Capítulo Primero: Tormenta.
Hace mucho tiempo, se contaba una historia que mucho sonaba en el interior de los muros de la villa.
Una leyenda bastante conocida y poco contada en la actualidad.
Se decía que esa noche, los gritos de miedo no tenían orden. El desgarro de la carne era casi tan claro como los últimos respiros de las personas, que cualquier ser vivo que presenciara eso, desearía nunca más volver a escuchar un solo sonido.
Esa noche no había reglas para aquella criatura tan temida. Niños, Mujeres, ancianos y Hombres fueron víctimas fatales de aquella desgracia. Una aldea próspera y tranquila, fue aplastada por una criatura demoniaca sin sentido de la cordura. Una Noche de Octubre, mientras Konoha dormía, un infierno se desató y se cobró como pudo, a todas las vidas que tenía a su disposición.
¿Hace cuanto ya de eso? ¿Unos treinta años? ¿Más?
Nadie lo sabía, casi nadie de la generación más joven, tenía idea de lo ocurrido esa noche de octubre. Porque el protagonista de aquel suceso, no quería que un buen compañero fuese conocido por actos de los que no tenía control.
Ese hombre, ese al que por años protegió la identidad y dignidad de un Zorro demonio, era el Hokage de la villa. Un hombre que no solo fue capaz de hacerse amigo de las bestias con cola, sino que también pudo prosperar en paz junto con las naciones vecinas y lejanas.
- ¡Cubran a Hokage-sama! ¡Cubran a Hokage-sama! Alguien gritaba hasta que la voz no le daba. En medio de la tormenta eléctrica y Lluvia de Armas enemigas. ¡Cubran a Hokage-sama! ¡Cubran a Hokage-sama! ¡Mantengámoslos en el centro!
No importaba que tanto se alejaba, cuando y a dónde se dirigiese cualquier persona para mantenerse segura. Los ninjas de Konoha repetían lo mismo una y otra vez, como un Bucle hipnotizante del que no podían escapar. Era tanta la desesperación y decisión en los hombres y mujeres que saltaban por los tejados, que el no saber en donde estaba el Hokage, asustaba a cualquiera.
Aun si ya todos sabían claramente en dónde se encontraba. La tormenta no daba señales de parar. Llovía a cantaros, y los rayos golpeaban cuando podían el suelo. A más de uno lo impactó, matándolo al instante. Un escenario abstracto, sin sentido y vacío. Eso era Konoha ahora. Como alguna vez lo fue hace treinta años.
En las leyendas que se contaban sobre los ninjas peligrosos y épocas de guerra, se narraban los hechos de una manera casi inconclusa. En ningún párrafo se reflejaba a los ninjas como seres frágiles y capaces de sentir miedo. Fue por ese error histórico; un error que todo el mundo amante de la Literatura Ninja estaba dispuesto a ignorar, que muchos jóvenes se tomaban el simple hecho de ajustarse una bandana ninja, como un acto heroico.
Y vaya que lo era.
Sin embargo, nunca hizo falta tantas enseñanzas que muy bien se daban en aquellas épocas. Donde la guerra era algo matutino y se olvidaba cuando se iba a la cama. No obstante, que algo como esto ocurra en una población donde la mayoría de Ninjas no vivieron esa época, era totalmente desalentador.
Estaba en el limbo. No podía escuchar nada, sentir u oler. Era todo tan irreal y confuso que en un principio llegó a pensar que se trataba de un sueño. No fue hasta que una rama con filo le rasguñó la mejilla en un acto inesperado; Que se despertó de su trance. Gracias a que se había despertado de su inconciencia, sus piernas se opusieron a continuar.
Habían estado corriendo durante quien sabe cuánto tiempo. Las infinitas olas de agua que del cielo caían y los relámpagos que gritaban a la guerra cercana, eran el himno del pueblo que los había visto nacer. Los Kunai se escuchaban en ecos, que eran traídos por el viento.
Aun si los edificios estaban en el suelo y los rostros de piedra eran irreconocibles, seguían estando en territorio de Konoha. Nada era más peligroso que la aldea en este momento. Mientras sus piernas comenzaban a temblar, ya reafirmando su decisión de no continuar, ella escuchó como algo se desplomó a sus espaldas.
El sonido de agua vino consigo, con un chapoteo reconocible. Instantáneamente, reconoció ese chapoteó como el de una persona.
- ¡Oye…! – se apresuró en decir cuando se giró. Con el corazón en la boca y sus extremidades temblando, Mirai se tambaleó antes de aproximarse hacia el joven boca abajo en el suelo inundado de agua. – ¡Hey…! ¡¿No puedes más?!
Obtuvo como respuesta un ataque de tos.
El niño tosía el agua que había tragado; Sin embargo, incluso más que ella ahora, sus extremidades temblaban. Trataba de poner el peso de su cuerpo sobre sus manos y rodillas, pero se tambaleaba y volvía a poner el rostro en el agua que cada vez más tomaba más terreno.
- ¡Shikadai! – Ella exclamó. –
El Nara tardó en levantar su mirada. Tanto era el desapego en su semblante, que cuando Mirai pudo ver por fin sus ojos verdes, sintió un aura fría y terrorífica corriéndole por la espalda.
Tenía miedo, mucho miedo. Lo que sucedió les afectó a ambos. Sin embargo, era ella la que era espectadora del desmoronamiento del chico. Mirai, la joven Chunin de dieciséis años, miró en dirección a la aldea. Buscando alguna salvación que la pudiera sacar de este embrollo. Ambos estaban subiendo por un camino bastante empinado. Aún estaban en el interior de los muros de Konoha. No obstante, esta zona que ahora era lo más parecido a un pantano, era el lugar más seguro y que pocos tenían acceso.
Podía verse el humo constante bajo la lluvia que cegaba la visión. Anochecía, y eso no ayudaba en nada a los Ninjas que luchaban en los aires. Únicamente las figuras de los Ninjas de Konoha, era lo único que se veía en la oscuridad. Para después ver como sus figuras oscuras caían de grandes alturas, con un sonido inolvidable. Mirai estaba desesperada.
