Capítulo 19. Batallas ganadas.
Estaban agotados, pero como pudieron, ascendieron la montaña de Fuego para llegar al poblado. Zelda agradeció estar presente para ver cómo los gorons se reencontraban con los suyos, felices de estar de nuevo en casa. Solo algunos estaban enfermos, y Oreili, que tenía las plumas del ala derecha quemadas. Lo hundieron en las termas, y Kandra le aplicó toda su habilidad como sanadora.
El estado de Kafei era bueno, aunque estuvo durmiendo casi todo un día. Vestes solo tenía heridas menores, nada grave, y Zelda quemaduras, que trató con remedios gerudos y también un baño en las aguas termales. Ella también necesitó echarse, pero en cuanto pasaron diez horas, ya estaba en pie. Tenía ganas de ponerse en marcha, y se encontraba nerviosa.
Durante su breve sueño, Zelda había visto de nuevo al goron que le habló. Se llamaba Darunia, se presentó como Sabio del Fuego en el tiempo del Héroe del Tiempo.
– Al igual que mi descendiente, fui un gran amigo del Héroe del Tiempo. Él nos salvó en dos ocasiones, siendo un niño de 10 años y después, cuando viajó en el tiempo, para volver a ayudarnos. Como tú, que has ayudado a los nuestros en más de una ocasión, con gran riesgo de tu vida.
– La verdad, Darunia, es que en esas dos ocasiones salvé la vida gracias a Link VIII. Es un gran heredero, está a la altura.
– Aún tiene que despertar su poder de Sabio del Fuego, pero está en camino. Dale la piedra, le pertenece a él.
Zelda estaba caminando con Darunia en un lugar rodeado de neblina. La chica tenía muchas preguntas, pero no se atrevía a hacerlas. Puede que este goron, que fue un sabio tiempo atrás y que llevaba tanto tiempo fallecido, fuera amable y tranquilo con ella, pero la intimidaba. No sabía por qué, quizá se debía a que estaba fallecido.
– Darunia… ¿Puedes decirme algo que me ayude en las próximas pruebas? La Saga del Fuego me dijo unas cosas, pero no las entendí muy bien, algo sobre que debía tener cuidado con el agua…
– No puedo ver el futuro, solo puedo decirte que eres valiente. Tienes buenas y malas cualidades, pero no son un impedimento. Eres digna de portar la Espada Maestra, por eso usé mi prueba para ayudar a mi descendiente, no para juzgarte. Te quedan tres sabios. Sharia era muy dulce y buena, y Ruto era orgullosa pero sociable, Rauru será el más estricto. Aun así, ten cuidado, Zelda. No bajes la guardia, y sigue siendo fiel a ti misma – Darunia sonrió –. Link VIII tiene suerte de tenerte a su lado para luchar.
– Soy yo la afortunada.
Recordaba cada detalle del sueño, al despertar, y así se lo transmitió a Link VIII. Había encontrado en la palma de su mano una piedra con forma de lágrima, que despedía un brillo rojizo como un rubí apagado. Se la dio a Link VIII, y este lo colgó de su corona de rey, de tal forma que caía en un lado de su rostro.
Luego, fue a visitar a Oreili. Atendido por varias matronas gorons, que le cuidaban como si fuera un polluelo caído del nido, parecía menos herido de lo que había supuesto. Claro que no podía volar, al menos un tiempo, pero gracias a la curación de Kandra y a los cuidados de las gorons, estaría restablecido en breve. Vestes estaba allí, dijo que ya le valía, que era un bebé si se dejaba cuidar así.
– Déjale que disfrute. El pobre se llevó ese rayo luchando contra una cosa rara. Os debo mucho a los dos. Os habéis arriesgado tanto…
– Nada. Recuerda que nos lo ordenó nuestra princesa – Vestes medio sonrió. Si esta era la forma que tenía Zelda de pedir disculpas por marcharse sola, lo aceptó –. Es tan raro… Hace un año éramos enemigos, no podíamos estar juntos en la misma estancia, y ahora…
Las dos observaron como a Oreili le traían un montón de alpiste machacado y las gorons soltaban risitas de placer al ver cómo el orni les daba las gracias.
– Aunque no hace falta ser tan tonto – susurró Vestes, y Zelda no pudo evitar echarse a reír.
