2018: Aquí ando otra vez traduciendo… esta historia también es de Alicia Blade (psst! Por si no lo han leído, les recomiendo leer la traducción de Luna Versión 4.2). La autora hace muchas referencias a cuentos de hadas (regularmente los de los hermanos Grimm), aunque no es necesario que tengan un conocimiento extenso en el tema. También debo hacerles notar que "La espina de la rosa" es el nombre original en español de "La Bella Durmiente" o "La Princesa durmiente".

Espero que la disfruten! Los reviews serán bien agradecidos, los usare para endulzar mi chocolate caliente :) que tanta falta hace en los días de invierno.

Como siempre me duele decir que yo no soy dueña de Sailor Moon.

Agosto 2023: Decidi editar un poco los primeros 8 capitulos para que la historia estuviera mas uniforme y similar a mis nuevas traducciones. No ha cambiado la historia, asi que no es necesario leerlos de nuevo si no quieren.


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Capítulo 1: El gato con botas

"Escucha", dijo el gato, "no hay necesidad de matarme cuando todo lo que obtendrás será un par de pobres guantes hechos de mi pelaje. En su lugar, haz que me hagan unas botas. Así podré salir, mezclarme con la gente y ayudarte antes de que te des cuenta". de El Gato con Botas


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Nunca vas a creer lo que pasó en química!"

Serena cerraba su casillero y lanzó una mirada a su mejor amigo, Melvin, desde el rabillo del ojo. Él se balanceaba emocionado de un pie a otro, apenas un centímetro más alto que la forma menuda de Serena. "¿Hiciste explotar algo?"

Melvin arrugó la nariz. "Por supuesto que no. Química es mi materia número uno."

"Claro", murmuró ella. "Bien, me rindo. ¿Qué pasó en química?"

Empujando sus lentes con montura gruesa hacia arriba del puente de su nariz, Melvin anunció con orgullo: "¡Elegimos compañeros de laboratorio!"

Rodando los ojos, Serena colocó su mochila sobre su hombro y se recostó contra la fila de casilleros. "Melvin", dijo pacientemente, "¿recuerdas esa conversación que tuvimos sobre cosas en las que la gente simplemente no está interesada, como tu colección de lepi—lepi—"

"Lepidópteros."

"Sí, tu colección de lepidópteros. ¿Y el hecho de que estudias cuarenta horas a la semana y tienes un promedio de 4.2? Melvin, me importas mucho y todo, y me alegra que estés tan emocionado por tu compañero de laboratorio, pero—"

Agitando las manos frente a ella para detener la charla, Melvin soltó de repente, "¡Es Darien!"

Las palabras que ella había estado pensando se desvanecieron con la mención del nombre, y sintió que su corazón latía notablemente más rápido. "¿Cómo? ¿Perdón?", balbuceó.

Asintiendo con orgullo y una gran sonrisa en su rostro marcado por el acné, Melvin continuó, "Te dije que esto era emocionante."

"Melvin, ¿cómo lo hiciste? ¿Por qué lo hiciste? ¿Darien Shields?"

"¡Por supuesto! ¿No lo ves, Serena? ¡Esto es perfecto! ¿Qué mejor excusa para darle información sobre ti?"

Poniéndose pálida, Serena sacudió rápidamente la cabeza. "Oh no, ni lo sueñes, ¡no harás algo así! ¿Me oyes, Melvin Edward Gimmerson?"

Melvin hizo una mueca. "Detesto cuando me llamas así."

Frunciendo el ceño, Serena puso sus manos en las caderas. "¡Lo digo en serio! No quiero que hables de mí ni que des pistas ni nada por el estilo."

"Pero Serena, ¿por qué no? ¡Has estado enamorada de él desde quinto grado! Esta es la oportunidad perfecta. Ya lo tengo todo planeado. Primero le contaré lo increíble y bonita que eres—"

"Melvin…"

"No, ¡escucha! Después, cuando esté realmente intrigado, inventaré una historia sobre tu novio mayor mariscal de campo de Italia que se contagió de la enfermedad de las vacas locas, y ahora necesitas una cita para el baile de regreso a casa, ¡y voilà! ¡Cita conseguida!"

Cerrando los ojos, Serena golpeó su cabeza contra el casillero unas cuantas veces, luego suspiró. "Melvin, ¿qué parte de ese cerebro tuyo con un promedio de 4.2 cree que esa es una buena idea?"

