«Y me di cuenta de que cuando uno es feliz, a menudo no se da cuenta.»

—Un cuento perfecto.

Después de haberse encontrado a la Kunoichi en el ensayo —mejor dicho haberse colado en el teatro para verla ensayando. Espeluznante, lo sabía— Aioros no volvió a encontrarse con la muchacha. Lo extraño fue que Aioros tuvo que admitir al menos para sí mismo que él buscaba encontrarse con la mujer, adquirió el hábito de pasar junto al teatro o junto al orfanato cuando iba o venía de una misión, con la esperanza de volver a ver a Mei jugando con los niños u oír su voz sonar débilmente a través de las puertas entreabiertas del teatro. No podía decir que se había vuelto adicto al canto de la mujer o que a partir de ahí siempre le pedía que cantase para él. No era una persona tímida, pero no estaba dispuesto a pedirle a Mei que netamente me cantase cuando sabía que ella tenía otras cosas qué decirle.

Y Aioros disfrutaba cuando ella le hablaba, fuera lo que fuera. No sólo valoraba su voz cuando cantaba tonadas suaves o potentes notas, disfrutaba cuando ella dejaba ir risitas suaves, valoraba esa ocasión con Seiya en la que la vio reír a carcajadas, cuando Mei le contaba alguna historia que una vez le hubiera leído a sus hermanos o cuando le pedía que se cuidara con ese tono tan dulce. A Aioros le gustaba la voz de Mei, no necesariamente su canto. Y al mismo tiempo también disfrutaba sus momentos de silencio en los que flotaba pura tranquilidad.

De todas formas, a Aioros le llamó la atención que por esos días ni Seiya ni Shun ni Shiryu ni ninguno de los de Bronce hubiese vuelto al teatro o a aparecerse por su casa cuchicheando. Una vez el propio Aioros les cuestionó al respecto, y estos sólo respondieron que no habían vuelto a tener noticias de otra obra. Sin embargo rápidamente se contradijeron cuando Shun hizo ademán de acordarse de algo y sacó su celular para mostrar una imagen. Había tomado una foto a la cartelera de estrenos cercanos del teatro.

—De hecho en una semana estrenarán una obra nueva. Aquí está el cartel.

El cartel en la fotografía tenía el aspecto de un ocaso anaranjado y morado en el fondo, con algunas estrellas y dibujado de tal forma que más que ser una foto parecía una pintura hecha a mano, en la parte de abajo había un escenario con árboles purpúreos y amarillos, pasto y sauces rojizos y un lago luminoso junto al cual habían dos figuras negras, una de un hombre parado y otra de una mujer arrodillada con un vestido y cabello largo y rizado. El nombre de la obra era «El amor del cisne negro» y estaba escrito en brillantes letras magenta y cursivas.

—Parece una obra romántica —comentó Aioros.

—Lo es. Según los rumores que escuché será algún tipo de reinterpretación de El lago de los cisnes pero desde la perspectiva del cisne negro. El título es muy claro —intervino Shiryu, luego de su bolsillo sacó algo, un afiche—. Hace unos días pasé por ahí y tomé uno de estos.

El afiche mostraba lo necesario sobre la función, el argumento, la fecha de estreno, la disposición de los asientos y lo que le llamó la atención a todos, el cast protagónico.

—Mei va a actuar —comentó Aioros en voz alta. Eso interesó a los adolescentes de tal forma que se apiñaron todos alrededor del Santo de Oro para ver también.

La foto de Mei tenía un fondo magenta oscuro, la mujer estaba con el torso de perfil haciendo énfasis en su hombro redondeado y busto, pero tenía el rostro hacia la cámara y rehuía la mirada a esta con expresión melancólica. Usaba un traje negro sin mangas, de escote corazón y con detalles brillantes que recordaba bastante a la parte de arriba de los disfraces de las bailarinas de ballet, su cabello oscuro estaba suelto, peinado hacia un lado sobre su hombro y un arete pequeño de diamante era visible, su clavícula y cuello largo y blanco estaban totalmente desnudos y llevaba maquillaje oscuro con dramáticos brillos plateados por las sienes haciendo énfasis en sus ojos de zorro. El nombre debajo decía que ella era el cisne negro.

