ponga un solo dedo encima.

Quizás fue solo mi imaginación, pero juré ver un pequeño sonrojo, no en sus mejillas, sino en sus ojos. De pronto estos se mostraban profundos, lo suficiente como para acelerarme las palpitaciones.

—Diciendo eso lo único que haces es que quiera descubrirte más. —murmuró, bajando la vista a mis labios.

Yo me los humedecí al notar las intenciones en sus ojos.

«Ah..., otra vez esta sensación»

Antes de poner alguna cara ridícula, volví a mi lugar con la cabeza gacha y los nervios a flor de piel. Kikyō se acomodó más cerca.

—Has venido como te pedí —dijo, apoyando una mano en el césped. Cerca de la mía— ¿Debo tomar eso como una buena noticia?

—¿B-Buena noticia?

—Sobre nosotras... —musitó, inclinándose. Me tomó la mano—. Me gustaría conocer tu respuesta.

—Ah..., eso. Bueno, yo... —Mis ojos no sabían dónde estacionar mientras un dolor punzante no dejaba de oprimirme el pecho. ¿Por qué era tan difícil decir lo que sentía? Oh, claro. Porque se trataba del antiguo (pero no por eso olvidado) amor de Inuyasha. No dejaba de sentir que estaba cometiendo la peor de las traiciones—. La verdad es que-

—¡Cuidado, señorita!

—¿Eh?

De repente vi negro. Y sentí un "crack" en la nariz. La pelota, que algún niño me arrojó, lentamente se resbalaba por mi rostro.

—Creo que... no más de dos.

Me fui hacia atrás, desplomándome en el césped. Y seguro con una cara de idiota.

Kikyō se inclinó hacia mí.

—¿Estás bien? Eso sonó duro. Ah, te sangra la nariz. —Pasó un dedo por debajo de mi nariz, limpiándome. Yo aún veía Kiraras corriendo en círculos— ¿No más de dos qué?

—Hijos. No tendía más de dos. —contesté con la nariz tapada.

Ella sonrió de lado.

—Para empezar está bien, me adaptaré.

—Bien... Espeda, ¿qué? —Me incorporé con los codos. Ella me apretaba la nariz para detener el sangrado. Me subió el mentón, haciéndome una señal de que no me moviera.

—Traeré algodón.

Bajó por la colina, dejándome sola —sin contar al niño disculpándose al lado— y en estado de alerta. ¿Acaso entendí bien?

«Ella... conmigo... hijos...»

Procesando...

—¡AÚN NI TE HE DICHO TE QUIEDO!

La gente de este mundo va muy rápido, es un hecho.

Luego de que Kikyō puso los necesarios algodones en los agujeritos de mi nariz, continuamos jugando con los niños. Como si nada hubiera pasado, como si ella no quisiera tener hijos conmigo.

—¡Ah! —Me llevé las manos a la cara cuando un niño me tiró un cacho de barro—. Tú...

El niño se descostillaba de risa en el suelo.

—¡Su amiga es muy graciosa, señorita Kikyō! ¡Hace muchas caras!

La nombrada tenía los ojos cerrados con calma. Descansaba apoyada en un árbol. Ya estaba atardeciendo y la energía de esos chiquillos no parecía agotarse con nada.

—Les dije que sería una buena idea traerla.

—Es todo. —Me saqué el barro de la cara. Se lo mostré al niño con una sonrisa retorcida que lo asustó—. Has empezado una guerra, pequeño.

Kikyō bostezaba en el árbol mientras yo daba la vida en esa guerra de lodo contra unos diez niños. La aldea estaba llena de risas, yo de tierra.

—¡Kikyō, ayúdame un poco aquí! ¡Me están ametrallando!

—Tú dictaste la guerra, ahora aguántatela.

—¿No son estos tus futuros hijos? ¡Ponlos en su lugar! —exclamé, para luego comerme un pedazo de barro— ¡Ugh!

—¿No son los tuyos también? Al menos dos de ellos.

—¡De día son míos, de noche son tuyos! —dije, corriendo hacia ella. Kikyō me miró con aburrimiento desde lo bajo—. Ahora es tu turno, bruja.

Le tiré barro en la cara.

Ella se pasó la mano por la mejilla y entonces supe que se vendría una venganza. Comenzó a ponerse de pie con los ojos terroríficamente abiertos y la cara negra.

—Oh oh...

Los niños se escondieron detrás de mí.

—Hizo enojar a la señorita Kikyō. —decía uno, agarrándose de mi falda llena de barro.

—La va a matar. —agregó una niña prendida a mi pierna.

—Oh vamos, niños. Ni que fuera un espíritu maligno. —Yo reía nerviosa con las manos en alto—. Ya no lo es, ¿cieeerto? —enfaticé para recordarle quién era hoy en día.

Ella subió una comisura, ensombrecida. Literalmente.

—Nunca dejé de serlo, mocosa.

Al final, quien ganó la guerra fue Kikyō.