¿Dónde estaban todos? ¿Los Jōnin están cerca? ¿No hay siquiera uno que les dé una orden? - Mi mamá… Shikadai apenas dijo tras ella, buscando recomponerse.
- ¡Shikadai! – Nuevamente, ella lo llamó con preocupación. –
Ignorando esa intención, el pelinegro logró como pudo ponerse encima de sus propias rodillas, para hablar como podía. Mirai tenía que agudizar el oído para escuchar su voz inanimada bajo la tormenta.
- Vayamos a mi casa… seguramente… mi mamá puede estar allí. – Le dijo por fin. – Tu casa no queda lejos de la mía… apresurémonos y vayamos a ver como está.
Mirai, que tenía su uniforme de Chunin bastante sucio y empapado, se limitó a no interrumpir al joven Nara. Este nunca la miraba, veía sus propias manos hundidas en el barro. La Sarutobi no podía con lo que veía, y expresó profunda tristeza en su expresión.
- La conozco. Ella no es el tipo de mujer que se queda en casa a esperar a su marido que vuelva de la guerra… ella no es así. – Las palabras casi se desmoronan en la garganta del Nara. – Si ve que algo sucede, dejará lo que estaba haciendo y se apresurará en defender a la aldea. Así es ella…
Sus deducciones continuaron sin interrupción. Shikadai tenía los ojos puestos en el suelo, absorto en sus pensamientos que él mismo verbalizaba. Con los ojos bien abiertos y un miedo fantasmal en su semblante, diferentes escenarios pasaban por su cabeza. Que si su madre aún sigue luchando; Que si Temari continúa en casa; Hasta llegó a decir que posiblemente estaba en una misión fuera de la aldea.
Todas y cada una de sus teorías apresuradas eran escuchadas por la Sarutobi. Que, sin ánimo alguno de bajarlo de la nube de la esperanza, aguantaba con firmeza el vomitivo dolor en su pecho. Quería vomitar, y su boca temblaba; le era imposible decir alguna palabra mientras Shikadai continuaba teorizando sobre el posible paradero de su madre.
Claro, toda la saliva que él gastaba en esa situación angustiosa, era usada en vano. Porque la respuesta ya era clara para ambos. Su mismo padre, Nara Shikamaru, se lo había dicho a ambos.
"Konoha ya no tiene salvación. Tomen las cosas necesarias que Kurenai escondió en su casa y salgan cuanto antes de aquí"
El dolor en su pecho, incrementó. Bajo la violenta tormenta de la guerra, la alumna del hombre más listo de la tierra del fuego, puso sus manos sobre las del chico desilusionado. Cuando las pálidas manos de Mirai se hundieron junto a las suyas en el frío barro, el niño de los ojos verdes regresó a la indeseada realidad.
Fue allí cuando ella, por primera vez, pudo ver la razón por la que su padre y abuelo dieron sus vidas. Al igual que Konohamaru, los hombres del clan Sarutobi dieron sus vidas para no ver una cara como la de este chico.
Un niño desalentado por la guerra, incapaz de hacer más con un título tan vago como el de un Chunin.
Porque, no importaba que tantos títulos se le pusiera al hijo de su maestro.
Nara Shikadai, seguía siendo un niño.
- Vamos. – Le dijo ella con una decisión que apenas se desbordó cuando sus ojos se encontraron. – Vámonos, Shikadai. Si todavía hay oportunidad de encontrarnos a tus amigos con vida, la aprovecharemos. Sin embargo, no podemos perder el tiempo.
- ¡Pero-
- ¡Shikadai! – La ahora única Sarutobi, exclamó exasperada. Por un momento no lo quiso mirar a los ojos. Pero, lo hizo, creyendo que era mejor mostrar su extrema preocupación y miedo igualado. – ¡Lamento decirlo de esta forma, pero date cuenta! ¡Si nos quedamos aquí, llorando, moriremos! ¡¿Quieres darles esa preocupación a tus padres?!
Él no respondió.
Era como si estuviera viendo ahora mismo a un fantasma. Ya sea por los nervios o el frío, el pelinegro estaba bastante pálido.
- Por favor… Por favor… no empecemos a fallar ahora… – expresó ella con sumo lamento. Aun con las manos hundidas en el barro y su cabello pegándose más a su cara, Mirai negaba cabizbaja. – No… no quiero lamentarme más. No quiero serle inútil a mi maestro… nunca más. A nadie más.
La adolescente se fue levantando de su lado. Con una única mano, tomó con fuerza la mano del joven Nara. Shikadai estaba petrificado. El ruido inmenso de una guerra se estaba haciendo una con su entorno, y entraba cada vez con más fuerza en sus cabezas. Mientras más se acostumbraban, más terrorífico era escuchar esos sonidos. Shikadai se levantó justo después de la Chunin uniformada. Mirai se negaba a mirarlo a los ojos, y comenzó a caminar sin soltarle la mano.
No obstante, apresuraba más y más sus pasos para no permitirle al hijo de su maestro verle el rostro. Nunca antes ella se había comportado de esta forma con él. Hace no mucho tiempo, ella siempre solía mostrarse olvidadiza y tonta frente a él. Y siempre, en todas las ocasiones en las que tenía oportunidad, sacaba provecho de que su padre estuviera cerca para tratar de desenmascarar a la jovencita.
Por supuesto, su padre siempre ignoraría con una sonrisa las constantes discusiones sin sentido que ambos tenían. Shikamaru sonreía con libertad. Allí no habría políticos ni mucho menos personas de alto rango que podrían involucrar a Konoha en algo gordo por culpa de un movimiento de ceja.
Allí, con un tablero de Shōgi en medio, estaban Shikadai y Mirai; la diversión que Shikamaru tanto disfrutaba en todos los días en los que la fortuna estaba de su lado. Pero justo ahora, ese hombre, ese ser, no era más que un recipiente vacío en la aldea desmoronada. Uno de tantos que allí se encontraba y muchos les lloraban.
- Le seré útil a mi maestro. – Empezó la chica con un nudo en la garganta. Todavía no le dirigía la mirada, únicamente veía el cabello mojado que caía sobre su nuca. – Quiero serle útil, hasta en la última palabra que me dirija. Y cumpliré con su última petición… aunque mi vida dependa de ello.
