Lágrimas

—¡Levi!

La presencia de cientos de personas que transitaban por la terminal aérea daba cuenta del ajetreo común a esas horas de la tarde. Era un día cualquiera en el que muchos viajaban, unos abandonando Japón y otros llegando, como sucedía en muchas otras ocasiones, pero esa especie de normalidad se vio perturbada al escuchar aquel grito desgarrador que, por un efímero instante, resonó en toda la zona de embarque al exterior y parte de las salas contiguas.

Esto, por supuesto, alertó a aquellos que se encontraban cerca, y cuando buscaron el origen de tan lastimera exclamación, se encontraron con cierta azabache que, sosteniendo la medalla contra su pecho, lloraba desconsoladamente mientras negaba una y otra vez con la cabeza de forma desesperada.

Había tratado de hacerse a la idea de que todo no pasaba de una cruel pesadilla, pero el dolor era tan fuerte, tan asfixiante que no pudo soportarlo y estalló, sin importarle hacer una escena y que muchos la estuvieran observando, unos confundidos y otros con lástima.

Algunos estuvieron a punto de acercarse para ayudarla de alguna forma aún sin saber exactamente la razón de su estado, pero no fue necesario ya que, como un rayo, llegaron un rubio y un castaño abriéndose paso.

Estos habían sido previamente alertados por Hange sobre la situación, por lo que, con la ayuda de Kiyomi, fueron en su auto a toda velocidad y salieron corriendo en cuanto estacionó para ingresar al aeropuerto. Cada uno fue en una dirección diferente, preguntándose en dónde estaría la ojigris, pero al escuchar el eco del grito supieron de inmediato que se trataba de ella y lo usaron como guía para encontrarla, aproximándose preocupados al verla en el suelo y sin parar de sollozar.

—Mika —se arrodilló Armin a su lado—. ¿Qué pasó?

—Levi… —murmuró con la voz quebrada y lo miró—. Levi se fue…

—Oh, querida —la abrazó para consolarla—. No te pongas así.

—Es imposible. Duele mucho…

—Entiendo cómo te sientes, pero ¿qué te parece si vamos a conversar a un lugar más tranquilo? Tu tía está esperándonos afuera. Vayamos con ella.

Por un instante la azabache puso un poco de resistencia, pero luego accedió y se levantó, siendo guiada por sus amigos mientras las lágrimas no dejaban de acumularse en sus ojos y humedecer su rostro. Una vez afuera, Kiyomi se apresuró a recibirla, impactada por verla así de destrozada, pero prefirió no preguntar nada para no presionarla y se subió al auto luego de que ella y sus amigos lo hicieran, poniéndose en marcha inmediatamente.

—Toma —Eren le tendió su maleta—. Creímos que ibas a necesitar esto.

Asintió levemente, la abrió y lo primero que buscó fue su celular. Cuando lo encontró, ingresó a su lista de contactos y se detuvo específicamente en aquel nombre que se había vuelto su favorito. Marcó y se llevó el dispositivo al oído, con la mínima esperanza de que contestara y le dijera que no se preocupara, que todo estaría bien, pero no pasaron más de cinco segundos para que su más grande temor se materializara, golpeándola sin piedad.

Este número no existe.

El llanto volvió a abrumarla. Definitivamente se había ido.

—Ok. Supongo que es triste que tu entrenador se vaya, pero ¿no crees que estás exagerando un poco? —habló el castaño a su lado derecho.

—Eren —advirtió Armin.

—Lo digo porque es bastante común. Cuando surgen oportunidades, la mejor decisión es tomarlas. Además, puedes conseguir un nuevo entrenador en poco tiempo dado tu buen desempeño deportivo y...

—¡Eren! —el rubio elevó la voz y le lanzó una mirada severa mientras la azabache profundizaba más sus lamentos—. Ya fue suficiente.

—Pero... —iba a continuar replicando, pero al ver la expresión de sus ojos, reparó en que algo se estaba perdiendo de aquella historia, por lo que prefirió callar.

—Cierto, Mika —habló Armin suavemente, cambiando de tema—. Después de que abandonaste el estadio, anunciaron que habría un evento especial para todas las patinadoras. Sería una buena forma de que te distraigas un poco y olvides por un momento lo que acaba de pasar...