Zelda deseaba ponerse en marcha, pero no podían, no sin antes convencer a los gorons. Kandra le dijo que, aunque Zant tuviera una nueva arca, aún necesitaba unos días al menos para crear las armas para disparar. Tenían unos días de ventaja. La chica se ofreció en intentar llegar a la llanura occidental y advertir al ejército, pero Zelda sabía, por lo poco que había tratado a Brant, no la iban a creer.
No fue nada fácil cuando Link VIII anunció que los gorons iban a entrar en la guerra. Reunió en la plaza a toda la villa, y los gorons, que muchos de ellos aún tenían secuelas de su largo encierro y del hechizo, escucharon con el ceño fruncido. Intervinieron algunos de los gorons más ancianos, diciendo que ellos eran un pueblo pacífico, que ya habían sufrido bastante con el ataque a Kakariko, del que tuvieron que salir huyendo y algunos de ellos fueron prisioneros. Y todo para proteger a un rey que seguía huido.
Zelda se adelantó. Se puso en pie en la plataforma, tomó aire y recordó la primera vez que vio allí al rey Darmanian. Los gorons serían pacíficos, pero aterrorizaban cuando tantos de ellos la observaban a la vez.
– Los ornis están en peligro de extinción, y están ahora al lado del ejército de Hyrule. Las gerudos han perdido también a su líder, y tampoco son tantas como en el pasado, y van camino de la llanura occidental. Sé que estáis asustados, que habéis perdido mucho, que este enemigo cuenta con armas y artilugios que yo tampoco comprendo, pero que debemos detener. No os pido que arriesguéis vuestras vidas en soledad. Todos estamos en el mismo bando, lucharemos por lo mismo, y tenemos las mismas posibilidades de morir. Solo sé que con los gorons, tenemos una oportunidad. Ni él ha conseguido acabar con vosotros.
– Yo iré – dijo entonces Link VIII –. Es lo mismo que haría mi padre, no puedo eludir mi deber de sabio. Bajaré y ayudaré al auténtico rey de Hyrule a destronar a este impostor. Aquellos que se quieran unir a mi marcha, que vengan. Los que no, pueden permanecer aquí en la ciudad goron y proteger al pueblo. Nombraré como regente a Maese Hegel, hasta mi regreso.
Hubo un debate, largo, pero a Zelda le sorprendió que muchos gorons, más de la mitad, se unieron al rey Link VIII. Se lo agradeció en silencio. Kafei y ella miraron como los gorons se ponían en marcha: si rodeaban la montaña de Fuego, evitando la llanura de Hyrule, llegarían en solo dos días. Los gorons iban muy deprisa. Tendrían que dejar a Oreili al cuidado de los gorons, pero el guerrero orni prometió a su hermana que, tan pronto recuperara las alas, iría a unirse al ejército. Zelda estuvo hablando con él, a solas, y el orni le repitió al despedirse que no le guardaba rencor, ni se había ofendido. Vestes llevaría a Kafei, y Zelda y Kandra irían sobre los pelícaros. La verdad es que se enfadaron un poco al verlas regresar, pero en cuanto Zelda le dio a Saeta unos cuantos pescados y rascó las plumas de Gashin, los pelícaros estuvieron dispuestos a viajar.
Descendieron la montaña de Fuego siguiendo la estela de los cientos de rocas que bajaban rodando. Puede que no fuera numeroso, pero aquel grupo de gorons hacían un ruido capaz de hacer temblar la montaña y todos los valles. Si cruzaban varios cañones, podrían llegar a la región de Akala otra vez, y de ahí a la antigua muralla de Hatelia. Zelda pensó que el puente, por muy bueno que fuera, era solo de madera y le preocupó que los gorons no pudieran pasar, pero resultó ser un temor absurdo. Se las apañaron para formar una única hilera y marcharon colina abajo. Los refugiados en la antigua villa les dijeron que el ejército del rey Link resistía.
Bajando por el nuevo puente de Hylia, todo el grupo pudo ver que se estaba librando una gran batalla en la llanura occidental. De hecho, justo mientras estaba sobrevolando con Saeta, Zelda vio a lo lejos la silueta de la nueva arca, la que había sido la ciudad de Gorontia. Hizo bajar a Saeta hasta llegar a la primera de las grandes bolas que se movían, y llamó a Link VIII. Kafei y Vestes se pusieron a su lado. Kandra miraba el horizonte con el visor.
