«¿Vivirás convencida de que te quiero con toda mi alma?»

—María.

—¡Piensa rápido!

Aioros salió de su ensimismamiento justo a tiempo para esquivar una patada que le envió Saga, justo después de moverse Aioros agarró la pierna de Saga que tenía extendida y de un movimiento lo tumbó al suelo. Saga se quejó cuando su espalda y cabeza se dieron con la piedra del Coliseo.

—¡Tiempo! ¡Sagitario gana!

Con el grito de Milo toda la Orden dorada, incluido Saga desde el suelo, se giró a ver al mencionado, con miradas entre indiferentes y extrañadas.

—¿Desde cuándo eres el árbitro, Milo? —preguntó Aioria. Milo sonrió traviesamente y se encogió de hombros.

—Nunca. Pero siempre quise decirlo —contestó el escorpiano—. De todas formas ya nos toca a Shura y a mí ¡Muévanse ustedes dos! —exclamó ahora dirigiéndose a Aioros y Saga.

Saga le gruñó al más joven y se puso de pie, mientras que Aioros expulsó aire por la nariz y se dirigió a las gradas sin decir una palabra. Se sentó en estas y bebió un trago de agua de su botellón, pero se dio cuenta de que Saga, quien lo había seguido lo miraba fijamente.

—¿Todo bien, Saga?

—Oí a Seiya hablar en la mañana con sus amigos —comentó el aludido con tono casual—. Parecían muy entusiasmados mientras hablaban de una obra de teatro.

—Lo sé, yo fui con ellos de hecho. También me gustó bastante —Aioros se puso de pie, pero la mirada de Saga seguía incómodamente clavada en él. Volvió a fruncir el ceño— ¿Todo bien? —repitió.

—Mei Ling actuó en esa obra. Fuiste a verla —contestó el geminiano, no era una pregunta.

Desde que Saga mencionó ese nombre Aioros supo que se venía un sermón por parte de su compañero de armas, y su primer impulso fue alejarse. Ya era más que suficiente tener que ponerse en medio cada vez que el Santo de Géminis y la Kunoichi se encontraban y empezaban con sus peligrosas tensiones, no quería aparte soportar la insistencia de Saga en que se alejase de la mujer.

—No empieces ahora, Saga —dijo Aioros en tono cansado, no enojado ni a la defensiva.

Ésta vez fue Saga quien frunció el ceño y comenzó a seguir a Aioros: —¿No notaste nada raro en ella de verdad?

—Sólo fui a verla actuar, no la acompañé a un asesinato ni nada por el estilo.

—¿Tiene que cometer un asesinato para que me escuches? Al menos intenta dudar más de esa mujer.

—¿Por qué quieres que dude de ella? Nunca ha hecho nada para que lo haga.

Saga agarró con fuerza el hombro de Aioros para detenerlo, este sólo miró a su compañero por encima del hombro.

—¿No ha hecho nada dices? —el tono del geminiano empezó a ganar energía— Desde el principio ella jamás ha hecho nada sin esperar nada a cambio, cada misión que el patriarca le da ella la usa para sacar un beneficio, no colabora si uno no le es útil. Demonios, Aioros ¡Tuvimos que atarle un brazalete con una bomba para asegurarnos de que no nos atacara por la espalda!

—Estás siendo prejuicioso, Saga —contestó Aioros.

—¿Prejuicioso yo? —Saga rió con sarcasmo— Pregúntale a cualquier otro de la orden. Te dirán sin pelos en la lengua que entre todos acordamos ir con cuidado con ella. Tú mismo la has oído hablar de sus constantes traiciones, asesinar a sus amantes...

—¡Ya basta, Saga! —Aioros se soltó con agresividad del agarre del geminiano. Empezaba a perder la paciencia— Entiendo que no te lleves bien con ella, pero no necesito que me cuides ¡No tengo quince años!