—No —lo cortó, negando con la cabeza—. No voy a ir.

—¿Por qué?

—Simplemente no quiero —recogió sus piernas y las abrazó—. No estoy lista para que me hagan preguntas cuando vean que Levi no está conmigo.

—Buen punto —se quedó en silencio unos segundos hasta recordar un detalle—. Entonces, ¿te parece si pasamos directamente al plan que hicimos para celebrar tu cumpleaños.

"Cumpleaños". Esa palabra, que antes le producía tanta alegría, ahora tenía un tinte amargo que hizo que escondiera su rostro para que sus amigos no notaran cuánto le dolía escucharla.

—No tengo ánimos de festejar nada.

—¿Estás segura? Es un día especial, así que...

—Para mí ya no lo es —sollozó y se limpió las lágrimas con las mangas de su chompa—. No me siento a gusto en esta ciudad. Quiero irme a casa.

—Está bien —dijo finalmente Kiyomi, sin poder evitar sentirse afligida y preocupada al verla tan mal luego de mucho tiempo—. Pasaremos por el hotel para retirar tu equipaje.

—Gracias —susurró y volvió a tomar su celular para, esta vez, marcar el número de Hange que había guardado esa noche de karaoke antes del viaje.

Timbró tres veces antes de escuchar su voz al otro lado de la línea. Tomando un profundo respiro, le pidió que avisara a los organizadores del evento mencionado por Armin que no podría ir ya que no se sentía bien. Trató de sonar lo menos abatida posible, pero la castaña se percató de cierto temblor en su forma de hablar que hizo que, intuyendo lo que había sucedido, actuara con comprensión y empatía y le prometiera que así sería.

—Se lo agradezco mucho.

—No hay de qué, pero ¿de verdad estás bien?

Se prolongó un relativo silencio por unos segundos.

—Ni un poco —mencionó con la voz apagada—. No tengo más razones para quedarme en Sendai, así que vuelvo a Kioto hoy mismo.

—Oh, entiendo. Cuídate, querida. Luego hablamos —se despidió, colgó y soltó un largo suspiro cargado de pesar, viendo de reojo a Erwin acercándose.

—¿Qué ocurrió? —se detuvo al lado suyo.

—Mikasa no llegó a tiempo para detenerlo.

—Por todos los dioses... —se lamentó—. Pero, si ni tú ni yo pudimos hacerlo desistir, ¿crees que ella lo habría conseguido?

—Tengo la sensación de que sí, y sé que él también. Por eso actuó como lo hizo, para evitar que le costara más irse.

—Pero qué situación —reflexionó, mirando a algún punto de la enorme sala donde se encontraban—. Tenía todo para ser feliz aquí y aun así...

—Lo sé, pero ya veremos más adelante si fue realmente la decisión correcta.

Mientras Hange se retiraba a hacerle el favor, la azabache permaneció en silencio durante el trayecto que restaba para llegar al hotel. Una vez allí, se bajó del auto junto a los demás, pero estos, por petición suya, se quedaron en la sala de la recepción y subió sola a la habitación luego de pronunciar un breve y apenas audible saludo dirigido a la recepcionista, quien no pasó desapercibida el aura sombría que la envolvía.

Cuando abrió la puerta con la llave e ingresó, casi de inmediato percibió una sensación de soledad que perturbó más su atribulado corazón. Se sentó un rato en la cama con la mirada perdida, pero luego de algunos segundos su celular, que no había vuelto a soltar, sonó, anunciándole que tenía un nuevo mensaje.

Sashita

¡Mika! Espero que no sea tarde para desearte un feliz cumpleaños.

¡Y felicidades por el oro!

Debes estar muy contenta, ¿no? Me gustaría estar ahí contigo y

darte un abrazo, pero me basta con que festejes a lo grande esa

merecida victoria que tanto estuviste buscando y me mandes

algunas fotos tuyas con la medalla y el pastel.

¡Come mucho por mí! ¡Y no te excedas con el sake!

Releyó aquellas palabras una vez más, y aunque transmitían una buena vibra, a ella solo le causaron dolor.