—La señorita Mei se ve muy bien —sonrió Seiya.

—Será su actuación la que tendrá que estar a la altura —terció Hyoga, quien después se quejó cuando el Pegaso lo codeó.

—¿Con tantas obras que hemos visto de la señorita Mei sigues dudando de su talento, Hyoga? —inquirió Shun.

—Yo no he dicho eso —se defendió el cisne.

—En fin ¿Cuestan mucho las entradas? —preguntó Seiya.

—¿Iremos?

La pregunta de Ikki hizo que todos los Santos de Bronce lo mirase con ironía, como si este hubiese dicho algo que ya se sobreentendía desde el inicio.

—¿Puedo ir con ustedes?

Ésta vez a quien los adolescentes voltearon a ver fue al arquero.

—¿Usted quiere ir, maestro Aioros?

—No he visto a Mei actuar antes, pero ella ya tiene cierta popularidad. Me gustaría verla.

—Claro —contestó el joven Pegaso, sorprendido, pero sonreía con emoción.

Aioros prefirió no decirles lo que había visto la otra vez o incluso que había ayudado a Mei con su vocalización, más que todo porque sería bochornoso tener que admitir que se había metido como un ladrón en el teatro durante los ensayos por una simple curiosidad infantil.

Tres días después Seiya le estaba pasando por la tarde su entrada para ir a ver el espectáculo. Aunque se sorprendió por la rapidez con la que estos habían salido, más le extrañó la actitud que tenía Seiya al entregárselo. Este lo esperaba en un sillón de la sala, desparramado perezosamente con las luces apagadas a excepción de una lámpara y una paleta en la boca, le dijo con un intento de tono seco «Aquí está lo suyo» mientras azotaba el pequeño papel contra la mesa como si fuese dinero o algo así y luego le dijo que tenía sus "contactos" cuando Aioros le preguntó cómo los había conseguido tan de pronto.

Aioros se sintió sudar la gota gorda, o su discípulo veía demasiadas películas de mafia o estaba pasando tiempo indebido con el Santo de Cáncer.

En fin. A los otros tres días, el sábado por la noche Aioros y Seiya recibieron al grupo de jovencitos para ir todos a la obra, incluso Ikki tenía su entrada en la mano con un rostro de pocos amigos y la mejilla colorada, todos bajaron de dos en dos los larguísimos escalones mientras Aioros los seguía de cerca y los miraba con cierta ternura. La emoción infantil con la que los Caballeros de la esperanza se encaminaban a ver una simple obra de teatro era algo que le ablandaría el corazón incluso al malicioso Deathmask. Ya en el teatro los adolescentes se apelotonaron de tal forma en la entrada por querer ingresar todos al mismo tiempo que Aioros tuvo que ayudarlos a salir junto con un empleado del lugar.

Algo que olvidaba mencionar es que por el camino, justo en donde terminaba el pueblo para dar pie a la entrada al Santuario había una floristería manejada por dos viejas mujeres, que alguna vez hubiesen conocido a la madre de Aioros y Aioria en el corto tiempo que ésta vivió en Rodorio hasta su muerte. Seiya, Shiryu, Shun, Hyoga e Ikki se adelantaron sólo interesados en llegar al teatro a tiempo, pero Aioros se retrasó un momento para entrar al perfumado local y pedirle a las señoras un ramo de azucenas, les dijo que era un regalo para una amiga. Las mujeres sonrieron con ternura mezclada con picardía mientras armaban el ramo con las azucenas de las macetas y después lo envolvían en papel lavanda y un lazo púrpura.

—¿Esa amiga tuya promete ser algo más, Aioros?

—No, por supuesto que no.

Justo después de decir eso el sagitariano sintió un nudo en la base de la garganta y una especie de frío en la espalda, algo que sucede cuando has dicho algo que no debías. De cualquier forma una vez el ramo estuvo listo Aioros les pagó, les agradeció, se despidió y se marchó con velocidada para alcanzar al grupo de Santos de Bronce, sólo para encontrarlos atascados en la entrada y sudar de nuevo, la gota gorda.