Era justo lo que el sagitariano se temía. Jamás pudo comprender por qué Saga y Mei empezaron a despreciarse de semejante manera prácticamente desde el primer momento en el que se vieron, pero era lo bastante consciente de las complicadas personalidades de ambos como para decidir mantenerse al margen y sólo intervenir cuando la animosidad entre ellos parecía desbordarse. Las cosas se pusieron más complicadas desde que Saga empezó a decirle que no confiaba en Mei y prácticamente tratar de forzarlo a él también a dudar de ella. Lo trataba como a un tonto que necesitaba un guía, y para él, un Caballero Dorado de la misma talla que Saga pocas cosas eran igual de ofensivas.

—¡Por favor entiende! —exclamó el ex-patriarca— Reconozco a una persona problemática cuando la veo, pero eres demasiado bueno para tu propio bien y sé que ella lo sabe. Sólo quiero evitar que le des un punto débil para pincharte.

El puño de Aioros se cerró.

—¿Así que necesito tu permiso para hablar con alguien? —ahora era Aioros el que empezaba a alzar la voz— Ni siquiera sabes nada, ni de ella ni de mí ¡No soy el mocoso ingenuo que conociste, Saga!

—Aioros, yo...

Saga intentó volver a agarrar el hombro de Aioros, pero este lo apartó de un manotazo. El arquero nunca se había puesto tan agresivo las otras veces que hablaron de la mujer, una agresividad algo desmedida en opinión de Saga, que tal vez hasta dio más fuerza a su opinión de que aquella mujer afectaba a su compañero de manera negativa. Pero lo cierto es que, más que enojado, Aioros estaba dolido.

De nuevo Saga lo miraba por debajo del hombro.

—No soy el imbécil que crees. Nunca necesité que me dijeran con quién estar y mucho menos tú —espetó el arquero entre dientes. Después de eso Aioros se dio la vuelta y se marchó tan rápido que ni Saga pudo alcanzarlo, o quizá no quiso para no empeorar las cosas.

Detrás de ellos Milo, Mu y Aioria, que habían presenciado parte de la discusión lo miraban sorprendidos.

—¿Saga qué le hiciste? —preguntó Aioria. No era para menos, porque muy pocas veces su hermano mayor se enojaba tanto y más con el geminiano, a quien había perdonado por el incidente de hace trece años con tal facilidad que nadie lo pudo creer. Pero era parte del corazón de oro que el arquero tenía.

—¡Cierra la boca! —dicho esto Saga también se marchó.

—¿Qué les pasa? —cuestionó ésta vez Milo.

—Es entre ellos. No nos involucremos —respondió Mu con su típico rostro apacible, luego jaló a sus amigos del brazo para alejarlos de ahí.


Aioros pensó que subiendo hasta su templo podría relajarse, quizá en el camino o al llegar a su lugar. Pero ya viendo las columnas de su templo, el pensamiento de que en ese lugar perfectamente Saga podría encontrarlo para tratar de arreglar las cosas le llegó a la cabeza, y el geminiano era la última persona a la que deseaba encontrarse en ese momento. Además existía la posibilidad de que, si se quedaba en el Santuario y por casualidades de la vida alguien más decidiese cuestionarlo al respecto quizá terminaría rompiendo algo producto de la frustración. Así que bajó las escaleras hasta salir de las doce casas, fue una suerte para él que todos seguían en el Coliseo y el único al que se encontró fue a Kiki en la casa de Aries, Aioros le pidió al niño que fingiese que no lo había visto pasar y Kiki, algo dudoso, aceptó.

Cuando bajó del Santuario ni siquiera tenía idea de a dónde iba, se encontraba ensimismado como pocas veces lo solía estar. Pasó junto al orfanato y el teatro sin siquiera mirarlos, cruzó el cabaret que hace unos meses habían abierto justo en la punta de Rodorio y se metió entre los árboles. El aroma de las hojas, el rocío y la tierra lograron calmarlo un poco, pero aún las palabras de Saga rondaban por su cabeza y mientras más las procesaba, el enojo pasaba a la tristeza.