Yo suspiraba llena de barro mientras ella me dirigía por la espalda al interior de la escuela, que le hacía justicia al exterior. Las paredes de madera se caían a pedazos, el tatami estaba desprendido en varias habitaciones, el olor a humedad era notable. Las escuelas de esta época parecían más casas tradicionales que otra cosa, por lo antiguo y porque estaban llenas de habitaciones. Pero, al final del día, seguía siendo una escuela, por ende, cumplía con las mismas necesidades que las de mi época. De una forma más rústica, las cumplía. Tenía baños y también un sector para lavarse. Y dios cómo necesitaba hacerlo.

—Tómate el tiempo que necesites. Iré a acostar a los niños.

Eché un vistazo a Kikyō por encima del hombro. Se retiraba por un pasillo de madera. Sus pisadas crujían como si el suelo fuera a romperse en cualquier momento.

—No sabía que también vivían aquí. —dije, alzando la voz para que me escuchara.

Ella deslizó la puerta de una habitación. Velas que había prendido apenas alumbraban el lugar, sombreando las paredes. Me miró con una sonrisa triste.

—¿Y dónde más van a vivir?

La pena de Kikyō me produjo un dolor intenso en el corazón. Ojalá pudiera proteger a todos esos niños, me encontré pensando mientras hundía los pies en las aguas termales. O en un intento de ellas. Pasando la parte del aseo, donde me quité todo el barro y me lavé el cabello, había un estanque de agua. Era bastante grande, como una piscina, así que pensé que tal vez se trataría de aguas termales. Soñé mucho. Apenas puse un pie en el agua se me heló hasta el último cabello. ¡Pero! Tuve una idea. No pensé que fuera a funcionar. Un milagro resultó ser que lo hiciera.

Tomé aire, apoyando la espalda en el borde de la piscina. Me concentré. Concentré toda mi energía espiritual a lo largo del cuerpo. Luego, me concentré en expulsarla por cada poro existente. Un pequeño truquillo que aprendí mientras estábamos en el Paseo de los muertos con Kikyō. Cuando ella estiró las manos para invocar la barrera y así protegernos de los espíritus, emanó calor. Sus manos emanaban puro calor, era como estar cerca de una estufa. Entonces pensé: ¿por qué no usar ese poder para calentar los alrededores? Yo también debía tener la misma capacidad.

Unas burbujitas comenzaron a rebosar en el agua. Abrí los ojos.

—¡Ah, funcionó! —Pasé el agua entre los dedos— ¡La calenté!

—¿A quién calentaste?

Miré al frente, sobresaltada. Kikyō se dirigía hacia a mí... Um, sin su traje.

Sin nada.

«AGHKFNADSJFKHSAJKD»

Aparté los ojos con las palpitaciones acelerando precipitadamente. Oh dios, la había visto por completo desnuda. Y era... perfecta. Pechos acordes a su talla, pezones tan rosados como pétalos de Sakura, caderas inmensas y cintura delgada... Esa bruja hizo un buen trabajo recreándola. Era la primera vez que el cuerpo de una mujer me revolucionaba tanto, pero es que era una modelito. Debió haber roto corazones en el pasado, además del de Inuyasha y Naraku. Seguro seguía rompiéndolos. Y generando más de una sensación, como a mí.

«¡¿Pero qué demonios estoy pensando?!»

Carraspeé de un modo tan brusco que me dolió la garganta.

—A-Al agua. Calenté el agua con mi poder espiritual.

Ella frenó los pies en el borde de piedra de la piscina. Su rostro mutó por uno inquisitivo.

—¿Dónde aprendiste a hacer eso?

—Tú me lo mostraste —contesté, animándome a mirarla. Costaba mantener la vista solo en sus ojos—. Cuando usas tu poder siempre liberas calor. Pensé que haciendo lo mismo calentaría el agua.

—... ¿Lo aprendiste de solo mirar? Liberar energía.

Asentí.

Kikyō afinaba la vista en mis ojos con sospecha. Yo metía el cuello en el agua, intimidada por tal inspección.

—Lo sabía, si vienes conmigo aprenderás mucho más. —dijo de pronto, hundiendo un pie en el agua. Comenzó a caminar hacia mí con esos pechos agraciados. Se movían al son de sus pasos, como si me estuvieran llamando.

Me levanté de golpe. El agua le llegaba hasta la pelvis, así que casi podía ver su... Su...

«¡No!»

Le di la espalda en un completo gay panic. No había otra manera de llamarlo.

—¿I-Ir contigo? Eso es...

—¿Natural? Después de todo, tú tienes algo que me pertenece. Si no puedes devolvérmelo, lo natural sería buscar otra manera de estar cerca de él, ¿no lo crees?

Usar de excusa que yo le "robé el alma" era un golpe bajo. ¡Yo no había decidido ser su reencarnación!, ¡el maldito destino lo decidió!

Ella frenó los pies detrás de mí. Sentía su respiración fría en la nuca.