– Las gerudos están llegando, por ese lado. Hay que unirse a ellas, y atacar desde distintos frentes. Podemos hacer que Zant huya si le obligamos, si ve que la fuerza es mayor – Kandra usó un mapa para ilustrar cómo hacerlo –. Puedo ir con Gashin a avisarlas del arca y también a unirse a la batalla por el norte de la llanura.
– Me parece buena idea, pero durante la batalla, únete a nuestro grupo. Somos menos por el aire, vamos a necesitar cubrir a los gorons – dijo Zelda, mientras asentía.
Más tarde, recordaría la expresión neutra de la otra chica, que bromeó diciendo que era la capitana más pequeña que había visto, a lo que Zelda respondió que Nabooru era más joven aún que las dos, y estaba dirigiendo su ejército sin ninguna broma. Kandra se dispuso a viajar, llamó a Gashin, y, antes de irse, le revolvió el cabello y le deseó suerte. Sin más, Zelda la vio partir. No se haría ninguna cuestión sobre su comportamiento hasta mucho después…
El resto del día previo a la batalla tuvo una sensación constante de que ya había vivido algo así. Se preparó para la lucha, con las hombreras, la cota de mallas y la túnica ya hecha polvo, pero aún podría protegerla. Se hizo una prieta coleta, y dejó que Vestes le hiciera un símbolo de protección en la frente, para ayudarla. Una vez hicieron estos rápidos preparativos, junto con Kafei y Vestes, se unió por aire al grupo de gorons, guiándoles.
No se imaginó, al entrar en la llanura, el espectáculo que se le ofrecía ante ella. Había escuchado a Link sus descripciones de devastación de Hyrule que vio en sueños, y entendía que el rey se mostrara inquieto y apenado. No era para menos. La llanura occidental era una gran extensión, con bosques, ríos que la cruzaban, montículos de hierba verde, alta y espesa. Los caminos la recorrían como una red, y era fácil estarse días por allí. Zelda había admirado la silueta de los Picos Gemelos en muchas ocasiones, y también había pasado por muchas de esas pequeñas aldeas, alojado en granjas, contado sus historias de heroína a viajeros agotados con los que compartió hoguera y refugio en noches oscuras, bajo la tormenta, o rodeados de luciérnagas danzantes.
De esos paisajes, de esa gente, no quedaba nada. Solo un rastro de hierba quemada, restos de guardianes y cañones, cuerpos, muchos, tantos que se veían desde el aire. Miles de soldados con sus armas aún en la mano, yaciendo en los lugares tan pacíficos y alegres de otros tiempos. Entrecerró los ojos, contuvo la rabia, y se concentró en pedir a Saeta que fuera más veloz. El pelícaro parecía comprenderla, porque aceleró, dejando atrás a Vestes.
Entonces, vio el campamento del ejército de Hyrule, y el alma se le fue del cuerpo. Los guardianes lo tenían rodeado, solo quedaban en pie algunas tiendas, y vio, sorprendida, que solo habían respetado la tienda con la bandera de hospital. Zelda se precipitó con Saeta, sacó la ballesta y empezó a disparar. Las flechas, por muy bien dirigidas que estuvieran, no harían tanto daño como su espada. Además, desde el aire, pudo ver que todas las criaturas del ejército de Zant, guardianes incluidos, estaban caminando hacia un lugar en el centro mismo de la batalla.
Solo había un motivo para moverse así: acabar con Link.
Estaba asustada, más todavía cuando vio a los guardianes. Sin embargo, algo extraño sucedió: de ese lugar, surgió una gran fuente de luz dorada. Fue tan inmensa que Saeta retrocedió con un grito de dolor. Se echó atrás, agitando las alas, y Zelda tuvo que acariciar sus plumas para tranquilizarle. Una vez la luz dorada desapareció, tras pestañear, Zelda fue testigo de todas las cosas que estaban ocurriendo a la vez. Estar en el aire le permitía ver todo el campo de batalla, pero era tan inmenso que le costaba fijar la vista en un detalle. Los guardianes se habían quedado paralizados. Si quedaba alguno, desaparecía en un agujero. Desde arriba, Zelda podía ver los surcos que Grunt el moguma solía dejar a su paso. Sin embargo, debían de ser cientos ahora. Además, de la parte sur, surgiendo de un bosque, vio llegar a un enorme ejército con banderas blancas y el símbolo del reino de Gadia. Acompañando a este ejército, reconoció a los zoras, cabalgando dentro de burbujas, con tridentes y arcos hechos de pura plata. "Nabooru fue a Lynn, usó mi caracola…" pensó, con una sonrisa de alivio.