—¿Festejar? —murmuró y sonrió con amargura—. ¿Cómo podría hacerlo si la persona más importante para mí ya no está?

Seguramente, si hubiera recibido ese mensaje en otras circunstancias, habría reído ante la última frase y habría respondido alegre sin pensarlo dos veces, pero su realidad era otra, algo completamente diferente e inesperado, por lo que solo atinó a apagar el dispositivo y volvió a sumirse en la tristeza mientras miraba la cama pulcramente arreglada a su delante.

Todavía no podía creerlo. ¿Cómo es que ese día pasó a ser el peor de su vida? ¿Qué había hecho para que los dioses la castigaran de una manera tan cruel?

Eran tantas las preguntas que requerían una respuesta, pero no las encontraría estando ahí, por lo que se levantó, tomó su bolso, se dirigió a la puerta y, tras echar un último vistazo, salió.

Mientras tanto, en la sala se estaba llevando a cabo una larga conversación en la que Armin contó algunos detalles que daban razón del estado del azabache y que tanto Kiyomi como Eren desconocían. Estos, sorprendidos, pudieron finalmente comprender mejor la situación, y cuando la vieron bajar y acercarse cabizbaja, se pusieron de pie, dando por terminada la charla.

—Mika —el castaño se aproximó—, lamento todo lo que dije en el auto. Fue muy desconsiderado de mi parte, pero como no tenía idea sobre tus sentimientos por Levi pues...

—Descuida. No tienes que disculparte —hizo un intento de sonreír para calmarlo.

—Aun así, me siento muy mal por no haber sido ni un poco delicado.

Ella iba a agregar algo más, pero justo en ese instante llegaron sus padres, quienes habían sido llamados por Kiyomi. Estos se asustaron al ver sus ojos enrojecidos y restos de lágrimas en sus mejillas, pero cuando se acercaron y preguntaron qué sucedió, ella no respondió y simplemente los abrazó, quebrándose de nuevo mientras ellos, preocupados, pedían una explicación a los demás con la mirada.

—Es una larga historia —fue lo único que mencionó Kiyomi.

Luego de devolver la llave a la recepcionista, todos abandonaron el hotel y caminaron hacia el estacionamiento. Kiyomi le preguntó a Eren y Armin si querían que les diera un aventón a Kioto, pero el rubio declinó amablemente diciendo que ambos irían en su auto y prometiendo que los alcanzarían allá.

A eso de las 7:05 p.m. abandonaron Sendai en un largo viaje que se antojó terriblemente eterno para la ojigris. Elías y Azumi, al verla un poco más tranquila, se aventuraron nuevamente a preguntarle por qué estaba tan triste, pero no fue sino hasta unos minutos después que, siendo consciente de que debían saberlo, les contó todo en un breve resumen, aun cuando cada palabra que decía era como una estacada en su pecho.

Ellos la escucharon en silencio y la consolaron diciendo que, con el tiempo, el dolor pasaría, pero ella honestamente tenía sus dudas.

Sentía que sería muy complicado sanar su tan herido corazón.

Pasaron más de cinco horas hasta que se vieron ingresando a la ciudad de Kioto. Una vez llegaron al edificio de su residencia, subió al departamento acompañada y dejó sus cosas tiradas en los sillones para luego ir a su habitación y tumbarse en la cama. Mayu apareció y le dio la bienvenida, pero al encontrarse con sus ojos una miríada de recuerdos atravesaron su mente, haciendo que enterrara su rostro en una almohada para que no la viera llorar.

Luego de veinte minutos llegaron Armin y Eren. Azumi les invitó a tomar un poco de té que había preparado para elevar en algo los ánimos amenazados por el abrupto giro de acontecimientos vividos ese día. Una vez terminaron, agradecieron y se levantaron para dirigirse a la habitación de la azabache. Sabían que se estaba guardando muchas cosas, por lo que esperaban lograr que se desahogara, que dejara salir todo para que no se hiciera más daño.

—¿Te parece si nos cuentas qué fue lo que pasó exactamente? —habló Armin suavemente—. Si no quieres está bien, pero recuerda que estamos aquí para escucharte y para que no cargues con todo tú sola.