"Bueno, la investigación científica demuestra que el cerebro…"

"No importa. Solo… no. No voy a tratar de conquistarlo a través de una serie de mentiras descaradas, y ciertamente no voy a hacer que tú las digas todas. Además, eres pésimo mintiendo."

"¿Entonces qué? ¿Vas a pasar toda tu vida esperando a que venga y te rescate en su corcel blanco? Esto no es un cuento de hadas, Serena."

Serena se enfureció. "Lo sé."

"Ah, lo siento, Sere. No es… quise decir… ya sabes, podría suceder. Los cuentos de hadas se hacen realidad. Aunque también las películas de terror, pero ya sabes…"

"¡Ahí está!" Serena inhaló bruscamente y Melvin no necesitó voltear para saber que Darien Shields, el galán de Crossroads High, estaba caminando por el pasillo. Frunciendo los labios, Serena trató de encogerse entre los casilleros implacables y al mismo tiempo mantener sus ojos fijos en él tanto como fuera posible. En realidad, no necesitaba mirarlo, por supuesto, ya que había memorizado hace mucho su estatura, la forma en que sus hombros se movían al caminar, los tonos frescos en sus ojos celestes cálidos, el cabello desordenado que siempre parecía lo suficientemente fuera de lugar como para ser sexy sin parecer descuidado.

Ella tragó saliva, un tinte de rubor avergonzado llegó a sus mejillas y lo observó pasar. Se dio cuenta, con una mezcla de decepcion y gratitud, de que él no la notó. Estaba segura de que tendría que cambiarse de escuela si él alguna vez supiera cómo lo miraba fijamente cada vez que tenia la oportunidad.

Al final del pasillo, Darien se encontró con un grupo de amigos y salieron al patio, desapareciendo de la vista. Serena finalmente soltó el aliento y el mundo cobró vida nuevamente.

"¿Vas a pasar toda tu vida esperando a que él te rescate con su corcel, verdad?" Melvin preguntó, y ella se reprendió mentalmente por casi olvidar que él seguía allí.

"Por supuesto que no", dijo, sin estar segura de a quién estaba tratando de convencer, y le lanzó una sonrisa brillante a Melvin. "Aceptaría a casi cualquier príncipe, en realidad. Él es simplemente el más cercano que he encontrado hasta ahora. Vamos." Enlazando su brazo libre en el codo de Melvin, se dirigió hacia otra salida de la escuela.

"Oye, ¿cómo lograste convencerlo de ser tu compañero de laboratorio?"

"No lo hice", respondió Melvin, empujando sus anteojos nuevamente. "Fue él quien me lo pidió a mí."

"Tal vez quería ser tu compañero porque te asegurarías de que obtenga una buena calificación", sugirió Serena, enumerando razones por las cuales el popular Darien Shields querría asociarse con su extravagante amigo excluido.

Melvin inclinó la cabeza hacia atrás para mirar un cielo nublado. "Al principio pensé lo mismo, pero Darien tiene la segunda calificación más alta en nuestra clase, después de mí, por supuesto, y el quinto promedio más alto en la escuela".

Serena frunció el ceño. "Melvin, ¿dónde encuentras esta información?"

"¿No es de conocimiento común?"

"No, no lo es. Además, si alguno de los dos va a acecharlo, ¿no debería ser yo?"

Ignorando su broma, Melvin respondió a la defensiva, "¡No lo estoy acechando!"

"Tal vez quiera estar con alguien igual de inteligente para que no se aprovechen de él. Odio cuando tengo que hacer todo el trabajo en un proyecto en equipo."

"Honestamente, Serena, ¿cuándo ha sucedido eso alguna vez?"

"¡Hey, ha sucedido! Bueno, al menos podría suceder. Si alguna vez me emparejaran con alguien que aun mas perezoso que yo."

Burlándose, Melvin se encaminó hacia su casa, a tres puertas de la de Serena. "¿Quieres pasar a tomar algo? Mamá mencionó algo sobre bollos de ciruela esta mañana."

"No, gracias", dijo Serena, sacando la lengua con disgusto y girando hacia su casa, pero Melvin la llamó por su nombre, lo que la hizo volverse hacia él.

"¡Casi lo olvido! Dejaste esto en mi casa ayer." Luego de meter la mano en su mochila, Melvin sacó un libro azul grueso con letras doradas en relieve en el lomo.

Serena jadeó, agarrándolo de sus manos. "¡Ni siquiera me di cuenta de que faltaba!" gritó emocionada.

