Disclaimer: Los personajes de Inuyasha son de Rumiko Takahashi.
PARTICIPANDO EN LA DINÁMICA #El_Festín_de_Horror de la página de Inuyasha Fanfics de Facebook.
3. PERSECUCIÓN
SANGO
Era su primera misión sola. Un trabajo sencillo en las afueras de la aldea de los cazadores. Había entrenado tanto que ya podía cargar su Hiraikotsu con solo una mano y lanzarlo con tal potencia que era capaz de romper un árbol de mediano tamaño. Aun así, estaba nerviosa. Su padre le prohibió llevar a Kirara junto a ella, sabiendo que la gran Nekomanta la protegería, impidiéndole tener una cacería adecuada, pero en ese momento, al menos la compañía de su peludita amiga le traería un poco de tranquilidad.
Su traje negro le permitía moverse con libertad entre las raíces salientes de los árboles, pero la armadura que protegía sus hombros se sentía un tanto pesada, impidiéndole levantar los brazos como le gustaría. Sango observó a su alrededor, tratando de encontrar alguna pista que le indicara en dónde podía estar oculta la criatura: un bebedor de sangre.
Su padre no estaba asustado. Sospechaba de alguna pequeña criatura que le gustara de beber sangre humana; tal vez algún yokai insecto. El hombre que había acudido a ellos, sólo presentaba unos pequeños agujeros en una de sus piernas. El área no parecía gangrenada, por lo que podía confiar que no era un ser venenoso. El pobre hombre estaba tan borracho que ni se enteró cuando lo mordieron, tampoco sabía si su acompañante de esa noche había sido atacada junto con él, ya que la mañana siguiente ella lo había dejado solo sin decir ni una palabra.
Sango observó al cielo, tratando de adivinar la hora, seguramente, en algunos pocos minutos anochecería, por lo que tendría que regresar sin haber cumplido su misión. De hecho, si quería llegar a la aldea antes de que eso pasara, tenía que volver en ese mismo momento.
Con algo de tristeza, cargó su pesado boomerang sobre su hombro y dirigió sus pasos a su hogar. Si bien le iba, la mañana siguiente podría volver a intentarlo, eso si su padre no decidía salir al anochecer y acabar con lo que fuera que mordió a aquel hombre. Los minutos pasaron sin prisa y el atardecer comenzaba a marcarse entre la espesura de los árboles. Reconoció algunos altos cedros que le indicaban que ya estaba a poca distancia de la aldea.
Mientras pisaba con cuidado algunas hojas secas, un sollozo la hizo detener su andar. Se quedó estática por un momento, respirando suavemente para escuchar con más claridad. Por unos segundos, no hubo ningún ruido, hasta que el indiscutible sonido de un quejido le indicó la procedencia, a unos cuantos metros atrás.
Sango sujetó con fuera su Hiraikotsu, mientras volvía a girar sobre si y caminar de regreso siguiendo el sonido de aquellos lamentos. No avanzó mucho, cuando pudo vislumbrar debajo de una pequeña colina una joven mujer en cuclillas, que escondía su rostro debajo de una larga cabellera negra y sollozaba audiblemente.
La preocupación llenó de inmediato a la pequeña al ver a una mujer en tal estado. ¿La habían atacado? ¿Un hombre? ¿Un demonio?
Sango la observó un poco más, a ella y su alrededor en busca de un posible atacante. El kimono de la joven estaba manchado de lodo, y no llevaba sandalias que protegieran sus pies. Sintió terror inmediatamente, no sabía cómo lidiar con la situación con alguien más involucrado. Aún no estaba preparada para proteger y atacar al mismo tiempo. El lugar se estaba volviendo tenebroso al estar anocheciendo, lo primero que tenía que hacer era llevarla a la aldea, de ahí, los demás podrían ayudarlas.
Apresurada, se acercó a llamar su atención.
—Disculpe, ¿se encuentra bien? ¿puede caminar? —preguntó preocupada acercándose a la mujer, quien no levantó el rostro aún con su llamado—. No es seguro estar aquí, ¿puede acompañarme? Tenemos que volver a la aldea —insistió Sango.
—Y-yo no quería —escuchó la voz entrecortada de la mujer.
—¿Qué cosa? —preguntó Sango—. Tenemos que irnos —insistió. Algo le estaba causando un muy mal presentimiento. Sentía un escalofrío perpetuo en la espalda y sólo quería salir corriendo del lugar.
—Me prometí nunca hacerlo —dijo de manera más clara la mujer.
Sango no comprendía que era lo que pasaba, los sollozos y la voz ahogada por el llanto parecían haber desaparecido, cómo si se tratara completamente de otra persona. Asustada, dio unos pasos atrás, sin dejar de ver el cuerpo aún en cuclillas de la mujer.
—¡Sango! —Sango giró el rostro un poco al escuchar el grito de su padre llamándola, seguramente porque el último rayo de sol estaba desapareciendo por el horizonte.