—Quiero mi alma de vuelta —sentenció, haciéndome agrandar los ojos—. Pero la quiero con tu cuerpo incluido.

Se me hundió el estómago con el final. Ni llegué a asomar un ojo por encima del hombro que ella soltó una risita.

—Es broma. Lo único que quiero es una respuesta, aún no me la has dado.

Sus ojos calmos escondían una urgencia que me inquietaba. No sabía qué era peor. Si seguir con esa broma macabra o tocar el tema que tanto venía evitando.

—He sido paciente todo el día porque supuse que aún necesitabas pensar, pero ya no puedo esperar más. —Su voz iba cayendo en picada, tornándose lastimosa—. Soy consciente de que esto es un poco apresurado, pero... temo por los resultados de la batalla con Naraku, Kagome. Por eso me gustaría conocer tus sentimientos antes de tenerla.

Sus manos iban posándose en mis hombros. Sentí un escalofrío, luego una presión aguda en el pecho. Los nervios me comían viva. No dejaba de tener esta sensación de que todo se me iría de las manos en cualquier momento, y por culpa de las suyas.

No sé si Kikyō notó aquello, porque de repente esas manos, que temí que se adelantaran, comenzaron a masajearme con suavidad los hombros.

—Estás muy tensa..., relájate.

Cerré los ojos, suspirando con un dejo de placer. Pero es que sus dedos se sentían tan jodidamente bien. Apretaban puntos exactos que llevaban meses contracturados. Y también me hacían sentir culpable. Lo único que yo estaba haciendo desde ayer era recibir sin dar nada a cambio, excepto inquietudes.

—Kikyō..., perdóname.

—¿Por qué? —Ella apoyó el mentón en uno de mis hombros. Una mano pasaba por encima de mi abdomen, la otra bajaba por el brazo en una caricia.

—Por ser tan indecisa. Pero es que todo pasó tan rápido... o no. Ya no lo sé. —Me tapé el rostro—. Solo sé que...

«Quiero estar contigo pero sin lastimar a nadie»

Y eso no era posible. Alguien siempre saldría lastimado.

—Es parte de la vida, ¿sabes? Perder. —Ella recitaba en mi oído, leyéndome la mente—. Algo siempre se perderá al ganar, y algo se ganará al perder. Esa es la vida.

—... Suenas como mi madre.

—¿Es así? —Kikyō reía bajito en mi oreja. Yo tenía todos los sentidos en alerta. Temía que fuera mi propio sentir, emocionado por lo incorrecto, el que le estaba dando una connotación sugerente a su risa, pues a mí me llegaba un ronroneo—. Pero te seguro que no actúo como ella.

—No te creas.

—¿Sí? Piensa de nuevo.

—¿Eh?

Giré el rostro hacia ella. Kikyō me devolvió la mirada de una forma cómplice, luego miró el agua como si hubiera algo interesante en ella. La miré también. Ensanché los ojos.

—No me digas...

Flores blancas se acercaban flotando, como si una corriente las hubiera traído. Las flores del Paseo de los muertos. Yo las seguía con los ojos como si se trataran de veneno puro. Navegaban alrededor de nosotras.

—No lo hiciste...

Kikyō esbozó una sonrisa en mi cachete.

—Las traje para ti. Un regalo.

—T-Tramposa.

Mi corazón apostaba por el peor resultado mientras las flores me rozaban las piernas. Era todo, si hacían efecto no podría luchar contra Kikyō. Las inseguridades desaparecerían, los miedos también, solo quedaría la honestidad al mando. Y entonces me relajaría lo suficiente como para caer rendida a sus pies. Al otro día despertaría habiendo tomado una decisión que quizás no hubiese tomado sin ese efecto encima.

—Te lo dije, debes relajarte un poco... Para pensar mejor.

Ella sonaba como un diablillo dentro de mi cerebro. No podía creer lo desvergonzada que había resultado ser esa mujer.

—¡Esto no es relajarme!, ¡esto es...!

No pude terminar. Mi cabeza fue en picada cuando Kikyō empezó a subir una mano por mi abdomen, estremeciéndome. Se llevaba no solo mi piel con ella sino también una flor. La arrastraba hacia arriba, pasando por el ombligo, luego por uno de mis pechos. Sentí el pétalo suave contra el pezón y entonces apreté fuerte los ojos. Ella llegó hasta el hombro y la dejó allí. Sopló, volando los pétalos. Yo los veía irse ya sintiendo los párpados pesados.

—¿De verdad crees que una insignificante flor podría decidir tu destino? —dijo en mi oído, para luego besar la piel debajo. Yo parpadeaba con fragilidad, queriendo desplomarme. El letargo que me embargaba solo tendía a crecer—. Solo tú decides tu destino, Kagome.

—Yo... lo decido.

—Sí... Dime, ¿qué es lo quieres?