"Probablemente estabas demasiado ocupada soñando con el Sr. Shields." Melvin recibió una mirada poco convincente, pero sonrió ampliamente y preguntó, "Por cierto, ¿hay algo que quieras que le pregunte mañana? Al menos puedo jugar a ser detective, ¿verdad?"

Riéndose, Serena acunó el libro en un brazo y levantó la mano libre para tirar de una de las dos idénticas colitas rubias en la parte superior de su cabeza. "¡Claro! Pregúntale si prefiere 'Príncipe Azul' o 'Caballero de Brillante Armadura'."

Serena observó cómo Melvin desaparecía en su casa, sacudiendo la cabeza hacia ella. Giró sobre sus talones y se dirigió hacia su propia casa, sus ojos pegados al hermoso libro. Era su posesión más preciada, regalo de su abuela en su sexto cumpleaños: una copia antigua de los Cuentos de los Hermanos Grimm, publicada en 1857 y todavía en excelente estado. Al menos, así había sido cuando se lo dieron. Durante los últimos nueve años, Serena había leído y releído las historias. Ahora, las páginas estaban ligeramente rasgadas y la mayoría del dorado en relieve de la portada se había desgastado. Pero no le importaba; seguía siendo el libro más hermoso que jamás había visto.

El lomo del libro se abrió inmediatamente en "Briar Rose", su favorito de todos los cuentos y uno que había memorizado palabra por palabra.

"Érase una vez un rey y una reina", murmuró caprichosamente para sí misma, "que deseaban mucho tener un hijo. Entonces, un día, la reina dio a luz a una niñita y todo el reino se alegró. La llamaron Briar Rose ..." Pasó un par de páginas. "Briar Rose tocó el huso de la rueca y cayó en un profundo sueño. El reino también durmió con ella y durante cien años soñaron mientras las espinas crecían alrededor del castillo... Cuando el príncipe vio a la princesa dormida, se enamoró de inmediato de ella y no pudo evitar besarla con el primer beso del amor. Briar Rose abrió los ojos y se enamoró del príncipe ante ella. ... Y vivieron felices para siempre".

Con una gran sonrisa, Serena cerró el libro y lo abrazó contra su pecho por un momento. Satisfecha, lo metió en su mochila, su hogar habitual, y giró hacia su casa, estirando los brazos por encima de la cabeza con un bostezo entusiasta, la mochila colgando de sus dedos. "Ah, y eso nos da hermosas diecisiete horas antes de que tenga que volver a la escuela." Balanceando los brazos, empezó a considerar sus opciones para un refrigerio después de la escuela. Había reducido su elección a Doritos u Oreos con leche cuando llegó a su casa y escuchó un maullido debajo de los arbustos de enfrente. Deteniéndose, frunció el ceño y se agachó frente al arce japonés de su mamá y vio a un pequeño gatito gris sentado tranquilamente junto al tronco.

"Hola", Serena le dijo al gato, que parpadeó ante ella con ojos rojizos y grandes, sus orejas largas hacia adelante. "¿Estás perdido?"

Serena pudo ver un collar rojo alrededor del cuello del gatito con una pequeña campana plateada y una plaquita que esperaba tuviera una dirección. Extendiendo su mano, lo llamó con su voz más dulce y persuasiva. Por un largo rato, el gato solo se sentó con su cola enrollada alrededor de sus patas, analizándola con una mirada tranquila y estudiosa. "Vamos, pues", Serena dijo con el más mínimo toque de agitación. "No te voy a lastimar. Sal de ahí".

Finalmente, el gato se puso de pie y estiró su espalda, manteniendo su cola en alto con un aire de orgullo, y se acercó a Serena con delicados pies blancos.

"Bueno, tómate todo el tiempo que quieras", murmuró Serena cuando el gato finalmente se acercó lo suficiente como para que ella lo recogiera en sus brazos. Instantáneamente, el gato empezó a ronronear y Serena lo mantuvo contra su pecho con una mano, encajaba perfectamente en su palma, y revisó la pequeño placa plateada con la otra. "¡Ah, Gato con Botas, ¿verdad?", dijo, leyendo el nombre en la etiqueta con una risa. "Siempre quise tener un gato con ese nombre. ¿Dónde está tu familia con buen gusto?" Volteó la plaquita, encantada al principio al ver que había una dirección, pero su emoción decayó rápidamente. "¿Thornrose Lane? ¡Pero eso está al otro lado de la ciudad! ¿Cómo llegaste hasta aquí?" Gato con Botas la miró con inocencia, antes de tocar su nariz húmeda contra su barbilla como si estuviera pidiendo un buen rasguño detrás de las orejas. Serena accedió con un suspiro. "Está bien, pero al menos dame tiempo de dejar mis cosas, ¿si?"