No era tonto, desde que revivió supo que sería complicado volver a hacerse un lugar en la Orden Dorada, hubo un tiempo en el que no se hallaba cómodo ni siquiera en su propio cuerpo, un cuerpo maduro que no poseía la última vez que cerró los ojos, y esa discordancia entre la edad en la que murió y la edad que ahora tenía llegaron a deprimirlo tanto que hasta sentía algún tipo de vergüenza al mostrarse ante sus compañeros, el miedo de comportarse de una forma no apta para un adulto como el que ahora era. Aparte ni siquiera pudo considerar la opción de pasar desapercibido porque, de un momento a otro se había transformado en la estrella del Santuario, debía ser el ejemplo a seguir de todo el mundo por algo que creía que cualquier otro de sus compañeros hubiera hecho en su lugar. Y como si no fuese algo contradictorio sus propios compañeros lo trataban con una extraña condescendencia, lo apartaban como si también se diesen cuenta de sus problemas con su edad mental.

Pensó que todo eso ya había sido superado, que había logrado volver a ganarse la confianza de la Orden y se había reconciliado con todo eso. Pero la discusión con Saga se había sentido como una bofetada a todo el progreso que según él estaba teniendo. Lo seguían viendo, de una u otra forma, como el muchacho tonto que no pudo saber a tiempo lo que le sucedía a su propio compañero, el que no pudo darse cuenta de cómo eran corrompidos unos niños de diez años, como un tonto que no sabía lo que estaba pasando y que necesitaba una muleta como si de un ciego se tratase y solamente estando a punto de morir pudo caer en cuenta de todos los problemas internos.

Pensando en todo esto el paso de Aioros se ralentizó hasta detenerse, terminó sentándose sobre un viejo tronco caído que había a un lado del camino. No tenía idea de en dónde estaba pero para ser honesto tampoco le importaba, lo único que había querido era estar lo más lejos posible del Coliseo para poder pensar. O más bien llorar en paz.

Aunque debió darse cuenta de que el camino sí era uno conocido.

—¿Aioros?

Aioros reaccionó casi por instinto a esa voz femenina incluso metido en su mundo. Levantó la mirada y se encontró a Mei mirándolo desde arriba con una sombrilla azul oscuro floreada abierta cubriéndola del sol, su vestido igualmente era azul pero de un tono más violáceo, bordados similares a estrellas brillantes en el pecho, sin ningún tipo de manga y una faja negra de encaje marcándole la esbelta cintura, viéndola más arriba se dio cuenta de que tenía dos horquillas en forma de libélula a cada lado de la cabeza.

—Hola, Mei.

—¿Puedo? —Mei señaló el lugar en el tronco a su lado, Aioros asintió y ella se sentó ahí— ¿Qué haces aquí solo?

—¿Tú qué haces aquí?

—Este es el camino a mi casa —respondió ella sin ironía.

Ahí fue que Aioros miró con más atención el lugar a su alrededor, efectivamente, ese camino de tierra llevaba a la casa de Mei a unos tres metros más. Apartó la mirada sintiéndose estúpido. Incluso llegó a pensar que Saga tenía razón.

—Normalmente no estás tan distraído ¿Puedes decirme qué pasó? —preguntó ella con todo el cariño del mundo.

—Discutí con Saga —espetó Aioros de una forma simplemente imprudente, el origen de todo ese embrollo había sido la pésima relación que tenían ella y su compañero y él le decía sin pelos en la lengua que habían peleado.

Pero en lugar de ponerse agresiva, nerviosa o molesta como solía hacerlo cuando hablaban de Saga ella conservó la calma. El rostro decaído de Aioros importaba más que sus propios rencores con el geminiano.

—¿Quieres decirme qué sucedió? —inquirió ella. Aioros volvió a desviar la mirada.

—Ahora no —confesó honestamente.

—Muy bien —ella no insistió más, se puso de pie mientras Aioros sorprendido la miraba, ella le tendió la mano— ¿Quieres que te ayude a distraerte? —su tono se suavizó de una forma que rozaba lo sugerente al menos para un tercero.

Independientemente de eso, Aioros tomó su mano: —Sí, por favor.