«Qué... quiero»

Deslicé las pupilas hacia el costado. Hacia ella. Kikyō me observaba con una sonrisa amable. Me perdí en ella, yéndome lejos. Muy lejos. Su cuerpo mojado y frío contra el mío, sus dulces caricias, su olor... Un aroma floral que me inducía a replegarme a mí misma de lo mucho que me atontaba. Su persona. Esa cálida persona que terminé descubriendo por una coincidencia extraña. Y la conexión, esa conexión única que compartíamos por ser —y a la vez no ser— la misma persona. Todo en ella me podía, así como tenerla tan cerca me generaba un sentimiento de impaciencia.

«No puedo más»

—Te quiero a ti.

Atajé su cabeza para besarla. Ella sonrió sobre mi boca. La presionó con gusto.

—¿Tan difícil era de decir?

Kikyō me separaba los labios abriendo aquella sonrisa ganadora.

—Bruja... —mascullé contra su aliento, permitiéndole la entrada. Gemí cuando la sentí entrar. Su lengua comenzaba a enredarse lentamente con la mía, me saboreaba como si fuera la primera vez. Y también me desconectaba de la realidad. Dios, podría vivir solo con ese beso. Agitada, hice un esfuerzo por separarme antes de terminar presa del momento—. P-Pero aunque quiera esto, si Inuyasha se entera... Sabes lo que significas para él.

—Lo mismo que tú significas para él. ¿Pero qué vamos a hacer, entonces?, ¿vivir pensando en lo que pudo ser? Vivir solo con la ilusión de tenernos... —Ella susurraba contra mi boca, llevándosela a su antojo—. Me rehúso a vivir una mentira por su culpa.

Su discurso lleno de verdades tiraba abajo cada una de mis defensas. Quizás éstas solo existían porque me gustaba escucharla rogar por mí.

—Kagome..., Inuyasha es pasado, tú eres presente. Mi presente —sentenció ante mi silencio, sujetándome el mentón. Sus ojos, firmes—. El pasado solo existe para recordarnos porqué lo dejamos atrás, y yo sé muy bien porqué dejé atrás al mío. Ahora... solo quiero vivir éste presente.

No llegué a confrontarla, no llegué a hacer nada. Ella me abrazó con fuerza, provocando que estampara las manos en el borde de la piscina. La sentía pegarse a mi trasero, apoyar los pechos en mi espalda.

—Kikyō...

Levanté el rostro, excitada por sentirla así. Esas flores habían hecho su trabajo. Ya no tenía pensamientos negativos, ya no tenía barreras. No tenía nada más que calor y un deseo hambriento por ser, irónicamente, devorada.

—Kagome..., te quiero a ti.

Y entonces ella me lo cumplió.

Volvió a mi boca para devorarme. Sus manos, decoradas con flores, comenzaron a moverse ansiosas por mi cuerpo mientras me besaba. Los pétalos se desprendían por mi piel en cada arrastre. Me estaba llenando de ese polen mágico, que a su vez me dejaba la piel brillante. Una flor terminó en uno de mis pechos. Miré, con la vista ya nublada, cómo Kikyō lo envolvía con la mano. Tirité cuando sus dedos apretaron la piel con una fuerza que volvió a mi entusiasmo notable. Empezó a masajearlo en tortuosos círculos. Pétalos caían por mi abdomen agitado, una cosquilla traviesa no dejaba de dar vueltas por mi sistema. Bajaba por él, asentándose en la entrepierna. Mi primera vez, siempre soñada como un cuento de hadas, se estaba convirtiendo en un completo tabú.

—No...

Agonicé, bajando la cabeza. Kikyō a su vez bajaba la mano por mi cadera junto a una flor. Luego volvía por ella, desprendiéndola de sus pétalos. Rodeaba el muslo hacia adentro, rozaba con los dedos la pelvis.

—Relájate...

Levanté el rostro con los ojos placenteramente cerrados cuando empezó a frotarme allí abajo. Lentos, esos dedos fríos se deslizaban por mis pliegues, causándome una impresión entre pudorosa y de miedo. Ella me besaba el hombro en el acto, como si así pudiera calmarme del porvenir, el cual ya imaginaba con lujo de detalles. Aún me parecía irreal la situación. El hecho de que esa mujer me estuviera tocando así, de que yo me excitara con ello...

—¿Lo ves? Tu cuerpo ya me ha aceptado..., falta tu corazón.

Sé porqué lo dijo. Percibía a mis propios pétalos allí abajo, abriéndose para dar paso a un néctar que sentía resbalarse espeso entre ellos. Si Kikyō sumía uno de sus dedos, lo notaría. Todos en esa escuela lo notarían porque yo no podría guardarme el grito.

—N-No lo hagas, los niños...

—Duermen.

Respondió, doblando la muñeca. Yo la veía desde arriba, temblorosa.

—¿No crees que nos estamos saltando un par de etapas haciendo esto? —le pregunté, tragando pesado.