Pero la batalla no había terminado. Puede que Link VIII hubiera llegado al lado de Link, y le estuviera protegiendo, a juzgar por la esfera naranja que ahora veía en ese lugar. El resto del ejército seguía en pie, y se dirigía de nuevo hacia ellos. Saeta estaba a solo unos metros del suelo. Antes de saltar, Zelda le dio un golpecito, para pedirle que se elevara y se alejara de allí. En el aire, desenvainó y se colocó el Escudo Espejo. Sin mirar, atacó al primer orco que vio, a un centauro, varios de esas criaturas que parecía humanos con dientes de orcos. Se abrió camino, lanzando espadazos sin cesar. El corazón le iba a salir del pecho, pero no podía detenerse. Solo tenía una idea en la mente: que Link estuviera vivo, que hubiera podido resistir, que no le hubieran puesto un dedo encima. Que la esfera estuviera protegiendo a una persona viva, no a Link herido o a su cuerpo.
Corrió, saltó y entonces se encontró con que ya había llegado. Link VIII deshizo el aura y la saludó, pero no se fijó, así como tampoco vio que Maple y Kafei estaban abrazados. Corrió hacia Link. El pobre tenía un aspecto lamentable, y le sangraba la nariz, pero llevaba la corona en la cabeza. Sonrió al verla, y sin pensarlo mucho, Zelda le abrazó. Hundió el rostro en el hueco que tenía entre el hombro y el cuello, el lugar donde más olía a él mismo. Ahora, tenía una cota de mallas, y hombreras de una armadura, que se le clavaban en la piel.
– Estás viva – dijo Link, en un susurro.
Su voz era la misma, pero quizá más débil. Zelda se apartó, le dijo que quien casi acaba mal era él, o algo así.
– Temía que… – se detuvo para tocarle el pecho, en busca de heridas. Estaba bien protegido, y lo único que había derramado sangre era la nariz. Link entrecerró los ojos, sin escucharla. – Ahora no importa, nada importa, alteza. Vamos a ganar esta guerra, te lo prometo.
Y para asegurarse de que la creyera, rodeó su rostro con las manos enguantadas y le besó. Después, Link cerró los ojos y tuvo que sostenerle.
Hubo mucha actividad, demasiada, pero en un sitio del campamento se respiraba cierta tranquilidad. Con la ayuda de Kafei y de Reizar, Zelda dejó a Link durmiendo bajo un árbol, que estaba totalmente chamuscado. No importaba, porque ni llovía ni hacía sol. Una nube oscura, que amenazaba lluvia, pero no soltaba, cubría toda la llanura. A su alrededor, se movían los soldados y ciudadanos, ayudando a los heridos, llevándolos al hospital de campaña que el ejército de Gadia había montado. Allí, los mejores curanderos y médicos del ejército, entre ellos Hederick Sapón, Laruto y Medli, ayudaban como podían. Zelda, sentada al lado de Link, le observaba dormir. Agradecía que el rey no estuviera consciente.
En las últimas horas, los carros que pasaban cerca solo tenían cadáveres. Los llevaban a un gran hueco apartado, excavado por mogumas y por gorons, para ser incinerados.
Vinieron a ver a Link los sabios, uno por uno. Laruto, hermosa como siempre. No dijo mucho, solo que no debía temer por ella, que la había protegido Jabu Jabu y por eso Zant no le había atacado. Su hermano Cironiem, que ahora era un zora más alto y fornido, aún más que la última vez que lo vio en la Torre de los Dioses, le presentó sus respetos. Confirmó que la emisaria enviada por Nabooru en un pelícaro llegó a Lynn y tocó la caracola. Los zoras estaban ayudando al ejército de Gadia a desembarcar en tierras de Hyrule, por eso habían venido juntos. Se acercaron Nabooru IV, Link VIII, Kafei y por último Saharasala.
