Cambio de octubre
Capítulo 4
Aire soja
Sabia que Merlina no era precisamente el caballero cursi y romántico que había imaginado desde niña, pero con solo esa mirada que le daba era suficiente para darse una idea de lo que podía pasar en los siguientes momentos.
—Acércate —pidió la Adams extendiendo su mano.
Enid, en cuestión de segundos ya se encontraba frente a ella, tomando su mano al instante sintió la diferencia de temperatura, un escalofrío le recorrió la mano, dejando tras de sí una sensación de ansiedad, expresada en el reflejo de sus garras saliendo sin querer. Enid dio un brinco, queriendo alejarse de Merlina, pero ella la retuvo no quería que la loba se alejara, sino todo lo contrario.
La noche era la guardiana de la intimidad de ambas chicas, no era la primera vez que Merlina terminaba, sin querer, en aquella planicie en medio del bosque donde Enid solía descansar después de enlobarse.
La Adams dio un tirón más fuerte, formando un abrazo inquieto, su cuerpo pegado a la desnudes de Enid disfrutando de la extraña calidez. Con su mano libre Enid acaricio la cabeza de su acompañante, era tan tranquilizadora esa cercanía, que nadie le podía robar. Bajo su mano, tomando el mentón de Merlina para poder mirarla a los ojos, sus ojos oscuros que durante las últimas noches habían tenido un brillo especial solo para Enid. Acaricio su mejilla.
—¿Retiro las garras?
—No, están bien —Merlina posó su mano libre sobre el glúteo de la rubia— ya te divertiste la otra vez, es mi turno.
Una ráfaga inoportuna azotó ambos cuerpos.
—Hoy tengo una idea —expresó la Adams.
No espero más, elevo las puntas de sus pies para lograr besar los labios de Enid, suave al principio, pero al momento que tomó la nuca de la chica para profundizar el beso, introdujo su lengua a la cavidad de su contraria, sus labios se encontraron danzando a un compás inventado solo por ellas, un baile que solo podría bailar con ella y nadie más. Enid tembló ante el beso, estaba cansada de tanto correr, las piernas le flaquearon y cayó de rodillas llevándose a Merlina con ella, ambas ahora a la misma altura se miraron con ansiedad.
Merlina no dijo nada y comenzó a despojarse de sus prendas, podría dejar que Enid lo hiciera por ella, pero esta vez no, pues la loba estaba cansada, además de que con las garras podría destrozarle la ropa y esta vez no llevaba ropa extra para ella.
Enid veía la ropa desaparecer y la piel aparecer, la luna le daba una iluminación tan ideal a la imagen frente a ella. Estaba en un estado de éxtasis pues la figura delante de ella se desnudaba con elegancia, a su concepción era un cuerpo divino, la piel morena a la luz de la luna con el viento andando por los cabellos oscuros.
Merlina posó sus palmas sobre los hombros de la rubia, recostándola sobre la fría hierva, besó la piel pálida sin prisa, ni apuro, declarando cada centímetro de piel y cada lunar como suyo, como un conquistador a un nuevo continente, no se resistió mordió la piel debajo de la clavícula de Enid dejando una marca roja, bajo a su seno dando besos alrededor de este, disfrutaba navegar sobre ella, acariciar y pellizcar levemente la piel de la loba.
Había suspiros y jadeos al aire, Enid no buscaba la censura en sus expresiones al contrario quería hacerle saber a Merlina que la sentía sobre ella, que le gustaba cada gesto y caricia, aunque rodaran en lo vulgar. Las manos se agitaban por todo su cuerpo, Merlina procuro no dejar ni un solo rincón sin atender, al mismo tiempo sentía las garras de Enid divagar por su cuerpo, dejando pequeños hilos rojos al azar en su espalda, en sus brazos, glúteos y piernas, aun con eso toques dolorosos Merlina sentía todos los sentimientos de Enid transmitidos en cada gesto. Ella tampoco busco reprimir sus sonidos y algunas palabras, Enid la complacía como nadie en el mundo.
No había nadie más, nadie más que ellas sumergidas en su momento, casi sin querer se mezclaban con el aire, nublando su juicio sin querer volver a la realidad, volando en sus propios deseos besándose por dentro de su alma y descubriendo que, sin la otra, casi sin querer no eran nada, no les importaba ser arrastras hacia los pies de su acompañante. A Merlina no le importaría sucumbir ante Enid, pero jamás lo diría en voz alta, lo demostraría entre besos y caricias, cayendo ciegamente a los brazos de la loba, dejándose llevar como la brisa en el viento.