Mikasa permaneció en silencio, abrazando una almohada y mirando un punto cualquiera de la nada hasta que finalmente se decidió a hablar.

—Todo sucedió muy rápido —lentamente se incorporó hasta sentarse—. Algo siempre estuvo mal desde que iniciamos el viaje a Sendai, pero no me di cuenta hasta que Hange-san me entregó esto —metió las manos en los bolsillos y sacó la carta arrugada y la cajita—. No quise conformarme, no sin que me diera una explicación válida sobre la razón de su repentina decisión, pero cuando llegué al aeropuerto fue demasiado tarde —un par de lágrimas rodaron por sus mejillas mientras Armin, que había tomado la carta, la leía al igual que Eren a su lado—. Había olvidado completamente ese maldito asunto de la AFP pensando que todo estaba bien, pero nunca lo estuvo... —escondió su rostro en la almohada, suspirando pesadamente—. ¿Por qué no me percaté de eso antes? Si tan solo lo hubiera hecho yo...

—¿Habrías tratado de evitarlo? ¿Y qué tal si él no quería eso?

—¿Qué quieres decir? —alzó a ver al rubio.

—Mika —se sentó al lado suyo—. Sé que va a sonar duro, pero todo apunta a que lo planeó así desde el principio para evitar una posible confrontación directa contigo.

—No entiendo...

—Quizá siempre tuvo la intención de irse —intervino Eren—, pero sabía que la despedida iba a ser difícil, así que tomó la vía que consideró sería menos dolorosa.

—¿Y eso necesariamente implicaba que me rompiera el corazón?

—Mika, trata de entender...

—¿Qué se supone que debo entender? —exclamó exaltada—. ¿Que él pensó solo en sí mismo y no se detuvo a meditar ni por un segundo lo que su estúpida decisión causaría? ¿Acaso mis sentimientos no importan? ¡No debió generarme falsas esperanzas si después iba a desaparecer como si nada!

—Escucha, por favor...

—¡No! ¡Ya me quedó más que claro que no le importé en lo más mínimo!

—No digas eso cuando sabes muy bien que no es verdad. Además, él expresó claramente que no fue sencillo decidirse a aceptar la invitación.

—Pero ¿de qué sirve si igualmente lo hizo? Nadie le obligó a que se fuera y aun así... aun así...

El enojo que la había invadido quedó relegado, siendo sustituido por la frustración y el dolor de la única verdad detrás de todo: él ya no estaba.

—¿Por qué? —sollozó devastada—. Yo solo quería que se quedara conmigo. Quería que supiera cuánto lo quiero...

Armin y Eren la envolvieron en un cálido abrazo y dejaron que descargara todo lo que estaba sientiendo sin juzgarla. Sabían que no era fácil lidiar con una carga emocional tan grande, así que mostrarle apoyo era clave para que recordara que no estaba sola y que contaba con muchas más personas que la apreciaban.

Aunque ello no pudo evitar que una nube gris envolviera su corazón y lo dejara en tinieblas.

.

.

.

—No voy a ver a nadie. ¡Déjenme en paz!

Tras haberse coronado como campeona mundial en su tierra natal, no fue ninguna novedad que los medios quisieran contactarse con ella para hacerle algunas entrevistas o invitarla a formar parte de programas televisivos. Era evidente que su fama se había disparado y que su nombre se mencionaba en cada conversación, pero algo traía intrigado a todo el mundo y se asociaba a una sola pregunta.

¿Dónde estaba?

De la noche a la mañana había desaparecido sin dejar huella, y aunque las interrogantes que trataban de explicarlo no se hicieron esperar, la verdad era que nadie, salvo sus más allegados, sabía sobre el complicado momento que estaba atravesando.

Luego de aquel desastroso día que se quedó grabado con fuego en su memoria, su vida no volvió a ser la misma. Se encerró en una especie de burbuja tormentosa y llena de tristeza, y aunque trató de llevarse la idea de que "el tiempo lo cura todo", la verdad era que cada día que pasaba se sentía peor, sumida en un abismo que la tenía presa de una suerte de luto permanente.

En algún momento, entre su torrente de pensamientos caóticos, se planteó odiar a Levi por haberse ido y no perdonarlo, pero cada intento era infructuoso. Es más, eso solo reforzaba el amor que sentía por él y le recordaba cuánto lo echaba de menos a pesar de todo.