—¿Y por qué retrasar lo inevitable? Solo seguimos a nuestros deseos, Kagome. Además, si fuera a parar ahora..., no podrías tolerarlo.

De pronto gemí. Uno de sus dedos, cauteloso, comenzaba a entrar en mi querida flor.

—Ki... Kikyō.

Kikyō alargó la sonrisa en mi mejilla. Quitó la punta del dedo que había sumido y la deslizó hacia arriba entre los pliegues. Presionó mi mayor punto de excitación.

—¡Ah!

Se quedó allí, girando por él, presionándolo hasta hacerme sentir que se volvía insoportable.

—Qué linda voz tienes... —Mis sentidos se agudizaban con cada palabra que salía de su boca—. Quiero escucharte más.

Comenzó a arrastrar los dedos hacia arriba por la pelvis. Trepaba por el abdomen, trazando un húmedo camino hasta llegar a los pechos. Yo veía todo con las orejas calientes. Kikyō no se privaba de frotarme el pezón con las yemas, bañándolo de mi propio placer. Presionaba la punta y despegaba el dedo, mostrándome cómo quedaba sostenido de él.

—Hm... —Me tapé la boca por la sensibilidad extrema que me asaltó. Mi propio néctar le brindaba un efecto más sensitivo a la piel. Sin embargo, la verdad detrás de mi excitación yacía en el descaro con el que ella actuaba.

—¿Te gusta? —murmuró, volviendo a mi lugar de máxima necesidad. Presionó fuerte toda la zona, provocando que echara el trasero hacia atrás entre gemidos.

Su respiración se entrecortó al sentirme; señal de que perdió la templanza.

—Kagome...

Me impulsó hacia atrás por el trasero. Continuó frotándome la intimidad conmigo casi desarmada entre sus brazos. Sentía las piernas flojas. Si Kikyō me soltaba, me caería. Y es que sus dedos se movían a una velocidad que comenzaba a afectarme demasiado, pero no lo suficiente como para explotar. Era desesperante. Y que siguiera danzando el cuerpo detrás, frotándome la espalda con los pechos, no ayudaba a la desesperación. Sus pezones duros iban y venían por mi piel.

—N-No...

—¿No? —repitió en un murmullo, apretándome más contra ella por la cintura. Podía sentir su intimidad en el trasero. Me presionaba fuerte, deseosa por sentirme también— ¿Te parece, Kagome? Negarte a estas alturas.

Abrí los ojos con dificultad. Su voz había perdido toda tonalidad gentil que la caracterizaba. Daba la impresión de que estaba hablando con la vieja Kikyō, esa que me despreciaba con una ceja en alto. Lejos de asustarme, me encontré entusiasmada por ella.

—Tú fuiste la que me habló desinteresadamente en ese campo de flores. Tú me regalaste esas hermosas sonrisas sin esperar otras, también un anillo de matrimonio. Me pediste que me quede contigo, me besaste... Tú me trajiste a este momento, Kagome —decía en mi oído. Una pizca de reproche escapaba de su voz— ¿Y ahora me dices que "no"? Hazte responsable de lo que me hiciste sentir. Del desastre que hiciste conmigo...

—Kikyō...

Llevé una mano hacia atrás. Me aferré de su cabeza, fuerte, sin compasión. Porque ella no la estaba teniendo conmigo. Giraba el dedo por el clítoris, haciéndome rodar los ojos, luego bajaba y presionaba la entrada, haciéndola palpitar. Pero todo lo hacía por segundos. Y yo necesitaba más, ¡mucho más! Estaba jugando conmigo para escuchar lo que quería.

—E-Está bien, lo acepto. ¡Lo acepto!

—¿Qué aceptas? —cantó, pasando la lengua por el borde de mi oreja.

Apreté los párpados con fuerza.

«Es mi fin»

—Creo que... te quiero.

Kikyō agrandó los ojos. Yo la miraba, jadeante.

—¡Te quiero tanto que esto no es suficiente! —exclamé, tomando su mano. La doblé hacia adentro—. Más..., por favor.

En sus ojos vi pasar un terremoto. Un verdadero temblor que destruyó cada neurona coherente de su cerebro. Fuego. Ahora solo fuego había en ellos. Creo que ella no esperaba que yo dijera tanto.

Me aplastó contra el borde la piscina. Su cuerpo perdió el control, apegándose tanto al mío que juraba sentirle los huesos.

—Kagome...

Su voz grave retumbó en mi pecho. Me giró el rostro por la mandíbula. Sumió la lengua en mi boca de golpe. Nuestras lenguas se exploraban deseosas mientras con una mano continuaba frotándome allí abajo y con la otra subía por la cintura, llevándose las flores con ella. Mi cuerpo ya era un cementerio de pétalos. El suyo se mecía despacio sobre mí, haciéndome sentir cada parte de él.

—Eres tan hermosa..., no puedo soportarlo.