Un minuto después, Serena salía de su casa sosteniendo al gatito complaciente en sus brazos, habiéndose librado del peso de su mochila. Había considerado llamar a Melvin y pedirle que hiciera el largo recorrido con ella, pero sabía que él estaría ocupado estudiando y no quería distraerlo.

Era un paseo de cuarenta minutos y Serena estaba agradecida por el cielo nublado de septiembre, que notó tenía el mismo color claro que el pelaje del gatito, y no mostraba señales de lluvia. Esperaba que todavía hubiera luz del día cuando dejara al gatito y volviera a casa.

Finalmente, Serena encontró Thornrose Lane, una calle que alguna vez había sido hermosa y concurrida. Ahora había caído en el abandono, no lo suficiente como para que el consejo municipal se preocupara, pero lo suficiente para poner nerviosa a Serena mientras contaba los números en las casas. El gatito parecía inquieto mientras caminaban, maullando en los oídos de Serena y jugando con su cabello.

"Casi llegamos a casa", dijo Serena, finalmente avistando la casa que coincidía con la dirección en el collar de Botas. Se estremeció; la casa se veía más como una cabaña.

El patio estaba rodeado por una cerca de madera corta a la que le faltaban algunas tablas y parecía estar siendo desmantelada lentamente por zarzas. Donde antes había césped, ahora solo crecían dientes de león. El musgo cubría el techo y las canaletas, y el suelo estaba cubierto de manzanas de un solitario arbol, roídas por gusanos. Miró hacia los redondos ojos rojos del gato y sintió un toque de culpa. "No puedo culparte por tratar de escapar", dijo, dándole a Botas otro rasguño alrededor del collar. "Pero tal vez espera hasta que seas un poco más grande, ¿si? Es un mundo grande y aterrador ahí afuera. Y nunca sabes cuándo te encontrarás con un ogro."

Suspirando, avanzó por la entrada, pateando unas cuantas manzanas sueltas en su camino. Antes de golpear la puerta, Serena revisó el pequeño buzón adjunto a la pared, con la esperanza de que tal vez se hubiera equivocado de casa y que Botas realmente pertenecía a esa linda casa amarilla con persianas blancas al otro lado de la calle. La respiración de Serena se atascó cuando leyó el pequeño letrero pintado sobre el buzón, no por los números (que aún coincidían con el collar de Botas), sino por el nombre que leyó allí.

"Grimm, J.?" susurró para sí misma, mirando a Puss in Boots, quien parecía observarla con un brillo travieso en sus ojos. "Está bien. Supongo que tu nombre viene de algo mas que solo tus pequeños pies blancos", murmuró Serena, levantando lentamente la mano y tocando la puerta.

Pudo escuchar un crujido desde el interior mientras pasos ligeros se acercaban a la puerta. Oyó el sonido del pestillo y luego la puerta se abrió unos centímetros, una cadena dorada unida al marco de la puerta evitaba que se abriera más. Un anciano apenas más alto que Serena estaba del otro lado, mirándola con ojos marrones oscuros, casi negros, en uno de los cuales sostenía un lente grueso, ampliando el ojo que la miraba.

Botas maulló una vez y luego comenzó a ronronear fuertemente, frotándose contra el cuello de Serena.

"Ehm, hola. Creo que..." Serena dijo vacilante, "encontré a este gato y..."

El hombre resopló y la puerta se cerró. Serena pudo escuchar el tintineo de la cadena, antes de que la puerta se abriera de nuevo y el hombre se apartara con un gesto de su brazo, que parecía más un acto de costumbre que de bienvenida.

"Supongo que querrás entrar a tomar té."

"Um, no, está bien, de verdad", dijo Serena con amabilidad, pero sus pies la llevaron a la pequeña sala de estar de todos modos. "Solo queria devolverle su gato y regresar a casa. Antes de que oscurezca", añadió apresuradamente, saltando cuando la puerta se cerró de golpe y el hombre se apresuró hacia una cocina de estilo antiguo que estaba en una esquina, llena de sartenes de hierro fundido sucias. Él limpió el desorden y llenó una tetera de cobre con agua de un grifo igualmente sucio, colocándola en la hornilla.