Todos habían tratado de convencerla de descansar, que podía delegar la vigilancia a otra persona, pero Zelda negó con la cabeza. Centella comía hierbas del prado, las pocas que aún no se habían quemado. Cerca, sentado con el cuello largo estirado, Saeta miraba a todos con sus ojos ambarinos. Había escogido un tronco caído para sentarse, y desde allí, con la espada presta para usarla, observaba cómo limpiaban el campo, cómo plantaban las tiendas, cómo atendían a los heridos. En otras circunstancias, ella misma habría estado allí, pero no quería apartarse de Link.
Saharasala la felicitó por traer al ejército de los gorons, y por salvar a los sabios. Fue a él a quién hizo una pregunta que estaba temiendo hacer.
– ¿Dónde está Leclas?
Y el abad le contó el incidente, la pierna herida y como el Sabio del Bosque había abandonado el ejército y no habían podido ayudarle, al empezar este ataque. Zelda escuchó, con el ceño fruncido, y se le escapó una maldición en labryness. Pensó seriamente un segundo si subirse a Saeta y salir a buscarle, pero no podía dejar a Link solo. Saharasala prometió salir en su busca tan pronto como pudiera, convirtiéndose en Kaepora Gaebora.
Aparecieron algunos nobles, para preocuparse por el estado de salud del rey. Una chica, con armadura y cabellos rubios rizados trató de presentarse, pero Zelda les despachó, como pudo. Al no estar en una tienda, todos podían ver que Link no tenía heridas ni estaba vendado, solo dormía. Alguno sugirió que quizá había fallecido. Al que se atrevió a decir esto se llevó una mirada llena de odio de la primer caballero. Al cabo del segundo día, Tetra, acompañada por Reizar y otros soldados, aparecieron. Venía con ellos Lord Brant.
Para haber sobrevivido a una batalla tan cruel, el noble tenía muy buen aspecto.
– Lamento que la tienda de su majestad acabara destruida, pero aquí no puede estar cómodo ni protegido. Debe descansar en un lugar más retirado y tranquilo… – dijo.
Se libró de una contestación venenosa por parte de Zelda, porque intervino Tetra. Ella al menos tenía una herida en el rostro, y otras en el cuerpo, por luchar junto a Reizar con sus últimas fuerzas. Reizar se acercó, por un lado, y, antes de que Zelda pudiera decir algo, le puso una capa sobre los hombros.
– Estás lenta, pecosa. Necesitáis descansar, los dos.
Por un segundo, Zelda estuvo pensando si oponerse o no. El hecho de que Reizar la sorprendiera por un lado le daba una idea de que Link no era el único agotado. Desde que había dejado atrás la montaña de los gorons, apenas había dormido, y no recordaba la última vez que había podido comer algo más consistente que el alpiste de los ornis. Pero se le revolvió el estómago al ver que dos soldados de Gadia se agachaban, cogían a Link de los hombros y los tobillos y le metían en una camilla. Estuvo a punto de empujarles, pero Reizar la sujetó con firmeza de un brazo, y la retuvo.
– Un buen soldado sabe que cuando se puede dormir, se debe hacer – Reizar le rodeó los hombros con un brazo, y entonces le susurró –. Te necesitamos despierta y en forma para encontrar a Leclas. Vamos.
Zelda silbó, y Centella y Saeta siguieron al grupo. Cruzaron el campamento del ejército gadiano, acompañados por el mismo Lord Brant, que se deshacía en alabanzas a Tetra por su caridad y su generosidad. La princesa de Gadia respondió que ella era amiga personal del rey Link, y que su bienestar le importaba. La verdad, a Zelda toda aquella cháchara no le interesaba. Se preguntó por la gente que aún no había visto: Medli, por ejemplo. Vestes, que sabía que estaba viva porque Kafei se lo había dicho. El moguma Grunt. Leclas. Y la que más le preocupaba, Kandra Valkerion.
Todos sus problemas se disolvieron, en una nube de cansancio. Estaba agotada. En cuanto llegaron a la tienda, se ocupó de que Link fuera dejado en el camastro, ayudó a taparle con las mantas, le limpió el rostro con un paño húmedo. Vio a un chico con un lunar bajo el ojo derecho, no recordaba su nombre en ese momento, pero le dijo que debía quedarse en vela para asegurarse de que el rey estuviera protegido. Reizar prometió que él también se quedaría, que no debía preocuparse tanto. "Se te van a borrar las pecas, chica" le bromeó. Ni le contestó. Se sentó en el suelo, apoyada en la espada de Gadia, y se quedó dormida en esa postura.