Ese día era especial.
Aquel día lluvioso era un verdadero día para ella. En todos los días de su vida, siempre esperaba con nervios la llegada de ese día. Con una mezcla de profunda tristeza y ansias, como si fuese a conocer a esa persona.
Porque ese día, el día en el que Konoha fue aplastada por crueles enemigos, era el día en el que se celebraba el aniversario número dieciséis de la muerte de su padre.
¿Cómo llegaron a esto?
Ahora no solo su hogar se había rebajado a cenizas, sino que su única familia tambien se había desvanecido. Un día que de por sí le era bastante incómodo por el mero hecho de extrañar a un hombre que nunca conoció, ahora se convertía en un día extremadamente doloroso. Ese día, no solo había perdido a su madre y al hombre que consideraba como un padre. Sino que tambien la aldea que fue salvada por su abuelo, también había sucumbido.
Era asfixiante. Antes de que Shikadai se desplomara, habían estado corriendo durante algunos minutos con tal de alejarse lo más que podían de esa zona tan aterradora. Con el pensamiento de que, tal vez y solo tal vez, el hombre Nara continuara con vida, ellos seguían corriendo. Pues el hombre no podía estar vivo.
Él había muerto ante sus ojos, y no tenía salvación. Con la herida que tenía en el pecho ya era más que suficiente. Code, un enemigo de Konoha, lo había asesinado sin pestañear. Sin embargo, el hombre se mantuvo firme en su decisión de proteger al Hokage.
Al parecer, nunca dio la información que toda esa gente buscaba, y fue asesinado por ello. Sus extremidades no se sentían cuando recordaba ese momento. Cuando Mirai recordaba lo sucedido media hora atrás, le temblaban las piernas. ¿Cómo era posible que Nara Shikamaru haya muerto? Él es extremadamente inteligente, e inmensamente fuerte sin necesidad de algún Jutsu especial. Puede mantenerlo todo bajo control.
Pero el hombre que recostaba su espalda en un árbol, era un hecho desgarrador; Prueba de la realidad de la guerra. Hasta los hombres más capaces, pueden morir de formas más que inesperadas. Tal y como su abuelo; Tal y como su padre; Tal y como Shikamaru y su propio padre.
Todos ellos fueron víctimas de lo inesperado.
En cuestión de tiempo, Shikadai y ella llegaron a la zona más apartada de la ciudad. La destrucción que había en ese lugar la perturbó. Las calles en las que solía caminar desde niña, la colina que tenía que bajar mientras saludaba a los vecinos… ahora todo eran restos de lo que alguna vez fue la calle en la que vivía.
Ya no estaba el negocio de dulces. El edificio estaba completamente destruido, el suelo se levantaba de tal manera que tomó formas peligrosas, como diamantes a punto de caerse. Había vidrio regado en cada rincón, y las pertenencias de las personas que aquí antes Vivían. Como tuvieron que tener cuidado por donde pisaban y que tocaban, ellos ralentizaron abruptamente su paso. Con un miedo inmenso de algún ataque inesperado, los dos miraban constantemente su entorno.
Era increíble el desorden, y tambien era increíble los escases de cuerpos. La razón de ello era simple para todos los Ninjas. Los de arriba sabían de antemano de este ataque, y evacuaron como podían a los civiles. Sin embargo, no muchos corrieron con la suerte de morir junto con sus familiares, aplastados por los refugios en los rostros de piedra. Tanto como la terquedad Humana, era suficiente.
Los que vivían alejados de la ciudad y núcleo de toda pelea, creían tener la suerte de estar alejados. Pero no era así. Todo lo que los enemigos lanzaban, todo lo que el Hokage y sus camaradas sacaban para poder vencer, empujaba violentamente todo a su alrededor. Esto incluyendo edificios y viviendas. La calle en la que Mirai vivía, era una de las afectadas.
Para cuando vieron el cuerpo de un hombre bajo los escombros de su propia casa, ya habían superado la etapa difícil de este camino. Con asco y miedo, Mirai y Shikadai apartaron la mirada lo más rápido que pudieron, y con los ánimos por los suelos, se dirigieron a unos escombros en específico. Si antes sus órganos y físico se sentían horriblemente mal, ahora se incrementaba. La cabeza le explotaría en cualquier momento por lo que ahora estaba viendo.
Su casa, la que compartía con su madre, estaba igualada con el polvo del suelo. Había poca madera, que podría levantarse empujando. Todo lo que podría verse estaba amontonado. Todo dejaba a indicar que, algo extremadamente grande había sido disparado desde la dirección contraria a la de ellos.
La destrucción de las casas antes de la suya, eran muy específicas. Y las calles estaban incluso más destruidas, y la casa de Mirai fue la última en caer. ¿Un Jutsu estilo de fuego, capaz? De ser eso así… ¿Cómo fue posible que una habilidad como esa cruzara casi la mitad completa de la aldea en cuestión de segundos?
Estupefacta y estando en la miseria absoluta, la Sarutobi escudriñó con la mirada el camino negro de la tierra, que cruzaba desde el territorio de su casa hasta casi el otro extremo de la aldea.
En serio… si no hubieran evacuado a las personas, ¿las habrían quemado junto a sus casas? La suya apenas era escombros. No quedaba nada de ella. Era una tumba de recuerdos bajo un cielo casi negro. Tragó como pudo, sintiendo con más fuerza el nudo en su garganta.
Shikadai estaba junto a ella, hecho un desastre. Por más que le duela ver su casa hecha nada, tiene que adaptarse a la situación cuanto antes.
- Quédate junto a mi mientras busco. – Le dijo. –
El barro era demasiado, y la lluvia no ayudaba en lo más mínimo. Mirai y Shikadai tenían que levantar como podían los pies del suelo para caminar con más prisa, y adentrarse en los escombros de la casa Sarutobi. Era demasiado Shock.
Una guerra a muerte se desarrollaba a la lejanía, y como muy pocos que seguían con vida, se la jugaban para cumplir con las últimas órdenes de sus superiores. Ellos dos estaban iguales. El corazón bombeaba a una velocidad indescriptible, hasta el punto de taparle sus oídos. Ella no sabía qué hacer o dónde buscar. Solo lo hacía, porque fue eso lo que le pidieron. Buscar en su casa, las supuestas cosas que su madre preparó para la ocasión.