Mei lo llevó a su casa y ahí sirvió té para ambos sin decir palabra. Aioros se estaba preparando mentalmente para los cuestionamientos que Mei seguro le haría o cuando menos sus intentos de consolarlo, sin embargo en lugar de eso Mei cambió por completo el tema a uno más relajado. Lo descolocó por un momento pero le respondió con timidez, ella sonrió y siguió el hilo de la conversación, hasta que Aioros se relajó más, y si bien no logró olvidar la pelea con Saga sí pudo olvidarse de los pensamientos que lo tenían tan decaído.

Al parecer ella lo estaba logrando, lo ayudaba a distraerse.

—¿De dónde venías? —preguntó el arquero mientras ella se inclinaba para dejar en la mesa de centro una canastilla con esponjosos panecillos de mora— Ya casi es mediodía ¿No deberías estar en el teatro?

—Venía de una grabación —contestó ella mientras se sentaba de nuevo.

—¿Grabación?

—Estábamos ensayando las canciones para la próxima función —contestó ella con la mirada clavada en su taza de té, entre sus manos sobre su regazo—. Por alguna razón el director musical prefiere que grabemos una pista con las voces en caso de una "situación de emergencia"

—¿Cuál sería esa situación de emergencia?

—Que a alguno de nosotros se le quiebre la voz, supongo —dicho esto ella se llevó la taza a los labios. La verdad eso sí hizo reír a Aioros.

—Es un tipo metódico, al parecer.

—¿Metódico o paranoico? —ella también sonrió suavemente, como contagiada por él.

Sí, la Kunoichi lo logró. Distraer al arquero de tal forma que por un momento hasta de la pelea con Saga se olvidó hablando con ella. El arquero puso cara de estupefacción cuando Mei decidió hablarle de los pesados entrenamientos vocales que tenía sumado a las prácticas de baile, de actuación, casi se ahoga cuando decidió intentar uno de los trabalenguas que Mei sacó de una caja pequeña que usaba para practicar. De por sí el chino no era lo suyo (el idioma en el que estaban escritos) y aun cuando Mei le explicaba seguía equivocándose y quedándose sin aire. De hecho casi se desmaya en un momento por intentar leerlo todo y Mei fue a ayudarlo y traerle agua, aunque muerta de la risa.

¿Cómo su garganta puede soportar eso? Pensó el hombre mientras tomaba el aire perdido.

Fuera de eso Aioros también llegó a hablarle de algunas cosas... Desagradables que ocurrían en el Santuario, vio las muecas de dolor ajeno que ella trataba de ocultar detrás de su taza de té cuando él le hablaba de una táctica de entrenamiento, digamos que especialmente dura cuando él y los demás eran más chicos —no pasaron desapercibidas para Mei las expresiones de melancolía de Aioros al hablar de su adolescencia perdida—. Mei recordó con una risita todas las veces en las que Seiya se había quejado con ella, a espaldas de su maestro la dureza con la que lo trataba durante los entrenamientos —cosa muy irónica considerando que Seiya derrotó a un dios—, Aioros frunció el ceño y se recordó a sí mismo dejarle a su discípulo un recordatorio de que era bastante gentil con el Pegaso en comparación a cómo lo trataron a él en su momento.

Aioros cayó en cuenta en un momento de que la casa estaba impregnada con el aroma de la muchacha, floral y dulzón. No se lo dijo a Mei (¡Porque iba a parecer un pervertido!), pero ese aroma desde hace tiempo le llevaba agradando más de lo normal, lo había memorizado de tal forma que lo reconocería hasta con la nariz rota, y no pudo evitar pensar que ni las flores que decoraban la casa de la mujer, ni los lirios que él le regaló en el teatro puestos en su florero, ni el té ni el licor de ciruela que la Kunoichi trajo cuando la tetera se vació podían oler tan bien como ella.

Ese dulce perfume, las risas que compartió con ella, su dulce voz, quizá hasta el alcohol lo hicieron desear que esa visita nunca acabara.