Una vez se desenredó el embrollo que los chiquillos habían creado, entraron finalmente en la sala que tenía las cortinas cerradas y ya estaba bastante llena, un buen puñado de hombres estaba agrupado en un grupo en las primeras filas e incluso familias con niños estaban presentes, muchas de ellas parecían no provenir de Rodorio y un puñado ni siquiera parecía provenir de Grecia. Las entradas de todos los habían alineado justamente en la quinta fila de asientos y todos se sentaron, aunque Ikki y Hyoga pelearon un poco porque confundieron sus sillas. Seiya no tardó en callarlos a ambos porque ya la obra iba a comenzar.

Mei no apareció en el primer instante, pero el argumento era lo suficientemente interesante como para mantener enganchado al de ojos verdes. Pero cuando Mei apareció en la escena surgiendo de entre los árboles artificiales en el escenario Aioros sintió que todo el calor del cuerpo se le amontonaba en el rostro, no podía negar que la mujer estaba preciosa. Y los chiflidos y gritos masculinos que se oyeron en el teatro fueron la prueba de que él no era el único en darse cuenta. Fuera de eso la actuación de la mujer fue conmovedora, y Aioros se sintió tan atado al escenario, quién sabrá por qué, que cuando Seiya exclamó con alegría que esa es la señorita y todos en la fila de adelante y atrás lo callaron él ni siquiera se inmutó.

El argumento estaba ambientado antes de los acontecimientos de El lago de los cisnes, antes de que Odile junto a su padre el brujo Rothbar convirtiesen a Odette y su corte en cisnes para hacerse con el afecto del príncipe Siegfried. La historia narraba el primer amor de Odile desde la infancia, su solitaria vida escondida entre el bosque que un jovencito perdido alegró cuando se topó con ella y, fascinado con su belleza, prometió volverla a ver. A pesar de que ella misma le confesó al joven que era una bruja el muchacho se rehusó a dejarla atrás, y a menudo se escapaba de su familia y se escondía entre los árboles para hablar con ella. La determinación para verla pese a sus artes oscuras provocó que Odile se enamorase perdidamente de ese chico, al grado de que su padre Rothbar se dio cuenta y la llegó a amenazar con destruir a su nuevo amado si no se olvidaba de él para centrarse en su verdadero destino, el cual era casarse con el príncipe Siegfried.

Odile intentó advertirle a su amado de lo que le esperaba si se seguían viendo, pero Rothbar, quien había espiado a Odile, los descubrió juntos y enfurecido transformó al inocente joven en un cisne para dejar que lo asesinaran las balas de los cazadores. La desesperación de Odile fue tal que Rothbar tuvo que encerrarla en una pequeña y fría habitación para que se calmara, y si bien Odile intentó revivirlo o retroceder el tiempo al menos con su propia y débil magia, no dio resultado. Desde entonces la cordura de Odile se perdió y la transformó en la hechicera maligna y codiciosa que se conoce hasta entonces, quien ahora sigue ciegamente las órdenes de su padre derivado de su profundo temor hacia él combinado con un odio aberrante por haberle quitado lo que más amaba, y convirtió en suya la obsesión del malvado brujo por casarse con el príncipe Siegfried.

Hyoga llegó a comentar asombrado que ese papel parecía haber sido hecho para la Kunoichi, y lo cierto es que los demás no podían estar. La mezcla entre encanto seductor y pasión desesperada salía de Mei con una naturalidad tal que era fácil pensar que la propia mujer hubiese amado de esa forma a una persona, para luego experimentar la agonía de perderla y los sentimientos contradictorios hacia su progenitor, la actuación de la mujer fue tan visceral que tanto a Hyoga como a Seiya se le aguaron los ojos y aparentemente no fueron los únicos, porque los hombres en una fila no habían dejado de gritar durante toda la función desde que Mei apareció. Cabía destacar que también la química entre Mei y el intérprete del enamorado de esta era bastante buena, y eso fue lo que Shiryu comentó en algún momento.