¿Su madre… había preparado algo? Más importante aún; ¿Su madre había colaborado con los Ninjas de alto rango? Ahora que lo recordaba… mamá se ha estado comportando extraño, como todos los adultos a su alrededor. Era tan irreal, un limbo repetitivo. ¿Qué era todo eso que les escondían? Si fuera el mismo ataque, ya se los habría advertido y les hubieran dado órdenes a Mirai y a sus compañeros.
Pero ocurrió todo lo contrario. Mientras buscaba en los escombros con un Shikadai callado a su lado, comenzó a hacerse cuestionamientos. ¿Por qué mamá, que ya no era Shinobi, estaba involucrada? Prestó su casa para cosas que, según tiene entendido, le serían de ayuda en esta situación tan peligrosa. ¿Por qué ella, de todas las personas?
- ¡Ah…! ¡Aquí! – Se exclamó a sí misma en un susurro. –
Algo había sonado de manera hueca. Reconoció que aquello no era normal. Porque, por más destruida que esté, ésta seguía siendo su casa. La casa en la que creció en una etapa importante. Había reconocido las habitaciones sin necesidad de darles un recorrido. La cocina, la entrada; absolutamente todo era un recuerdo vago y claro al mismo tiempo.
Pero, un lugar sagrado era el escondite perfecto para el secreto bien guardado de su madre. En donde antes se mostraba la fotografía de su padre, había un montón de escombros, como todo el lugar. Pero, a diferencia de los escombros más grandes y peligrosos, este era algo menos que inofensivo y más doloroso.
Una de las tantas partes de la casa que fue consumida por las llamas. Con sus manos apartaba los negros escombros y trozos de madera, hasta medio vaciar el lugar. Vaciló en hacer otro movimiento, pero luego de ver rápidamente a su alrededor y darse cuenta del incremento de ruido, usó sus uñas para dejar a la vista lo que se ocultaba en el suelo, justo debajo de lo que antes era la repisa en la que la fotografía de su padre descansaba.
Una superficie de madera dañada estaba tapada con tierra y humedad. Dedujo que posiblemente se debió a lo ocurrido en esta zona. Con extrema curiosidad de que un escondite así estuviera en su propia casa, buscó una forma de mover esa superficie.
Notó instantáneamente la mirada de Shikadai, que, aunque no había salido de su congelamiento, si se mostró ligeramente interesado en el descubrimiento. Un sonido seco y corto acompañó a los trozos de madera que cayeron por sus manos.
La superficie plana era una fachada. Mirai logró levantarla, abriendo así una pequeña puerta del tamaño de un cofre para documentos.
- ¿Qué es… esto? – se preguntó, con los ojos bien abiertos. –
A sus espaldas, Shikadai trató asomarse por encima de su hombro. Pero ya no era necesario, porque la adolescente ya sacaba las primeras cosas del pequeño escondite.
- No entiendo… Todo esto… es demasiado raro. – comentó frente a un Shikadai igual de estupefacto. Mirai sacaba las cosas, una por una, mientras sus ojos miraban a la nada. – ¿Por qué mi mamá guardaría todo esto? Y… lo escondió en un lugar al que a nadie se le ocurriría buscar.
Ante esas palabras, Shikadai escudriñó las cosas con la mirada. Se trataban de objetos que ninjas tenían que tener a la mano. Provisiones enlatadas, pergaminos etiquetados como armamentos de repuesto, capas dobladas en medio de una cuerda bien ajustada para evitar que las capas se perdieran…
- Todo esto… son objetos de supervivencia. – Habló el Nara en un volumen casi inaudible. –
Mirai hizo un sonido, de acuerdo.
- Pero – Prosiguió ella, mirando alarmada las cosas parecidas que aun yacían dentro del escondite improvisado. Ahora llenándose de agua, a lo cual, Mirai se apresuró en tomar todos los pergaminos que podía, solo para percatarse que estos estaban protegidos con forros de cuero. Haciendo casi imposible que el agua se metiera en ellos. – ¿Por qué hay tantos…? La cantidad de cosas que hay aquí, son suficientes para que un escuadrón completo esté preparado.
El Nara se chupó los labios. El cabello de ambos estaba tan empapado que caían sobre sus ojos. Fue entonces que un sonido los alertó a ambos. Bastante presión había con solo la lluvia y la aldea en ruinas. Así que, en cuanto Mirai sintió la presencia de alguien más, se levantó y se puso frente al joven Nara. Podría ser rápida para protegerlo, sí; Pero igual estaba asustada. En cuanto sacó sus cuchillas de Chakra, las piernas no le respondían.
Sentía que caería de boca al suelo si no soltaba esas cuchillas. Eso le daba coraje, y hasta pensó si sería mejor idea sacar un Kunai en cambio. Pero no sería lo más óptimo. No habría sacado las cuchillas, para empezar. Todo lo que les rodeaba, era amenaza. Y tenía la obligación de protegerse a cuesta de sus propios miedos.
Entre la lluvia ruidosa y los constantes relámpagos que iluminaban momentáneamente los alrededores en la oscuridad creciente, los escombros se movían. Alguien al otro lado de ellos, los estaba intentando mover. Después de eso, el sonido de más pisadas llegó. Los restos del hogar de Mirai, estaban siendo pisados por pies que no eran de ellos dos. Instintivamente, apretó la cuchilla que empuñaba frente a su rostro. Estaba dispuesta a usarse como escudo para el pelinegro tras suyo, cuando un rostro familiar salió de entre los escombros.
Junto a él, más personas se sumaban para agruparse. Mirai abrió los ojos inmensamente.
- ¡Ustedes…! – La pelinegra se atragantó con su saliva. No tardó ella en acercarse al grupo junto con el Nara. – ¡¿Están bien?! ¡¿No hay nadie herido…?!
Las preguntas salieron por sí solas. No las había pensado tanto, solo salieron. Esas personas eran los amigos de Shikadai. Tanto ellos como gran parte de sus Excompañeros de la academia, estaban allí. Boruto y Sarada eran los últimos, y como todo el mundo que allí yacía presente, estaban cabizbajos, con el semblante ensombrecido.