Fue sólo un instante que se distrajo y al regresar la vista a la mujer, quedó petrificada.
El cuerpo delgado y alto le daba la espalda. Sus brazos estaban rectos, cómo si se tratara de la rigidez de un cadáver, pero sus manos crujían ante el extraño movimiento que realizaban sus dedos. Las largas falanges parecían dislocarse y reacomodarse de extraños modos, siendo lo único del cuerpo de la mujer que se movía.
Una risa despectiva provino del aterrador ser.
—Le dije que tenía que irme al anochecer, pero no me hizo caso.
A medida que las palabras guturales salían de su boca, podía ver la cabeza de la mujer elevarse poco a poco, el grotesco sonido de la piel estirándose le recordaba cuando su padre desollaba a los animales para la cena.
—Pobre de mí —continuó la mujer—. Sólo fueron unas gotas —la cabeza de la mujer comenzó a caer hacia atrás, como si ésta sólo estuviera sujeta por una horrible cuerda de carne y piel—. Pequeñita…—hubo un silencio en el que la cabeza giró mirándola fijamente. El liso cabello se acomodó con facilidad entre el serpenteante cuello que aún crecía del cuerpo que le daba la espalda —¿Qué debo de hacer? Ahora deseo tanto la sangre— El rostro se inclinaba burlón hacia un lado, observándola con superioridad—. ¿Tus padres nunca te dijeron que no te adentraras sola al bosque?
Un segundo, fue lo que tuvo de tiempo para reaccionar. El yokai extendió su cuello e impulso la cabeza hacia ella cómo una serpiente atacando a su presa. Sango se cubrió con dificultad con el Hiraikotsu, mientras la mandíbula dislocada de la ahora monstruosa mujer se sujetaba con fuerza a uno de los extremos del mismo.
El blanco de los ojos de la criatura, se había vuelto de un rojo carmesí, teñidos por la sangre que circulaba con fuerza dentro de los mismos. La observaba con fiereza y con un impresionante deseo. Sango estaba segura que, si se distraía, podría ser comida por esa criatura.
Colocó sus piernas firmemente, giró su boomerang de tal manera que azotó el rostro del demonio con fuerza en suelo. No se dio tiempo para mirar detrás, cubrió su espalda y cabeza con su arma y se echó a correr en dirección a su aldea. Podía escuchar la voz de su padre llamarla cada vez más cerca, pero aún en una distancia lejana. Quiso gritarle que viniera a salvarla, pero el sofoco provocado por el miedo le impedía gritar. Tenía que llegar a él.
—¡Maldita niña! —escuchó el rugido de la criatura a sus espaldas—. Sólo iba a beber un poco de tu sangre ¡AHORA TE MATARÉ!
Sango no se dio el tiempo de ver lo que la perseguía. Corrió con destreza entre los árboles y las salientes de tierra de bosque. Sintió un fuerte golpe en su boomerang, lo que causó que se impulsara con fuerza al frente, cayendo ante el golpe. No dudó en ponerse de pie y continuar corriendo, poco a poco la espesura de los árboles iba desapareciendo, dejándole ver un poco las antorchas resplandecientes de la aldea.
—¡Vuelve aquí! —escuchó el grito a sus espaldas sonar con fuerza y un golpe doloroso en su costado la hizo caer nuevamente, raspándose el rostro contra la corteza de un roble. El cráneo de la criatura la golpeó con mucha fuerza, temió por un momento haberse roto una costilla.
Se levantó con dificultad, con un poco de sangre corriendo por su frente hacia su ojo derecho.
—Oh, querida —se burló la cabeza de la criatura que colgaba frente a ella cómo un grotesco péndulo —. Debe ser una lástima, morir siento tan joven.
La yokai, confiada, daba vueltas alrededor de ella, enroscándola cómo una serpiente. Sus piernas quedaron atrapadas, mientras la carne la rodeaba, cuando la cabeza del monstruo comenzaba a subir desde su abdomen escuchó una voz llamándola:
—¡Sango! —estaba cerca. Con la vista borrosa pudo distinguir la figura de su padre corriendo hacia ella. Alcanzó a ver cómo su padre desenvainaba su espada para atacar a quien la aprisionaba.
La mujer, se desenroscó de la pequeña de un rápido movimiento, para enfrentarse al gran hombre que ahora la amenazaba. Lanzó su cabeza en ataque al cazador, cuando de un momento a otro, rodaba por el suelo…la habían decapitado.
Entre los giros que dio por la tierra manchada con su sangre, pudo ver a la joven cazadora recibiendo su boomerang de vuelta entre sus temblorosas manos. Le sonrió victoriosa antes de caer con una rodilla al piso, rendida del cansancio. Mientras su vista se nublaba, lo último que vió fue al padre levantar el pequeño cuerpo de la chica.
"He muerto, por unas gotas de sangre", pensó antes de fallecer.
Quiero que disfruten de mis historias como yo lo hago con muchas de las de ustedes. Dejen sus sugerencias en sus comentarios.
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