Kikyō sufría pasando la lengua por mi cuello, deslizando dos dedos hacia abajo por mis propios pétalos ya mojados. Presionó la entrada, buscando ingresar. Yo flexionaba las rodillas entre gemidos que trataba de ahogar sin éxito. Tuve que sostenerme del borde de la piscina cuando ella empezó a sumirlos poco a poco en mi interior. Quemaba, me ardía tal invasión.

—Kagome...

Y entonces mi cuerpo saltó. Grité. Gotitas rojas caían en el agua.

—Ki... kyō.

Sus dedos estaban completamente dentro de mí. Con la mano libre me sostenía fuerte el mentón, como si así pudiera cerrarme la boca que, desde ese momento irreversible, colgaba. La escuchaba respirar pesado atrás. Esa mujer se había apropiado de algo tan íntimo en tan poco tiempo... Con una naturaleza suavemente violenta me desprendió de lo que, toda mi vida, consideré lo más importante.

—¿Duele?

Asentí, remojándome los labios. Mi intimidad se resistía a sus dedos, los encerraba sin piedad cuando ella trataba de moverlos. Sentía cada cosa, cada arrastre por cada pared. Pero más sentía...

—Duele..., pero más aquí. —Me toqué el pecho. El corazón. Mi corazón rendido por ella.

Sus ojos se cristalizaron al verme.

—Kagome...

Me besó. Un beso suave. Un consuelo ante lo perdido, aunque ella lo hubiera ocasionado.

A partir de allí dejé de quejarme, dejé de pensar, dejé de todo. Solo me dediqué a disfrutar. ¿Qué más podía hacer? Ya estaba hecho, me había dejado arrastrar por ese huracán llamado Kikyō. Ella me había marcado, y seguía haciéndolo.

Su cuerpo se movía al son del mío mientras continuaba penetrándome. Ya no costaba tanto que pasara por mi intimidad, ésta le había dado la bienvenida.

—Mh...

La garganta también se había relajado, ya no la sentía obstruida por la vergüenza. El placer experimentado se liberaba por ella con goce. Estaba cada vez más sensible. No dejaba de sentir disparos agudos en la pelvis y el centro cuando Kikyō iba y venía por mis paredes más internas, cuando se dedicaba un largo rato a frotar y girar en ese punto tan exacto que me hacía retorcerme. Podía sentir cómo hacía presión en mi trasero con su intimidad, cómo sus pezones duros se me clavaban en la piel. Su respiración solo atinaba a perder el rumbo. Ella también estaba necesitada. Quería sentir.

Al menos una vez en esa vacía vida, quería sentir.

Me di vuelta de golpe, lanzando lejos a sus dedos y a todas las flores. Kikyō me miró de una forma algo perdida. Yo le sonreí, sentándome en el borde de la piscina. Estiré los brazos.

—Ven.

Sus ojos destellaron al escucharme. No dudó en arrastrar las piernas por el agua para salir y acomodarse entre las mías ahora flexionadas. Nuestros pezones se encontraron al tiempo que las bocas. Kikyō sumió la lengua hasta el fondo, pasando las manos por mi cintura y cadera. Yo crucé los brazos en su cuello. Era una delicia sentir a su cuerpo mojado junto al mío. Ella me besaba bordeándome el trasero con la mano, luego volvía a subir por él y me arrimaba a su cuerpo por la espalda.

—Mh...

Delató a sus sentimientos al por fin permitirme escucharla. Abrí los ojos para disfrutar de la vista. Ella tenía las cejas arqueadas en medio del beso, que no hacía más que aumentar la intensidad. Cerraba los dedos con fuerza en uno de mis pechos, atajaba el pezón y lo apretaba. Yo jadeé en su boca, dejándome tumbar en el suelo frío por ella, sintiendo a su cuerpo haciendo presión. Estaba perdiendo lo que me quedaba de cordura. Y lo que quedaba de ella guardaba una pizca de enojo.

—Kikyō..., tramposa. Después te las verás conmigo.

Ella abrió los ojos contra mis pestañas. Esbozó una sonrisa sugerente.

—Si quieres engañar a la mente... dale algo que ya haya probado.

Parpadeé, descolocada. Kikyō estiró la sonrisa y puso un dedo en mi nariz.

—Las flores no hacen efecto fuera del campo.

Me tomé mi tiempo para procesar la información. Deslicé las pupilas al agua. Las flores navegaban tranquilas, la mayoría destruidas. Tiesa de la impresión, volví la vista a Kikyō.

—P-Pero si yo-

—Tomaste la decisión que tomaste porque así lo quisiste, Kagome. Desde el principio fue así.

—Desde el principio... —murmuré con los ojos detenidos. Así los percibía, pausados en sus palabras.

Ella me acariciaba la mejilla.

—Tú misma decidiste dejarme pasar a tu corazón. Solo tú.

Besó mi pecho, luego uno de mis pechos. Cerré los dedos en su cabello cuando deslizó la lengua por el pezón, dejándolo mojado.

—Te gusto, Kagome. Y tú me gustas a mí. No hay otra verdad.