Dos Chunin, adultos con una apariencia cercana a la edad de su madre, estaban tras el grupo grande de niños. Cuando Mirai se refería a ellos como "Niños", no eran exactamente "Niños". El mayor de todos ellos, estaba cercano a ella en edad. Y el menor tendría alrededor de unos once o doce años, al igual que Shikadai con sus casi trece años.
Al ver que no obtenía respuesta de ninguno de los niños Ninja que se hundían bajo la lluvia, sus ojos se encontraron con los de uno de los adultos. El Hombre Chunin tenía arrugas bajo sus ojos, y alrededor de su boca tenía una especie de contorno que la dibujaba por encima. Era el mayor de los dos hombres, y la miraba con una serenidad casi aterradora, si no alarmante.
- ¿Tú eres Mirai Sarutobi? – Preguntó el Chunin Mayor. Su voz tan áspera como la tierra seca. –
No sabiendo como responder a una pregunta tan llana en estas circunstancias, ella solo se limitó a asentir vacilante. Aquel hombre, sin pestañear o sentirse incómodo por su uniforme empapado y sucio, se aproximó a ella a pasos agigantados.
En ningún momento quitó sus ojos de los suyos. En el momento que lo tuvo frente a frente, Mirai tragó saliva. Ya muchas cosas habían pasado, y la muerte de su madre todavía era bastante shockeante, al igual que la de su maestro. Sobre todo, porque, justo después de la de su maestro, pudo confirmar la extrañeza en el comportamiento de los adultos.
Y el hombre que tenía a pocos metros, se lo demostraba. Era evidente que su inexpresividad era forzada y oscura.
- Toma todas tus cosas, y ven con nosotros. Te guiaremos hasta la salida más segura para que tú y estos ninjas puedan escapar. – le dijo sin vueltas. Mirai estuvo a punto de cuestionar cuando el hombre continuó con la misma monotonía en su tono. – La aldea ya no es segura. Ustedes y unos pocos ninjas son los únicos sobrevivientes, y el Hokage dio la orden de liberar a todos los que quedasen.
La Sarutobi Jadeó.
¿A que se refería con "Únicos sobrevivientes"? era muy doloroso saber el trágico final de su madre y de las personas que quería, pero… ¿Era tanto, así como para que en Konoha, quedarán poco más de Genin y pocos Chunin? ¿Cómo fue que ocurrió todo eso? ¿Qué tan rápido ocurrió esa masacre? Los ninjas frente a ella no parecían ser Jōnin, y por sus caras de Póker… muy seguramente están aquí nada más para sacarlos del camino peligroso, y dar sus vidas en la aldea. ¿Por qué… estos hombres se arriesgarían a tanto? ¿Qué ocultan los adultos?, eso estaba a punto de preguntar. Pero su voz no salía para sacar a la luz sus incógnitas, que desde pequeña se negó a ocultar.
- Démonos prisa. – habló el Chunin en tono monótono. De reojo miró las cosas que sobresalían del escondite improvisado. Aquello encendió una pequeña chispa en la Sarutobi. – Hokage-sama está dándolo todo, y no puede salir de los terrenos de la aldea si quiere que ustedes escapen. ¡Todos, tomen lo que puedan de lo que hay allí y sígannos! – Gritó él a los Genin. –
Los niños trotaron hacia el lugar apuntado. Mirai aun continuaba estupefacta. Ya le era bastante coincidencia lo que su maestro le dijo, y lo que estaba ocurriendo. Su desconcierto era tal, que no podía darle una confirmación a su superior de que había recibido la orden. Aunque eso ya era lo menos que le importaba. Deseaba que ahora, más que nunca, los adultos no exijan tanto respeto y la dejen respirar por un momento…
¿Cómo llegaron a esto? ¿Por qué los adultos están actuando tan rápido? ¡¿No se dan cuenta que el Hokage está peleando?! ¡Shikamaru murió para no dar información, deberían ir y ayudarlo!
- Oye… – El hombre más joven de los dos, habló con un miedo creciente. – ¿Qué es eso…? ¿No sienten… que una fuerza los obliga a avanzar?
Aquellas palabras tuvieron el mismo impacto en todos. Que de por sí ya estaban bastante ausentes en el mundo que los rodeaba. El joven Chunin miraba petrificado en dirección al centro de la aldea, en donde se suponía que debía estar el Hokage. Y en dónde las constantes explosiones detonaban. Igual de confundidos, y parando así la recolección de cosas, los Genin miraron a esa dirección.
El Uzumaki, hundía tanto como podía sus pies en el suelo, con tal de no salir corriendo a auxiliar a su padre y maestro. Ambos luchaban por él, para protegerlo a él y a todos los que no podían defenderse. Boruto aguantaba el coraje, y se lamentaba en silencio. Shikadai jadeó a las espaldas de la Chunin Sarutobi. En un acto de reflejo, lo tomó del brazo, evitando así una caída próxima.
Shikadai estaba bastante mal, y todas sus energías estaban por los suelos. Mirai frunció el ceño con una tristeza creciente. Aun no podía creerse que ahora le tocaba a ella asumir ese papel.
De pronto, algo fuera de su campo de visión llamó su atención. En sus pies, yacían pedazos pequeños de escombro incinerado. Por alguna razón inexplicable, estos escombros que claramente eran lo suficientemente pesados como para no ser levantados por una brisa mínima en esta lluvia, se iban moviendo a un ritmo casi invisible.
De no ser por la atención que Mirai puso en esos trozos de pared, no se habría dado cuenta de que tanto ella como los objetos, se sentían atraídos hacia esa dirección. Muy pequeña, como si la tormenta trajera consigo un viento descomunal que los empujase. La cuestión era que, ahora no había ninguna brisa o viento fuerte que los empujase a esa dirección.
- Mierda… ¡Andando, nos vamos ahora! – Gritó el anciano del grupo. Haciendo caso a su orden (Y por el apuro de la circunstancia) todos los Genin y Chunin se apresuraron en tomar todo lo que podían, y metían muchos pergaminos en sus bolsos Ninja. – ¡Rápido, Rápido, Rápido!