El brillo de sus ojos que tanto la caracterizaba había desaparecido, y si bien sus padres, que se habían mudado a su departamento para cuidarla trataban de hacerle sentir mejor, ella prefería encerrarse en su habitación con las cortinas cerradas y les pedía que no la molestaran, saltándose incluso algunas comidas por la falta de apetito que se había vuelto recurrente.

Tampoco respondió los mensajes que sus amigos le enviaban y rechazó la visitas que estos le hacían. No servía de nada que trataran de convencerla, y aunque le dieron a conocer cuán preocupados estaban por su salud física, mental y emocional, ella no los escuchó y les exigió que se marcharan y se enfocaran en sus propios asuntos.

Temían que la situación se volviera más compleja y que la depresión la consumiera por completo, llevándola a un punto de no retorno, pero una visita especial y bastante inesperada logró que un pequeño destello de luz alumbrara la penumbra de su camino.

Había pasado ya un mes y las cosas seguían igual, amaneciendo en un día cualquiera que no daba pinta de mejorar en lo más mínimo. Luego del desayuno (en el que Mikasa apenas probó bocado), Azumi se dedicó a arreglar el lugar y poner a lavar la ropa. Elías había salido con Kiyomi a resolver un asunto muy temprano, por lo que se quedó en el departamento al pendiente de su hija (en el caso de que llegara a necesitar algo).

Terminó con sus labores y se sentó un rato en la sala a descansar mientras algo de música se reproducía en la radio. Se dedicó a pensar en alguna forma de sacar a Mikasa de su agujero ya que cada día era más desesperante verla en decadencia, pero sus reflexiones fueron interrumpidas cuando el timbre de la residencia sonó.

Un tanto extrañada porque no esperaba recibir a nadie, se levantó a atender, pero grata fue su sorpresa cuando abrió la puerta y se encontró con un par de rostros que sonrieron al verla.

—¡Buenos días, Azumi-san!

—¿Sasha? —parpadeó un par de veces, todavía incrédula.

—La misma —acentuó su sonrisa—. Ha pasado mucho tiempo.

—Tú lo has dicho. Eres toda una mujer ahora —sonrió, recuperándose del asombro y volteó a ver al joven a su lado—. ¿Él es tu esposo?

—Sí. Mucho gusto. Mi nombre es Nicolo.

—El gusto es mío. He escuchado tantas cosas sobre ustedes, aunque debo decir que todavía me sorprende que hayan tomado la importante decisión de casarse.

—Fue algo espontáneo y quizá un poco rápido, pero no nos hemos arrepentido. Es más, ha sido lo mejor que hemos hecho hasta ahora.

—Me complace verlos tan felices —dijo sincera—, pero pasen. Siéntanse como en casa.

—Gracias. Ah, y esto es un presente —Nicolo le entregó un bolso.

—Oh —revisó el contenido y descubrió que se trataba de una botella de vino—. No se hubieran molestado.

—Para nada. Siempre es un placer.

Azumi dejó el bolso sobre la mesa del comedor y volvió a la sala, sentándose en uno de los sillones al frente de la pareja.

—¿Y qué vientos los traen por Japón? De lo que sabía, estaban en Lituania, ¿no?

—Así es, pero vinimos para visitar a mis padres por su aniversario —dijo Sasha—. Y, aprovechando la oportunidad, quise darme una vuelta y ver cómo se encontraba Mikasa.

Desde aquella vez que no recibió ninguna respuesta el 10 de febrero, la castaña intuyó que algo no iba bien. Fue entonces que se comunicó con Armin y este le contó cuál era la situación.

Está de más decir que aquella revelación la dejó perpleja y muy preocupada.

—Con que estás al tanto —Azumi sonrió sin ganas—. Es inútil. Hemos intentado de todo para subirle los ánimos, pero nada parece funcionar —suspiró afligida—. No imaginamos que la partida de su entrenador le iba a afectar tanto, a tal punto que no quiere ni ver la luz del sol.

—Ya veo —intercambió una rápida mirada con Nicolo—. Muy bien —se puso de pie—. Voy a hablar con ella.