Moviendose incómodamente sobre sus pies, Serena puso a Botas en el suelo. El gato maulló y la miró, asintiendo ligeramente como agradecimiento, y la acción pareció tan extrañamente humana que le puso la piel de gallina. Se tomó un momento para observar la habitación. Parecía ocupar casi toda la casa, con solo una puerta abierta que conducía a una habitación trasera, que supuso que era un dormitorio. Los muebles eran escasos, solo un par de estanterías casi vacías y un escritorio que contenía montones de libros tan altos que probablemente alguna vez llenaron las estanterías desiertas. Una alfombra redonda cubría la mayor parte del suelo de madera, parecía que nunca la habían aspirado y estaba tan desgarrada que supuso que Botas la había usado muchas veces para limar sus garras. No había imágenes en las paredes ni cortinas en las ventanas, y no había mesas ni sillas excepto por la silla que estaba frente al escritorio. Supuso que el anciano comía sus comidas junto a sus libros.

Entonces el hombre comenzó a hablar y ella se puso nerviosa.

"Siempre trae a casa cosas jóvenes e idealistas como tú, ya sabes. Cree que está ayudando."

Apretando los labios, Serena retrocedió hacia la puerta y cruzó las manos detrás de la espalda. "Gracias por su hospitalidad, pero creo que mejor..."

El hombre suspiró, ignorándola, y revisó una caja de zapatos llena de pequeños paquetes. Serena supuso que eran bolsitas de té. "Es solo que desde que regresamos, él ha estado muy solo. Le ofrecí llevarlo a casa, pero creo que siente cierta obligación hacia mí. Siempre intentando encontrar un guardián más, una princesa más, un hechicero más." Hizo una pausa y la miró, sosteniendo el monoculo frente a su ojo nuevamente mientras la observaba. "Parece que no entiende que aquí simplemente no hay príncipes, princesas ni magos ni guardianes. Aquí no hay mucho de nada."

Botas maulló y Serena se sorprendió al encontrarlo justo a sus tobillos, mirándola con esos amplios ojos rojos. Se sintió compasiva hacia este anciano que estaba solo con sus libros y su gato, pero trató de sacudir esa sensación, creyendo que la mayoría de los ermitaños preferían estar así.

Era un hombre de aspecto agradable, aunque con una apariencia mucho más limpia que su hogar. Llevaba pantalones de tweed marrón (que probablemente nunca habían visto una plancha) sostenidos por tirantes con hebilla dorada y una camisa blanca abotonada hasta el cuello. Serena se preguntó brevemente si tendría nietos o hijos en absoluto. Recordando el nombre en el buzón, se preguntó si alguna vez les leía cuentos de hadas.

La tetera empezó a silbar y el hombre se ocupó de verter el agua humeante en dos pequeñas tazas de porcelana. Estaba perdiendo cabello en la parte superior de la cabeza, notó Serena, y su monóculo colgaba de su cuello, listo para ser usado según su conveniencia. Cuando él le extendió una de las tazas, ella la tomó y la sostuvo, pero no bebió.

"Gracias, pero en realidad debería irme."

El hombre sostenía ahora el pequeña lente, mirándola nuevamente, casi con cierta suspicacia. "Pero hay algo en ti, sin embargo", murmuró, luego frunció el ceño y habló más alto, "¿No sabes por qué te trajo aquí, verdad?"

"Gato con Botas?" Serena chilló. "En realidad fui yo quien trajo—"

"¿Alguna vez has imaginado cómo sería quedarse atrapado en un cuento de hadas?"

Serena parpadeó, sus palmas sudaban. Lamiendo sus labios, asintió con la cabeza temblorosamente. "Cada día de mi vida", susurró sinceramente.

El hombre sonrió y se apartó, restaurando su semblante amigable. "Sí", dijo. "Yo también". Riéndose, se acercó cojeando a la silla única y se dejó caer en ella, pareciendo tener cien años en la habitación oscura. "Pero una vez lo estuve, en realidad. Un gran cuento. Un mundo de grandes cuentos". Serena observó cómo sus ojos oscuros miraban la ventana descubierta, mirando hacia algún lugar lejano y hace mucho tiempo. Estaba absorto y ella dudaba en romper el hechizo que lo había afectado tan repentinamente, aunque las sombras en la habitación le decían que ya debería haber comenzado a regresar a casa. Puso su té sin tocar en un estante vacío.