El hombre hacía ademanes, como última esperanza en apresurar a los niños que se amontonaban. Muchos comenzaron a ponerse nerviosos, y no dudaban en dejar clara su incomodidad y pavor con sus quejidos. Namida, la niña del suéter naranja y cabello marrón con dos coletas, no era la excepción.
Montones de pies pisaron los escombros sin gusto ni disgusto. Era necesidad, y no tenían tiempo para preocuparse por las cosas ajenas. Si bien Mirai sintió como si su corazón fuese pisoteado, comprendió sin pestañear que era un bien necesario. En cuestión de tiempo, todos corrían por el bosque, iluminados solo con los relámpagos que llegaban momentáneamente. Los jadeos cansados se escuchaban, y a los Genin les costaba igualar el rápido recorrido que los hombres Chunin daban al correr. Estaban bastante adelantados, y equipos como los de Namida e Ibiki, se estaban quedando atrás.
Como única esperanza en este mundo destruido, ellos se ayudaban. Namida podía igualar el paso de sus compañeros que corrían sin descansar, gracias a la Chunin de su equipo y la Samurái. Ambas la tomaban de los brazos, cruzándolos. Si corrían al mismo tiempo, podían correr más rápido. Una técnica meramente inocente que Hanabi-sensei les había enseñado. Mirai iba detrás del todo, con Shikadai y su equipo frente a ella. Escudriñó como podía a los equipos, y pudo reconocerlos. El equipo siete, quienes se esforzaban para no mirar atrás; El equipo Hanabi, quienes seguían corriendo en una especie de cadena Humana; Y entre muchos otros, el equipo Genin que era antes liderado por Ibiki.
Esos tres niños estaban demasiado alarmados, y corrían con todas sus fuerzas, usando sus manos para asegurarse de que algún compañero no se haya quedado atrás. Lo más aterrador ahora, era el comportamiento de la naturaleza. Al mismo tiempo que centraba sus piernas en solo correr, Mirai divisaba el suelo. De vez en cuando ponía una mano en las espaldas del Ino-Shika-Chou para que no igualaran su paso, y siguieran por delante de ella.
Era demasiado extraño. Todo lo que había en el suelo; Piedras, ramas, rocas más grandes y hasta animales, eran arrastrados al lado contrario al que se dirigían. Lo supo sin tener que ver hacia atrás. Algo los estaba arrastrando, alguna cosa estaba sucediendo en la aldea que estaba absorbiendo todo a un ritmo lento. Con eso en mente, su corazón no hizo más que palpitar con más velocidad. - ¡El suelo…! – La Sarutobi exclamó con esfuerzo a los dos mayores que corrían al frente. – ¡Algo está arrastrando las cosas del suelo! - ¡Wah! El grito de Enko llegó a oídos de todos.
La niña, cuyos guantes de cuero abrazaban sus brazos individualmente, cayó de boca al suelo. Dio un gran chapoteo, y seguidamente, sus compañeros gritaron su nombre, alarmados. Fue ahí cuando todos pararon. Incluidos los dos Chunin, que se miraron entre sí. Los compañeros de Enko: Doushu y Tsuru, se habían apresurado para ayudarla a levantarse. Sin embargo, ese pequeño suceso no hizo más que confirmar lo que Mirai había alertado.
- ¿Qué…? - ¿Qué es eso? ¿Por qué ocurre eso? – preguntó una Tsubaki confundida. – Las piedras están bajo el agua y apiladas en barro… ¿Por qué son arrastradas solas en dirección a la aldea?
- Es cierto… - ¡¿Qué ocurre?! – No mucho después, sus compañeros coincidieron con la Samurái. –
Ya toda su atención se había puesto en la aldea. No se habían alejado mucho, pero de igual manera podían verse los grandes muros que la protegían de visitas ilegales. Que mucho no sirvieron. Con Mirai ahora frente a los niños, todos murmuraban sus terrores. El cielo negro se arremolinaba encima de la aldea, y la lluvia se hacía cada vez más suave. Porque en su totalidad, era llevada a Konoha.
Todavía desde su posición, podían escucharse los estruendos. Las pestañas de la Sarutobi se abrían de tal manera, que las gotas de agua se paseaban por ellas de manera limpia. Estaba atónita, demasiado asqueada y asustada. Sus iris temblaban porque no podía hacer que sus ojos obedecieran a su cerebro.
Quería ver y asegurarse de cuantos eran aquí. Cuantos habían sobrevivido. Esos pocos… No solo serán ellos, ¿verdad? A su mente llegaron sus superiores. Muchos de ellos eran hombres de mucha más edad, pero igual de geniales como los jóvenes de la edad de Mirai. Todos sus camaradas compartieron grandes momentos con ella, y ella disfrutó todos y cada uno de ellos. ¿Cómo era posible, que ninguno de esos padres de familia, estaban aquí con vida?
- Aquí está bien. – habló uno de los hombres, sacándolos a todos del trance. – Jovencitos, necesito que todos se pongan aquí en medio. Agrúpense lo más que puedan, no se separen.
- ¿Eh? ¡¿Qué dices…?! – Boruto habló. – ¡¿De qué están hablando?! ¡La aldea fue destruida y mi padre y Sasuke-san están peleando junto con todos los que pueden luchar! ¡No es momento de hacer un experimento!
- Uzumaki-kun…
- ¡Dejen de llamarme así! – Exclamó el rubio. Con su mano apartó violentamente al hombre joven que trataba de calmarlo. Boruto dejó caer sus hombros con resignación. – Ya todo está jodido… Kawaki nos traicionó, y al parecer, Ada también lo hizo. Toda mi familia… la aldea… mis maestros… Todos están…
Hubo un silencio sepulcral. De pronto, todos los niños parecieron coincidir con Boruto. Los compañeros con los que había compartido clase, estaban de acuerdo con él.
Ya todo estaba perdido. La aldea no estaba, los adultos no estaban y pocos sobrevivieron. Y para completar, algo grande estaba próximo a explotar y nadie podía hacer nada. O eso era lo que ellos pensaron en ese momento de depresión absoluta. Aun con la lluvia dirigiéndose a la aldea y la brisa fría tomando fuerza, dos destellos se divisaron a la lejanía.