—¿Estás segura? No lo digo porque no quisiera que lo hagas, sino que tiende a comportarse muy arisca con cualquiera que se atreve a ingresar a su habitación. No entiende de razones; incluso dejó de escuchar a Armin.

—Hum… —puso las manos sobre su cintura—. Bueno, soy su mejor amiga, así que va a tener que escucharme.

Dicho esto, abandonó la sala y se dirigió a la habitación. Tocó tres veces la puerta y la abrió lentamente, generando un pequeño chirrido que alertó a la azabache, quien se encontraba en la cama envuelta en un centenar de cobijas.

—Váyanse. Ya les dije que no necesito nada.

—Mikasa.

Al reconocer aquella voz, se tensó momentáneamente y aflojó el agarre de las cobijas. Por un instante creyó que estaba soñando o ya se había vuelto loca, por lo que, con cierto recelo, se destapó lentamente el rostro y se sentó.

—¿Sasha?

El lugar estaba densamente oscuro a pesar de ser medio día, viéndose apenas una silueta, por lo que la castaña le pidió que se acercara para poder observarla mejor con la ayuda de la poca luz que atravesaba el umbral. Se mostró un tanto reticente, removiéndose con temor en su sitio, pero luego de que le insistiera con suavidad accedió, poniéndose de pie y aproximándose hasta quedarse a un metro de distancia.

Sasha se llevó una mano a la boca, producto del shock ocasionado al ver con claridad su figura. Estaba extremadamente delgada, sus labios estaban resecos, ojeras oscuras resaltaban en su tez blanca y sus orbes, antes llenos de vida, ahora lucían vacíos y opacos.

Sus ojos se llenaron de lágrimas. Su estado era peor de lo que imaginaba.

—Mika… —susurró y se acercó para estrecharla en un fuerte abrazo, tardando un poco en ser correspondida, aunque no con la misma intensidad.

—¿Qué haces aquí?

—Armin y los muchachos me contaron lo que pasaba. Estoy de paso en Japón, pero no podía volver a Lituania sin antes hablar contigo.

—Descuida. Estoy bien.

—¿Cómo puedes decir eso cuando pareces un alma en pena? ¿Acaso te has visto en un espejo? ¡Es como si estuvieras muerta en vida!

—Pues es así como me siento —respondió con la voz apagada.

Sasha suspiró y cerró la puerta tras de sí para luego prender la lámpara de la mesita de noche y sentarse junto a la azabache en el filo de la cama. La luz lastimó un poco los ojos de esta última, pero con algo de esfuerzo logró adaptarse antes de mirarla.

—¿Me puedes explicar qué te llevó a deteriorarte tanto? —fue directo al punto, pero sin sonar severa.

—¿Ya no lo sabes?

—Sí, pero quiero escuchar cada detalle de ti. Para eso vine.

Mostrándose dudosa en un principio, procedió finalmente a relatarle todo, incluyendo algunos aspectos que nadie más sabía y que le ayudaron a la castaña a tener un panorama más amplio de la situación, además de mostrarle la carta.

Sinceramente, no se imaginó volver a topar ese tema tan delicado a su parecer, pero se trataba de su mejor amiga, y si bien volvió a sentir un nudo en la garganta, lágrimas ya no se desbordaban de sus cansados ojos.

Había llorado demasiado y no le quedaba nada.

—Quise creer que con el pasar de los días las cosas mejorarían —se abrazó a sí misma—, pero nada de eso sucedió. Sentí hundirme de la peor forma posible, y a pesar de que ya ha pasado un tiempo, aún sigo sin poder asimilarlo por completo —musitó, desviando un poco la vista—. No imaginé que amar doliera tanto, pero lo peor de todo es que me da la sensación de que soy la única que sufre. ¿Es acaso justo?

—Mika…

—Todas las noches me hago la misma pregunta: ¿por qué lo hizo? ¿Qué lo llevó a tomar esa decisión cuando estábamos tan bien? —continuó—. Me da razones en esa carta, pero no tienen sentido, no para mí cuando lo único que deseaba era poder crecer y llegar a la cima junto a él —le tembló la voz—. ¿Qué fue lo que hice para que me dejara? No entiendo…

—Querida. Tú no tienes la culpa de nada.