Aioros alcanzó a escucharlo pese a haber estando tan clavado en el escenario, y el comentario del dragón hizo que un sentimiento extraño, un desánimo combinado con apatía naciese en su interior.

Cuando la función terminó Aioros apenas lo sintió, se sobresaltó cuando todos los actores, incluida Mei, se presentaron sobre el escenario para una reverencia conjunta y después estalló confetti en señal de que el espectáculo había acabado definitivamente. Después de eso todos empezaron a ponerse de pie para marcharse, Aioros y el grupo de adolescentes también lo hicieron, pero Ikki se dio cuenta de que alguien faltaba.

—¿Dónde se metió Seiya?

Los demás se exaltaron y comenzaron a buscar con la mirada al Pegaso por toda la sala, las filas más altas y bajas, incluso en los palcos. Pero nada. En un momento Aioros reconoció una ráfaga roja y marrón que rodeaba el escenario, tropezándose con las demás personas que intentaban salir, y se metía detrás de las cortinas.

Aioros frunció el ceño: —Lo encontré. Síganme.

Aioros se abrió paso con el grupo en medio de la gente que salía y se quejaba hasta la zona detrás de las cortinas por la cual había visto desaparecer a Seiya, subieron las escaleras de la parte de atrás del escenario y se encontraron a Seiya siendo bloqueado del paso por un corpulento hombre vestido de negro, un guardia de seguridad al parecer, y justo por detrás de este se había acercado la actriz principal.

—¡Estuvo increíble, señorita Mei!

La mujer sonrió mientras miraba al adolescente con dulzura.

—Gracias, Seiya —y luego se dirigió al guardia para que soltara al muchacho—. Está bien, es alguien cercano.

El sujeto sólo gruñó y dejó ir al chiquillo para luego alejarse, Seiya frunció el ceño en dirección a ese tipo por la brusquedad con que lo había soltado. Cosa que hizo que Mei se riese un poco al recordar que Seiya era tres veces más fuerte que el guardia de seguridad.

—¿Viniste solo ésta vez, Seiya? —preguntó ella. A lo que Seiya mostró una gran sonrisa.

—No, no lo hice. Vine con mi maestro Aioros y mis amigos pero se quedaron atrás.

—¿Aioros vino contigo? —el semblante de Mei cambió.

—¿Cómo que dejarme atrás si soy más rápido que tú, niño?

Seiya se sobresaltó cuando de un momento a otro su maestro estaba detrás de él y sus amigos estaban a su vez detrás de Aioros y observándolo con cara de desaprobación, Seiya sólo atinó a rascarse la nuca mientras se reía nerviosamente, como una disculpa muda por escaparse para felicitar a Mei. Ésta sonrió y Aioros negó con la cabeza.

—Tendré que ponerte una correa a este paso, muchacho.

—Que gusto verte de nuevo por aquí, Aioros.

Aioros se dio cuenta entonces de la presencia de Mei, ella aún utilizaba el vestuario y el maquillaje con el que había cerrado la obra, el traje negro con el que había visto su fotografía en el afiche.

Si le preguntaban a él ella se veía mejor que en la foto, sin flash, en carne y hueso y con esa sonrisa tan dulce.

La mirada del arquero también se suavizó al verla, aunque de eso sólo los Santos de Bronce se dieron cuenta.

—El gusto es mío, Mei... Ah, y... —Aioros le tendió el ramo de lirios— Estuviste magnífica, no pude apartar los ojos del escenario.

Mei ni siquiera se molestó en disimular el sonrojo que le llegó al rostro, por lo que miró primero las flores que sostenía con cuidado de no dañarlas y luego volvió a mirar al noveno guardián.

—Muchas gracias.

—Cuando vi esas flores fuiste la primera que me llegó a la mente —dijo el de ojos verdes sin medirse. Muy rara vez lo hacía, pero eso significaba que hablaba con la más honda sinceridad.