Gracias al sonido minúsculo pero audible, fue que los Genin y Chunin presente, supieron que no se trataba de una amenaza.
- ¿Qué son esos? ¿Malas noticias…? – preguntó Namida, abrazando el brazo de su mejor amiga. –
Hubo un silencio para que todos pudieran ver como las dos luces que se vieron a cada lado de la aldea, soltaban humo justo después de hacer aparición.
- Es una técnica del estilo rayo. – Informó Taketori Hoki, el castaño enmascarado. Su único ojo visible se abría con admiración casi impactante cuando vio esas luces desvanecerse. – Dicen que el sexto usaba su Raiton como señal, y que la adaptaba en objetos que pudieran conservar la técnica para que sus compañeros pudieran usarla como señal.
Un pergamino se abrió con decisión. El sonido tan distinguido los hizo a todos girarse. El más joven de los dos Chunin, extendía en sus brazos un pergamino bastante extraño. No importaba que llovía, tampoco interesaba que tan inundado estaba el suelo. Él se sentó igualmente en el piso, y extendió el pergamino con una roca en cada esquina para evitar que este se cerrara por la brisa.
Algo que llamó la atención de todos los niños, era el dibujo tan único que yacía en medio del papel. Pintado en tinta negra tan limpia y detallada, que era posible ver cuantas puntas tenían los trazos desde la posición de Boruto. Yamanaka Inojin distinguió ese trazo, por más apartado que estuviera del pergamino.
- ¿Un pergamino de invocación…? – Indagó Sarada, susurrante. – ¿Por qué tenemos que quedarnos aquí parados si teníamos que alejarnos de la aldea? ¿Qué van a hacer con ese pergamino?
Un chisporroteo los asustó a todos. Obligó a muchos a juntarse más para sumar protección, y ninjas como Iwabee o Tsubaki, empuñaron sus armas para defenderse de cualquier amenaza. Solo para ser sorprendidos por una Bengala.
Luego una, después otra. Todo a su alrededor se iba llenando de más y más bengalas, hasta poder iluminarlos de tal forma que podían verse la suciedad de sus uñas. Evidentemente, ellos estaban más allá de sorprendidos. Distintos Chunin traían consigo bengalas, y las extendían sin expresión alguna, sumándose a la iluminación del terreno.
- ¡¿Qué sucede?! – Lloró Enko. Sus dos amigos la abrazaron con fuerza. –
- Son para iluminar al sello. – Informó Mitsuki, tomando por sorpresa a muchos de sus compañeros. – El que dará inicio al Jutsu no puede desconcentrarse. Las Bengalas son para que pueda ver bien el sello…
El hombre mayor hizo lo mismo que la vez anterior. Se encaminó hacia Mirai sin apartarle los ojos, logrando que los jóvenes ninjas de Konoha le abrieran el paso.
- ¿Estás lista? – preguntó él. La misma inexpresividad, como todos los adultos que los rodeaban. –
- ¿Lista…? – Mirai indagó. Después negó levemente con la cabeza, y se atrevió a usar un tono lamentable. Pues no sabía que hacer ahora. – ¿Y Para qué me tengo que preparar, señor? ¿Para qué se supone que debo de estar lista?
Él cerró sus ojos por un momento. Estaba reflexionando.
- De verdad… no creí que esto pasaría alguna vez, ni en mis peores pesadillas. – Se dijo a sí mismo. – Mirai Sarutobi, como el ninja con más rango que queda hasta ahora, te libero de tus ataduras como una Chunin de la hoja.
- … ¿Qué?
Mirai no sabía que responder ante eso. Y sus amigos más jóvenes habían quedado igual de estupefactos. Después de que el hombre escudriñara a cada uno de los niños como si fueran ahora algo del pasado, volvió a dirigirse a la Sarutobi.
- ¿Ves ese sello que mi compañero está preparando? – Ella no respondió. – Ese sello, Mirai, los sacará a ustedes de aquí. Al liberar el sello, se ejecutará un Jutsu espacio-temporal.
- ¡¿Entonces si es un Jutsu de invocación…?! – se preguntó Sarada en medio de sus dos compañeros de equipo. Quienes la miraron en cuestión. – Un Jutsu espacio-Temporal… ¡Esos son muy difíciles de usar en personas…!
Después de mirar a Sarada de reojo, la Sarutobi de los ojos rojos miró alarmada a su superior.
- ¡Señor…! ¿Puede ser más claro, por favor? ¿A qué se refiere con eso?
- La respuesta está en los objetos que tienes tú y esos niños, Mirai. – le respondió él. – Toda esa comida enlatada, todos esos pergaminos llenos de provisiones y armamento, son para que tú y tu escuadrón estén con vida hasta que logren encontrar un buen lugar estable en el sitio que los mandaremos. – El hombre vaciló un poco con sus palabras. – Un sitio que por lejos será bonito… pero que probablemente les dé una segunda oportunidad y puedan evitar con este desenlace.
- … ¿Señor? – la jovencita le cuestionó, petrificada. – ¿Está bien…? ¿De qué me está hablando?
- Tendrán que tener mucho cuidado en ese lugar. – El hombre continuó con su relato. Ignorándola tanto a ella como a los niños que ahora dejaba atrás. El Chunin se puso a un lado del hombre joven sentado en el suelo. – La guerra… no es un escenario bonito para ninjas tan talentosos como ustedes. Pero seguramente el al menos salir de todo este problema, los ayude a conseguir la felicidad que nosotros los adultos no pudimos conseguirles.
- ¡Oiga, viejo! ¡¿Qué son todas esas ridiculeces de la que nos habla?! – Boruto, como bien era costumbre, se lanzó a su dirección. Pero fue parado por Sarada, que, aunque estaba igual de dolida y confundida, encontró mantenerlo a raya. – ¡Sea más claro! ¡¿Por qué estamos aquí hablando tonterías cuando algo está a punto de ocurrir?!