—¿Entonces? Solo puedo imaginar eso o… que simplemente no fui tan importante como creía.

—Eso no es cierto —la tomó de las manos—. No cuando yo fui testigo de su devoción por ti —mencionó lo último en un susurro apenas audible.

—¿Eh?

—Nada —sacudió la cabeza—. El punto es que, independiente de cuáles hayan sido sus razones, una cosa es segura: a él no le gustaría en lo absoluto verte así, desperdiciando tiempo en lugar de cumplir con esas grandes expectativas que puso en ti.

—Lo sé, pero…

—No, nada de peros —la cortó con seriedad—. Dime una cosa. Amas patinar, ¿verdad?

Asintió levemente.

—¿Y cómo te sientes cuando lo haces?

—Libre.

—Exacto. Sé que es triste y muy difícil para ti que Levi ya no esté, pero no dejes que la tristeza te arrebate esa libertad de ser tú misma sobre el hielo, esa mujer fuerte y luchadora que siempre se levantó a pesar de las adversidades y que se convirtió en una campeona, siendo reconocida por muchos y admirada por todos.

Aquellas palabras, salidas desde lo más profundo del corazón, tuvieron cierto efecto en la azabache, generando una sensación que hace mucho no experimentaba y hasta había olvidado cómo se sentía.

—¿Crees que podré continuar? Es que… siento como si hubiese perdido el rumbo, como si la luz que me guiaba se hubiera extinguido para siempre.

—Es comprensible, y más al tener en cuenta tus sentimientos, pero trata de verlo de este modo: quizá fue un designio de los dioses que las cosas sucedieran así, pero no existe ningún motivo para rendirse. Es más, considéralo un nuevo reto y demuéstrale tanto a Levi como al resto del mundo cuán lejos puedes llegar. Recuerda que eres la figura a seguir de muchos aspirantes. Todos están esperando por tu regreso.

Se quedó unos segundos en silencio, pensando en los muchos rostros ilusionados de la gente que siempre estaba a la expectativa de sus participaciones en competencias nacionales e internacionales y las palabras de apoyo que siempre le brindaban.

—Sí. Creo que tienes razón —dijo al fin—. Voy a hacerlo.

—¡Así se habla! —emocionada le dio un abrazo—. Ah, y recuerda una cosa —se separó nuevamente para mirarla—: si el destino los unió antes, puede que en un futuro se vuelvan a encontrar.

A partir de entonces, Mikasa recobró poco a poco la vida que tuvo antes de que las cosas se salieran de control. Pidió disculpas a sus padres y amigos por haberlos preocupados, pero estos simplemente se mostraron felices por verla finalmente fuera de su burbuja y le agradecieron infinitamente a Sasha por haber logrado lo que, en su momento, llegó a ser considerado imposible.

Eso no significó que el dolor haya desaparecido por completo. Sí, seguía presente, pero no permitió que volviera a tomar las riendas de su vida, logrando manejarlo mejor de lo que hubiera imaginado.

Y todo gracias a la confianza en sí misma.

En uno de esos días, salió de su departamento mientras sus padres no estaban y caminó un largo rato por el sector, pasando desapercibida para no llamar la atención de nadie que pudiera reconocerla. Ese fue el primer paseo en mucho tiempo y le sentó bastante bien, pero luego de una hora y casi por inercia, se dirigió a la academia de hielo. Como no llevaba sus patines, pidió unos prestados a los encargados que se alegraron de verla nuevamente, y una vez que los tuvo, tomó el camino directo a la pista.

Una marea de recuerdos la invadió al adentrarse al hielo, unos más bonitos que otros, y fue en ese instante que se dio cuenta de lo mucho que había extrañado patinar, recriminándose mentalmente por haber abandonado eso que, por naturaleza, la hacía tan feliz.

—Sí que me dejé llevar de forma irracional —musitó y tomó con cuidado el dije de aquel collar que no se había decidido usar hasta ahora, mirándolo con nostalgia—. Pero no volverá a suceder.

Lo apretó contra su pecho y soltó un breve suspiro para luego sonreír.

Había llegado la hora de escribir una nueva página de su vida.