Comenzó a succionarlo con mi respiración entrecortada de fondo, luego lo estiró hacia sí con los dientes.

«Ah..., me gusta. Aunque sea una maldita mentirosa»

Pensaba con los ojos perdidos en el techo.

«Me gusta mucho»

Mi mano abandonaba su cabeza a medida que ella bajaba por el abdomen entre besos y lamidas, hundiendo las piernas en el agua de nuevo. Ésta danzaba tranquila en su pelvis ante sus, ahora, suaves movimientos. Me mordí el borde del labio cuando una sensación húmeda navegó cuesta arriba por mi intimidad. Tardé en bajar la vista para ver cómo Kikyō me probaba, deslizando la lengua en medio de los pliegues, luego girándola despacio sobre el centro.

—Kikyō... ¡Ah!

Ella absorbió ese sensible sector, volviéndome loca. Se aferraba firme a los muslos mientras seguía explorándome, arrastrando los labios por los míos, asomando la lengua entre ellos. Una sensación aguda no dejaba de atacarme ahí abajo. Comenzaba a expandirse por todo el cuerpo, buscando un lugar para explotar. Y yo solo pensaba que quería explotar junto a ella.

Me incliné para detener a esa boca hambrienta que no dejaba de comerme. Kikyō me observó con los labios brillantes cuando le jalé el cabello.

—Beso. —supliqué, agitada.

Ella se sorprendió primero. Poco a poco empezaba a dibujar una sonrisa gentil.

—¿Beso?, ¿quieres un beso? —decía, saliendo del agua para volver a acomodarse entre mis piernas—. Pervertida.

Me cumplió el capricho, moviéndose suave contra mis labios, dándome una probada de mi propio néctar. Claro que no quería probarme a mí misma, no era tan morbosa. Solo quería besarla con urgencia. Igual, tampoco es como si yo supiera tan mal...

—Sabes bien, ¿verdad?

Negué histérica en su boca, temiendo que me hubiera leído entera. Kikyō tenía una sonrisa traviesa.

—Sí..., sabes bien. Saladito.

—¡Cállate!

Ella reía yendo para mi cuello, lo besaba. Sus manos, nunca quietas, subían por la cintura en búsqueda de los pechos. Pero esta vez yo tampoco quería quedarme quieta. Una de mis piernas se enredaba en su trasero. Presionaba hacia abajo, juntándonos. Kikyō parpadeó sobre mi piel al percibirme de la manera más íntima que podía haber.

—¿Kagome...?

—Puedes sentir, ¿no? —pregunté con ella acomodando los brazos a los costados de mi cabeza—. Puedes sentir... ahí abajo.

Kikyō se detuvo un momento en mis ojos. Se miró.

—Sí, creo que sí.

—Entonces...

La abracé con fuerza, apegándola a mi flor ya ultrajada. Así la sentía, ultrajada por su culpa.

—Muévete —murmuré en su boca—. Quiero que te sientas bien.

Sus labios temblaban sobre los míos mientras esperaba una respuesta. En ellos se iba formando una sonrisa tenue que dolía observar. Me besó. Sentí al beso salado y entonces se me cerró el pecho. Lágrimas se resbalaban por las mejillas de Kikyō. Caían en mi rostro, frías.

—Lo sabía... Tú eres mi otra mitad, Kagome.

Me aferré a su espalda cuando empezó a mecerse con lentitud.

—Ah...

A partir de ahí ya no pude cerrar la boca. La sensación de nuestras intimidades rozándose era gloriosa. Se frotaban entre sí, nutriéndose de la humedad de la otra. No dejaba de sorprenderme de lo bien que se complementaban nuestros cuerpos. Todo era tan armonioso... como si hubieran nacido para la otra. O extrañado a la otra durante milenios. Tenía la sensación de que no era la primera vez que hacíamos esto. Tal sentimiento parecía provenir de un recuerdo muy lejano, tanto, que sentía que no me pertenecía. Un misterio.

—¿Así está bien? —musitó en mis labios, moviéndose hacia mí.

Yo asentí, dejándome llevar por su cuerpo. Sus cabellos negros danzaban en mis hombros, haciéndome cosquillas.

—Si a ti te gusta, está bien.

—Kagome...

Sus ojos no hacían más que adorarme. Sumió la nariz en la curva de mi cuello, como si necesitara ocultarlos para mantener una imagen que, según mi visión, ya no era necesaria. No estando desnudas y disfrutando entre abrazos y besos a la otra.

Apretándome fuerte por la cintura, ella siguió meciéndose generándome un cosquilleo interno que ya comenzaba a tornarse insoportable. Por lo que escuché en sus gemidos entrecortados, para ella también era una agonía placentera.

—Kagome, yo...

Hundí su cabeza entre mis pechos. El brazo libre lo enredé en su espalda, arrimándola más a mi cuerpo. Podía sentir su respiración pesada en la piel. Sus movimientos se estaban volviendo torpes, arrítmicos, pero eso no hacía del acto una molestia. Todo lo contrario. Lo hacía genuino.