"Todo allá estaba lleno de color y canciones y vida. Cada dama era hermosa. Cada joven era valiente. Hay días en los que daría cualquier cosa por regresar allí, ¿sabes? Pero no puede ser." Volvió sus ojos hacia Serena, sorprendiéndola un poco; ella había pensado que él había olvidado que ella estaba allí parada. "Tuve que irme, ¿ves? Tuve que irme para proteger las historias. Era la única manera. Si volviera, todo estaría en peligro y luego... ya no habría más cuentos". Se detuvo, dejando a Serena inquieta.

"Señor, está oscureciendo y necesito llegar a casa. Mi mamá estará preocupada".

Asintió, sus labios curvándose, pero sus siguientes palabras no reconocieron su amable súplica. "Me gustaría tanto saber qué está sucediendo en ese mundo, sin embargo. Quizás... ¿quizás irías por mí? ¿Y luego volverias y me contarías todo? Solo... para que pudiera saber, una vez más. Incluso te escribiré una historia, si lo deseas".

Serena quería decirle que no tenía idea de lo que estaba hablando. Quería decirle que estaba delirando. Quería preguntarle si podía ayudarlo a encontrar su medicamento. Pero sonrió lo más amable que pudo, recordando cómo su madre siempre le había enseñado a ser amable con los ancianos y a escucharlos porque tenían más historias que contar que nadie.

Estaba comenzando a pensar que este hombre no tenía nada que valiera la pena escuchar, pero tampoco lo decía en su mente, ni siquiera para ella misma.

"Claro", dijo finalmente. "Pero en otro momento, ¿si? Cuando no sea tan tarde." En realidad, no estaba segura de si alguna vez volvería a este pequeño refugio, incluso mientras decía que lo haría. Suponía que el hombre la olvidaría para mañana por la mañana de todos modos. Sintió a Puss ronroneando contra su pierna y se preguntó si el pequeño gatito también la olvidaría.

El hombre rió suavemente y levantó la lente para mirarla una última vez. "Estás familiarizada con todos los cuentos de hadas, supongo. Botas solo trae a casa a las chicas que ya saben todo sobre ellos. O tal vez..." Hizo una pausa y se inclinó hacia ella, entrecerrando los ojos con especulación. "Tal vez eres ella después de todo... ¿Han pasado dieciséis años ya?"

"Tengo que irme", susurró Serena, sintiendo que su corazón comenzaba a latir con fuerza.

"Sí, ve, niña. Eres una buena chica. Estarás bien. No te alejes por mucho tiempo, ¿de acuerdo? No te alejes por mucho tiempo."

Asintiendo y con un suspiro de alivio que la hizo sentir un poco avergonzada, Serena alcanzó el picaporte de la puerta. Casi sentía que debería hacer una reverencia al hombre antes de irse, o darle algún tipo de promesa de regresar, o al menos una despedida adecuada, pero se sentía demasiado agradecida de dejar su presencia. Tan agradecida que salió de la casa demasiado rápido, bruscamente, abriendo la puerta con una gran inhalación de aire y dejándola cerrar de golpe detrás de ella justo cuando la sensación más extraña la invadió.

La sensación de estar en una montaña rusa en la cima de una colina y caer mientras tu estómago salta hasta tu garganta.

Chilló y retrocedió contra la puerta, arrojando su brazo sobre sus ojos mientras una luz brillante los invadía. Esperaba que desapareciera, como un relámpago o el destello brillante de una bombilla justo antes de quemarse, pero la luz no se fue.

Entrecerrando los ojos, Serena apartó el brazo.

Estaba soleado.

Era un sol de mediodía de verano.

Pero eso no era lo hacía que Serena temblara de repente.

Ya no estaba en Thornrose Lane.

Ni siquiera estaba en una ciudad. Ni en un pueblo.

El patio de arbustos espinosos y dientes de león y la cerca podrida habían desaparecido. Solo el porche parecía inalterado. Ahora, se extendía ante ella en todas direcciones hasta donde podía ver, campos agrícolas llenos de tallos dorados que crecían más alto que ella. Parecía trigo, aunque el único trigo que había visto estaba en una imagen en una caja de cereal. El cielo arriba era azul claro sin una nube a la vista y el sol directamente sobre su cabeza señalaba el mediodía. Ese azul pronto se convirtió en el único color que Serena podía ver además del dorado amarillo del campo. La tierra era plana, árida y solitaria, con solo los altos y caprichosos tallos de oro para decorar el paisaje.

Serena tragó saliva, su corazón latiendo furiosamente y el sudor formando gotas en su frente. Extendiendo la mano a lo largo de la puerta de madera, buscó el picaporte, cerró los ojos y giró.

Pero el picaporte no se movió. La puerta estaba cerrada.