Con una sola palmada de las manos del hombre, los Chunin que tenían las bengalas, hicieron la misma pose de manos que él. Sus rostros reflejaban tristeza, melancolía profunda y arrepentimientos. Si resultaba ser algo peligroso, no podían escapar, ya que los rodeaban. Los encerraban en un círculo, y Mirai se vio encerrada, y accidentalmente chocó con alguno de los jóvenes ninjas que tenía en frente.
- ¿Saben por qué los adultos les han ocultado tantas cosas? – Encendiendo fuertemente el interés en todos los niños y en Mirai, el hombre habló. – Porque si hacían más contacto con ustedes, más del que ya estaban acostumbrados, tendríamos que reescribir todo este sello nuevamente. Y lo que más se restaba era el tiempo.
- ¿De que trata…? – Indagó el rubio Uzumaki. – - Este Jutsu… esta técnica, los enviará a una época anterior a la actual. – explicó el Chunin mayor. – En conjunto, jadearon en respuesta.
- ¡Espera! ¡¿Un Jutsu que puede regresar a personas al pasado?! – Metal Lee por fin se sumó a la oleada de confusión. – ¡¿Existe acaso una técnica así?! - No es sencillo. – repicó uno de los tantos Chunin que los rodeaban. – Para asegurar sus vidas, sus padres tendrían que hacer una especie de historial. Hacer un pacto de sangre con el sello, y encerrar allí todos sus recuerdos. De esa manera, podríamos invocarlos a ustedes hasta esa época, a la inversa; a través de la sangre de muchos en Konoha.
- El pacto sirve para asegurar en qué época llegar. – continuó otro Chunin. – Sus padres… son parte de muchos ninjas, incluidos nosotros, que regalaron su ser a este sello con tal de llevarlos a ustedes hacia allá.
Muchos estaban a punto de cuestionar a gritos, cuando el anciano los interrumpió.
- Se decidió desde un principio que ustedes serían los salvados, chicos. Esas luces de aviso que el chico notó, fueron por parte de otros ninjas que sobrevivieron, y probarán esta técnica con otros pocos. Aunque no prometo que compartan las mismas creencias que ustedes…
- Pero… ¡Eso es una locura!
- En una crisis, esta es la mejor opción, Uzumaki-kun. – Dijo el Chunin mayor. Lentamente, empezó a formar sellos con las manos, alertando a Boruto y a los compañeros tras él. – Es realmente triste… pero si los adultos les dirigían más palabras de lo normal y crearan más recuerdos importantes, este sello ya no serviría. Tomen esto como la última voluntad de sus padres y adultos que dieron la sangre por ustedes, por favor.
Un silencio de funeral cayó sobre los jóvenes ninja de Konoha. Sarutobi Mirai, la que estaba detrás del todo, se limitaba a abrir enormemente los ojos. Ajena a lo que ocurría a su alrededor. Desde la aldea, una fuerte detonación se presentó con violencia. Justo después del estruendo, una fuerza los empujó junto con los árboles del bosque.
Estos se doblaban de tal manera que parecían árboles de plástico. Las chicas jóvenes gritaban, y los chicos se tapaban la cara con los antebrazos para evitar así que algo peligroso entrara en sus ojos. Mirai, en cambio, estaba de espaldas a la aldea. Ella aguantó como pudo esa fuerza, y se quedó parada, sirviéndole de escudo a algún equipo que se refugiaba tras su figura inmóvil.
Lo creía antes, y ahora era un hecho. Estaba en una realidad más que acabada. Su hogar ahora era nada, y sus compañeros estaban muertos. Para completar, los Chunin de la aldea llevaban a cabo un supuesto sello que los llevaría al pasado.
¿Sería esa una salvación o una perdición? Es decir, estaría bien empezar desde cero y evitar todo esto… ¿verdad? Pero… ¿Y si aquello era nada más una excusa para no perder las esperanzas? Mirai se sentía acabada.
- ¡Liberemos el sello! – Gritó el Chunin que lideraba las poses de manos. –
- ¡¿Qué va a hacer?! – gritó Namida. –
- ¡El abuelo se volvió loco! – Tsuru exclamó con terror, sin soltar en sus brazos a Enko, quien no desenlazaba su brazo del de Doushu. –
Los Chunin gritaban con fuerza los nombres de las poses de mano. El sentido auditivo de Mirai se iba volvía cada vez más distorsionado. Ya casi no era capaz de escuchar algo, sus oídos se sentían presionados. Una presión indescriptible se cernía sobre todos.
Sentían que en cualquier momento serían arrastrados, y los árboles del oscuro bosque se inclinaban en dirección a Konoha. El mundo se inclinaba, y hasta las aves que buscaban encontrar un lugar más seguro, sufrían el repentino cambio.
Mirai alertó a los niños, tomando las espaldas del Ino-Shika-Chou como iniciativa. Creía que así, ninguno sería arrastrado a ningún lado, o caerían por otro si su perspectiva del mundo inclinándose resultaba ser la realidad. En pocos segundos, los niños se apegaron. Hoki y su equipo ponían toda la fuerza en sus piernas para no sucumbir ante esa fuerza invisible que quería arrastrarlos. Los gritos disminuyeron, y en su lugar, llegaron los jadeos de esfuerzo. Todos los equipos de Ninjas excelentes de Konoha, estaban colaborando para que ninguno fuera arrastrado.
- ¡Listo! ¡Todos, Hagámoslo! – gritó el Chunin encargado del pergamino, con todas sus fuerzas. –
- ¡Sarutobi! ¡Te deseamos la mejor de las suertes!
Apenas eso pudo entrar en sus oídos. Para cuando Mirai pudo abrir con normalidad sus ojos para ver por última vez el rostro de su superior, la sangre corría de la palma de su mano. Y en segundos, su vista se nubló luego de que una luz cegadora se disparara a sus ojos. Después de eso, no pudo sentir alguna señal de vida por parte de su cuerpo.
Y en un eco que se alejaba, las voces de los Chunin se despedían de ella, mostrándole así, por primera vez, un trato que no era a raíz de ser la hija de alguien. Si no, porque eran compañeros.
Y un compañero, estaba dispuesto a darle su vida a otro.
Sin importar que tanto insista la tormenta eterna, los lazos siempre estarán presentes. Aun si relampaguee o pasen quinientos años.
- ¡Kuchiyose no Jutsu!