De pronto ella salió de mi pecho. Vi una urgencia en sus ojos antes de que volviera a mis labios, acelerando las embestidas.

—¡Ah!

La fricción rápida me tomó por sorpresa, subiendo de golpe las sensaciones múltiples que ya venía sintiendo desde hacía rato. Mis dientes se apretaban entre sí mientras me sostenía fuerte de su espalda y cabello. Me estaba matando. Quería que acabara de una vez pero también que siguiera eternamente por igual. Kikyō me golpeaba fuerte con las caderas, doblaba los dedos en mi mejilla, dejándola hirviendo. Algo estaba por explotar en ella. Y en mí.

—Ka... gome.

Puso una expresión sufrida y entonces soltó un largo jadeo murió en mi boca.

Su cuerpo temblaba sobre el mío mientras, con una última y profunda embestida, la aguda sensación que me venía carcomiendo también me hacía gritar y sacudirme como un pez fuera del agua. Nuestros alientos se mezclaban jadeantes en la explosión, los labios se tropezaban entre ellos, yo me aferraba a su trasero con fuerza. Posiblemente también le arranqué varios cabellos.

Creo que ninguna de las dos vio venir al orgasmo. De verdad que no.

Cuando ella aceleró el ritmo simplemente perdimos el control. No supimos cómo alargarlo, porque de verdad no sabíamos cómo se hacía. Detrás de toda esta pantalla, detrás del personaje que había encarnado Kikyō, confiado y ajeno a toda inquietud, solo se encontraba una chica como yo; primeriza, asustada de cagarla, pero también sintiendo tanto...

Separé los labios en una sonrisa, acariciándole el cabello. En medio de la quietud que ahora nos rodeaba, su cuerpo poco a poco se iba calmando de los espasmos. El mío yacía con secuelas en la parte baja. No dejaba de palpitar.

Un tacto gentil se deslizó por mi mejilla, devolviéndome a la tierra.

—¿Te lastimé?

Yo suavicé la sonrisa, cansada. Y ahora se hace la atenta, pensé.

—No.

—¿Acabaste?

—Qué preguntas, tonta. —Me puse de costado entre risas, tirándola al agua—. Claro que sí.

Kikyō volvió a surgir como un delfín. Fue más lenta que minutos atrás para salir de la piscina. Se acostó a mi lado sobre el suelo frío, que ahora nos venía de maravilla.

—Pregunto porque es la primera vez que hago esto —dijo con la voz tomada—. Soy nueva en la materia.

—Ya no.

Ella sonrió. Ahí, boca abajo las dos, nos mirábamos aún recuperando el aliento perdido. Un brillito abundaba en sus ojos.

—¿Entonces esto es un sí? —preguntó, tomándome la mano en el suelo—. Tú y yo... juntas.

Yo lo meditaba, observando esa mano ya no tan fría. Me acariciaba con el pulgar. Y borraba cualquier rastro de duda que pude haber tenido.

—No es un "sí".

Su rostro se volvió triste, tal como el de una niña desilusionada. Yo sonreí, llevando una mano a su mejilla.

—Es un y un te quiero.

Viene de a dos.

Continuará…


¡Capítulo siete entregado! Muchas gracias por seguir por acá, gente linda! Prontito subo el próximo capítulo.

Juds93: ¡Acá estamos de nuevo amiga! Ya estamos llegando al final de la historia. Prontito voy a publicar otro capitulo de "Almas" también. No la olvidé! jajaj Te mando un beso! Qué andes bieen.

nadaoriginal: 17mil palabras? pufff, pero si eso no es naaada. No viste que, en general, yo no sé hacer capítulos cortos? Mis capítulos suelen rondar entre las 10.000 y las, a veces, hasta 20.000 palabras. Soy insoportable xD De hecho, ME FORCÉ a hacer capítulos cortos para esta historia porque sino iba a quedar en un muuuy largo one-shot (fue pensando como un one-shot al principio). Capaz tengo una visión distorsionada de la cantidad de palabras porque suelo leer más libros que otra cosa jajaj pero últimamente trato de variar. Cada vez hago capítulos más cortitos, lo tomo como un ejercicio. Bueno, en este ya la cagué. Salió largo xD Muchas gracias de nuevo por pasarte! Efectivamente Kikyo fue a por tooodas, veremos en qué termina eso. Nos vemos en el próximo capítulo, un beso!

Anonymus Enigmatico: Querido anonymus, tiempo sin saber de vos! Me alegra saber que estás bien! Muchas gracias por pasarte por acá y, como siempre, por apoyar a esta parejita tan peculiar! Me alegra que la historia te esté gustando. Es cortita comparada con la de "Almas", pero tiene la misma cantidad de amor, pues amo a esta pareja *se quiebra*. Te leo en el próximo capítulo, entonces. Te mando un beso!